¿Por qué motivo amó tanto Dios al mundo? (Jn 3, 16)
MEZA ZORRILLA, Amadeo
2009
Tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo único (Jn
3, 16)
1.- Promesa
Reconociendo el designio del Padre que, movido por el amor (cf. Jn 3 16), ha
enviado el Hijo unigénito al mundo para redimir al hombre. Al morir en la
Cruz -como narra el evangelista-, Jesús "entregó el espíritu" (cf. Jn 19,
30), preludio del don del Espíritu Santo que otorgaría después de su
resurrección (cf. Jn 20, 22). Se cumpliría así la promesa de los "torrentes
de agua viva" que, por la efusión del Espíritu, manarían de las entrañas de
los creyentes. En efecto, el Espíritu es esa potencia interior que armoniza
su corazón con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como
Él los ha amado, cuando se ha puesto a lavar los pies de sus discípulos y,
sobre todo, cuando ha entregado su vida por todos.
- Prevención
En esto consiste la imprescindible interacción entre el amor a Dios y amor
al prójimo. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré
ver siempre en el prójimo solamente al otro, queriendo ser sólo "piadoso" y
cumplir con mis "deberes religiosos", se marchita también la relación con
Dios. Será únicamente una relación "correcta", pero sin amor. Sólo mi
disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace
sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo
que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama.
2.- JUAN: 3, 16
4.- Dios no se ha quedado fuera de nuestro alcance. Dios nos ha amado
primero (cf. 4, 10), y este amor de Dios ha aparecido entre nosotros, se ha
hecho visible, pues "Dios envió al mundo a su hijo único para que vivamos
por medio de él" (cf. Jn 14, 9). De hecho, Dios es visible de muchas
maneras. En la historia de amor que nos narra la Biblia, Él sale a nuestro
encuentro, trata de atraernos, llegando hasta la Última Cena, hasta el
Corazón traspasado en la cruz.
Beneficios
Como expiación por nuestros pecados. La mayor prueba del amor de Dios está
en que, cuando todavía no podíamos pedirle el perdón de nuestros pecados, Él
nos envió a su hijo para perdonarnos por la fe en Él y llamarnos a la
comunión con la gloria del padre.
Jesús predice clara y abiertamente el provecho espiritual que de su Pasión
se seguirá, mediante estas palabras: para que quien crea en Él no perezca,
sino que tenga vida eterna.
Quien es capaz de librar a los demás de la destrucción, con mucho mayor
motivo será fuente de vida para sí mismo Comprobad que la fe es siempre
indispensable. Dice aquí Jesús que la cruz es fuente de vida, pero la razón
no acierta a comprenderlo. Así lo confirman actualmente los paganos que
ridiculizan esa afirmación. Pero la fe, al superar la debilidad de los
razonamientos, la acepta y con facilidad se adhiere a ella. ¿Por qué motivo
amó tanto Dios al mundo? Por ningún otro que no fuera su bondad infinita.
-Una exhortación
Inclinémonos, pues, ante su caridad. Avergoncémonos de nosotros mismos ante
tal exceso de bondad. Para salvarnos, no perdonó a su propio Hijo. Nosotros,
por el contrario, nos mostramos avaros y remiso para hacer donación, incluso
de nuestros bienes materiales, y ello para daño nuestro. Por nosotros
entregó Él a su propio Hijo, a su Unigénito. Nosotros no sabemos despreciar
el dinero ni por agradecimiento hacia Él ni con miras a nuestro propio
provecho. ¿Cómo podrá alcanzar perdón ese modo de comportarse? Si viéramos
que alguien por nosotros arrastra sufrimientos y la muerte, lo preferiríamos
a cualquier cosa, lo contaríamos entre nuestros amigos, le confiaríamos todo
lo nuestro y le diríamos que todo es más suyo que nuestro. Y ni aún así
lograríamos tratarlo del modo a que se habría hecho acreedor. Cuando se
trata de Cristo, sin embargo, no le demostramos así nuestra gratitud. Dio su
vida por nosotros, por nosotros derramó su preciosa sangre. Por nosotros,
que ni éramos buenos ni se lo íbamos a agradecer. Y, por nuestra parte, no
queremos ni siquiera privarnos de un poco de dinero, aun sabedores del
provecho que de ello se seguirá a nuestras almas, sino que, cuando nos lo
tropezamos desnudo o peregrino, despreciamos a Aquel que por nosotros murió.
¿Quién podrá librarnos de los castigos futuros? Si no fuera Dios, sino
nosotros mismos quienes debiéramos castigarnos, ¿no es verdad que deberíamos
dictar contra nosotros un veredicto condenatorio? ¿Acaso no condenaríamos a
las llamas del infierno a quien hubiera despreciado a alguien que por Él
hubiera dado su vida, sólo porque lo hubiera visto necesitado y hambriento?
Pero, ¿por qué hablo de dinero? si tuviéramos mil vidas, ¿no deberíamos
darlas todas por Él? Ni siquiera así podríamos equilibrar el bien que Él nos
ha hecho. Quien se adelanta a beneficiar a otro, da con ello muestras de su
bondad. El beneficiado, en cambio, haga lo que haga, no muestra su bondad,
sino que cumple un deber al que está obligado por la gratitud. Todo lo cual
se cumple, especialmente, si quien hizo primero el bien benefició a su
enemigo, y quien corresponde no hace sino devolver a su benefactor los
bienes que de él recibió y sigue, además, gozando de ellos.
5.- REVELACIÓN DEL AMOR DEL PADRE Y DEL HIJO.
Es tan sublime el amor que se nos describe del Padre, que resulta difícil de
entender al hombre. El hombre miserable, alejado de Dios por su pecado
voluntario, en continua ofensa a su Divina Majestad, en desprecio de sus
mandamientos y en rebeldía continua a su santísima voluntad, debería
provocar necesariamente la cólera, la justicia y el castigo de Dios: y sin
embargo, lo que se nos revela es la infinita compasión de Dios que le lleva
a mirar al hombre con un profundísimo amor, que le lleva al extremo de
enviar a su hijo Unigénito al mundo para salvar, redimir a todos los
hombres. Y ese envío del Hijo supone su sacrificio cruento de la cruz. En su
infinito amor, el padre acepta el sacrificio de su Hijo para liberar al
hombre del castigo y de la condenación eterna que merecía.
El misterio más profundo de la divinidad es el amor de Dios al hombre. Y
desgraciadamente, es misterio bien desconocido y despreciado por la mayoría
de los hombres. Solamente esta verdad del amor de Dios que quería salvarnos,
debía llenarnos de infinito agradecimiento, y al mismo tiempo de infinita
felicidad y confianza de nuestra salvación.
Y con la misión que corresponde a tal amor del Padre. viene Cristo al mundo.
No viene como vengador de la gloria divina ultrajada, ni como juez riguroso
de los pecados para castigarlos, sino viene como Redentor que llegará a las
mayores profundidades del amor de sacrificio para salvar a todos los
hombres. Tras el amor del Padre, el amor del Verbo Encarnado, que según los
designios de su Padre, viene a la tierra para derrochar misericordia
infinita, para tratar con los pecadores, para traerles la luz y la esperanza
del perdón y después el premio de la vida eterna.
Lo que más falta al cristiano de hoy es tener la experiencia, la fe
convencida del amor que Dios le tiene. Quien experimenta el amor de Cristo,
y a través de Cristo, el amor del Padre, vive la paz y la felicidad de los
hijos de Dios; y ese amor de Dios se convierte en el estímulo y motivo de
toda su vida cristiana. Y aún en medio de las mayores tribulaciones o
tinieblas por las que pueda pasar el alma. La experiencia de ese amor del
Señor le mantendrá en una paz imperturbable y en una confianza sin medida en
la infinita misericordia del Señor.
San Juan, como queriendo dar una definición del cristiano, dice: "Nosotros,
los que hemos conocido el amor que Dios no tiene. Dios es amor." (1 Jn 4,
16). Bienaventurados los que se sienten amados del Señor. Y es gracia que el
Señor la quiere conceder a todos.
6.
AMOR
El deber sin amor, te hace solo un cumplidor.
La responsabilidad sin amor, te hace implacable.
La justicia sin amor, te hace duro.
La inteligencia sin amor, te hace cruel.
La amabilidad sin amor, te hace hipócrita.
El orden sin amor, te hace complicado.
El honor sin amor, te hace arrogante.
El poseer sin amor, te hace avaro.
La fe sin amor, te hace fanático.
Una vida sin amor, no tiene sentido.
"Queridos, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que
ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios,
porque Dios es Amor" (1 Jn. 4,7).