O de Cristo o del mundo (Jn 17, 16)
Jorge Luís Olaya Rivera
Bienio de Teología 2009
"Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo"
(Jn 17, 16)
Como en todos los ámbitos de la vida del hombre donde se busca algo o se
defiende algo, aquí, aunque no buscamos cualquier cosa ordinaria sino que
buscamos algo más grande, buscamos y defendemos lo que le da sentido a la
vida de todo hombre, el fundamento de nuestra existencia, es decir, buscamos
la felicidad, que para el cristiano es el encuentro con Cristo.
Así, pensando no solamente en los llamados cristianos sino también en los
que no se consideran así, dirijo este trabajo o como lo quieran llamar; que
más que un trabajo es una respuesta a las preguntas que nunca me había
planteado, ¿por qué soy cristiano? o ¿realmente soy un verdadero cristiano?
¿Qué hago para defender lo que Cristo a través de la Iglesia me regala?
¿Puedo considerarme cristiano con el hecho de rezar e ir a misa? O a pesar
de tener todo lo que materialmente necesito ¿puedo decir que soy feliz? Tal
vez puedo estar viviendo aparentemente en la Iglesia, pero viviendo a la vez
de espaldas a Dios.
Por ello, tanto para los que se consideran cristianos como para las personas
que no participan en ninguna denominación religiosa de cualquier tipo, todo
este terna tiene en el trasfondo el deseo que todo hombre posee naturalmente
el de alcanzar la felicidad plena, la intención de buscar el bien. Sin
embargo, en este afán de buscar lo bueno y lo mejor, desvía su camino hacia
el lugar equivocado. A este lugar escogido erróneamente, lo llamarnos
"mundo" por oposición al verdadero y único destino del hombre, Dios.
A todo esto suscita la necesidad de defender el verdadero bien para
nosotros, teniendo en cuenta que estamos expuestos en los diferentes ámbitos
de la sociedad a enfrentarnos y toparnos con pensamientos o posturas que nos
hacen perder de vista nuestro horizonte, nuestra meta final, es decir,
perdemos de vista a Cristo.
II) INTRODUCCIÓN
El título de este trabajo sugiere una idea central: que los que son de
Cristo no son del mundo, y que por el contrario, los que son del mundo no
son de Cristo. Esta enseñanza de Jesús (Jn 17, 14. 16), como todas las
suyas, requiere cuidadosas explicaciones, que han de hacerse a la luz de la
Sagrada Escritura y de la Tradición cristiana; y trae consigo muchas y muy
importantes aplicaciones.
El cristianismo, como es obvio, siempre se ha realizado en el mundo secular,
y lo ha hecho, al paso de los siglos, en situaciones muy diversas. Sin
embargo, la actitud fundamental de la Iglesia respecto del mundo ha sido
siempre la misma: la que en la Biblia y en la Tradición halla su norma
permanente. Y esta actitud fundamental ante el mundo es la que pretendo
afirmar, o si se quiere, recuperar.
Por lo demás, en ese mismo espíritu, y bajo la acción del Espíritu Santo, se
han producido, sin duda, desarrollos homogéneos, progresos notables hacia la
verdad completa (Jn 14, 26; 16, 13). Pero junto a estos, se han producido
también desviaciones heréticas, sea por rigorismos excesivos o por
mundanizaciones de diversas modalidades y justificaciones. Se trata en uno y
otro caso de falsificaciones del Evangelio, que hemos de conocer.
Siempre en perspectiva histórica y la luz de la teología espiritual, hemos
de tratar también aquí si la perfección evangélica que Cristo ofrece a los
hombres es posible permaneciendo en el mundo, y hasta qué punto se ve
facilitada por la renuncia al mundo, o si se quiere, esta diferenciación del
mundo, puede ser más o menos realizada, no sólo según los consejos
evangélicos de la pobreza, el celibato y la obediencia. Más aún, trataremos
cómo esta renuncia al mundo, o si se quiere, esta diferenciación del mundo,
puede ser más o menos realizada, no sólo según los diversos estados de vida,
sino también según las diferentes escuelas de espiritualidad, pero sobre
todo siguiendo la línea del evangelio de San Juan.
III) CUERPO DE LA EXPOSICION
Esta exposición es a modo de apología, es a la vez una invitación a
participar de la vida celeste, o como diría Orígenes, es una llamado a
participar del agua espiritual que está por encima del firmamento (Gn 1, 7),
que hace salir de su vientre ríos de agua viva que salta para la vida eterna
(Jn 4, 14; 7, 38): netamente separado del agua de abajo, es decir, del agua
del abismo, en el cual se dice que están las tinieblas y habitan el príncipe
de este mundo y el dragón enemigo con sus ángeles. (Ap 12, 7).
Así pues, participando del agua superior, del agua que se dice está por
encima de los cielos, cada fiel deviene celeste; es decir, se hace celeste
cuando tiene su pensamiento en las cosas elevadas y excelsas, sin pensar en
nada terreno, sino enteramente celestial, buscando las cosas de arriba,
donde está Cristo a la derecha del Padre (Col 3, 1).
A continuación presento algunos elementos que nos separan y nos impiden
participar de esta vida perfecta, de la felicidad plena. Es muy importante
tener presente que todos estamos expuestos a caer en las tentaciones que nos
presenta el mundo. Un verdadero sofisma disfrazado del fruto de la vida.
a. Los tres enemigos del Reino
La perfección cristiana consiste (positivamente) en una transfiguración
completa del hombre en Cristo, que implica (negativamente) una renuncia a la
vida según la carne, el mundo y el demonio. En esta continua conversión el
elemento afirmativo y el negativo, posibilitándose mutuamente, van siempre
unidos. Es la clave del misterio pascual: en Cristo, muerte y resurrección;
en nosotros, participar de su cruz, para participar de su santa vida nueva.
Pues bien, la Revelación suele tratar conjuntamente de los tres enemigos,
aunque también habla de ellos por separado. Cristo, por ejemplo, en la
parábola del sembrador, señala al mismo tiempo los enemigos de la Palabra
vivificante: son el Maligno, que arrebata la semilla; la carne, es decir, la
flaqueza del hombre pecador; y el mundo que, con sus fascinaciones y
solicitudes, sofoca lo sembrado en el corazón humano (Mt 18, 23).
El mismo planteamiento en San Pablo: "Vosotros estabais muertos por vuestro
delitos y pecados, siguiendo el espíritu de este mundo, bajo el príncipe que
mando en esta zona inferior, el espíritu que actúa ahora en los rebeldes
contra Dios. Y también nosotros procedíamos antes así, siguiendo
inclinaciones de la carne, cumpliendo sus tendencias y sus malos deseos. Y
así estábamos destinados a la reprobación, como los demás" (Ef 2, 1- 3). La
idea es clara: vivir abandonado a los deseos del propio corazón (carne),
seguir las pautas mentales y conductuales del siglo (mundo), y estar más o
menos sujeto al influjo del Príncipe de este mundo (demonio), todo es lo
mismo.
1. La carne
La carne, el hombre carnal, es el hombre, en alma y cuerpo, tal como viene
de Adán: limitado, como criatura, e inclinado al mal y débil para el bien,
como pecador.
La gracia de Cristo, por la comunicación del Espíritu Santo, ha de hacer que
los hombres carnales, "los que no tienen Espíritu", vengan a ser hombres
espirituales; que los hombres viejos se hagan nuevos; que los terrenos
vengan a ser de verdad celestiales; que los meramente exteriores, se hagan
interiores y, en fin, que los hombres adámicos, pecadores, pecadores desde
Adán, vengan a ser cristianos, animados por el espíritu de Cristo.
Pero el hombre carnal se aferra a sus propios modos de sentir, de pensar, de
querer, de vivir, resistiéndose así al Espíritu Santo, que quiere
purificarle y renovarle todos esos modos en la fe, esperanza y caridad. Ya
se ve, pues, que sin la mortificación de la carne, es imposible la
renovación en el Espíritu.
2. Del demonio
El demonio, o mejor, los demonios, son los ángeles caídos, que combaten en
los hombres contra la obre del Salvador. Por eso, cuando en el Padrenuestro
pedimos la liberación del mal, somos conscientes de que "el mal no es una
abstracción, sino que designa a una persona, Satanás, el Maligno, el ángel
que se opone a Dios", y a su obra de gracia entre los hombres. (CEC 2851)
3. El mundo
Veamos, por fin, el significado de la categoría bíblica y tradicional de
mundo. En el lenguaje cristiano, derivado de la Biblia, la palabra mundo
(kosmos, mundus), tiene varias acepciones fundamentales. Las dos principales
son la de mundo-cosmos, la creación, la obra buena de Dios, el conjunto de
las criaturas, y el mundo-pecador, que es ese mismo mundo en cuanto
infectado por los errores y los pecados de los hombres. Otras variantes,
sobre esas dos acepciones básicas, irán apareciendo en el texto.
El Catecismo de la Iglesia católica describe ampliamente los dos conceptos:
-Mundo-cosmos: es la creación divina, llena de bondad y hermosura, una
revelación magnifica para llegar ala conocimiento de Dios.
-Mundo-pecador: "las dos consecuencias del pecados original y de todos los
pecadores personales de los hombres confieren al mundo en su conjunto una
condición pecadora, que puede ser designada con la expresión de San Juan "el
pecado del mundo" (Jn 1, 29). Mediante esta expresión significa también la
influencia negativa que ejercen sobre las personas las situaciones
comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los pecados de los
hombres. En efecto, "desde el primer pecado, una verdadera invasión de
pecado inunda al mundo; el fratricidio universal cometido por Caín en Abel;
la corrupción universal, a raíz del pecado; en la historia de Israel... ;
incluso tras la Redención de Cristo, entre los cristianos, el pecado se
manifiesta de múltiples
maneras".
Por eso, lo que la Palabra divina afirma del "hombre", eso exactamente es lo
que dice del "mundo": que no tiene remedio sin la gracia de Cristo, que no
hay para él salvación sino en el nombre de Jesús (Hch 4, 12); que "como
todos nos hallamos bajo el pecado" (Rm 3, 9) - "todos se extravían
igualmente obstinados, no hay uno que obre
bien , ni uno solo" (Sal 13, 3)-, por eso "el mundo entero está en poder del
Maligno" (lJn 5, 19; +Ap 13, 1-8). Eso es lo que, con toda verdad y con todo
amor, dice Dios a los hombres, al mismo tiempo que les ofrece un Salvador.
b. Tres combatientes aliados
Ya hemos visto que demonio, mundo y carne luchan unidos contra el Espíritu.
Cada uno lo hace a su modo, y no se puede vencer a uno sin vencer a los
otros dos.
-la carne y el mundo vienen a ser casi lo mismo; es, en uno y otro caso, el
hombre, herido por le pecado, considerado personalmente (carne) o
colectivamente (mundo). Y actúan, por supuesto, en complicidad permanente.
De hecho, en cuanto la persona se despierta espiritualmente y comienza a
tender hacia la perfección, experimenta al mismo tiempo el peso de la carne
la resistencia del mundo. Antes, cuando no buscaba la perfección evangélica,
carne y mundo le eran tan connaturales que apenas sentía su carga y atadura.
Pero hora advierte, como dice el Vaticano II, que no se puede ir adelante y
hacia arriba sin llevar el peso de la cruz que la carne y el mundo echan
sobre los hombros de los que buscan la paz y la justicia (GS 38a).
-mundo y demonio, por su parte, actúan también íntimamente unidos. Ya se nos
ha recordado que el demonio es llamado en la Escritura el príncipe de los de
este mundo (Jn 12, 31), más aún, el dios de este mundo (2Co 4, 4).
Dice san Juan de la Cruz, escribiendo a un religioso, que el alma que quiere
llegar en breve a la unidad con Dios, y librarse de todos los impedimentos
de toda la criatura de este mundo, y defenderse de las astucias y engaños
del demonio y libertarse de sí mismo, tiene que vencer a los tres enemigos
juntamente. El mundo es el enemigo menos dificultoso [sobre todo para un
religioso, que ha renunciado a él efectivamente]. El demonio es más oscuro
de entender; pero la carne es más tenaz que todos, y duran sus
acometimientos mientras dura el hombre viejo. Para vencer a uno de estos
enemigos es menester vencerlos a todos los tres; u enflaquecido uno, se
enflaquecen los otros dos, u vencidos todos los tres, no le queda al alma
más guerra, y todas sus fuerzas quedan así libres para amar a Dios y al
prójimo.
Aunque sea obvio, ya que estamos en ello, convendrá recordar que la lucha
espiritual cristiana queda paralizada cuando apenas se cree en la existencia
real de sus enemigos. ¿Qué combate espiritual puede mantener aquel cristiano
que no cree en el demonio, ni en la pecadora condición carnal del hombre, y
que tampoco ve el mundo como una estructura de pecado, que del pecado
procede y al pecado inclina?...Es un cristiano destinado a ser vencido por
el demonio, la carne y el mundo.
c. El mundo malo
"Sabed que el mundo me ha odiado" (Jn 15, 18), dice Cristo, y añade, y me ha
odiado "sin motivo" (15, 25). El mundo no siempre odia las consecuencias
éticas y sociales del cristianismo, y en ocasiones, reconociéndolo o no, las
aprecia. El mundo odia precisamente a Cristo, la autoridad absoluta, del
Señor, la gracia de Cristo, la salvación del hombre como don de Dios. O lo
que viene a ser lo mismo, el mundo odia a Cristo porque "siendo hombre se
hace Dios" (Jn 10, 33). Eso es lo que aborrece en Cristo.
En efecto, el mundo se muestra como enemigo implacable del Salvador, y a los
tres años de su vida publica, no lo asimila en forma alguna, y termina por
vomitarlo en la Cruz con repugnancia. En realidad el mundo odia a Cristo y a
su Palabra porque el Salvador "da testimonio contra él, de que sus obras son
malas" (Jn 7, 7). Le odia porque no se sujeta, sino que escapa a su dominio:
"Yo no soy del mundo" (Jn 17, 9). Y por esas mismas razones odia también a
los cristianos: "Por esto el mudo os aborrece" (15, 18-20)
Según eso los cristianos habremos de aceptar siempre la persecución del
mundo sin desconcierto alguno; más bien como un signo inequívoco de que
Cristo permanece en nosotros, y como algo ya anunciado por él, es decir,
como algo inherente a nuestra condición de discípulos suyos. Más aún,
habremos de recibir la persecución del mundo como la más alta de las
bienaventuranzas. Y si el mundo se nos muestra favorable, habremos de
considerar el dato con una gran sospecha: o es falsa esa benevolencia o es
que nos hemos hecho cómplices del mundo, traicionando el Evangelio.
Por lo demás, Cristo y los cristianos sabemos bien que, tras el odio del
mundo, está el demonio, el Príncipe de este mundo, vencido por el Salvador
(Jn 12, 31), el Padre de la mentira, el Poder de las tinieblas,
desenmascarado y espantado por aquel
que es "la luz del mundo" (Jn 1, 9; 9, 5).
El ultimo Evangelio enfrenta continuamente a Cristo con "Satanás", "el
Diablo", "el Maligno", al que San Juan da también un cuarto nombre, "el
Príncipe de este mundo": por el que quiere expresar que "el mundo entero
está puesto bajo el poder del Maligno". (Jn 5, 19)
d. Ser de Cristo o ser del mundo
El Evangelio y los escritos apostólicos dejan muy claro que es necesario al
hombre decidir: de Cristo o del mundo. La adhesión simultánea a Cristo y al
mundo secular es imposible. El planteamiento clásico del Bautismo es ése,
precisamente: por el sacramento se produce al mismo tiempo una sintaxis de
unión con Cristo y una apotaxis o ruptura respecto al mundo y al Demonio.
El Evangelio de San Juan lo afirma con especial fuerza. "El Salvador del
mundo" (Jn 4, 42) se refiere a los cristianos como "los hombres que tú Padre
me has dado, tomándolos del mundo" (Jn 17, 6). Por tanto, los cristianos "no
son del mundo, como Yo no soy del mundo" (Jn 17, 14. 16). El mundo amaría a
los cristianos si los considerase suyos; pero como ve que Cristo les ha
sacado del mundo, por eso los odia, como le odia a Él (15, 19). No los ha
retirado físicamente del mundo (17, 15), pero los ha sacado de él
espiritualmente, de modo que han "vencido al mundo" (Un 4, 4; 5, 4). Haya,
pues, paz y gran confianza: "Mayor es el que está en vosotros que quien está
en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan el lenguaje del mundo los
escuchan, Nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha. Por aquí
conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error" (Un 4, 4-6)
Estos, los que son de Cristo, anteriormente vivieron esclavizados del mundo,
siguiendo el proceder del mundo, cegados por el dios de este mundo, seductor
del mundo entero, que domina este mundo tenebroso. Pero ahora, liberados de
la impureza del mundo, se conservan incontaminados del mundo, y quieren ser
amigos y admiradores de Dios.
e. Dejar el mundo para ser perfecto
El mundo es el enemigo menos dificultoso, se entiende, si de verdad se
renuncia a él. En efecto, la renuncia la mundo ha de ser realizada por todos
los cristianos ya desde el bautismo- la antigua ruptura bautismal, apotaxis,
respecto al siglo-, y de un modo especial por los religiosos, mediante su
profesión de los consejos evangélicos.
Pero si no es real esa ruptura, el mundo entonces dificulta enormemente la
obra del Salvador, pues con lazos invisibles pero eficacísimos, continúa
sujetando a la persona a ciertos modos de pensar, de sentir y de actuar, que
hacen imposible la renovación en el Espíritu Santo.
Por eso, cuando Cristo llama a la perfección evangélica, el primer consejo
que da, el más elemental y primario, es éste: "si quieres ser perfecto,
déjalo todo, y sígueme" (Mt 19, 21). En estas palabras el Maestro enseña
-así lo ha enseñado siempre la Tradición cristiana- que, vencido el mundo,
por la renuncia a él, se debilita mucho la guerra de la carne y del demonio;
y que así queda grandemente facilitado el seguimiento de Cristo, en el que
consiste realmente la perfección cristiana, es decir, la santidad.
Así pues, la vida según los consejos evangélicos -obediencia, pobreza u
celibato- libera del mundo en gran medida, y aunque en ella permanecen
activos todavía la carne y el demonio- como enemigos, como tentación-, su
fuerza queda debilitada por la renuncia al mundo. Por eso la Iglesia los
clásicos "caminos de perfección" se caracterizan por la renuncia mayor o
menor al mundo. Este punto es importante y hemos de estudiarlo con atención,
considerando sus consecuencias en las diferentes vocaciones cristianas.
Estudiaremos también cómo el mundo puede ser dejado de hecho o solamente en
el afecto.
f. La santidad en el mundo
Cristo ha vencido al mundo (Jn 16, 33). Y ha dado a los cristianos poder
espiritual para que ellos también puedan vencer al mundo por la fe (lJn 5,
4). Todos los cristianos, pues, sea cual fuere se vocación u estado, ya
desde el bautismo, han sido "arrancados de este perverso mundo presente"
(Gál 1, 4), es decir, han sido hechos participantes de la naturaleza divina,
huyendo de la corrupción que por la concupiscencia existe en el mundo.
Todos, por tanto, pueden afirmar con alegría: "nosotros no hemos recibido el
espíritu del mundo, sino el espíritu que viene de Dios" (1Co 2, 12).
En efecto, liberado por Cristo juntamente de los tres enemigos, bajo cuyo
influjo vivía, ahora el cristiano queda libre del mundo pecador, y le ama
con toda sinceridad. Por eso entra en él como luz, como sal u como fermento,
intentando salvarlo con la gracia de Cristo. Pero en modo alguno se hace
cómplice del mundo, por oportunismo ventajista o, peor aún, por una secreta
fascinación admirativa, pues, en tal caso, "no tiene en sí el amor del
Padre" (Jn 2, 15-16); más aún, se hace enemigo de Dios.
Liberados, pues, gracias a Cristo, del espíritu del mundo, y profundamente
renovados por su Espíritu, pueden los cristianos alcanzar en el mundo la
perfecta santidad. En Cristo pueden los fieles, ciertamente, conservarse sin
mancha en este mundo; pueden disfrutar del mundo como si no disfrutasen;
pueden, en fin, probarlo todo, quedarse con lo bueno, y abstenerse hasta de
la apariencia del mal.
Por eso, los que tienen, para tener como si no tuvieran, han de imitar la
vida de los que no tienen. En efecto, la santidad es algo fundamentalmente
interior, que no va necesariamente vinculada a determinados estados de vida.
Y si en el Espíritu de Cristo es posible el milagro del tener con si no se
tuviera.
En realidad los laicos cristianos que pretenden sinceramente la santidad en
el mundo han de vivir un éxodo heroico que, si dejar el mundo, ha a
permitirles salir de Egipto, adentrarse en el Desierto, llegar a la Tierra
Prometida. El mismo Cristo que vence al mundo en los religiosos,
asistiéndoles con su gracia par que no lo tengan, es el que con su gracia va
a asistir a los laicos para que lo tengan con si no lo tuviesen. Y no es
fácil decir cuál de las dos maravillas de gracia es más admirable.
g. Con amor
Nuestro Señor Jesucristo entra en el mundo-creación impulsado por el amor
divino trinitario, para coronar con su Encarnación la obra grandiosa de la
creación, juntando íntimamente en sí mismo al Creador y a las criaturas. Por
él, por el Hijo, "se hizo el mundo, y siendo él el esplendor de la gloria de
Dios y la imagen de su substancia, sustenta con su poderosa palabra todas
las cosas". Nadie, pues, como Cristo ha gozado tanto con la hermosura del
mundo; nadie como él ha contemplado a Dios en le mundo creado, y ha
entendido de forma comparable que en él vivimos y nos movemos y existimos.
Y en cuanto al mundo-pecador, Jesús es el Salvador misericordioso, el que no
viene a condenar sino a salvar (Jn 3, 17); el que intenta hacerse, con gran
escándalo de los justos, amigo de los pecadores, comiendo y tratando con
ellos; él es el que ama y salva a la mujer adultera, cuando todos pretendían
apedrearla (Jn 8, 2-11). Ninguno de los hombres ha tenido la benignidad de
Jesús hacia los pecadores. Nadie ha tenido la facilidad de Cristo para
captar lo que hay de bueno en los hombres.
Testimonio o experiencia personal
Según todo lo expuesto, me preguntaba si es que toda esta "teoría", de
contenido teológico, con normas morales y si se quiere espirituales, no
sería en la realidad una mera utopía. Pero cómo testimoniar que todo esto se
puede dar en la vida real. Hacía memoria y llegaba las veces en Dios me ha
permitido encontrarme con cristianos de verdad y no sólo de nombre. Tal es
el caso de un matrimonio que vive en el lugar donde provengo. Juan y Liliana
son un matrimonio que llevan cerca de treinta años de casados. Yo los
conozco desde que entré el seminario, y su testimonio me ayudado a mirar la
vida desde otra dimensión, desde la fe. Juan trabaja para una empresa
petrolera y Liliana es directora en un colegio. Juan tenía un puesto muy
importante en dicha empresa. No recuerdo exactamente qué puesto tenía, pero
sé que tenía a cargo un área referente a la parte administrativa. Bueno pero
el caso es que un día, el ministro de economía por intermedio de otros
miembros de la empresa, propusieron a Juan, adulterar unos documentos para
realizar un fraude, prometiéndole a cambio dar una gran suma de dinero. Sin
embargo, para Juan esto era contrario a lo que él estaba recibiendo de la
Iglesia, por esta razón, luego de un gran periodo de combate, cuenta que
rechazó esta propuesta, lo cual le valió el despido de su trabajo, y con
ello también, se vino abajo su status económico y social. No obstante, dice
que aunque lo perdió todo materialmente hablando, no perdió lo más
importante, la alegría que había encontrado en la Iglesia, en su encuentro
con Jesucristo. En la actualidad es jefe de almacén en la misma compañía, y
siempre que lo veo puedo dar testimonio que sólo los cristianos son felices.
Puedo afirmar que este hombre, tiene su vida en el cielo, que vive de cara a
Dios y no al mundo. Es un hombre de Dios que ha renunciado completamente al
mundo y a sus engaños, que ha descubierto la verdadera felicidad. Por eso,
puedo concluir que vivir de espaldas al mundo no es una utopía sino que es
posible con la ayuda de la gracia Dios.
IV) RESUMEN DE LAS IDEAS CENTRALES
De manera sintética vemos que el sentido del tema resalta fundamentalmente
la pertenencia a Cristo. Esta pertenencia a de ser evidente en los
diferentes ambientes donde el cristiano desarrolla su vida. Además, se
expresa una renuncia al mundo, es decir, a todo aquello que contamina
nuestra alma y nuestro cuerpo y nos impide pensar en la vida divina. Por
eso, se nos advierte de la existencia de tres enemigos del Reino: la carne,
el demonio y el mundo. Pero se nos muestra claramente que estamos llamados a
la santidad, que quiere decir adherirse fuertemente a Cristo.
Por consiguiente, como es evidente, todo lo que el mundo nos presenta es
efímero y por tanto nuestro bienestar buscado allí también será efímero. Sin
embargo, es posible sólo con la gracia de Dios ser felices, y más aún, es
posible gozar de la felicidad en este mundo sin ser del mundo. Y en
definitiva, es muy importante ubicarnos: o ser de Cristo o ser del mundo,
pero no de los dos a la vez, por ello, es necesario dejar a uno y seguir al
otro, pero según lo expuesto, es imposible querer ser perfecto sin querer
dejar el mundo sino que para ser perfecto es necesario dejar el mundo.
V) FINAL
Captatio benevolentiae
Ante el mal del mundo, ante la terrible desorientación del hombre que no se
entera aún de la gran obra de salvación hecha por Jesucristo, es decir,
frente al mundo pecador no basta denunciarlo con cualquier genero de
denuncia, sino que es necesario denunciarlo señalando su causa. Si no, no se
haces nada. Vemos en primer lugar la tolerancia del mundo a denunciar sus
males; lo que no permite es que se señale la causa principal de ellos.
Es preciso, pues, que los cristianos no solamente afirmen la monstruosidad
del mundo secularizado, sino también que atribuyan la causa de esa
monstruosidad a que deliberadamente está construido sin Dios. El hombre vive
prácticamente con la cabeza hacia abajo, es decir con una mentalidad muy
humana sin transcendencia. Es preciso allí decirles que sus males vienen
precisamente de andar cabeza abajo y los pies arriba. No basta con hacer
notar que los frutos del mundo moderno están dañados; hay que atreverse a
afirmar que el árbol esta gravemente enfermo. El Maestro nos ha enseñado a
juzgar a un árbol por sus frutos. Y por tanto, el hombre no podrá con sólo
sus fuerzas discernir y elegir el verdadero árbol ya que sus todas sus
facultades están debilitadas por el pecado original, por eso, le será
indispensable la ayuda de la gracia de Dios.
Exordium:
En necesario hermanos tener muy claro que el mundo es pecador, e inclina a
pecar, y es preciso salir de él, al menos espiritualmente. Sin salir de
Egipto, y sin atravesar el desierto, es imposible llegar a la Tierra
Prometida. La Iglesia es el ámbito precioso de verdad y salvación, que se
contrapone a un mundo oscuro, perdido en el error y orientado a la muerte
temporal y eterna.
Sólo siguiendo lo los consejos evangélicos, al menos como orientación, será
posible lograr abrir la puerta de acceso al camino de perfección. O dicho de
otro modo: en la Iglesia, para toda clase de fieles, están trazados y son
conocidos los caminos que llevan realmente a perfección evangélica.
En fin, a Cristo resucitado y vencedor, que es el principio y el fin, que es
el que vino, viene y vendrá, que "que nos ama", le ha sido dado todo poder
en el cielo y en la tierra, y todo está sujeto al imperio irresistible de su
cetro de hierro. No se escandalicen, pues, los fieles, arrinconados y
humillados por el mundo, no pierdan el ánimo ante las persecuciones de la
pobre Bestia miserable. Por el contrario, resistiéndose a la seducción de
los Poderes y prestigios mundanos, logren vencer al mundo por la fe y la
paciencia, guardando siempre la Palabra divina y el testimonio de Jesús.
Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis
tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo. (Jn 16, 33)
VD CITA RESUMEN
"El Señor Jesucristo se entregó por nuestros pecados para liberarnos de este
perverso mundo presente, según la voluntad de Dios, nuestro Padre, a quien
sea la
gloria por los siglos de los siglos. Amén."
(Gál 1, 3 - 5)