¿POR QUÉ ES IMPORTANTE LA ORACIÓN POR LA SANTIFICACIÓN DE LOS SACERDOTES? (Jn 17, 17-21)
Christiam Alexi Calderón Querevalú
2º de Teología - 2009
"Santifícalos en la verdad: Tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado
al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí
mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad. No ruego sólo
por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán
en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos
también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn
17,17-21).
Recordar la prioridad de la oración con respecto a la acción, en cuanto de
ella depende la eficacia del obrar. De la relación personal de cada uno con
el Señor Jesús depende en gran medida la misión de la Iglesia. Por tanto, la
misión debe alimentarse con la oración" Ha llegado el momento de reafirmar
la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo" (Benedicto
XVI, Deus caritas, 37)
No nos cansemos de acudir a su Misericordia, de dejarle mirar y curar las
llagas dolorosas de nuestro pecado para asombramos ante el milagro renovado
de nuestra humanidad redimida.
Los sacerdotes son los expertos de la misericordia de Dios en nosotros y,
sólo así, sus instrumentos al abrazar, de modo siempre nuevo, la humanidad
herida.
Los sacerdotes son, por último, presbíteros por el sacramento del Orden, el
acto más elevado de la Misericordia de Dios y a la vez de su predilección.
El sacerdocio es la vocación, el camino, el modo a través del cual Cristo
nos salva, con el que nos ha llamado ahora, a vivir con él. La única medida
adecuada, ante nuestra santa vocación, es la radicalidad y de plena
configuración Cristo.
V. La identidad sacerdotal, tiene una raíz ciertamente divina. En este, con
la lógica opuesta a la del mundo, precisamente las condiciones peculiares
del ministerio nos deben impulsar a "elevar el tono" de nuestra vida
espiritual, testimoniado con mayor convicción y eficacia nuestra pertenencia
exclusiva al Señor.
El lugar de la totalidad por excelencia es la Eucaristía pues "en la
Eucaristía Jesús no da "algo", sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y derrama
su sangre. Entrega a sí toda su vida, manifestando la fuente originaria de
este amor divino"
Nuestra identidad sacerdotal está edificada y se renueva día a día en la
"conversación" con nuestro Señor. La relación con él siempre alimentada con
la oración continua, tiene como consecuencia inmediata la necesidad de hacer
partícipes de ella a quienes nos rodean. En efecto la santidad que pedimos a
diario no se puede concebir según una estéril y abstracta acepción
individualista, sino que, necesariamente, es la santidad de Cristo, la cual
es contagiosa para todos: "Estar en comunión con Jesucristo nos hace
participar en su ser "para todos", hace que este sea nuestro modo de ser"
(Benedicto XVI, Spe salvi, 28)
Este "ser para todos" de Cristo se realiza en los que son revestidos por la
naturaleza misma del sacerdocio.
El pueblo que les ha sido encomendado para que los eduquen, santifiquen y
gobiernen, es el rostro de Cristo que contemplamos diariamente, como para el
esposo es el rostro de su amada, como para Cristo es la Iglesia, su esposa.
El pueblo que se les ha sido encomendado es el camino imprescindible para
nuestra santidad, es decir, el camino en el que Cristo manifiesta la gloria
del Padre a través de los sacerdotes. El fundamento imprescindible de toda
la vida sacerdotal sigue siendo la santa Madre de Dios. La relación con
ella, alimentándose con un continuo abandono de toda su vida, de todo su
ministerio, en los lazos de la siempre Virgen. También a los sacerdotes
María santísima los lleva de nuevo de nuevo, como hizo san Juan bajo la cruz
de su Hijo y Señor nuestro, a contemplar con ella el Amor infinito de Dios.
El Papa san Pío X afirmó "Toda vocación sacerdotal viene del corazón de
Dios, pero para el corazón de una madre". Eso es verdad con respecto a la
evidente maternidad biológica, pero también con respecto al "alumbramiento"
de toda fidelidad a la vocación de Cristo. No podemos prescindir de una
maternidad espiritual para nuestra vida sacerdotal: encomendémonos con
confianza a la oración de toda la santa madre Iglesia, a la maternidad del
pueblo, del que somos pastores, pero al que está encomendada también nuestra
custodia y santidad; pidamos este apoyo fundamental.
Se plantea, la urgencia de "un movimiento de oración", que ponga en el
centro la adoración eucarística continuada, durante las veinticuatro horas,
de modo tal que, de cada rincón de la tierra, se eleve a Dios incesantemente
una oración de adoración, agradecimiento, alabanza, petición y reparación,
con el objetivo principal de suscitar un número suficiente de santas
vocaciones al estado sacerdotal y, al mismo tiempo, acompañar
espiritualmente-al nivel de cuerpo místico-con una especie de maternidad
espiritual, a quienes ya han sido llamados al sacerdocio ministerial y están
antológicamente conformados con el único sumo y eterno sacerdote, para que
le sirvan cada vez mejor a él y a los hermanos, como los que, a la vez,
están "en" la Iglesia pero también, "ante" la Iglesia.
Esta maternidad, en la que se encama el rostro amoroso de María, es preciso
pedirla en la oración, pues sólo Dios puede suscitarla y sostenerla. No
faltan ejemplos admirables en este sentido. Basta pensar en las lágrimas de
santa Mónica por su hijo Agustín, por el cual lloró "más de lo que lloran
las madres por la muerte física de sus hijos". Otro ejemplo fascinante es el
de Eliza Vaughan, la cual dio a luz y encomendó al Señor trece hijos; seis
de sus ocho hijos varones se hicieron sacerdotes; y cuatro de sus cinco
hijas fueron religiosas.
Santa Teresa del Niño Jesús, consiente de la necesidad de la oración por
todos los sacerdotes, sobre todo por los tibios, escribe en una carta
dirigida a su hermana Celina: "Vivamos por las almas, seamos apóstoles,
salvemos sobre todo a las almas de los sacerdotes (...). Oremos, suframos
por ellos, y, en el último día, Jesús nos lo agradecerá".
Encomendémonos a la intercesión de la Virgen Santísima, Reina de los
Apóstoles, Madre dulcísima. Contemplemos, con ella, a Cristo en la continua
tensión a ser total y radicalmente suyos. Esta es nuestra identidad.
Recordemos las palabras del Santo cura de Ars, patrono de los párrocos "Si
yo tuviera ya un pie en el cielo y me vinieran a decir que volviera a la
tierra para trabajar por la conversión de los pecadores, volvería de buen
grado. Y si para ello fuera necesario que permaneciera en la tierra hasta el
fin del mundo, levantándome siempre a medianoche, y sufriera como sufro, lo
haría de todo corazón."
VII. Cristo no nos salva de nuestra humanidad, sino a través de ella;
no nos salva del mundo, sino que ha venido al mundo para que el mundo se
salve por medio de él. (Jn 3,17).
Los sacerdotes son por último, presbíteros por el sacramento del orden, el
acto más elevado de la Misericordia de Dios y a la vez de su predilección.