¿Quién es el discípulo amado?
FRANKLIN ROGERS CARHUANCOTA CHÁVEZ
Seminario Redemptoris Mater y Juan Pablo II
BIENIO TEOLÓGICO
"EL DISCÍPULO A QUIEN JESÚS AMABA DICE ENTONCES A PEDRO: 'ES EL SEÑOR'...
PEDRO SE VUELVE Y VE, SIGUIÉNDOLES DETRÁS, AL DISCÍPULO A QUIEN JESÚS AMABA,
QUE ADEMÁS DURANTE LA CENA SE HABÍA RECOSTADO EN SU PECHO Y LE HABÍA DICHO:
'SEÑOR, ¿QUIÉN ES EL QUE TE. VA A ENTREGAR?'" (Jn 21, 7a. 20).
En el cuarto evangelio aparece la misteriosa figura de un discípulo anónimo
a quien el evangelio otorga una extraordinaria importancia. Trataremos de
presentar la figura del discípulo amado, que es el testigo en el que se basa
la narración del evangelio, y es a la vez el modelo del discípulo.
Al dibujar la figura del discípulo amado, el evangelista lo ha hecho de
manera que cada uno de nosotros pueda ponerse a sí mismo e identificarse con
él. Es la efigie del discípulo ideal que todos estamos llamados a ser.
Somos llamados a ser discípulos de Jesús, antes que a ser "miembros" de una
organización multinacional llamada Iglesia, o a ser ministros o funcionarios
de una serie de actividades. Discípulo es el que se relaciona con el Maestro
de un modo personal. Permaneciendo a la escucha de la palabra, el discípulo
se deja modelar por su Maestro en la configuración de toda su vida, sus
valores y sus actitudes. Sin duda, el cuarto evangelio insiste en un tipo de
adhesión personal a Jesús, que ninguna pertenencia "sociológica" a la
Iglesia podrá suplir.
El Discípulo amado.
El discípulo amado aparece por primera vez en el evangelio recostado en el
pecho de Jesús en la última cena (13,23). Esta misteriosa figura suele
aparecer casi siempre en relación con Pedro y en contraste con él. Está
libre de todas las deficiencias y miserias que el evangelio achaca a Pedro.
Goza de una mayor intimidad con Jesús, y es el confidente de sus secretos.
No siente vergüenza en identificarse con Jesús incluso en la hora de su
humillación. Permanece fiel al pie de la cruz y recibe a María por madre.
Corre más que Pedro en su camino hacia el sepulcro. Tiene una mayor
penetración para comprender el signo de los lienzos en el sepulcro vacío y
llegar a la fe en la resurrección. Es el primero en reconocer a Jesús a la
orilla del lago.
Algunos han querido ver en este discípulo una figura simbólica, que
representa el modelo del verdadero discípulo. No se trataría de un personaje
histórico, sino de un símbolo o cifra del ideal del discípulo que se sabe
amado. No se puede negar que este personaje tenga una función simbólica en
el evangelio, pero simbolismo y realidad no son dos conceptos opuestos en
este cuarto evangelio: cada personaje tiene su caracterización psicológica
propia.
Al final del evangelio se nos dice que el discípulo amado es el que "da
testimonio de estas cosas y las ha escrito" (21,24). Este dato difícilmente
puede referirse a un personaje simbólico. Los símbolos no escriben libros.
Se había corrido entre los miembros de la comunidad que Jesús le había
prometido al discípulo amado que no moriría nunca, y que sobreviviría hasta
el regreso del Señor. El redactor del epílogo intenta aliviar esta angustia
y remediar el escándalo que se había creado con su muerte. Precisa que
"Jesús no había dicho: 'No morirá', sino 'Si quiero que se quede hasta que
yo venga- (21,23). El malentendido que rodeó la muerte del discípulo amado
es para nosotros prueba suficiente de que no se trata de un simple símbolo.
Su muerte pudo haberse producido hacia el final del siglo I. La gran
longevidad del discípulo amado nos puede hacer pensar que vivió hasta los
noventa años, con lo cual habría sido un joven de unos veinte años durante
la época del ministerio de Jesús.
El cuarto evangelio nunca utiliza el término "apóstol", sino que nos habla
simplemente de "discípulos". El seguidor de Jesús es primera y
primordialmente el que "escucha", el que está en la escuela de Jesús. Un
discípulo es mucho más que un alumno. La categoría que define a los miembros
de la Iglesia joánica es más la de discípulo que la de apóstol. Apóstol es
simplemente una función; discípulo, una manera de existir.
Quizá la actitud más sensata sea el "dejar al discípulo innominado en su
anonimato". Algunos autores, entre ellos el más conocido es Bultmann, van
más lejos y piensan que no estamos ante una persona de carne y hueso, sino
ante una creación de la comunidad joánica buscando justificar sus rasgos
distintivos al interior del cristianismo primitivo. Sin embargo, parece más
lógico decir que, si bien es verdad que su figura ha sido idealizada
(aparece así como ejemplo del auténtico creyente), se trata posiblemente de
un discípulo de Jesús, una persona que oyó y conoció a Jesús, aunque no
fuera uno de los Doce. Incluso no sería descabellado, y puede ser más
probable que la opinión anterior, el pensar que no fue un discípulo del
Jesús histórico. La frase "el discípulo al que Jesús amaba" no necesita
esto, puesto que no expresaba una amistad humana, para la que se requiere la
contemporaneidad cronológica. El discípulo amado es el discípulo "ideal", no
en el sentido de ser una figura ficticia, sino más bien en el sentido de ser
el discípulo que goza de la más perfecta unión con Jesús. Su no
contemporaneidad histórica con Jesús explicaría también el que no aparezca
en ninguna escena del ministerio de Jesús. Donde aparece ejerce un
testimonio teológico que no exige su presencia material
Lo que habría que decir sobre la identidad del discípulo amado es una
pregunta poco importante. Al establecer la identidad del discípulo amado la
Iglesia no se juega nada que sea vital para ella. Quizás el motivo de que se
nos hable del discípulo amado sólo a partir de la última Cena es que sólo
entonces llega la hora de la revelación del amor de Jesús hasta el final. En
este contexto de la revelación del amor hasta el final es donde se nos
empieza a hablar del discípulo amado, que todavía no había recibido este
nombre anteriormente en el evangelio. Saberse amado es el comienzo de una
relación personal. No basta con saber que Dios ama a la humanidad. Esto es
algo demasiado abstracto como para cambiar la propia vida. Como dice San
Bernardo, no estamos "perdidos en Dios" como una gota de agua en un barril
de vino o como el hierro en el fuego, sino que en Dios nos encontramos cada
uno amados personalmente como alguien único y especial. El reconocimiento de
esta singularidad no conduce a un narcisismo de sentirse "pueblo escogido" o
de "hijo mimado o preferido" sino que nos ayuda a descubrir la propia
singularidad de los demás que son también amados por Dios de una forma
singular y única.
Como dice Nouwen, la singularidad mía y la de mis prójimos no tiene que ver
con una idiosincrasia o unas cualidades únicas de las que los otros carecen,
sino que tiene que ver con el hecho de que la eterna belleza y el amor de
Dios se hace visible en la pluralidad de estos seres humanos únicos,
irreemplazables y limitados. Es precisamente en la preciosidad de cada
persona singular donde el amor de Dios se refracta y se convierte en el
fundamento de una comunidad de amor.
Sólo cuando hemos descubierto que somos amados por Dios de un modo único e
irrepetible, podremos descubrir en los demás la misma manifestación nueva y
única del mismo amor y entrar en comunión con ella. Ni San Bernardo ni
Nouwen lo pueden expresar con la misma sencillez y claridad con la que lo
hacen los escritos de la comunidad del discípulo amado. "Nosotros hemos
conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él" (1 Jn 4,16).
Cuando el discípulo amado se refiere a sí mismo como "el discípulo a quien
amaba Jesús no está dando muestras de un narcisismo abominable. No trata de
negar que los otros sean amados también. Está simplemente sacando una
conclusión personal del hecho de que Dios es amor (1 Jn 4,8) e invita a los
demás a que también ellos hagan la misma experiencia.
La primera mención del discípulo amado se hace en el contexto de la Cena
donde se nos dice que estaba reclinado sobre el pecho de Jesús (13,25).
Orígenes fue el primero en ver el paralelismo entre el discípulo reclinado
en el pecho de Jesús y el Verbo eternamente "vuelto hacia el Padre", "en el
seno del Padre" (1,18): "Juan, recostado junto al Verbo, y descansando en su
secreto más profundo, estaba recostado en el seno del Verbo, como el Verbo
mismo está en el seno del Padre". Esta cercanía y esta orientación de toda
una vida hacia un rostro caracterizan al verdadero amigo y confidente. A
ella se atribuye el hecho de que sólo el Amado se entere de un secreto que
permanece ignorado para los otros. En concreto se trataba esa vez del nombre
del traidor, pero puede extenderse a tantas otras cosas como permanecen
secretas para nosotros. Jesús llama a sus discípulos amigos y no siervos por
el hecho de que les ha revelado cuanto ha conocido junto al Padre, porque no
tiene secretos para ellos. Todos somos invitados también a penetrar en esta
intimidad y a convertirnos también así en discípulos amados, conocedores de
sus secretos y testigos de su amor.