LA EUCARISTÍA ABRE EL FUTURO A DIOS
Palabras de Juan Pablo II durante la audiencia general 2004
1. «En la liturgia terrena participamos, pregustándola, en la celeste» (SC
n.8; cfr GS n. 38). Estas palabras tan límpidas y esenciales del Concilio
Vaticano II nos presentan una dimensión fundamental de la Eucaristía: su ser
"futurae gloriae pignus", prenda de la gloria futura, según una bella
expresión de la tradición cristiana (cfr SC n. 47). «Este sacramento
--observa Santo Tomás de Aquino-- no nos introduce enseguida en la gloria
pero nos da la fuerza para llegar a la gloria y por esto se llama
"viático""» (Summa Th. III, 79, 2, ad I). La comunión con Cristo que ahora
vivimos mientras somos peregrinos y viandantes en los caminos de la historia
anticipa el encuentro supremo del día en que «nosotros seremos semejantes a
él, porque lo veremos como él es» (1 Job 3,2). Elías, que está en camino en
el desierto se derrumba sin fuerzas bajo un enebro y es revigorizado por un
pan misterioso hasta alcanzar el encuentro con Dios (cfr 1Re 19,1-8), es un
tradicional símbolo del itinerario de los fieles, que en el pan eucarístico
encuentran la fuerza para caminar hacia la meta luminosa de la ciudad santa.
2. Es este también el sentido profundo del maná dado por Dios en las estepas
del Sinaí, «alimento de los ángeles», capaz de procurar toda delicia y
satisfacer todo gusto, manifestación de la dulzura (de Dios) hacia sus hijos
(cfr Sap 16,20-21). Será Cristo mismo quien ilumine este significado
espiritual de la vivencia del Exodo. Es él quien nos hace gustar en la
Eucaristía el doble sabor del alimento del peregrino y alimento de la
plenitud mesiánica en la eternidad (cfr Is 25,6). Para usar una expresión
dedicada a la liturgia sabática judía, la Eucaristía es un «saboreo de
eternidad en el tiempo» (A. J. Heschel). Como Cristo ha vivido en la carne
permaneciendo en la gloria de Hijo de Dios, así la Eucaristía es presencia
divina y trascendente, comunión con lo eterno, signo de la «compenetración
entre ciudad terrena y ciudad celeste» (GS n.40). La Eucaristía, memorial de
la Pascua de Cristo, es por su naturaleza aportadora de lo eterno y de lo
infinito en la historia humana.
3. Este aspecto que abre la Eucaristía al futuro de Dios, aún dejándola
anclada en la realidad presente, es ilustrado por las palabras que Jesús
pronuncia sobre el cáliz del vino en la última cena (cfr Lc 22,20; 1Cor
11,25). Marcos y Mateo evocan en aquellas mismas palabras la alianza en la
sangre de los sacrificios del Sinaí (cfr Mc 14,24; Mt 26,28; cfr Es 24,8).
Lucas y Pablo, en cambio, revelan el cumplimiento de la "nueva alianza"
anunciada por el profeta Jeremías: «He aqupí que vendrán días --dice el
Señor-- en los que con la Casa de Israel y de Judá yo haré una nueva
alianza, no como la alianza hecha con vuestros padres» (31,31-32). Jesús, en
efecto, declara: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre». «Nuevo» en
el lenguaje bíblico, indica normalmente progreso, perfección definitiva.
Son todavía Lucas y Pablo quienes subrayan que la Eucaristía es anticipación
del horizonte de luz gloriosa propia del reino de Dios. Antes de la Ultima
Cena, Jesús declara: «He deseado ardientemente comer esta Pascua con
vosotros, antes de mi pasión; porque os digo: no la comeré más hasta que se
cumpla en el reino de Dios. Tomando un cáliz, dió gracias y dijo: Tomadlo y
distribuidlo entre vosotros, porque os digo: desde este momento no beberé
más del fruto de la vid hasta que no venga el reino de Dios» (Lc 22,15-18).
También Pablo recuerda explícitamente que la cena eucarística se proyecta
hacia la última venida del Señor: «Cada vez que coméis de este pan y bebéis
de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga» (1Cor 11,26).
4. El cuarto evangelista, Juan, exalta esta tensión de la Eucaristía hacia
la plenitud del reino de Dios en el discurso sobre el «pan de vida», que
Jesús tiene en la sinagoga de Cafarnaum. El símbolo por el tomado como punto
de referencia bíblica es, como ya se sugería, el del maná ofrecido por Dios
a Israel peregrino en el desierto. A propósito de la Eucaristía, Jesús
afirma solemnemente: «Si uno come de este pan vivirá eternamente (...).
Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo lo resucitaré
en el último día (...). Este es el pan bajado del cielo, no como el que
comieron vuestros padres y murieron. Quien come de este pan vivirá para
siempre» (Juan 6,51.54.58). La «vida eterna», en el lenguaje del cuarto
evangelio, es la misma vida divina que traspasa las fronteras del tiempo. La
Eucaristía, siendo comunión con Cristo, es por tanto participación en la
vida de Dios que es eterna y vence a la muerte. Por esto Jesús declara: «La
voluntad de aquél que me ha mandado es que yo no pierda nada de cuanto me ha
dado, sino que lo resucite en el último día. Porque esta es la voluntad de
mi Padre: que cualquiera que vea al Hijo y crea en él tenga la vida eterna y
yo lo resucitaré en el último día» (Juan 6,39-40).
5. A esta luz --como decía sugestivamente un teólogo ruso, Sergej Bulgakov--
«la liturgia es el cielo sobre la tierra». Por esto en la Carta Apostólica
Dies Domini, retomando las palabras de Pablo VI, he exhortado a los
cristianos a no descuidar «este encuentro, este banquete que Cristo nos
prepara en su amor. ¡Que la participación en él sea al mismo tiempo
dignísima y alegre! Es el Cristo, crucificado y glorificado, quien pasa en
medio de sus discípulos, para arrastrarlos juntos en la renovación de su
resurrección. Es el culmen, aqui abajo, de la alianza de amor entre Dios y
su pueblo: signo y fuente de alegría cristiana, etapa de la fiesta eterna»
(Gaudete in Domino, conclusión; Dies Domini 58).