Síntesis de la Eucaristía: 6. Textos eucarísticos primitivos
José María Iraburu
-La Doctrina de los doce apóstoles (Dídaque).
-Orígenes.
Apéndice
Textos eucarísticos primitivos
En el libro de los Hechos, San Lucas atestigua la asidua celebración de la
eucaristía en Jerusalén: los que habían creído, «perseveraban en escuchar la
enseñanza de los apóstoles y en la comunidad de vida, en la fracción del pan
y en las oraciones» (Hch 2,42). El «día primero de la semana» (20,7) era el
día más apropiado para la celebración de la eucaristía.
De las formas en que ésta se celebraba tenemos huellas muy valiosas. Además
de la breve descripción de la eucaristía que nos ofrece San Pablo hacia el
año 55, en 1 Corintios 10,16-17.21; 11,20-34, y a la que ya nos hemos
referido más arriba, tenemos otras relaciones de textos muy antiguos.
La Doctrina de los doce apóstoles (Dídajé) (70?)
La Dídaque o Doctrina de los doce apóstoles, escrita quizá hacia el año 70,
es uno de los más antiguos documentos cristianos extrabíblicos. En ella se
recogen algunas plegarias de carácter plenamente eucarístico, en las que se
describen usos y formas litúrgicas ya vigentes.
«Respecto a la acción de gracias (eucaristía), daréis las gracias de esta
manera.
«Primeramente, sobre el cáliz: Te damos gracias, Padre santo, por la santa
viña de David, tu siervo, la que nos has revelado por Jesús, tu siervo. A ti
sea la gloria por los siglos.
«Luego, sobre el trozo de pan: Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida
y la ciencia que nos revelaste por medio de Jesús, tu siervo. A ti la honra
por los siglos.
«Como este pan partido estaba antes disperso por los montes y, recogido, se
ha hecho uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu
reino. Porque tuya es la gloria y el poder por Jesucristo en los siglos.
«Pero que nadie coma ni beba de vuestra eucaristía sin estar bautizado en el
nombre del Señor, pues de esto dijo el Señor: "No deis lo santo a los
perros" [Mt 7,6].
«Y después de que os hayáis saciado, dad así las gracias:
«Te damos gracias, Padre santo, por tu santo Nombre, que hiciste que
habitara en nuestros corazones; y por el conocimiento y la fe y la
inmortalidad que nos manifestaste por Jesús, tu siervo. A ti la gloria por
los siglos.
«Tú, Señor omnipotente, creaste todas las cosas por tu Nombre, y diste a los
hombres comida y bebida para su disfrute. Mas a nosotros nos hiciste gracia
de comida y bebida espiritual y de vida eterna por tu Siervo. Ante todo, te
damos gracias porque eres poderoso. A ti la gloria por los siglos.
«Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y para
perfeccionarla en tu caridad. Y reúnela de los cuatro vientos, ya
santificada, en tu reino, que le tienes preparado. Porque tuyo es el poder y
la gloria por los siglos.
«Venga la gracia y pase este mundo. Hosanna al Dios de David. El que sea
santo que se acerque. El que no lo sea, que haga penitencia. Marán athá.
Amén.
«A los profetas permitidles que den gracias cuantas quieran (Did. 9-10).
«Reunidos cada día del Señor, partid el pan y dad gracias, después de haber
confesado vuestros pecados, para que vuestro sacrificio sea puro. Todo
aquel, sin embargo, que tenga contienda con su compañero, no se reuna con
vosotros hasta tanto no se hayan reconciliado, a fin de que no se profane
vuestro sacrificio. Pues éste es el sacrificio del que dijo el Señor: "En
todo lugar y en todo tiempo se me ha de ofrecer un sacrificio puro, dice el
Señor, porque soy yo Rey grande, y mi nombre es admirable entre las
naciones" [+Mal 1,11-14]» (Díd. 14).
San Justino (+163)
El filósofo samaritano Justino, convertido al cristianismo, escribe
hacia el 153 su I Apología en defensa de los cristianos, dirigida al
emperador Antonino Pío, al Senado y al pueblo romano. Y en Roma selló su
testimonio con su sangre. En ese texto hallamos una primera descripción de
la misa, muy semejante, al menos en sus líneas fundamentales, a la misa
actual.
«Nosotros, después de haber bautizado al que ha creído y se ha unido a
nosotros [bautismo y comunión eclesial], le llevamos a los llamados
hermanos, allí donde están reunidos, para rezar fervorosamente las oraciones
comunes por nosotros mismos, por el que acaba de ser iluminado y por todos
los otros esparcidos por todo el mundo, suplicando se nos conceda, ya que
hemos conocido la verdad, ser hallados por nuestras obras hombres de buena
conducta, y cumplidores de los mandamientos, de suerte que consigamos la
salvación eterna. Acabadas las preces, nos saludamos mutuamente con el
ósculo de paz. Seguidamente, al que preside entre los hermanos, se le
presenta pan y una copa de agua y de vino. Cuando lo ha recibido, alaba y
glorifica al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu
Santo, y pronuncia una larga acción de gracias, por habernos concedido esos
dones que de Él nos vienen. Y cuando el presidente ha terminado las
oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama, diciendo:
"Amén". "Amén" significa, en hebreo, "Así sea". Y una vez que el presidente
ha dado gracias y todo el pueblo ha aclamado, los que entre nosotros se
llaman diáconos dan a cada uno de los presentes a participar del pan, y del
vino y del agua sobre los que se dijo la acción de gracias, y también lo
llevan a los ausentes (I Apol. 65).
«Este alimento se llama entre nosotros eucaristía; de la que a nadie es
lícito participar, sino al que [1] cree que nuestra doctrina es verdadera, y
que [2] ha sido purificado con el baño que da el perdón de los pecados y la
regeneración, y que [3] vive como Cristo enseñó. Porque estas cosas no las
tomamos como pan común ni bebida ordinaria, sino que así como Jesucristo,
nuestro Salvador, hecho carne por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y
sangre por nuestra salvación; así se nos ha enseñado que, por virtud de la
oración al Verbo que de Dios procede, el alimento sobre el que fue dicha la
acción de gracias -alimento de que, por transformación, se nutren nuestra
sangre y nuestra carne- es la carne y la sangre de aquel mismo Jesús
encarnado. Pues los apóstoles, en los Recuerdos por ellos compuestos
llamados Evangelios, nos transmitieron que así les había sido mandado,
cuando Jesús, habiendo tomado el pan y dado gracias, dijo: «Haced esto en
memoria de mí; éste es mi cuerpo» [Lc 22,19; 1Cor 11,24], y que, habiendo
tomado del mismo modo el cáliz y dado gracias, dijo: «Ésta es mi sangre» [Mt
26,27]; y que sólo a ellos les dio parte» (66).
«Nosotros, por tanto, después de esta primera iniciación, recordamos
constantemente entre nosotros estas cosas, y los que tenemos, socorremos a
todos los abandonados, y nos asistimos siempre unos a otros. Y por todas las
cosas de las cuales nos alimentamos, bendecimos al Creador de todo por medio
de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo. Y el día llamado del sol [el
domingo] se tiene una reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en
las ciudades o en los campos, y se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los
Recuerdos de los apóstoles o las escrituras de los profetas. Luego, cuando
el lector ha acabado, el que preside exhorta e incita de palabra a la
imitación de estos buenos ejemplos. Después nos levantamos todos a una y
elevamos nuestras preces; y, como antes dijimos, cuando hemos terminado de
orar, se presenta pan, vino y agua, y el que preside eleva a Dios, según sus
posibilidades, oraciones y acciones de gracias, y el pueblo aclama diciendo
el "Amén". Seguidamente viene la distribución y participación, que se hace a
cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de gracias, y a los
ausentes se les envía por medio de los diáconos. Los que tienen y quieren,
cada uno según su libre voluntad, dan lo que bien les parece, y lo recogido
se entrega al presidente, y él socorre de ello a los huérfanos y las viudas,
a los que por enfermedad o por cualquier otra causa se hallan abandonados, y
a los encarcelados, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él cuida de
cuantos padecen necesidad. Y celebramos esta reunión general el día del sol,
puesto que es el día primero, en el cual Dios, transformando las tinieblas y
la materia, creó el mundo, y el día también en que Jesucristo, nuestro
Salvador, resucitó de entre los muertos. Pues un día antes del día de
Saturno [sábado] lo crucificaron y un día después del de Saturno, que es el
día del sol, se apareció a los apóstoles y discípulos, y nos enseñó estas
cosas que he propuesto a vuestra consideración» (67).
San Ireneo (130?-200?)
El obispo de Lión, sede primada de las Galias, San Ireneo, mártir,
ve la eucaristía como el sacrificio de Cristo que la Iglesia ofrece siempre
el Padre.
«Cristo tomó el pan, que es algo de la creación, y dio gracias, diciendo:
"Esto es mi cuerpo". Y de la misma manera afirmó que el cáliz, que es de
esta nuestra creación terrena, era su sangre. Y enseñó la nueva oblación del
Nuevo Testamento, la cual, recibiéndola de los apóstoles, la Iglesia ofrece
en todo el mundo a Dios» (Adversus haereses 4,17,5).
Traditio apostolica (215?)
El canon eucarístico más antiguo que se conoce es el que se expone
en la Traditio apostolica, documento escrito probablemente en Roma por San
Hipólito (+235). Esta anáfora, de notable plenitud teológica, muy antigua y
venerable, y que muestra una tradición litúrgica anterior, tuvo gran influjo
en las liturgias de Occidente e incluso de Oriente. En ella está inspirada
actualmente la Plegaria eucarística II. Y también siguen su pauta las otras
plegarias eucarísticas, por ejemplo, en el solemne diálogo inicial del
prefacio.
«Ofrézcanle los diáconos [al ordenado obispo] la oblación, y él, imponiendo
las manos sobre ella con todos los presbíteros, dando gracias, diga: "El
Señor con vosotros" . Y todos digan: "Y con tu espíritu". "Arriba los
corazones". "Los tenemos ya elevados hacia el Señor". "Demos gracias al
Señor". "Esto es digno y justo". Y continúe así:
«Te damos gracias, ¡oh Dios!, por medio de tu amado Hijo, Jesucristo, que
nos enviaste en los últimos tiempos como salvador y redentor nuestro, y como
anunciador de tu voluntad. Él es tu Verbo inseparable, por quien hiciste
todas las cosas y en el que te has complacido. Tú lo enviaste desde el cielo
al seno de una virgen, y habiendo sido concebido, se encarnó y se mostró
como Hijo tuyo, nacido del Espíritu Santo y de la Virgen. Él, cumpliendo tu
voluntad y conquistándote tu pueblo santo, extendió sus manos, padeciendo
para librar del sufrimiento a los que creyeron en ti. El cual, habiéndose
entregado voluntariamente a la pasión para destruir la muerte, romper las
cadenas del demonio, humillar al infierno, iluminar a los justos, cumplirlo
todo y manifestar la resurrección, mostrando el pan y dándote gracias, dijo:
"Tomad, comed. Éste es mi cuerpo, que por vosotros será destrozado". Del
mismo modo, tomó el cáliz, diciendo: "Ésta es mi sangre, que por vosotros es
derramada. Cuando hacéis esto, hacedlo en memoria mía".
«Recordando, pues, su muerte y su resurrección, te ofrecemos este pan y este
cáliz, dándote gracias porque nos tuviste por dignos de estar en tu
presencia y de servirte como sacerdotes.
«Y te pedimos que envíes tu Espíritu Santo sobre la oblación de la santa
Iglesia. Reuniéndolos en uno, da a todos los santos que la reciben que sean
llenos del Espíritu Santo, para confirmación de la fe en la verdad, a fin de
que te alabemos y glorifiquemos por tu Hijo Jesucristo, que tiene tu gloria
y tu honor con el Espíritu Santo en la santa Iglesia, ahora y por los siglos
de los siglos. Amén» (4).
-La comunión primera de los neófitos. «Todas estas cosas el obispo las
explicará a los que reciben [por primera vez] la comunión. Cuando parte el
pan, al presentar cada trozo, dirá: "El pan del cielo en Cristo Jesús". Y el
que lo recibe responderá: "Amén". Si no hay presbíteros suficientes para
ofrecer los cálices, intervengan los diáconos, atentos a observar
perfectamente el orden; el primero sostenga el caliz del agua; el segundo,
el de la leche, y el tercero, el del vino. Los comulgantes gusten de cada
uno de los cálices (21).
-La comunión ordinaria de los domingos. «Los domingos, si es posible, el
obispo distribuirá de su propia mano [la comunión] a todo el pueblo,
mientras que los diáconos y los presbíteros partirán el pan. Luego el
diácono ofrecerá la eucaristía y la patena al sacerdote; éste las recibirá,
las tomará en sus manos para luego distribuirlas a todo el pueblo. Los demás
días se comulgará siguiendo las instrucciones del obispo» (22).
-La comunión realizada privadamente en casa. «Todos los fieles tengan
cuidado de tomar la eucaristía antes de que coman cualquier otro
alimento...Y cuídese que no la tome un infiel, ni un ratón ni otro animal, y
de que nadie la vuelque ni la derrame, ni la pierda. Siendo el Cuerpo de
Cristo, que será comido por los creyentes, no debe ser menospreciado» (37).
«También el cáliz bendito en el nombre del Señor se recibe como sangre de
Cristo. Por eso nada debe ser derramado... Si tú lo menosprecias, serás tan
responsable de la sangre vertida como aquél que no valora el precio por el
que fue adquirido» (38).
Orígenes (185-253)
Asceta y gran teólogo, lleva Orígenes a su apogeo la escuela de
Alejandría, y sufre diversos tormentos en la persecución de Decio. Este gran
doctor venera de modo semejante la presencia eucarística de Cristo en el Pan
y en la Palabra:
«Conocéis vosotros, los que soléis asistir a los divinos misterios, cómo
cuando recibís el cuerpo del Señor, lo guardáis con toda cautela y
veneración, para que no se caiga ni un poco de él, ni desaparezca algo del
don consgrado. Pues os creéis reos, y rectamente por cierto, si se pierde
algo de él por negligencia. Y si empleáis, y con razón, tanta cautela para
conservar su cuerpo, ¿cómo juzgáis cosa menos impía haber descuidado su
palabra que su cuerpo?» (Sobre Éxodo, hom. 13,3).
San Cipriano (210-258)
El obispo de Cartago, San Cipriano, mártir, halla siempre para la
Iglesia en el sacrificio eucarístico la fuente de toda fortaleza y unidad.
La misa es el sacrificio de la cruz. «Si Cristo Jesús, Señor y Dios nuestro,
es sumo sacerdote de Dios Padre, y el primero que se ofreció en sacrificio
al Padre, y prescribió que se hiciera esto en memoria de sí, no hay duda que
cumple el oficio de Cristo aquel sacerdote que reproduce lo que Cristo hizo,
y entonces ofrece en la Iglesia a Dios Padre el sacrificio verdadero y
pleno, cuando ofrece a tenor de lo que Cristo mismo ofreció» (Carta 63,14).
«Y ya que hacemos mención de su pasión en todos los sacrificios, pues la
pasión del Señor es el sacrificio que ofrecemos, no debemos hacer otra cosa
que lo que Él hizo» (63,17). La eucaristía, pues, consiste en «ofrecer la
oblación y el sacrificio» (12,2; +37,1; 39,3).
La celebración es diaria. «Todos los días celebramos el sacrificio de Dios»
(57,3).
La plegaria eucarística ha de ser sobria. «Cuando nos reunimos con los
hermanos y celebramos los divinos sacrificios con el sacerdote de Dios, no
proferimos nuestras oraciones con descompasadas palabras, ni lanzamos en
torrente de palabrería la petición que debemos confiar a Dios con toda
modestia» (De oratione dominica 4).
La comunión es la mejor preparación para el martirio, y por eso debe
llevarse a los confesores que en la cárcel se disponen a confesar su fe
(Carta 5,2). «Se echa encima una lucha más dura y feroz, a la que se deben
preparar los soldados de Cristo con una fe incorrupta y una virtud acérrima,
considerando que para eso beben todos los días el cáliz de la sangre de
Cristo, para poder derramar a su vez ellos mismos la sangre por Cristo»
(58,1).
Los pecadores públicos no deben ser recibidos en la eucaristía. No han de
ser recibidos a ella los que no están reconciliados y en paz con la Iglesia,
ni han hecho penitencia, ni han recibido la imposición de manos del obispo o
del clero (Carta 15,1; 16,2; 17,2).
Eusebio de Cesarea (265?-340?)
Nacido y educado en Cesarea, de la que fue obispo, Eusebio,
afectado por el arrianismo, es autor de importantes obras doctrinales e
históricas. En el siguiente texto refleja la profunda unidad que la Iglesia
antigua descubre entre la eucaristía litúrgica y el sacrificio espiritual de
toda vida cristiana fiel.
«Nosotros enseñamos que, en vez de los antiguos sacrificios y holocaustos,
fue ofrecida a Dios la venida en carne de Cristo y el cuerpo a Él adaptado.
Y ésta es la buena nueva que se anuncia a su Iglesia, como un gran
misterio... Nosotros hemos recibido ciertamente el mandato de celebrar en la
mesa [eucarística] la memoria de este sacrificio por medio de los símbolos
de su cuerpo y de su salvadora sangre, según la institución del Nuevo
Testamento... Y así todas estas cosas predichas por inspiración divina desde
antiguo, se celebran actualmente en todas las naciones, gracias a las
enseñanzas evangélicas de nuestro Salvador... Sacrificamos, por
consiguiente, al Dios supremo un sacrificio de alabanza; sacrificamos el
sacrificio inspirado por Dios, venerado y sagrado; sacrificamos de un modo
nuevo, según el Nuevo Testamento, "el sacrificio puro", y se ha dicho: "mi
sacrificio es un espíritu quebrantado"; y "un corazón quebrantado y
humillado Tú no los desprecias" [Sal 50,19]... "Suba mi oración como
incienso en tu presencia" [140,2].
«Por consiguiente, no sólo sacrificamos, sino que también quemamos incienso.
Unas veces, celebrando la memoria del gran sacrificio, según los misterios
que nos han sido confiado por Él, y ofreciendo a Dios, por medio de piadosos
himnos y oraciones, la acción de gracias [eucaristía] por nuestra salvación.
Otras veces, sometiéndonos a nosotros mismos por completo a Él, y
consagrándonos en cuerpo y alma a su Sacerdote, el Verbo mismo. Por eso
procuramos conservar para Él el cuerpo puro e inmaculado de toda
deshonestidad, y le entregamos el alma purificada de toda pasión y mancha
proveniente de la maldad, y le honramos piadosamente con pensamientos
sinceros, con sentimientos no fingidos y con la profesión de la verdad. Pues
se nos ha enseñado que estas cosas les son más gratas que multitud de
hostias sacrificadas con sangre, humo y olor a víctima quemada [+Is 1,11]
(Demostración evangélica 1,10).
En cuanto al sacrificio eucarístico, «de la misma manera que nuestro
Salvador y Señor en persona, el primero, después todos los sacerdotes
procedentes de Él, cumpliendo el espiritual ministerio sacerdotal, según los
ritos eclesiásticos, por todas las naciones expresan con pan y vino los
misterios de su cuerpo y de su salvadora sangre. Y estas cosas las vio ya de
antemano Melquisedec, en el divino Espíritu, pues él usó de figuras de las
cosas que habían de suceder, según lo atestigua la Escritura de Moisés,
diciendo: "Y Melquisedec, rey de Salén, presentó panes y vino; y era
sacerdote del Dios Altísimo, y bendijo a Abraham" [Gén 14,18ss]. Con razón,
pues, sólo a Aquél que ha sido manifestado "el Señor le ha jurado y no se
arrepiente: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec" [Sal
109,4]» (ib. 5,3).
San Atanasio (295-373)
Obispo de Alejandría, doctor de la Iglesia, San Atanasio hubo de
sufrir varios exilios y muchas persecuciones, como gran defensor de la fe
católica en Cristo, contra los errores de los arrianos.
«Nosotros no estamos ya en tiempo de sombras, y ahora no inmolamos un
cordero material, sino aquel verdadero Cordero que fue inmolado, nuestro
Señor Jesucristo, el que fue conducido al matadero como una oveja, sin que
dijera palabra ante el matarife [+Is 53,7], purificándonos así con su
preciosa sangre, que habla mucho más que la de Abel [+Heb 12,24] (Carta
1,9).
«Nosotros nos alimentamos con el pan de la vida, y deleitamos siempre
nuestra alma con su preciosa sangre, como si fuera una fuente. Y, sin
embargo, siempre estamos ardiendo de sed. Y Él mismo está presente en los
que tienen sed, y por su benignidad llama a la fiesta a aquellos que tienen
entrañas sedientas: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba" [Jn 7,37]»
(Carta 5,1).