La embriología muestra la humanidad de la vida naciente
La ciencia quiere suscitar dudas sobre la
investigación con células madre
El debate bioético se ha caldeado con la
reciente aprobación en la Cámara de Representantes de Estados Unidos de la
financiación de la investigación de células madre con embriones humanos, y
los anuncios de clonaciones humanas en Corea del Sur e Inglaterra. Los
experimentos de clonación en ambos casos fueron completados con la finalidad
de producir células madre para la investigación médica y para posibles
tratamientos.
Un argumento común utilizado por los
investigadores es que, de todos modos, las células madre utilizadas en su
investigación no son verdaderamente vida humana, sino sólo un cúmulo de
células. Además, muchos de los que apoyan que se permitan estos experimentos
rechazan la oposición como algo anticientífico, y un intento de los
moralistas de imponer sus puntos de vista a la sociedad.
Después de que el presidente de Estados
Unidos amenazara con vetar cualquier financiación adicional a las células
madre aprobada por el Congreso, un editorial del New York Times del 26 de
mayo afirmaba: «Sus acciones están basadas en las profundas creencias
religiosas de parte de algunos conservadores cristianos, y presumiblemente
del presidente mismo. Tales convicciones merecen respeto, pero es erróneo
imponerlas en una nación pluralista».
El mismo día, el columnista del
Washington Post, Richard Cohen, criticaba también la oposición a la
investigación con células madre diciendo: «Les concedo que estamos
emprendiendo un viaje intelectual y ético que asusta, pero lo hacemos para
salvar vidas, para hacerlas soportables, para reparar lo roto y curar al
enfermo. ¿Qué hay de malo en ello?». También condenaba a los que calificó de
«conservadores religiosos» que «han impuesto sus convicciones religiosas al
resto de nosotros».
Bien para todos
Atacar la religión podría ser sólo un
truco retórico utilizado para ignorar voluntariamente la validez de los
argumentos planteados por quienes se oponen a la clonación y a la
investigación con células madre. Pero se levantan cuestiones sobre la base
de la oposición a estas técnicas.
El cardenal Dionigi Tettamanzi,
arzobispo de Milán, Italia, presentaba una respuesta a estas cuestiones en
un artículo publicado en el periódico vaticano LOsservatore Romano, el 25 de
mayo. Titulado, «El Bien de la Vida es un Bien de Todos y para Todos»,
estaba escrito en el contexto del referéndum italiano sobre la ley de
fertilización in vitro que tendrá lugar del 12-13 de junio.
El cardenal comenzaba con algunas reflexiones sobre la legitimidad de defender la vida en sus primeras etapas. Presentaba los siguientes argumentos.
1. La vida humana es siempre un bien. De hecho, es el bien más preciado que existe y es el fundamento de todos los demás bienes que un ser humano puede poseer. Además, la vida de cada persona tiene tan alto valor que no puede compararse con el valor de la vida de otros seres vivos.
El cardenal dejaba claro que hablaba no sólo como creyente en Dios. Apelaba también a la razón humana, en el sentido de que el valor de la vida humana es algo que puede captarse con el uso de la razón y es, por tanto, un principio que puede ser apreciado por todos.
2. Proteger la vida humana es un deber que recae sobre cada uno de nosotros, que se ha de tomar con responsabilidad y decisión. Es, de hecho, un deber cívico dado que la protección de la vida humana es condición irreemplazable para asegurar el bien común de todos.
3. La Iglesia y la comunidad cristiana se une a quienes defienden la vida humana desde el momento de la concepción hasta la muerte. El hecho de que la Iglesia defienda ciertos derechos y deberes no suprime, sin embargo, su legitimidad civil o su autenticidad desde el punto de vista secular.
Debe quedar claro, indicaba el cardenal Tettamanzi, que defender la vida humana es una prerrogativa de todos, no sólo de los cristianos. Además, sería un grave caso de intolerancia ideológica si la actividad civil, legítima en sí misma, se marginara simplemente porque proviene de los cristianos. La democracia misma saldría perdiendo si esto ocurriera.
4. Cuidar la vida humana durante sus inicios es particularmente importante, dada su vulnerabilidad en esta etapa de desarrollo. Descuidar esta protección, sea a nivel individual o social, conlleva el riesgo de crear un daño irremediable, o incluso la destrucción de la vida misma.
En cuanto al debate sobre cómo conciliar
moralidad y derecho, el arzobispo de Milán explicaba que están conectados en
el sentido de que la moralidad puede iluminar nuestra conciencia, mientras
que el derecho codifica cómo deberíamos actuar. Es importante recordar,
añadía, que el estado no crea los derechos humanos y, por lo mismo, no los
puede destruir.
Las normas morales y la ley civil son,
de hecho, distintas unas de otras. Pero la ley civil tiene un papel
importante en la promoción del bien común de todos, incluso si no puede
pretender abolir todas las imperfecciones.
Una cosecha horrenda
¿Si, por tanto, es legítimo para los
cristianos tener voz sobre las leyes que rigen la vida humana, es el caso de
que en las primeras etapas estamos tratando con algo que es humano? Este
punto ha sido debatido en algunos artículos en la edición otoño/invierno de
New Atlantis. La revista está publicada por el Ethics and Public Policy
Center con sede en Washington, D. C.
En su aportación, Robert George y
Patrick Lee contestaban a los argumentos a favor de la investigación con
células madre presentado por dos miembros del Consejo de Bioética del
presidente, Paul McHugh y Michael Sandel. George es profesor de
jurisprudencia en la Universidad de Princeton y miembro del Consejo de
Bioética. Y Lee es profesor de filosofía en la Universidad Franciscana de
Steubenville.
Los dos coincidían en que no habría
objeción alguna a la utilización de células madre de embriones para
investigación o terapia si pudieran obtenerse sin matar o dañar a los
embriones. «El punto de controversia», observaban, «es la ética de destruir
embriones humanos deliberadamente con el propósito de cosechar sus células
madre».
Tanto la embriología humana como la
biología del desarrollo contemporáneas «no dejan un lugar significativo para
la duda» sobre el estatus humano de los embriones en la etapa inicial de sus
vidas, sostienen George y Lee. «Cada uno de nosotros se ha desarrollado por
un proceso gradual, unificado y autodirigido hasta y a través de las etapas
del desarrollo humano, fetal, infantil y adolescente, y hasta la edad
adulta, con su carácter determinado, unidad e identidad completamente
intactas».
Valoramos a los seres humanos
precisamente por la clase de entidades que son, y apuntan «que es por lo que
consideramos que todos los seres humanos son iguales en su dignidad y
derechos humanos básicos». Esta dignidad es intrínseca y no depende de
ninguna característica accidental. Por esta razón no matamos a los niños
retrasados para recoger sus órganos.
Aunque nadie afirma que los embriones
sean seres humanos maduros, del mismo modo es correcto defender que los
embriones humanos son seres humanos, «es decir, aunque inmaduros, miembros
plenos de la especie humana».
La embriología, explican, demuestra lo siguiente:
-- El embrión es humano, puesto que tiene la constitución genética característica de los seres humanos.
-- El embrión es desde sus inicios distinto de cualquier célula de la madre o del padre, y crece en su propia dirección distinta, con su crecimiento internamente dirigido a su propia supervivencia y maduración.
-- El embrión está plenamente programado, y tiene la disposición activa para desarrollarse a sí mismo hasta la siguiente etapa de madurez de un ser humano. Y no ser que lo impida la enfermedad, la violencia, o un medioambiente hostil, el embrión hará eso. Ninguno de los cambios que tienen lugar en el embrión tras la fertilización, mientras sobreviva, generan una nueva dirección de crecimiento.
Hay, naturalmente, una amplia base religiosa y teológica sobre la que oponer al sacrificio de embriones para la investigación. Pero muchas objeciones se basan en la ciencia y en el análisis ético racional y, por tanto, no son ninguna imposición al pluralismo.
WASHINGTON, sábado, 11 junio 2005 (ZENIT.org).-