La Iglesia en la era digital
Monseñor Lucio Adrián Ruiz,
coordinador técnico de la
Red Informática de la Iglesia en América Latina
Artículo escrito en la fiesta de la patrona de América, santa María de Guadalupe, monseñor Lucio Adrián Ruiz de la Congregación para el Clero, coordinador técnico continental de la Red Informática de la Iglesia en América Latina (RIIAL), iniciativa promovida por el Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales en colaboración con el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). El autor es, además, presidente del Centro de formación y desarrollo de software para la Iglesia Nuestra Señora de Guadalupe.
¿Por qué es un cambio de era?
Según el diccionario de la Real Academia, «era» es «el extenso período
histórico caracterizado por una gran innovación en las formas de vida y de
cultura»
Puede entenderse la palabra «era» como aquel momento histórico en que el ser
humano introduce un cambio profundo, permanente y extensivo a su modo de
estar en el mundo y dominarlo. Los grandes cambios se añaden al curso de la
historia al irrumpir una modificación de su curso en forma irreversible, y
empujan a lo que Karl Popper llamaba un «cambio de paradigma». Pensemos lo
que en su momento significó la utilización del fuego, la piedra, los
metales: elementos todos que marcaron hitos irreversibles y que exigieron al
hombre una nueva forma de asumir su vida.
Algunos autores llaman a nuestros días la «era digital», por el surgimiento,
desarrollo y expansión de las tecnologías que utilizan el lenguaje binario
—de dos dígitos— para la transferencia, procesamiento, soporte y
almacenamiento de los contenidos de la comunicación.
Como la revolución del fuego, de la piedra o del metal, estas nuevas
tecnologías se hacen presentes en la vida humana no como un elemento más que
se suma a muchos otros que la historia y el desarrollo van incorporando,
sino de una manera que exige una nueva síntesis y forma de interpretar y
vivir la vida humana.
Hay otra nota que caracteriza a estos elementos que portan cambios de era. Y
es que permanecen en el tiempo con su aporte. La historia y el progreso los
desarrolla, los perfecciona, les pone arte, pero su esencia no sólo
permanece original, sino que no pasa con el tiempo, quedando obsoletos y
fuera de uso: el fuego sigue calentando el agua y cociendo los alimentos,
pero hoy permite también enviar satélites al espacio.
No es trivial, en este contexto, citar la importancia del libro como
realidad que ha marcado profundamente la historia, ha cambiado su curso, se
ha ido perfeccionando cada día más, permanece vigente y, en su esencia, no
puede ser reemplazado —aunque sí completado— en la era sucesiva: la digital.
El libro no admite ser cambiado por un monitor.
Podría ser simplista reducir el impacto de estas tecnologías a la pregunta:
«¿son buenas o malas?». Nos movemos en un contexto cada vez más complejo, y
el profundo carácter de estas realidades las convierte en un desafío porque
quedan bajo el gobierno del hombre y de los innumerables matices con que usa
su propia libertad. Es evidente que todo dependerá del uso que se haga de
ellas.
Y es este contexto el que presenta otro desafío: la dependencia que el
hombre va teniendo de estos instrumentos. Por una parte es normal que un
cambio de esta naturaleza, que realiza una nueva síntesis de la historia y
la vida del hombre, ligue a éste en forma notable. Pero por otra parte, la
grandeza del ser humano puede trascender cualquier dependencia instrumental.
Por eso no debe sorprender que las sociedades de hoy tengan un cierto grado
de dependencia de la energía eléctrica, el teléfono, el agua corriente, la
computadora, porque son elementos con los que desarrolla sus tareas
cotidianas. Lo que no puede admitirse es que los aspectos esenciales de ser
persona humana —el amor, el pensamiento, las relaciones humanas, la relación
con lo trascendente— queden aprisionadas por estas nuevas tecnologías. En
este sentido éstas no dan ni quitan felicidad al hombre, ya que no
pertenecen al núcleo central de su vida, sino que colaboran en su
desarrollo, partiendo de la plataforma personal.
La particularidad de la era digital
Son bien conocidas sus extraordinarias
capacidades para la comunicación; como también la capacidad de combinar los
elementos fílmicos, fotográficos, auditivos, textuales; con esta tecnología
la representación de la realidad puede ser procesada en formas que pueden ir
de lo artístico a lo engañoso.
También, en los instrumentos digitales el ser humano ha desarrollado de una
manera extraordinaria su pensamiento, por tanto encuentra en ellos un
atrayente reflejo de sí mismo, en la faceta de su propia inteligencia. De
entre todos los elementos desarrollados por el hombre, podríamos decir que
son los que están hechos a «su imagen y semejanza», en el sentido de que son
capaces de procesar datos, sólo que lo hacen en grandes cantidades,
relacionando toda la información que les fue suministrada y a velocidades
antes impensables; y, en cierta forma se presenta frente al hombre como «una
ayuda adecuada» en la tarea cotidiana de gobernar y transformar el mundo.
Entre muchas otras cosas esto nos permite comprender en parte la fascinación
por los juegos electrónicos. Podría parecer que en ellos la imaginación ha
perdido terreno, pero sería según el estilo de los juegos tradicionales y
«caseros»; en este nuevo campo la inteligencia especulativa, lógica,
matemática y sobre todo investigativa, adquieren un protagonismo que se abre
a un nuevo tipo de imaginación diverso al anterior, pero no menor.
Pero quizá la más importante consecuencia de la «era digital» es que
articula de una forma nueva diversos inventos que estaban inconexos entre
sí: teléfono, satélites, computadoras, videocámaras, robots, encuentran un
lenguaje común e interactúan de tal modo con el ciudadano de a pie, que
forman un «todo» más complejo, el soporte de la «aldea global».
¿Hacia dónde vamos?
Aquí está el meollo de lo que la mayoría de nosotros se pregunta. Primero,
porque los efectos enriquecedores y empobrecedores de estos procesos es
exponencial. Como se ha dicho hasta el cansancio, quien esté fuera de esta
dinámica, quedará excluido del gran patrimonio de la cultura —y seguramente
de la economía— en el tercer milenio. Segundo, porque el mero avance
tecnológico no sabe a dónde va. Miles de personas investigan para «mejorar»
los programas y las máquinas, pero... ¿qué se entiende por mejorar? ¿Cuál es
su horizonte? Sin una correcta antropología, y sin la luz del Evangelio, el
desarrollo tecnológico desemboca en el absurdo.
Por otra parte se habla ya de una hipertrofia informativa. El ciudadano
medio recibe cantidades inmensas de información que en sí misma no
acrecienta el conocimiento. El bombardeo es tal, que la superposición de
datos se vuelve cada vez menos significativa. Ignacio Ramonet, director de
«Le Monde Diplomatique», la llama la «asfixia comunicacional». La define
como «una sobreabundancia de información que degenera en la supresión de la
libertad»;
De aquí que algunos estudiosos, como Cayetano López, catedrático de la
Universidad Autónoma de Madrid, aseguren que en un previsible futuro de
expansión generalizada de Internet, lo verdaderamente valioso serán los
análisis, las interpretaciones o las puestas en contexto de esa información
(«Boletín del Servicio de Observación sobre Internet» Ne 33).
Doble movimiento
Vivir este momento histórico, del nacimiento de una nueva cultura,
significa/para la Iglesia aceptar el reto de la inculturación, que realiza
en un doble movimiento: asimilar los aspectos positivos de esa cultura
purificando los negativos; y aportar a ella la originalidad de su propia
riqueza humana y espiritual. Dar y recibir en un intercambio que puede ser
muy fecundo, pero sobre todo irrenunciable para quien ha recibido el
mandato: «id y predicad».
Por ello no sólo «no está ausente», no sólo «está presente» —realizando lo
que todos hacen—, sino que «desempeña un papel animador» de vanguardia en
contextos como el de América Latina.
«Inculturarse», «vivir realmente en una cultura» implica este doble
movimiento. Significa tomar los elementos buenos que se reciben, aportar los
propios, realizar una síntesis original, propia, que ayude a crecer y a
desarrollar la misma cultura.
Por tanto, no basta con disponer y usar unos instrumentos, es necesario
conocer sus claves, sintetizarlas con las propias y retroalimentar la
cultura; en esta forma uno es hijo y es padre de la misma.
La Iglesia está entrando en el complejo mundo de Internet de forma decidida
y creciente en diversas lenguas. Se perfila como un «Agente de sentido» que
ofrece marcos de referencia para la comprensión del mundo. Asimismo realiza
una labor de archivo y codificación de la herencia cultural de otras épocas,
en estos nuevos formatos. Tantos religiosos —en particular los
contemplativos— se entregan una tarea similar a la de los monasterios
medievales, reescribiendo documentos centenarios en lenguaje digital. Y ante
uno de los mayores desafíos que enfrenta en este momento, empieza a abrirse
a los nuevos lenguajes que exige la cultura actual, aprendiendo a transmitir
sus contenidos en forma de clips, de imágenes y de música. En este campo
queda un largo camino por recorrer, pero se están dando pasos adelante.
Pistas para la nueva cultura
Estamos inmersos en el desarrollo de esta era y nos es difícil calibrarla
con perspectiva, pero desearíamos para ella todas las virtudes. Tomemos sólo
algunas de las que parecen más urgentes, y que muchos grupos —entre ellos la
Iglesia— trabajan para promover:
— Que se haga a medida de la persona, de toda la persona y de todas las
personas.
— Que salvaguarde y potencie la libertad de los individuos.
— Que, más allá de la mera búsqueda del lucro, se ponga al servicio de la
comunión y el progreso de los pueblos.
— Que favorezca dinámicas de inclusión y no de exclusión, contribuyendo a
recomponer el tejido social.
— Que los nuevos vínculos interpersonales favorecidos por esta tecnología
integren toda la densidad que implica toda relación humana en sí misma.
— Que las innovaciones técnicas se introduzcan respetando el ritmo de
asimilación humana sin angustias.
Todo ello podrá hacerlo quien viva la era digital no como quien usara un
instrumento sin entenderlo y por eso nunca llegara a servirse de él
adecuadamente, sino como quien hace nacer un instrumento —con la realidad
que le está en torno— y por ello puede desarrollar con él aquello que le es
propio.
En este sentido, la «era digital», que es por naturaleza «síntesis y
comunicación», se convierte en instrumento adecuado para crear lazos antes
insospechados entre personas, grupos y entidades; la cultura tiene por
primera vez múltiples creadores, basta sólo con que deseen respetarse
mutuamente. Por ello, esta era digital es una enorme, sorprendente
oportunidad para la comunión.