Nuestra respuesta a la noche colectiva y cultural de hoy (Chiara Lubich)
El texto fue leído por Valeria Ronchetti una
de las primeras colaboradoras de Lubich: Voluntarifest, Budapest, 16 de
septiembre de 2006
Queridos obispos, autoridades religiosas y civiles, queridos amigos:
Saludo uno por uno a todos los presentes en este encuentro, que quiere
recordar el nacimiento, hace 50 años, de los Voluntarios de Dios; personas
que permanecen en el mundo pero no son del mundo, porque su corazón está
unido a Dios.
Y siguiendo sus planes, estos voluntarios y voluntarias están presentes hoy
en los cinco continentes dando testimonio de que él es un Dios-Amor que nos
acompaña a cada uno y es nuestro Padre. Por eso tenemos que vernos,
(tenemos) que amarnos, como hermanos y difundir la fraternidad universal
«para que todos sean uno» (Jn.17,21).
Pero ¿cómo es el mundo en el cual vivimos?
Si consideramos, en efecto, cómo es el mundo hoy, vemos que verdaderamente
se presenta tal como fue descrito por el Papa Benedicto XVI, particularmente
preparado para este análisis, cuando todavía era cardenal.
Él decía: «¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido en estas últimas
décadas (…) del marxismo al liberalismo, hasta el libertinismo; del
colectivismo, al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo
religioso; del agnosticismo al sincretismo y así sucesivamente (…) Mientras
que el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier
viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos
actuales» [1].
Juan Pablo II, por otra parte, no había dudado en establecer un paralelo
entre la noche oscura de Juan de la Cruz y las tinieblas de nuestro tiempo,
que como una especie de noche colectiva descienden cada vez más sobre la
humanidad.
Constataba con preocupación que se habla cada vez menos de los valores
cristianos.
Además, es tal el aumento de los descubrimientos científicos y tecnológicos,
veloz y sin límites, que la ética no logra seguirles el paso, abriéndose así
una grieta entre el buen sentido y el conocimiento, entre el cerebro y el
corazón, como en el caso de la invención de la bomba atómica o de las
manipulaciones genéticas, de modo tal que la humanidad corre el riesgo de
perder el control [2].
Por todo esto resuena dolorosamente real el lamento de la filósofa María
Zambrano: «estamos viviendo una de las noches más oscuras que jamás hayamos
visto» [3].
Así es el mundo que tenemos delante.
Pero el Espíritu, justamente en este tiempo, ha sido generoso, irrumpiendo
en la familia humana con diversos carismas de los cuales han nacido
movimientos, corrientes espirituales, nuevas comunidades, nuevas obras.
Para todos es claro que hacen falta ideas fuertes, un ideal que abra un
camino para dar una repuesta a las numerosas, angustiadas preguntas; que
muestre una luz a la cual seguir, hasta poder decir con el diácono romano
san Lorenzo: «Mi noche no tiene oscuridad, sino que todas las cosas
resplandecen en la luz» [4].
En la Novo Millennio Ineunte Juan Pablo II nos anunció la estrella para este
camino, Jesús crucificado y abandonado. Dice: «No terminaríamos nunca de
indagar el abismo de este misterio (…): ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?’ (Mc 15,34)» [5].
Jesús abandonado es propuesto a toda la Iglesia por Juan Pablo II, pero no
solo por él.
Algunos santos antiguos y algunos teólogos modernos ya lo han ofrecido a la
cristiandad. Y también nuestro Movimiento, para el cual Jesús abandonado es
central.
Esto es, justamente, lo que hoy queremos proponernos: Jesús que exclama en
alta voz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc15,34).
Es su pasión interior, es su noche más oscura, es el vértice de sus dolores.
Es el drama de un Dios que grita: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado? .
Infinito misterio, dolor abismal que Jesús experimentó como hombre, y que
nos da la medida de su amor a los hombres, ya que quiso hacer propia la
separación que los mantenía alejados del Padre y entre sí, colmándola.
El Movimiento posee una riquísima experiencia con la cual demuestra que
todos los dolores de los hombres, sobre todo los espirituales, están
contenidos en este dolor particular de Jesús.
¿Acaso no es semejante a él el angustiado, el solo, el árido, el
desilusionado, el fracasado, el débil…? ¿No es imagen suya toda división
dolorosa entre hermanos, entre Iglesias, entre porciones de humanidad con
ideologías contrastantes? ¿No es imagen de Jesús que pierde –podríamos
decir-la relación con Dios, que se hizo «pecado» por nosotros – como dice
Pablo- el mundo ateizante, laicista, caído en todo tipo de aberraciones?
Amando a Jesús abandonado encontramos el motivo y la fuerza para no escapar
de estos males, de estas divisiones, sino para aceptarlas y eliminarlas en
nosotros, dando así un remedio personal y colectivo.
Si somos capaces de encontrarlo en cada dolor y amarlo, dirigiéndonos al
Padre como Jesús en la cruz: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»
(Lc.23,46), entonces con él la noche será parte del pasado, y la luz nos
iluminará.
* * *
A veces se piensa que el Evangelio no resuelve todos los problemas humanos y
que trae sólo el Reino de Dios entendido en sentido únicamente religioso.
Pero no es así.
Sin duda no es el Jesús histórico o como Cabeza del Cuerpo Místico quien
resuelve todos los problemas. Lo hace Jesús-nosotros, Jesús-yo, Jesús-tú...
Es Jesús en cada hombre, en un determinado ser humano - cuando Su gracia
está en él - que construye un puente, abre un camino.
Jesús es la personalidad verdadera, más profunda, de cada uno.
Cada ser humano (cada cristiano) es más hijo de Dios (otro Jesús) que hijo
de su padre. Es como otro Cristo, miembro de su Cuerpo Místico, con lo cual
cada uno aporta una contribución típicamente suya en todos los campos: en la
ciencia, en el arte, en la política, en las comunicaciones. Y su eficacia
será mayor si trabaja junto a los demás hombres unidos en el nombre de
Cristo.
Es la encarnación que continúa, encarnación completa que comprende a todos
los Jesús del Cuerpo místico de Cristo.
* * *
El Movimiento de los Focolares es una realidad espiritual que ilumina el
mundo a su alrededor a través de las personas que lo integran, pero también
en su conjunto.
Lo hace a través de «inundaciones» de luz (para usar una expresión de Juan
Crisóstomo, un gran Padre de la Iglesia [6]) con las cuales envía esta luz a
los distintos aspectos de la cultura de hoy.
Las inundaciones se producen por un diálogo muy particular –el diálogo con
la cultura- que el Movimiento de los Focolares está estableciendo desde hace
algún tiempo entre la sabiduría que ofrece el carisma de la unidad, y los
distintos campos del saber y de la vida humana, como el de la política, la
economía, la sociología, las ciencias humanas y naturales, la comunicación,
la educación, la filosofía, el arte, la salud y la ecología, el derecho,
entre otros.
Son inundaciones que sólo siguen siendo tales –y no es difícil darse cuenta
de ello- si están constantemente animadas, inundadas por la luz que proviene
del don de Dios, so pena de recaer en el pensamiento o la acción puramente
humanos.
En el ámbito económico, por ejemplo, nuestro carisma -por el amor recíproco
que difunde entre todos- provoca espontáneamente, entre quienes lo viven,
una comunión de bienes a nivel mundial, que emula la de los primeros
cristianos de quienes está escrito que «Ninguno padecía necesidad» (Hch
4,34).
Es también con esta finalidad que nació nuestro proyecto de una «Economía de
comunión», en la libertad, naturalmente, que es puesta en práctica por unas
800 empresas en las cuales 1/3 de las utilidades se destina a los
indigentes.
Cuando Jesús tome en sus manos las redes del mundo económico –y esto
sucederá a medida que se multipliquen aquellos que, sabiamente, ponen la
propia humanidad a su disposición- podremos ver florecer la justicia y
asistir a esa masiva distribución de los bienes que el mundo necesita con
urgencia.
En el campo de las comunicaciones, siempre nos pareció un signo de la
providencia de Dios el actual desarrollo de los potentes medios de
comunicación social, que favorecen la unidad de la familia humana.
Pero es evidente que estos medios por sí solos no son suficientes para unir
a los pueblos y a las personas. Es necesario que sean puestos al servicio
del bien común y que quienes los usan estén animados por el amor.
Y es en este punto que nuestro carisma tiene mucho que decir, que dar,
porque difunde el amor verdadero en los corazones, enseña el arte de
comunicar, que es el arte del «no ser» para saber recibir (acoger al otro,
las noticias, todo) y también para saber dar (hablar, escribir en el momento
y en el modo más oportuno) siendo el amor.
Y con esto se crea distribución, participación, comunión.
Cuando los profesionales de la comunicación hagan callar su yo para dejar
espacio al Espíritu de Dios en ellos, los medios de comunicación demostrarán
su capacidad de multiplicar el bien hasta el infinito y sus operadores
realizarán su vocación de ser instrumentos de unidad al servicio de toda la
humanidad.
Y con respecto al ámbito de la política: el carisma de la unidad lo ilumina
más que a ningún otro campo.
¿Acaso no es tarea de la política lograr componer en unidad, en la armonía
de un único proyecto, la multiplicidad, las legítimas aspiraciones de los
integrantes de la sociedad? Y el político, por su función de «mediador»
entre las partes sociales, ¿no tendría que sobresalir en el arte del diálogo
y de la identificación con todos?
Nuestra espiritualidad, que es eminentemente colectiva, enseña este arte que
es el arte de amar hasta el punto de generar la unidad.
Los políticos que la viven, sean del partido que sean, eligen anteponer el
amor entre ellos a cualquier otro compromiso o interés, y haciendo así
pueden establecer, no sin esfuerzo, la presencia de Jesús en medio de ellos.
Y Jesús, que es luz para el mundo, valoriza todo lo verdadero que puede
haber en los distintos puntos de vista, e ilumina, evidencia el bien común y
da la fuerza para perseguirlo.
La experiencia de nuestro «Movimiento político por la unidad» lo atestigua,
como está sucediendo en Europa y en varios países de América Latina.
Pero el bien que surgirá de este carisma será todavía mayor cuando muchos
políticos tengan el coraje de poner sus personas, y las facultades que les
han sido conferidas, al servicio del fin último que es Dios.
Entonces sí que podremos tener la esperanza de ver la realización de ese
amor recíproco entre los pueblos que trae consigo la paz y la solución de
muchos problemas que todavía hoy oprimen a la humanidad.
Estos son algunos ejemplos, que se podrían extender a otros campos.
Si seguimos adelante en esta dirección, podremos decir realmente: «Mi noche
no tiene oscuridad, sino que todas las cosas resplandecen en la luz».
Chiara Lubich
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[1] Homilía del card. Ratzinger en la Misa pro
eligendo romano pontífice, 18.4.2005
[2] Cf. Juan Pablo II, Homilía en ocasión de la celebración en honor de san
Juan de la Cruz, Segovia 4.11.1982; Discurso al Capítulo General
Carmelitano, Roma, 29.9.1989
[3] María Zambrano, Persona y democracia, S. Mendiola Mejía, p.2
[4] San Lorenzo, diácono romano muerto mártir en el 258: «Mea nox obscurum
non habet, sed omnia in luce clarescunt»
[5] Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, n.25
[6] San Juan Crisóstomo dice que los brotes de agua viva de los que habla el
Evangelio producen inundaciones (cf. Jn.4,14) Cf. Juan Crisóstomo, In
Johannem homilía, 51.