El estado del planeta, según Benedicto XVI
Discurso que dirigió Benedicto XVI lunes, 7 enero 2007 a los embajadores de
los países acreditados ante la Santa Sede con motivo del encuentro de
felicitación por el nuevo año.
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Excelencias.
Señoras y Señores.
1. Saludo cordialmente a vuestro decano, el Embajador Giovanni Galassi, y le
agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre del Cuerpo
diplomático acreditado. Un saludo deferente va a cada uno de vosotros, y en
particular a los que participan por primera vez en este encuentro. A través
de vosotros, elevo mis fervientes votos a los pueblos y gobiernos que digna
y competentemente representáis. Hace algunas semanas, vuestra comunidad se
ha vestido de luto: el embajador de Francia, señor Bernard Kessedjian,
culminó su peregrinación terrena; ¡que el Señor le conceda su paz! Al mismo
tiempo, dirijo un pensamiento especial a las naciones que no tienen todavía
relaciones diplomáticas con la Santa Sede: también ellas tienen un lugar en
el corazón del Papa. Como he querido señalar en el Mensaje para la
celebración de la Jornada Mundial de la Paz de este año, la Iglesia está
profundamente convencida de que la humanidad constituye una familia.
2. Las relaciones diplomáticas con los Emiratos Árabes Unidos se han
establecido inspiradas en un espíritu de familia, así como la visita a unos
países muy queridos. La calurosa acogida de los brasileños permanece todavía
vibrante en mi corazón. En este país, tuve la alegría de encontrar a los
representantes de la gran familia de la Iglesia en América Latina y en el
Caribe, reunidos en Aparecida para la Quinta Conferencia General del CELAM.
En el ámbito económico y social, pude apreciar tanto signos elocuentes de
esperanza para este continente como motivos de preocupación. ¿Cómo no desear
una cooperación creciente entre los pueblos de América Latina, así como el
cese de tensiones internas en cada uno de los países que la componen, para
que puedan converger en los grandes valores inspirados por el Evangelio?
Deseo mencionar a Cuba, que se apresta a celebrar el décimo aniversario de
la visita de mi venerado Predecesor. El Papa Juan Pablo II fue recibido con
afecto por las Autoridades y por la población, animando a todos los cubanos
a colaborar para conseguir un futuro mejor. Permítaseme retomar este mensaje
de esperanza que no ha perdido nada de su actualidad.
3. Mi pensamiento y mi oración se dirigen sobre todo hacia las poblaciones
golpeadas por espantosas catástrofes naturales. Me refiero a los huracanes e
inundaciones que han devastado ciertas regiones de México y de América
Central, así como algunos países de África y de Asia, en particular
Bangladesh, y una parte de Oceanía; también habría que mencionar los grandes
incendios. El Cardenal Secretario de Estado, que, a finales de agosto se
acercó hasta el Perú, me ofreció un testimonio directo de la destrucción y
la desolación provocada por el terrible terremoto, pero también del ánimo y
de la fe de las poblaciones afectadas. Frente a los trágicos acontecimientos
de este tipo, es necesario un compromiso común y decidido. Como he escrito
en la Encíclica sobre la Esperanza «la grandeza de la humanidad está
determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que
sufre. Esto es válido tanto para el individuo como para la sociedad» (carta
encíclica Spe salvi, n. 38).
4. La comunidad internacional mantiene viva su preocupación por el Medio
Oriente. Me alegra que la Conferencia de Annapolis haya dado signos en la
dirección de un abandono del recurso a soluciones parciales o unilaterales,
en beneficio de una visión global, respetuosa de los derechos e intereses de
los pueblos de la región. Una vez más, hago un llamamiento a los israelíes y
a los palestinos, para que concentren sus esfuerzos en poner en práctica los
compromisos asumidos en esta ocasión y no frenen el proceso felizmente
iniciado. Invito además a la comunidad internacional a sostener a estos dos
pueblos con convicción y comprensión hacia los sufrimientos y los miedos de
cada uno de ellos. ¿Cómo no estar cerca del Líbano, en las pruebas y las
violencias que siguen afligiendo este querido país?. Deseo que los libaneses
puedan decidir libremente acerca de su futuro y pido al Señor que les
ilumine, empezando por los responsables de la vida pública, para que,
dejando de lado los intereses particulares, estén dispuestos a comprometerse
por el camino del diálogo y de la reconciliación. Solamente así el país
podrá progresar en la estabilidad y ser de nuevo un ejemplo de convivencia
entre las comunidades. También en Irak, la reconciliación es una urgencia.
Actualmente, los atentados terroristas, las amenazas y la violencia
continúan, en particular contra la comunidad cristiana, y las noticias que
nos llegan de ayer confirman nuestra preocupación; es evidente que todavía
quedan por resolver aspectos esenciales de ciertas cuestiones políticas. En
este marco, una reforma constitucional apropiada deberá salvaguardar los
derechos de las minorías. Se necesitan importantes ayudas humanitarias para
las poblaciones afectadas por la guerra, y pienso en particular en los
desplazados dentro del país y en los refugiados en el extranjero, entre los
cuales se encuentran numerosos cristianos. Invito a la comunidad
internacional a mostrarse generosa con ellos y con los países donde ellos
encuentran refugio, cuya capacidad de acogida se ve sometida a dura prueba.
Deseo también alentar a que se continúe sin descanso por la vía de la
diplomacia para resolver la cuestión del programa nuclear iraniano,
negociando con buena fe, adoptando medidas destinadas a aumentar la
transparencia y la confianza recíprocas, y teniendo siempre en cuenta las
auténticas necesidades de los pueblos y del bien común de la familia humana.
5 Ampliando nuestra mirada al continente asiático, quisiera llamar vuestra
atención sobre otras situaciones críticas. En primer lugar, Pakistán, que en
los últimos meses ha sido duramente golpeado por la violencia. Deseo que
todas las fuerzas políticas y sociales se comprometan en la construcción de
una sociedad pacífica que respete los derechos de todos. En Afganistán,
junto a la violencia se añaden otros graves problemas sociales, como la
producción de drogas; es necesario ofrecer más apoyo a los esfuerzos de
desarrollo y trabajar con más intensidad todavía en la construcción de un
futuro sereno. En Sri Lanka, no es posible aplazar para más tarde los
esfuerzos decisivos para remediar los inmensos sufrimientos causados por los
conflictos vigentes. Pido al Señor que en Myanmar, con el apoyo de la
comunidad internacional, se abra una época de diálogo entre el gobierno y la
oposición, asegurando el verdadero respeto de todos los derechos del hombre
y de las libertades fundamentales.
6. Volviendo ahora a África, quisiera en primer lugar volver a expresar mi
profundo pesar al comprobar cómo la esperanza parece casi derrotada por el
siniestro cortejo de hambre y de muerte que perdura en el Darfur. Deseo de
todo corazón que la operación conjunta de las Naciones Unidas y de la Unión
Africana, cuya misión acaba de comenzar, lleve ayuda y consuelo a las
poblaciones que sufren. El proceso de paz en la República Democrática del
Congo tropieza con fuertes resistencias en la zona de los grandes lagos,
sobre todo en las regiones orientales, y Somalia, en particular Mogadiscio,
sigue estando afligida por la violencia y la pobreza. Hago un llamamiento a
las partes en conflicto para que cesen las operaciones militares, se
facilite el paso de la ayuda humanitaria y los civiles sean respetados.
Kenia ha experimentado estos días una brusca erupción de violencia.
Uniéndome a la exhortación de los Obispos del 2 de enero, invito a todos los
habitantes, y en particular a los responsables políticos, a buscar a través
del diálogo una solución pacífica, fundada sobre la justicia y la
fraternidad. La Iglesia Católica no es indiferente a los gemidos de dolor
que se elevan en esta región. Ella hace suyas las peticiones de ayuda de los
refugiados y de los desplazados y se compromete para favorecer la
reconciliación, la justicia y la paz. Este año, Etiopía inicia el tercer
milenio cristiano, y estoy seguro de que las celebraciones organizadas con
este motivo contribuirán también a recordar la inmensa obra, social y
apostólica, realizada por los Cristianos en África.
7. Terminando por Europa, me alegro de los progresos alcanzados en los
diferentes países de la región de los Balcanes y expreso una vez más el
deseo que el estatuto definitivo de Kosovo tenga en cuenta las legítimas
reivindicaciones de las partes implicadas y garantice, a todos los que
habitan en esta tierra, seguridad y respeto a sus derechos para que
definitivamente se aleje el fantasma de los enfrentamientos violentos y se
refuerce la estabilidad europea. Quisiera citar igualmente a Chipre
recordando con alegría la visita, el mes de junio pasado, de Su Beatitud el
Arzobispo Chrysostomos II. Deseo que, en el contexto de la Unión Europea, no
se escatime ningún esfuerzo para encontrar solución a una crisis que dura
demasiado tiempo. En el mes de septiembre pasado, realicé una visita a
Austria, que quiso también subrayar la contribución esencial que la Iglesia
católica puede y quiere dar a la unificación de Europa. A propósito de
Europa, quisiera aseguraros que sigo con atención el período que se ha
abierto con la firma del «Tratado de Lisboa». Esta etapa impulsa el proceso
de construcción de la «casa Europea», que «será para todos un buen lugar
para vivir si se construye sobre un sólido fundamento cultural y moral de
valores comunes tomados de nuestra historia y de nuestras tradiciones»
(Encuentro con las Autoridades y el Cuerpo diplomático, Viena, 7 septiembre
2007) y si ella no reniega de sus raíces cristianas.
8. De este rápido repaso general, aparece con claridad la fragilidad de la
seguridad y la estabilidad en el mundo. Los factores de preocupación son
diferentes; sin embargo, todos testimonian que la libertad humana no es
absoluta, sino que se trata de un bien compartido, cuya responsabilidad
incumbe a todos. En consecuencia, el orden y el derecho son elementos que la
garantizan. El derecho sólo podrá ser una fuerza eficaz de paz si sus
fundamentos permanecen sólidamente anclados en el derecho natural, dado por
el Creador. Es por eso también que no se puede nunca excluir a Dios del
horizonte del hombre y de la historia. El nombre de Dios es un nombre de
justicia, representa una llamada urgente a la paz.
9. Esta toma de conciencia podría ayudar, entre otras cosas, a orientar las
iniciativas de diálogo intercultural e interreligioso. Estas iniciativas son
cada vez más numerosas y pueden estimular la colaboración en temas de
interés mutuo, como la dignidad de la persona humana, la búsqueda del bien
común, la construcción de la paz y el desarrollo. A este respecto, la Santa
Sede ha querido dar un relieve particular a su participación en el diálogo
de alto nivel sobre el entendimiento entre las religiones y las culturas y
la cooperación para la paz, en el marco de la 62ª Asamblea General de las
Naciones Unidas (4-5 octubre 2007), Este diálogo, para ser auténtico, debe
ser claro, evitando relativismos y sincretismos, pero animado de un respeto
sincero por los otros y de un espíritu de reconciliación y de fraternidad.
La Iglesia católica está profundamente comprometida en ello y me es grato
recordar de nuevo la carta que, el 13 de octubre pasado, me dirigieron
ciento treinta y ocho personalidades musulmanas, renovando mi gratitud por
los nobles sentimientos que allí se expresan.
10. Nuestra sociedad ha incluido justamente la grandeza y la dignidad de la
persona humana en las diversas declaraciones de derechos, que han sido
formuladas a partir de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre,
adoptada hace sesenta años. Este acto solemne fue, según la expresión del
Papa Pablo VI, uno de los más grandes títulos de gloria de las Naciones
Unidas. En todos los continentes, la Iglesia católica, se compromete para
que los derechos del hombre sean no solamente proclamados, sino aplicados.
Es de desear que los organismos creados para la defensa y promoción de los
derechos del hombre consagren todas sus energías a este cometido, y en
particular, que el Consejo de los Derechos del Hombre sepa responder a las
expectativas suscitadas tras su creación.
11. La Santa Sede, por su parte, no dejará de reafirmar estos principios y
estos derechos fundados sobre lo que es esencial y permanente en la persona
humana. Es un servicio que la Iglesia desea ofrecer a la verdadera dignidad
del hombre, creado a imagen de Dios. Partiendo precisamente de estas
consideraciones, no puedo dejar de deplorar, una vez más, los continuos
ataques perpetrados, en todos los continentes, contra la vida humana.
Quisiera recordar, junto a tantos investigadores y científicos, que las
nuevas fronteras de la bioética no imponen una elección entre la ciencia y
la moral, sino que más bien exigen un uso moral de la ciencia. Por otra
parte, recordando el llamamiento hecho por el Papa Juan Pablo II con ocasión
del gran Jubileo del Año 2000, me alegra que, el 18 de diciembre pasado, la
Asamblea General de las Naciones Unidas adoptara una resolución por la que
se llama a los Estados a instituir una moratoria en la aplicación de la pena
de muerte, y deseo que esta iniciativa estimule el debate público sobre el
carácter sagrado de la vida humana. Deploro, una vez más, los ataques
preocupantes contra la integridad de la familia, fundada sobre el matrimonio
entre un hombre y una mujer. Los responsables de la política, de la
orientación que sean, deben defender esta institución fundamental, célula
básica de la sociedad. ¡Qué más se puede decir! Hasta la libertad religiosa,
«exigencia ineludible de la dignidad de cada hombre y piedra angular del
edificio de los derechos humanos» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz
1988, preámbulo), está frecuentemente amenazada. Existen, en efecto, lugares
donde no se puede ejercer plenamente. La Santa Sede, la defiende y pide su
respeto para todos. Ella esta preocupada por las discriminaciones contra los
cristianos y contra los fieles de otras religiones.
12. La paz no puede ser sólo una simple palabra o una aspiración ilusoria.
La paz es un compromiso y un modo de vida que exige que se satisfagan las
expectativas legítimas de todos como el acceso a la alimentación, al agua y
a la energía, a la medicina y a la tecnología, o bien el control de los
cambios climáticos. Solamente así se puede construir el futuro de la
humanidad; solamente así se favorece el desarrollo integral para hoy y para
mañana. Hace cuarenta años, el Papa Pablo VI, acuñando una expresión
particularmente feliz, señaló en la Encíclica Populorum progressio que «el
desarrollo es el nuevo nombre de la paz». Por eso, para consolidar la paz,
es necesario que los positivos resultados macroeconómicos, obtenidos en 2007
por numerosos países en vías de desarrollo, sean sostenidos por políticas
sociales eficaces y por la puesta en práctica de compromisos de asistencia
por parte de los países ricos.
13. Por último, quisiera exhortar a la comunidad internacional a un
compromiso global por la seguridad. Un esfuerzo conjunto por parte de los
Estados para aplicar todas las obligaciones contraídas, y para impedir el
acceso de los terroristas a las armas de destrucción masiva, reforzaría, sin
ninguna duda, el régimen de no proliferación nuclear y lo haría más eficaz.
Celebro el acuerdo alcanzado para el desmantelamiento del programa de
armamento nuclear en Corea del Norte y animo a la adopción de medidas
apropiadas para la reducción de armas de tipo convencional y para afrontar
el problema humanitario planteado por las bombas de racimo.
Señoras y señores Embajadores.
14. La diplomacia es, en cierta manera, el arte de la esperanza. Ella vive
de la esperanza e intenta discernir incluso sus signos más tenues. La
diplomacia debe dar esperanza. Cada año, la celebración de la Navidad nos
recuerda que, cuando Dios se hizo niño pequeño, la Esperanza vino a habitar
en el mundo, en el corazón de la familia humana. Esta certeza se hace hoy
oración: que Dios abra a la Esperanza, que no defrauda nunca, el corazón de
aquellos que gobiernan la familia de los pueblos. Movido por estos
sentimientos, dirijo a cada uno de vosotros mis mejores votos, para que
vosotros, vuestros colaboradores y los pueblos que representáis seáis
iluminados por la Gracia y la Paz que nos llegan del Niño de Belén.