Lo que el dolor enseña: Hans Georg Gadamer
Ofrecemos un extracto del último discurso del filósofo Hans-Georg Gadamer
antes de su muerte, en el año 2002, y que lleva por título Medicina y
enfermedad: una relación más natural con la sanidad
Es ciertamente posible conocer un poco mejor la medicina contemporánea
evitando considerarla como una disciplina únicamente destinada a combatir el
dolor. En cualquier caso, es también posible olvidar fácilmente cómo la
desaparición del dolor se encuentra, desde tiempo inmemorial, entre las
experiencias de la existencia humana. Paralelamente, pertenece al equilibrio
de la existencia humana atravesar períodos en los que el dolor se agudiza, y
otros en los que se mitiga, sin que sea necesaria siquiera la ayuda de un
médico, como es el caso del dolor muscular, que no es una enfermedad en sí,
sino el obvio resultado de un esfuerzo físico excesivo.
Es posible sostener con seguridad que ayudar a soportar y aliviar el dolor
ha sido siempre un objetivo del comportamiento humano; es asimismo obvio que
las abuelas y las madres no dejan de cuidar a su prole ni siquiera cuando
son ya adultos e independientes.
Las técnicas utilizadas para eliminar el dolor, que se transmiten de
generación en generación, se han transformado en los últimos tiempos de
manera radical; testigos de ello son los propios médicos. Los pacientes
–sumergidos en la espiral de los medios de comunicación– exigen ser curados
con fármacos, incluso en aquellos casos en los que el médico tiene buenos
motivos para no recetarlos, aun a riesgo de comprometer su propio prestigio.
En la época de la tecnología, la lucha contra el dolor se ha convertido en
un aspecto problemático del tratamiento médico. Los progresos de la técnica
y, sobre todo, de la química han elevado de tal modo la posibilidad de
curación, que se han dejado de practicar las terapias naturales.
No podemos sorprendernos si, en una situación de enfermedad, muchos tienden
a abusar de los fármacos, ya que los tiempos que requiere la curación
natural no son valorados con la paciencia necesaria. Es obvio –o, al menos,
debería serlo– que la existencia de hospitales dotados de la tecnología más
sofisticada no debería obstaculizar el suministro de las curas
tradicionales. Éstas presentan una ventaja inmediatamente comprensible, ya
que son instrumentos orientados a favorecer el proceso de curación. Nadie
duda de la utilidad de los fármacos, que mitigan o eliminan el dolor; sin
embargo, una curación natural procura a la salud beneficios menos
inmediatos, pero más prolongados en el tiempo.
A la edad de veintidós años yo también descubrí el sufrimiento físico
cuando, contagiado por el virus de la polio, permanecí durante semanas con
fuertes dolores en la espina dorsal. Me preguntaba, presa del ansia, si se
agravaría la parálisis, sabiendo bien que para aquella enfermedad no existía
cura y los dolores son inevitables. En consecuencia, como no podía moverme
de la cama, reanudé los estudios de Filosofía y leí las obras completas del
que me parece el narrador lírico más grande de la Literatura alemana: Jean
Paul. Se trataba de veinte volúmenes. Finalmente, los dolores se atenuaron,
pero debí afrontar el problema de la debilidad en las piernas, lo que me
llevó a una larga práctica deportiva.
Una gran oportunidad
El aspecto más sorprendente de nuestra sorprendente existencia es el hecho
de olvidar –se acaba por olvidar– el lento venir a menos de cuanto nos es
más precioso. Al mismo tiempo, tenemos influencia sobre el dolor en el
momento en que, para defendernos de su agresión, nos dedicamos a una
actividad que nos absorbe completamente y que nos da satisfacción. Asimismo,
el dolor constituye una gran oportunidad –quizá la mayor oportunidad– para
conocer la verdadera dimensión de la existencia, siempre y cuando no dejemos
que nos venza. El peligro más grande de esta época dominada por la
tecnología está en que nuestras capacidades no pueden ser desarrolladas
plenamente. La alternativa a las tecnologías es la alegría por el éxito
conseguido, un reencontrado dominio de sí mismo y, finalmente, la sensación
de un reconquistado bienestar. Esta alegría, junto con los cuidados
recibidos y el tesón demostrado, son probablemente la mejor medicina que la
naturaleza nos regala.
Hans-Georg Gadamer
(Gracias a A&O 445)