¿Es el enfermo mental una imagen deformada de Dios?
I. Algunos datos sobre la enfermedad mental
1. Situación actual
Según los datos de la Organización Mundial de la salud, 450 millones de
personas en el mundo son afectadas por problemas mentales neurológicos o de
comportamiento; 873,000 se suicidan cada año. La enfermedad mental
constituye una verdadera y propia emergencia socio sanitaria: el 25 % de los
países no poseen una legislación de la materia, el 41% no tiene una política
definida para la salud mental, en más del 25 % de centros sanitarios, los
enfermos no tienen acceso a las medicinas psiquiátricas esenciales, el 70%
de la población dispone de menos de un psiquiatra para 100,00 personas.
Refiriéndonos a los trastornos mentales podemos decir que estos últimos 50
años nos han dado a conocer progresos importantes, muestra clara el progreso
tecnológico de los nuevos psicofármacos, mejorando de manera no indiferente
la calidad de vida del enfermo mental. Sin embargo las condiciones del
cuidado del enfermo mental sufren de grandes deficiencias, como resultado de
la restricción de fondos disponibles, de la falta de comprensión por parte
de las autoridades, del grave tema de la estigma que padece el paciente y la
familia y que condiciona tanto el deterioro de las redes de apoyo social de
muchos países. El número de pacientes mentales «sin techo» ha crecido mucho
en varios de los países ricos. Es alarmante el modo como son tratados los
trastornos mentales graves dando sólo respuestas burocráticas o de tipo
legal y forense, sin tomar en cuenta las necesidades diarias y la calidad de
vida del enfermo y de sus familias [1].
Los disturbios mentales golpean con mayor frecuencia las poblaciones menos
favorecidas desde el punto de vista intelectual, cultural y económico.
Millones de criaturas son obligadas a llevar en sus cuerpos y sus mentes la
consecuencia psicológica de una escasa alimentación, de conflictos armados y
el sucederse de catástrofes naturales gigantescas con su pesada carga de
morbilidad y de mortalidad.
2. La Acción de la Iglesia Católica
Con ocasión de la Jornada Mundial del Enfermo que estamos celebrando en
Oceanía, el Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud realizó una
investigación acerca de la Pastoral de la Salud mental en 84 Centros
dedicados a estos enfermos en la Iglesia Católica, ubicados en los diversos
países del mundo, en los 5 Continentes.
Un cuestionario cuidadosamente elaborado por expertos en la materia se envió
a 129 Obispos, responsables de la Pastoral de la Salud en los diversos
países del mundo. Obtuvimos la respuesta de 23 países: 9 Centros de África,
17 de América, 6 de Asia, 51 de Europa y uno de Oceanía. Los datos recibidos
son en África, de Camerún, Ghana, Senegal y Sudáfrica; en América, de
Bolivia, Canadá, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, México, y Trinidad y
Tobago; en Asia, de China, Indonesia y Turquía; en Europa, de Austria,
Bélgica, España, Irlanda, Italia, Polonia y Portugal; en Oceanía, de
Australia.
Se trata de Centros de salud mental, de «Day Hospital», de Servicios
psiquiátricos, de estructuras residenciales o semiresidenciales, de Centros
o Cooperativas de reinserción, de Consultorios y de Dispensarios. El 43,4%
de financiamiento público; el 33,3% de financiamiento privado, y el 23,3% de
financiamiento por donaciones.
Trabajan en estos Centros médicos, psicólogos, sociólogos, expertos en
rehabilitación, educadores profesionales, asistentes sociales, enfermeros,
operadores técnicos auxiliares, personal administrativo, voluntarios,
capellanes, religiosas y religiosos, expertos en «counselling» y personal de
servicio. El 75% de los Centros reporta que apenas dispone del número
suficiente de los médicos requeridos; en general carecen de recursos
profesionales suficientes.
Los servicios que ofrecen son de consulta, rehabilitación, medicina
escolástica, sostén al núcleo familiar, servicios sociales, orientación para
el trabajo, acompañamiento, asistencia domiciliaria y farmacia.
Las enfermedades mentales más significativas atendidas en estos Centros,
son: disturbios de la personalidad, disturbios motivados por el abuso de
estupefacientes, psicóticos, disturbios del humor, disturbios por el ansia,
disturbios cognitivos y disociativos, disturbios causados por la
alimentación, disturbios por insomnio, disturbios de adaptación,
enfermedades orgánicas degenerativas graves, insuficiencia mental congénita.
Las recurrencias más señaladas fueron las referentes a la personalidad, a la
psicosis y al humor. Los disturbios de la personalidad, por el abuso de la
droga y por la psicosis, los acusan especialmente personas entre los 17 y 25
años. Es interesante notar en cuanto a la prevención de las enfermedades
mentales, que éstas se revelan en un porcentaje mínimo en la etapa de edad
que va de 0 a 16 años, indicando que en esta etapa es donde más eficazmente
opera un cuidado preventivo.
En estos Centros se trabaja especialmente en equipo, pero generalmente no de
una manera sistémica. Las terapias innovativas que se usan son en particular
la Hipnoterapia, la Músico terapia, la Ludo terapia y trabajos teatrales y
artísticos.
Para la prevención de la enfermedad se implementa una cultura de acogida a
los enfermos mentales y programas pastorales adecuados, dando justa atención
a los aspectos psicológicos. Ya frente a la enfermedad declarada se ofrecen
intervenciones terapéuticas, algunas sistémicas, reducción de las
consecuencias que deshabilitan al paciente, screening, grupos de autoayuda,
formación de los profesionales de la salud, actualización, sostén del grupo
familiar, análisis del contexto, intervenciones de contenido, reconstrucción
del tejido afectivo y religioso, programas pastorales, plegaria colectiva y
evaluaciones.
Estos centros se conectan con Universidades, con hospitales públicos con los
Ministerios de Justicia, de Educación, del Trabajo, de Relaciones Públicas,
de Salud; Entes locales, Diócesis, Parroquias, Fuerza pública, patrones de
trabajo, vecinos de casa, vecinos de barrio, sindicatos y patronatos.
Se dan cursos de Pastoral Sanitaria apropiada para los enfermos mentales; se
enfrentan problemas éticos conectados con el abuso de la droga, de
tratamientos coercitivos y sobre la manera de aproximarse a un enfermo
mental.
Al origen de la enfermedad mental se piensa que existe un fuerte influjo
cultural y religioso por la crisis de valores de referencia, por el
Hedonismo y el Materialismo, por la cultura tecnológica, por la exasperación
de los deseos y la búsqueda de lo imposible, por la conflictualidad
religioso cultural, por el ritualismo mágico de algunas sectas religiosas,
por la negación del Trascendente y por el Relativismo ético religioso.
Las situaciones de más riesgo las catalogan como la precariedad de los
medios de subsistencia, de trabajo, de formación y educación, falta de redes
de ayuda, alienación de los derechos humanos, exclusión y marginación,
guerras, terrorismo, falta de educación de la vida sentimental, procesos de
alejamiento de la realidad, condicionamiento del contexto ambiental, falta
de protección social, corrupción, desequilibrio entre el papel femenino y
masculino, falta de los propios padres, separación y divorcio, pérdida del
valor de la institución matrimonial, falta de comunicación, falta de tiempo
para convivir en familia, inmadurez de la figura paterna y materna,
delegación de su responsabilidad en terceras personas o en instituciones
varias, debilidad del proyecto de vida, inadecuada preparación para la vida
matrimonial, conflictos entre padres e hijos, comportamientos agresivos y
violentos [2].
II. El desequilibrio mental
A Dios gracias, la labor que está desarrollando la Iglesia católica en este
ramo, es muy encomiable; es una labor que ha venido efectuando a través de
varios siglos como lo atestiguan Ordenes y Congregaciones religiosas cuyo
carisma en particular es cuidar de los enfermos mentales.
Dada sin embargo la difusión tan grande de esta enfermedad, hablábamos al
principio de 450 millones de personas afectadas, la decisión de los Sres.
Obispos de Oceanía de poner como punto básico de consideración para esta
Jornada Mundial del Enfermo los enfermos mentales ha sido un acierto, pues
incitará a continuar desde la Iglesia Católica esta labor que se está
realizando, y ayudará a incrementarla cada vez más en diálogo y colaboración
con las diversas Instituciones encargadas de ello en las sociedades
modernas.
Nos centraremos ahora en reflexionar desde el punto de vista cristiano sobre
el enfermo mental. Partiremos de algunas indicaciones básicas científicas
sobre el desequilibrio mental para de allí partir a considerar cómo el
enfermo mental no deja de ser una imagen de Dios, y allí está su excelencia,
su título por el cual merece todo respeto [3].
1. El desequilibrio
No cabe duda que el enfermo mental aunque siga siendo humano, es alguien que
como tal se sale de la norma; esto es, está más allá del equilibrio que se
necesita para hablar de una persona en pleno uso de sus facultades humanas.
Sufre de una alteración del orden interno como individuo y podríamos decir
que es una alteración del orden externo mismo de todo el universo.
En efecto, grandes pensadores de la humanidad han hecho consistir la
felicidad en el orden, en el conformarse cósmico. En el pensamiento oriental
se encuentra el Taoísmo según el cual el principio activo masculino, el
ying, debe adaptarse a la flexibilidad del principio femenino, el yang, que
en último término es el orden del universo, pero un orden hasta cierto punto
flexible que va cambiando según cambia el mismo universo. Más o menos en
este mismo pensamiento abundaron los estoicos en la cultura griega, que
propugnaban que se debía estar siempre de acuerdo a todo el engranaje
cósmico y que la perfección consistía en estar de acuerdo con el inexorable
orden. Al principio del Renacimiento encontramos el pensamiento organológico
de Teofrasto Bombasto von Hoheneim, Paracelso, según el cual en una flor se
podía intuir el orden perfecto y total del universo, el macrocosmos en el
microcosmos: todo el Universo es como un gran organismo vivo del cual todos
somos parte y síntesis, y la actividad de cada quien está regida por un
orden superior al que hay que conformarse bajo pena de ser una anomalía
cósmica. En cierta coincidencia se acerca el pensamiento de Nicolás de Cusa
con su ideal de la coincidencia de opuestos, como orden entre lo
aparentemente desordenado. Incluso, en el concepto de la misma Redención,
especialmente bajo el influjo de San Anselmo de Canterbury, la concepción en
la Teología occidental de la obra de Cristo se cataloga como la restauración
del orden jurídico violado.
2. El desequilibrio de las sinapsis neuronales
Atendiendo a los estudios recientes sobre la actividad neruronal, el
desequilibrio mental tendrá que ver con la alteración del orden de las
neuronas. En efecto según la descripción de las funciones orgánicas en el
campo de la neurociencia, se constata la complejidad de la comunicación
entre las células neuronas que emiten mensajes y que reciben los mismos; se
trata de una red de conexiones en las que a través de una serie muy
complicada de las mismas se llega a percibir y catalogar, juzgar y actuar en
el trayecto que va desde la sensación exterior de cualquier tipo hasta
llegar a la corteza cerebral y poder, por decirlo así, organizar el
organismo, esto es, poder llevar a cabo el orden interno del organismo y
obtener el equilibrio y la armonía.
Sabemos que el sistema nervioso central recoge la información recibida de
nuestros órganos sensoriales, misma que procesa y actúa según la misma. Este
conjunto de operaciones es el sustrato material de las funciones superiores
como el pensamiento, la memoria y la conciencia. Son dos en especial los
instrumentos para recorrer el trayecto sensorial-neuronal-cerebral: la
propagación del mecanismo de acción y la sinapsis; o sea, la transmisión del
impulso eléctrico de las neuronas y el paso de la señal de una neurona a la
otra. Cada una de células nerviosas de los cien billones de las mismas de
que consta el cerebro se conecta a través de 1000 a 10,000 sinapsis
(transmisiones) a las otras neuronas. El aprendizaje y la adquisición de
nuevas capacidades en el organismo humano requiere cambios de sinapsis,
llamados «cambios plásticos». Para realizar cada cambio, se implican la
totalidad de las sinapsis que, a su vez, simultáneamente cambian en cada
nueva conexión. Se afirma que ciertas capacidades y habilidades humanas,
dependen de los diversos patrones de conexión existentes en cada persona.
Las conexiones se realizan debido a impulsos eléctricos que se reciben en
las neuronas a través de los llamados canales iónicos como una onda de carga
eléctrica positiva que se propaga a lo largo de la extensión cilíndrica del
cuerpo celular llamada axon. Estos canales son puntos especiales de
permeabilidad en cada célula nerviosa. Dichos puntos son proteínas
especiales que forman poros en la membrana celular de la neurona que
permiten el paso de fluidos exteriores y que se abren cuando son estimulados
en forma adecuada, y a través de los canales iónicos transforman los fluidos
en impulsos eléctricos. Los impulsos eléctricos de varias sinapsis son
integrados en las dendritas de las neuronas, generando así un potencial de
acción el cual se transmite sucesivamente a otras neuronas. Se suele decir
que el patrón básico del conjunto de conexiones entre las neuronas es la
base material de la memoria, tanto de la llamada memoria «declarativa»,
consciente, como de la memoria de «procedimiento» (aquella parte de la
memoria que se utiliza en la realización de tareas y reacciones
inconscientes). En esta forma, la información sensorial se procesa mediante
su paso progresivo en capas consecutivas de neuronas.
Se ha tratado de diseñar los patrones de sinapsis de las redes de diversas
capas de neuronas basándose en técnicas computacionales (redes neuronales);
sin embargo, aunque estas técnicas han funcionado en niveles neuronales
inferiores no se ha logrado comprender la sinapsis propia de las operaciones
cerebrales del todo del complejo de la actividad neuronal; en especial
atendiendo a las funciones mentales superiores como la cognición, la
conciencia y las emociones [4].
3. Comprensión a base de las sinapsis neuronales
La mera concepción de la acción de las neuronas y su complejidad de
conexión, siendo muy importante para comprender la actividad cerebral, sin
embargo, no es suficiente para entenderla adecuadamente. Por un lado el
cerebro funciona simultáneamente como un todo a través de grandes complejos
de neuronas, y esta totalidad de acción no se ha logrado penetrar; por otra
parte, en especial al llegar a las funciones superiores mencionadas, en
especial referentes a la abstracción y a la conciencia se ve que la
explicación meramente de química biológica es inadecuada; se puede ver
claramente en lo referente a la conciencia, si ésta es un regresar sobre sí
mismo, y la conciencia consiste sólo en un mero elemento biológico material
¿cómo un elemento cuantitativo puede regresar sobre sí mismo?: al mismo
tiempo sería y no sería el mismo, lo que implica el absurdo de violar el
principio de contradicción. Los estudios que hoy se hacen en el campo
científico aludido, son sin embargo muy útiles, pues aunque un desequilibrio
neuronal de por sí no explica toda la realidad de la enfermedad mental, no
cabe duda que es un elemento sumamente importante para su explicación y para
su tratamiento.
4. El factor anímico
Para una comprensión más integral del enfermo mental, a los factores
neuronales hay que añadir la comprensión holística psíquica; en efecto ya
desde antiguo se entendía que la vida humana necesariamente contenía dos
aspectos fundamentales, y que sus relaciones de subsistencia tenían que
proyectarse atendiendo a lo que clásicamente hemos llamado el alma y el
cuerpo. Al referirse al enfermo mental, en la antigua Grecia, Sócrates
prefería centrarse sólo en el alma y decía cómo las enfermedades del alma
sólo se resolvían con la «mayéutica», técnica que lleva al conocimiento de
sí mismo purificando al alma enferma porque revela así su verdad interior y
queda curada por el conocimiento y práctica de las virtudes. Platón y
Aristóteles por su parte se refieren más bien al conjunto, para Platón en su
mentalidad dualista, la causa predominante de la enfermedad mental es el
cuerpo, la enfermedad mental sería como el fango corporal que afea al alma
del enfermo mental, la que compara con una bella ánfora hundida en lo
profundo del mar, ensuciada por el fango y la lama. Aristóteles se inclina
también a esta perspectiva pero con mayor equilibrio, afirmando cómo es el
entendimiento el que debe de imponer la armonía al cuerpo, una alma armónica
dará lugar a formas corpóreas adecuadas, evitando la enfermedad que es
también corpórea, pero que principalmente se debe a una alma inarmónica.
Podríamos de alguna manera decir que el pensamiento clásico griego no se
supera del todo en la manera actual de concebir el modelo bioquímico de los
trastornos psiquiátricos: hoy se identifica el alma con el bioquimismo
activo de los sistemas neuroquímicos, neuroendócrinos y neurovegetativos de
la corteza cerebral, del hipotálamo, del tronco encefálico, de la epífisis y
del sistema vegetativo; estas estructuras están coordinadas entre sí según
un plan que tiende al autoequilibrio, finalizado a impedir una eventual
irregularidad. Los desórdenes mentales expresan un desequilibrio de este
poli-sistema difundido como una red en todo el cuerpo; basta con que se
desequilibre uno de estos sistemas y se desequilibra todo el resto [5].
El enfermo mental padece este desequilibrio que varía de acuerdo a la clase
de enfermedad psíquica que padezca. En todas ellas se turba alguna de estas
conexiones, o parte de ellas y se produce un desequilibrio interno que lleva
a un desequilibrio relacional externo en el ámbito social.
A propósito de la complejidad y profundidad que conlleva este desequilibrio
no se puede ignorar además la opinión de algunos psiquiatras según la cual
la pulsión de vida se conecta de modo indisoluble a la pulsión de la muerte.
Ambas pulsiones se compenetran y la Psiquiatría las estudia completando el
«principio del placer» con el «principio de la realidad»; pilares que
sustentan la psicoterapia encontrando la pulsión de la muerte como necesidad
interna de la vida [6]. El desequilibrio afecta a ambas pulsiones y complica
más el estado de la enfermedad mental.
Por otra parte, refiriéndonos a la cura del enfermo mental la Psiquiatría
presenta una amplia área gris de incertidumbres que la practica clínica e la
investigación científica consienten individuar en tres aspectos: La
precariedad de las teorías sobre la enfermedad mental y sobre las
estrategias di tratamiento, la alta implicación emotiva del trabajador en
salud mental y la tecnología. Alguien opina que el nivel tecnológico en
Psiquiatría es bastante bajo, ya que la terapia que usa no es tanto
tecnológica sino de tipo interpersonal [7].
Sin embargo, a pesar de todas las dificultades para profundizar más en las
ciencias psicológicas sobre la realidad de una enfermedad mental, lo que en
cualquier caso es evidente es que la enfermedad mental consiste en un
desequilibrio de la razón, pero no en su pérdida. Fuera del pensamiento
cristiano se ha dicho que el hombre es imagen de Dios precisamente por su
alma racional, o si queremos precisarlo con la clásica definición, porque el
hombre es un animal racional; ahora bien, si este hombre ha perdido la
racionalidad, no hay objeción si se le trata como a quien tiene sólo
apariencia humana pero que no es más humano [8].
Es claro que este modo de pensar es un sofisma ya que el enfermo mental no
es que haya perdido la racionalidad, ésta sigue existiendo, sólo que no
funciona como debía funcionar.
III. ¿Qué hacer?
1. El desequilibrio en el pensamiento cristiano
En el pensamiento cristiano se ha dicho que estos graves trastornos reducen
al hombre a un estadio lastimoso como una imagen deformada de Dios, que se
compara con el estadio del Siervo sufriente de Isaías (Is 53,1-7). Sin
embargo, a pesar de esta deformación, más aun, por ella misma, el enfermo
mental se parece más a nuestro Señor en la cruz, y como la cruz es el único
camino para la resurrección, entonces el enfermo mental, por decirlo así,
tiene una excelencia mayor, es más digno; y su excelencia la obtiene
precisamente en razón directa de la gravedad de su enfermedad y del
sufrimiento que conlleva [9].
2. ¿Imagen deformada de Dios?
Siendo válido lo anterior, quisiera sin embargo tratar de avanzar un poco en
estas consideraciones y aventurar una afirmación que quizá pudiera iluminar
el problema desde el ángulo de la Teología Moral. La afirmación sería, el
enfermo mental no es una imagen deformada de Dios sino una imagen fiel de
Dios nuestro Señor.
Esta afirmación lo intuyo en el pensamiento del Señor cuando dice, «El Reino
de Dios está dentro de Ustedes» (Lc 17,21) y «Lo que mancha al hombre
procede de su boca y de su corazón» (Mt 15,17) «Del interior del corazón del
hombre proceden los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones,
los homicidios, los robos, las avaricias, los engaños, lo impúdico, las
malas miradas, las blasfemias, la soberbia, la insensatez; todos estos males
proceden de adentro y envuelven al hombre» (Mc 7,19).
Esto es, el Reino de Dios, la existencia de la Santísima Trinidad en cada
uno de nosotros, se encuentra en el corazón. El corazón que se entiende como
la fuente última de decisiones que conforma toda la vida, no solamente lo
que anteriormente se llamaba opción fundamental, sino todo lo que significa
dicha opción y todos los actos que llevamos a cabo para cumplirla. O en
otras palabras, el corazón significa todo nuestro dinamismo puesto al
servicio de la misión que Dios nos ha encomendado.
El Reino de Dios toca el conocimiento amoroso y la decisión tomada en lo más
íntimo de nuestra personalidad que se lleva a cabo mediante la fuerza del
Espíritu Santo que nos conduce como Hijos de Dios y la cooperación absoluta
de nuestras acciones que configuran nuestra vida según la Ley de Dios. Para
separarnos de este Reino sólo lo podemos hacer mediante el mal corazón al
que se refiere Cristo nuestro Señor, y del que proceden todos los pecados.
3. Imagen fiel de Dios
Ahora bien, cuando la enfermedad mental ha causado tal desequilibrio que ya
no exista la responsabilidad de la acción del enfermo mental que la
califique como separación de la voluntad divina, como pecado, el enfermo
mental no se puede separar de Dios; esto es, la imagen de Dios en él no se
puede distorsionar. En este caso su conocimiento o su opción volitiva, no
son suficientes para motivar un acto humano que verdaderamente lo desligue
de Dios; su estado psíquico y somático no le permite cometer un pecado grave
pues en su desequilibrio no tiene el pleno conocimiento y el pleno
asentimiento requeridos para que pueda pecar.
Si las cosas se contemplan desde este ángulo, en el caso de que el enfermo
mental no posea el conocimiento y el consentimiento pleno requeridos para
poder cometer un pecado mortal, no es una imagen deformada de Dios, pues
ésta sólo se puede deformar por el pecado. Es una imagen sufriente de Dios,
es cierto, pero no una imagen deformada. En él resplandece el misterio de la
cruz victoriosa del Señor. Aproximándose más a la imagen del Siervo de Yahvé
(Is. 53,1-7) nos impele a un acto más consciente de fe en Cristo que padece.
No en balde antiguamente, en el lenguaje popular mexicano, a un loco se le
llamaba «bendito», ya que no gozando del pleno uso de la razón, sin poder
pecar, estaba destinado a la vida eterna.
El desequilibrio objetivo del pecado y sus consecuencias se manifiestan en
el enfermo mental, es verdad, pero al mismo tiempo reluce en él el
equilibrio histórico del único orden actualmente posible, el orden y el
equilibrio de la Redención.
No es comprensible esto en una mentalidad secularizada pero si en un
optimismo cristiano, que además, nace de una fe razonada que nos dice por
otra parte cómo nuestra obligación acerca de un enfermo mental en estas
circunstancias por un lado va a cumplir con el deber de ver a Cristo
sufriente en los más pobres y desprotegidos, pero por otra parte va también
en el sentido de ver en él el amor de Dios que lo ha señalado como sus
predilectos en el sentido de que no se podrá separar de El.
Son así una prueba del mismo amor crucificado de Dios. Por esto es que el
mejor tratamiento que se les puede dar es el tratamiento del amor.
Como el enfermo mental es también una imagen de Cristo resucitado, de aquí
nace la obligación de ser «Buen Samaritano» para él, esto es, poner todo el
empeño para curar al enfermo mental. Idear toda clase de tratamientos para
sacarlo de su postración que es tanto más dolorosa cuanto más profunda es el
padecimiento psíquico que sufre, ya que tantas veces el enfermo mental
pierde el sentido de relación humana y siente al ambiente circundante como
un ambiente hostil en el cual es perseguido o bien la subjetividad del
ambiente desaparece y las personas para él son otros tantos objetos o
indiferentes o amenazas para su propio yo y su propia seguridad.
4. Tratamiento del enfermo mental
Así el tratamiento hacia un enfermo mental debe descollar como un
tratamiento de amabilidad, delicadeza y ternura que le ayude a superar su
mundo imaginario como enemigo en el que tan frecuentemente se encuentra
sumergido. Este tratamiento deberá ser altamente personalizado y exigente:
llevará así la diligencia para encontrar toda clase de medicamentos y
terapias. Implicará todos los recursos puestos a disposición tanto por las
ciencias como por las artes y técnicas médicas y una investigación que
siempre progrese para encontrar los remedios más adecuados en el marco
psico-somático.
Líneas prácticas de acción
Desde esta perspectiva me permito sugerir algunas líneas que pudieran
proponerse como pistas prácticas para preocuparnos amablemente de los
enfermos mentales:
Generales:
• Establecer en los sistemas educativos bases religiosas firmes que fijen
horizontes sólidos y estables para toda la vida
• Ser conscientes del sistema de valores sobre el que descansa toda vida
humana y apoyarse en él para evitar en especial tipos de enfermedad mental
basados en la angustia, la tristeza y la desesperanza
• Luchar contra el Relativismo, el Consumismo, la pseudocultura de los
deseos instintivos, el pansexualismo
• Promover la dignidad de los enfermos mentales
• Esforzarse por promover un desarrollo sano del niño, incluidas sus
funciones cerebrales
• Informar acerca de las enfermedades mentales a la sociedad para conocerlas
y defenderse de ellas
• Incitar a las Ordenes y Congregaciones religiosas que tienen el carisma de
atender a estos enfermos a que no desmayen en su cometido, sino que dada la
emergencia de la enfermedad le dediquen un especial cuidado.
• Apoyar con la recepción de los sacramentos a los enfermos mentales que
estén en posibilidades de hacerlo
• Iluminar y consolar con la Palabra de Dios al enfermo mental según lo
permita el estado psíquico-somático en el que se encuentre.
• Ser conscientes de que la readaptación de un enfermo mental corresponde a
toda la sociedad dentro de una solidaridad en la que se privilegia a los más
necesitados
• Ayudar a la creación de un ambiente social y físico que favorezca las
relaciones humanas y el sentido de pertenencia del enfermo mental a una
comunidad concreta
Nacionales:
• Promover legislaciones adecuadas a nivel político nacional e internacional
que salvaguarden los derechos de los enfermos mentales
• Instar a los diversos Ministerios de Salud de las Naciones, que tengan un
cuidado especial de los enfermos mentales y se diseñen programas eficaces
para su atención
• Desarrollar e integrar los servicios de sanidad mental en todos los
servicios primarios de salud
• Crear las Instituciones adecuadas para la atención más cuidadosa bajo
todos los aspectos, para los enfermos mentales
• Destinar los fondos necesarios para proveer lo necesario al cuidado de los
enfermos mentales
• Proveer a la hospitalización de los enfermos mentales que lo requieran, y
a su permanencia en el hospital de acuerdo a lo que aconsejen los actuales
avances de la medicina psiquiátrica
• Proveer de alojamiento para los enfermos mentales desprotegidos que vagan
como pordioseros o que sea imposible mantenerlos en familia
• Ayudar institucionalmente a las familias en cuyo seno se encuentra el
enfermo mental con una asistencia tanto científica y técnica como de
comprensión y estima
• Favorecer investigaciones relacionadas con los diversos tipos de
enfermedad mental y las terapias adecuadas a ellas
• Humanizar los programas terapéuticos a través de la continua formación de
los agentes sanitarios
• Adecuar los tratamientos psiquiátricos a los diversos patrones culturales
de los pacientes
Personales:
• Educar en y desde la familia cristiana otorgando a todos las bases sólidas
de la vida en la aceptación de Cristo muerto y resucitado, razón de ser de
toda existencia
• Intensificar la prevención contra las enfermedades mentales con una acción
eficaz en el seno de la familia en especial en los primeros años de vida de
sus hijos
• Unir más fuertemente las familias dándole a la Institución matrimonial
toda la fuerza que le es propia
• Dar mayor espacio de convivencia dentro de la familia tanto de los esposos
entre sí como con sus hijos y entre los hermanos
• Propiciar los lazos de afecto y de comprensión tanto en la familia nuclear
como en la extendida
• Dar el lugar que le corresponde a los abuelos
• Procurar ofrecer a los hijos una figura adecuada del padre y de la madre
• Tratar con afecto y cariño a los hijos, a la vez que con decisión claridad
y energía en su educación
• Relacionarse fuertemente en familia con los maestros y demás personas que
ayudan a los padres con sus hijos y no delegar en ellos lo que los padres no
deben delegar
• Aceptar positivamente la enfermedad mental combatiendo la estigmatización
de estos enfermos
• Comprender las necesidades tanto físicas como psicológicas que se ocultan
tras los disturbios mentales
• Utilizar las potencialidades de cada enfermo mental
• Facilitar la comunicación interpersonal entre el paciente y quienes lo
rodean, en especial dentro de la propia familia.
• Alejar al enfermo de la soledad, del aislamiento y del abandono
• Enseñar al enfermo mental el modo para desarrollar sus propias habilidades
y el sentido de autodeterminación
• Aprender en familia la conducta adecuada frente a un enfermo mental de la
propia familia
• Comprender que frente a la enfermedad mental la ciencia sola no basta sino
que hay que tratarla de una manera holística en conjunto con sus aspectos
religiosos, y filosóficos y científicos
• Infundir esperanza en los pacientes y en sus familias
• Intensificar la terapia de la amabilidad y la dulzura en la curación de
los enfermos mentales [10].
Conclusión:
Recordando aquella frase esculpida en el dintel de un hospital alemán
«Infirmis sicut Christo», a los enfermos como a Cristo, terminamos estas
reflexiones insistiendo en esta imagen de Cristo sufriente en lo más íntimo
de su alma, pleno de dolor y de sufrimiento, pero que convierte este mal en
pleno manantial de vida ya que su dolor y su sufrimiento constituyen el
núcleo de su resurrección, pues constituyen nuestra salvación. Nuestro trato
a los enfermos psíquicos se impone como un difícil test de nuestra fe.
Tratarlos eficazmente es profesar nuestra fe en Cristo doliente y sufriente,
pero a la vez victorioso. Este es el sentido de estar celebrando hoy la
Jornada Mundial del Enfermo destinada a los enfermos mentales.
--------------------------------------
NOTAS
[1] OPS. 1992. temas de salud mental de la
comunidad, serie paltex
[2] Deriu Fiorenza et alii, «Rapporto descrittivo
sui risultati della ricerca del Pontificio Consiglio per la Pastorale della
Salute, sulla «salute mentale»», Pontificio Consiglio per la Pastorale della
Salute, 10 Gennaio 2006; en «Dolentium Hominum» 2006 (62).
[3] Cfr. Juan Pablo II, «Discurso del Santo Padre
a la XI Conferencia Internacional», en Dolentium Hominum n.34 (XII) 1997,1;
7-9: Joseph Ratzinger, «La grandeza del Ser humano es su semejanza con
Dios», ibid. 16-19
[4] cfr. Edwin Neher, «Mecanismos básicos de
señalación y procesamiento de información en el cerebro», en Dolentium
Hominum n.34 (XII) 1997,1; 21-24; D. Johnston and SM Wu, «Foundation of
Cellular Neurophysiology», The Mit Press, Cambridge Mass., 1995; E.R.
Kandel, J. H.l Schwarz and T.M. Jessel, «Essential of Neuronal Science and
Behavior», Prentice Hall Internacional, Inc., London, 1995; E. Neher and B.
Sakmann, «The Patch Clamp Technic», Scientific American, March 1992, 44-52.
[5] Cfr. Giuseppe Roccatagliata, «De las
enfermedades del alma a la psiconeurosis«, en Dolentium Hominum, Ibid.,
33-39
[6] J. Derida, Speculare – su Freud, Raffaello
Cortina Ed.2000.
[7] Contini G. «Il miglioramento della qualità
nella riabilitazione psichiatrica», Centro Scientifico editore , 1999
[8] Cfr Ignacio Carrasco, «La dignidad de la
locura», Dolentium Hominum n.34 (XII) 1997,1; 124-126
[9] Cfr. Juan Pablo II, «Discurso del Santo Padre
a la XI Conferencia Internacional», en Dolentium Hominum n.34 (XII) 1997,1;
7-9: Joseph Ratzinger, «La grandeza del Ser humano es su semejanza con
Dios», ibid. 16-19
[10]Cfr. Juan López Ibar, «La investigación en
Neurociencia: su repercusión en las enfermedades mentales», en Dolentium
Hominum n.34 (XII) 1997,1; 52-58; Andrea Calvo Prieto, «La familia del
enfermo mental en los países africanos», ibid., 52-58; Francisco Imoda,
«Psicoterapia», ibid., 186-192: Pier Luigi marchesi, «Papel de la Iglesia en
el tratamiento de los enfermos mentales», ibid., 205-207; Carlos Lorenzo
Casullo, «La aceptación de la enfermedad mental», ibid., 81-85.
Intervención del cardenal Javier Lozano Barragán,
presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, pronunciada
en Adelaida (Australia) el 9 de febrero en el congreso que inauguró la
Jornada Mundial del Enfermo (11 de febrero) ZSI06022501