Jornada Mundial del Enfermo 11 de febrero 2008 - Mensaje papal: El Cuidado Pastoral de los Enfermos
El mensaje de Benedicto XVI con motivo de la Jornada Mundial del Enfermo,
que se celebrará el 11 de febrero de 2008, con eje central el Santuario de
Lourdes, en el 150 aniversario de las apariciones de la Virgen.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
1. El 11 de febrero, conmemoración de la Beata María Virgen de Lourdes, se
celebra la Jornada Mundial del Enfermo, ocasión propicia para reflexionar en
torno al sentido del dolor cristiano y sobre el deber cristiano de ocuparnos
de él bajo cualquier situación que se presente. Dicha significativa
celebración está relacionada este año con dos acontecimientos importantes
para la vida de la Iglesia, como lo manifiesta claramente el tema escogido
«La Eucaristía, Lourdes y el cuidado pastoral de los enfermos»: el 150°
aniversario de las apariciones de la Inmaculada en Lourdes y la celebración
del Congreso Eucarístico Internacional en Quebec, Canadá. De este modo, se
brinda una oportunidad especial para considerar la estrecha relación que
existe entre el Misterio eucarístico, el papel de María en el proyecto
salvífico y la realidad del dolor y del sufrimiento humano.
Los 150 años de las apariciones de Lourdes nos invitan a dirigir nuestra
mirada hacia la Virgen Santísima, cuya Inmaculada Concepción constituye el
don sublime y gratuito de Dios a una mujer, a fin de que adhiriese
totalmente a los designios divinos con una fe firme e inquebrantable, no
obstante las pruebas y los sufrimientos que habría tenido que afrontar. Por
esta razón, María es modelo de abandono total a la voluntad de Dios: acogió
en su corazón el Verbo eterno y lo concibió en su seno virginal; se fió de
Dios y, con el alma atravesada por la espada del dolor (cfr Lc 2,35), no
vaciló en compartir la pasión de su Hijo renovando en el Calvario a los pies
de la Cruz el «sí» de la Anunciación. Meditar sobre la Inmaculada Concepción
de María es, pues, dejarse atraer por el «sí» que la unió admirablemente a
la misión de Cristo, Redentor de la humanidad, y dejarse tomar y guiar de la
mano por Ella, para pronunciar también nosotros el «fiat» a la voluntad de
Dios con toda nuestra existencia entretejida de gozos y tristezas, de
esperanzas y desilusiones, con la convicción de que las pruebas, el dolor y
el sufrimiento enriquecen de sentido nuestra peregrinación en la tierra.
2. No se puede contemplar a María sin ser atraídos por Cristo y no se puede
mirar a Cristo sin advertir de inmediato la presencia de María. Existe un
vínculo inseparable entre la Madre y el Hijo generado en su seno por obra
del Espíritu Santo, y este vínculo lo advertimos, de modo misterioso, en el
Sacramento de la Eucaristía, tal como lo han puesto de relieve los Padres de
la Iglesia y los teólogos. «La carne nacida de María, que viene del Espíritu
Santo, es el pan que ha descendido del cielo», afirma san Hilario de
Poitiers, mientras que en el Sacramentario Bergomense del siglo IX leemos:
«Su seno ha hecho florecer un fruto, un pan que nos ha llenado de un don
angelical. María ha restituido a la salvación lo que Eva había destruido con
su culpa». Del mismo modo, Pier Damiani observa: «El cuerpo que la Beatísima
Virgen generó y nutrió en su seno con cuidado materno, ese cuerpo digo, sin
duda y no otro, ahora lo recibimos del sagrado altar, y bebemos la sangre
como sacramento de nuestra redención. Esto cree la fe católica, esto enseña
fielmente la santa Iglesia». El vínculo de la Virgen Santa con su Hijo,
Cordero inmolado que quita los pecados del mundo, se extiende a la Iglesia
Cuerpo místico de Cristo. María - afirma el Siervo de Dios Juan Pablo II -
es «mujer eucarística» con toda su vida por lo que la Iglesia,
contemplándola como su modelo «está llamada a imitarla también en su
relación con este Misterio santísimo» (Enc. Ecclesia de Eucharistia, 53). En
esta óptica se comprende aún más porqué en Lourdes al culto de la Beata
Virgen María se une un fuerte y constante llamado a la Eucaristía mediante
celebraciones eucarísticas cotidianas, con la adoración del Santísimo
Sacramento y la bendición de los enfermos, que constituye uno de los
momentos más fuertes cuando los peregrinos se detienen en la gruta de
Massabielle.
La presencia en Lourdes de numerosos peregrinos enfermos y de voluntarios
que los acompañan nos ayuda a reflexionar sobre la solicitud materna y
tierna que la Virgen manifiesta hacia el dolor y el sufrimiento del hombre.
Asociada al Sacrificio de Cristo, María, Mater Dolorosa, que a los pies de
la Cruz sufre con su Hijo divino, es sentida cercana especialmente por la
comunidad cristiana que se reúne alrededor de sus miembros que sufren, los
mismos que llevan consigo los signos de la pasión del Señor. María sufre con
los que están en la prueba, con ellos espera y es su consuelo sosteniéndolos
con su ayuda materna. ¿No es quizá verdad que la experiencia espiritual de
muchos enfermos anima a comprender cada vez más que «el divino Redentor
quiere penetrar en el ánimo de todo paciente a través del corazón de su
Madre Santísima, primicia y vértice de todos los redimidos»? (Juan Pablo II,
Carta. ap. Salvifici doloris, 26).
3. Si Lourdes nos lleva a meditar en el amor materno de la Virgen Inmaculada
por sus hijos enfermos y los que sufren, el próximo Congreso Eucarístico
Internacional será ocasión para adorar a Jesucristo presente en el
Sacramento del altar, a El confiarnos como Esperanza que no defrauda, El
acoge como medicamento de la inmortalidad que sana el físico y el espíritu.
Jesucristo ha redimido el mundo con su sufrimiento, con su muerte y
resurrección y ha querido permanecer con nosotros como «pan de la vida» en
nuestra peregrinación terrena. «La Eucaristía don de Dios para la vida del
mundo»: este es el tema del Congreso Eucarístico y subraya que la Eucaristía
es el don que el Padre hace al mundo de su Hijo unigénito, encarnado y
crucificado. Es El que nos reúne alrededor de la mesa eucarística,
suscitando en sus discípulos una amorosa solicitud por los que sufren y los
enfermos, en los cuales la comunidad cristiana reconoce el rostro de su
Señor. Como he manifestado en la Exhortación apostólica post-sinodal
Sacramentum caritatis, «nuestras comunidades, cuando celebran la Eucaristía,
han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para
todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a
hacerse ‘pan partido' para los demás» (n. 88). De este modo estamos animados
a comprometernos en primera persona para servir a los hermanos,
especialmente a los que se encuentran en dificultad, ya que la vocación de
cada cristiano es ser realmente, con Jesús, pan partido por la vida del
mundo.
4. Por consiguiente, es claro que precisamente de la Eucaristía la pastoral
de la salud debe obtener la fuerza espiritual que necesita para socorrer
eficazmente al hombre y ayudarlo a comprender el valor salvífico de su
sufrimiento. Como escribió el Siervo de Dios Juan Pablo II en la Carta
apostólica Salvifici doloris, la Iglesia ve en los hermanos y en las
hermanas que sufren como un sujeto múltiple de la fuerza sobrenatural de
Cristo (cfr n. 27). Unido misteriosamente a Cristo, el hombre que sufre con
amor y se abandona dócilmente a la voluntad divina se convierte en ofrenda
viviente por la salvación del mundo. Mi amado Predecesor afirmaba también
que «cuanto más se siente amenazado por el pecado, cuanto más pesadas son
las estructuras del pecado que lleva en sí el mundo de hoy, tanto más grande
es la elocuencia que posee en sí el sufrimiento humano. Y tanto más la
Iglesia siente la necesidad de recurrir al valor de los sufrimientos humanos
para la salvación del mundo» (ibid.). Por tanto, si en Quebec se contempla
el misterio de la Eucaristía don de Dios para la vida del mundo, en la
Jornada Mundial del Enfermo, en un ideal paralelismo espiritual, no sólo se
celebra la efectiva participación del sufrimiento humano en la obra
salvífica de Dios, sino en cierto sentido se pueden gozar los preciosos
frutos prometidos a los que creen. De modo que el dolor, acogido con fe, se
convierte en la puerta para entrar en el misterio del sufrimiento redentor
de Jesús y para llegar con El a la paz y a la felicidad de su Resurrección.
5. Al mismo tiempo que dirijo mi saludo cordial a todos los enfermos y a los
que de muchos modos se ocupan de ellos, invito a las comunidades diocesanas
y parroquiales a celebrar la próxima Jornada Mundial del Enfermo valorando
plenamente la feliz coincidencia entre el 150º aniversario de las
apariciones de Nuestra Señora en Lourdes y el Congreso Eucarístico
Internacional. Sea una ocasión para subrayar la importancia de la santa
Misa, de la Adoración eucarística y del culto de la Eucaristía, de modo que
las Capillas en los Centros sanitarios se conviertan en el corazón pulsante
en el que Jesús se ofrece incesantemente al Padre por la vida de la
humanidad. También la distribución de la Eucaristía a los enfermos, hecha
con decoro y espíritu de oración, es una verdadera consolación para el que
sufre por las aflicciones de toda enfermedad.
La próxima Jornada Mundial del Enfermo constituya también una circunstancia
propicia para invocar de modo especial la protección materna de María a los
que están probados por la enfermedad, a los agentes sanitarios y a los
agentes de la pastoral sanitaria. Pienso de modo especial en los sacerdotes
comprometidos en este campo, en las religiosas y en los religiosos, en los
voluntarios y en todos los que con eficaz entrega sirven, en el cuerpo y en
el alma, a los enfermos y a los necesitados. Confío todos a María, Madre de
Dios y Madre nuestra, Inmaculada Concepción. Ella ayude para que cada uno
atestigüe que la única respuesta válida al dolor y al sufrimiento humano es
Cristo que, resucitando ha vencido la muerte y nos ha donado la vida que no
conoce término. Con estos sentimientos, de corazón imparto a todos una
especial Bendición Apostólica.
Desde el Vaticano, 11 de enero de 2008.
Benedictus PP. XVI