Discurso del Papa Juan Pablo II
sobre estado vegetativo y eutanasia
Discurso que pronunció Juan Pablo II el 20 de marzo a los participantes en el Congreso sobre «Tratamientos de mantenimiento vital y estado vegetativo», organizado en Roma por la Academia Pontificia para la Vida, y la Federación Internacional de Asociaciones de Médicos Católicos.
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Ilustres señoras y señores:
1. Os saludo muy cordialmente a todos vosotros, participantes en el congreso
internacional sobre "Tratamientos de mantenimiento vital y estado
vegetativo: avances científicos y dilemas éticos". Deseo dirigir un saludo,
en particular, a monseñor Elio Sgreccia, vicepresidente de la Academia
pontificia para la vida, y al profesor Gian Luigi Gigli, presidente de la
Federación internacional de asociaciones de médicos católicos y generoso
defensor del valor fundamental de la vida, el cual se ha hecho amablemente
intérprete de los sentimientos comunes.
Este importante congreso, organizado conjuntamente por la Academia
pontificia para la vida y la Federación internacional de asociaciones de
médicos católicos, está afrontando un tema de gran importancia: la condición
clínica denominada "estado vegetativo". Las complejas implicaciones
científicas, éticas, sociales y pastorales de esa condición necesitan una
profunda reflexión y un fecundo diálogo interdisciplinar, como lo demuestra
el denso y articulado programa de vuestros trabajos.
2. La Iglesia, con gran estima y sincera esperanza, estimula los esfuerzos
de los hombres de ciencia que se dedican diariamente, a veces con grandes
sacrificios, al estudio y a la investigación para mejorar las posibilidades
diagnósticas, terapéuticas, de pronóstico y de rehabilitación de estos
pacientes totalmente confiados a quien los cuida y asiste. En efecto, la
persona en estado vegetativo no da ningún signo evidente de conciencia de sí
o del ambiente, y parece incapaz de interaccionar con los demás o de
reaccionar a estímulos adecuados.
Los estudiosos consideran que es necesario ante todo llegar a un diagnóstico
correcto, que normalmente requiere una larga y atenta observación en centros
especializados, teniendo en cuenta también el gran número de errores de
diagnóstico referidos en la literatura. Además, no pocas de estas personas,
con una atención apropiada y con programas específicos de rehabilitación,
son capaces de salir del estado vegetativo. Al contrario, muchos otros, por
desgracia, permanecen prisioneros de su estado, incluso durante períodos de
tiempo muy largos y sin necesitar soportes tecnológicos.
En particular, para indicar la condición de aquellos cuyo "estado
vegetativo" se prolonga más de un año, se ha acuñado la expresión estado
vegetativo permanente. En realidad, a esta definición no corresponde un
diagnóstico diverso, sino sólo un juicio de previsión convencional, que se
refiere al hecho de que, desde el punto de vista estadístico, cuanto más se
prolonga en el tiempo la condición de estado vegetativo, tanto más
improbable es la recuperación del paciente.
Sin embargo, no hay que olvidar o subestimar que existen casos bien
documentados de recuperación, al menos parcial, incluso a distancia de
muchos años, hasta el punto de que se puede afirmar que la ciencia médica,
hasta el día de hoy, no es aún capaz de predecir con certeza quién entre los
pacientes en estas condiciones podrá recuperarse y quién no.
3. Ante un paciente en esas condiciones clínicas, hay quienes llegan a poner
en duda incluso la permanencia de su "calidad humana", casi como si el
adjetivo "vegetal" (cuyo uso ya se ha consolidado), simbólicamente
descriptivo de un estado clínico, pudiera o debiera referirse en cambio al
enfermo en cuanto tal, degradando de hecho su valor y su dignidad personal.
En este sentido, es preciso notar que el término citado, aunque se utilice
sólo en el ámbito clínico, ciertamente no es el más adecuado para referirse
a sujetos humanos.
En oposición a esas tendencias de pensamiento, siento el deber de reafirmar
con vigor que el valor intrínseco y la dignidad personal de todo ser humano
no cambian, cualesquiera que sean las circunstancias concretas de su vida.
Un hombre, aunque esté gravemente enfermo o se halle impedido en el
ejercicio de sus funciones más elevadas, es y será siempre un hombre; jamás
se convertirá en un "vegetal" o en un "animal".
También nuestros hermanos y hermanas que se encuentran en la condición
clínica de "estado vegetativo" conservan toda su dignidad humana. La mirada
amorosa de Dios Padre sigue posándose sobre ellos, reconociéndolos como
hijos suyos particularmente necesitados de asistencia.
4. Los médicos y los agentes sanitarios, la sociedad y la Iglesia tienen,
con respecto a esas personas, deberes morales de los que no pueden eximirse
sin incumplir las exigencias tanto de la deontología profesional como de la
solidaridad humana y cristiana.
Por tanto, el enfermo en estado vegetativo, en espera de su recuperación o
de su fin natural, tiene derecho a una asistencia sanitaria básica
(alimentación, hidratación, higiene, calefacción, etc.), y a la prevención
de las complicaciones vinculadas al hecho de estar en cama. Tiene derecho
también a una intervención específica de rehabilitación y a la
monitorización de los signos clínicos de eventual recuperación.
En particular, quisiera poner de relieve que la administración de agua y
alimento, aunque se lleve a cabo por vías artificiales, representa siempre
un medio natural de conservación de la vida, no un acto médico. Por tanto,
su uso se debe considerar, en principio, ordinario y proporcionado, y como
tal moralmente obligatorio, en la medida y hasta que demuestre alcanzar su
finalidad propia, que en este caso consiste en proporcionar alimento al
paciente y alivio a sus sufrimientos.
En efecto, la obligación de proporcionar "los cuidados normales debidos al
enfermo en esos casos" (Congregación para la doctrina de la fe, Iura et
bona, p. IV), incluye también el empleo de la alimentación y la hidratación
(cf. Consejo pontificio "Cor unum", Dans le cadre, 2. 4. 4; Consejo
pontificio para la pastoral de la salud, Carta de los agentes sanitarios, n.
120). La valoración de las probabilidades, fundada en las escasas esperanzas
de recuperación cuando el estado vegetativo se prolonga más de un año, no
puede justificar éticamente el abandono o la interrupción de los cuidados
mínimos al paciente, incluidas la alimentación y la hidratación. En efecto,
el único resultado posible de su suspensión es la muerte por hambre y sed.
En este sentido, si se efectúa consciente y deliberadamente, termina siendo
una verdadera eutanasia por omisión.
A este propósito, recuerdo lo que escribí en la encíclica Evangelium vitae,
aclarando que "por eutanasia, en sentido verdadero y propio, se debe
entender una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención
causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor"; esta acción
constituye siempre "una grave violación de la ley de Dios, en cuanto
eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana" (n.
65).
Por otra parte, es conocido el principio moral según el cual incluso la
simple duda de estar en presencia de una persona viva implica ya la
obligación de su pleno respeto y de la abstención de cualquier acción
orientada a anticipar su muerte.
5. Sobre esta referencia general no pueden prevalecer consideraciones acerca
de la "calidad de vida", a menudo dictadas en realidad por presiones de
carácter psicológico, social y económico.
Ante todo, ninguna evaluación de costes puede prevalecer sobre el valor del
bien fundamental que se trata de proteger: la vida humana. Además, admitir
que se puede decidir sobre la vida del hombre basándose en un reconocimiento
exterior de su calidad equivale a reconocer que a cualquier sujeto pueden
atribuírsele desde fuera niveles crecientes o decrecientes de calidad de
vida, y por tanto de dignidad humana, introduciendo un principio
discriminatorio y eugenésico en las relaciones sociales.
Asimismo, no se puede excluir a priori que la supresión de la alimentación y
la hidratación, según cuanto refieren estudios serios, sea causa de grandes
sufrimientos para el sujeto enfermo, aunque sólo podamos ver las reacciones
a nivel de sistema nervioso autónomo o de mímica. En efecto, las técnicas
modernas de neurofisiología clínica y de diagnóstico cerebral por imágenes
parecen indicar que en estos pacientes siguen existiendo formas elementales
de comunicación y de análisis de los estímulos.
6. Sin embargo, no basta reafirmar el principio general según el cual el
valor de la vida de un hombre no puede someterse a un juicio de calidad
expresado por otros hombres; es necesario promover acciones positivas para
contrastar las presiones orientadas a la suspensión de la hidratación y la
alimentación, como medio para poner fin a la vida de estos pacientes.
Ante todo, es preciso sostener a las familias que han tenido a un ser
querido afectado por esta terrible condición clínica. No se las puede dejar
solas con su pesada carga humana, psicológica y económica.
Aunque, por lo general, la asistencia a estos pacientes no es
particularmente costosa, la sociedad debe invertir recursos suficientes para
la ayuda a este tipo de fragilidad, a través de la realización de oportunas
iniciativas concretas como, por ejemplo, la creación de una extensa red de
unidades de reanimación, con programas específicos de asistencia y
rehabilitación; el apoyo económico y la asistencia a domicilio a las
familias, cuando el paciente es trasladado a su casa al final de los
programas de rehabilitación intensiva; la creación de centros de acogida
para los casos de familias incapaces de afrontar el problema, o para ofrecer
períodos de "pausa" asistencial a las que corren el riesgo de agotamiento
psicológico y moral.
Además, la asistencia apropiada a estos pacientes y a sus familias debería
prever la presencia y el testimonio del médico y del equipo de asistencia, a
los cuales se les pide que ayuden a los familiares a comprender que son sus
aliados y luchan con ellos; también la participación del voluntariado
representa un apoyo fundamental para hacer que las familias salgan del
aislamiento y ayudarles a sentirse parte valiosa, y no abandonada, del
entramado social.
En estas situaciones reviste, asimismo, particular importancia el
asesoramiento espiritual y la ayuda pastoral, como apoyo para recuperar el
sentido más profundo de una condición aparentemente desesperada.
7. Ilustres señoras y señores, para concluir, os exhorto, como personas de
ciencia, responsables de la dignidad de la profesión médica, a custodiar
celosamente el principio según el cual el verdadero cometido de la medicina
es "curar si es posible, pero prestar asistencia siempre" (to cure if
possible, always to care).
Como sello y apoyo de vuestra auténtica misión humanitaria de consuelo y
asistencia a los hermanos que sufren, os recuerdo las palabras de Jesús: "En
verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más
pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).
A esta luz, invoco sobre vosotros la asistencia de Aquel a quien una
sugestiva fórmula patrística califica como Christus medicus; y, encomendando
vuestro trabajo a la protección de María, Consoladora de los afligidos y
consuelo de los moribundos, con afecto imparto a todos una especial
bendición apostólica.