Diálogo entre un fautor de la eutanasia y un sacerdote tetrapléjico
Artículo
El derecho a 'dimitir' de la vida
de Salvador Pániker
El País, 16.IX.08.
Respuestas de Luis de Moya
Sacerdote, médico,
tetrapléjico
muertedigna.org
¡Respetemos todos los puntos de vista!
Salvador Pániker: La polémica desatada por las muy sensatas declaraciones
del ministro Bernat Soria a propósito del suicidio asistido, bien merece un
nuevo comentario sobre el debate de la muerte digna en general. Lo
recomendable es que ese debate sea sosegado y racional, sin concesiones a la
demagogia y atendiendo a toda la complejidad del problema. No tiene
demasiada gracia, por ejemplo, declarar que el suicidio asistido equivale a
liquidar a la gente con fondos públicos.
Luís de Moya: Considero, por el contrario, que debe estar muy claro, y nunca
se insistirá bastante, en que eso es precisamente la eutanasia. Si queremos
evitar el término "liquidar a la gente", que puede parecer un tanto frívolo
en este caso, podemos hablar de "matar a la gente", que es mucho más
aséptico y se ajusta con exactitud a la realidad de lo que se lleva a cabo
y, desde luego, eso sí, con fondos públicos.
Veamos. Como he expuesto en anteriores ocasiones, suicidio asistido y
eutanasia son temas interdisciplinarios, donde concurren aspectos médicos,
jurídicos, filosóficos, éticos, incluso estéticos. El debate, a menudo, más
que ideológico es de enfrentamiento de sensibilidades. La empatía por el
sufrimiento ajeno es variable. Hay quien percibe, y hay quien no, el
carácter intolerable de un ser humano reducido a la condición de piltrafa
vegetativa en contra de su voluntad. Pregonan algunos declamadores que la
vida "siempre es maravillosa". Bien; a veces lo es, a veces no. A veces
--con sida, con cáncer, con tetraplejia, con demencia senil y otras mil
posibles degradaciones-- la vida resulta, como mínimo, muy oscura.
Absolutizar la vida, absolutizar lo que sea, conduce irremisiblemente al
totalitarismo. La vida puede ser maravillosa y puede ser espantosa. Depende.
Y la única manera de conseguir que, al menos, sea digna es reservándose uno
el derecho a abandonar el mundo cuando comience el horror. El derecho a
dimitir.
Entre los aspectos que concurren se omiten los religiosos que, para algunas
personas, son los más importantes y decisivos, por el sentido que tienen
esas personas de la vida humana. Si se trata de respetar a todos, conviene
no dejar de lado a priori, como irrelevantes, los aspectos que son decisivos
para un buen grupo de la población.
El término "piltrafa vegetativa" es desde luego muy impactante, pero es muy
poco preciso. El calificativo calificativo "vegetativa" es técnicamente
falso en este caso. Lo de "piltrafa", en efecto, depende de sensibilidades.
De hecho, para algunos son "piltrafa" personas que gozan de muy buena salud,
y admirables, en cambio, otras no tan agraciadas físicamente.
Y se critica, por totalitario, lo que se supone sería "absolutizar la vida",
en este caso. Aparte de que no se pretende absolutizar la vida que ahora
disfrutamos (sería ridículo con la experiencia inapelable de la muerte), más
bien parece que son los partidarios del suicidio asistido y la eutanasia
quienes absolutizan la vida presente. De hecho cuando se les vuelve muy
oscura renuncian a ella. Es tanto el valor de esta vida -dicen--, tan
exclusivo y único, que, no habiendo nada más, para qué continuar en esas
condiciones.
Hoy tenemos medios suficientes
Alegan algunos detractores del derecho a la eutanasia voluntaria que con los
adelantos de la medicina paliativa y del tratamiento del dolor el tema ya
está resuelto. A esto hay que contestar que, en primer lugar, bienvenida sea
la medicina paliativa y el tratamiento del dolor, pero que,
desgraciadamente, la citada medicina y el citado tratamiento están todavía
en pañales y que, en todo caso, la última palabra y la última voluntad le
corresponden siempre al enfermo. Además, la experiencia y las estadísticas
confirman que, en las peticiones de autoliberación, tanto o más que el dolor
físico cuenta el sentimiento de que uno ha perdido la dignidad humana. En
rigor, como lo tengo expuesto repetidamente, cuidados paliativos y eutanasia
no sólo no se oponen sino que son complementarios. No debe haber eutanasia
sin previos cuidados paliativos, ni cuidados paliativos sin posibilidad de
eutanasia. Más aún, si el enfermo supiese que tiene siempre abierta la
posibilidad de salirse voluntariamente de la vida, las peticiones de
eutanasia disminuirían. Porque esta "puerta abierta" produciría un
paradójico efecto tranquilizador: uno sabría que, al llegar a ciertos
extremos, el horror puede detenerse.
Como es evidente, la medicina progresa de continuo en todas sus
especialidades, también en los cuidados paliativos y el tratamiento del
dolor. "En pañales" estaba, por ejemplo, el tratamiento del cáncer hace 50
años desde la perspectiva actual. "En pañales" se encuentra asimismo ahora
el tratamiento del cáncer --por más avanzado y exitoso que nos parezca en
algunos de sus tipos. Pero esto sólo podrán decirlo con fundamento los
médicos de dentro de 50 años. Así sucede con la medicina paliativa. Pero hoy
se puede y se debe hacer la mejor medicina paliativa de que seamos capaces.
En cuanto al "horror" (expresión asimismo impactante); esto sí que exige un
tratamiento adecuado, especifico en cada tipo, que reclama una
especialización cada día más exigente de buena medicina. ¡No al "horror"!,
deben clamar los médicos. Y para ello, una buena formación y medios
adecuados técnicos y humanos. Porque la medicina tiene recursos para ello;
sólo hay que aplicarlos y hacerlos accesibles a todos. Las personas no deben
tener miedo a ese "horror", porque ya hoy no ha de existir en una buena
medicina.
Con la verdad por delante
Debo añadir que en este tema es crucial la actitud de la clase médica.
Porque la cuestión no puede, ni debe, desmedicalizarse. Precisamente, los
médicos han de ser la garantía de que no se produzcan abusos. No es
recomendable legislar sin contar con el asentimiento de los sanitarios. En
Suiza y Oregón los médicos suministran la prescripción de fármacos para
morir, es decir, intervienen indirectamente (suicidio asistido); en Holanda
y Bélgica actúan directamente (eutanasia), si bien existe una cláusula de
conciencia. En España, el último estudio publicado sobre la actitud de los
médicos ante la eutanasia (encuesta CIS de abril-mayo de 2002) dio como
resultado que un 59% de los consultados apoyaban su legalización. Tocante a
los facultativos contrarios a la eutanasia, lo que deberían hacer es
contribuir a un clima médico/social para que nadie la reclamara. En eso
estaríamos de acuerdo: no deseamos que haya peticiones de eutanasia. Pero
tampoco es ético --ni decente-- oponerse a quienes, razonable e
insistentemente, reclamen el respeto al derecho humano de salirse de la
vida. Todo el mundo dice querer respetar la dignidad del paciente. Pero
¿cómo puede obligarse a un paciente a vivir en contra de su voluntad? ¿Qué
hacen con la dignidad esos mandatarios de la lucha ideológica contra la
eutanasia? Suelen ser, esos mandatarios, gente de la Iglesia o del Estado,
herederos de quienes, durante siglos, han sofocado la libertad individual en
nombre de alguna coartada colectiva. Claman demagógicamente que la eutanasia
es un asesinato. Pero, díganme: ¿es lo mismo un acto de amor que una
violación? Puede que biológicamente tengan un factor común, pero nadie
discutirá la diferencia. En el asesinato, el que muere lo hace en contra de
su voluntad; en la eutanasia y el suicidio asistido, el que es ayudado a
morir recibe la ayuda como un acto de amor.
Conviene no olvidar que en un país como Holanda --que debería ofrecernos
todas las garantías legales y médicas, con tantos años de experiencia en
eutanasia-- la tercera parte de las eutanasia se practican sin el
consentimiento del paciente: una de cada tres. Así son las cosas, se quiera
o no, cuando se legisla a favor de la eutanasia con todas las garantías:
sólo "para quienes razonable e insistentemente reclaman el respeto al
derecho humano de salirse de la vida". En realidad, ese pretendido derecho
no existe, como tampoco existe el derecho a nacer. Existe, eso sí, la
facultad de "dimitir" intencionadamente de la vida por suicidio o por
eutanasia, pero al margen del derecho. Cuando existe una posibilidad
normalizada de acabar con la vida de un paciente sin incurrir en delito,
siempre se podrán organizar las cosas --y hasta establecer una praxis-- para
inducir la muerte forzando los casos. Así somos los humanos. Los ejemplos se
multiplican, están suficientemente documentados y al alcance de cualquiera
que los quiera conocer.
Ejemplo poco afortunado
Un ejemplo del grado de desvergonzada desfachatez a que pueden llegar los
integristas lo tenemos en el caso no tan lejano de la norteamericana Terri
Schiavo, que llevaba 15 años en coma, viviendo como un vegetal humano, en
tanto que su antiguo marido pedía que se le retirasen todos los tubos que la
mantenían artificialmente con vida. Los políticos americanos de la
ultraderecha conservadora, con intervención explícita de los hermanos Jeb y
George Bush, se opusieron a ello. Hubo procesos judiciales hasta que el
Tribunal Supremo de Florida dio la razón al ex marido. Pues bien, en España,
un conocido periodista católico, llevado de su fanatismo, llegó a escribir
que Terri Schiavo "no estaba enferma, sino sólo aquejada de una profunda
minusvalía" y que ahora, por orden del juez, la iban a matar de hambre y sed
al retirarle la alimentación por sonda, y que no había ninguna diferencia
entre esto y lo que solía hacer Hitler. Y el día que se consumó la agonía de
la enferma, el presidente George W. Bush, el hombre responsable de más de
100.000 muertos en Irak, el hombre que se ha hartado de firmar sentencias de
pena capital, declaró que se sentía triste y desolado, puesto que él
reiteraba su posición "en favor de la vida".
La enferma norteamericana respondía algunos estímulos aunque estuviera
inconsciente, únicamente requería cuidados ordinarios: alimentación e
hidratación mediante un tubo en el estómago. No era preciso, por
consiguiente, retirarle "todos los tubos que la mantenían artificialmente
con vida", bastó con uno solo. No requería ni tenía un tratamiento
extraordinario o desproporcionado, ni padecía dolor. Los demás comentarios
tal vez pretenden indignar al lector, pero nos apartan del tema, parecen
demagogia fuera de lugar.
La verdad del caso de Holanda
Otro argumento esgrimido, aparentemente más neutro, es el de la llamada
"pendiente deslizante", la posible proliferación de homicidios sin
consentimiento del enfermo, en el caso de que se despenalice la eutanasia.
Ahora bien, ningún dato empírico confirma este temor. No hay ninguna
evidencia de que en Holanda -país pionero en la despenalización de la
eutanasia voluntaria- hayan aumentado las eutanasias involuntarias, más bien
al contrario. Lo que sí existe en Holanda es una total transparencia
informativa, y muchísimos más controles legales que en otros países -donde
sí es habitual la eutanasia clandestina-. Y hablo especialmente de Holanda
porque este país ha sido objeto de una campaña de desprestigio tan grosera
como inútil. Los críticos plantean que la legalización de la eutanasia
voluntaria ha producido allí una degradación de la profesión médica y todo
tipo de males. Sin embargo, los holandeses no se han dado por enterados. Los
holandeses saben que la eutanasia legal ha mejorado incluso la atención
médica en lugar de dañarla. Prueba de ello es que a ninguno de los Gobiernos
posteriores a la legalización de la eutanasia se le ha ocurrido revertir
esta medida.
Sin embargo, yo me atrevería a discrepar, habiendo comprobado que la
realidad no es como arriba se indica. No es cierto que en Holanda no haya
homicidios por eutanasia sin el consentimiento del enfermo. En efecto, la
eutanasia parece estar perfectamente asimilada por una parte de la sociedad
holandesa: los más jóvenes, que no serían candidatos a corto plazo; otros
--ancianos, enfermos crónicos, enfermos terminales-- prefieren ser atendidos
médicamente en clínicas alemanas, que han proliferado en los últimos tiempos
próximas a la frontera holandesa. Así las cosas, informes oficiales de la
autoridad sanitaria competente de ese país, como el conocido Informe
Remmelink, entre otros, reconocen que al menos hay 1000 casos anuales de
eutanasia en Holanda sin el consentimiento del paciente.
Sin contar con el paciente
En fin, quienes defendemos el derecho a morir con dignidad pensamos que el
debate sobre la eutanasia y el suicidio asistido ha alcanzado ya un punto
irreversible de esclarecimiento y madurez. Pensamos que es hora de abordar
este problema, ya que resulta notoria la pasividad social que ha habido en
torno al mismo. Ello es que al cabo de 200 años de luchas sociales, luchas
por la emancipación de las clases trabajadoras, derechos de la mujer, Tercer
Mundo, pueblos de color, niños, homosexuales, etcétera, el tema de la muerte
digna permanece inauditamente congelado. Entre otras razones porque la
muerte ha sido un tema tabú.. Y porque los moribundos no van a votar. Pero
ha llegado la hora de levantar el tabú de la muerte y afrontar con lucidez
la finitud humana. Un Estado laico y secularizado ha de respetar la libertad
de conciencia de cada cual, y ser neutral frente a las distintas creencias
religiosas. El respeto a la libre voluntad del enfermo es así primordial. Se
trata de una aplicación de la idea general de autonomía (autos nomos, la ley
que cada cual se da a sí mismo, la soberanía del ciudadano), que es uno de
los legados más firmes de la modernidad.
Salvador Pániker es filósofo y presidente de la Asociación Derecho a Morir
Dignamente.
¿Estamos dispuestos a admitir eutanasias sin el consentimiento del paciente?
Sería, desde luego, la barbarie. Un salvajismo muy discreto --apenas
advertido socialmente--: los afectados ya no pueden hablar, que podría
además tener beneficios económicos contables, y es hijo de la misma
mentalidad que consiente matar a los hijos en el vientre de su madre. Dos
modos de acabar legalmente con la vida humana, a partir de una legalización
que dice consentirlo sólo con estrictos controles, pero que, como todo el
mundo sabe, esos controles se eluden sin especial dificultad.