Eutanasia, ¿muerte digna?
Comentario de monseñor Cristián Contreras Villarroel, obispo Auxiliar de
Santiago y secretario general de la Conferencia Episcopal de Chile ante
propuestas de legalización o despenalización de la eutanasia.
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La experiencia pastoral y familiar me ha enseñado dolorosamente que los
sufrimientos de los enfermos terminales pueden ser atroces, porque junto al
tormento físico van tomando conciencia de la inminente separación de este
mundo. Pese a ello, la enorme mayoría de esas personas se entregan a este
trance sin desesperación, fortalecidas por el consuelo de tener a sus seres
amados junto a ellos y también por el acompañamiento espiritual de la
Iglesia.
Sin embargo, hay casos en que estos dolores del cuerpo se vuelven
insoportables, precisamente porque se potencian con dolores de otro tipo,
los más profundos del alma, aquellos producidos por la soledad humana y la
falta de esperanza. Y es precisamente en esos momentos cuando se produce la
gran confusión: quienes por el agobio y el abandono han perdido el sentido
de sus propias vidas, piensan que la vida de suyo ha perdido sentido y, por
lo tanto, su valor.
Esta amarga realidad empuja a muchos a creer que la dignidad de la muerte
está en apresurarla, evitando todo tipo de sufrimientos que, por lo demás,
no son sólo del enfermo sino también de quienes están dispuestos a
acompañarlos, especialmente sus más cercanos: la familia.
¿Qué tan digno puede ser un acto humano mediante el cual se provoque
deliberadamente la muerte de una persona? ¿Puede ser una ‘buena muerte’ (del
griego “eu-thanasia”), aquélla que se procura mediante, por ejemplo, una
inyección letal? ¿No será más digna una muerte natural, en la que se han
dispuesto todos los medios científicos para aplacar el dolor del cuerpo y, a
la vez, todos los medios del amor para mitigar los dolores del alma?
En diversos países del mundo han surgido movimientos cristianos y también no
confesionales, que descubren en el acompañamiento compasivo de los enfermos
el modo de conducirlos a una muerte verdaderamente digna.
El éxito de estos grupos de cuidados paliativos está en que no se inspiran
en la lástima, sino en la compasión del enfermo, es decir, millares de
voluntarios que son capaces de estar, de padecer con y junto al enfermo y no
en su eliminación. Al ser compasivos, se establecen lazos afectivos que
representan la existencia de cada persona no desde su utilidad social, sino
desde el don que pueden hacer de sí mismos a los demás.
Esa entrega siempre valdrá la pena, aunque implique la dificultad de asumir
el dolor y no de evadirlo, pese a que exija el gran sacrificio de compartir
el sufrimiento del corazón frente al otro ser humano a quien se le va la
vida.
Preocupa la terminología engañosa de algunos parlamentarios al momento de
proponer una legislación atentatoria contra la vida y la dignidad del
enfermo: “precario estado de salud”; “cuidados innecesarios”; “solicitar por
razones humanitarias”. De este modo pretenden justificar la eutanasia. Por
el contrario, ¡cuánto más humano resulta llevar una carga pesada entre dos o
más que en la soledad! No son las frías propuestas eutanásicas las que
aliviarán a los enfermos y a sus familiares y amigos. Eso es no comprender y
no conocer al ser humano.
Por otra parte, una resistencia firme a leyes que promuevan la eutanasia
jamás debe entenderse como una legitimación de aquellos medios, injustos
también, que pretenden prolongar la vida de una persona a cualquier costo
humano y económico. Aquí la reflexión debe ser mucho más amplia. Me refiero
al encarnizamiento o ensañamiento terapéutico.
Por eso, para estos debates valóricos, se necesita una mirada integral, para
ver que el tema no es sólo la eutanasia, y que ésta no entraña solamente un
problema de salud pública o privada. Los avances de la medicina nos ofrecen
maravillosas oportunidades de aliviar el sufrimiento humano, pero a la vez
nos plantean desafíos éticos que apuntan al rol más profundo de una
sociedad: el hacerse cargo los unos de los otros, tanto en la salud como en
la enfermedad.
+ Cristián Contreras Villarroel
Obispo Auxiliar de Santiago
Secretario General de la Conferencia Episcopal
ZS06051409