Eutanasia: Licencia para matar
Por Ramón Lucas Lucas, L.C.,
catedrático de bioética
Universidad Europea de Roma
La legalización de la eutanasia que la Primera Comisión del Senado aprobó el
16 de septiembre en el "Proyecto de Ley estatutaria 44 de 2008 Senado" por
el cual se reglamentan las prácticas de la Eutanasia y la Asistencia al
suicidio en Colombia, el servicio de cuidados paliativos y se dictan otras
disposiciones, es un asesinato legal y una contradicción jurídica: busca
eliminar "viejos inútiles", enfermos terminales y, en determinados casos,
apropiarse de sus bienes.
Aunque se enmascare con palabras bonitas: "muerte digna", "muerte dulce",
"no sufrir", "respeto de la dignidad", es un verdadero crimen. No hay
ninguna duda en el ámbito científico, moral, político ni religioso sobre el
hecho de que cuando la medicina no puede proporcionar la curación, lo que
tiene que hacer es aliviar el sufrimiento y el dolor de los pacientes, no
suprimirlos. El remedio de una enfermedad no es matar al enfermo. Ni
siquiera porque él lo pida.
El enfermo no desea la muerte, lo que desea es dejar de sufrir. Por eso se
le pueden y se le deben administrar toda clase de paliativos del dolor.
Incluso los que pueden indirectamente acelerarle la muerte, pero sin
intención de matarle, como son aquellos que su acción primaria es
analgésica, y el efecto secundario no querido, es el acelerar la muerte; en
cambio, la eliminación voluntaria y directa del enfermo es eutanasia.
Lo que sí es lícito, y además un deber ético y social, es evitar el
encarnizamiento terapéutico, que se define como el uso de medios
desproporcionados y ya inútiles para el enfermo. Es decir se pueden retirar
o no dar al enfermo todos esos medios a él ya desproporcionados, inútiles y
que prolongan su agonía más que ofrecerle elementos de mejora. Lo que nunca
se puede hacer, por respeto a su dignidad de persona, es negarle o privarlo
de los medios a él proporcionados según la situación y según el nivel
sanitario del país en ese momento.
La eutanasia es un atentado mortal a la dignidad de la persona humana sobre
la que se funda el Estado colombiano según lo expresa el pacto
constitucional. Es siempre un crimen, también cuando se practica con fines
piadosos y a solicitud del paciente. La principal expresión del respeto de
la dignidad de la persona, no es sólo el respeto de su autonomía (la
decisión hecha por ella) sino el respeto del bien objetivo contenido en
dicha decisión, o el evitar el mal objetivo contenido en la decisión. Para
que esta decisión sea auténtica y digna de ser respetada por el médico y la
sociedad, es necesario que no contradiga el bien primario del enfermo que es
la vida.
Eliminada la vida se pierden todos los valores. La libertad está
intrínsecamente unidad a la verdad, y no hay autentica libertad fuera de la
verdad. Disociarlas es poner las premisas de comportamientos arbitrarios e
inicuos. Por eso la eutanasia propuesta por el proyecto de ley de la Primera
Comisión del Senado es la supresión de un ser humano, la eliminación del
primer valor que tenemos: la vida, la violación del fundamental principio
constitucional de nuestro país: la dignidad de la persona humana. Nada ni
nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente sea anciano,
enfermo incurable o agonizante.
Ninguna autoridad puede imponerlo o permitirlo. Se trata de una violación a
la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, de un
atentado contra la humanidad. Los derechos fundamentales no se consensúan,
ni se conquistan: se tienen y se defienden. La vida es un don y, si se
quiere, el derecho fundamental, que jamás puede estar sujeto a el consenso
de una mayoría parlamentaria. Un Estado democrático y social tiene el deber
de proteger a los más pobres e indigentes, como son los discapacitados, los
ancianos o los enfermos terminales. Cuando el Estado, en vez de proteger a
los más débiles, da cobertura legal a su muerte, se transforma
automáticamente en un Estado totalitario, los fundamentos de la convivencia
se quiebran y surge una sociedad de la muerte, una auténtica "tanatocracia".
También cuando se practica por sentimiento de piedad, la eutanasia es viola
la dignidad de la persona humana. Monstruosa aparece la figura de un amor
que mata, de una compasión que elimina a quien sufre, de una filantropía que
se entiende como liberación de la vida de otro porque se ha convertido en un
peso, de una compasión selectiva y eugenésica que no cura, sino que
discrimina. El amor verdadero es siempre presencia, cercanía, apoyo; no es
supresión, huida.
La legalización de la eutanasia en Holanda ha creado un fuerte problema
social porque se ha perdido la confianza en los hospitales y ha motivado que
los ancianos no quieren ir al hospital ante el temor de que se les
administre una inyección letal. Por eso se ha fundado una organización, la
NPV, que tiene cerca de cien mil afiliados que llevan una tarjeta donde dice
que el portador no quiere ser ingresado en un hospital.
El "Proyecto de ley estatutaria" del Senado de Colombia ampararía muchas
otras barbaridades, no sólo éticas, sino económicas y sociales: por ejemplo,
se podría comprar un coche con el dinero del seguro del enfermo al que se ha
eutanasiado. Detrás del "para que no sufra" puede puede esconderse el
"porque para mí es molesto; me da compasión; me lo quiero quitar de encima".
Se daría también el caso de otros enfermos desesperados, porque aunque se ha
hecho por ellos todo lo que es razonable hacer, piensan que se les aplica la
eutanasia.
Además empujaría a las políticas sociales hacia posturas extremas que
violentan la conciencia de muchos colombianos. La objeción de conciencia por
parte de los médicos puede quedar así borrada de la normativa vigente a la
hora de tomar la decisión sobre el final de la vida. El "Proyecto de ley
estatutaria" no prevé dicha objeción de conciencia y los médicos se verían
penados si no se atienen a los mandatos gubernamentales.
La muerte digna no es matar al enfermo sino ayudarle en ese momento. Los
enfermos necesitan verse bien tratados, estimados, acompañados. Nunca he
visto un paciente, en situación terminal, que no se agarre a la vida con
todas sus ganas. Sus ojos no me han mirado nunca con desdén hacia el trabajo
terapéutico y de acompañamiento.
El enfermo necesita, además y sobre todo con motivación en su dolor. La
aceptación del dolor es una actitud madura frente a una enfermedad que no se
puede superar, o a una muerte que viene inexorablemente al encuentro.
También quien sufre de este modo puede realizarse a sí mismo y vivir la
propia dignidad de persona. Los sacrificios motivados se hacen con gusto.
Donde se ama no se sufre y si se sufre se ama el sufrimiento que el amor
procura. Por eso la Conferencia Episcopal Española redactó un "modelo de
testamento vital" que, entre otras cosas, dice: "El que suscribe pide que no
se le practique la eutanasia activa, ni se le prolongue irracionalmente el
momento de morir, sino que en caso de muerte desea la compañía de sus seres
queridos".
Llamar muerte digna a la eutanasia es como llamar belleza a la fealdad, día
a la noche, agua al fuego. Los fautores de esta tergiversación no buscan
precisión, sino hacer presentable algo que en sí es inconfesable, es decir,
lograr que la sociedad acepte una práctica que definida con precisión sería
abiertamente rechazada desde un mínimo sentido ético de la vida.
Muchos de los que contemplan con indiferencia las propuestas legislativas
sobre la eutanasia quizás crean que se trata de una muerte digna y por eso
se apuntan o no se oponen a tal dignidad. Si se acercaran a lo que realmente
es, se horrorizarían, porque la eutanasia no consiste en una muerte
placentera, sino en la eliminación de una persona, y en muchos casos de un
ser querido. La eutanasia requiere de la intervención del médico o de otra
persona. Que se haga por piedad o para evitar el sufrimiento no cambia la
substancia del acto: truncar una vida. Llamar muerte digna a la eutanasia es
un engaño. No puede haber dignidad en la eliminación de una vida humana. Lo
digno es la vida, el amor, la acogida, el sostén. La eliminación, el
rechazo, el abandono, no es dignidad, sino egoísmo enmascarado.