La Fe de Romano Guardini
Romano Guardini es uno de los filósofos y teólogos más certeros que dio a
luz el siglo XX. Sus obras suponen un acercamiento racional, sin
estridencias, al meollo de la fe: Cristo. Ofrecemos un extracto de la
Introducción que Giacomo Canobbio ha escrito a la reedición en Italia de El
Señor, una de las obras clásicas del pensador italo-alemán, de tanta
actualidad y provecho en estos tiempos de códigos Da Vinci.
Las actividades pastorales de Romano Guardini entre 1923 y 1939, cuando era
profesor en Berlín, incluían la predicación, en general durante la
celebración de la Eucaristía. A partir de 1932, en la capilla de San Benito,
en la calle Schlüter, cada domingo por la mañana, ante una asamblea
compuesta mayoritariamente por estudiantes, ilustró la figura de Cristo
siguiendo paso a paso la narración evangélica, con el propósito de explicar
la identidad del Señor. Fruto de aquellas meditaciones nació El Señor,
considerada por algunos la obra más querida de Guardini, junto a su libro
sobre Hölderlin.
Guardini, en El Señor, no pierde ocasión para recordar que «aquello que se
presenta a la conciencia del creyente no es, propiamente, una verdad o un
valor, sino una realidad», la del Dios santo en Cristo vivo. Y sólo mediante
la fe «emerge un punto que no pertenece al mundo, un lugar en el que poder
caminar, un espacio en el que se puede entrar; una fuerza en la que poder
apoyarse, un amor en el que se puede confiar». Es ésta la realidad, y creer
significa hacerse consciente de ella, ligarse a ella, tomar posición frente
a ella. Todo ello comporta una mirada atenta, capaz de ir más allá de la
inmediatez de lo ya conocido. Se trata de una mirada donada, mediante la
cual las cosas, el hombre y la existencia entera aparecen en su totalidad.
Es Jesús mismo el que dona esta mirada. Él, de hecho, quiere abrirnos los
ojos para que veamos: «Quiere proporcionarnos un punto en el que poder
orientar hacia Dios nuestra existencia, y nos quiere dar la fuerza que
necesitamos para ello». Sólo a través de semejante mirada se puede
comprender la diferencia entre Jesús y los filósofos, entre Él y los
maestros de moral.
Se trata de llegar a un conocimiento distinto del que deriva de la
investigación histórica o la penetración psicológica; es el que deriva de la
fe y del amor, el que pone en contacto lo íntimo del hombre con lo íntimo
del Señor. En una especie de circularidad, se podría decir que «puede
alcanzar a Cristo sólo aquel en el cual vive aquello que pertenece a
Cristo». Se trata de un conocimiento por connaturalidad, al que se llega
gradualmente, dejándose invadir por la realidad que se desea conocer; en el
caso de Cristo, poniéndose a la escucha atenta de la Sagrada Escritura.
Guardini llama a una observación atenta, por largo tiempo; por ejemplo,
cuando trata el tema de la Encarnación, que puede hacer surgir dudas. Frente
a las dudas, lejos de turbarse, se debe aguardar con respeto y tener
paciencia. Ello significa «acercarse a este misterio, en el corazón del
cristianismo, con calma, esperando el sentido del texto». El sentido
aparece, no puede ser impuesto; sería impedir que la potencia del texto se
manifieste. El fin de la explicación es, por lo tanto, atrapar la luz que
emana de un pasaje de la Escritura, reflejo de la luz de Aquel del que habla
el texto. Pero esto no se revela a un análisis científico, sino a la
profundización religiosa, que tiene lugar en el corazón. Del resto, «ninguna
de las cosas grandes de la vida humana se debe al solo pensar, sino al
corazón y al amor que de él nace».
Teniendo en cuenta esta convicción que guía toda la obra, no sorprende
encontrarse de frente al método histórico-crítico. Éste, al parecer de
Guardini, no alcanza la verdad del Señor porque utiliza criterios que no
respetan la originalidad de esta persona. Por ello, la distinción entre el
Jesús de la Historia y el Cristo de la fe no tiene sentido. La pretensión de
apelar a un núcleo histórico, a partir del cual se fue configurando
gradualmente la comprensión creyente, no hace más que destruir los
fundamentos y la esencia del cristianismo, que no es otra cosa que
Jesucristo. Frente a Él, «sólo hay una postura adecuada: la disposición
pronta a escuchar y a obedecer. No por dependencia o autodestrucción del
intelecto, sino porque una crítica de Cristo fundada sobre criterios humanos
no tiene sentido». Sólo la fe permite conocer el Cristo real.
Giacomo Canobbio
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