LA VIRTUD TEOLOGAL DE LA FE
LA VIRTUD TEOLOGAL DE LA FE
Mi primer saludo va a mis hermanos los obispos que veo aquí presentes en
gran número.
El Papa Juan, en unas notas que han sido incluso impresas, decía: “Esta vez
he hecho el retiro sobre las siete lámparas de la santificación”. Siete
virtudes quería decir, que son fe, esperanza, caridad, prudencia, justicia,
fortaleza y templanza. A ver si hoy el Espíritu Santo ayuda al pobre Papa a
explicar al menos una de estas lámparas, la primera: la fe.
Aquí en Roma ha habido un poeta, Trilussa, que también quiso hablar de la
fe. En una de sus poesías ha dicho: “ Aquella ancianita ciega que encontré /
la noche que me perdí en medio del bosque, / me dijo: Si no conoces el
camino, / te acompano yo que lo conozco. / Si tienes el valor de seguirme, /
te iré dando voces de vez en cuando hasta el fondo, allí donde hay un
ciprés, / hasta la cima donde hay una cruz. Yo contesté: Puede ser... pero
encuentro extrano / que me pueda guiar quien no ve... / Entonces la ciega me
cogió de la mano / y suspirando me dijo: ¡Anda!... Era la fe ”.
Nuestra respuesta generosa al Senor
Como poesía, tiene su gracia. En cuanto teología, es defectuosa. Defectuosa
porque cuando se trata de fe, el gran director de escena es Dios; pues Jesús
ha dicho: ninguno viene a mí si el Padre mío no lo atrae. San Pablo no tenía
la fe; es más, perseguía a los fieles. Dios le espera en el camino de
Damasco: “ Pablo --le dice-- no pienses en encabritarte y dar coces como un
caballo desbocado. Yo soy Jesús a quien tú persigues. Tengo mis planes sobre
ti. Es necesario que cambies ”. Se rindió Pablo; cambió de arriba a abajo la
propia vida. Después de algunos anos escribirá a los filipenses: “ Aquella
vez, en el camino de Damasco Dios me aferró; desde entonces no hago sino
correr tras El para ver si soy capaz de aferrarle yo también, imitándole y
amándole cada vez más ”.
Esto es la fe: rendirse a Dios, pero transformando la propia vida. Cosa no
siempre fácil. Agustín ha narrado la trayectoria de su fe; especialmente las
últimas semanas fue algo terrible; al leerlo se siente cómo su alma casi se
estremece y se retuerce en luchas interiores. De este lado, Dios que lo
llama e insiste; y de aquel, las antiguas costumbres, “'viejas
amigas'--escribe él mismo--; y me tiraban suavemente de mi vestido de carne
y me decían: 'Agustín, pero ¿cómo?, ¿abandonarnos tú? Mira que ya no podrás
hacer esto, ni podrás hacer aquello y, ¡para siempre!' ”. ¡Qué difícil! “ Me
encontraba --dice-- en la situación de uno que está en la cama por la
manana. Le dicen: '¡Fuera!, levántate, Agustín'. Yo, en cambio, decía: 'Sí,
más tarde, un poco más todavía'. Al fin, el Senor me dio un buen empujón y
salí. Ahí está, no hay que decir: Sí, pero; sí, luego. Hay que decir:
¡Senor, sí! ¡Enseguida! Esta es la fe. Responder con generosidad al Senor.
Pero, ¿quién dice este sí? El que es humilde y se fía enteramente de Dios ”.
La Iglesia, Madre y Maestra
Mi madre me solía decir cuando empecé a ser mayor: de pequeno estuviste muy
enfermo; tuve que llevarte de médico en médico y pasarme en vela noches
enteras; ¿me crees? ¿Cómo podía contestarle, mamá, no te creo? Claro que te
creo, creo lo que me dices, y sobre todo te creo a ti. Así es en la fe. No
se trata sólo de creer las cosas que Dios ha revelado, sino creerle a Él,
que merece nuestra fe, que nos ha amado tanto y ha hecho tanto por amor
nuestro.
Claro que es difícil también aceptar algunas verdades, porque las verdades
de la fe son de dos clases: unas, agradables; otras son duras a nuestro
espíritu. Por ejemplo, es agradable oír que Dios tiene mucha ternura con
nosotros, más ternura aún que la de una madre con sus hijos, como dice
Isaías. Qué agradable es esto y qué acorde con nuestro modo de ser.
Un gran obispo francés, Dupanloup, solía decir a los rectores de seminarios:
Con los futuros sacerdotes sed padres, sed madres. Esto agrada. En cambio
ante otras verdades, sentimos dificultad. Dios debe castigarme si me
obstino. Me sigue, me suplica que me convierta, y yo le digo: ¡no!; y así
casi le obligo yo mismo a castigarme. Esto no gusta. Pero es verdad de fe.
Hay, además, otra dificultad, la Iglesia. San Pablo preguntó: ¿Quién eres,
Senor?--Soy ese Jesús a quien tú persigues. Una luz, un relámpago le pasó
por la inteligencia. Yo no persigo a Jesús, ni siquiera lo conozco; persigo
a los cristianos, eso sí. Se ve que Jesús y los cristianos, Jesús y la
Iglesia, son una misma cosa: indivisible, inseparable.
Leed a San Pablo: Corpus Christi quad est Ecclesia. Cristo y Iglesia son una
sola cosa. Cristo es la Cabeza, nosotros, la Iglesia, somos sus miembros. No
es posible tener fe y decir creo en Jesús, acepto a Jesús, pero no acepto la
Iglesia. Hay que aceptar la Iglesia, tal como es; y ¿cómo es esta Iglesia?
El Papa Juan la ha amado “Mater et Magistra”. Maestra también. San Pablo ha
dicho: “ Nos acepte cada uno como ayudadores de Cristo, y administradores y
dispensadores de sus misterios ”.
Las ensenanzas de Juan XXIII y de Pablo VI
Cuando el pobre Papa, cuando los obispos y los sacerdotes presentan la
doctrina, no hacen más que ayudar a Cristo. No es una doctrina nuestra, es
la de Cristo, sólo tenemos que custodiarla y presentarla.
Yo estaba presente cuando el Papa Juan inauguró el Concilio el 11 de octubre
de 1962. Entre otras cosas, dijo: Esperamos que con el Concilio la Iglesia
dé un salto hacia adelante. Todos lo esperábamos. Un salto hacia adelante,
pero ¿por qué caminos? Lo dijo enseguida: sobre las verdades ciertas e
inmutables. Ni siquiera le pasó por la cabeza al Papa Juan que eran las
verdades las que tenían que caminar, ir hacia adelante, y después cambiar,
poco a poco. Las verdades son esas; nosotros debemos andar por el camino de
estas verdades, entendiéndolas cada vez mejor, poniéndonos al día,
presentándolas de forma adecuada a los nuevos tiempos.
También el Papa Pablo tenía la misma preocupación. Lo primero fue hice en
cuanto fui Papa, fue entrar en la capilla privada de la Casa Pontificia; en
ella, al fondo, el Papa Pablo hizo colocar dos mosaicos, uno de San Pedro y
otro de San Pablo: San Pedro muriendo y San Pablo muriendo también. Pero
debajo de San Pedro figuran estas palabras de Jesús: Oraré por ti, Pedro,
para que no desfallezca tu fe. Y debajo de San Pablo, que está recibiendo el
golpe de la espada: He cumplido mi carrera, he conservado la fe. Ya sabéis
que en el último discurso del 29 de junio pasado Pablo VI dijo: Después de
quince anos de pontificado puedo dar gracias al Senor porque he defendido la
fe y la he conservado.
Evangelio, sacramentos y oración
También es madre la Iglesia. Si es continuadora de Cristo y Cristo es bueno,
también la Iglesia debe ser buena, buena con todos; pero ¿y si se diera el
caso de que alguna vez hubiera gente mala en la Iglesia? Nosotros tenemos
madre. Si una madre está enferma, si mi madre se quedase coja, yo la querría
todavía más. Lo mismo en la Iglesia: si existen defectos y faltas --y
existen-- jamás debe disminuir nuestro amor a la Iglesia.
Ayer--y con esto termino--me mandaron el número de Citta Nuova: he visto que
reproducen, grabado, un discurso mío muy breve, con este episodio: Un
predicador inglés, Mac Nabb, hablando en Hyde Park, se había referido a la
Iglesia. A1 terminar, uno pide la palabra y dice: Bonito lo que ha dicho.
Pero yo conozco algunos sacerdotes católicos que no han estado con los
pobres y se han hecho ricos. Conozco también maridos católicos que han
traicionado a su mujer. No me gusta esta Iglesia formada por pecadores. El
Padre le dijo: Tiene algo de razón. Pero ¿puedo hacer una objeción?
--Veamos.--Perdone, pero si no me equivoco, lleva el cuello de la camisa un
poco sucio. --Sí, lo reconozco.--Pero ¿está sucio porque no ha empleado
jabón o porque ha utilizado el jabón y no ha servido para nada?--No, no he
usado jabón.
Pues bien, también la Iglesia católica tiene un jabón excelente: evangelio,
sacramentos, oración. Él evangelio leído y vivido; los sacramentos
celebrados del modo debido; la oración bien hecha, serían un jabón
maravilloso capaz de hacernos santos a todos. No somos todos santos por no
haber utilizado bastante este jabón.
Procuremos responder a las esperanzas de los Papas que han convocado y
aplicado el Concilio, el Papa Juan y el Papa Pablo. Tratemos de mejorar la
Iglesia haciéndonos más buenos nosotros. Cada uno de nosotros y toda la
Iglesia podría recitar la oración que yo tengo costumbre de decir: Senor,
tómame como soy, con mis defectos, con mis faltas, pero hazme como tú me
deseas.
La imagen de Cristo reflejada en los enfermos
Debo decir también una palabra a nuestros queridos enfermos, que veo aquí.
Lo sabéis, Jesús lo ha dicho: me escondo tras ellos; lo que a ellos se hace,
a mí se me hace. Por tanto, en sus personas veneramos al Senor mismo, y les
deseamos que el Senor esté cerca de ellos, les ayude y los sostenga.
Grandeza del matrimonio cristiano
A la derecha en cambio están los recién casados. Han recibido un gran
sacramento; deseémosles que el sacramento recibido sea de verdad portador no
sólo de bienes materiales, sino más aún de gracias espirituales. Él siglo
pasado había en Francia un profesor insigne, Federico Ozanam; enseñaba en la
Sorbona, era elocuente, estupendo. Tenía un amigo, Lacordaire, que solía
decir: “ ¡Este hombre es tan estupendo y tan bueno que se hará sacerdote y
llegará a ser todo un obispo! ”. Pero no. Encontró a una senorita excelente
y se casaron. A Lacordaire no le sentó bien y dijo: “ ¡Pobre Ozanam!
¡También él ha caído en la trampa! ”. Dos años después, Lacordaire vino a
Roma y fue recibido por Pío IX; “ Venga, venga, padre,--le dijo--yo siempre
había oído decir que Jesús instituyó siete sacramentos: ahora viene usted,
me revuelve las cartas en la mesa, y me dice que ha instituido seis
sacramentos y una trampa. No, padre, el matrimonio no es una trampa, ¡es un
gran sacramento! ”.
Con estos deseos, damos la enhorabuena a estos queridos recién casados; ¡que
Dios los bendiga!