Juan Pablo II: Jesucristo ama a los Niños
Juan Pablo II en Polonia a los niños de primera
Comunión
1. “Dejad que los niños vengan a mí” (Mc 10,
14). Eso lo dijo Jesús a los Apóstoles en cierta ocasión. Era una maravillosa
invitación. El Señor Jesús amaba a los niños y quería que estuvieran cerca de
él. Muchas veces los bendecía e incluso los ponía como ejemplo a los adultos.
Decía que el reino de Dios pertenece a los que se asemejan a los más pequeños
(cf. Mt 18, 3). Naturalmente eso no significa que los adultos deban volver a
hacerse niños desde todos los puntos de vista, sino que su corazón debe ser
puro, bueno, confiado, y estar lleno de amor.
Queridos
niños, el Papa viene hoy a vosotros para deciros, en nombre del Señor Jesús,
que él os ama. Ciertamente vuestros sacerdotes catequistas y las religiosas
catequistas os han hablado de esto muchas veces. Pero quiero repetirlo una vez
más, para que recordéis durante toda la vida esta alegre noticia.
¡Jesús os ama!
Hace
poco tiempo habéis podido convenceros de esa verdad de modo particular. Jesús
ha venido por primera vez a vuestro corazón. Lo habéis recibido bajo la especie
del pan en la primera santa Comunión. ¿Qué quiere decir que ha venido a vuestro
corazón? Para dar una respuesta a esta pregunta, debemos volver unos instantes
al cenáculo. Allí, durante la última cena, poco antes de su muerte, el Señor
Jesús dio a los Apóstoles pan y les dijo: “Tomad y comed todos: esto es mi
Cuerpo”. Del mismo modo, les dio vino, diciendo: “Tomad y bebed todos de él:
éste es el cáliz de mi Sangre”. Y nosotros creemos que, aunque los Apóstoles
percibieron en su boca el sabor del pan y del vino, verdaderamente comieron el
Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Y
eso era un signo de su amor infinito, pues quien ama está dispuesto a dar a la
persona amada todo lo más valioso que posee. El Señor Jesús en este mundo tenía
pocas cosas que regalarles a los Apóstoles. Pero les dio algo mejor: se dio a
sí mismo. Desde entonces, al recibir este Alimento santísimo, podían estar
constantemente con Jesús. El mismo habitaba en su corazón y lo llenaba de
santidad. Eso es lo que significa que Jesús ha venido a vuestro corazón. Él está
en vosotros; su amor os llena y hace que os asemejéis cada vez más a él, que
seáis cada vez más santos.
Se
trata de una gran gracia, pero también de un gran compromiso. Para que el Señor
Jesús pueda habitar en nosotros, debemos esforzarnos para que nuestra alma esté
siempre abierta a él. Este es, por tanto, vuestro compromiso: amar siempre a
Jesús, tener un corazón bueno y puro, e invitarlo lo más frecuentemente
posible, para que mediante la sagrada Comunión habite en vosotros. Y no hagáis
nunca cosas malas. A veces esto puede resultar difícil. Pero recordad que Jesús
os ama y desea que también vosotros lo améis con todas vuestras fuerzas.
2.
Hoy, junto con vosotros, quiero dar gracias a Cristo por el infinito amor que
siente por todos los hombres. Lo alabamos de modo especial por el don de la
Eucaristía, en la que se ha quedado para que tengamos vida y la tengamos en
abundancia (cf. Jn 10, 10). Doy también las gracias a vuestros catequistas, que
os han llevado hasta Jesús Eucaristía, así como a los que en toda Polonia
trabajan por transmitir la fe en las escuelas. Es una tarea elevada, aunque
muchas veces no resulta fácil. Exige un testimonio de fe, esperanza y caridad:
de fe, que se apoya firmemente en el Evangelio; de esperanza, que en la
perspectiva de la salvación no excluye a ningún hombre; y de caridad, que no
duda en dar lo que es mejor, incluso a costa del propio sacrificio. Tened
siempre la convicción de que los jóvenes, aunque no lo demuestren, necesitan y
desean vuestro testimonio. El Espíritu Santo, que ha iluminado y fortalecido a
generaciones y generaciones de apóstoles de Cristo, os sostenga también a
vosotros, los actuales innumerables catequistas, hombres y mujeres, de Polonia.
Por
último, quiero dirigir unas palabras de agradecimiento también a los padres: a
los que están aquí presentes, y a todos los padres de Polonia. Al llevar un día
a vuestros hijos para ser bautizados, os habéis comprometido a educarlos en la
fe de la Iglesia y en el amor a Dios. Estos niños, que por primera vez han
recibido la sagrada Comunión, son signo de que habéis asumido ese compromiso y
tratáis de cumplirlo con sinceridad. Os pido que nunca renunciéis a él. Los
padres son los primeros que tienen el derecho y el deber de educar a sus hijos,
en sintonía con sus propias convicciones. No cedáis este derecho a las
instituciones, que pueden transmitir a los niños y a los jóvenes la ciencia
indispensable, pero no les pueden dar el testimonio de la solicitud y el amor
de los padres.
No os dejéis engañar por
la tentación
De
asegurar a vuestros hijos las mejores condiciones materiales a costa de vuestro
tiempo y de vuestra atención, que necesitan para crecer “en sabiduría, edad y
gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 52). Si queréis defender a vuestros
hijos contra la corrupción y el vacío espiritual, que el mundo presenta con
diversos medios y, a veces, incluso en los programas escolares, rodeados del
calor de vuestro amor paterno y materno, y darles el ejemplo de una vida
cristiana.
Encomiendo
vuestro amor, vuestros esfuerzos y vuestras preocupaciones a la Sagrada
Familia, patrona de esta iglesia. Que la protección de Jesús, María y José os
conforte.
3.
Una vez más, abrazo con mi corazón a los niños aquí presentes y a todos los
niños de nuestro país, especialmente a los que soportan el peso del sufrimiento
o del abandono.
Rindo
homenaje a todos los padres que asumen el compromiso diario de mantener y
educar a sus hijos. Agradezco a los pastores y a los fieles de toda la
parroquia la benevolencia, la hospitalidad y el don de la oración. Bendigo de
corazón a todos.