La Iglesia ante el SIDA por S.S. Juan Pablo II
Doble desafío
Las estadísticas atestiguan que la juventud es la que está más afectada por
el SIDA. La amenaza que se cierne sobre las jóvenes generaciones debe llamar
la atención y comprometer el esfuerzo de todos, pues, humanamente hablando,
el futuro del mundo está fundado en los jóvenes y la experiencia enseña que
el único modo de prever es el de prepararlo.
La amenazadora difusión del SIDA lanza a todos un doble desafío, que también
la Iglesia quiere recoger en la parte que le compete: me refiero a la
prevención de la enfermedad y a la asistencia prestada a quienes han quedado
afectados por ella. Una acción realmente eficaz en estos dos campos no podrá
llevarse a cabo si no se intenta sostener el esfuerzo común con la
aportación que deriva de una visión constructiva de la dignidad de la
persona humana y de su destino trascendente.
Las particulares características de la aparición y difusión del SIDA así
cómo la forma de afrontar la lucha contra esta enfermedad, revelan una
preocupante crisis de valores. No se está lejos de la verdad si se afirma
que paralelamente a la difusión del SIDA, se ha venido manifestando una
especie de inmunodeficiencia en el plano de los valores existenciales, que
no puede menos de reconocerse como una verdadera patología del espíritu.
Dos objetivos: informar y educar
Por consiguiente, es preciso en primer lugar reafirmar con firmeza que la
obra de prevención, para ser al mismo tiempo digna de la persona humana y
verdaderamente eficaz, debe proponerse dos objetivos: informar y educar para
la madurez responsable.
Ante todo es necesario que la información impartida en las sedes idóneas sea
correcta y completa, más allá de miedos infundados pero también de falsas
esperanzas. La dignidad personal del hombre exige, además, que se le ayude a
crecer hacia la madurez afectiva mediante una específica acción educativa.
Sólo con una información y una educación que ayuden a encontrar con claridad
y con alegría el valor espiritual del "amor que se dona" como sentido
fundamental de la existencia, es posible que los adolescentes y los jóvenes
tengan la fuerza necesaria para superar los comportamientos peligrosos. La
educación para vivir de modo sereno y serio la propia sexualidad y la
preparación para el amor responsable y fiel son aspectos esenciales de este
camino hacia la plena madurez personal. En cambio, una prevención que
naciese, con inspiración egoísta, de consideraciones incompatibles con los
valores prioritarios de la vida y del amor, acabaría por ser, además de
ilícita, contradictoria, rodeando sólo el problema sin resolverlo en su
raíz.
Por ello la Iglesia, segura intérprete de la ley de Dios y "experta en
humanidad", se empeña no sólo en pronunciar una serie de "no" a determinados
comportamientos, sino sobre todo de proponer un estilo de vida plenamente
significativo para la persona. Ella indica con vigor y con gozo un ideal
positivo, en cuya perspectiva se comprenden y se aplican las normas morales
de conducta. A la luz de este ideal aparece profundamente lesivo de la
dignidad de la persona, y por ello moralmente ilícito, propugnar una
prevención de la enfermedad del SIDA basada en el recurso a medios y
remedios que violan el sentido auténticamente humano de la sexualidad y son
un paliativo para aquellos malestares profundos donde se halla comprometida
la responsabilidad de los individuos y de la sociedad. La recta razón no
debe admitir que la fragilidad de la condición humana, en vez de ser motivo
de mayor empeño, se traduzca en pretexto para un aflojamiento que abra el
camino a la degradación moral.
Comprensión y solidaridad
En segundo lugar, una prevención constructivamente encaminada a recuperar,
sobre todo entre las jóvenes generaciones, el sentido pleno de la vida y la
exaltante fascinación de la entrega generosa, seguramente favorecerá un
mayor y más amplio empeño en la asistencia a los enfermos de SIDA. Estos,
aun en la singularidad de su situación patológica, tienen derecho, como
cualquier otro enfermo, a recibir de la comunidad la asistencia idónea, la
comprensión respetuosa y una plena solidaridad. La Iglesia que, a ejemplo de
su divino Fundador y Maestro, ha considerado siempre la asistencia a quien
sufre como parte fundamental de su misión, se siente interpelada en primera
persona, en este nuevo campo del sufrimiento humano, por la conciencia que
tiene de que el hombre que sufre es un "camino especial" de su magisterio y
ministerio.
A los enfermos de SIDA: el consuelo de la Iglesia
Ante todo me dirijo, con afligida solicitud, a los enfermos de SIDA.
Hermanos en Cristo, conocéis toda la esperanza del camino de la cruz, no os
sintáis solos. Con vosotros está la Iglesia, sacramento de salvación, para
sosteneros en vuestro difícil camino. Ella recibe mucho de vuestro
sufrimiento, afrontado en la fe; está cerca de vosotros con el consuelo de
la solidaridad activa de sus miembros, a fin de que no perdáis nunca la
esperanza. No olvidéis la invitación de Jesús: "Venid a mí todos los que
estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso" (Mt. 11,28). Con
vosotros están, amadísimos hermanos, hombres de la ciencia, que se afanan
por contener y por vencer esta grave enfermedad: con vosotros están cuantos,
en el ejercicio de la profesión sanitaria o por elección voluntaria,
sostenida por el ideal de la solidaridad humana, se dedican a asistiros con
toda solicitud y con todo tipo de medios.
Vosotros podéis ofrecer a cambio algo muy importante a la comunidad de la
que formáis parte. El esfuerzo que hacéis para dar una significado a vuestro
sufrimiento es para todos un precioso reclamo hacia los valores más altos de
la vida y una ayuda tal vez determinante para cuantos sufren la tentación de
la desesperación. No os encerréis en vosotros mismos; buscad, más bien, y
aceptad el sostén de los hermanos. La oración de la Iglesia se eleva cada
día al Señor por vosotros, particularmente por los que viven la enfermedad
en el abandono y en la soledad; por los huérfanos, por los más débiles, y
por los más pobres, que el Señor nos ha enseñado a considerar los primeros
en su Reino.
A la familia: primera escuela de vida
Luego, me dirijo a las familias. En el núcleo familiar se halla la primera
escuela de vida y de formación de los hijos para la responsabilidad personal
en todos sus aspectos, incluido el que está ligado a los problemas de la
sexualidad. Vosotros podéis realizar la primera y más eficaz acción
preventiva ofreciendo a vuestros hijos una recta información y preparándolos
para elegir con responsabilidad los justos comportamientos tanto en el
ámbito individual como en el social.
Después, en cuanto a las familias que viven en su interior el drama del
SIDA, deseo que sientan dirigida a sí la comprensión que el Papa comparte
con ellas, consciente de la difícil misión a que están llamadas. Pido al
Señor que les conceda la generosidad necesaria para no renunciar a una tarea
que, ante Dios y ante la sociedad, han asumido a su tiempo como
irrenunciable. La pérdida del calor familiar provoca en los enfermos de SIDA
la disminución e incluso la extinción de aquella inmunología psicológica y
espiritual que a veces se revela no menos importante que la física para
sostener la capacidad reactiva del sujeto. Sobre todo las familias nacidas
en el signo del matrimonio cristiano tienen la misión de ofrecer un fuerte
testimonio de fe y de amor, sin abandonar a su ser querido, sino más bien
rodeándolo de solícitos cuidados y afectuosa compasión.
A los educadores: idónea y seria formación
A los profesores y a los educadores se dirige mi invitación a que se hagan
promotores, en estrecha unión con las familias, de una idónea y seria
formación de los adolescentes y de los jóvenes. Procúrese, especialmente en
las escuelas católicas, una programación orgánica de la educación sanitaria
en la que, armonizando los elementos de la prevención con los valores
morales, se prepare a los jóvenes par un correcto estilo de vida, principal
garantía para tutelar la propia salud y la de los demás. A vosotros,
educadores, se os ha confiado la responsabilidad de orientar a las jóvenes
generaciones hacia una auténtica cultura del amor, ofreciendo en vosotros
mismos una guía y un ejemplo de fidelidad a los valores ideales que dan
sentido a la vida.
A los jóvenes: sed de vida y amor
A los jóvenes de cualquier edad y condición digo: Obrad de modo que vuestra
sed de vida y de amor sea sed de una vida digna de vivir y de un amor
constructivo. La necesaria prevención contra la amenaza de SIDA no ha de
inspirarse en el miedo sino en la elección consciente de un estilo de vida
sano, libre y responsable. Huid de comportamientos caracterizados por la
disipación, la apatía y el egoísmo. Sed, más bien, protagonistas en la
construcción de un orden social justo, sobre el que se apoye el mundo de
vuestro futuro. Practicad con generosidad y fuerza de imaginación formas
siempre nuevas de solidaridad. Rechazad toda forma de marginación; estad
cerca de los menos afortunados, de los que sufren, cultivando la virtud de
la amistad y de la comprensión, rechazando toda violencia hacia vosotros
mismos y hacia los demás. Vuestra fuerza ha de ser la esperanza y vuestro
ideal, la afirmación universal del amor.
A los gobernadores y autoridades: plan global
A los gobernadores y a los responsables de la administración pública dirijo
una urgente llamada a afrontar con todo empeño los nuevos problemas
planteados por la difusión del SIDA. Las dimensiones que ha asumido, y que
probablemente asumirá esta enfermedad, así como su estrecha conexión con
algunos comportamientos que inciden en las relaciones interpersonales y
sociales, exigen que los Estados se hagan cargo --con valor, con claridad de
ideas y con iniciativas correctas-- de todas sus responsabilidades. En
particular, a las autoridades sanitarias y sociales compete preparar y
realizar un plan global de lucha contra el SIDA y la drogadicción; dentro de
esta programación deberá ser reconocida, coordinada y sostenida toda justa
iniciativa que los individuos, los grupos, las asociaciones y los diversos
organismos pongan en marcha para la prevención, la curación y la
rehabilitación. Igualmente la lucha contra el SIDA exige la colaboración
entre los pueblos: y puesto que la demanda de salud y de vida es común a
todos los hombres, ningún cálculo político o económico ha de dividir el
esfuerzo de los Estados, llamados juntamente a responder al desafío del
SIDA.
A los científicos e investigadores: respeto de la moralidad
A los científicos y a los investigadores, con una felicitación por su
encomiable esfuerzo, va mi invitación a incrementar y a coordinar su
trabajo, fuente de esperanza para los enfermos de SIDA y para toda la
humanidad. Como ya se ha reconocido, "sería ilusorio reivindicar la
neutralidad moral de la investigación científica y de sus aplicaciones... A
causa de su mismo significado intrínseco, la ciencia y la técnica exigen el
respeto incondicionado de los criterios fundamentales de la moralidad: deben
estar al servicio de la persona humana, de sus derechos inalienables y de su
bien verdadero e integral según el plan y la voluntad de Dios" (Instrucción
Donum Vitae, 2). Hoy faltan aún vacunas y medicamentos que sean totalmente
eficaces contra el virus del SIDA; es realmente de desear que la
investigación científica y farmacológica pueda alcanzar pronto la suspirada
meta. A la puerta de vuestra competencia y sensibilidad, ilustres
científicos e investigadores, está tocando una humanidad implorante que
espera una respuesta de vida, sobre todo de vuestra colaboración y entrega.
A los médicos y personal sanitario: testimonio de amor
A la espera del descubrimiento resolutivo, invito a los médicos y a todos
los agentes sanitarios, empeñados en este delicado sector profesional, a
traducir su servicio en testimonio de amor pronto a socorrer. Estáis
viviendo individual y colectivamente la parábola del Buen Samaritano. Por lo
tanto, vuestra solicitud no ha de conocer discriminación alguna. Sabed
recoger, interpretar y valorizar la confianza que tiene en vosotros el
hermano enfermo. Buscad siempre, a través de la asistencia, acercaros con
discreción y amor a aquella misteriosa pero muy humana esfera psíquica y
espiritual de la que puede brotar la energía viva y sanante que ayude al
enfermo a descubrir, incluso en su condición, el sentido de la vida y el
significado de su sufrimiento.
Y vosotros, agentes sanitarios voluntarios, que cada vez en número mayor
dedicáis competencia y disponibilidad a los enfermos de SIDA o estáis
empeñados en la obra de educación preventiva, unid y coordinad vuestras
fuerzas, actualizar vuestra preparación, haceros promotores, incluso en el
exterior, de una acción dirigida a sensibilizar a la comunidad social
respecto a los problemas vinculados a la realidad y a la amenaza del SIDA.
Sed los portavoces de las ansias, de las necesidades y de las expectativas
de aquellos a quienes asistís.
A los sacerdotes y religiosos: heraldos del Evangelio del sufrimiento
A los hermanos en el sacerdocio, a los religiosos y a las religiosas, y en
primer lugar a los que, entre ellos, se dedican a la pastoral sanitaria, se
dirige mi más ardiente llamado a fin de que sean heraldos del Evangelio del
sufrimiento en el mundo contemporáneo. La historia de la acción pastoral
sanitaria de la Iglesia abunda en figuras ejemplares de sacerdotes, de
religiosos y religiosas que en la asistencia a los que sufren han exaltado
la doctrina y la realidad del amor. Vuestra acción, amadísimos hermanos y
hermanas, para ser creíble y eficaz, ha de estar constantemente sostenida
por la fe y alimentada por la oración. Vosotros que habéis hecho del
seguimiento de Cristo el ideal exclusivo de vuestra vida, sentíos llamados a
haceros presencia de Jesús, médico de las almas y de los cuerpos. Que los
enfermos a quienes asistís adviertan en vosotros las cercanía de Jesús, y la
vigilante y maternal presencia de la Virgen. Recoged con generosidad el
llamamiento de vuestros Pastores, amad y favoreced el servicio a los
enfermos, actuad en el signo de la abnegación y del amor, "para no
desvirtuar la cruz de Cristo" (1 Co. 1,17). Estad cerca de los últimos y de
los más abandonados. Practicad la hospitalidad, promoved y sostened todas
las iniciativas que, en el servicio a quien sufre, exaltan la grandeza y la
dignidad de la persona humana y de su destino eterno. Sed testigos del amor
de la Iglesia por los que sufren y de su predilección por los más probados
por el mal.
A todos los fieles: mensajeros de esperanza
Finalmente, invito a todos los fieles a elevar su oración al Señor de la
vida para que ayude a la humanidad a sacar provecho incluso de esta nueva y
amenazadora calamidad. Quiera Dios iluminar a los creyentes acerca del
verdadero y último "por qué" de la existencia, a fin de que sean siempre y
en todas partes mensajeros de la existencia que no muere. Ojalá sepa el
hombre de hoy repetir al Señor las palabras de Job: "Sé que eres todo
poderoso: ningún proyecto te es irrealizable" (Jb 42,2). Si hoy, frente a la
amenaza del flajelo del SIDA, estamos aún en búsqueda del remedio eficaz,
confiamos en que, con la ayuda de Dios, triunfará finalmente la vida sobre
la muerte y la alegría sobre el sufrimiento. Con este deseo invoco sobre
vosotros y sobre cuantos gastan sus energías al servicio de la nobilísima
causa las bendiciones del Dios Omnipotente.
NOTA: Este es un resumen de la Alocución de S.S. Juan Pablo II a la IV
Conferencia Internacional sobre SIDA "Vivir, ¿para qué?" propiciada por el
Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios, celebrada en
el Aula del Sínodo del Vaticano el 13, 14 y 15 de noviembre de 1989.
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