León XIII, según Benedicto XVI
Homilía pronunciada por el Papa en la Misa celebrada en el pueblo natal de
León XIII, Carpineto Romano, que visitó el domingo 5 de septiembre de
2010con motivo del bicentenario del nacimiento de este papa.
¡Queridos hermanos y hermanas!
Primero de todo, ¡permitidme expresar la alegría de encontrarme entre
vosotros en Carpineto Romano, tras las huellas de mis amados predecesores
Pablo VI y Juan Pablo II! Y feliz es también la circunstancia que me ha
llamado aquí: el bicentenario del nacimiento del Papa León XIII, Vincenzo
Gioacchino Pecci, acaecido el 2 de marzo de 1810 en este bello país. ¡Os doy
las gracias a todos por vuestra acogida! En particular, saludo con
reconocimiento al Obispo de Anagni-Alatri, Mons. Lorenzo Loppa, y el Alcalde
de Carpineto, que me han dado la bienvenida al inicio de la celebración, así
como a las demás Autoridades presentes. Un pensamiento especial dirijo a los
jóvenes, en particular a los que han completado la peregrinación diocesana.
Mi visita, por desgracia, es muy breve y concentrada exclusivamente en esta
celebración eucarística; pero aquí nosotros encontramos todo: la Palabra y
el Pan de vida, que alimentan la fe, la esperanza y la caridad; y renovamos
el vínculo de comunión que hace de nosotros la única Iglesia del Señor
Jesucristo.
Hemos escuchado la Palabra de Dios, y es espontáneo acogerla, en esta
circunstancia, volviendo a pensar en la figura del Papa León XIII y en la
herencia que nos ha dejado. El tema principal que emerge de la lectura
bíblica es el del primado de Dios y de Cristo. En el pasaje evangélico,
extraído de san Lucas, Jesús mismo declara con franqueza tres condiciones
necesarias para ser sus discípulos: Amarle más que a nadie y más que a la
misma vida; llevar la propia cruz y seguirlo; y renunciar a todas las
posesiones. Jesús ve una gran multitud que lo sigue junto a sus discípulos,
y con todos quiere ser claro: seguirlo es comprometido, no puede depender de
entusiasmos ni de oportunismos; debe ser una decisión ponderada, tomada
después de preguntarse en conciencia: ¿quién es Jesús para mí? ¿Es
verdaderamente “el Señor”, ocupa el primer lugar, como el Sol en torno al
cual giran todos los planetas? Y la primera lectura, del Libro de la
Sabiduría, nos sugiere indirectamente el primer motivo de este primado
absoluto de Jesucristo: en Él encuentran respuesta las preguntas del hombre
de toda época que busca la verdad sobre Dios y sobre sí mismo. Dios está más
allá de nuestro alcance, y sus designios son inescrutables. Pero Él mismo ha
querido revelarse, en la creación y sobre todo en la historia de la
salvación, hasta que en Cristo se ha manifestado plenamente a sí mismo y su
voluntad. Aun permaneciendo siempre verdadero que “a Dios nadie le ha visto
jamás” (Jn 1,18), ahora nosotros conocemos su “nombre”, su “rostro”, y
también su querer, porque nos lo ha revelado Jesús, que es la Sabiduría de
Dios hecha hombre. “Así -escribe el Autor sagrado de la primera Lectura-
aprendieron los hombres lo que a ti te agrada y gracias a la Sabiduría se
salvaron” (Sb, 9,18).
Este punto fundamental de la Palabra de Dios hace pensar en dos aspectos de
la vida y del ministerio de vuestro venerado Conciudadano que hoy
conmemoramos, el Sumo Pontífice León XIII. En primer lugar, cabe señalar que
él fue hombre de gran fe y de profunda devoción. Esto sigue siendo siempre
la base de todo, para todo cristiano, incluido el Papa. Sin la oración, es
decir, sin la unión interior con Dios, no podemos hacer nada, como dice
claramente Jesús a sus discípulos durante la Última Cena (cfr Jn 15,5). Las
palabras y los actos del Papa Pecci transparentaban su íntima religiosidad;
y esto ha encontrado correspondencia también en su Magisterio: entre sus muy
numerosas Encíclicas y Cartas Apostólicas, como el hilo en una serie, están
las de carácter propiamente espiritual, dedicadas sobre todo al incremento
de la devoción mariana, especialmente mediante el santo Rosario. Se trata de
una verdadera y propia “catequesis”, que marca desde el principio hasta el
final los 25 años de su Pontificado. Pero encontramos también los Documentos
sobre Cristo Redentor, sobre el Espíritu Santo, sobre la consagración al
Sagrado Corazón, sobre la devoción a san José, sobre san Francisco de Asís.
A la Familia franciscana León XIII estuvo particularmente ligado, y él mismo
pertenecía a la Tercera Orden. Todos estos diversos elementos me gusta
considerarlos como facetas de una única realidad: el amor de Dios y de
Cristo, al que no se antepone absolutamente nada. Y esta primera y principal
cualidad de Vincenzo Gioacchino Pecci la asimiló aquí, en su País natal, de
sus padres, de su parroquia.
Pero hay también un segundo aspecto, que se deriva siempre del primado de
Dios y de Cristo y se encuentra en la acción pública de todo Pastor de la
Iglesia, en particular de todo Sumo Pontífice, con las características
propias de la personalidad de cada uno. Diría que precisamente el concepto
de “sabiduría cristiana”, que ya ha surgido a partir de la primera lectura y
del Evangelio, nos ofrece la síntesis de esta configuración según León XIII
-no es casualidad que sea también el incipit de una Encíclica suya. Todo
Pastor está llamado a transmitir al Pueblo de Dios no verdades abstractas,
sino una “sabiduría”, es decir un mensaje que conjuga fe y vida, verdad y
realidad concreta. El Papa León XIII, con la asistencia del Espíritu Santo,
es capaz de hacer esto en un uno de los periodos históricos más difíciles
para la Iglesia, permaneciendo fiel a la tradición y, al mismo tiempo,
midiéndose con las grandes cuestiones abiertas. Y lo logró precisamente
sobre la base de la “sabiduría cristiana”, basada en las Sagradas
Escrituras, en el inmenso patrimonio teológico y espiritual de la Iglesia
Católica y también en la sólida y límpida filosofía de santo Tomás de
Aquino, que él apreció en sumo grado y promovió en toda la Iglesia.
En este punto, tras haber considerado el fundamento, es decir, la fe y la
vida espiritual, y por tanto el marco general del mensaje de León XIII,
puedo mencionar su magisterio social, hecho famoso e imperecedero por la
Encíclica Rerum novarum, pero rico en otras muchas intervenciones que
constituyen un cuerpo orgánico, el primer núcleo de la doctrina social de la
Iglesia. Tomemos el ejemplo de la Carta a Filemón de san Pablo, que
felizmente la Liturgia nos hace leer precisamente hoy. Es el texto más breve
de todo el epistolario paulino. Durante un periodo de encarcelamiento, el
Apóstol ha transmitido la fe a Onésimo, un esclavo originario de Colosas
huido del patrón Filemón, rico habitante de esa ciudad, convertido en
cristiano junto a sus familiares gracias a la predicación de Pablo. Ahora el
Apóstol escribe a Filemón invitándole a acoger a Onésimo ya no como esclavo,
sino como hermano en Cristo. La nueva fraternidad cristiana supera la
separación entre esclavos y libres, y desencadena en la historia un
principio de promoción de la persona que llevará a la abolición de la
esclavitud, pero también a sobrepasar otras barreras que todavía existen. El
Papa León XIII dedicó precisamente al tema de la esclavitud la Encíclica
Catholicae Ecclesiae, del 1890.
De esta particular experiencia de san Pablo con Onésimo, puede partir una
amplia reflexión sobre el impulso de promoción humana aportado por el
Cristianismo en el camino de la civilización, y también sobre el método y el
estilo de esa aportación, conforme a las imágenes evangélicas de la semilla
y la levadura: en el interior de la realidad histórica los cristianos,
actuando como ciudadanos individuales, o de manera asociada, constituyen una
fuerza beneficiosa y pacífica de cambio profundo, favoreciendo el desarrollo
de las capacidades internas en la realidad misma. Es ésta la forma de
presencia y de acción en el mundo propuesta por la doctrina social de la
Iglesia, que apunta siempre a la madurez de las conciencias como condición
de válidas y duraderas transformaciones.
Debemos ahora preguntarnos: ¿en qué contexto nació, hace dos siglos, quien
se convertiría, 68 años después, en el Papa León XIII? Europa sufría
entonces la gran tormenta Napoleónica, seguida de la Revolución Francesa. La
Iglesia y numerosas expresiones de la cultura cristiana se ponían
radicalmente en discusión (piénsese, por ejemplo, en el hecho de contar los
años ya no desde el nacimiento de Cristo, sino desde el inicio de la nueva
era revolucionaria, o de quitar los nombres de los Santos del calendario, de
las calles, de los pueblos...). Las poblaciones del campo no eran
ciertamente favorables a estos trastornos, y permanecían ligadas a las
tradiciones religiosas. La vida cotidiana era dura y difícil: las
condiciones sanitarias y alimentarias muy pobres. Mientras tanto, se iba
desarrollando la industria y con ella el movimiento obrero, cada vez más
organizado políticamente. El magisterio de la Iglesia, en su más alto nivel,
fue empujado y ayudado por las reflexiones y por las experiencias locales a
elaborar una interpretación global y con perspectiva de la nueva sociedad y
de su bien común. Así, cuando, en 1878, fue elegido al solio pontificio,
León XIII se sintió llamado a llevarla a cabo, a la luz de su extenso
conocimiento de alcance internacional, pero también de tantas iniciativas
realizadas “sobre el terreno” por parte de comunidades cristianas y de
hombres y mujeres de la Iglesia.
Fueron de hecho docenas y docenas los Santos y Beatos que, desde finales del
siglo XVIII hasta principios del XX, buscaron y experimentaron, con la
creatividad de la caridad, múltiples caminos para llevar el mensaje
evangélico al interior de las nuevas realidades sociales. Fueron sin duda
estas iniciativas, con los sacrificios y las reflexiones de estos hombres y
mujeres las que prepararon el terreno de la Rerum novarum y de los demás
Documentos sociales del Papa Pecci. Ya desde el tiempo en el que era Nuncio
Apostólico en Bélgica, él había comprendido que la cuestión social se podía
afrontar de manera positiva y eficaz con el diálogo y la mediación. En una
época de áspero anticlericalismo y de encendidas manifestaciones contra el
Papa, León XIII supo guiar y sostener a los católicos en el camino de una
participación constructiva, rica de contenidos, firme en los principios y
con capacidad de apertura. Inmediatamente después de la Rerum novarum se
verificó en Italia y en otros Países una auténtica explosión de iniciativas:
asociaciones, cajas rurales y artesanas, periódicos,... un vasto
“movimiento” que tenía en el siervo de Dios Giuseppe Toniolo el luminoso
animador. Un Papa muy anciano, pero sabio y con visión de futuro, podría así
introducir en el siglo XX a una Iglesia rejuvenecida, con la actitud
correcta para afrontar los nuevos desafíos. Era un Papa todavía política y
físicamente “prisionero” en el Vaticano, pero en realidad, con su
Magisterio, representaba a una Iglesia capaz de afrontar sin complejos las
grandes cuestiones de la contemporaneidad.
Queridos amigos de Carpineto Romano, no tenemos tiempo para profundizar en
estas cuestiones. La Eucaristía que estamos celebrando, el Sacramento del
Amor, nos atrae a lo esencial: la caridad, el amor de Cristo que renueva a
los hombres y al mundo; esto es lo esencial, y lo vemos bien, casi lo
percibimos en las expresiones de san Pablo en la Carta a Filemón. En esta
breve nota, de hecho, se siente toda la dulzura y al mismo tiempo el poder
revolucionario del Evangelio; se advierte el estilo discreto y a la vez
irresistible de la caridad, que, como he escrito en mi Encíclica social,
Caritas in veritate, “es la principal fuerza impulsora del auténtico
desarrollo de cada persona y de toda la humanidad” (n. 1). Con alegría y con
afecto, os dejo por tanto el mandamiento antiguo y siempre nuevo: amaos como
Cristo nos ha amado, y con este amor sed sal y luz del mundo. Así seréis
fieles a la herencia de vuestro gran y venerado Conciudadano, el Papa León
XIII. ¡Y así sea en toda la Iglesia! Amén. ¡Queridos hermanos y hermanas!