Carta encíclica Ab Apostolici Solii Del Sumo Pontífice León XIII sobre la obra
de la masonería
A los Obispos, al clero y al pueblo de Italia
Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica
INTRODUCCIÓN
I. El motivo: No el agravio personal sino el peligro de las almas.
De lo alto de la Sede Apostólica, donde la divina Providencia Nos ha
colocado para velar por la salvación de todos los pueblos, Nuestra mirada se
posa frecuentemente sobre Italia, en cuyo seno, por arte de singular
predilección puso Dios la Sede de su Vicario, y de donde, por otra par te,
Nos vienen ahora múltiples y dolo rosas amarguras. No Nos contristan las
ofensas personales ni las privaciones y sacrificios impuestos por la actual
situación de las cosas, ni las injurias y dicterios que una prensa procaz
tiene plena libertad de lanzar contra Nos todos los días. Si se tratase sólo
de Nuestra persona y no viésemos que Italia, amenazada en su fe marcha
derecha mente a su ruina llevaríamos en silencio las ofensas, contentos con
repetir también Nos aquello que decía de sí mismo uno de nuestros más
ilustres predecesores: "Si terrae meae captivitas per quotidiana momenta no
excresceret, de despectione mea atque irrisione laetus tacerem"1.
Pero además de la independencia y dignidad de la Santa Sede, se trata de la
religión misma y de la salud de toda una nación, y de nación tal, que desde
los primeros tiempos abrió gozosa su seno a la fe católica y siempre la
conservó cuidadosamente.
Parece increíble, pero es verdad: hemos llegado al punto de temer que
nuestra Italia pierda la fe. A menudo hemos dado la voz de alerta anunciando
el peligro; pero no por eso creemos haber hecho bastante.
Los renovados ataques obligan a hablar
Ante los continuos y cada vez más fieros asaltos, sentíamos más poderosa la
voz de la conciencia que estimulaba a hablaros de nuevo a otros, Venerables
Hermanos, a vuestro clero y al pueblo italiano. Como no da tregua el
enemigo, así no Nos es lícito permanecer silenciosos u ociosos ni a Nos ni a
vosotros, que por divina merced fuimos constituidos en custodios y paladines
de la Religión de los pueblo que nos fueron encomendados, Pastores y asiduos
vigilantes de la grey de Cristo por la cual debemos estar prontos a
sacrificarlo todo, si es preciso, hasta la vida.
No hablaremos en modo alguno hechos nuevos; pues, los que ocurrieron antes
permanecen en el mismo estado; de ellos hemos hablado oficialmente otras
veces conforme lo reclamaba la ocasión. Pero aquí queremos recapitularlos en
cierto modo y agruparlos como en un solo haz para que sirvan de oportuna
enseñanza para todas las consecuencias que de ellos se deriven. No son
hechos dudosos o controvertidos sino acaecidos a la plena luz del día, y
esto, no en forma aislada sino conexos entre sí, de suerte tal que denotan
evidentemente un sistema del cual son la realización y el desenvolvimiento.
El sistema no es nuevo, pero es nueva la audacia, el encarnizamiento y la
rapidez con que ahora se va realizando ante Nuestros ojos.
II. La Masonería y Roma
Es el plan preestablecido de las sectas que con celeridad se desarrolla
ahora en Italia, especialmente en la parte que toca a la Iglesia y a la
Religión católica, cuyo propósito último y muy notorio es reducirla, si
fuese posible, a la nada. Hoy día, huelga formar el proceso de las sectas
que se dicen masónicas; el juicio sobre ellas ya está dado; los fines, los
medios, sus dogmas, la acción, todo está averiguado y conocido con tanta
certeza que ya no cabe controversia al respecto. Imbuidos del espíritu de
Satanás, cuyos instrumentos son, arden, como su inspirador, el demonio de
tal modo en odio mortal e implacable a Jesucristo, a la Iglesia por El
fundada, que tratan esforzadamente de abatirla o por lo menos coartar su
acción. Esta guerra se mueve hoy más que en otra parte cualquiera, en
Italia, donde la Religión echó raíces más hondas, máxime empero en la Urbe
romana donde está el centro y la cabeza de la unidad católica. v tiene su
sede el Pastor de la Iglesia universal.
III. Historia de los ataques sucesivos
Supresión de las Ordenes religiosas y del patrimonio eclesiástico
Leyes anticristianas.
Conviene recordar desde el principio las diversas fases de esta guerra. Se
empezó arrebatando su color político, el principado civil de los Papas; pero
su rendición a los que real mente eran los jefes de esa secta, había de
servir conforme a los acuerdos secretos, más tarde abiertamente declarados,
a la destrucción del supremo poder espiritual de los mismos Romanos
Pontífices, o por lo menos para reducirlos a una esclavitud cargada de
cadenas. Y para que a nadie cupiese la menor duda adonde realmente apuntaban
sus acuerdos, en seguida procedían a la supresión de las Órdenes religiosas
por la que disminuyó considerablemente el número de operarios evangélicos
que se destinan al sagrado ministerio y a la asistencia religiosa que se
presta a esta Santa Sede, como también a la propagación de la Fe entre los
infieles. Luego, mediante la promulgación de una ley, los jóvenes clérigos
fueron obligados a prestar servicio militar, de lo cual resultaron
necesariamente muchos y muy graves obstáculos para la elección de los
clérigos, y adversos al cumplimiento conveniente aun de la instrucción del
clero secular.
Además, poniendo violenta mano en el patrimonio eclesiástico, en parte lo
adjudicaron al Fisco, en parte, empero, lo agobiaron con enormísimos
tributos, dejándolo extremadamente extenuado, naturalmente, con la intención
de reducir al clero y a la Iglesia a la miseria, de privarla de los medios
que necesitan para vivir y para promover en la tierra los institutos y las
obras pías que coadyuvan a su divino apostolado. Así lo han declarado
abiertamente los mismos adeptos de la masonería: "Para disminuir la
influencia moral del clero y de las asociaciones, que ellos llaman,
clericales, se ha de emplear un solo medio muy eficaz: despojarlos de todos
los bienes y reducirlos a una pobreza ex trema".
Por lo demás, la misma acción del Poder civil se encamina directa y
constantemente a borrar íntegramente de la Nación italiana el carácter
religioso y cristiano: las leyes y cuanto constituye lo que llaman la vida
oficial procuran desterrar toda inspiración e idea religiosa en forma
general y constante cuando no lo combate directamente; cualquier
manifestación pública de Fe y piedad católica o se prohíbe o, de mil modos,
con razones especiosas se impide.
A la familia se ha quitado su base y constitución religiosa proclamando el
así llamado matrimonio civil e imponiendo una enseñanza escolar que des de
los rudimentos de las primeras letras hasta las lecciones de los Colegios de
superiores se enseña en forma total mente laica, de donde resultará que las
nuevas generaciones, en cuanto dependa del poder civil, se verán casi
obligados a desenvolverse sin tener ideas religiosas y sin poseer las
primeras y esenciales nociones de sus deberes para con Dios.
Esto es poner la segur a la raíz del árbol, ni cabe imaginar medio más
universal ni más eficaz para arrancar a la influencia de la Iglesia y de la
Fe, la sociedad, la familia y también a los individuos. Debilitar por todos
los medios el clericalismo (o sea el catolicismo) en sus fundamentos y en
sus mismas fuentes de vida, eso es, en la escuela y en la familia, es la
declaración auténtica de los escritores masónicos.
IV. En muchas regiones es un sistema de gobierno
Pero alguien dirá que esto sucede no solo en Italia sino que es un sistema
de gobierno, al que generalmente, se conforman hoy todas las naciones. Esto,
empero, no destruye, respondemos Nosotros, sino antes bien confirma lo que
decimos sobre los propósitos y acción de la masonería tal cual existe en
Italia. Ciertamente aquel sistema se adopta y se pone por obra donde quiera
que la Masonería ejercite su impía y nefasta acción, y como ésta está tan
ampliamente difundida, aquel sistema anticristiano se aplica, en toda
extensión, al orden público. y la aplicación se hace más rápida y universal
en aquellas regiones cuyos gobernantes se sujetan más a la secta y secundan
con mayor interés sus inicuas empresas.
Y lo que consideramos un gran infortunio, en el número de estos países se
halla hoy día la misma nueva Italia. Sin embargo, no sólo hoy comprobamos
que Italia comenzó a sucumbir al influjo impío y maléfico de las Sectas,
sino que desde hace algunos años, éstas en su prepotencia, apoderándose de
las cosas en forma absoluta, y dominadora, a su antojo, a modo de tiranos
las sujetan. De allí que las normas de administración pública en cuanto a la
Religión toca, favorecen casi todas y sirven a las aspiraciones de las
Sectas las que para ejecutar sus designios encuentran en los gobernantes
supremos del Estado sus favorecedores y dóciles instrumentos. Las leyes
bastante contrarias a la Iglesia que decretan y las medidas para ella
ofensivas que toman, se proponen, se resuelven y definitivamente estatuyen
primero en sus Congresos sectarios. Basta que cualquier cosa tenga aun la
apariencia aunque dudosa de ser injuriosa o dañina para la Iglesia para que
en seguida la veamos adoptada y promovida.
V. El nuevo Código penal ofensivo para el Clero y las Obras Pías
Entre los hechos más recientes recordaremos la aprobación del Código penal,
en que había algunos articulo s de ley contrarios al Clero que constituyen,
efectivamente, una ley de excepción, la cual con la mayor pertinacia posible
y pese a todas las razones en contrario plugo a los legisladores aprobar, y
en que -¡cosa increíble!- se consideran criminales algunos actos que son
deberes sacrosantos de su ministerio.
La ley sobre las Obras Pías, por la cual todo el patrimonio que reunieron la
piedad y la Religión de nuestros abuelos, a la sombra y con la tutela de la
Iglesia, queda substraído a la intervención eclesiástica; esta ley la habían
insinuado ya las sectas masónicas algunos años hacía para escarnecer
Iglesia, disminuir su influencia social y suprimir de una plumada las
grandes sumas de los delegados, destinadas a sufragar los gastos del culto
religioso.
VI. Monumento al apóstata.
Añádase a esto la obra eminentemente sectaria de la erección del monumento
público al famoso apóstata de Nola, decretada desde hace mucho por la secta
masónica e insistentemente promovida y, finalmente, ejecutada con la ayuda y
el favor de los gobernantes.
VII. Declaraciones y obras del gobierno contrarias a la Iglesia
Mucho tribuyeron a ello las declaración explícitas y públicas del jefe de
Gobierno, que así se expresan: "La lucha real y verdadera que el Gobierno
tiene el mérito de haber emprendido, es la que traba la Iglesia y el Estado,
y el libre examen y la razón por otra parte".
Que la Iglesia quiere obrar y encadenar de nuevo la razón y la libertad del
pensamiento, es lo que se añade.
El Gobierno en esta lucha se declara abiertamente en favor de la razón
contra la fe, y cree su deber hacer que el Estado italiano sea el intérprete
de esta razón y libertad; triste deber que vemos con repetición afirmado en
tales ocasiones.
A la luz de estos hechos y declaraciones, se ve que la idea principal
respecto la Religión es la que preside a la política italiana y forma la
realización del programa masónico. Se ve cuánto va ya realizado, se sabe
cuánto falta por hacer, y ciertamente puede preverse que, mientras Italia y
su suerte estén en manos de jefes sectarios o siervos de las sectas, se
seguirá obrando más o menos rápidamente, según las circunstancias, hasta
realizar todo el plan.
Detalles del programa persecutorio del gobierno masónico
Ahora se dirige su acción a los fines siguientes, según los votos y
resoluciones de las más autorizadas Asambleas, todo inspirado en odio mortal
contra la Iglesia:
"Abolición en las escuelas de toda instrucción religiosa; fundación de
institutos en que se substraiga a los niños de toda influencia clerical,
cualquiera que sea, ya que el Estado, que debe ser absolutamente ateo, tiene
derecho y deber de formar el corazón y el espíritu de los ciudadanos, y
ninguna escuela debe substraerse a su inspiración y vigilancia; aplicación
rigurosa de todas las leyes vigentes a asegurar la independencia absoluta de
la sociedad civil de las influencias clericales, observación estricta de las
leyes que suprimen las asociaciones religiosas y el uso de los medios que
puedan hacerlas eficaces; organización de todo el patrimonio eclesiástico,
partiendo del principio de que su propiedad pertenece al Estado y su
administración al poder civil; exclusión de todo elemento católico y
clerical de todas las públicas administraciones, obras pías, hospitales,
escuelas y consejos en que se preparen los destinos de la patria: de las
academias, círculos asociaciones, comisiones y familia; exclusión general,
eterna, en todas partes. Debe hacerse sentir la influencia masónica y
hacerse dueña de todo. Con esto se allanará la vía para abolir el
Pontificado, y quedará Italia libre de su implacable y mortal enemigo; y
Roma, que antes fue el centro de la teocracia universal, será desde hoy el
centro de la secularización universal, y desde ella se promulgará para el
mundo la magna carta de la libertad humana".
Estas son las aspiraciones, declaraciones y acuerdos auténticos de los
francmasones y de sus conciliábulos.
Sin exageración tal es el estado presente y tal el porvenir que presentimos
para la Religión en Italia.
Error funesto sería el disimular tamaña gravedad. Reconocerlo tal cual es y
afrontarlo con evangélica prudencia y fortaleza, deducir los deberes que
esto impone a todos los católicos y Nos especialmente, que como Pastor
debemos velar sobre ellos, Nos toca conducirlos a la salvación, vigilar por
las miras de la Providencia y obrar con sabiduría y celo pastoral.
VIII. Enérgica protesta y llamado a los Obispos y fieles
Por lo que respecta a Nos, se Nos impone el deber apostólico de protestar de
nuevo enérgicamente contra todo lo que con tanto daño de la Religión se ha
hecho, se hace o se intenta llevar a cabo en Italia: defensores y tutores
que somos de los sagrados derechos de la Iglesia y del Pontificado,
abiertamente rechazamos y denunciamos a todo el orbe católico las ofensas
que la Iglesia y el Pontificado reciben de continuo especialmente en Roma, y
que Nos hacen más fatigoso el gobierno del Catolicismo y Nos arrastran a un
estado grave e indigno de nuestra condición.
Por lo demás, estamos firmemente animados a no omitir ni dejar de hacer por
Nuestra parte nada de lo que pueda ayudar a mantener viva y vigorosa la fe
entre el pueblo italiano y protegerla contra los asaltos y ataques de los
enemigos. Apelamos por esto, Venerables Hermanos, a todo vuestro celo y
vuestro amor por la salvación de las almas, aumentado por la gravedad del
peligro, a fin de que busquéis los medios que estén en nuestra mano; todos
los resortes de la palabra, toda la industria de la acción, todo el tesoro y
ayuda de la gracia que la Iglesia nos concede, tienen que emplearse en la
formación de un clero instruido y lleno de espíritu de Jesucristo por la
cristiana educación de la juventud, por la extirpación de las malas
doctrinas, la propagación de la verdad católica, por la conservación del
carácter y del espíritu cristiano dentro de las familias.
IX. El pueblo católico debe conocer las medidas persecutorias
En cuanto al pueblo católico, es necesario antes que todo que conozca el
verdadero estado de la Italia, la índole esencialmente religiosa que reviste
en Italia la lucha contra el Pontífice, y el fin verdadero y el propósito
que persigue; que se persuada con la evidencia de los hechos, de cómo está
constantemente amenazada su Religión, se convenza por fin de los riesgos que
corre de ser despojado del inestimable tesoro de la fe. Llevada a los ánimos
tal convicción, y seguros, por otra parte, que sin la fe es imposible servir
a Dios y salvarse, comprenderán que se trata de conseguir el mayor, por no
decir el único, de los intereses que cada uno por su parte tiene el deber de
poner en salvo antes que todo, aun a costa de los mayores sacrificios, bajo
pena de su eterna desgracia e infelicidad. Comprenderán también fácilmente
que, siendo este tiempo de lucha descarada y manifiesta, sería ignominioso y
vil desertar del campo y cobardemente esconderse.
X. Su deber de profesión y de defensa de su fe y de obras cristianas. Prensa
Su deber es el de permanecer en el puesto, mostrarse a vistas claras
verdaderos católicos por sus creencias y obras, conforme a su fe, y esto,
tanto por la gloria de la fe como por la del Sumo Jefe, cuya bandera
seguimos; y para no tener la inmensa desgracia de no ser reconocidos como
soldados fieles en el día final por el Jefe supremo, el cual ha dicho que el
que no está con él, está contra él. Sin ostentación y sin timidez, demos
pruebas del verdadero valor que nace de la conciencia al cumplir un sagrado
deber respecto a Dios y a los demás hombres. A esta franca profesión de fe
deben unir los católicos una perfecta docilidad y filial amor para con la
Iglesia; su sincero cariño para con los Obispos y una absoluta devoción y
obediencia al Romano Pontífice.
En suma: reconocerán cuán necesario sea abstenerse de todo aquello es obra
de las sectas, o que de ellas recibe favor o impulso, y que está contaminado
del espíritu anticristiano que las anima, y darse luego con actividad, con
valor y constancia a la obra católica, a las asociaciones y a las
instituciones bendecidas por la Iglesia, en encargadas y sostenidas por los
Obispos y el Romano Pontífice. Y puesto que el principal instrumento de que
se sirven los enemigos es la prensa, en gran parte inspirada y sostenida por
ellos, conviene que los católicos opongan la buena la mala prensa, para
defender la verdad, para la tutela de la Religión y para el sostenimiento de
los derechos de la Iglesia.
XI. La prensa
Y como el deber de la prensa católica es descubrir las pérfidas intenciones
de las sectas, ayudar y secundar la acción de los sagrados Pastores,
defender y promover las obras católicas, así es deber de los fieles
sostenerla eficazmente, ya sea negando o retirando todo favor a los
periódicos pervertidos, ya concurriendo directamente cada uno, en la medida
en que pueda, a hacerla vivir y prosperar en lo cual creemos que hasta ahora
no se hace bastante en Italia. A este fin, los documentos que Nos hemos dado
todos los católicos, especialmente la Encíclica Humanum genus y la otra
Sapientiae christianae, deben ser particularmente enseñados e inculcados a
los católicos de Italia. Que si por permanecer fieles a estos deberes
hubiera que hacer algún sacrificio, acuérdense que "desde los días de Juan,
el Bautista hasta el presente, el reino de Dios padece fuerza, y hombres
esforzados lo arrebatan"2, y quien a sí propio se ama y ama a sus propias
cosas más que a JESUCRISTO, no es digno de Él3.
El ejemplo de tantos invictos campeones, que generosamente y en todo tiempo
lo sacrificaron todo; la ayuda singular de la gracia que hace suave el yugo
de Jesucristo, y ligera su carga4, deben servirles poderosamente para
templar el valor y sostenerles en la gloriosa campaña.
XII. Los peligros de la falta de Religión en el aspecto social y político
No habíamos considerado hasta ahora las presentes condiciones de las cosas
en Italia más que en el concepto religioso, como que éste es para Nos
principalísimo y eminentemente propio por razón del oficio apostólico que
sostenemos. Pero es tan necesario y propio de la obra considerarlo bajo el
aspecto social y político, a fin de que vean los italianos que no sólo es el
amor de la religión, sino también el más sincero y el más noble amor de la
patria el que debe movernos a oponernos a los impíos conatos de las sectas.
Basta observar, para convencerse, los acontecimientos que se preparan en
Italia en el orden social y político en que las personas se empeñan sin
disimulo en combatir sin tregua el Catolicismo y al Papado.
Ya la prueba del pasado es de por sí demasiado grande y muy elocuente. Esto
que en este primer período de su nueva vida se advierte en Italia por la
moralidad pública y privada, por el orden y tranquilidad interior, por la
prosperidad y riqueza nacional, es aún más notable por aquellos hechos que
Nos podemos aducir. Los mismos que, aun teniendo interés en ocultarlo, por
la verdad, no los ocultan.
Nos diremos sólo que en las condiciones presentes, por una triste pero
verdadera necesidad, las cosas no podrán andar de otra manera: la secta
masónica, por cuanto ostenta un espíritu de beneficencia y de filantropía,
no puede ejercer más que una influencia funesta; y decimos funesta, porque
combate y tiende a destruir la Religión de Cristo, verdadera bienhechora de
la humanidad.
Influjo benéfico de la Religión
Todos saben hasta qué punto y de qué manera ha influido saludablemente la
Religión en la sociedad. Es incontestable que la sana moral pública y
privada es el honor y la fuerza de los Estados; pero es igualmente
incontestable que sin Religión no puede haber buena moral, ni pública ni
privada. De la familia, sólidamente constituida sobre las bases naturales de
una vida piadosa, nace el incremento y la fuerza de la sociedad. Sin
Religión y sin moral, el consorcio doméstico no tiene estabilidad, y los
vínculos de la familia se relajan y disuelven. La prosperidad de los pueblos
y de las naciones viene de Dios y de su bendición.
Si un pueblo no sólo no la reconoce como procedente de Dios, antes bien
contra Él se subleva y la soberanía de su espíritu le dice que nada hay de
nuevo fuera de él, la fortuna que obtenga no será sino un simulacro de
prosperidad condenado a desvanecerse tan pronto como plazca al Señor
confundir la soberbia y la audacia de sus enemigos.
XIII. Se detallan la necesidad y obra de la Religión
La Religión es la que, penetrando en el fondo de la conciencia de cada uno,
le hace sentir la fuerza del deber y le impulsa a seguirlo. La Religión es
la que da a los príncipes sentimiento de justicia y de amor para sus
súbditos; que rinde y sujeta fiel y sinceramente a sus partidarios; que hace
rectos y buenos a los legisladores, justos e incorruptibles a los
magistrados, valerosos hasta el heroísmo a los soldados, diligentes y probos
a los administradores. La Religión es la que hace reinar la concordia y el
afecto entre los cónyuges, el amor y el respeto entre los padres y los
hijos, que inspira a los pobres el respeto a sus bienhechores, y a los ricos
el recto uso de sus rentas. De esta sumisión a los deberes y de este respeto
a los derechos de los demás nace el orden, la paz, la tranquilidad, que son
tanta parte de la prosperidad de un pueblo y de un Estado. Suprimida la
Religión, desaparecerían con ella al mismo tiempo todos esos bienes de la
sociedad.
Para Italia la pérdida sería mucho más sensible. Sus mayores glorias y
grandezas, por las cuales gozó del primado durante largo tiempo entre 1as
naciones cultas, son inseparables de la Religión, la cual le proporcionó, le
inspiró, le aseguró los favores y le ayudó y dirigió a ese incremento. Por
las públicas franquicias hablan sus Comunes, por las glorias militares
hablan tantas empresas memorables contra los enemigos declarados del nombre
cristiano; por la ciencia hablan las Universidades fundadas, favorecidas y
privilegiadas por la Iglesia; por las artes hablan infinitos monumentos de
todos géneros, de los cuales está sembrada con profusión toda Italia; por
las obras en favor de los miserables, de los desgraciados, de los obreros,
hablan tantas fundaciones de la caridad cristiana, tantos asilos abiertos
para toda suerte de indigencia y de infortunio, y las asociaciones y
corporaciones que han crecido bajo la égida de la Religión.
La virtud y la fuerza de la Religión son inmortales, porque vienen de Dios,
tiene tesoros para hacer el bien, remedios eficacísimos para los necesitados
de todos los tiempos y de cualquier época, a los cuales atiende
admirablemente. Lo que ha sabido y podido hacer en otros tiempos, es capaz
de hacer todavía con una fuerza siempre nueva y vigorosa. Quitar por tanto,
a Italia la Religión, es destruir de un golpe la fuente más fecunda de
tesoros y socorros inestimables.
Peligro socialista, es vencido por la Religión
Además, uno de los más grandes y formidables peligros que corre la sociedad
presente es la agitación socialista, que amenaza destruirla hasta en sus
cimientos. No permanece inmune Italia de tanto peligro, y, si bien otras
naciones están más infestadas que Italia de este espíritu subversivo y de
desorden, no es menos cierto, sin embargo, que este espíritu se va
esparciendo y propagando cada día con mayor intensidad. Es tal su
naturaleza, tanto el poder de su organización, tanta la audacia y
atrevimiento de sus propósitos, que se hace preciso reunir todas las fuerzas
conservadoras para detener su marcha e impedir con éxito su triunfo. De
estas fuerzas, la primera y principalísima con que debe contarse es con la
que pueden dar la Religión y la Iglesia. Sin éstas, resultarán inútiles o
insuficientes las leyes más severas, los rigores de los tribunales y la
misma fuerza armada.
XIV. Luz en las tinieblas y fuerza de la Religión para convertir
Así como en otro tiempo, contra la dominación bárbara no sirvió la fuerza
material, sino la virtud de la Religión cristiana, que penetrando en el
espíritu de los vencedores, les quitó la ferocidad, y la aspereza de sus
costumbres y les hizo obedientes a la voz de la verdad y de la ley
evangélica; así contra las iras de la multitud desenfrenada ninguna fuerza
será eficaz sin la virtud saludable de la Religión, la cual, haciendo
brillar en inteligencias la luz de la verdad, e infiltrando en los corazones
los preceptos de la moral de Jesucristo les haga sentir la voz de la
conciencia y del deber, y ponga freno a los ímpetus de las pasiones.
Combatir, por tanto, a la Religión, es privar a Italia del auxiliar más
poderoso para luchar con un enemigo que cada día es más formidable y
amenazador.
Amenaza política
Pero no es esto todo; como en el orden social la guerra hecha a la Religión
es funestísima
Italia, así en el orden político la enemistad con la Santa Sede y con el
Romano Pontífice es para Italia fuente y origen de gravísimos daños; y
aunque no sea precisa la demostración para completar Nuestro pensamiento,
resumiremos en breves frases las conclusiones. La guerra hecha al Papa
quiere decir para Italia división profunda entre la Italia oficial y la gran
parte los italianos verdaderamente católicos, y cualquier división es
debilidad; quiere decir, privación del favor del concurso la parte más
genuinamente conservadora; esto es, sostener en el seno de la nación un
conflicto religioso, que no sólo no contribuye al bien público, que lleva en
sí mismo los gérmenes funestos de los males y de gravísimos castigos.
XV. La benevolencia con la Religión redundaría en provecho de Italia en el
exterior e interior
En cuanto al exterior, el conflicto con la Santa Sede, además de privar a
Italia del prestigio del esplendor que la circundaría seguramente de vivir
en paz con el Pontificado; la enemistad con todos los católicos del mundo,
la impone inmensos sacrificios, y en cualquier ocasión puede proporcionar a
los enemigos un arma para volverla contra ella.
¡He aquí el bienestar y la grandeza que esperan a Italia, que teniendo la
dicha en su mano hace cuanto puede para abatir la Religión católica y el
Pontificado, siguiendo las inspiraciones de las sectas!
Si, por el contrario, se rompiese toda solidaridad y conveniencia con las
sectas, y se otorgara a la Religión y a la Iglesia, como la más poderosa
fuerza social, verdadera libertad y el pleno ejercicio de sus derechos, ¡qué
feliz cambio se operaría en los destinos de Italia! Los daños y los peligros
que lamentamos, y que son el resultado de la guerra a la Religión y a la
Iglesia, no sólo cesarían al terminar la lucha, sino que volverían a
florecer sobre el selecto suelo de la Italia católica la gloria y la
grandeza de que la Religión y la Iglesia han sido siempre fecundas.
Por su divina virtud se reformarían las costumbres públicas y privadas, y
los vínculos de la familia, y los ciudadanos, bajo el influjo religioso,
experimentarían más vivo el sentimiento del deber y mayor resolución para
cumplirle.
Las cuestiones sociales, que ahora tienen tan preocupados los ánimos,
recibirán la mejor y más completa de las soluciones con la aplicación
práctica de los preceptos de caridad y justicia evangélicas; la libertad
pública, imposibilitada de degenerar en licencia, serviría únicamente para
el bien, y llegaría a ser verdaderamente digna del hombre; las ciencias, por
la verdad de que la Iglesia es maestra, y las artes por la potente
inspiración que la Religión recibe de lo alto, y que tiene el secreto de
comunicar a todos los espíritus, recibirían nuevo impulso y nuevas
excelencias.
Hecha la paz con la Iglesia, quedará cimentada la unidad religiosa y
concordia civil, cesará la división entre los católicos fieles a la Iglesia
y a Italia, la cual adquirirá de esta suerte un poderoso elemento de orden y
de conservación.
Atendidas las justas demandas del Romano Pontífice, reconocidos sus
soberanos derechos y colocado en condiciones de verdadera y efectiva
independencia, los católicos de las demás partes del mundo no tendrían ya
motivo para considerar a Italia como enemiga de su Padre común: ellos, que,
no por ajeno impuso, sino por sentimiento de fe y dictamen del deber, alzan
unánimemente su voz para reivindicar la dignidad y la libertad del Pastor
supremo de las almas.
Crecería para Italia el respeto y consideración de los demás países de vivir
en armonía con la Sede Apostólica, la cual ha hecho experimentar a los
italianos de un modo especial los beneficios de su presencia entre ellos;
así, con los tesoros de la fe que se difundirá siempre de este centro de
bendición y de salud, harán que también, se difunda entre todas las gentes
grande y respetado el nombre italiano, Italia reconciliada con el Pontífice
y fiel a su Religión, estaría dispuesta para emular dignamente sus antiguas
glorias, y en todo aquello que constituye el verdadero progreso de nuestra
edad recibiría nuevo estímulo para adelantar en su glorioso camino.
Y Roma, ciudad católica por excelencia, predestinada por Dios para centro de
la Religión de Cristo, y Sede de su Vicario, que fue base de la estabilidad
y grandeza de aquélla a través de tantos siglos, y de tan varios
acontecimientos, repuesta bajo el pacífico y paternal cetro del Romano
Pontífice, volvería a ser lo que la hicieron la Providencia y los siglos, no
mera capital de un Reino particular, sino dividida entre dos diversos y
soberanos poderes, dualismo contrario a su historia, sino la digna capital
del mundo católico, engrandecida con la Majestad de la Religión, y maestra y
ejemplo de moralidad y de civilización de los pueblos.
XVI. Los verdaderos amigos de Italia
No son éstas, Venerables Hermanos, vanas ilusiones, sino una esperanza
apoyada en el más sólido y veraz fundamento. La aserción que desde hace
tiempo se viene divulgando, de que los católicos y el Pontífice son enemigos
de Italia y casi otros tantos aliados de los partidos subversivos, no es más
que una gratuita injuria y grosera calumnia esparcida por arte de las sectas
para facilitarse el camino y despejarlo de los obstáculos que se oponen a su
execranda obra de descatolizar a Italia.
La verdad que resulta clarísima de cuanto hemos dicho anteriormente, es que
los católicos son los mejores amigos del propio país y que dan prueba de
fuerte y veraz amor, no solamente a su Religión, sino a su Patria,
diferenciándose en esto enteramente de las sectas, consagrándola su espíritu
y sus obras, haciendo todos los esfuerzos porque Italia no pierda, antes
bien conserve vigorosamente la fe; no combata a la Iglesia, sino que sea
hija fiel de ella; no hostigue al Pontificado, sino que se reconcilie con
él.
XVII. Exhortación a la colaboración de todos
Cooperad todos, Venerables Hermanos, a fin de que la luz de la verdad se
haga camino en medio de la multitud, y que ésta llegue a comprender
finalmente dónde se encuentra todo bien y todo cuanto verdaderamente le
interesa y persuadirse que sólo en la fidelidad con la Religión y en la paz
con la Iglesia y el Romano Pontífice, se puede esperar para Italia un
porvenir digno de su glorioso pasado.
A esto queremos que dirijáis vuestros pensamientos; y no Nos dirigimos a los
afiliados a las sectas, los cuales con propósito deliberado tratan de basar
sobre la ruina de la Religión católica el nuevo asiento de la Península sino
a los otros que, sin acoger esas ideas, ayudan a la obra de aquellos
cooperando a su política, y particularmente a los jóvenes, tan fáciles de
caer en el error por efecto de inexperiencia o por dominio del sentimiento.
Queremos que todos se persuadan de que el camino que se está recorriendo es
fatal para Italia y al denunciar ahora de nuevo el peligro, no Nos mueve más
que la conciencia del deber y el amor a la Patria.
Invocación y Bendición
Mas para iluminar las inteligencias y hacer eficaces Nuestros esfuerzos, es
preciso invocar, ante todo, la ayuda del cielo; a Nuestra común acción vaya
unida, Venerables Hermanos, la plegaria general, constante, fervorosa, que
haga dulce violencia al Corazón de Dios y vuelva propicio a nuestra Italia,
librándola de esa plaga que sería la más terrible de todas: la pérdida de la
Fe. Pongamos de mediadora cerca de Dios a la gloriosísima Virgen María, la
invicta Reina del Rosario, que tanto poder tiene sobre las fuerzas del
infierno y tantas veces ha hecho sentir a Italia los efectos de su maternal
predilección. Recurramos a los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, que
conquistaron para la fe esta tierra bendita, que santificaron con sus
esfuerzos y bañaron con su sangre.
Recibid, entre tanto que llega la ayuda que pedimos, en muestra de Nuestro
especialísimo afecto, la Apostólica bendición, que desde lo íntimo de
Nuestra alma os enviamos a vosotros, Venerables Hermanos, a vuestro Clero y
al pueblo italiano.
Dado en Roma, al lado de San Pedro, el 15 de Octubre de 1890, año
decimotercero de Nuestro Pontificado.
LEON XIII
1
S. Gregor. Magno, Epist. ad Maurit. Imperat.
Registo 5: "Si la esclavitud de mi país no aumentara de día en día, gozoso
callaría frente al escarnio y la irrisión de que me hacen objeto".
2
Mt 11, 12.
3
Cfr. Mt 10, 38.
4
Mt 11, 30.