Pablo VI: Investigabiles Divitias Christi en el segundo centenario de la institución de la fiesta litúrgica en honor del Santísimo Corazón de Jesús
Carta apostólica a los patriarcas, primados, arzobispos, obispos del
mundo católico entero, en el segundo centenario de la institución de la
fiesta litúrgica en honor del Santísimo Corazón de Jesús.
Venerables hermanos
Salud y Bendición Apostólica
De la riqueza inescrutable de Cristo (Ef 3, 8), brotada del costado
traspasado del Redentor divino en el momento cuando, muriendo en la Cruz,
reconcilió con el Padre celestial el género humano, se ha revelado en una
luz tan fúlgida durante estos últimos tiempos el progreso del culto al
Sagrado Corazón de Jesús, del cual han resultado unos frutos maravillosos en
beneficio de la Iglesia. De hecho, después que nuestro Salvador
misericordioso, apareciendo, se nos relata, a la elegida religiosa Margarita
María Alacoque en la ciudad de Paray-le Monial, ha pedido repetidamente que
todos los hombres, como en una pública manifestación de oración, honrasen su
corazón, herido por amor nuestro, y que en todos los modos posibles
reparasen las ofensas infligidas, el culto al Sagrado Corazón - ofrecido ya
diversos lugares por obra y al impulso de San Juan Eudes - floreció
maravillosamente entre el clero y el pueblo cristiano y se difundió en todos
los continentes. La Santa Sede ha coronado esta veneración cuando, el 6 de
febrero de 1765, Clemente XIII, nuestro predecesor de venerable memoria,
acogiendo las súplicas de los obispos de Polonia y de la archicofradía con
el título Sagrado Corazón de Jesús, concedió a la noble nación polaca y al
mencionado sodalicio el celebrar la fiesta litúrgica en honor del Sagrado
Corazón con oficio y misa propia, y aprobó así el decreto correspondiente ya
emanado de la Sagrada Congregación de los Ritos del 26 enero de aquel año
(cf. Pío XII, carta encíclica Haurietis aquas: AAS 48 (1956), p. 341; A.
Gardellini, Decretha authentica S.R.C., T. II, 1856, n. 4324; T. III. N.
4579, 3).
Así sucedió que después de 75 años de la muerte de la humilde hermana
visitandina, se diera comienzo al uso de la fiesta litúrgica y de ritos
particulares en honor del Sagrado Corazón de Jesús: y todo esto fue acogido
no solamente por el rey, los obispos y los fieles de Polonia junto con los
miembros de la archicofradía romana del Sagrado Corazón, además por las
hermanas de la orden de la visitación, de toda aquella ciudad, de los
obispos y de la reina de la nación francesa, de los superiores y de los
religiosos de la Compañía de Jesús, de manera que en breve tiempo el culto
al Sagrado Corazón se extendió por casi toda la Iglesia suscitando en las
ánimas conspicuos frutos de santidad.
Luego hemos aprendido con viva complacencia que aquí y allá se están
preparando solemnes conmemoraciones, al acercarse el segundo centenario de
la solemne institución; y esto sucede de manera especial en la diócesis de
Autun en la cual se encuentra la ciudad de Paray-le-Monial y especialmente
en el espléndido templo que se encuentra allá y donde confluyen de todas
partes las piadosas multitudes de peregrinos que se acercan para venerar el
lugar donde, como se cree, los secretos del Corazón de Jesús fueron
maravillosamente revelados y se difundieron en todo el mundo.
He aquí pues nuestro deseo, nuestra voluntad: que en esta ocasión la
institución de la fiesta del Sagrado Corazón, oportunamente reflexionada,
sea celebrada con digno prestigio de todos ustedes, venerables hermanos, los
obispos de la Iglesia de Dios y de la población a ustedes confiada. Deseamos
que a todas las categorías de los fieles sean explicadas en el modo más
adaptado los profundos y misteriosos fundamentos doctrinales que ilustran
los infinitos tesoros de la caridad del Sagrado Corazón; que se les indique
los elementos particulares sagrados que cada vez más forman parte de la
devoción de este culto, dignas de la más alta consideración con el fin de
obtener que todos los cristianos, animados y con una nueva disposición
espiritual, ofrezcan el debido honor a aquel Corazón divino, reparen los
innumerables pecados con testimonios de un entrega cada vez más fervorosa, y
conformen la vida entera a los preceptos de la verdadera caridad que es el
cumplimiento de la ley (cf. Rom 13.10).
Ya que realmente del Sagrado Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad, es
símbolo y expresiva imagen de aquel eterno amor por el cual Dios ha amado
tanto al mundo que ha entregado a su Hijo unigénito (Jn 3, 16) podremos
estar seguros que dichas conmemoraciones contribuirán a lograr que las
riquezas del amor divino sean escrutadas profundamente y bien comprendidos;
y además nutrimos nosotros la confianza que todos los fieles sabrán sacar
una inspiración cada vez más imperiosa, la de configurar su vida al
Evangelio, a enmendar diligentemente las costumbres, a poner en práctica la
ley del Señor.
Con todo, en primer lugar deseamos que por medio de una participación más
intensa en el Sacramento del altar sea honrado en el Corazón de Jesús cuyo
regalo más grande es justamente en la eucaristía. De hecho, en el sacrificio
eucarístico se inmola y se recibe a nuestro Salvador siempre vivo a
interceder por nosotros (Hbr 7, 25), cuyo Corazón fue abierto por la lanza
del soldado y derramó sobre el género humano la torrente de su Sangre
preciosa, mezclada con agua; en este excelso Sacramento, además, que es la
culminación y centro de los demás sacramentos, se gusta la dulzura
espiritual en la misma fuente y se recuerda aquella insigne caridad que
Cristo ha demostrado en su pasión (Santo Tomás de Aquino, opusculum 57); es
necesario por tanto que - para usar las palabras de San Juan damasceno - nos
acerquemos a él con deseo ardiente… para que el fuego de nuestro deseo,
recibiendo como si fuera el ardor de una brasa, destruya quemando nuestros
pecados e ilumine los corazones y de tal manera en el contacto habitual con
el fuego divino nos volvamos ardientes y puros y semejantes a Dios (San Juan
damasceno, De fide orthod., 4, 13; padres griegos 94, 1150).
Esta razón nos parece pues muy idónea para lograr que el culto al Sagrado
Corazón, que - lo decimos con dolor - se ha debilitado en algunos,
reflorezca cada día más y sea considerado por todos como una forma
nobilísima y digna de aquella verdadera piedad que en nuestro tiempo
especialmente viene reclamada por obra del Concilio Vaticano II hacia Cristo
Jesús, rey y centro de todos los corazones, cabeza del cuerpo que es la
Iglesia… el principio, el primogénito de los que han vuelto a la vida para
que en todo tenga él el primado (Col 1, 18).
Puesto que el Santo Concilio Vaticano Ecuménico II recomienda mucho los
piadosos ejercicios del pueblo cristiano… especialmente cuando son llevados
adelante por voluntad de la Sede Apostólica (Conc. Vat. II, Sacrosanctum
Concilium 13) augurando que las celebraciones que quieran llevar adelante
puedan contribuir de la manera más eficaz duraderos progresos de la vida
cristiana, invocamos sobre vosotros los dones abundantes del divino
Redentor, mientras como signo de nuestra benevolencia os impartimos con gran
afecto a vosotros venerables hermanos, a todos los sacerdotes, a las
comunidades religiosas y a los fieles a vosotros confiadas nuestra
Apostólica Bendición.
Roma, junto a la Basílica de San Pedro, el 6 febrero del año 1965, segundo
del nuestro pontificado.
Pablo Papa VI
(Traducción no oficial)