QUAS PRIMAS Carta encíclica sobre la Fiesta del Cristo Rey: Papa Pío XI, diciembre 11 de 1925
Queridos Hermanos:
En la primera Encíclica, que al comenzar Nuestro Pontificado enviamos a todos
los Obispos del orbe católico, analizábamos las causas supremas de las
calamidades que veíamos abrumar y afligir al género humano. Y en ella
proclamamos Nos claramente no sólo que este cúmulo de males había invadido la
tierra, porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su
ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la
gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza
cierta de paz verdadera entre los pueblos, mientras los individuos y las
naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador.
LA "PAZ DE CRISTO EN EL REINO DE CRISTO"
Por lo cual, no sólo exhortamos entonces a buscar la paz de Cristo en el reino
de Cristo, sino que, además, prometimos que para dicho fin haríamos todo cuanto
posible Nos fuese. En el reino de Cristo, dijimos: pues estábamos persuadidos de
que no hay medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz que procurar la
restauración del reinado de Jesucristo.
2. Entretanto, no dejó de infundirnos sólida esperanza de tiempos mejores la
favorable actitud de los pueblos hacia Cristo y su Iglesia, única que puede
salvarlos; actitud nueva en unos, reavivada en otros, de donde podía colegirse
que muchos, que hasta entonces habían estado como desterrados del reino del
Redentor, por haber despreciado su soberanía, se preparaban felizmente y hasta
se daban prisa en volver a sus deberes de obediencia. Y todo cuanto ha
acontecido en el transcurso del Año Santo, digno todo de perpetua memoria y
recordación, ¿acaso no ha redundado en indecible honra y gloria del Fundador de
la Iglesia, Señor y Rey Supremo?
"AÑO SANTO"
3. Porque maravilla es cuánto ha conmovido a las almas la Exposición Misional,
que ofreció a todos el conocer bien, ora el infatigable esfuerzo de la Iglesia
en dilatar cada vez más el reino de su Esposo por todos los continentes e islas
-aun, de éstas, las de mares los más remotos-, ora el crecido número de regiones
conquistadas para la fe católica por la sangre y los sudores de esforzadísimos e
invictos misioneros, ora también las vastas regiones que todavía quedan por
someter a la suave y salvadora soberanía de nuestro Rey. Además, cuantos -en tan
grandes multitudes- durante el Año Santo han venido de todas partes a Roma
guiados por sus Obispos y sacerdotes, ¿qué otro propósito han traído sino
postrarse, con sus almas purificadas, ante el sepulcro de los Apóstoles y
visitarnos a Nos para proclamar que viven y vivirán sujetos a la soberanía de
Jesucristo?
4. Como una nueva luz ha parecido también resplandecer este reinado de nuestro
Salvado cuando Nos mismo, después de comprobar los extraordinarios méritos y
virtudes de seis vírgenes y confesores, los hemos elevado al honor de los
altares, ¡Oh, cuánto gozo y cuánto consuelo embargó Nuestra alma cuando, después
de promulgados por Nos los decretos de canonización, una inmensa muchedumbre de
fieles, henchida de gratitud, cantó el Tu, Rex gloriae Christe, en el majestuoso
templo de San Pedro!
Y así, mientras los hombres y las naciones, alejados de Dios, corren a la ruina
y a la muerte por entre incendios de odios y luchas fratricidas, la Iglesia de
Dios, sin dejar nunca de ofrecer a los hombres el sustento espiritual, engendra
y forma nuevas generaciones de santos y de santas para Cristo, el cual no cesa
de levantar hasta la eterna bienaventuranza del reino celestial a cuantos le
obedecieron y sirvieron fidelísimamente en el reino de la tierra.
5. Asimismo, al cumplirse en el Año Jubilar el XVI Centenario del Concilio de
Nicea, con tanto mayor gusto mandamos celebrar esta fiesta, y la celebramos Nos
mismo en la Basílica Vaticana, cuanto que aquel Sagrado Concilio definió y
proclamó como dogma de fe católica la consubstancialidad del Hijo Unigénito con
el Padre, además de que, al incluir las palabras cuyo reino no tendrá fin en su
Símbolo o fórmula de fe, promulgaba la real dignidad de Jesucristo.
Habiendo, pues, concurrido en este Año Santo tan oportunas circunstancias para
realzar el reinado de Jesucristo, Nos parece que cumpliremos un acto muy
conforme a Nuestro deber apostólico, si, atendiendo a las súplicas elevadas a
Nos, individualmente y en común, por muchos Cardenales, Obispos y fieles
católicos, ponemos digno fin a este año jubilar introduciendo en la sagrada
liturgia una festividad especialmente dedicada a Nuestro Señor Jesucristo Rey. Y
ello de tal modo Nos complace, que deseamos, Venerables Hermanos, deciros algo
acerca del asunto. A vosotros toca acomodar después a la inteligencia del pueblo
cuanto os vamos a decir sobre el culto de Cristo Rey; de esta suerte, la
solemnidad nuevamente instituida producirá en adelante, y ya desde el primer
momento, los más variados frutos.
6. Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido
metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra
entre todas las cosas creadas. Así se dice que reina en las inteligencias de los
hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su ciencia, cuanto porque
El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir
obedientemente la verdad. Se dice también que reina en las voluntades de los
hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente
sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e
inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobilísimos
propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de
los hombres, porque con su supereminente caridad [1] y con su mansedumbre y
benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie -entre todos
los nacidos- ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús. Mas, entrando
ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y
estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey;
pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el
honor y el reino [2], porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la
del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad
y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y
absolutísimo sobre todas las criaturas.
I. En el Antiguo Testamento
7. Que Cristo es Rey, lo dicen a cada paso las Sagradas Escrituras.
Así, le llaman el dominador que ha de nacer de la estirpe de Jacob [3]; el que
por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las
gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra [4]. El salmo
nupcial, donde bajo la imagen y representación de un Rey muy opulento y muy
poderoso, se celebraba al que había de ser verdadero Rey de Israel, contiene
estas frases: El trono tuyo, ¡oh Dios!, permanece por los siglos de los siglos;
el cetro de tu reino es cetro de rectitud [5]. Y omitiendo otros muchos textos
semejantes, en otro lugar, como para dibujar mejor los caracteres de Cristo, se
predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la
justicia y de la paz: Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de
paz... y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extremo del
orbe de la tierra [6].
8. A este testimonio se añaden otros, aun más copiosos, de los Profetas, y
principalmente el conocidísimo de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo y se nos ha
dado un Hijo, el cual lleva sobre sus hombros el principado; y tendrá por nombre
el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el
Príncipe de Paz. Su imperio será amplificado, y la paz no tendrá fin; se sentará
sobre el solio de David, y poseerá su reino para afianzarlo y consolidarlo
haciendo reinar la equidad y la justicia desde ahora y para siempre [7]. Lo
mismo que Isaías vaticinan los demás Profetas. Así Jeremías, cuando predice que
de la estirpe de David nacerá el vástago justo, que cual hijo de David reinará
como Rey, y será sabio y juzgará en la tierra [8]. Así Daniel, al anunciar que
el Dios del Cielo fundará un reino, el cual no será jamás destruido...,
permanecerá eternamente [9]; y poco después añade: Yo estaba observando durante
la visión nocturna, y he aquí que venía entre las nubes del cielo un personaje
que parecía el Hijo del Hombre; quien se adelantó hacia el Anciano de muchos
días y le presentaron ante El. Y dióle éste la potestad, el honor y el reino: Y
todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: La potestad suya es potestad
eterna, que no le será quitada, y su reino es indestructible [10]. Aquellas
palabras de Zacarías donde predice al Rey manso que, subiendo sobre una asna y
su pollino, había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las
aclamaciones de las turbas [11], ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas
los santos evangelistas?
II. En el Nuevo Testamento
9. Por otra parte, esta misma doctrina sobre Cristo Rey, que hemos entresacado
de los libros del Antiguo Testamento, tan lejos está de faltar en los del Nuevo
que, por lo contrario, se halla magn��fica y luminosamente confirmada.
En este punto, y pasando por alto el mensaje del Arcángel, por el cual fue
advertida la Virgen que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono
de David su Padre y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su
reino tuviera jamás fin [12], es el mismo Cristo el que da testimonio de su
realeza; pues, ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de
las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora, al
responder al Gobernador Romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora,
finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los Apóstoles el encargo
de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se
atribuyó el título de Rey [13], y públicamente confirma que es Rey [14], y
solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra
[15]. Con las cuales palabras ¿qué otra cosa se significa sino la grandeza de su
poder y la extensión infinita de su reino? Por lo tanto, no es de maravillar que
San Juan le llame Príncipe de los Reyes de la tierra [16], y que El mismo,
conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito en su vestido y en su muslo:
Rey de Reyes y Señor de los que dominan [17]. Puesto que el Padre constituyó a
Cristo heredero universal de todas las cosas [18], menester es que reine Cristo,
hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo los pies del trono de Dios a todos
sus enemigos [19].
III. En la Liturgia
10. De esta doctrina común a los Sagrados Libros, se siguió necesariamente que
la Iglesia, reino de Cristo sobre la tierra, destinada a extenderse a todos los
hombres y a todas las naciones, celebrase y glorificase con multiplicadas
muestras de veneración, durante el ciclo anual de la Liturgia, a su Autor y
Fundador como a Soberano Señor y Rey de los Reyes.
Y así como en la antigua salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de estos
títulos honoríficos que con maravillosa variedad de palabras expresan el mismo
concepto, así también los emplea actualmente en los diarios actos de oración y
culto a la Divina Majestad y en el Santo Sacrificio de la Misa. En esta perpetua
alabanza a Cristo Rey descúbrese fácilmente la armonía tan hermosa entre nuestro
rito y el rito oriental, de modo que se ha manifestado también en este caso que
la ley de la oración constituye la ley de la creencia.
IV. Fundada en la Unión Hipostática
11. Para mostrar ahora en qué consiste el fundamento de esta dignidad y de este
poder de Jesucristo, he aquí lo que escribe muy bien San Cirilo de Alejandría:
Posee Cristo soberanía sobre todas las criaturas, no arrancada por fuerza ni
quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza [20]. Es decir,
que la soberanía o principado de Cristo se funda en la maravillosa unión llamada
hipostática. De donde se sigue que Cristo, no sólo debe ser adorado en cuanto
Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros
están sujetos a su Imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de
manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad
sobre todas las criaturas.
V. Y en la Redención
12. Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el
pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de
naturaleza, sino también por derecho de conquista adquirido a costa de la
Redención? Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le
hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis rescatados, no con oro o plata, que
son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero
Inmaculado y sin lucha [21]. No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos
ha comprado por precio grande [22]; hasta nuestros mismos cuerpos son miembros
de Jesucristo [23].
A. Triple Potestad
13. Viniendo ahora a explicar la fuerza y naturaleza de este principado y
soberanía de Jesucristo, indicaremos brevemente que contiene una triple
potestad, sin la cual apenas se concibe un verdadero y propio principado. Los
testimonios, aducidos de las SS. Escrituras, acerca del Imperio universal de
nuestro Redentor, prueban más que suficientemente cuanto hemos dicho; y es
dogma, además, de Fe católica, que Jesucristo fue dado a los hombres como
Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a quien deben obedecer [24].
Los santos Evangelios no sólo narran que Cristo legisló, sino que nos lo
presentan legislando. En diferentes circunstancias y con diversas expresiones
dice el Divino Maestro que quienes guarden sus preceptos demostrarán que le aman
y permanecerán en su caridad [25]. El mismo Jesús, al responder a los judíos,
que le acusaban de haber violado el Sábado con la maravillosa curación del
paralítico, afirma que el Padre le había dado la potestad judicial, porque el
Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se lo dio al Hijo [26].
En lo cual se comprende también su derecho de premiar y castigar a los hombres,
aun durante su vida mortal, porque esto no puede separarse de una forma de
juicio. Además, debe atribuirse a Jesucristo la potestad llamada ejecutiva,
puesto que es necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los
rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse.
B. Campo de la Realeza de Cristo
En lo Espiritual
14. Sin embargo, los textos que hemos citado de la Escritura demuestran
evidentísimamente, y el mismo Jesucristo lo confirma con su modo de obrar, que
este reino es principalmente espiritual y se refiere a las cosas espirituales.
En efecto; en varias ocasiones, cuando los judíos, y aun los mismos Apóstoles,
imaginaron erróneamente que el Mesías devolvería la libertad al pueblo, y
restablecería el reino de Israel, Cristo les quitó y arrancó esta vana
imaginación y esperanza.
Asimismo, cuando iba a ser proclamado Rey por la muchedumbre, que, llena de
admiración le rodeaba, El rehusó tal título de honor, huyendo y escondiéndose en
la soledad. Finalmente, en presencia del Gobernador romano manifestó que su
reino no era de este mundo. Este reino se nos muestra en los Evangelios con
tales caracteres, que los hombres, para entrar en él, deben prepararse haciendo
penitencia y no pueden entrar sino por la Fe y el Bautismo, el cual, aunque sea
un rito externo, significa y produce la regeneración interior. Este reino
únicamente se opone al reino de Satanás y a la potestad de las tinieblas; y
exige de sus súbditos, no solamente que, despegadas sus almas de las cosas y
riquezas terrenas, guarden ordenadas costumbres y tengan hambre y sed de
justicia, sino también que se nieguen a sí mismos y tomen su cruz. Habiendo
Cristo, como Redentor, rescatado a la Iglesia con su Sangre y ofreciéndose a sí
mismo, como Sacerdote y como Víctima, por los pecados de mundo, ofrecimiento que
se renueva cada día perpetuamente, ¿quién no ve que la dignidad real del
Salvador se reviste y participa de la naturaleza espiritual de ambos oficios?
En lo Temporal
15. Por otra parte, erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder
sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un
derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están
sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre la tierra se
abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces despreció la
posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue
permitiendo que los poseedores de ellas las utilicen.
Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el que
da los celestiales [27]. Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio
de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de Nuestro Predecesor, de i.
m., León XIII, las cuales hacemos con gusto Nuestras: El imperio de Cristo se
extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo
recibido el Bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los
tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende
también a cuantos no participan de la Fe cristiana, de suerte que bajo la
potestad de Jesús se halla todo el género humano [28].
En lo Individuos y en la Sociedad
16. El es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El no hay
que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro
nombre debajo del cielo, por el cual debamos salvarnos [29]. El es sólo quien da
la prosperidad y la felicidad verdadera así a los individuos como a las
naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la
felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto
concordé de ciudadanos [30]. No se nieguen, pues, los gobernantes de las
naciones, a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y
de obediencia al imperio de Cristo, si quieren conservar incólume su autoridad y
hacer la felicidad y la fortuna de su patria. Lo que, al comenzar Nuestro
Pontificado escribíamos sobre el gran menoscabo que padecen la autoridad y el
poder legítimos, no es menos oportuno y necesario en los presentes tiempos, a
saber: Desterrados Dios y Jesucristo -lamentábamos- de las leyes y de la
gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los
hombres, ha sucedido que... hasta los mismos fundamentos de autoridad han
quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el
derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido
menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de
todo apoyo y fundamento sólido [31].
17. En cambio, si los hombres, pública y privadamente reconocen la regia
potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles
beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia. La
regia dignidad de Nuestro Señor, así como hace sacra en cierto modo la autoridad
humana de los jefes y gobernantes del Estado, así también ennoblece los deberes
y la obediencia de los súbditos. Por eso el apóstol San Pablo, aunque ordenó a
las casadas y a los siervos que reverenciasen a Cristo en la persona de sus
maridos y señores, mas también les advirtió que no obedeciesen a éstos como a
simples hombres, sino sólo como a representantes de Cristo, porque es indigno de
hombres redimidos por Cristo el servir a otros hombres: Rescatados habéis sido a
gran costa; no queráis haceros siervos de los hombres [32].
18. Y si los príncipes y los gobernantes legítimamente elegidos se persuaden de
que ellos mandan, más que por derecho propio, por mandato y en representación
del Rey divino, a nadie se le ocultará cuán santa y sabiamente habrán de usar de
su autoridad y cuán gran cuenta deberán tener, al dar las leyes y exigir su
cumplimiento, con el bien común y con la dignidad humana de sus inferiores. De
aquí se seguirá, sin duda, el florecimiento estable de la tranquilidad y del
orden, suprimida toda causa de sedición; pues, aunque el ciudadano vea en el
gobernante o en las demás autoridades públicas a hombres de naturaleza igual a
la suya y aun indignos y vituperables por cualquier cosa, no por eso rehusará
obedecerles cuando en ellos contemple la imagen y la autoridad de Jesucristo,
Dios y hombre verdadero.
19. En lo que se refiere a la concordia y a la paz, es evidente que, cuanto más
vasto es el reino y con mayor amplitud abraza al género humano, tanto más se
arraiga en la conciencia de los hombres el vínculo de fraternidad que los une.
Esta convicción, así como aleja y disipa los conflictos frecuentes, así también
endulza y disminuye sus amarguras. Y si el reino de Cristo abrazase de hecho a
todos los hombres, como los abraza de derecho, ¿por qué no habríamos de esperar
aquella paz que el Rey pacífico trajo a la tierra, aquel Rey que vino para
reconciliar todas las cosas; que no vino a que le sirviesen sino a servir: que
siendo el Señor de todos, se hizo a sí mismo ejemplo de humildad y estableció
como ley principal esta virtud, unida con el mandato de la caridad; que,
finalmente dijo: Mi yugo es suave y mi carga es ligera?
¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las
sociedades se dejarán gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente -diremos con
las mismas palabras que Nuestro Predecesor León XIII dirigió hace veinticinco
años a todos los Obispos del orbe católico-, entonces se podrán curar tantas
heridas, todo derecho recobrará su vigor antiguo, volverán los bienes de la paz,
caerán de las manos las espadas y las armas, cuando todos acepten de buena
voluntad el imperio de Cristo, cuando le obedezcan, cuando toda lengua proclame
que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre [33].
20. Ahora bien; para que estos inapreciables provechos se recojan más abundantes
y vivan estables en la sociedad cristiana, necesario es que se propague lo más
posible el conocimiento de la regia dignidad de Nuestro Salvador, para lo cual
nada será más eficaz que instituir la festividad propia y peculiar de Cristo
Rey.
LAS FIESTAS DE LA IGLESIA
Porque para instruir al pueblo en las cosas de la Fe y atraerle por medio de
ellas a los íntimos goces del espíritu, mucho más eficacia tienen las fiestas
anuales de los sagrados misterios que cualesquiera enseñanzas, por autorizadas
que sean, del eclesiástico magisterio.
Estas sólo son conocidas, las más veces, por unos pocos fieles, más instruidos
que los demás; aquéllas impresionan e instruyen a todos los fieles; éstas
-digámoslo así- hablan una sola vez, aquéllas cada año y perpetuamente; éstas
penetran en las inteligencias, aquéllas afectan saludablemente a las
inteligencias, a los corazones, al hombre entero. Además, como el hombre consta
de alma y cuerpo, de tal manera le habrán de conmover necesariamente las
solemnidades externas de los días festivos, que por la variedad y hermosura de
los actos litúrgicos aprenderá mejor las divinas doctrinas, y convirtiéndolas en
su propio jugo y sangre, aprovechará mucho más en la vida espiritual.
EN EL MOMENTO OPORTUNO
21. Por otra parte, los documentos históricos demuestran que estas festividades
fueron instituidas una tras otra en el transcurso de los siglos, conforme lo
iban pidiendo la necesidad y utilidad del pueblo cristiano, esto es, cuando
hacía falta robustecerlo contra un peligro común, o defenderlo contra los
insidiosos errores de la herejía, o animarlo y encenderlo con mayor frecuencia
para que conociese y venerase con mayor devoción algún misterio de la Fe, o
algún beneficio de la divina bondad. Así, desde los primeros siglos del
cristianismo, cuando los fieles eran acerbísimamente perseguidos, empezó la
liturgia a conmemorar a los Mártires para que, como dice San Agustín, las
festividades de los Mártires fuesen otras tantas exhortaciones al martirio [34].
Más tarde, los honores litúrgicos concedidos a los santos Confesores, Vírgenes y
Viudas, sirvieron maravillosamente para reavivar en los fieles el amor a las
virtudes, tan necesario aun en tiempos pacíficos. Sobre todo, las festividades
instituidas en honor a la Santísima Virgen contribuyeron, sin duda, a que el
pueblo cristiano no sólo enfervorizase su culto a la Madre de Dios, su
poderosísima protectora, sino también a que se encendiese en más fuerte amor
hacia la Madre celestial que el Redentor le había legado como herencia. Además,
entre los beneficios que produce el público y legítimo culto de la Virgen y de
los Santos no debe ser pasado en silencio el que la Iglesia haya podido en todo
tiempo rechazar victoriosamente la peste de los errores y herejías.
22. En este punto debemos admirar los designios de la Divina Providencia, la
cual, así como suele sacar bien del mal, así también permitió que se enfriase a
veces la Fe y piedad de los fieles, o que amenazasen a la verdad católica falsas
doctrinas, aunque al cabo volvió ella a resplandecer con nuevo fulgor, y
volvieron los fieles, despertados de su letargo, a enfervorizarse en la virtud y
en la santidad. Asimismo las festividades incluidas en el Año litúrgico durante
los tiempos modernos han tenido también el mismo origen y han producido
idénticos frutos. Así, cuando se entibió la reverencia y culto al Santísimo
Sacramento, entonces se instituyó la Fiesta del Corpus Christi, y se mandó
celebrarla de tal modo que la solemnidad y magnificencia litúrgicas durasen por
toda la octava, para atraer a los fieles a que veneraran públicamente al Señor.
Así también, la festividad del Sacratísimo Corazón de Jesús fue instituida
cuando las almas, debilitadas y abatidas por la triste y helada severidad de los
Jansenistas, habíanse enfriado y alejado del amor de Dios y de la confianza de
su eterna salvación.
CONTRA EL MODERNO LAICISMO
23. Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del
mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes,
y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy infecciona a la humana
sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores
y abominables intentos; y vosotros sabéis, Venerables Hermanos, que tal impiedad
no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas
de la sociedad. Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las
gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo,
de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para
conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la Religión Cristiana
fue igualada con las demás religiones falsas, y rebajada indecorosamente al
nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión
de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: Hubo algunos de éstos que
imaginaron sustituir la Religión de Cristo con cierta religión natural, con
ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder
pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de
Dios.
24. Los amarguísimos frutos que este alejarse de Cristo por parte de los
individuos y de las naciones ha producido con tanta frecuencia y durante tanto
tiempo, los hemos lamentado ya en Nuestra encíclica Ubi arcano, y los volvemos
hoy a lamentar, al ver el germen de la discordia sembrado por todas partes;
encendidos entre los pueblos los odios y rivalidades que tanto retardan,
todavía, el restablecimiento de la paz; las codicias desenfrenadas, que con
frecuencia se esconden bajo las apariencias del bien público y del amor patrio;
y, brotando de todo esto, las discordias civiles, junto con un ciego y desatado
egoísmo, sólo atento a sus particulares provechos y comodidades y midiéndolo
todo por ellas; destruida de raíz la paz doméstica por el olvido y la relajación
de los deberes familiares; rota la unión y la estabilidad de las familias; y, en
fin, sacudida y empujada a la muerte la humana sociedad.
LA FIESTA DE CRISTO REY
25. Nos anima, sin embargo, la dulce esperanza de que la fiesta anual de Cristo
Rey, que se celebrará en seguida, impulse felizmente a la sociedad a volverse a
nuestro amadísimo Salvador. Preparar y acelerar esta vuelta con la acción y con
la obra, sería ciertamente deber de los católicos; pero muchos de ellos parece
que no tienen en la llamada convivencia social ni el puesto ni la autoridad que
es indigno les falten a los que llevan delante de sí la antorcha de la verdad.
Estas desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los buenos, que se
abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza que los
adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los fieles
todos comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de
Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a
llevar a Dios de nuevo los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por
mantener incólumes los derechos del Señor.
Además, para condenar y reparar de alguna manera esta pública apostasía,
producida, con tanto daño de la sociedad, por el laicismo, ¿no parece que debe
ayudar grandemente la celebración anual de la fiesta de Cristo Rey entre todas
las gentes? En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre
suavísimo de Nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los
Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo, y con mayor publicidad hay que
afirmar los derechos de su real dignidad y potestad.
CONTINÚA UNA TRADICIÓN
26. ¿Y quién no echa de ver que ya desde fines del siglo pasado se preparaba
maravillosamente el camino a la institución de esta festividad? Nadie ignora
cuán sabia y elocuentemente fue defendido este culto en numerosos libros
publicados en gran variedad de lenguas y por todas partes del mundo; y asimismo
que el imperio y soberanía de Cristo fue reconocido con la piadosa práctica de
dedicar y consagrar casi innumerables familias al Sacratísimo Corazón de Jesús.
Y no solamente se consagraron las familias, sino también ciudades y naciones.
Más aún: por iniciativa y deseo de León XIII, fue consagrado al Divino Corazón
todo el género humano, durante el Año Santo de 1900.
27. No se debe pasar en silencio que, para confirmar solemnemente esta soberanía
de Cristo sobre la sociedad humana, sirvieron de maravillosa manera los
frecuentísimos Congresos Eucarísticos que suelen celebrarse en nuestros tiempos,
y cuyo fin es convocar a los fieles de cada una de las diócesis, regiones,
naciones y aun del mundo todo, para venerar y adorar a Cristo Rey, escondido
bajo los velos eucarísticos; y por medio de discursos en las asambleas y en los
templos, de la adoración, en común, del Augusto Sacramento públicamente expuesto
y de solemnísimas procesiones, proclamar a Cristo como Rey que nos ha sido dado
por el cielo. Bien y con razón podría decirse que el pueblo cristiano, movido
como por una inspiración divina, sacando del silencio y como escondrijo de los
templos a aquel mismo Jesús a quien los impíos, cuando vino al mundo, no
quisieron recibir, y llevándole como a un triunfador por las vías públicas,
quiere restablecerlo en todos sus reales derechos.
CORONADA EN EL AÑO SANTO
28. Ahora bien; para realizar Nuestra idea que acabamos de exponer, el Año
Santo, que toca a su fin, Nos ofrece tal oportunidad que no habrá otra mejor;
puesto que Dios, habiendo benignísimamente levantado la mente y el corazón de
los fieles a la consideración de los bienes celestiales que sobrepasan el
sentido, les ha devuelto el don de su gracia, o los ha confirmado en el camino
recto, dándoles nuevos estímulos para emular mejores carismas. Ora, pues,
atendamos a tantas súplicas como Nos han sido hechas, ora consideremos los
acontecimientos del Año Santo, en verdad que sobran motivos para convencernos de
que por fin ha llegado el día, tan vehementemente deseado, en que anunciemos que
se debe honrar con fiesta propia y especial a Cristo, como Rey de todo el género
humano.
29. Porque en este año, como dijimos al principio, el Rey divino, verdaderamente
admirable en sus Santos, ha sido gloriosamente magnificado con la elevación de
un nuevo grupo de sus fieles soldados al honor de los Altares. Asimismo, en este
año, por medio de una inusitada Exposición Misional, han podido todos admirar
los triunfos que han ganado para Cristo sus obreros evangélicos al extender su
reino. Finalmente, en este año, con la celebración del Centenario del Concilio
de Nicea, hemos conmemorado la vindicación del dogma de la consubstancialidad
del Verbo Encarnado con el Padre, sobre la cual se apoya como en su propio
fundamento la soberanía del mismo Cristo sobre todos los pueblos.
CONDICIÓN LITÚRGICA DE LA FIESTA
30. Por tanto, con Nuestra autoridad apostólica, instituimos la Fiesta de
Nuestro Señor Jesucristo Rey, y decretamos que se celebre en todas las partes de
la tierra el último domingo de octubre, esto es, el domingo que inmediatamente
antecede a la festividad de Todos los Santos. Asimismo ordenamos que en ese día
se renueve todos los años la consagración de todo el género humano al
Sacratísimo Corazón de Jesús, con la misma fórmula que Nuestro predecesor, de s.
m., Pío X, mandó recitar anualmente.
Este año, sin embargo, queremos que se renueve el día 31 de diciembre, en el que
Nos mismo oficiaremos un solemne pontifical en honor de Cristo Rey, u
ordenaremos que dicha consagración se haga en Nuestra presencia. Creemos que no
podemos cerrar mejor ni más convenientemente el Año Santo, ni dar a Cristo, Rey
inmortal de los siglos, más amplio testimonio de Nuestra gratitud -con lo cual
interpretamos la de todos los católicos- por los beneficios que durante este Año
Santo hemos recibido Nos, la Iglesia y todo el orbe católico.
31. No es menester, Venerables Hermanos, que os expliquemos detenidamente los
motivos por los cuales hemos decretado que la festividad de Cristo Rey se
celebre separadamente de aquellas otras en las cuales parece ya indicada e
implícitamente solemnizada esta misma dignidad real. Basta advertir que, aunque
en todas las fiestas de Nuestro Señor, el objeto material de ellas es Cristo,
pero su objeto formal es enteramente distinto del título y de la potestad real
de Jesucristo. La razón por la cual hemos querido establecer esta festividad en
día de Domingo, es para que no tan sólo el Clero honre a Cristo Rey con la
celebración de la Misa y el rezo del Oficio Divino, sino para que también el
pueblo, libre de las preocupaciones y con espíritu de santa alegría, rinda a
Cristo preclaro testimonio de su obediencia y devoción. Nos pareció también el
último domingo de octubre mucho más acomodado para esta festividad que todos los
demás, porque en él casi finaliza el año litúrgico; pues así sucederá que los
misterios de la vida de Cristo, conmemorados en el transcurso del año, terminen
y reciban coronamiento en esta solemnidad de Cristo Rey, y, antes de celebrar la
gloria de Todos los Santos, se celebrará y se exaltará la gloria de Aquel que
triunfa en todos los Santos y elegidos. Sea, pues, vuestro deber y vuestro
oficio, Venerables Hermanos, hacer de modo que a la celebración de esta fiesta
anual preceda, en días determinados, un curso de predicación al pueblo en todas
las parroquias, de manera que, instruidos cuidadosamente los fieles sobre la
naturaleza, la significación e importancia de esta festividad, emprendan y
ordenen un género de vida que sea verdaderamente digno de los que anhelan servir
amorosa y fielmente a su Rey, Jesucristo.
CON LOS MEJORES FRUTOS
32. Antes de terminar esta Carta, Nos place, Venerables Hermanos, indicar
brevemente las utilidades que en bien, ya de la Iglesia y de la sociedad civil,
ya de cada uno de los fieles esperamos y Nos prometemos de este público homenaje
de culto a Cristo Rey.
I. Para la Iglesia
En efecto; tributando estos honores a la soberanía real de Jesucristo,
recordarán necesariamente los hombres que la Iglesia, como sociedad perfecta
instituida por Cristo, exige -por derecho propio e imposible de renunciar- plena
libertad e independencia del poder civil; y que en el cumplimiento del oficio
encomendado a ella por Dios, de enseñar, regir y conducir a la eterna felicidad
a cuantos pertenecen al Reino de Cristo, no pueden depender del arbitrio de
nadie.
Más aún: El Estado debe también conceder la misma libertad a las Ordenes y
Congregaciones religiosas de ambos sexos, las cuales, siendo como son
valiosísimos auxiliares de los Pastores de la Iglesia, cooperan grandemente al
establecimiento y propagación del reino de Cristo, ya combatiendo con la
observación de los tres votos la triple concupiscencia del mundo, ya profesando
una vida más perfecta, merced a la cual, aquella santidad que el Divino Fundador
de la Iglesia quiso dar a ésta como nota característica de ella, resplandece y
alumbra cada día con perpetuo y más vivo esplendor, delante de los ojos de
todos.
II. Para la Sociedad Civil
33. La celebración de esta fiesta, que se renovará cada año, enseñará también a
las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo, no
sólo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes. A
éstos les traerá a la memoria el pensamiento del Juicio Final, cuando Cristo, no
tanto por haber sido arrojado de la gobernación del Estado, cuanto también aun
por sólo haber sido ignorado o menospreciado, vengará terriblemente todas estas
injurias; pues su regia dignidad exige que la sociedad entera se ajuste a los
mandamientos divinos y a los principios cristianos, ora al establecer las leyes,
ora al administrar justicia, ora finalmente al formar las almas de los jóvenes
en la sana doctrina y en la rectitud de costumbres. Es, además, maravillosa la
fuerza y la virtud que de la meditación de estas cosas podrán sacar los fieles
para modelar su espíritu según las verdaderas normas de la vida cristiana.
III. Para los Fieles
34. Porque si a Cristo Nuestro Señor le ha sido dado todo poder en el Cielo y en
la tierra; si los hombres, por haber sido redimidos con su sangre están sujetos
por un nuevo título a su autoridad; si, en fin, esta potestad abraza a toda la
naturaleza humana, claramente se ve que no hay en nosotros ninguna facultad que
se sustraiga a tan alta soberanía. Es, pues, necesario que Cristo reine en la
inteligencia del hombre, la cual, con perfecto acatamiento, ha de asentir firme
y constantemente a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo; es
necesario que reine en la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y
preceptos divinos; es necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo
los afectos naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y sólo a El
estar unido; es necesario que reine en el cuerpo y en sus miembros, que como
instrumentos, o en frase del apóstol San Pablo, como armas de justicia para Dios
[35], deben servir para la interna santificación del alma. Todo lo cual, si se
propone a la meditación y profunda consideración de los fieles, no hay duda que
éstos se inclinarán más fácilmente a la perfección.
35. Haga el Señor, Venerables Hermanos, que todos cuantos se hallan fuera de su
reino deseen y reciban el suave yugo de Cristo; que todos cuantos por su
misericordia somos ya sus súbditos e hijos, llevemos este yugo no de mala gana,
sino con gusto, con amor y santidad: y que nuestra vida, conformada siempre a
las leyes del reino divino, sea rica en hermosos y abundantes frutos; para que,
siendo considerados por Cristo como siervos buenos y fieles, lleguemos a ser con
El participantes del reino celestial, de su eterna felicidad y gloria. Estos
deseos que Nos formamos para la fiesta de la Navidad de Nuestro Señor
Jesucristo, sean para vosotros, Venerables Hermanos, prueba de Nuestro paternal
afecto; y recibid la bendición Apostólica, que en prenda de los divinos favores
os damos de todo corazón, a vosotros, Venerables Hermanos, y a todo vuestro
Clero y pueblo.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de diciembre de 1925, año cuarto de
Nuestro Pontificado.
Notas
[1] Eph. 3, 19
[2] Dan. 7, 13-14.
[3] Num. 24, 19.
[4] Ps. 2.
[5] Ps. 44.
[6] Ps. 71.
[7] Is. 9, 6-7.
[8] Jer. 23, 5.
[9] Dan. 2, 44.
[10] Dan. 7, 13-14.
[11] Zach. 9, 9.
[12] Lc. 1, 32-33.
[13] Mat. 25, 31-40.
[14] Jn. 18, 37.
[15] Mat. 28, 18.
[16] Apoc. 1, 5.
[17] Ibid. 19, 16.
[18] Hebr. 1, 1.
[19] 1 Cor. 15, 25.
[20] In Luc. 10.[21] 1 Pet. 1, 18-19.
[22] 1 Cor. 6, 20.
[23] Ibid. 6, 15.
[24] Conc. Trid. sess. 6, c. 21.
[25] Jn. 14, 15; 15, 10.
[26] Jn. 5, 22.
[27] Hymn. Crudelis Herodes in off. Epiph.
[28] Enc. Annum Sacrum 25 maii 1899.
[29] Act. 4, 12.
[30] S. Aug. Ep. ad Macedonium, c. 3.
[31] Enc. Ubi arcano.
[32] 1 Cor. 7, 23.
[33] Enc. Annum Sacrum 25 maii 1899.
[34] Sermo 47 de Sanctis.