Benedicto XVI, de la A a la Z
Fe, fe, fe… Un repaso por la bibliografía del cardenal Ratzinger podría tal
vez darnos pistas de cuáles serán las prioridades pastorales de Benedicto
XVI. La variedad de temas en sus múltiples publicaciones y entrevistas es
inmensa, pero el mensaje siempre remite a la necesidad de descubrir la
presencia de Dios y vivir la fe hasta sus últimas consecuencias
Alegría: «La alegría es el elemento constitutivo del cristianismo (somos
amados por Dios de modo absoluto). Alegría, no en el sentido de diversión
superficial, que puede ocultar en su fondo la desesperación. Sabemos bien
que el alboroto es, a menudo, una máscara de la desesperación. Me refiero a
la alegría propiamente dicha, que es compatible con las dificultades de
nuestra existencia… Precisamente cuando se quiere resistir al Mal, conviene
no caer en un moralismo sombrío y taciturno, que no es capaz de alegrarse
con nada; por el contrario, hay que mirar toda la belleza que hay y, a
partir de ahí, oponer una fuerte resistencia a lo que destruye la alegría»
(en La sal de la tierra).
Arte: «No es un simple divertimento. El arte es fundamental para el hombre.
La respuesta del hombre a la realidad no puede ser sólo la razón, ni tampoco
puede expresar todo lo que el hombre quiere y debe expresar. El arte, con la
ciencia, es el mayor don que Dios le ha podido dar» (en La sal de la
tierra).
Concilio Vaticano II: «El Concilio quería señalar el paso de una actitud de
conservadurismo a una actitud misionera. Muchos olvidan que el concepto
conciliar opuesto a conservador no es progresista, sino misionero. (Existe)
una auténtica crisis (de fe) que hay que cuidar y sanar. Para esta curación,
el Vaticano II es una realidad que debe aceptarse plenamente. Con la
condición, sin embargo, de que no se le considere como un punto de partida
del cual hay que alejarse a toda prisa, sino como una base sobre la cual hay
que construir sólidamente» (en Informe sobre la fe).
Cultura de la fe: «Deberíamos tener el coraje suficiente para romper con
mucho de lo que el hombre (contemporáneo) considera normal, para volver a
descubrir la fe en toda su sencillez. Ese descubrimiento sería muy fácil
mediante un encuentro personal con Cristo. Cuando la fe ya ha penetrado en
el alma, la vida se orienta de forma muy distinta. Entonces sí podría surgir
una cultura de la fe» (en La sal de la tierra).
Encarnación: «Es prodigioso que Dios se convierta realmente en hombre. Que
no se disfrace, que no se limite a interpretar durante un tiempo un papel en
la Historia, sino que lo sea de verdad, y que finalmente, con los brazos en
cruz, se convierta en el espacio abierto en el que podemos entrar» (en Dios
y el mundo).
Fe, esperanza, caridad: «La fe es la raíz de todo en nuestra vida. Esta fe
significa esperanza: conocer la existencia del mal y, de todos modos,
enfrentarse al futuro con confianza. Porque la fe se basa, fundamentalmente,
en saberse amados por Dios, y eso significa no sólo una respuesta afirmativa
a Dios, sino también a la Creación, intentando ver en cada uno la imagen de
Dios, y de ese modo llegar a ser personas capaces de amar.
La esperanza no tiene nada que ver con la utopía. La espera en un mundo
mejor no sirve, porque ése no es nuestro mundo, y porque cada uno debe
encontrar una solución para su propio mundo» (en La sal de la tierra).
Grano de mostaza: «Es probable que estemos ante una nueva época de la
historia de la Iglesia, en la que volvamos a ver una cristiandad semejante a
aquel grano de mostaza, que ya está surgiendo en grupos pequeños que gastan
su vida en luchar intensamente contra el Mal y devolver el Bien al mundo.
Probablemente no habrá conversiones en masa, pero existe una presencia nueva
y muy fuerte de la fe. Ahora hay más dinamismo, más alegría. Hay una
presencia llena de significado para el mundo» (en La sal de la tierra).
Iglesia: «La Iglesia es por atribución la propiedad de Dios en el mundo. El
auténtico templo son los seres humanos en los que Él vive y le pertenecen.
Una historia cuenta que Napoleón afirmó un día que iba a exterminar la
Iglesia. Un cardenal contestó: Eso no lo hemos conseguido ni siquiera
nosotros» (en Dios y el mundo).
Individualismo: «Cuando nos creemos dueños de nosotros mismos y con poder
para juzgarlo todo, nos destruimos. Porque no estamos en una isla con
nuestro propio yo; hemos sido creados para el amor, para la renuncia. Sólo
si nos damos, sólo si perdemos la propia vida, tendremos vida. Vivir sólo de
derechos no es una buena receta para la vida. Negarse al sufrimiento,
negarse a ser criatura equivale a negarse a estar sometido a unas normas, y
eso, al final del todo, es la negación del amor y la causa de la ruina del
hombre. De algún modo, el hombre tiene conciencia innata de que debe ser
sometido a prueba, y que debe confrontarse con una unidad de medida
superior, y también que debe aprender a darse y a perderse» (en La sal de la
tierra).
Jesucristo: «En Cristo coinciden verdad y caridad. En la medida en que nos
acercamos a Cristo, también en nuestra vida, verdad y caridad se confunden»
(en la homilía de la misa Pro Eligendo Pontifice). «Debemos creer en Dios,
pero no sólo teóricamente; debemos considerarlo como la realidad más real de
nuestra vida: Él debe penetrar en todos los estratos de nuestra vida y
llenarla completamente: el corazón debe saber de Él y dejarse alcanzar por
Él; el alma, las energías de nuestro querer y decidir, la inteligencia, el
pensamiento. Y nuestra relación de fondo con Él mismo debe llamarse amor. La
consecuencia es tremenda: todos nosotros debemos aprender a hacer, por medio
de la fe, una especie de giro copernicano. Cada uno de nosotros se ve a sí
mismo, al principio, como una pequeña tierra en torno a la que todos los
soles deberían girar. La fe nos enseña a salir de este error y a entrar
junto con todos los otros en la danza del amor en torno al Único centro, en
torno al centro que es Dios» (en Mirar a Cristo).
Liturgia: «La liturgia no es un show. En la liturgia opera una fuerza, un
poder que ni siquiera la Iglesia entera puede conferirse: lo que en ella se
manifiesta es lo absolutamente Otro que, a través de la comunidad (la cual
no es dueña, sino sierva), llega a nosotros» (en Informe sobre la fe).
Oración: «Tener trato con Dios para mí es una necesidad. Tan necesario como
respirar todos los días. El hombre vive de relacionarse, y la calidad de su
vida depende de que sean justas sus relaciones esenciales –con el padre, la
madre, el hermano, la hermana, etc.–, o aquellas fundamentales que están
escondidas en su ser. Pero si la primera de todas esas relaciones, es decir,
si la relación con Dios no es buena, entonces ninguna de las otras podrá ser
buena. Yo diría que esta relación es, en definitiva, el verdadero contenido
de la religión» (en La sal de la tierra).
Perdón: «El perdón está lleno de pretensiones y compromete a los dos: al que
perdona y al que recibe el perdón en todo su ser. Un Jesús que aprueba todo
es un Jesús sin la cruz, porque entonces no hay necesidad del dolor de la
cruz para curar al hombre. El perdón tiene que ver con la verdad y, por
tanto, exige la cruz del Hijo y exige nuestra conversión. Perdón es,
precisamente, restauración de la verdad, renovación del ser y superación de
la mentira oculta en todo pecado» (en Mirar a Cristo).
Progreso: «Progresivamente se ha ido desmoronando la confianza que la razón
tenía en sí misma. La idea de que, en los asuntos humanos, necesariamente se
evoluciona a mejor, no tiene en el cristianismo fundamento alguno; en
cambio, es propio de la fe cristiana tener la certeza de que Dios nunca
abandonará al hombre. El cristiano sabe, como cualquier hombre dotado de
razón, que en la Historia puede haber grandes crisis; tal vez ahora nos
encontremos ante una de ellas. Pero su optimismo profundo descansa en que
Dios tiene al mundo en sus manos, cuidando de él, de tal forma que, incluso,
horrores como el de Auschwitz deben ser considerados a partir del hecho de
que Dios es más fuerte que el mal» (en La sal de la tierra).
Relativismo: «Los movimientos ecologistas arremeten con pasión muy
comprensible y justificada contra la contaminación del medio ambiente,
mientras tratan la autocontaminación espiritual del hombre como si fuera uno
de sus derechos a la libertad. Eliminamos la contaminación visible, pero no
prestamos atención a la contaminación espiritual del hombre ni a la imagen
de cultura que hay en él, para poder respirar humanamente, y, en cambio,
defendemos con un concepto falso de la libertad todo lo que el arbitrio
humano produce. Mientras sigamos manteniendo esa caricatura de libertad –la
libertad de destrucción interior y espiritual– no cambiarán siquiera sus
consecuencias exteriores. No sólo la naturaleza tiene sus leyes. También el
hombre es criatura. Pablo nos dice que la Creación sólo respirará cuando se
vea sometida a hombres que sean un reflejo de Dios» (en La sal de la
tierra).
San Benito: «Quizá no nos hemos dado cuenta todavía de lo que fue san
Benito. Su singularidad se convirtió nada menos que en el arca de
supervivencia para Occidente. Pienso que hoy en día hay muchos cristianos
que se retiran, en ese sentido, huyen de ese extraño consenso de la
existencia moderna y buscan nuevos modelos de vida; ahora tampoco llaman la
atención de la opinión pública, pero con el tiempo, en el futuro, se
reconocerá lo que en realidad están haciendo» (en La sal de la tierra).
Santos y reformadores: «De momento, no tenemos necesidad de reformadores. Lo
que necesitamos, en realidad, son hombres cautivados por el cristianismo en
lo más íntimo de su interior y que lo vivan como una gran dicha y esperanza,
convirtiéndose así en personas que viven llenas de amor. Los santos han sido
los auténticos reformadores de la Iglesia» (en La sal de la tierra). «Lo que
necesita la Iglesia para responder en todo tiempo a las necesidades del
hombre es santidad, no managment» (en Informe sobre la fe).
Sexualidad: «En la cultura del mundo desarrollado se ha destruido, en primer
lugar, el vínculo entre sexualidad y matrimonio indisoluble. Separado del
matrimonio, el sexo se ha encontrado privado de puntos de referencia: se ha
convertido en un problema y, al mismo tiempo, en un poder omnipresente.
Consumada esta separación, la sexualidad se ha separado también de la
procreación. El sexo, sin una razón objetiva que lo justifique, busca una
razón subjetiva en la satisfacción del deseo. Resulta entonces natural que
se transformen en derechos del individuo todas las formas de satisfacción de
la sexualidad. Así, por poner un ejemplo, la homosexualidad se presenta como
un derecho inalienable. Al desgajarse el matrimonio, deja la fecundadita de
ser bendición (como ha sido entendida en toda cultura), para transformarse
en una amenaza para la libre satisfacción del derecho a la felicidad del
individuo. He aquí por qué el aborto se transforma en otro derecho» (en
Informe sobre la fe).
Vida pública: «La fe es un don recibido para trasmitirlo a los demás, y no
ha sido debidamente acogida si se piensa que es sólo para uno mismo. He
hallado algo que puedo hacer y no puedo conformarme con decir: Esto me
basta. Porque en ese mismo instante se destruiría el bien hallado. Es como
cuando se recibe una gran alegría: existe la necesidad de compartirla con
alguien, porque, si no, no es una alegría completa. En el interior de la
Iglesia siempre debe estar presente esa intranquilidad: ha recibido un don
destinado a toda la Humanidad» (en La sal de la tierra).
Zeitgeist (Espíritu de los tiempos): «La Iglesia no puede pactar con el
Zeitgeist, con el espíritu de los tiempos» (en La sal de la tierra).
«En medio de un mundo donde el escepticismo ha contagiado también a muchos
creyentes, es un escándalo la convicción de la Iglesia de que hay una Verdad
con mayúscula. Es un escándalo que comparten también católicos, que han
perdido de vista la esencia de la Iglesia, que no es una organización
únicamente humana, y debe defender un depósito que no es suyo. No son los
cristianos los que se oponen al mundo. Es el mundo el que se opone a ellos
cuando se proclama la verdad sobre Dios, sobre Cristo y sobre el hombre. El
mundo se rebela siempre que al pecado y a la gracia se les llama por su
propio nombre» (en Informe sobre la fe).
Ricardo Benjumea A&O 448