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Carta de Benedicto XVI a la Iglesia de China

 

Benedicto XVI Carta a China

 

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Carta del Santo Padre Benedicto XVI a los Obispos, a los Presbíteros, a las personas consagradas y a los fieles laicos de la Iglesia Católica en la República Popular de la China. Sábado 30 de junio de 2007


Saludo

1. Venerables hermanos Obispos, queridísimos presbíteros, personas consagradas y fieles todos de la Iglesia Católica en China, «Damos gracias sin cesar a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por vosotros en nuestras oraciones, al tener noticia de vuestra fe en Cristo Jesús y de la caridad que tenéis con todos los santos, a causa de la esperanza que os está reservada en los cielos. [...]Por eso, tampoco nosotros dejamos de rogar por vosotros desde el día que lo oímos, y de pedir que lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que viváis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios; confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria, para toda constancia en el sufrimiento y paciencia; dando con alegría» (Col 1, 3-5.9-11).

Estas palabras del Apóstol Pablo son muy apropiadas para dar voz a los sentimientos que, como Sucesor de Pedro y Pastor universal de la Iglesia, nutro por vosotros. Vosotros sabéis bien cuanto estáis presentes en mi corazón y en mi oración cotidiana y cuan profunda es la relación de comunión que nos une espiritualmente.

Fin de la Carta

2. Deseo, por lo tanto, hacer llegar a todos vosotros las manifestaciones de mi cercanía fraterna. Intensa es la alegría por vuestra fidelidad a Cristo Señor y a la Iglesia, fidelidad que habéis manifestado «incluso al costo de graves sufrimientos»,1 porque «a vosotros se os ha concedido la gracia de que por Cristo... no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él» (Fil 1, 29). Sin embargo, no falta la preocupación por algunos importantes aspectos de la vida eclesial en vuestro País.

Sin pretender tratar cada particular de las complejas problemáticas que vosotros bien conocéis, con esta Carta quisiera ofrecer algunas orientaciones en mérito a la vida de la Iglesia y a la obra de la evangelización en China, para ayudaros a descubrir aquello que quiere de vosotros el Señor y Maestro, Jesucristo, «la llave, el centro y el fin de toda la historia de la humanidad».2



PRIMERA PARTE
SITUACIÓN DE LA IGLESIA
ASPECTOS TEOLÓGICOS

Globalización, modernidad y ateísmo

3. Dirigiendo una atenta mirada a vuestro Pueblo, que se distingue entre los otros pueblos de Asia por el esplendor de su milenaria civilización, con toda su experiencia sapiencial, filosófica, científica y artística, me gusta destacar como, especialmente en los últimos tiempos, esta se ha también proyectado hasta alcanzar significativas metas en el progreso económico-social, atrayendo el interés del mundo entero.

Como ya destacaba mi venerable Predecesor, el Papa Juan Pablo II, también «la Iglesia Católica, por su parte, mira con respeto este sorprendente despliegue y esta proyección de iniciativas y ofrece con discreción el propio aporte en la promoción y en la defensa de la persona humana, de sus valores, de su espiritualidad y de su vocación trascendente. En el corazón de la Iglesia están presentes valores y objetivos que son de primaria importancia también para la China moderna: la solidariedad, la paz, la justicia social, el gobierno inteligente del fenómeno de la globalización».3

La tensión hacia el deseado y necesario desarrollo económico y social, y la búsqueda de modernidad están acompañadas por dos fenómenos diversos y opuestos que han de ser evaluados con prudencia y con positivo espíritu apostólico. Por una parte, se nota, especialmente entre los jóvenes, un creciente interés por la dimensión espiritual y trascendente de la persona humana, con el consecuente interés por la religión, particularmente por el cristianismo. Por otra parte, se advierte, también en China, la tendencia al materialismo y al hedonismo, que desde las grades ciudades se están difundiendo al interior del País.4

En tal contexto, en el que estáis llamados a obrar, deseo recordaros cuanto el Papa Juan Pablo II destacó con voz fuerte y vigorosa: la nueva evangelización exige el anuncio del Evangelio5 al hombre moderno, con la conciencia que, así como durante el primer milenio cristiano la Cruz fue plantada en Europa y durante el segundo en América y en África, durante el tercer milenio una gran cosecha de fe será acogida en el vasto y vital continente asiático.6

«“Duc in altum” (Lc 5, 4). Esta palabra resuena para nosotros, y nos invita a recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente, abrirnos con confianza al futuro: “¡Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre!” (Hb 13, 8) ».7 También en China la Iglesia está llamada a ser testigo de Cristo, a mirar adelante con esperanza y a medirse – en el anuncio del Evangelio- con los nuevos desafíos que el Pueblo de la China debe afrontar.

La Palabra de Dios nos ayuda, una vez más, a descubrir el sentido misterioso y profundo del camino de la Iglesia en el mundo. En efecto, «una de las principales visiones del Apocalipsis tiene por objeto al Cordero en el acto de abrir un libro, primero cerrado con siete sellos que nadie estaba en capacidad de abrir. Juan es además presentado llorando, porque no encontraba a nadie digno de abrir el libro y de leerlo (cfr Ap 5, 4). La historia se mantiene indescifrable, incompresible. Nadie puede leerla. Tal vez este llanto de Juan frente al misterio de la historia expresa el desconcierto de las Iglesias asiáticas por el silencio de Dios frente a las persecuciones a las que fueron expuestas en aquel momento. Es un desconcierto en el cual se puede reflejar nuestro asombro frente a las graves dificultades, incomprensiones y hostilidades que también hoy la Iglesia sufre en varias partes del mundo. Son sufrimientos que la Iglesia ciertamente no merece, así como Jesús mismo no mereció su suplicio. Estas sin embargo revelan tanto la maldad del hombre, cuando se abandona a las sugestiones del mal, como la conducción de los eventos a parte de Dios».8

Hoy, como ayer, anunciar el Evangelio significa anunciar y testimoniar a Jesucristo crucificado y resucitado, Un hombre nuevo, vencedor del pecado y de la muerte. Él permite a los seres humanos entrar en una nueva dimensión, donde la misericordia y el amor dirigido también al enemigo dan testimonio de la victoria de la Cruz sobre toda debilidad y miseria humana. También en vuestro País, el anuncio de Cristo crucificado y resucitado será posible en la medida en que con fidelidad al Evangelio, en la comunión con el Sucesor del Apóstol Pedro y con la Iglesia universal, sabréis realizar los signos del amor y de la unidad («como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros... [...]Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. »: Jn 13, 34-35; 17, 21).

Disponibilidad para un dialogo respetuoso y constructivo

4. Como Pastor universal de la Iglesia, deseo manifestar vivo reconocimiento al Señor por el sufrido testimonio de fidelidad, ofrecido por la comunidad católica de China en circunstancias verdaderamente difíciles. Al mismo tiempo siento, como mi íntimo e irrenunciable deber y como expresión de mi amor de padre, la urgencia de confirmar en al fe a los católicos de China y de favorecer su unidad con los medios que son propios de la Iglesia.

Sigo con particular interés también lo que sucede a todo el Pueblo de la China, hacia el cual nutro un vivo apreciamiento y sentimientos de amistad, al punto de formular el deseo de «ver pronto instauradas vías concretas de comunicación y de colaboración entre la Santa Sede y la República Popular China», porque «la amistad se nutre de contactos, de compartir sentimientos en las situaciones alegres y tristes, de solidaridad, de intercambio de ayuda».9 Es en tal perspectiva que mi venerable Predecesor agregaba: »No es un misterio para nadie que la Santa Sede, a nombre de toda la Iglesia Católica y –creo- para bien de toda la humanidad, desea la apertura de un espacio de dialogo con las Autoridades de la República Popular China, en la cual, superadas las incomprensiones del pasado, se pueda trabajar juntos por el bien del Pueblo chino y por la paz en el mundo».10

Soy conciente que la normalización de las relaciones con la República Popular China exige tiempo y presupone la buena voluntad de ambas Partes. Por su parte, la Santa Sede queda siempre abierta a las tratativas, necesarias para superar el difícil momento presente.

Esta pesante situación de mal entendidos y de incomprensiones, en efecto, no es motivo de alegría ni para las Autoridades de la China ni para la Iglesia católica en China. Como ha declarado el Papa Juan Pablo II recordando cuanto el Padre Mateo Ricci escribió desde Pekín,11 «también la Iglesia católica de hoy no pide a China y a sus Autoridades políticas ningún privilegio, sino únicamente poder retomar el dialogo, para alcanzar a una relación que manifieste recíproco respeto y profundo conocimiento».12 Lo sepa China: la Iglesia católica tiene el vivo deseo de ofrecer, una vez más, un humilde y desinteresado servicio, en aquello que le compete, por el bien de los católicos chinos y el de todos los habitantes del País.

En lo que se refiere a las relaciones entre la comunidad política y la Iglesia en China, es bueno recordar la iluminadora enseñanza del Concilio Vaticano II que declara: «La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana». Y continúa: « La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas, habida cuesta de las circunstancias de lugar y tiempo».

Por lo tanto, también la Iglesia Católica en China tiene por misión no la de cambiar la estructura o administración del Estado, sino la de anunciar a los hombres a Cristo, Salvador del mundo, apoyándose –en la realización del propio apostolado- en la potencia de Dios. Como recordaba en mi Encíclica Deus caritas est, «la Iglesia no puede y no debe tomar en sus manos la batalla política para hacer real la sociedad más justa posible. No puede y no debe ponerse en el lugar del Estado. Pero no puedo ni debe tampoco permanecer al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en esta por el camino de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre implica renuncias, no puede afirmarse y prosperar. La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino que debe ser realizada por la política. No obstante le interesa profundamente trabajar por la justicia trabajando por la apertura de la inteligencia y de la voluntad a las exigencias del bien».14

A la luz de estos irrenunciables principios, la solución de los problemas existentes no puede ser perseguida a través de un permanente conflicto con las legítimas Autoridades civiles; al mismo tiempo, no es aceptable una sumisión a las mismas cuando estas interfieren indebidamente en materias que competen a la fe y la disciplina de la Iglesia. Las Autoridades civiles son bien concientes que la Iglesia, en su enseñanza, invita a los fieles a ser buenos ciudadanos, colaboradores respetuosos y activos del bien común en sus Países, pero es también claro que esta exige al Estado garantizar a los mismos ciudadanos católicos el pleno ejercicio de su fe, en el respeto de una auténtica libertad religiosa.

Comunión entre las Iglesias particulares en la Iglesia universal

5. Iglesia católica en China, pequeño rebaño presente y obrante en la vastedad de un inmenso Pueblo que camina en la historia, como resuenan alentadoras y provocantes las palabras de Jesús: « No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino» (Lc 12, 32) « Vosotros sois la sal de la tierra, [...] la luz del mundo»: por ello « esplenda vuestra luz frente a los hombres, para que vean vuestras obras buenas y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos » (Mt 5, 13.14.16).

En la Iglesia católica que está en China se hace presente la Iglesia universal, la Iglesia de Cristo, que en el Credo confesamos una, santa, católica y apostólica, es decir la universal comunidad de los discípulos del Señor.

Como sabéis, la profunda unidad, que une a las Iglesias particulares existentes en China y que las pone en intima comunión también con todas las otras Iglesias particulares esparcidas por el mundo, está radicada, además de la misma fe y en el común Bautismo, sobre todo en la Eucaristía y en el Episcopado.15 Es la unidad del Episcopado, de la que «el Romano Pontífice, cual sucesor de Pedro, es el perpetuo y visible principio y fundamento»,16 continúa por los siglos mediante la sucesión apostólica y es fundamento también de la identidad de la Iglesia de cada tiempo con la Iglesia edificada por Cristo sobre Pedro y los otros Apóstoles.17

La doctrina católica enseña que el Obispo es principio y fundamento visible de la unidad en la Iglesia particular, confiada a su ministerio pastoral.18 Pero en cada Iglesia particular, para que esa sea plenamente Iglesia, debe estar presenta la suprema autoridad de la Iglesia, es decir el Colegio episcopal junto a su Cabeza el Romano Pontífice, y nunca sin esta. Por lo tanto el ministerio del Sucesor de Pedro pertenece a la esencia de toda Iglesia particular desde «dentro».19 Además, la comunión de todas las Iglesias particulares en la única Iglesia católica y la ordenada comunión jerárquica de todos los Obispos, sucesores de los Apóstoles, con el Sucesor de Pedro, son garantía de la unidad de la fe y de la vida de todos los católicos. Es por esto indispensable, para la unidad de la Iglesia en las naciones, que cada Obispo esté en comunión con los otros Obispos y que todos estén en comunión visible y concreta con el Papa.

Nadie es extranjero en la Iglesia, todos son ciudadanos de un mismo Pueblo, miembros del mismo Cuerpo Místico de Cristo. Vínculo de comunión sacramental es la Eucaristía, garantizada por el ministerio de los Obispos y de los presbíteros.20

Toda la Iglesia que está en China es llamada a vivir y manifestar esta unidad en una rica espiritualidad de comunión, que, teniendo en cuenta las complejas situaciones concretas en las que la comunidad católica se encuentra, crezca también en una harmónica comunión jerárquica. Por lo tanto, Pastores y fieles están llamados a defender y cuidar aquello que pertenece a la doctrina y a la tradición de la Iglesia.

Tensiones y divisiones al interior de la Iglesia: perdón y reconciliación

6. Dirigiéndose a toda la Iglesia con la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, mi venerado Predecesor, el Papa Juan Pablo II, afirmaba que un «gran ámbito en el que será necesario realizar un decidido compromiso programático, a nivel de Iglesia universal y de Iglesias particulares, es aquello de la comunión (koinonía) que encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia. La comunión es el fruto y la manifestación de aquel amor que, brotando del corazón del eterno Padre, se derrama en nosotros a través del Espíritu que Jesús nos dona (cfr Rm 5, 5), para hacer de todos nosotros “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32). Es realizando esta comunión de amor que la Iglesia se manifiesta como “sacramento”, es decir “signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano”. Las palabras del Señor, a tal propósito, son demasiado precisas para poder reducir su alcance. Tantas cosas, también en el nuevo siglo, serán necesarias por el camino histórico de la Iglesia; pero si faltase la caridad (agape), todo será inútil. Es el mismo apóstol Pablo que nos lo recuerda en el himno a la caridad: si también hablásemos las lenguas de los hombres y de los ángeles, y tuviésemos una fe “que mueve montañas”, pero si no tuviésemos la caridad” todo sería “nada” (cfr 1 Cor 13, 2). La caridad es verdaderamente el “corazón” de la Iglesia».21

Estas indicaciones, que competen a la naturaleza misma de la Iglesia universal, tienen un particular significado para la Iglesia que está en China. A vosotros, en efecto, no faltan los problemas, que se están afrontando para superar –en su interior y en sus relaciones con la sociedad civil de la China- tensiones, divisiones y recriminaciones.

A tal propósito, el año pasado, hablando de la Iglesia naciente, tuve la oportunidad de recordar que «la comunidad de los discípulos conoce desde los inicios no solo el gozo del Espíritu Santo, la gracia de la verdad y del amor, sino que también siente, constituida sobre todo por contrastes sobre las verdades de la fe, con las consecuentes laceraciones de la comunión. Como la comunión del amor existe desde el inicio y existirá hasta el final de los tiempos (cfr 1 Jn 1, 1ss), así también lamentablemente desde el inicio existe también la división. No debemos maravillarnos que esta exista también hoy[...]. Existe entonces el peligro, en los acontecimientos del mundo y en las debilidades de la Iglesia, de perder la fe, y así también perder el amor y la fraternidad. Es por lo tanto un preciso deber de quien cree en la Iglesia del amor y quiere vivir en esta, reconocer también este peligro».22

La historia de la Iglesia nos enseña, que no se expresa una autentica comunión sin un trabajoso esfuerzo de reconciliación.23 En efecto, la purificación de la memoria, el perdón de quien ha hecho el mal, el olvido de los daños sufridos y la pacificación de los corazones en el amor, a ser realizados en el nombre de Jesús crucificado y resucitado, pueden exigir la superación de posiciones o visiones personales, nacidas de experiencias dolorosas o difíciles, y son pasos urgentes de realizar para hacer crecer y manifestar las relaciones de comunión entre fieles y Pastores de la Iglesia en China.

Por ello, ya mi venerado Predecesor os había dirigido, varias veces, una invitación al perdón y a la reconciliación. Sobre esto, me gusta retomar un pasaje del mensaje que él os envió al aproximarse el Año Santo del 2000: «Preparándoos a la celebración del Gran Jubileo, recordad que en la tradición bíblica un tal momento siempre ha traído consigo la obligación de perdonar las deudas los unos a los otros, de reparar injustos tratos y de reconciliarse con el vecino. También a vosotros ha sido anunciada la “gran alegría preparada para todos los pueblos”: el amor y la misericordia del Padre, la Redención obrada en Cristo. En la medida en la que vosotros mismos seáis disponibles a aceptar tal gozoso anuncio, podráis transmitirlo, con vuestra vida, a todos los hombres y mujeres que están a vuestro alrededor. Mi deseo más ardiente es que sigáis las sugerencias interiores del Espíritu Santo perdonándoos los unos a los otros todo aquello que debe ser perdonado, acercándoos los unos a los otros, aceptándoos recíprocamente, superando las barreras para ir más allá de todo aquello que os pueda dividir. No olvidéis la palabra de Jesús durante la Última Cena: “De esto todos sabrán que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros” (Jn 13, 35). He acogido con alegría que queréis ofrecer, como regalo precioso por la celebración del Gran Jubileo, la unidad entre vosotros con el Sucesor de Pedro. Tal propósito no puede ser fruto sino del Espíritu, que conduce a Su Iglesia por los no fáciles caminos de la reconciliación y de la unidad».24

Todos somos concientes del hecho que este camino no podrá realizarse de hoy para mañana, pero estéis seguros que la Iglesia entera elevará una insistente oración por vosotros para tal fin.

Tened además presente que vuestro camino de reconciliación está sostenido por el ejemplo y por la oración de tantos «testimonios de la fe» que han sufrido y han perdonado, ofreciendo su vida por el provenir de la Iglesia católica en China. Su misma existencia representa una permanente bendición para vosotros ante el Padre celeste y su memoria no dejará de producir abundantes frutos.

Comunidades eclesiales y organismos estatales: relaciones a vivir en la verdad y en la caridad

7. Un atento análisis de la ya mencionada dolorosa situación de fuertes contrastes (cfr n. 6), que ve involucrados laicos y Pastores, pone en evidencia, entre las varias causas, el rol significativo de los organismos, que han sido impuestos como principales responsables de la vida comunidad católica. Aún hoy, en efecto, el reconocimiento por parte de tales organismos es el criterio para declarar una comunidad, una persona o un lugar religioso, legales y por lo tanto «oficiales». Todo esto ha causado divisiones tanto en el clero como entre los fieles. Es una situación que depende sobre todo de factores externos a la Iglesia, pero que ha condicionado seriamente el camino, dando lugar a sospechas, acusaciones recíprocas y denuncias, y que continúa siendo una preocupante debilidad.

En lo que se refiere a la delicada cuestión de las relaciones a tener con los organismos del Estado, es particularmente iluminadora la invitación del Concilio Vaticano II a seguir la palabra y el modo de actuar de Jesucristo. Él en efecto, «no queriendo ser un Mesías político y dominador por la fuerza,25 prefirió llamase Hijo del Hombre, venido “para servir y dar la propia vida en rescate de muchos” (Mc 10, 45). Se presentó como el perfecto Siervo de Dios,26 que “No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante” (Mt 12, 20). Reconoce la autoridad civil y sus derechos, ordenando pagar el tributo al César; amonestó claramente que deben ser respetados los superiores derechos de Dios: “Dad al César lo que es del César, y a Dios aquello que es de Dios” (Mt 22, 21). Completó su revelación consumando en la cruz la obra de la redención, con la cual merecer para los hombres la salvación y la verdadera libertad. Dio testimonio de la verdad, 27 pero no quiso imponerla por la fuerza a los contestadores. Su Reino no se defiende con la espada,28 sino que se establece dando testimonio y escuchando la Verdad, y se dilata con el amor, con el cual Cristo, exaltado en la Cruz, atrae hacia sí a los hombres (cfr Jn 12, 32) ».29

Verdad y amor son las dos columnas portantes de la vida de la comunidad cristiana. Por este motivo recordaba que «la Iglesia del amor es también la Iglesia de la verdad, entendida sobre todo como fidelidad al evangelio confiado por el Señor Jesús a los suyos. [...] Pero la familia de los hijos de Dios, para vivir en la unidad y en la paz, necesita de quien la custodie en la verdad y la guié con discernimiento sapiente y autorizado: es aquello que está llamado a hacer el ministerio de los Apóstoles. Y aquí llegamos a un punto importante. La Iglesia es toda del Espíritu, pero tiene una estructura, la sucesión apostólica a la que le compete la responsabilidad de garantizar la permanencia de la Iglesia en la verdad donada por Cristo, de la que proviene también la capacidad del amor. [...] Los Apóstoles y sus sucesores son por lo tanto los custodios y testigos autorizados del depósito de la verdad entregado a la Iglesia, como son también los ministros de la caridad: dos aspectos que van juntos. [...] ¡La verdad y el amor son dos caras del mismo don, que viene de Dios y que gracias al ministerio apostólico es custodiado en la Iglesia y nos alcanza hasta nuestro presente!».30

Por ello el Concilio Vaticano II destaca que «el respeto y el amor deben extenderse también a aquellos que piensan y actúan en modo diverso a nosotros en las cosas sociales, políticas y hasta religiosas, porque cuanto con más honestidad y caridad seamos íntimamente comprensivos hacia su modo de pensar, más fácilmente podremos instaurar el dialogo con ellos». Pero, nos recuerda el mismo Concilio, «esta caridad y amabilidad no deben en ningún modo hacernos indiferentes hacia la verdad y el bien».31

Considerando «el designio originario de Jesús»,32 resulta evidente que la pretensión de algunos organismos, queridos por el Estado y extraños a la estructura de la Iglesia, de ponerse sobre los Obispos mismos y de guiar la vida de la comunidad eclesial, no corresponde a la doctrina católica, según la cual la Iglesia es «apostólica», como ha confirmado también el Concilio Vaticano II. La Iglesia es apostólica «por su origen, siendo construida sobre el “fundamento de los Apóstoles” (Ef 2, 20); por su enseñanza, que es la misma de los Apóstoles; por su estructura, en cuanto instruida, santificada y gobernada, hasta el retorno de Cristo por los Apóstoles, gracias a sus sucesores, los Obispos, en comunión con el sucesor de Pedro».33 Por lo tanto, en cada Iglesia particular, solo «el Obispo diocesano apacienta en el nombre del Señor el rebaño a él confiado como Pastor propio, ordinario e inmediato» 34 y, a nivel nacional, solamente una legítima Conferencia Episcopal puede formular orientaciones pastorales, válidas para toda la comunidad católica del País interesado.35

También la declarada finalidad de los organismos de actuar «los principios de independencia y autonomía, autogestión y administración democrática de la Iglesia»,36 es inconciliable con la doctrina católica, que desde los antiguos Símbolos de la fe profesa la Iglesia «una, santa, católica y apostólica».

A la luz de los principios expuestos, los Pastores y fieles laicos recordaran que la predicación del Evangelio, la catequesis y la obra caritativa, la acción litúrgica y cultual, así como las decisiones pastorales, competen únicamente al Obispo junto a sus sacerdotes en la continuidad permanente de la fe, transmitida por los Apóstoles en las Sagradas Escrituras y en la Tradición, y por ello no puede ser sujetas a ninguna interferencia externa.

Ante tal difícil situación, no pocos miembros de la comunidad católica se preguntan si el reconocimiento por parte de las Autoridades civiles –necesario para obra públicamente- compromete en algún modo la comunión con la Iglesia universal. Se bien que esta problemática inquieta dolorosamente el corazón de los Pastores y de los fieles. Considero en primer lugar, que la debida y valiente salvaguardia del depósito de la fe y de la comunión sacramental y jerárquica no se opone, de por sí, al dialogo con las Autoridades sobre aquellos aspectos de la vida de la comunidad eclesial que recaen en el ámbito civil. No se ven particulares dificultades para la aceptación del reconocimiento concedido por las Autoridades civiles, a condición que este no implique la negación principios irrenunciables de la fe y de la comunión eclesiástica. En no pocos casos concretos, sino casi siempre, en el procedimiento de reconocimiento intervienen organismos que obligan a las personas involucradas a asumir actitudes, a poner gestos y tomar compromisos que son contrarios al dictado de su conciencia de católicos. Comprendo, por ello, que en tales y variadas condiciones y circunstancias sea difícil determinar la opción correcta. Por este motivo la Santa Sede, tras haber reafirmado los principios, deja la decisión al Obispo que, habiendo escuchado a su presbiterio, está en mejor capacidad de conocer la situación local, de sopesar las concretas posibilidades y evaluar las eventuales consecuencias al interior de la comunidad diocesana. Podría darse el caso que la decisión final no encuentre el consenso de todos los sacerdotes y fieles. Deseo, sin embargo, que esta sea acogida, incluso si con sufrimiento, y que se mantenga la unidad de la comunidad diocesana con el propio Pastor.

Será cosa buena que Obispos y presbíteros, con verdadero corazón de pastores, se esfuercen en todos los modos para no dar lugar a situaciones de escándalo, tomando las ocasiones para formar la conciencia de los fieles, con particular atención a los más débiles: todo será vivido en la comunión y en la comprensión fraterna, evitando juicios y condenas recíprocas. También en este caso se debe tener presente que, especialmente en ausencia de un verdadero espacio de libertad, para evaluar la moralidad de un acto es necesario conocer con particular cuidado las reales intenciones de la persona interesada, más allá de la falta objetiva. Cada caso deberá ser evaluado singularmente, teniendo en cuenta las circunstancias.

El Episcopado de la China

8. En la Iglesia, Pueblo de Dios, solo a los sagrados ministros, debidamente ordenados tras una adecuada instrucción y formación, les espera el ejercicio del «enseñar, santificar y gobernar». Fieles laicos pueden, con la misión canónica por parte del Obispos, realizar un útil ministerio eclesial de transmisión de la fe.

En los años recientes, por varios motivos, vosotros, Hermanos en el episcopado, habéis encontrad dificultades, porque personas no «ordenadas», y a veces ni siquiera bautizadas, controlan y toman decisiones sobre importantes cuestiones eclesiales, incluido el nombramiento de Obispos, en nombre de organismos estatales. En consecuencia, se ha asistido a una devaluación del ministerio petrino y episcopal por una visión de la Iglesia, según la cual el Sumo Pontífice, los Obispos y los sacerdotes, corren el riesgo real de convertirse en personas sin oficio y sin poder. En cambio, como se decía, los ministerios petrino y episcopal son elementos esenciales e integrales de la doctrina católica sobre la estructura sacramental de la Iglesia. Esta naturaleza de la Iglesia es un don del Señor Jesús, porque « El mismo "dio" a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo. » (Ef 4, 11-13).

La comunión y la unidad —me sea consentido repetirlo (cfr n. 5) — son elementos esenciales e integrales de la Iglesia católica: por lo tanto el proyecto de una Iglesia «independiente», en ámbito religioso, de la Santa Sede es incompatible con la doctrina católica.

Son conciente de las graves dificultades, a las cuales tenéis que hacer frente en la situación mencionada para manteneros fieles a Cristo, a su Iglesia y al Sucesor de Pedro. Recordándoos que – como ya afirmaba san Pablo (cfr Rm 8, 35-39) — ninguna dificultad puede separarnos del amor de Cristo, nutro la confianza en que sabréis hacer todo lo posible, confiando en la gracia del Señor, para salvaguardar la unidad y la comunión eclesial también al costo de grandes sacrificios.

Muchos miembros del Episcopado de la China, que en estos últimos decenios han guiado la Iglesia, han ofrecido y ofrecen, a las propias comunidades y a la Iglesia universal un luminoso testimonio. Una vez más, brota del corazón un himno de alabanza y de agradecimiento al «Pastor supremo» del rebaño (1 Pt 5, 4): no se puede en efecto olvidar que muchos de aquellos que han sufrido la persecución han sido impedidos del ejercicio de su ministerio, y algunos de ellos han hecho fecunda a la Iglesia con la efusión de la propia sangre. Los nuevos tiempos y el desafió de la nueva evangelización resaltan la función del ministerio episcopal. Como decía Juan Pablo II a los Pastores de todas las partes del mundo reunidos en Roma para la celebración del Jubileo, «el Pastor es el primer responsable y animador de la comunidad eclesial tanto en la exigencia de comunión como en la proyección misionera. Frente al relativismo y al subjetivismo que contaminan a buena parte de la cultura contemporánea, los Obispos son llamados a defender y promover la unidad doctrina de sus fieles. Solícitos por cada situación en la que la fe es perdida o ignorada, estos se esfuerzan con todos los medios en favor de la evangelización, preparando para tal fin a los sacerdotes, religiosos y laicos y poniendo a su disposición los recursos necesarios».37

En la misma ocasión mi venerado Predecesor recordaba que «el Obispo, sucesor de los Apóstoles, es uno por el cual Cristo es todo. Con Pablo él puede repetir cada día: “Para mi la vida es Cristo... (Fil 1, 21)”. Esto debe testimoniar con todo su comportamiento. El Concilio Vaticano II enseña: “Los Obispos deben realizar su deber apostólico como testimonios de Cristo frente a todos los hombres” (Decr. Christus Dominus, 11) ».38

Sobre el servicio episcopal, aprovecho la ocasión para recordar cuanto dije recientemente: «Los Obispos tienen la primera responsabilidad de edificar la Iglesia como familia de Dios y como lugar de ayuda y de disponibilidad. Para poder realizar esta misión, habéis recibido, con la consagración episcopal, tres peculiares oficios: el munus docendi, el munus sanctificandi y el munus regendi, que en su conjunto constituyen el munus pascendi. En particular, la finalidad del munus regendi es el crecimiento de la comunión eclesial, es decir la construcción de una comunidad concorde en la escucha de las enseñanzas de los apóstoles, en la fracción del pan, en las oraciones y en la unión fraterna. Estrechamente en relación con los oficios de enseñar y de santificar, está el de gobernar — el munus regendi — que constituye para el Obispo un auténtico acto de amor hacia Dios y hacia el prójimo que se expresa en la caridad pastoral ».39

Como sucede en el resto del mundo, también en China la Iglesia es gobernada por Obispos, que mediante la ordenación episcopal a ellos conferida por otros Obispos válidamente ordenados, han recibido, junto al oficio de santificar, los oficios de enseñar y de gobernar el pueblo confiado a ellos en las respectivas Iglesias particulares, con una potestad que es dada por Dios mediante la gracia del sacramento del Orden. Los oficios de enseñar y de gobernar, sin embargo, «por su misma naturaleza, no pueden ser ejercitados sino en la comunión jerárquica con la Cabeza y con los miembros del Colegio» de los Obispos.40 En efecto – precisa el mismo Concilio Vaticano II- «una persona es constituida miembro del Cuerpo episcopal en virtud de la consagración sacramental y de la comunión jerárquica con la Cabeza y con los miembros del Colegio ».41

Actualmente, todos los Obispos de la Iglesia católica en China son hijos del Pueblo de la China. No obstante muchas y graves dificultades, la Iglesia católica en China, por una particular gracia del Espíritu Santo, no ha sido privada jamás del ministerio de los legítimos Pastores que han conservado intacta la sucesión apostólica. Debemos agradecer al Señor por esta presencia constante y sufrida de Obispos, que han recibido la ordenación episcopal en conformidad con la tradición católica, es decir en comunión con el Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, y por mano de Obispos, válidamente y legítimamente ordenados, en la observación del rito de la Iglesia católica.

Algunos de ellos, no queriendo pasar por un indebido control, ejercitado sobre la vida de la Iglesia, y deseosos de mantener una plena fidelidad al Sucesor de Pedro y a la doctrina católica, se han visto obligados a hacerse consagrar clandestinamente. La clandestinidad no entra en la normalidad de la vida de la Iglesia, y la historia muestra que Pastores y fieles recurren a ella solamente en el sufrido deseo de mantener íntegra la propia fe y no aceptar ingerencias de organismos estatales en aquello que toca lo íntimo de la vida de la Iglesia. Por tal motivo la Santa Sede desea que estos legítimos Pastores puedan ser reconocidos como tales por las Autoridades gobernativas para los efectos civiles – en cuanto necesarios- y que los fieles puedan expresar libremente la propia fe en el contexto social en el que se encuentran viviendo.

Otros pastores, en cambio, bajo el impulso de circunstancias particulares han consentido recibir la ordenación episcopal sin el mandato pontificio pero, seguidamente, han pedido poder ser acogidos en la comunión con el Sucesor de Pedro y con los otros hermanos en el episcopado. El Papa, considerando la sinceridad de sus sentimientos y la complejidad de la situación, y teniendo presente el parecer de los Obispos vecinos, en virtud de la propia responsabilidad de Pastor universal de la Iglesia les ha concedido el pleno y legítimo ejercicio de la jurisdicción episcopal. Esta iniciativa del Papa nacía del conocimiento de las particulares circunstancias de su ordenación y de su profunda preocupación pastoral de favorecer el restablecimiento de una plena comunión. Sin embargo, la mayoría de las veces, los sacerdotes y fieles no han sido adecuadamente informados de la legitimación de su Obispo, y esta ha dado lugar a no pocos y graves problemas de conciencia. Por lo demás, algunos Obispos legitimados no han ofrecidos gestos, que comprobasen claramente la legitimación. Por este motivo es indispensable que, por el bien espiritual de las comunidades diocesanas interesadas, la legitimación acontecida pueda ser hecha de dominio público en breve tiempo y que los Prelado legitimados realicen cada vez más gestos inequívocos de plena comunión con el Sucesor de Pedro.

No faltan en fin algunos Obispos — en un numero muy reducido— que han sido ordenados sin el mandato pontificio y no han pedido, o no han obtenido aún, la necesaria legitimación. Según la doctrina de la Iglesia católica deben ser considerados ilegítimos, pero válidamente ordenados, siempre que exista la certeza de que han recibido la ordenación de Obispos validamente ordenados y que ha sido respetado el rito católico de la ordenación episcopal. Ellos por tanto, pese a no estar en comunión con el Papa, ejercen válidamente su ministerio en la administración de los sacramentos, aunque de manera ilegítima. ¡Qué gran riqueza espiritual derivaría para la Iglesia en China si, en presencia de las necesarias condiciones, también estos Pastores se incorporaran a la comunión con el Sucesor de Pedro y con todo el episcopado católico! No solo se vería legitimado su ministerio episcopal, sino que también resultaría más rica su comunión con los sacerdotes y con los fieles que consideran a la Iglesia en China parte de la Iglesia católica, unida con el Obispo de Roma y con todas las otras Iglesias particulares esparcidas por el mundo.

En cada nación todos los Obispos legítimos constituyen una Conferencia Episcopal, dirigida según un estatuto propio que, según el derecho canónico, debe ser aprobado por la Sede Apostólica. Tal Conferencia Episcopal expresa la comunión fraterna de todos los Obispos de una nación y trata las cuestiones doctrinales y pastorales, que son relevantes para toda la comunidad católica en el País, sin interferir en el ejercicio de la potestad ordinaria e inmediata de cada Obispos en la propia diócesis. Además, cada Conferencia Episcopal mantiene oportunos y útiles contactos con las Autoridades civiles del lugar, incluso para favorecer la colaboración entre la Iglesia y el Estado, pero es obvio que una Conferencia Episcopal no puede ser sometida a ninguna Autoridad civil en las cuestiones de fe y de vida según la fe (fides et mores, vida sacramental), que son exclusivamente de competencia de la Iglesia.

A la luz de los principios arriba expuestos, el actual Colegio de Obispos Católicos de China no puede ser reconocido como Conferencia Episcopal por la Sede Apostólica: no forman parte los Obispos «clandestinos», es decir, no reconocidos por el Gobierno, que están en comunión con El Papa; incluye Prelado, que aún son ilegítimos, y está dirigida por estatutos, que contienen elementos inconciliables con la doctrina católica.

Nombramiento de los Obispos

9. Como es sabido a todos vosotros, uno de los problemas más delicados en las relaciones de la Santa Sede con las Autoridades de vuestro País es la cuestión de los nombramientos episcopales. Por un lado, se puede comprender que las Autoridades del gobierno estén atentos a la elección de aquellos que llevarán a cabo el importante papel de guías y de pastores de las comunidades católicas locales, incluyendo los aspectos sociales que — en China come en el resto del mundo— tal función tiene en el campo civil. Por otro lado, la Santa Sede sigue con especial cuidado el nombramiento de los Obispos ya que éste toca el corazón mismo de la vida de la Iglesia en cuanto que el nombramiento de los Obispos de parte del Papa es garantía de la unidad de la Iglesia y de la comunión jerárquica. Por este motivo el Código de Derecho canónico (cfr can. 1382) establece graves sanciones ya sea para el Obispo que confiere libremente la ordenación episcopal sin el mandato apostólico sea para aquel que la recibe: tal ordenación representa en efecto una dolorosa herida a la comunión eclesial y una grave violación de la disciplina canónica.

El Papa, cuando concede el mandato apostólico para la ordenación de un Obispo, ejerce su suprema autoridad espiritual: autoridad e intervención, que permanecen en el ámbito estrictamente religioso. No se trata por tanto de una autoridad política, que se entromete indebidamente en los asuntos internos de un Estado y hiere su soberanía.

El nombramiento de Pastores para una determinada comunidad religiosa es entendida, incluso en documentos internacionales, como un elemento constitutivo del pleno ejercicio del derecho a la libertad religiosa.43 La Santa Sede amaría ser completamente libre en el nombramiento de los Obispos; 44 por tanto, considerando el reciente camino peculiar de la Iglesia en China, auguro que se encuentre un acuerdo con el Gobierno para resolver algunas cuestiones referidas ya sea a la elección de los candidatos al episcopado ya sea a la publicación del nombramiento de los Obispos ya sea al reconocimiento — para efectos civiles en cuanto sean necesarios— del nuevo Obispo por parte de las Autoridades civiles.

Finalmente, en lo que respecta a la elección de los candidatos al episcopado, aún conociendo vuestras dificultades al respecto, debe recordar la necesidad de que éstos sean sacerdotes dignos, respetados y amados por los fieles, y modelos de vida en la fe, y que posean una cierta experiencia en el ministerio pastoral y sean por tanto más adecuados a hacer frente a la pesada responsabilidad de Pastor de la Iglesia.45 Cuando en una diócesis fuese imposible encontrar candidatos adecuados para la sede episcopal, la colaboración con los Obispos de las diócesis limítrofes puede ayudar a señalar candidatos idóneos.



ORIENTACIONES PARA LA VIDA PASTORAL

Sacramentos, gobierno de las diócesis, parroquias

10. En los últimos tiempos han surgido dificultades, ligadas a iniciativas individuales de Pastores, de sacerdotes y de fieles laicos, que, movidos por un generoso celo pastoral, no siempre han respetado las tareas o responsabilidades de otros.

Al respecto el Concilio Vaticano II nos recuerda que, si por un lado cada Obispo “en cuanto miembro del Colegio episcopal y legítimo sucesor de los Apóstoles, es llamado, por institución y precepto de Cristo, a tener una solicitud por toda la Iglesia”, por otro, ellos “ejercen su gobierno pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios que les ha sido confiada, no sobre otras Iglesias ni sobre la Iglesia universal”.46

Además, frente a ciertas problemáticas surgidas en varias comunidades diocesanas durante los últimos años, me parece necesario recordar la norma canónica según la cual cada clérigo debe estar incardinado en una Iglesia particular o en un Instituto de vida consagrada y debe ejercer su ministerio en comunión con el Obispo Diocesano. Solo por justos motivos un clérigo puede ejercer el ministerio en otra diócesis, pero siempre con el previo acuerdo de los dos Obispos Diocesanos, o sea de aquel de la Iglesia particular en la que está incardinado y de aquel de la Iglesia particular a cuyo servicio está destinado.47

En no pocas circunstancia, además, os habéis planteado el problema de la concelebración de la Eucaristía. Al respecto, recuerdo que ésta presupone, como condiciones, la profesión de la misma fe y la comunión jerárquica con el Papa y con la Iglesia universal. Por tanto es lícito concelebrar con Obispos y con sacerdotes que están en comunión con el Papa, aún si son reconocidos por las Autoridades civiles y mantienen una relación con organismos, queridos por el estado y ajenos a la estructura de la Iglesia, siempre y cuando — como se ha indicado arriba (cfr n. 7, capov. 8o) — el reconocimiento y la relación no comporten la negación de los principios irrenunciables de la fe y de la comunión eclesiástica.

También los fieles laicos, que están animados por un sincero amor por Cristo y por la Iglesia, no deben dudar de participar en la Eucaristía, celebrada por Obispos y por sacerdotes que están en plena comunión con el Sucesor de Pedro y son reconocidos por las Autoridades civiles. Lo mismo vale para todos los demás sacramentos.

Siempre a la luz de los principios de la doctrina católica deben ser resueltos los problemas que surgen con aquellos Obispos, que han sido consagrados sin el mandato pontificio, así como respecto del rito católico de la ordenación episcopal. Su ordenación — como ya he dicho (cfr n. 8, capov. 12o) — es ilegítima pero valida, así como son válidas las ordenaciones sacerdotales por ellos conferidas y son válidos también los sacramentos administrados por tales Obispos y sacerdotes. Por tanto los fieles, teniendo presente esto, para la celebración eucarística y para los otros sacramentos debe, en la medida de los posibles, buscar Obispos y sacerdotes que están en comunión con el Papa: sin embargo, cuando aquello no fuese posible sin grave incomodidad, pueden, por exigencia de su bien espiritual, dirigirse también a aquellos que no están en comunión con el Papa.

Considero además oportuno llamar vuestra atención a cuanto la legislación canónica prevé para ayudar a los Obispos Diocesanos a realizar s propia tarea pastoral. Cada Obispo Diocesano es invitado a servirse de indispensables instrumentos de comunión y de colaboración al interior de la comunidad católica diocesana: la curia diocesana, el consejo presbiteral, el colegio de los consultores, el consejo pastoral diocesano y el consejo diocesano para asuntos económicos. Estos organismos expresan la comunión, favorecen el compartir de las responsabilidades comunes y son de gran ayuda a los Pastores, que pueden así valerse de la fraterna colaboración de sacerdotes, de personas consagradas y de fieles laicos.

Lo mismo vale para los diversos consejos, que el Derecho canónico prevé para las parroquias: el consejo pastoral parroquial y el consejo parroquial para los asuntos económicos.

Tanto para las diócesis como para las parroquias, deberá prestarse particular atención dedicada a los bienes temporales de la Iglesia, mueblos e imuebles, que deberán ser registrados legalmente en el campo civil a nombre de la diócesis o de la parroquia y nunca a nombre de personas particulares (es decir, Obispo, párroco o grupo de fieles). Al mismo tiempo mantiene toda la su validez la tradicional orientación pastoral y misionera, que se resume en el principio: « nihil sine Episcopo ».

Del Análisis de las problemáticas expuestas surge con claridad que una verdadera solución de ellas tiene su raíz en la promoción de la comunión, que requiere vigor y valor, desde su fuente, de Cristo, icono del amor del Padre. La caridad, que está siempre por encima de todo (cfr 1 Cor 13, 1-12), será la fuerza y el criterio en el trabajo pastoral para la construcción de una comunidad eclesial, que haga presente a Cristo Resucitado al hombre de hoy.

Las provincias eclesiásticas

11. Numerosos cambios administrativos han ocurrido, en el campo civil, durante los últimos cincuenta años. Ello ha involucrado también a diversas circunscripciones eclesiásticas, que han sido eliminadas o reagrupadas o han sido modificadas en su configuración territorial en base a las circunscripciones civiles. Al respecto deseo confirmar que la Santa Sede está dispuesta a abordar todo el asunto de las circunscripciones y de las provincias eclesiásticas en un diálogo abierto y constructivo con el Episcopado chino y — en cuanto sea oportuno y útil — con las Autoridades gubernamentales.

Las comunidades católicas

12. Me es conocido que las comunidades diocesanas y parroquiales, repartidas en el vasto territorio chino, muestran una particular vivacidad de vida cristiana, de testimonio de la fe y de iniciativas pastorales. Es para mí consolante constatar que, a pesar de las dificultades pasadas y presentes, los Obispos, los sacerdotes, las personas consagradas y los fieles laicos han mantenido una profunda conciencia de ser miembros vivos de la Iglesia universal, en comunión de fe y de vida con todas las comunidades católicas del mundo. Ellas saben, en su corazón, que cosa quiere decir ser católicos. Y es precisamente de este corazón católico que debe nacer también el compromiso para expresar y actuar, se al interior de cada comunidad o en las relaciones entre las diversas comunidades, aquel espíritu de comunión, de comprensión y de perdón que — como se ha dicho arriba (cfr n. 5, capov. 4o, y n. 6) — es el signo visible de una autentica existencia cristiana. Estoy seguro que el Espíritu de Cristo, como ha ayudado a las comunidades a mantener viva la fe en tiempo de persecución, ayudará hoy a todos los católicos a crecer en la unidad.

Como ya lo hacía presente (cfr n. 2, capov. 1o, y n. 4, capov. 1o), a los miembros de las comunidades católicas en vuestro País — especialmente a los Obispos, a los presbíteros y a las personas consagradas — no se ha conseguido aún el poder vivir y expresar, en plenitud y de modo también visible, ciertos aspectos de la su pertenencia a la Iglesia y de su comunión jerárquica con el Papa, siendo normalmente impedidos los contactos libres con la Santa Sede y con las otras comunidades católicas en los diversos países. Es verdad que en los últimos años la Iglesia goza, comparado con el pasado, de una mayor libertad religiosa. Sin embargo, no se puede negar que persisten graves limitaciones que tocan el corazón de la fe y que, en cierta medida, sofocan la actividad pastoral. Al respecto renuevo el deseo (cfr n. 4, capovv. 2o-4o) que, en el curso de un dialogo respetuosos y abierto entre la Santa Sede y los Obispos chinos, por una parte, y de las Autoridades del gobierno, por otra, se puedan superar las mencionadas dificultades y se llegue, así, a un fecundo entendimiento que será para beneficio de la comunidad católica y de la convivencia social.

Los presbíteros

13. Quisiera ahora dirigir un pensamiento especial y una invitación a los sacerdotes — de modo particular a aquellos ordenados en los últimos años —, que con tanta generosidad han emprendido el camino del ministerio pastoral. Me parece que la actual situación eclesial y socio-política hace cada vez más exigente la exigencia obtener luz y fuerza de las fuentes de la espiritualidad sacerdotal, que son el amor de Dios, el incondicional seguimiento de Cristo, la pasión por el anuncio del Evangelio, la fidelidad a la Iglesia y el servicio generoso al prójimo.48 ¿Como no recordar al respecto, como aliento para todos, las figuras luminosas de Obispos y de sacerdotes que, en los años difíciles del reciente pasado, han testimoniado un amor indefectible a la Iglesia, también con el don de la propia vida por ella y por Cristo?

¡Muy queridos Sacerdotes! Vosotros que soportáis « el peso de la jornada y el calor» (Mt 20, 12), que habéis puesto la mano en el arado y no os habéis vuelto atrás (cfr Lc 9, 62), pensad en aquellos lugares, donde los fieles esperando con ansia a un sacerdote y donde desde muchos años, sintiendo su ausencia, no dejan de anhelar su presencia. Se bien que en medio de vosotros existen compañeros que han debido hacer frente a tiempos y a situaciones difíciles, asumiendo posiciones no siempre aceptables desde un punto de vista eclesial, y que, a pesar de todo, desean regresar a la plena comunión de la Iglesia. En el espíritu de aquella profunda reconciliación, a la cual mi venerado Predecesor ha invitado repetidamente a la Iglesia en China,49 me dirijo a los Obispos que están en comunión con el Sucesor de Pedro, para que con ánimo paterno valoren caso por caso y den una justa respuesta a tal deseo, recurriendo — si es necesario — a la Sede Apostólica. Y, como signo de esta deseada reconciliación, pienso que no exista gesto más significativo que el de renovar comunitariamente — con ocasión de la jornada sacerdotal del Jueves Santo, como sucede en la Iglesia universal, o en otra circunstancia que se considere más oportuna — la profesión de fe, como testimonio de la plena comunión alcanzada, la edificación del Pueblo santo de Dios confiado a vuestro cuidado pastoral, y pata gloria de la Santísima Trinidad.

Soy conciente que también en China, como en el resto de la Iglesia, surge la necesidad de una adecuada formación permanente del clero. De aquí surge la invitación, dirigida a vosotros Obispos como responsables de las comunidades eclesiales, a pensar especialmente en el clero joven que está siempre más sometido a nuevos desafíos pastorales, vinculado a las exigencias de la tarea de evangelizar una sociedad tan compleja como es la sociedad china actual. Nos lo recordaba el Papa Juan Pablo II: la formación permanente de los sacerdotes « es una exigencia intrínseca al don y al ministerio sacramental recibido y se revela como necesaria en todo tiempo. Hoy sin embargo resulta ser particularmente urgente, no solo por el rápido cambio de las condiciones sociales y culturales de los hombres y de los pueblos entre los cuales se desarrolla el ministerio presbiteral, sino también por aquella “nueva evangelización” que constituye la tarea esencial e impostergable de la Iglesia al fin del segundo milenio ».50

Las vocaciones y la formación religiosa

14. Durante los últimos cincuenta años no ha faltado en la Iglesia en China un abundante florecimiento de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. De esto se debe dar gracias al Señor porque se trata de un signo de vitalidad y de un motivo de esperanza. En el curso de los años también han surgido muchas congregaciones religiosas autóctonas: los Obispos y los sacerdotes saber por experiencia cuán insustituible es la contribución de las religiosas en la catequesis y en la vida parroquial en todas sus formas; además, la atención a los más necesitados, prestada en colaboración también con las Autoridades civiles locales, es expresión de aquella caridad y de aquel servicio al prójimo que son el testimonio más creíble de la fuerza y de la vitalidad del Evangelio de Jesús.

Son sin embargo concientes que el florecimiento está acompañado, hoy, de no pocas dificultades. Surge por tanto la exigencia de un más atento discernimiento vocacional de parte de los responsables eclesiales sea de una más profunda educación e instrucción de los aspirantes al sacerdocio y a la vida religiosa. A pesar de la precariedad de los medios disponibles, por el futuro de la Iglesia en China será necesario empeñarse para asegurar, de un lado, una particular atención en el cuidado de las vocaciones y, por otro lado, una formación más sólida en los aspectos humano, espiritual, filosófico-teológico y pastoral, a llevarse a cabo en los seminarios y en los institutos religiosos.

A este respecto, merece una mención particular la formación en el celibato de los candidatos al sacerdocio. Es importante que ellos aprendan a vivir y a estimar el celibato como don precioso de Dios y como signo eminentemente escatológico, que testimonia un amor indiviso a Dios y a su pueblo y configura al sacerdote con Cristo, Cabeza y Esposo de la Iglesia. Tal don, en efecto, de modo especial « expresa el servicio del sacerdote a la Iglesia en y con el Señor» 51 y representa un valor profético para el mondo de hoy.

Respecto de la vocación religiosa, en el contexto actual de la Iglesia en China es necesario que aparezcan siempre más luminosas sus dos dimensiones: así , por un lado, el testimonio del carisma de la total consagración a Cristo a través de los votos de castidad, pobreza y obediencia y, por otro, la respuesta a la exigencia de anunciar el Evangelio en las actuales condiciones histórico-sociales del País.

Los fieles laicos y la familia

15. en los tiempos más difíciles de la historia reciente de la Iglesia católica en China los fieles laicos, se a nivel individual y familiar, sea como miembros de movimientos espirituales y apostólicos, han mostrado una plena fidelidad al Evangelio, pagando también personalmente la propia fidelidad a Cristo. Vosotros, laicos, estáis llamados, aún hoy, a encarnar el Evangelio en vuestra vida y a dar un testimonio por medio de un generoso y efectivo servicio para el bien del pueblo y para el desarrollo del País: y cumpliréis tal misión viviendo como ciudadanos honestos y actuando como colaboradores activos y corresponsables en la difusión de la Palabra de Dios en vuestro ambiente, rural o urbano. ¡Vosotros, que en tiempos recientes habéis sido valientes testigos de la fe, seguís siendo la esperanza de la Iglesia para el futuro! Esto exige vuestra siempre más motivada participación en todas las instancias de la vida de la Iglesia, en comunión con vuestros respectivos Pastores.

Ya que el futuro de la humanidad pasa a través de la familia, considero indispensable y urgente que los laicos promuevan los valores y tutelen las exigencias. Ellos, que en la fe conocen plenamente el maravilloso designio de Dios sobre la familia, tienen una razón de más para asumir esta consigna concreta y comprometedora: la familia en efecto « es el lugar normal donde las jóvenes generaciones llegan a la madurez personal y social. La familia lleva consigo la herencia de la humanidad misma, ya que la vida pasa a través de ella de generación en generación. La familia ocupa un lugar muy importante en las culturas de Asia y, como han subrayado los Padres sinodales, los valores familiares como el respeto filial, el amor y el cuidado de los ancianos y los enfermos, el amor por los pequeños y la armonía son tenido en gran estima en todas la culturas y las tradiciones religiosas de aquel Continente ».52

Los mencionados valores forman parte del relevante contexto cultural chino, pero también en vuestra tierra no faltan fuerzas que influyen negativamente en la familia en varas maneras. Por tanto la Iglesia que está en China, consciente que el bien de la sociedad y de sí misma está profundamente ligado al bien de la familia,53 debe sentir de modo más vivo y apremiante su misión de proclamar a todos el plan de Dios sobre el matrimonio y sobre la familia, asegurando su plena vitalidad.54

La iniciación cristiana de adultos

16. La historia reciente de la Iglesia católica en China ha visto un elevado número de adultos, que se han acercado a la fe gracias también al testimonio de la comunidad cristiana local. Vosotros, Pastores, estáis llamados a cuidar de modo particular su iniciación cristiana a través de un adecuado y serio periodo de catecumenado que los ayude y los prepare para llevar una vida de discípulos de Jesús.

Al respecto recuerdo que la evangelización no es nunca pura comunicación intelectual, sino también un experiencia de vida, purificación y transformación de toda la existencia, y camino de comunión. Solo así se instaura una justa relación entre pensamiento y vida.

Mirando además al , si debe en efecto destacar que muchos adultos no siempre han sido suficientemente iniciados a la plena verdad de la vida cristiana y menos han conocido la riqueza de la renovación aportada por el Concilio Vaticano II. Parece por tanto necesario y urgente ofrecerles una sólida y profunda formación cristiana, sobre la forma también de un catecumenado post-bautismal.55

La vocación misionera

17. La Iglesia, siempre y en todo lugar misionera, está llamada a la proclamación y al testimonio del Evangelio. También la Iglesia en China debe sentir en su corazón el ardor misionero de su Fundador y Maestro.

Dirigiéndose a los jóvenes peregrinos en el Monte de las Bienaventuranzas en el Año Santo 2000, Juan Pablo II decía : « Al momento de la su Ascensión, Jesús confió a sus discípulos una misión y esta promesa: “Mi ha sido dado todo poder en cielo y en la tierra. Id pues por tanto y enseñad a todas las naciones... he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 18-20). Desde hace dos mil años los seguidores de Cristo desempeñan esta misión. Ahora, en el alba del tercer milenio, os toca a vosotros. Os toca a vosotros ir al mondo y anunciar el mensaje de los Diez Mandamientos y de las Bienaventuranzas. Cuando Dios habla, habla de cosas que tienen la más grande importancia para cada persona, para las personas del siglo XXI no menos que para aquellas del primer siglo. Los Diez Mandamientos y las Bienaventuranzas hablan de verdad y de bondad, de gracia y de libertad, de cuanto es necesario para entrar en el Reino de Cristo ».56

Ahora toca a vosotros, discípulos chinos del Señor, ser valientes apóstoles de aquel reino. Estoy seguro que grande y generosa será vuestra respuesta.



CONCLUSIÓN

Revocación de las facultades y de las directivas pastorales

18. Considerando en primer lugar algunos desarrollos positivos de la situación de la Iglesia en China, en segundo lugar las mayores oportunidades y facilidades en las comunicaciones y, por último, los pedidos que diversos Obispos y sacerdotes han realizado, con la presente Carta revoco todas las facultades que habían sido concedidas para hacer frente a las particulares exigencias pastorales, surgidas en tiempos verdaderamente difíciles.

Lo mismo se diga de todas las directivas de orden pastoral, pasadas y recientes. Los principios doctrinales, que las inspiraban, encuentran ahora nueva aplicación en las directivas, contenidas en la presente carta.

Jornada de Oración por la Iglesia en China

19. Muy queridos Pastores y fieles todos, el día 24 de mayo, que está dedicado a la memoria litúrgica de la Santa Virgen María, Auxilio de los Cristianos— la cuál es venerada con tanta devoción en el santuario mariano de Sheshan en Shanghai —, en futuro podría convertirse en ocasión para los católicos de todo el mondo para unirse en oración con la Iglesia que está en China.

Deseo que esta fecha sea para vosotros una jornada de oración por la Iglesia en China. Os exhorto a celebrarla renovando vuestra comunión de fe en Jesús Nuestro Señor y de fidelidad al Papa, orando para que la unidad entre vosotros sea siempre más profunda y visible. Os recuerdo además el mandamiento de amor que Jesús nos ha dado, de amar a nuestros enemigos y de orar por aquellos que nos persiguen, como dice la invitación del Apóstol san Pablo : « Os encomiendo, ante todo, que se hagan pedidos, súplicas, oraciones y agradecimientos por todos los hombres, por los reyes y por todos aquellos que están en el poder, para que podamos transcurrís una vida calmada y tranquila, con toda piedad y dignidad. Esta es una cosa bella y agradable a Dios, nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2, 1-4).

En la misma jornada los católicos en el mundo entero — en particular aquellos que son de origen chino — mostrarán su fraterna solidaridad y solicitud por vosotros, pidiendo al Señor de la historia el don de la perseverancia en el testimonio, seguros que vuestros sufrimientos pasados y presentes por el santo Nombre de Jesús y vuestra intrépida lealtad al Su Vicario en la tierra serán premiadas, incluso si en ocasiones todo pueda parecer un triste fracaso.

Saludo final

20. Al concluir esta Carta auguro a vosotros, queridos Pastores de la Iglesia católica que está en China, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos, a estar « repletos de gozo, incluso si ahora debéis estar por un poco de tiempo afligidos por varias pruebas, para que el valor de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, que, incluso destinado a perecer, aún se prueba con el fuego, retorne para vuestra alabanza, gloria y honor en la manifestación de Jesús Cristo » (1 Pt 1, 6- 7).

Maria Santísima, Madre de la Iglesia y Reina de China, que en la hora de la Cruz ha sabido, en el silencio de la esperanza, esperar la mañana de la Resurrección, os acompañe con materna premura e interceda por todos vosotros junto a san José y a los numerosos santos Mártires chinos.

Os aseguro mis constantes oraciones y, con un pensamiento afectuoso a los ancianos, los enfermos, los niños y los jóvenes de vuestra noble Nación, os bendigo de corazón.

Dado en Roma, junto a San Pietro, el 27 de mayo, Solemnidad de Pentecostés, del año 2007, tercero de mi Pontificado.



NOTAS

1 Benedetto XVI, Angelus del 26 dicembre 2006: « Con especial vicinanza espiritual, penso también a aquellos cattolici que mantengono la propria fidelidad a la Sede de Pietro senza cedere a compromessi, a volte también a prezzo de gravi sofferenze. Toda la Iglesia ne ammira l'esempio y prega perché essi abbiano la forza de perseverare, sapendo que le loro tribolazioni son fonte de vittoria, también se al momento possono sembrare un fallimento »: L'Osservatore Romano, 27-28 dicembre 2006, p. 12.

2 Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past.Gaudium et spes sulla Iglesia en el mondo contemporaneo, n. 10.

3 Messaggio Con intima gioia a los partecipanti al Convegno Internazionale su « Matteo Ricci: por un dialogo tra China y Occidente » (24 ottobre 2001), n. 4: L'Osservatore Romano, 25 ottobre 2001, p. 5.

4 Cfr Juan Pablo II, Esort. ap. post-sinodale Ecclesia en Asia (6 novembre 1999), n. 7: AAS 92 (2000), 456.

5 Cfr ibid., nn. 19 y 20: AAS 92 (2000), 477-482.

6 Cfr Discorso a los Delegati de la Federazione de las Conferenze Episcopali Asiatiche (Manila 15 gennaio 1995), n. 11: L'Osservatore Romano, 16-17 gennaio 1995, p. 5.

7 Juan Pablo II, Lett. ap. Novo milenio ineunte (6 gennaio 2001), n. 1: AAS 93 (2001), 266.

8 Benedetto XVI, Udienza Generale (mercoledì 23 agosto 2006): L'Osservatore Romano, 24 agosto 2006, p. 4.

9 Juan Pablo II, Messaggio Con intima gioia a los partecipanti al Convegno Internazionale su « Matteo Ricci: por un dialogo tra China y Occidente » (24 ottobre 2001), n. 6: L'Osservatore Romano, 25 ottobre 2001, p. 5.

10 Ibid.

11 Cfr Fonti Ricciane, a cura de Pasquale M. D'Elia, S.LOS., vol. 2, Roma 1949, n. 617, p. 152.

12 Messaggio Con intima gioia a los partecipanti al Convegno Internazionale su « Matteo Ricci: por un dialogo tra China y Occidente » (24 ottobre 2001), n. 4: L'Osservatore Romano, 25 ottobre 2001, p. 5.

13 Cost. past. Gaudium et spes sulla Iglesia en el mondo contemporaneo, n. 76.

14 Lett. enc. Deus caritas est (25 dicembre 2005), n. 28: AAS 98 (2006), 240.Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past. Gaudium et spes sulla Iglesia en el mondo contemporaneo, n. 76.

15 Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. dogm.Lumen gentium sulla Iglesia, n. 26.

16 Ibid., n. 23.

17 Cfr Congregazione por la Dottrina de la Fe, Lettera Communionis notio a los Obispos de la Iglesia católica su alcuni aspetti de la Iglesia como comunión (28 maggio 1992), nn. 11-14: AAS 85 (1993), 844-847.

18 Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. dogm.Lumen gentium sulla Iglesia, n. 23.

19 Congregazione por la Dottrina de la Fe, Lettera Communionis notio a los Obispos de la Iglesia católica su alcuni aspetti de la Iglesia como comunión (28 maggio 1992), n. 13: AAS 85 (1993), 846.

20 Cfr Benedetto XVI, Esort. ap. post-sinodale Sacramentum caritatis (22 febbraio 2007), n. 6: « La fe de la Iglesia es essenzialmente fe eucaristica y si alimenta en modo particular a la mensa dell'Eucaristía. La fe y los Sacramentos son due aspetti complementari de la vida ecclesiale. Suscitata dall'annuncio de la Parola de Dios, la fe es nutrita y cresce nell'incontro de grazia col Signore risorto que si realizza nei Sacramentos: “La fe si esprime en el rito y el rito rafforza y fortifica la fe”. Por questo, el Sacramento dell'altare sta sempre al centro de la vida ecclesiale; “grazie all'Eucaristía la Iglesia rinasce sempre de nuovo!”. Quanto más viva es la fe eucaristica en el Pueblo de Dios, tanto más profonda es la sua partecipazione a la vida ecclesiale mediante la convinta adesione a la misión que Cristo ha affidato a los suoi discepoli. De ciò es testimone la misma storia de la Iglesia. Cada grande riforma es legata, en qualche modo, a la riscoperta de la fe nella presenza eucaristica del Signore en mezzo al suo pueblo »: L'Osservatore Romano, 14 marzo 2007, p. 2; Supplemento, pp. II-III.

21 Lett. ap. Novo milenio ineunte (6 gennaio 2001), n. 42: AAS 93 (2001), 296. Cfr Benedetto XVI, Lett. enc. Deus caritas est (25 dicembre 2005), n. 12: « L'agire de Dios acquista ora la sua forma drammatica en el fatto que, en Jesús Cristo, Dios mismo insegue la “pecorella smarrita”, l'umanità sofferente y perduta. Cuando Jesús nelle sue parabole parla del pastore que va dietro a la pecorella smarrita, de la donna que cerca la dracma, del padre que va incontro al figliol prodigo y lo abbraccia, queste no son soltanto parole, ma costituiscono la spiegazione del suo mismo ser ed operare. Nella sua morte en croce si compie quel volgersi de Dios contro se mismo en el quale Egli si dona por rialzare l'uomo y salvarlo – amor, questo, nella sua forma más radicale »: AAS 98 (2006), 228.

22 Benedetto XVI, Udienza Generale (mercoledì 5 aprile 2006): L'Osservatore Romano, 6 aprile 2006, p. 4.

23 Dovrebbe ser illuminante por todos l'esperienza vissuta dalla Iglesia antica en el tiempo de las persecuzioni, nonché l'insegnamento dato al riguardo proprio dalla Iglesia de Roma, que, escludendo le posizioni rigoriste de los Novaziani y de los Donatisti, esortava a la generosidad del perdono y de la reconciliación nei confronti de coloro que, avendo abiurato (los « lapsi ») durante le persecuzioni, desideravano ser riammessi nella comunión de la Iglesia.

24 Juan Pablo II, Messaggio A la vigilia a los cattolici en China (8 dicembre 1999), n. 6: L'Osservatore Romano, 11 dicembre 1999, p. 5.

25 Cfr Mt 4, 8-10; Gv 6, 15.

26 Cfr Is 42, 1-4.

27 Cfr Gv 18, 37.

28 Cfr Mt 26, 51-53; Gv 18, 36.

29 Conc. Ecum. Vat. II, Dich.Dignitatis humanae sulla libertà religiosa, n. 11.

30 Benedetto XVI, Udienza Generale (mercoledì 5 aprile 2006): L'Osservatore Romano, 6 aprile 2006, p. 4.

31 Cost. past. Gaudium et spes sulla Iglesia en el mondo contemporaneo, n. 28.

32 Benedetto XVI, Udienza Generale (mercoledì 5 aprile 2006): L'Osservatore Romano, 6 aprile 2006, p. 4.

33 Compendio del Catechismo de la Iglesia Católica, n. 174. Cfr Catechismo de la Iglesia Católica, nn. 857 y 869.

34 Juan Pablo II, Lett. ap. Apostolos suos (21 maggio 1998), n. 10: AAS 90 (1998), 648.

35 Cfr C.LOS.C., can. 447.

36 Statuti dell'Associazione Patriottica Católica Chino (Chinese Catholic Patriotic Association, CCPA), 2004, art. 3.

37 Omelia por el Giubileo de los Obispos (8 ottobre 2000), n. 5: AAS 93 (2001), 28. Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Christus Dominus sull'ufficio pastoral de los Obispos nella Iglesia, n. 6.

38 Juan Pablo II, Omelia por el Giubileo de los Obispos (8 ottobre 2000), n. 4: AAS 93 (2001), 27.

39 Benedetto XVI, Udienza a los Obispos nominati de recente (21 settembre 2006): AAS 98 (2006), 696.

40 Conc. Ecum. Vat. II, Cost. dogm.Lumen gentium sulla Iglesia, n. 21. Cfr también C.LOS.C., can. 375, § 2.

41 Cost. dogm. Lumen gentium sulla Iglesia, n. 22. Cfr también « Nota esplicativa previa », n. 2.

42 China Catholic Bishops' College (CCBC).

43 A livello universal si vedano, por esempio, le disposizioni dell'art. 18, paragrafo 1, dell'International Covenant on Civil and Political Rights del 16 dicembre 1966 (« Everyone shall have the right to freedom of thought, conscience and religion. This right shall include freedom to have or to adopt a religion or belief of his choice, and freedom, either individually or en community with others and en public or private, to manifest his religion or belief en worship, observance, practice and teaching ») y l'interpretazione, vincolante por los Stati Membri, que ne ha dato el Comitato de los Diritti dell'Uomo de las Nazioni Unite en el « General Comment, No. 22 » (n. 4) del 30 luglio 1993 (« the practice and teaching of religion or belief includes acts integral to the conduct by religious groups of their basic affairs, such as the freedom to choose their religious leaders, priests and teachers, the freedom to establish seminaries or religious schools and the freedom to prepare and distribute religious texts or publications »).

A livello regionale poi si vedano, por esempio, los seguenti impegni, assunti nella Riunione de Vienna dai Rappresentanti degli Stati partecipanti a la Conferenza sulla Sicurezza y la Cooperazione en Europa (CSCE): « Al fine de assicurare la libertà dell'individuo de professare y praticare una religione o una convinzione, los Stati partecipanti, fra l'altro, (...) rispetteranno el diritto de tali comunidad religiosas de (...) organizzarsi secondo la propria struttura gerarchica y istituzionale, (...) scegliere, nominare y sostituire el proprio personale conformemente alle rispettive esigenze y alle proprie norme nonché a qualsiasi intesa liberamente accettata fra esse y el proprio Stato, (...) » (Documento Conclusivo del 1989, Principioso n. 16 de la sezione « Questioni relative a la sicurezza en Europa »).

Cfr también Conc. Ecum. Vat. II, Dich. Dignitatis humanae sulla libertà religiosa, n. 4.

44 Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Christus Dominus sull'ufficio pastoral de los Obispos nella Iglesia, n. 20.

45 Si vedano, al riguardo, le relative norme del C.LOS.C. (cfr can. 378).

46 Cost. dogm. Lumen gentium sulla Iglesia, n. 23.

47 Cfr C.LOS.C., cann. 265-272.

48 Per una riflessione sulla dottrina y spiritualità del sacerdozio y sul carisma del celibato rimando al mio Discorso a la Curia Romana (22 dicembre 2006): L'Osservatore Romano, 23 dicembre 2006, p. 6.

49 Cfr Juan Pablo II, Messaggio La memoria liturgica a la Iglesia que es en China en el 70o anniversario dell'ordenación a Roma del primo gruppo de Obispos cinesi y en el 50o anniversario dell'istituzione de la Gerarchia ecclesiastica en China (3 dicembre 1996), n. 4: AAS 89 (1997), 256.

50 Esort. ap. post-sinodale Pastores dabo vobis (25 marzo 1992), n. 70: AAS 84 (1992), 782.

51 Ibid., n. 29: AAS 84 (1992), 704.

52 Juan Pablo II, Esort. ap. post-sinodale Ecclesia en Asia (6 novembre 1999), n. 46: AAS 92 (2000), 521. Cfr Benedetto XVI, Quinto Incontro Mondiale de las Famiglie en Spagna (Valencia 8 luglio 2006): « La familia es un bien necessario por los popoli, un fondamento indispensabile por la società ed un grande tesoro degli sposi durante toda la loro vida. ES un bien insostituibile por los figli que debe ser frutto dell'amor, de la donazione totale y generosa de los genitori. Proclamare la verità integrale de la familia, fondata en el matrimonio como Iglesia domestica y santuario de la vida, es una grande responsabilità de todos. [...] Cristo ha rivelato quale es sempre la fonte suprema de la vida por todos y, pertanto, también por la familia: “Questo es el mio comandamento: que vi amiate los uni los otros, como io vi ho amati. Nessuno ha un amor más grande de questo: dare la vida por los propri amici” (Gv 15, 12- 13). L'amor de Dios mismo si es riversato su de noi en el battesimo. Por questo le famiglie son chiamate a vivere aquella qualità de amor, poiché el Signore es colui que si fa garante que ciò sea possibile por noi attraverso l'amor umano, sensibile, affettuoso y misericordioso como aquello de Cristo »: AAS 98 (2006), 591-592.

53 Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past.Gaudium et spes sulla Iglesia en el mondo contemporaneo, n. 47.

54 Cfr Juan Pablo II, Esort. ap. Familiaris consortio (22 novembre 1981), n. 3: AAS 74 (1982), 84.

55 Come han detto los Padri sinodali de la Settima Assemblea ordinaria del Sinodo de los Obispos (1-30 ottobre 1987), nella formación de los cristiani « un aiuto può ser dato también de una catechesi post-battesimale a modo de catecumenato, mediante la riproposizione de alcuni elementi del “Rituale dell'Iniziazione Cristiana degli Adulti”, destinati a far cogliere y vivere le immense y straordinarie ricchezze y responsabilità del Battesimo ricevuto »: Juan Pablo II, Esort. ap. post-sinodale Christifideles laicos (30 dicembre 1988), n. 61: AAS 81 (1989), 514. Cfr Catechismo de la Iglesia Católica, nn. 1230-1231.

56 Omelia sul Monte de las Beatitudini (Israele, 24 marzo 2000), n. 5: L'Osservatore Romano, 25 marzo 2000, p. 5.



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