Carta de Benedicto XVI a la Iglesia de China
Carta del Santo Padre Benedicto XVI a los Obispos, a los Presbíteros, a las
personas consagradas y a los fieles laicos de la Iglesia Católica en la
República Popular de la China. Sábado 30 de junio de 2007
Saludo
1. Venerables hermanos Obispos, queridísimos presbíteros, personas
consagradas y fieles todos de la Iglesia Católica en China, «Damos gracias
sin cesar a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por vosotros en
nuestras oraciones, al tener noticia de vuestra fe en Cristo Jesús y de la
caridad que tenéis con todos los santos, a causa de la esperanza que os está
reservada en los cielos. [...]Por eso, tampoco nosotros dejamos de rogar por
vosotros desde el día que lo oímos, y de pedir que lleguéis al pleno
conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual,
para que viváis de una manera digna del Señor, agradándole en todo,
fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios;
confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria, para toda
constancia en el sufrimiento y paciencia; dando con alegría» (Col 1,
3-5.9-11).
Estas palabras del Apóstol Pablo son muy apropiadas para dar voz a los
sentimientos que, como Sucesor de Pedro y Pastor universal de la Iglesia,
nutro por vosotros. Vosotros sabéis bien cuanto estáis presentes en mi
corazón y en mi oración cotidiana y cuan profunda es la relación de comunión
que nos une espiritualmente.
Fin de la Carta
2. Deseo, por lo tanto, hacer llegar a todos vosotros las manifestaciones de
mi cercanía fraterna. Intensa es la alegría por vuestra fidelidad a Cristo
Señor y a la Iglesia, fidelidad que habéis manifestado «incluso al costo de
graves sufrimientos»,1 porque «a vosotros se os ha concedido la gracia de
que por Cristo... no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por
él» (Fil 1, 29). Sin embargo, no falta la preocupación por algunos
importantes aspectos de la vida eclesial en vuestro País.
Sin pretender tratar cada particular de las complejas problemáticas que
vosotros bien conocéis, con esta Carta quisiera ofrecer algunas
orientaciones en mérito a la vida de la Iglesia y a la obra de la
evangelización en China, para ayudaros a descubrir aquello que quiere de
vosotros el Señor y Maestro, Jesucristo, «la llave, el centro y el fin de
toda la historia de la humanidad».2
PRIMERA PARTE
SITUACIÓN DE LA IGLESIA
ASPECTOS TEOLÓGICOS
Globalización, modernidad y ateísmo
3. Dirigiendo una atenta mirada a vuestro Pueblo, que se distingue entre los
otros pueblos de Asia por el esplendor de su milenaria civilización, con
toda su experiencia sapiencial, filosófica, científica y artística, me gusta
destacar como, especialmente en los últimos tiempos, esta se ha también
proyectado hasta alcanzar significativas metas en el progreso
económico-social, atrayendo el interés del mundo entero.
Como ya destacaba mi venerable Predecesor, el Papa Juan Pablo II, también
«la Iglesia Católica, por su parte, mira con respeto este sorprendente
despliegue y esta proyección de iniciativas y ofrece con discreción el
propio aporte en la promoción y en la defensa de la persona humana, de sus
valores, de su espiritualidad y de su vocación trascendente. En el corazón
de la Iglesia están presentes valores y objetivos que son de primaria
importancia también para la China moderna: la solidariedad, la paz, la
justicia social, el gobierno inteligente del fenómeno de la globalización».3
La tensión hacia el deseado y necesario desarrollo económico y social, y la
búsqueda de modernidad están acompañadas por dos fenómenos diversos y
opuestos que han de ser evaluados con prudencia y con positivo espíritu
apostólico. Por una parte, se nota, especialmente entre los jóvenes, un
creciente interés por la dimensión espiritual y trascendente de la persona
humana, con el consecuente interés por la religión, particularmente por el
cristianismo. Por otra parte, se advierte, también en China, la tendencia al
materialismo y al hedonismo, que desde las grades ciudades se están
difundiendo al interior del País.4
En tal contexto, en el que estáis llamados a obrar, deseo recordaros cuanto
el Papa Juan Pablo II destacó con voz fuerte y vigorosa: la nueva
evangelización exige el anuncio del Evangelio5 al hombre moderno, con la
conciencia que, así como durante el primer milenio cristiano la Cruz fue
plantada en Europa y durante el segundo en América y en África, durante el
tercer milenio una gran cosecha de fe será acogida en el vasto y vital
continente asiático.6
«“Duc in altum” (Lc 5, 4). Esta palabra resuena para nosotros, y nos invita
a recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente, abrirnos
con confianza al futuro: “¡Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre!” (Hb
13, 8) ».7 También en China la Iglesia está llamada a ser testigo de Cristo,
a mirar adelante con esperanza y a medirse – en el anuncio del Evangelio-
con los nuevos desafíos que el Pueblo de la China debe afrontar.
La Palabra de Dios nos ayuda, una vez más, a descubrir el sentido misterioso
y profundo del camino de la Iglesia en el mundo. En efecto, «una de las
principales visiones del Apocalipsis tiene por objeto al Cordero en el acto
de abrir un libro, primero cerrado con siete sellos que nadie estaba en
capacidad de abrir. Juan es además presentado llorando, porque no encontraba
a nadie digno de abrir el libro y de leerlo (cfr Ap 5, 4). La historia se
mantiene indescifrable, incompresible. Nadie puede leerla. Tal vez este
llanto de Juan frente al misterio de la historia expresa el desconcierto de
las Iglesias asiáticas por el silencio de Dios frente a las persecuciones a
las que fueron expuestas en aquel momento. Es un desconcierto en el cual se
puede reflejar nuestro asombro frente a las graves dificultades,
incomprensiones y hostilidades que también hoy la Iglesia sufre en varias
partes del mundo. Son sufrimientos que la Iglesia ciertamente no merece, así
como Jesús mismo no mereció su suplicio. Estas sin embargo revelan tanto la
maldad del hombre, cuando se abandona a las sugestiones del mal, como la
conducción de los eventos a parte de Dios».8
Hoy, como ayer, anunciar el Evangelio significa anunciar y testimoniar a
Jesucristo crucificado y resucitado, Un hombre nuevo, vencedor del pecado y
de la muerte. Él permite a los seres humanos entrar en una nueva dimensión,
donde la misericordia y el amor dirigido también al enemigo dan testimonio
de la victoria de la Cruz sobre toda debilidad y miseria humana. También en
vuestro País, el anuncio de Cristo crucificado y resucitado será posible en
la medida en que con fidelidad al Evangelio, en la comunión con el Sucesor
del Apóstol Pedro y con la Iglesia universal, sabréis realizar los signos
del amor y de la unidad («como yo os he amado, así os améis también vosotros
los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si
os tenéis amor los unos a los otros... [...]Como tú, Padre, en mí y yo en
ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me
has enviado. »: Jn 13, 34-35; 17, 21).
Disponibilidad para un dialogo respetuoso y constructivo
4. Como Pastor universal de la Iglesia, deseo manifestar vivo reconocimiento
al Señor por el sufrido testimonio de fidelidad, ofrecido por la comunidad
católica de China en circunstancias verdaderamente difíciles. Al mismo
tiempo siento, como mi íntimo e irrenunciable deber y como expresión de mi
amor de padre, la urgencia de confirmar en al fe a los católicos de China y
de favorecer su unidad con los medios que son propios de la Iglesia.
Sigo con particular interés también lo que sucede a todo el Pueblo de la
China, hacia el cual nutro un vivo apreciamiento y sentimientos de amistad,
al punto de formular el deseo de «ver pronto instauradas vías concretas de
comunicación y de colaboración entre la Santa Sede y la República Popular
China», porque «la amistad se nutre de contactos, de compartir sentimientos
en las situaciones alegres y tristes, de solidaridad, de intercambio de
ayuda».9 Es en tal perspectiva que mi venerable Predecesor agregaba: »No es
un misterio para nadie que la Santa Sede, a nombre de toda la Iglesia
Católica y –creo- para bien de toda la humanidad, desea la apertura de un
espacio de dialogo con las Autoridades de la República Popular China, en la
cual, superadas las incomprensiones del pasado, se pueda trabajar juntos por
el bien del Pueblo chino y por la paz en el mundo».10
Soy conciente que la normalización de las relaciones con la República
Popular China exige tiempo y presupone la buena voluntad de ambas Partes.
Por su parte, la Santa Sede queda siempre abierta a las tratativas,
necesarias para superar el difícil momento presente.
Esta pesante situación de mal entendidos y de incomprensiones, en efecto, no
es motivo de alegría ni para las Autoridades de la China ni para la Iglesia
católica en China. Como ha declarado el Papa Juan Pablo II recordando cuanto
el Padre Mateo Ricci escribió desde Pekín,11 «también la Iglesia católica de
hoy no pide a China y a sus Autoridades políticas ningún privilegio, sino
únicamente poder retomar el dialogo, para alcanzar a una relación que
manifieste recíproco respeto y profundo conocimiento».12 Lo sepa China: la
Iglesia católica tiene el vivo deseo de ofrecer, una vez más, un humilde y
desinteresado servicio, en aquello que le compete, por el bien de los
católicos chinos y el de todos los habitantes del País.
En lo que se refiere a las relaciones entre la comunidad política y la
Iglesia en China, es bueno recordar la iluminadora enseñanza del Concilio
Vaticano II que declara: «La Iglesia, que por razón de su misión y de su
competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está
ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia del
carácter trascendente de la persona humana». Y continúa: « La comunidad
política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio
terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de
la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con
tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la
cooperación entre ellas, habida cuesta de las circunstancias de lugar y
tiempo».
Por lo tanto, también la Iglesia Católica en China tiene por misión no la de
cambiar la estructura o administración del Estado, sino la de anunciar a los
hombres a Cristo, Salvador del mundo, apoyándose –en la realización del
propio apostolado- en la potencia de Dios. Como recordaba en mi Encíclica
Deus caritas est, «la Iglesia no puede y no debe tomar en sus manos la
batalla política para hacer real la sociedad más justa posible. No puede y
no debe ponerse en el lugar del Estado. Pero no puedo ni debe tampoco
permanecer al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en esta
por el camino de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas
espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre implica renuncias, no
puede afirmarse y prosperar. La sociedad justa no puede ser obra de la
Iglesia, sino que debe ser realizada por la política. No obstante le
interesa profundamente trabajar por la justicia trabajando por la apertura
de la inteligencia y de la voluntad a las exigencias del bien».14
A la luz de estos irrenunciables principios, la solución de los problemas
existentes no puede ser perseguida a través de un permanente conflicto con
las legítimas Autoridades civiles; al mismo tiempo, no es aceptable una
sumisión a las mismas cuando estas interfieren indebidamente en materias que
competen a la fe y la disciplina de la Iglesia. Las Autoridades civiles son
bien concientes que la Iglesia, en su enseñanza, invita a los fieles a ser
buenos ciudadanos, colaboradores respetuosos y activos del bien común en sus
Países, pero es también claro que esta exige al Estado garantizar a los
mismos ciudadanos católicos el pleno ejercicio de su fe, en el respeto de
una auténtica libertad religiosa.
Comunión entre las Iglesias particulares en la Iglesia universal
5. Iglesia católica en China, pequeño rebaño presente y obrante en la
vastedad de un inmenso Pueblo que camina en la historia, como resuenan
alentadoras y provocantes las palabras de Jesús: « No temas, pequeño rebaño,
porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino» (Lc
12, 32) « Vosotros sois la sal de la tierra, [...] la luz del mundo»: por
ello « esplenda vuestra luz frente a los hombres, para que vean vuestras
obras buenas y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos » (Mt 5,
13.14.16).
En la Iglesia católica que está en China se hace presente la Iglesia
universal, la Iglesia de Cristo, que en el Credo confesamos una, santa,
católica y apostólica, es decir la universal comunidad de los discípulos del
Señor.
Como sabéis, la profunda unidad, que une a las Iglesias particulares
existentes en China y que las pone en intima comunión también con todas las
otras Iglesias particulares esparcidas por el mundo, está radicada, además
de la misma fe y en el común Bautismo, sobre todo en la Eucaristía y en el
Episcopado.15 Es la unidad del Episcopado, de la que «el Romano Pontífice,
cual sucesor de Pedro, es el perpetuo y visible principio y fundamento»,16
continúa por los siglos mediante la sucesión apostólica y es fundamento
también de la identidad de la Iglesia de cada tiempo con la Iglesia
edificada por Cristo sobre Pedro y los otros Apóstoles.17
La doctrina católica enseña que el Obispo es principio y fundamento visible
de la unidad en la Iglesia particular, confiada a su ministerio pastoral.18
Pero en cada Iglesia particular, para que esa sea plenamente Iglesia, debe
estar presenta la suprema autoridad de la Iglesia, es decir el Colegio
episcopal junto a su Cabeza el Romano Pontífice, y nunca sin esta. Por lo
tanto el ministerio del Sucesor de Pedro pertenece a la esencia de toda
Iglesia particular desde «dentro».19 Además, la comunión de todas las
Iglesias particulares en la única Iglesia católica y la ordenada comunión
jerárquica de todos los Obispos, sucesores de los Apóstoles, con el Sucesor
de Pedro, son garantía de la unidad de la fe y de la vida de todos los
católicos. Es por esto indispensable, para la unidad de la Iglesia en las
naciones, que cada Obispo esté en comunión con los otros Obispos y que todos
estén en comunión visible y concreta con el Papa.
Nadie es extranjero en la Iglesia, todos son ciudadanos de un mismo Pueblo,
miembros del mismo Cuerpo Místico de Cristo. Vínculo de comunión sacramental
es la Eucaristía, garantizada por el ministerio de los Obispos y de los
presbíteros.20
Toda la Iglesia que está en China es llamada a vivir y manifestar esta
unidad en una rica espiritualidad de comunión, que, teniendo en cuenta las
complejas situaciones concretas en las que la comunidad católica se
encuentra, crezca también en una harmónica comunión jerárquica. Por lo
tanto, Pastores y fieles están llamados a defender y cuidar aquello que
pertenece a la doctrina y a la tradición de la Iglesia.
Tensiones y divisiones al interior de la Iglesia: perdón y reconciliación
6. Dirigiéndose a toda la Iglesia con la Carta Apostólica Novo millennio
ineunte, mi venerado Predecesor, el Papa Juan Pablo II, afirmaba que un
«gran ámbito en el que será necesario realizar un decidido compromiso
programático, a nivel de Iglesia universal y de Iglesias particulares, es
aquello de la comunión (koinonía) que encarna y manifiesta la esencia misma
del misterio de la Iglesia. La comunión es el fruto y la manifestación de
aquel amor que, brotando del corazón del eterno Padre, se derrama en
nosotros a través del Espíritu que Jesús nos dona (cfr Rm 5, 5), para hacer
de todos nosotros “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32). Es
realizando esta comunión de amor que la Iglesia se manifiesta como
“sacramento”, es decir “signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de
la unidad de todo el género humano”. Las palabras del Señor, a tal
propósito, son demasiado precisas para poder reducir su alcance. Tantas
cosas, también en el nuevo siglo, serán necesarias por el camino histórico
de la Iglesia; pero si faltase la caridad (agape), todo será inútil. Es el
mismo apóstol Pablo que nos lo recuerda en el himno a la caridad: si también
hablásemos las lenguas de los hombres y de los ángeles, y tuviésemos una fe
“que mueve montañas”, pero si no tuviésemos la caridad” todo sería “nada”
(cfr 1 Cor 13, 2). La caridad es verdaderamente el “corazón” de la
Iglesia».21
Estas indicaciones, que competen a la naturaleza misma de la Iglesia
universal, tienen un particular significado para la Iglesia que está en
China. A vosotros, en efecto, no faltan los problemas, que se están
afrontando para superar –en su interior y en sus relaciones con la sociedad
civil de la China- tensiones, divisiones y recriminaciones.
A tal propósito, el año pasado, hablando de la Iglesia naciente, tuve la
oportunidad de recordar que «la comunidad de los discípulos conoce desde los
inicios no solo el gozo del Espíritu Santo, la gracia de la verdad y del
amor, sino que también siente, constituida sobre todo por contrastes sobre
las verdades de la fe, con las consecuentes laceraciones de la comunión.
Como la comunión del amor existe desde el inicio y existirá hasta el final
de los tiempos (cfr 1 Jn 1, 1ss), así también lamentablemente desde el
inicio existe también la división. No debemos maravillarnos que esta exista
también hoy[...]. Existe entonces el peligro, en los acontecimientos del
mundo y en las debilidades de la Iglesia, de perder la fe, y así también
perder el amor y la fraternidad. Es por lo tanto un preciso deber de quien
cree en la Iglesia del amor y quiere vivir en esta, reconocer también este
peligro».22
La historia de la Iglesia nos enseña, que no se expresa una autentica
comunión sin un trabajoso esfuerzo de reconciliación.23 En efecto, la
purificación de la memoria, el perdón de quien ha hecho el mal, el olvido de
los daños sufridos y la pacificación de los corazones en el amor, a ser
realizados en el nombre de Jesús crucificado y resucitado, pueden exigir la
superación de posiciones o visiones personales, nacidas de experiencias
dolorosas o difíciles, y son pasos urgentes de realizar para hacer crecer y
manifestar las relaciones de comunión entre fieles y Pastores de la Iglesia
en China.
Por ello, ya mi venerado Predecesor os había dirigido, varias veces, una
invitación al perdón y a la reconciliación. Sobre esto, me gusta retomar un
pasaje del mensaje que él os envió al aproximarse el Año Santo del 2000:
«Preparándoos a la celebración del Gran Jubileo, recordad que en la
tradición bíblica un tal momento siempre ha traído consigo la obligación de
perdonar las deudas los unos a los otros, de reparar injustos tratos y de
reconciliarse con el vecino. También a vosotros ha sido anunciada la “gran
alegría preparada para todos los pueblos”: el amor y la misericordia del
Padre, la Redención obrada en Cristo. En la medida en la que vosotros mismos
seáis disponibles a aceptar tal gozoso anuncio, podráis transmitirlo, con
vuestra vida, a todos los hombres y mujeres que están a vuestro alrededor.
Mi deseo más ardiente es que sigáis las sugerencias interiores del Espíritu
Santo perdonándoos los unos a los otros todo aquello que debe ser perdonado,
acercándoos los unos a los otros, aceptándoos recíprocamente, superando las
barreras para ir más allá de todo aquello que os pueda dividir. No olvidéis
la palabra de Jesús durante la Última Cena: “De esto todos sabrán que sois
mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros” (Jn 13, 35). He
acogido con alegría que queréis ofrecer, como regalo precioso por la
celebración del Gran Jubileo, la unidad entre vosotros con el Sucesor de
Pedro. Tal propósito no puede ser fruto sino del Espíritu, que conduce a Su
Iglesia por los no fáciles caminos de la reconciliación y de la unidad».24
Todos somos concientes del hecho que este camino no podrá realizarse de hoy
para mañana, pero estéis seguros que la Iglesia entera elevará una
insistente oración por vosotros para tal fin.
Tened además presente que vuestro camino de reconciliación está sostenido
por el ejemplo y por la oración de tantos «testimonios de la fe» que han
sufrido y han perdonado, ofreciendo su vida por el provenir de la Iglesia
católica en China. Su misma existencia representa una permanente bendición
para vosotros ante el Padre celeste y su memoria no dejará de producir
abundantes frutos.
Comunidades eclesiales y organismos estatales: relaciones a vivir en la
verdad y en la caridad
7. Un atento análisis de la ya mencionada dolorosa situación de fuertes
contrastes (cfr n. 6), que ve involucrados laicos y Pastores, pone en
evidencia, entre las varias causas, el rol significativo de los organismos,
que han sido impuestos como principales responsables de la vida comunidad
católica. Aún hoy, en efecto, el reconocimiento por parte de tales
organismos es el criterio para declarar una comunidad, una persona o un
lugar religioso, legales y por lo tanto «oficiales». Todo esto ha causado
divisiones tanto en el clero como entre los fieles. Es una situación que
depende sobre todo de factores externos a la Iglesia, pero que ha
condicionado seriamente el camino, dando lugar a sospechas, acusaciones
recíprocas y denuncias, y que continúa siendo una preocupante debilidad.
En lo que se refiere a la delicada cuestión de las relaciones a tener con
los organismos del Estado, es particularmente iluminadora la invitación del
Concilio Vaticano II a seguir la palabra y el modo de actuar de Jesucristo.
Él en efecto, «no queriendo ser un Mesías político y dominador por la
fuerza,25 prefirió llamase Hijo del Hombre, venido “para servir y dar la
propia vida en rescate de muchos” (Mc 10, 45). Se presentó como el perfecto
Siervo de Dios,26 que “No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha
humeante” (Mt 12, 20). Reconoce la autoridad civil y sus derechos, ordenando
pagar el tributo al César; amonestó claramente que deben ser respetados los
superiores derechos de Dios: “Dad al César lo que es del César, y a Dios
aquello que es de Dios” (Mt 22, 21). Completó su revelación consumando en la
cruz la obra de la redención, con la cual merecer para los hombres la
salvación y la verdadera libertad. Dio testimonio de la verdad, 27 pero no
quiso imponerla por la fuerza a los contestadores. Su Reino no se defiende
con la espada,28 sino que se establece dando testimonio y escuchando la
Verdad, y se dilata con el amor, con el cual Cristo, exaltado en la Cruz,
atrae hacia sí a los hombres (cfr Jn 12, 32) ».29
Verdad y amor son las dos columnas portantes de la vida de la comunidad
cristiana. Por este motivo recordaba que «la Iglesia del amor es también la
Iglesia de la verdad, entendida sobre todo como fidelidad al evangelio
confiado por el Señor Jesús a los suyos. [...] Pero la familia de los hijos
de Dios, para vivir en la unidad y en la paz, necesita de quien la custodie
en la verdad y la guié con discernimiento sapiente y autorizado: es aquello
que está llamado a hacer el ministerio de los Apóstoles. Y aquí llegamos a
un punto importante. La Iglesia es toda del Espíritu, pero tiene una
estructura, la sucesión apostólica a la que le compete la responsabilidad de
garantizar la permanencia de la Iglesia en la verdad donada por Cristo, de
la que proviene también la capacidad del amor. [...] Los Apóstoles y sus
sucesores son por lo tanto los custodios y testigos autorizados del depósito
de la verdad entregado a la Iglesia, como son también los ministros de la
caridad: dos aspectos que van juntos. [...] ¡La verdad y el amor son dos
caras del mismo don, que viene de Dios y que gracias al ministerio
apostólico es custodiado en la Iglesia y nos alcanza hasta nuestro
presente!».30
Por ello el Concilio Vaticano II destaca que «el respeto y el amor deben
extenderse también a aquellos que piensan y actúan en modo diverso a
nosotros en las cosas sociales, políticas y hasta religiosas, porque cuanto
con más honestidad y caridad seamos íntimamente comprensivos hacia su modo
de pensar, más fácilmente podremos instaurar el dialogo con ellos». Pero,
nos recuerda el mismo Concilio, «esta caridad y amabilidad no deben en
ningún modo hacernos indiferentes hacia la verdad y el bien».31
Considerando «el designio originario de Jesús»,32 resulta evidente que la
pretensión de algunos organismos, queridos por el Estado y extraños a la
estructura de la Iglesia, de ponerse sobre los Obispos mismos y de guiar la
vida de la comunidad eclesial, no corresponde a la doctrina católica, según
la cual la Iglesia es «apostólica», como ha confirmado también el Concilio
Vaticano II. La Iglesia es apostólica «por su origen, siendo construida
sobre el “fundamento de los Apóstoles” (Ef 2, 20); por su enseñanza, que es
la misma de los Apóstoles; por su estructura, en cuanto instruida,
santificada y gobernada, hasta el retorno de Cristo por los Apóstoles,
gracias a sus sucesores, los Obispos, en comunión con el sucesor de
Pedro».33 Por lo tanto, en cada Iglesia particular, solo «el Obispo
diocesano apacienta en el nombre del Señor el rebaño a él confiado como
Pastor propio, ordinario e inmediato» 34 y, a nivel nacional, solamente una
legítima Conferencia Episcopal puede formular orientaciones pastorales,
válidas para toda la comunidad católica del País interesado.35
También la declarada finalidad de los organismos de actuar «los principios
de independencia y autonomía, autogestión y administración democrática de la
Iglesia»,36 es inconciliable con la doctrina católica, que desde los
antiguos Símbolos de la fe profesa la Iglesia «una, santa, católica y
apostólica».
A la luz de los principios expuestos, los Pastores y fieles laicos
recordaran que la predicación del Evangelio, la catequesis y la obra
caritativa, la acción litúrgica y cultual, así como las decisiones
pastorales, competen únicamente al Obispo junto a sus sacerdotes en la
continuidad permanente de la fe, transmitida por los Apóstoles en las
Sagradas Escrituras y en la Tradición, y por ello no puede ser sujetas a
ninguna interferencia externa.
Ante tal difícil situación, no pocos miembros de la comunidad católica se
preguntan si el reconocimiento por parte de las Autoridades civiles
–necesario para obra públicamente- compromete en algún modo la comunión con
la Iglesia universal. Se bien que esta problemática inquieta dolorosamente
el corazón de los Pastores y de los fieles. Considero en primer lugar, que
la debida y valiente salvaguardia del depósito de la fe y de la comunión
sacramental y jerárquica no se opone, de por sí, al dialogo con las
Autoridades sobre aquellos aspectos de la vida de la comunidad eclesial que
recaen en el ámbito civil. No se ven particulares dificultades para la
aceptación del reconocimiento concedido por las Autoridades civiles, a
condición que este no implique la negación principios irrenunciables de la
fe y de la comunión eclesiástica. En no pocos casos concretos, sino casi
siempre, en el procedimiento de reconocimiento intervienen organismos que
obligan a las personas involucradas a asumir actitudes, a poner gestos y
tomar compromisos que son contrarios al dictado de su conciencia de
católicos. Comprendo, por ello, que en tales y variadas condiciones y
circunstancias sea difícil determinar la opción correcta. Por este motivo la
Santa Sede, tras haber reafirmado los principios, deja la decisión al Obispo
que, habiendo escuchado a su presbiterio, está en mejor capacidad de conocer
la situación local, de sopesar las concretas posibilidades y evaluar las
eventuales consecuencias al interior de la comunidad diocesana. Podría darse
el caso que la decisión final no encuentre el consenso de todos los
sacerdotes y fieles. Deseo, sin embargo, que esta sea acogida, incluso si
con sufrimiento, y que se mantenga la unidad de la comunidad diocesana con
el propio Pastor.
Será cosa buena que Obispos y presbíteros, con verdadero corazón de
pastores, se esfuercen en todos los modos para no dar lugar a situaciones de
escándalo, tomando las ocasiones para formar la conciencia de los fieles,
con particular atención a los más débiles: todo será vivido en la comunión y
en la comprensión fraterna, evitando juicios y condenas recíprocas. También
en este caso se debe tener presente que, especialmente en ausencia de un
verdadero espacio de libertad, para evaluar la moralidad de un acto es
necesario conocer con particular cuidado las reales intenciones de la
persona interesada, más allá de la falta objetiva. Cada caso deberá ser
evaluado singularmente, teniendo en cuenta las circunstancias.
El Episcopado de la China
8. En la Iglesia, Pueblo de Dios, solo a los sagrados ministros, debidamente
ordenados tras una adecuada instrucción y formación, les espera el ejercicio
del «enseñar, santificar y gobernar». Fieles laicos pueden, con la misión
canónica por parte del Obispos, realizar un útil ministerio eclesial de
transmisión de la fe.
En los años recientes, por varios motivos, vosotros, Hermanos en el
episcopado, habéis encontrad dificultades, porque personas no «ordenadas», y
a veces ni siquiera bautizadas, controlan y toman decisiones sobre
importantes cuestiones eclesiales, incluido el nombramiento de Obispos, en
nombre de organismos estatales. En consecuencia, se ha asistido a una
devaluación del ministerio petrino y episcopal por una visión de la Iglesia,
según la cual el Sumo Pontífice, los Obispos y los sacerdotes, corren el
riesgo real de convertirse en personas sin oficio y sin poder. En cambio,
como se decía, los ministerios petrino y episcopal son elementos esenciales
e integrales de la doctrina católica sobre la estructura sacramental de la
Iglesia. Esta naturaleza de la Iglesia es un don del Señor Jesús, porque «
El mismo "dio" a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros,
evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de
los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del
Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del
conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la
madurez de la plenitud de Cristo. » (Ef 4, 11-13).
La comunión y la unidad —me sea consentido repetirlo (cfr n. 5) — son
elementos esenciales e integrales de la Iglesia católica: por lo tanto el
proyecto de una Iglesia «independiente», en ámbito religioso, de la Santa
Sede es incompatible con la doctrina católica.
Son conciente de las graves dificultades, a las cuales tenéis que hacer
frente en la situación mencionada para manteneros fieles a Cristo, a su
Iglesia y al Sucesor de Pedro. Recordándoos que – como ya afirmaba san Pablo
(cfr Rm 8, 35-39) — ninguna dificultad puede separarnos del amor de Cristo,
nutro la confianza en que sabréis hacer todo lo posible, confiando en la
gracia del Señor, para salvaguardar la unidad y la comunión eclesial también
al costo de grandes sacrificios.
Muchos miembros del Episcopado de la China, que en estos últimos decenios
han guiado la Iglesia, han ofrecido y ofrecen, a las propias comunidades y a
la Iglesia universal un luminoso testimonio. Una vez más, brota del corazón
un himno de alabanza y de agradecimiento al «Pastor supremo» del rebaño (1
Pt 5, 4): no se puede en efecto olvidar que muchos de aquellos que han
sufrido la persecución han sido impedidos del ejercicio de su ministerio, y
algunos de ellos han hecho fecunda a la Iglesia con la efusión de la propia
sangre. Los nuevos tiempos y el desafió de la nueva evangelización resaltan
la función del ministerio episcopal. Como decía Juan Pablo II a los Pastores
de todas las partes del mundo reunidos en Roma para la celebración del
Jubileo, «el Pastor es el primer responsable y animador de la comunidad
eclesial tanto en la exigencia de comunión como en la proyección misionera.
Frente al relativismo y al subjetivismo que contaminan a buena parte de la
cultura contemporánea, los Obispos son llamados a defender y promover la
unidad doctrina de sus fieles. Solícitos por cada situación en la que la fe
es perdida o ignorada, estos se esfuerzan con todos los medios en favor de
la evangelización, preparando para tal fin a los sacerdotes, religiosos y
laicos y poniendo a su disposición los recursos necesarios».37
En la misma ocasión mi venerado Predecesor recordaba que «el Obispo, sucesor
de los Apóstoles, es uno por el cual Cristo es todo. Con Pablo él puede
repetir cada día: “Para mi la vida es Cristo... (Fil 1, 21)”. Esto debe
testimoniar con todo su comportamiento. El Concilio Vaticano II enseña: “Los
Obispos deben realizar su deber apostólico como testimonios de Cristo frente
a todos los hombres” (Decr. Christus Dominus, 11) ».38
Sobre el servicio episcopal, aprovecho la ocasión para recordar cuanto dije
recientemente: «Los Obispos tienen la primera responsabilidad de edificar la
Iglesia como familia de Dios y como lugar de ayuda y de disponibilidad. Para
poder realizar esta misión, habéis recibido, con la consagración episcopal,
tres peculiares oficios: el munus docendi, el munus sanctificandi y el munus
regendi, que en su conjunto constituyen el munus pascendi. En particular, la
finalidad del munus regendi es el crecimiento de la comunión eclesial, es
decir la construcción de una comunidad concorde en la escucha de las
enseñanzas de los apóstoles, en la fracción del pan, en las oraciones y en
la unión fraterna. Estrechamente en relación con los oficios de enseñar y de
santificar, está el de gobernar — el munus regendi — que constituye para el
Obispo un auténtico acto de amor hacia Dios y hacia el prójimo que se
expresa en la caridad pastoral ».39
Como sucede en el resto del mundo, también en China la Iglesia es gobernada
por Obispos, que mediante la ordenación episcopal a ellos conferida por
otros Obispos válidamente ordenados, han recibido, junto al oficio de
santificar, los oficios de enseñar y de gobernar el pueblo confiado a ellos
en las respectivas Iglesias particulares, con una potestad que es dada por
Dios mediante la gracia del sacramento del Orden. Los oficios de enseñar y
de gobernar, sin embargo, «por su misma naturaleza, no pueden ser
ejercitados sino en la comunión jerárquica con la Cabeza y con los miembros
del Colegio» de los Obispos.40 En efecto – precisa el mismo Concilio
Vaticano II- «una persona es constituida miembro del Cuerpo episcopal en
virtud de la consagración sacramental y de la comunión jerárquica con la
Cabeza y con los miembros del Colegio ».41
Actualmente, todos los Obispos de la Iglesia católica en China son hijos del
Pueblo de la China. No obstante muchas y graves dificultades, la Iglesia
católica en China, por una particular gracia del Espíritu Santo, no ha sido
privada jamás del ministerio de los legítimos Pastores que han conservado
intacta la sucesión apostólica. Debemos agradecer al Señor por esta
presencia constante y sufrida de Obispos, que han recibido la ordenación
episcopal en conformidad con la tradición católica, es decir en comunión con
el Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, y por mano de Obispos, válidamente y
legítimamente ordenados, en la observación del rito de la Iglesia católica.
Algunos de ellos, no queriendo pasar por un indebido control, ejercitado
sobre la vida de la Iglesia, y deseosos de mantener una plena fidelidad al
Sucesor de Pedro y a la doctrina católica, se han visto obligados a hacerse
consagrar clandestinamente. La clandestinidad no entra en la normalidad de
la vida de la Iglesia, y la historia muestra que Pastores y fieles recurren
a ella solamente en el sufrido deseo de mantener íntegra la propia fe y no
aceptar ingerencias de organismos estatales en aquello que toca lo íntimo de
la vida de la Iglesia. Por tal motivo la Santa Sede desea que estos
legítimos Pastores puedan ser reconocidos como tales por las Autoridades
gobernativas para los efectos civiles – en cuanto necesarios- y que los
fieles puedan expresar libremente la propia fe en el contexto social en el
que se encuentran viviendo.
Otros pastores, en cambio, bajo el impulso de circunstancias particulares
han consentido recibir la ordenación episcopal sin el mandato pontificio
pero, seguidamente, han pedido poder ser acogidos en la comunión con el
Sucesor de Pedro y con los otros hermanos en el episcopado. El Papa,
considerando la sinceridad de sus sentimientos y la complejidad de la
situación, y teniendo presente el parecer de los Obispos vecinos, en virtud
de la propia responsabilidad de Pastor universal de la Iglesia les ha
concedido el pleno y legítimo ejercicio de la jurisdicción episcopal. Esta
iniciativa del Papa nacía del conocimiento de las particulares
circunstancias de su ordenación y de su profunda preocupación pastoral de
favorecer el restablecimiento de una plena comunión. Sin embargo, la mayoría
de las veces, los sacerdotes y fieles no han sido adecuadamente informados
de la legitimación de su Obispo, y esta ha dado lugar a no pocos y graves
problemas de conciencia. Por lo demás, algunos Obispos legitimados no han
ofrecidos gestos, que comprobasen claramente la legitimación. Por este
motivo es indispensable que, por el bien espiritual de las comunidades
diocesanas interesadas, la legitimación acontecida pueda ser hecha de
dominio público en breve tiempo y que los Prelado legitimados realicen cada
vez más gestos inequívocos de plena comunión con el Sucesor de Pedro.
No faltan en fin algunos Obispos — en un numero muy reducido— que han sido
ordenados sin el mandato pontificio y no han pedido, o no han obtenido aún,
la necesaria legitimación. Según la doctrina de la Iglesia católica deben
ser considerados ilegítimos, pero válidamente ordenados, siempre que exista
la certeza de que han recibido la ordenación de Obispos validamente
ordenados y que ha sido respetado el rito católico de la ordenación
episcopal. Ellos por tanto, pese a no estar en comunión con el Papa, ejercen
válidamente su ministerio en la administración de los sacramentos, aunque de
manera ilegítima. ¡Qué gran riqueza espiritual derivaría para la Iglesia en
China si, en presencia de las necesarias condiciones, también estos Pastores
se incorporaran a la comunión con el Sucesor de Pedro y con todo el
episcopado católico! No solo se vería legitimado su ministerio episcopal,
sino que también resultaría más rica su comunión con los sacerdotes y con
los fieles que consideran a la Iglesia en China parte de la Iglesia
católica, unida con el Obispo de Roma y con todas las otras Iglesias
particulares esparcidas por el mundo.
En cada nación todos los Obispos legítimos constituyen una Conferencia
Episcopal, dirigida según un estatuto propio que, según el derecho canónico,
debe ser aprobado por la Sede Apostólica. Tal Conferencia Episcopal expresa
la comunión fraterna de todos los Obispos de una nación y trata las
cuestiones doctrinales y pastorales, que son relevantes para toda la
comunidad católica en el País, sin interferir en el ejercicio de la potestad
ordinaria e inmediata de cada Obispos en la propia diócesis. Además, cada
Conferencia Episcopal mantiene oportunos y útiles contactos con las
Autoridades civiles del lugar, incluso para favorecer la colaboración entre
la Iglesia y el Estado, pero es obvio que una Conferencia Episcopal no puede
ser sometida a ninguna Autoridad civil en las cuestiones de fe y de vida
según la fe (fides et mores, vida sacramental), que son exclusivamente de
competencia de la Iglesia.
A la luz de los principios arriba expuestos, el actual Colegio de Obispos
Católicos de China no puede ser reconocido como Conferencia Episcopal por la
Sede Apostólica: no forman parte los Obispos «clandestinos», es decir, no
reconocidos por el Gobierno, que están en comunión con El Papa; incluye
Prelado, que aún son ilegítimos, y está dirigida por estatutos, que
contienen elementos inconciliables con la doctrina católica.
Nombramiento de los Obispos
9. Como es sabido a todos vosotros, uno de los problemas más delicados en
las relaciones de la Santa Sede con las Autoridades de vuestro País es la
cuestión de los nombramientos episcopales. Por un lado, se puede comprender
que las Autoridades del gobierno estén atentos a la elección de aquellos que
llevarán a cabo el importante papel de guías y de pastores de las
comunidades católicas locales, incluyendo los aspectos sociales que — en
China come en el resto del mundo— tal función tiene en el campo civil. Por
otro lado, la Santa Sede sigue con especial cuidado el nombramiento de los
Obispos ya que éste toca el corazón mismo de la vida de la Iglesia en cuanto
que el nombramiento de los Obispos de parte del Papa es garantía de la
unidad de la Iglesia y de la comunión jerárquica. Por este motivo el Código
de Derecho canónico (cfr can. 1382) establece graves sanciones ya sea para
el Obispo que confiere libremente la ordenación episcopal sin el mandato
apostólico sea para aquel que la recibe: tal ordenación representa en efecto
una dolorosa herida a la comunión eclesial y una grave violación de la
disciplina canónica.
El Papa, cuando concede el mandato apostólico para la ordenación de un
Obispo, ejerce su suprema autoridad espiritual: autoridad e intervención,
que permanecen en el ámbito estrictamente religioso. No se trata por tanto
de una autoridad política, que se entromete indebidamente en los asuntos
internos de un Estado y hiere su soberanía.
El nombramiento de Pastores para una determinada comunidad religiosa es
entendida, incluso en documentos internacionales, como un elemento
constitutivo del pleno ejercicio del derecho a la libertad religiosa.43 La
Santa Sede amaría ser completamente libre en el nombramiento de los Obispos;
44 por tanto, considerando el reciente camino peculiar de la Iglesia en
China, auguro que se encuentre un acuerdo con el Gobierno para resolver
algunas cuestiones referidas ya sea a la elección de los candidatos al
episcopado ya sea a la publicación del nombramiento de los Obispos ya sea al
reconocimiento — para efectos civiles en cuanto sean necesarios— del nuevo
Obispo por parte de las Autoridades civiles.
Finalmente, en lo que respecta a la elección de los candidatos al
episcopado, aún conociendo vuestras dificultades al respecto, debe recordar
la necesidad de que éstos sean sacerdotes dignos, respetados y amados por
los fieles, y modelos de vida en la fe, y que posean una cierta experiencia
en el ministerio pastoral y sean por tanto más adecuados a hacer frente a la
pesada responsabilidad de Pastor de la Iglesia.45 Cuando en una diócesis
fuese imposible encontrar candidatos adecuados para la sede episcopal, la
colaboración con los Obispos de las diócesis limítrofes puede ayudar a
señalar candidatos idóneos.
ORIENTACIONES PARA LA VIDA PASTORAL
Sacramentos, gobierno de las diócesis, parroquias
10. En los últimos tiempos han surgido dificultades, ligadas a iniciativas
individuales de Pastores, de sacerdotes y de fieles laicos, que, movidos por
un generoso celo pastoral, no siempre han respetado las tareas o
responsabilidades de otros.
Al respecto el Concilio Vaticano II nos recuerda que, si por un lado cada
Obispo “en cuanto miembro del Colegio episcopal y legítimo sucesor de los
Apóstoles, es llamado, por institución y precepto de Cristo, a tener una
solicitud por toda la Iglesia”, por otro, ellos “ejercen su gobierno
pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios que les ha sido confiada, no
sobre otras Iglesias ni sobre la Iglesia universal”.46
Además, frente a ciertas problemáticas surgidas en varias comunidades
diocesanas durante los últimos años, me parece necesario recordar la norma
canónica según la cual cada clérigo debe estar incardinado en una Iglesia
particular o en un Instituto de vida consagrada y debe ejercer su ministerio
en comunión con el Obispo Diocesano. Solo por justos motivos un clérigo
puede ejercer el ministerio en otra diócesis, pero siempre con el previo
acuerdo de los dos Obispos Diocesanos, o sea de aquel de la Iglesia
particular en la que está incardinado y de aquel de la Iglesia particular a
cuyo servicio está destinado.47
En no pocas circunstancia, además, os habéis planteado el problema de la
concelebración de la Eucaristía. Al respecto, recuerdo que ésta presupone,
como condiciones, la profesión de la misma fe y la comunión jerárquica con
el Papa y con la Iglesia universal. Por tanto es lícito concelebrar con
Obispos y con sacerdotes que están en comunión con el Papa, aún si son
reconocidos por las Autoridades civiles y mantienen una relación con
organismos, queridos por el estado y ajenos a la estructura de la Iglesia,
siempre y cuando — como se ha indicado arriba (cfr n. 7, capov. 8o) — el
reconocimiento y la relación no comporten la negación de los principios
irrenunciables de la fe y de la comunión eclesiástica.
También los fieles laicos, que están animados por un sincero amor por Cristo
y por la Iglesia, no deben dudar de participar en la Eucaristía, celebrada
por Obispos y por sacerdotes que están en plena comunión con el Sucesor de
Pedro y son reconocidos por las Autoridades civiles. Lo mismo vale para
todos los demás sacramentos.
Siempre a la luz de los principios de la doctrina católica deben ser
resueltos los problemas que surgen con aquellos Obispos, que han sido
consagrados sin el mandato pontificio, así como respecto del rito católico
de la ordenación episcopal. Su ordenación — como ya he dicho (cfr n. 8,
capov. 12o) — es ilegítima pero valida, así como son válidas las
ordenaciones sacerdotales por ellos conferidas y son válidos también los
sacramentos administrados por tales Obispos y sacerdotes. Por tanto los
fieles, teniendo presente esto, para la celebración eucarística y para los
otros sacramentos debe, en la medida de los posibles, buscar Obispos y
sacerdotes que están en comunión con el Papa: sin embargo, cuando aquello no
fuese posible sin grave incomodidad, pueden, por exigencia de su bien
espiritual, dirigirse también a aquellos que no están en comunión con el
Papa.
Considero además oportuno llamar vuestra atención a cuanto la legislación
canónica prevé para ayudar a los Obispos Diocesanos a realizar s propia
tarea pastoral. Cada Obispo Diocesano es invitado a servirse de
indispensables instrumentos de comunión y de colaboración al interior de la
comunidad católica diocesana: la curia diocesana, el consejo presbiteral, el
colegio de los consultores, el consejo pastoral diocesano y el consejo
diocesano para asuntos económicos. Estos organismos expresan la comunión,
favorecen el compartir de las responsabilidades comunes y son de gran ayuda
a los Pastores, que pueden así valerse de la fraterna colaboración de
sacerdotes, de personas consagradas y de fieles laicos.
Lo mismo vale para los diversos consejos, que el Derecho canónico prevé para
las parroquias: el consejo pastoral parroquial y el consejo parroquial para
los asuntos económicos.
Tanto para las diócesis como para las parroquias, deberá prestarse
particular atención dedicada a los bienes temporales de la Iglesia, mueblos
e imuebles, que deberán ser registrados legalmente en el campo civil a
nombre de la diócesis o de la parroquia y nunca a nombre de personas
particulares (es decir, Obispo, párroco o grupo de fieles). Al mismo tiempo
mantiene toda la su validez la tradicional orientación pastoral y misionera,
que se resume en el principio: « nihil sine Episcopo ».
Del Análisis de las problemáticas expuestas surge con claridad que una
verdadera solución de ellas tiene su raíz en la promoción de la comunión,
que requiere vigor y valor, desde su fuente, de Cristo, icono del amor del
Padre. La caridad, que está siempre por encima de todo (cfr 1 Cor 13, 1-12),
será la fuerza y el criterio en el trabajo pastoral para la construcción de
una comunidad eclesial, que haga presente a Cristo Resucitado al hombre de
hoy.
Las provincias eclesiásticas
11. Numerosos cambios administrativos han ocurrido, en el campo civil,
durante los últimos cincuenta años. Ello ha involucrado también a diversas
circunscripciones eclesiásticas, que han sido eliminadas o reagrupadas o han
sido modificadas en su configuración territorial en base a las
circunscripciones civiles. Al respecto deseo confirmar que la Santa Sede
está dispuesta a abordar todo el asunto de las circunscripciones y de las
provincias eclesiásticas en un diálogo abierto y constructivo con el
Episcopado chino y — en cuanto sea oportuno y útil — con las Autoridades
gubernamentales.
Las comunidades católicas
12. Me es conocido que las comunidades diocesanas y parroquiales, repartidas
en el vasto territorio chino, muestran una particular vivacidad de vida
cristiana, de testimonio de la fe y de iniciativas pastorales. Es para mí
consolante constatar que, a pesar de las dificultades pasadas y presentes,
los Obispos, los sacerdotes, las personas consagradas y los fieles laicos
han mantenido una profunda conciencia de ser miembros vivos de la Iglesia
universal, en comunión de fe y de vida con todas las comunidades católicas
del mundo. Ellas saben, en su corazón, que cosa quiere decir ser católicos.
Y es precisamente de este corazón católico que debe nacer también el
compromiso para expresar y actuar, se al interior de cada comunidad o en las
relaciones entre las diversas comunidades, aquel espíritu de comunión, de
comprensión y de perdón que — como se ha dicho arriba (cfr n. 5, capov. 4o,
y n. 6) — es el signo visible de una autentica existencia cristiana. Estoy
seguro que el Espíritu de Cristo, como ha ayudado a las comunidades a
mantener viva la fe en tiempo de persecución, ayudará hoy a todos los
católicos a crecer en la unidad.
Como ya lo hacía presente (cfr n. 2, capov. 1o, y n. 4, capov. 1o), a los
miembros de las comunidades católicas en vuestro País — especialmente a los
Obispos, a los presbíteros y a las personas consagradas — no se ha
conseguido aún el poder vivir y expresar, en plenitud y de modo también
visible, ciertos aspectos de la su pertenencia a la Iglesia y de su comunión
jerárquica con el Papa, siendo normalmente impedidos los contactos libres
con la Santa Sede y con las otras comunidades católicas en los diversos
países. Es verdad que en los últimos años la Iglesia goza, comparado con el
pasado, de una mayor libertad religiosa. Sin embargo, no se puede negar que
persisten graves limitaciones que tocan el corazón de la fe y que, en cierta
medida, sofocan la actividad pastoral. Al respecto renuevo el deseo (cfr n.
4, capovv. 2o-4o) que, en el curso de un dialogo respetuosos y abierto entre
la Santa Sede y los Obispos chinos, por una parte, y de las Autoridades del
gobierno, por otra, se puedan superar las mencionadas dificultades y se
llegue, así, a un fecundo entendimiento que será para beneficio de la
comunidad católica y de la convivencia social.
Los presbíteros
13. Quisiera ahora dirigir un pensamiento especial y una invitación a los
sacerdotes — de modo particular a aquellos ordenados en los últimos años —,
que con tanta generosidad han emprendido el camino del ministerio pastoral.
Me parece que la actual situación eclesial y socio-política hace cada vez
más exigente la exigencia obtener luz y fuerza de las fuentes de la
espiritualidad sacerdotal, que son el amor de Dios, el incondicional
seguimiento de Cristo, la pasión por el anuncio del Evangelio, la fidelidad
a la Iglesia y el servicio generoso al prójimo.48 ¿Como no recordar al
respecto, como aliento para todos, las figuras luminosas de Obispos y de
sacerdotes que, en los años difíciles del reciente pasado, han testimoniado
un amor indefectible a la Iglesia, también con el don de la propia vida por
ella y por Cristo?
¡Muy queridos Sacerdotes! Vosotros que soportáis « el peso de la jornada y
el calor» (Mt 20, 12), que habéis puesto la mano en el arado y no os habéis
vuelto atrás (cfr Lc 9, 62), pensad en aquellos lugares, donde los fieles
esperando con ansia a un sacerdote y donde desde muchos años, sintiendo su
ausencia, no dejan de anhelar su presencia. Se bien que en medio de vosotros
existen compañeros que han debido hacer frente a tiempos y a situaciones
difíciles, asumiendo posiciones no siempre aceptables desde un punto de
vista eclesial, y que, a pesar de todo, desean regresar a la plena comunión
de la Iglesia. En el espíritu de aquella profunda reconciliación, a la cual
mi venerado Predecesor ha invitado repetidamente a la Iglesia en China,49 me
dirijo a los Obispos que están en comunión con el Sucesor de Pedro, para que
con ánimo paterno valoren caso por caso y den una justa respuesta a tal
deseo, recurriendo — si es necesario — a la Sede Apostólica. Y, como signo
de esta deseada reconciliación, pienso que no exista gesto más significativo
que el de renovar comunitariamente — con ocasión de la jornada sacerdotal
del Jueves Santo, como sucede en la Iglesia universal, o en otra
circunstancia que se considere más oportuna — la profesión de fe, como
testimonio de la plena comunión alcanzada, la edificación del Pueblo santo
de Dios confiado a vuestro cuidado pastoral, y pata gloria de la Santísima
Trinidad.
Soy conciente que también en China, como en el resto de la Iglesia, surge la
necesidad de una adecuada formación permanente del clero. De aquí surge la
invitación, dirigida a vosotros Obispos como responsables de las comunidades
eclesiales, a pensar especialmente en el clero joven que está siempre más
sometido a nuevos desafíos pastorales, vinculado a las exigencias de la
tarea de evangelizar una sociedad tan compleja como es la sociedad china
actual. Nos lo recordaba el Papa Juan Pablo II: la formación permanente de
los sacerdotes « es una exigencia intrínseca al don y al ministerio
sacramental recibido y se revela como necesaria en todo tiempo. Hoy sin
embargo resulta ser particularmente urgente, no solo por el rápido cambio de
las condiciones sociales y culturales de los hombres y de los pueblos entre
los cuales se desarrolla el ministerio presbiteral, sino también por aquella
“nueva evangelización” que constituye la tarea esencial e impostergable de
la Iglesia al fin del segundo milenio ».50
Las vocaciones y la formación religiosa
14. Durante los últimos cincuenta años no ha faltado en la Iglesia en China
un abundante florecimiento de vocaciones al sacerdocio y a la vida
consagrada. De esto se debe dar gracias al Señor porque se trata de un signo
de vitalidad y de un motivo de esperanza. En el curso de los años también
han surgido muchas congregaciones religiosas autóctonas: los Obispos y los
sacerdotes saber por experiencia cuán insustituible es la contribución de
las religiosas en la catequesis y en la vida parroquial en todas sus formas;
además, la atención a los más necesitados, prestada en colaboración también
con las Autoridades civiles locales, es expresión de aquella caridad y de
aquel servicio al prójimo que son el testimonio más creíble de la fuerza y
de la vitalidad del Evangelio de Jesús.
Son sin embargo concientes que el florecimiento está acompañado, hoy, de no
pocas dificultades. Surge por tanto la exigencia de un más atento
discernimiento vocacional de parte de los responsables eclesiales sea de una
más profunda educación e instrucción de los aspirantes al sacerdocio y a la
vida religiosa. A pesar de la precariedad de los medios disponibles, por el
futuro de la Iglesia en China será necesario empeñarse para asegurar, de un
lado, una particular atención en el cuidado de las vocaciones y, por otro
lado, una formación más sólida en los aspectos humano, espiritual,
filosófico-teológico y pastoral, a llevarse a cabo en los seminarios y en
los institutos religiosos.
A este respecto, merece una mención particular la formación en el celibato
de los candidatos al sacerdocio. Es importante que ellos aprendan a vivir y
a estimar el celibato como don precioso de Dios y como signo eminentemente
escatológico, que testimonia un amor indiviso a Dios y a su pueblo y
configura al sacerdote con Cristo, Cabeza y Esposo de la Iglesia. Tal don,
en efecto, de modo especial « expresa el servicio del sacerdote a la Iglesia
en y con el Señor» 51 y representa un valor profético para el mondo de hoy.
Respecto de la vocación religiosa, en el contexto actual de la Iglesia en
China es necesario que aparezcan siempre más luminosas sus dos dimensiones:
así , por un lado, el testimonio del carisma de la total consagración a
Cristo a través de los votos de castidad, pobreza y obediencia y, por otro,
la respuesta a la exigencia de anunciar el Evangelio en las actuales
condiciones histórico-sociales del País.
Los fieles laicos y la familia
15. en los tiempos más difíciles de la historia reciente de la Iglesia
católica en China los fieles laicos, se a nivel individual y familiar, sea
como miembros de movimientos espirituales y apostólicos, han mostrado una
plena fidelidad al Evangelio, pagando también personalmente la propia
fidelidad a Cristo. Vosotros, laicos, estáis llamados, aún hoy, a encarnar
el Evangelio en vuestra vida y a dar un testimonio por medio de un generoso
y efectivo servicio para el bien del pueblo y para el desarrollo del País: y
cumpliréis tal misión viviendo como ciudadanos honestos y actuando como
colaboradores activos y corresponsables en la difusión de la Palabra de Dios
en vuestro ambiente, rural o urbano. ¡Vosotros, que en tiempos recientes
habéis sido valientes testigos de la fe, seguís siendo la esperanza de la
Iglesia para el futuro! Esto exige vuestra siempre más motivada
participación en todas las instancias de la vida de la Iglesia, en comunión
con vuestros respectivos Pastores.
Ya que el futuro de la humanidad pasa a través de la familia, considero
indispensable y urgente que los laicos promuevan los valores y tutelen las
exigencias. Ellos, que en la fe conocen plenamente el maravilloso designio
de Dios sobre la familia, tienen una razón de más para asumir esta consigna
concreta y comprometedora: la familia en efecto « es el lugar normal donde
las jóvenes generaciones llegan a la madurez personal y social. La familia
lleva consigo la herencia de la humanidad misma, ya que la vida pasa a
través de ella de generación en generación. La familia ocupa un lugar muy
importante en las culturas de Asia y, como han subrayado los Padres
sinodales, los valores familiares como el respeto filial, el amor y el
cuidado de los ancianos y los enfermos, el amor por los pequeños y la
armonía son tenido en gran estima en todas la culturas y las tradiciones
religiosas de aquel Continente ».52
Los mencionados valores forman parte del relevante contexto cultural chino,
pero también en vuestra tierra no faltan fuerzas que influyen negativamente
en la familia en varas maneras. Por tanto la Iglesia que está en China,
consciente que el bien de la sociedad y de sí misma está profundamente
ligado al bien de la familia,53 debe sentir de modo más vivo y apremiante su
misión de proclamar a todos el plan de Dios sobre el matrimonio y sobre la
familia, asegurando su plena vitalidad.54
La iniciación cristiana de adultos
16. La historia reciente de la Iglesia católica en China ha visto un elevado
número de adultos, que se han acercado a la fe gracias también al testimonio
de la comunidad cristiana local. Vosotros, Pastores, estáis llamados a
cuidar de modo particular su iniciación cristiana a través de un adecuado y
serio periodo de catecumenado que los ayude y los prepare para llevar una
vida de discípulos de Jesús.
Al respecto recuerdo que la evangelización no es nunca pura comunicación
intelectual, sino también un experiencia de vida, purificación y
transformación de toda la existencia, y camino de comunión. Solo así se
instaura una justa relación entre pensamiento y vida.
Mirando además al , si debe en efecto destacar que muchos adultos no siempre
han sido suficientemente iniciados a la plena verdad de la vida cristiana y
menos han conocido la riqueza de la renovación aportada por el Concilio
Vaticano II. Parece por tanto necesario y urgente ofrecerles una sólida y
profunda formación cristiana, sobre la forma también de un catecumenado
post-bautismal.55
La vocación misionera
17. La Iglesia, siempre y en todo lugar misionera, está llamada a la
proclamación y al testimonio del Evangelio. También la Iglesia en China debe
sentir en su corazón el ardor misionero de su Fundador y Maestro.
Dirigiéndose a los jóvenes peregrinos en el Monte de las Bienaventuranzas en
el Año Santo 2000, Juan Pablo II decía : « Al momento de la su Ascensión,
Jesús confió a sus discípulos una misión y esta promesa: “Mi ha sido dado
todo poder en cielo y en la tierra. Id pues por tanto y enseñad a todas las
naciones... he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo” (Mt 28, 18-20). Desde hace dos mil años los seguidores de Cristo
desempeñan esta misión. Ahora, en el alba del tercer milenio, os toca a
vosotros. Os toca a vosotros ir al mondo y anunciar el mensaje de los Diez
Mandamientos y de las Bienaventuranzas. Cuando Dios habla, habla de cosas
que tienen la más grande importancia para cada persona, para las personas
del siglo XXI no menos que para aquellas del primer siglo. Los Diez
Mandamientos y las Bienaventuranzas hablan de verdad y de bondad, de gracia
y de libertad, de cuanto es necesario para entrar en el Reino de Cristo ».56
Ahora toca a vosotros, discípulos chinos del Señor, ser valientes apóstoles
de aquel reino. Estoy seguro que grande y generosa será vuestra respuesta.
CONCLUSIÓN
Revocación de las facultades y de las directivas pastorales
18. Considerando en primer lugar algunos desarrollos positivos de la
situación de la Iglesia en China, en segundo lugar las mayores oportunidades
y facilidades en las comunicaciones y, por último, los pedidos que diversos
Obispos y sacerdotes han realizado, con la presente Carta revoco todas las
facultades que habían sido concedidas para hacer frente a las particulares
exigencias pastorales, surgidas en tiempos verdaderamente difíciles.
Lo mismo se diga de todas las directivas de orden pastoral, pasadas y
recientes. Los principios doctrinales, que las inspiraban, encuentran ahora
nueva aplicación en las directivas, contenidas en la presente carta.
Jornada de Oración por la Iglesia en China
19. Muy queridos Pastores y fieles todos, el día 24 de mayo, que está
dedicado a la memoria litúrgica de la Santa Virgen María, Auxilio de los
Cristianos— la cuál es venerada con tanta devoción en el santuario mariano
de Sheshan en Shanghai —, en futuro podría convertirse en ocasión para los
católicos de todo el mondo para unirse en oración con la Iglesia que está en
China.
Deseo que esta fecha sea para vosotros una jornada de oración por la Iglesia
en China. Os exhorto a celebrarla renovando vuestra comunión de fe en Jesús
Nuestro Señor y de fidelidad al Papa, orando para que la unidad entre
vosotros sea siempre más profunda y visible. Os recuerdo además el
mandamiento de amor que Jesús nos ha dado, de amar a nuestros enemigos y de
orar por aquellos que nos persiguen, como dice la invitación del Apóstol san
Pablo : « Os encomiendo, ante todo, que se hagan pedidos, súplicas,
oraciones y agradecimientos por todos los hombres, por los reyes y por todos
aquellos que están en el poder, para que podamos transcurrís una vida
calmada y tranquila, con toda piedad y dignidad. Esta es una cosa bella y
agradable a Dios, nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres se
salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2, 1-4).
En la misma jornada los católicos en el mundo entero — en particular
aquellos que son de origen chino — mostrarán su fraterna solidaridad y
solicitud por vosotros, pidiendo al Señor de la historia el don de la
perseverancia en el testimonio, seguros que vuestros sufrimientos pasados y
presentes por el santo Nombre de Jesús y vuestra intrépida lealtad al Su
Vicario en la tierra serán premiadas, incluso si en ocasiones todo pueda
parecer un triste fracaso.
Saludo final
20. Al concluir esta Carta auguro a vosotros, queridos Pastores de la
Iglesia católica que está en China, sacerdotes, personas consagradas y
fieles laicos, a estar « repletos de gozo, incluso si ahora debéis estar por
un poco de tiempo afligidos por varias pruebas, para que el valor de vuestra
fe, mucho más preciosa que el oro, que, incluso destinado a perecer, aún se
prueba con el fuego, retorne para vuestra alabanza, gloria y honor en la
manifestación de Jesús Cristo » (1 Pt 1, 6- 7).
Maria Santísima, Madre de la Iglesia y Reina de China, que en la hora de la
Cruz ha sabido, en el silencio de la esperanza, esperar la mañana de la
Resurrección, os acompañe con materna premura e interceda por todos vosotros
junto a san José y a los numerosos santos Mártires chinos.
Os aseguro mis constantes oraciones y, con un pensamiento afectuoso a los
ancianos, los enfermos, los niños y los jóvenes de vuestra noble Nación, os
bendigo de corazón.
Dado en Roma, junto a San Pietro, el 27 de mayo, Solemnidad de Pentecostés,
del año 2007, tercero de mi Pontificado.
NOTAS
1 Benedetto XVI, Angelus del 26 dicembre 2006: «
Con especial vicinanza espiritual, penso también a aquellos cattolici que
mantengono la propria fidelidad a la Sede de Pietro senza cedere a
compromessi, a volte también a prezzo de gravi sofferenze. Toda la Iglesia
ne ammira l'esempio y prega perché essi abbiano la forza de perseverare,
sapendo que le loro tribolazioni son fonte de vittoria, también se al
momento possono sembrare un fallimento »: L'Osservatore Romano, 27-28
dicembre 2006, p. 12.
2 Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past.Gaudium et spes
sulla Iglesia en el mondo contemporaneo, n. 10.
3 Messaggio Con intima gioia a los partecipanti
al Convegno Internazionale su « Matteo Ricci: por un dialogo tra China y
Occidente » (24 ottobre 2001), n. 4: L'Osservatore Romano, 25 ottobre 2001,
p. 5.
4 Cfr Juan Pablo II, Esort. ap. post-sinodale
Ecclesia en Asia (6 novembre 1999), n. 7: AAS 92 (2000), 456.
5 Cfr ibid., nn. 19 y 20: AAS 92 (2000), 477-482.
6 Cfr Discorso a los Delegati de la Federazione
de las Conferenze Episcopali Asiatiche (Manila 15 gennaio 1995), n. 11:
L'Osservatore Romano, 16-17 gennaio 1995, p. 5.
7 Juan Pablo II, Lett. ap. Novo milenio ineunte
(6 gennaio 2001), n. 1: AAS 93 (2001), 266.
8 Benedetto XVI, Udienza Generale (mercoledì 23
agosto 2006): L'Osservatore Romano, 24 agosto 2006, p. 4.
9 Juan Pablo II, Messaggio Con intima gioia a los
partecipanti al Convegno Internazionale su « Matteo Ricci: por un dialogo
tra China y Occidente » (24 ottobre 2001), n. 6: L'Osservatore Romano, 25
ottobre 2001, p. 5.
10 Ibid.
11 Cfr Fonti Ricciane, a cura de Pasquale M.
D'Elia, S.LOS., vol. 2, Roma 1949, n. 617, p. 152.
12 Messaggio Con intima gioia a los partecipanti
al Convegno Internazionale su « Matteo Ricci: por un dialogo tra China y
Occidente » (24 ottobre 2001), n. 4: L'Osservatore Romano, 25 ottobre 2001,
p. 5.
13 Cost. past. Gaudium et spes sulla Iglesia en
el mondo contemporaneo, n. 76.
14 Lett. enc. Deus caritas est (25 dicembre
2005), n. 28: AAS 98 (2006), 240.Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past.
Gaudium et spes sulla Iglesia en el mondo contemporaneo, n. 76.
15 Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. dogm.Lumen
gentium sulla Iglesia, n. 26.
16 Ibid., n. 23.
17 Cfr Congregazione por la Dottrina de la Fe,
Lettera Communionis notio a los Obispos de la Iglesia católica su alcuni
aspetti de la Iglesia como comunión (28 maggio 1992), nn. 11-14: AAS 85
(1993), 844-847.
18 Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. dogm.Lumen
gentium sulla Iglesia, n. 23.
19 Congregazione por la Dottrina de la Fe,
Lettera Communionis notio a los Obispos de la Iglesia católica su alcuni
aspetti de la Iglesia como comunión (28 maggio 1992), n. 13: AAS 85 (1993),
846.
20 Cfr Benedetto XVI, Esort. ap. post-sinodale
Sacramentum caritatis (22 febbraio 2007), n. 6: « La fe de la Iglesia es
essenzialmente fe eucaristica y si alimenta en modo particular a la mensa
dell'Eucaristía. La fe y los Sacramentos son due aspetti complementari de la
vida ecclesiale. Suscitata dall'annuncio de la Parola de Dios, la fe es
nutrita y cresce nell'incontro de grazia col Signore risorto que si realizza
nei Sacramentos: “La fe si esprime en el rito y el rito rafforza y fortifica
la fe”. Por questo, el Sacramento dell'altare sta sempre al centro de la
vida ecclesiale; “grazie all'Eucaristía la Iglesia rinasce sempre de
nuovo!”. Quanto más viva es la fe eucaristica en el Pueblo de Dios, tanto
más profonda es la sua partecipazione a la vida ecclesiale mediante la
convinta adesione a la misión que Cristo ha affidato a los suoi discepoli.
De ciò es testimone la misma storia de la Iglesia. Cada grande riforma es
legata, en qualche modo, a la riscoperta de la fe nella presenza eucaristica
del Signore en mezzo al suo pueblo »: L'Osservatore Romano, 14 marzo 2007,
p. 2; Supplemento, pp. II-III.
21 Lett. ap. Novo milenio ineunte (6 gennaio
2001), n. 42: AAS 93 (2001), 296. Cfr Benedetto XVI, Lett. enc. Deus caritas
est (25 dicembre 2005), n. 12: « L'agire de Dios acquista ora la sua forma
drammatica en el fatto que, en Jesús Cristo, Dios mismo insegue la
“pecorella smarrita”, l'umanità sofferente y perduta. Cuando Jesús nelle sue
parabole parla del pastore que va dietro a la pecorella smarrita, de la
donna que cerca la dracma, del padre que va incontro al figliol prodigo y lo
abbraccia, queste no son soltanto parole, ma costituiscono la spiegazione
del suo mismo ser ed operare. Nella sua morte en croce si compie quel
volgersi de Dios contro se mismo en el quale Egli si dona por rialzare
l'uomo y salvarlo – amor, questo, nella sua forma más radicale »: AAS 98
(2006), 228.
22 Benedetto XVI, Udienza Generale (mercoledì 5
aprile 2006): L'Osservatore Romano, 6 aprile 2006, p. 4.
23 Dovrebbe ser illuminante por todos
l'esperienza vissuta dalla Iglesia antica en el tiempo de las persecuzioni,
nonché l'insegnamento dato al riguardo proprio dalla Iglesia de Roma, que,
escludendo le posizioni rigoriste de los Novaziani y de los Donatisti,
esortava a la generosidad del perdono y de la reconciliación nei confronti
de coloro que, avendo abiurato (los « lapsi ») durante le persecuzioni,
desideravano ser riammessi nella comunión de la Iglesia.
24 Juan Pablo II, Messaggio A la vigilia a los
cattolici en China (8 dicembre 1999), n. 6: L'Osservatore Romano, 11
dicembre 1999, p. 5.
25 Cfr Mt 4, 8-10; Gv 6, 15.
26 Cfr Is 42, 1-4.
27 Cfr Gv 18, 37.
28 Cfr Mt 26, 51-53; Gv 18, 36.
29 Conc. Ecum. Vat. II, Dich.Dignitatis humanae
sulla libertà religiosa, n. 11.
30 Benedetto XVI, Udienza Generale (mercoledì 5
aprile 2006): L'Osservatore Romano, 6 aprile 2006, p. 4.
31 Cost. past. Gaudium et spes sulla Iglesia en
el mondo contemporaneo, n. 28.
32 Benedetto XVI, Udienza Generale (mercoledì 5
aprile 2006): L'Osservatore Romano, 6 aprile 2006, p. 4.
33 Compendio del Catechismo de la Iglesia
Católica, n. 174. Cfr Catechismo de la Iglesia Católica, nn. 857 y 869.
34 Juan Pablo II, Lett. ap. Apostolos suos (21
maggio 1998), n. 10: AAS 90 (1998), 648.
35 Cfr C.LOS.C., can. 447.
36 Statuti dell'Associazione Patriottica Católica
Chino (Chinese Catholic Patriotic Association, CCPA), 2004, art. 3.
37 Omelia por el Giubileo de los Obispos (8
ottobre 2000), n. 5: AAS 93 (2001), 28. Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Decr.
Christus Dominus sull'ufficio pastoral de los Obispos nella Iglesia, n. 6.
38 Juan Pablo II, Omelia por el Giubileo de los
Obispos (8 ottobre 2000), n. 4: AAS 93 (2001), 27.
39 Benedetto XVI, Udienza a los Obispos nominati
de recente (21 settembre 2006): AAS 98 (2006), 696.
40 Conc. Ecum. Vat. II, Cost. dogm.Lumen gentium
sulla Iglesia, n. 21. Cfr también C.LOS.C., can. 375, § 2.
41 Cost. dogm. Lumen gentium sulla Iglesia, n.
22. Cfr también « Nota esplicativa previa », n. 2.
42 China Catholic Bishops' College (CCBC).
43 A livello universal si vedano, por esempio, le
disposizioni dell'art. 18, paragrafo 1, dell'International Covenant on Civil
and Political Rights del 16 dicembre 1966 (« Everyone shall have the right
to freedom of thought, conscience and religion. This right shall include
freedom to have or to adopt a religion or belief of his choice, and freedom,
either individually or en community with others and en public or private, to
manifest his religion or belief en worship, observance, practice and
teaching ») y l'interpretazione, vincolante por los Stati Membri, que ne ha
dato el Comitato de los Diritti dell'Uomo de las Nazioni Unite en el «
General Comment, No. 22 » (n. 4) del 30 luglio 1993 (« the practice and
teaching of religion or belief includes acts integral to the conduct by
religious groups of their basic affairs, such as the freedom to choose their
religious leaders, priests and teachers, the freedom to establish seminaries
or religious schools and the freedom to prepare and distribute religious
texts or publications »).
A livello regionale poi si vedano, por esempio,
los seguenti impegni, assunti nella Riunione de Vienna dai Rappresentanti
degli Stati partecipanti a la Conferenza sulla Sicurezza y la Cooperazione
en Europa (CSCE): « Al fine de assicurare la libertà dell'individuo de
professare y praticare una religione o una convinzione, los Stati
partecipanti, fra l'altro, (...) rispetteranno el diritto de tali comunidad
religiosas de (...) organizzarsi secondo la propria struttura gerarchica y
istituzionale, (...) scegliere, nominare y sostituire el proprio personale
conformemente alle rispettive esigenze y alle proprie norme nonché a
qualsiasi intesa liberamente accettata fra esse y el proprio Stato, (...) »
(Documento Conclusivo del 1989, Principioso n. 16 de la sezione « Questioni
relative a la sicurezza en Europa »).
Cfr también Conc. Ecum. Vat. II, Dich. Dignitatis
humanae sulla libertà religiosa, n. 4.
44 Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Christus
Dominus sull'ufficio pastoral de los Obispos nella Iglesia, n. 20.
45 Si vedano, al riguardo, le relative norme del
C.LOS.C. (cfr can. 378).
46 Cost. dogm. Lumen gentium sulla Iglesia, n.
23.
47 Cfr C.LOS.C., cann. 265-272.
48 Per una riflessione sulla dottrina y
spiritualità del sacerdozio y sul carisma del celibato rimando al mio
Discorso a la Curia Romana (22 dicembre 2006): L'Osservatore Romano, 23
dicembre 2006, p. 6.
49 Cfr Juan Pablo II, Messaggio La memoria
liturgica a la Iglesia que es en China en el 70o anniversario
dell'ordenación a Roma del primo gruppo de Obispos cinesi y en el 50o
anniversario dell'istituzione de la Gerarchia ecclesiastica en China (3
dicembre 1996), n. 4: AAS 89 (1997), 256.
50 Esort. ap. post-sinodale Pastores dabo vobis
(25 marzo 1992), n. 70: AAS 84 (1992), 782.
51 Ibid., n. 29: AAS 84 (1992), 704.
52 Juan Pablo II, Esort. ap. post-sinodale
Ecclesia en Asia (6 novembre 1999), n. 46: AAS 92 (2000), 521. Cfr Benedetto
XVI, Quinto Incontro Mondiale de las Famiglie en Spagna (Valencia 8 luglio
2006): « La familia es un bien necessario por los popoli, un fondamento
indispensabile por la società ed un grande tesoro degli sposi durante toda
la loro vida. ES un bien insostituibile por los figli que debe ser frutto
dell'amor, de la donazione totale y generosa de los genitori. Proclamare la
verità integrale de la familia, fondata en el matrimonio como Iglesia
domestica y santuario de la vida, es una grande responsabilità de todos.
[...] Cristo ha rivelato quale es sempre la fonte suprema de la vida por
todos y, pertanto, también por la familia: “Questo es el mio comandamento:
que vi amiate los uni los otros, como io vi ho amati. Nessuno ha un amor más
grande de questo: dare la vida por los propri amici” (Gv 15, 12- 13). L'amor
de Dios mismo si es riversato su de noi en el battesimo. Por questo le
famiglie son chiamate a vivere aquella qualità de amor, poiché el Signore es
colui que si fa garante que ciò sea possibile por noi attraverso l'amor
umano, sensibile, affettuoso y misericordioso como aquello de Cristo »: AAS
98 (2006), 591-592.
53 Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past.Gaudium et
spes sulla Iglesia en el mondo contemporaneo, n. 47.
54 Cfr Juan Pablo II, Esort. ap. Familiaris
consortio (22 novembre 1981), n. 3: AAS 74 (1982), 84.
55 Come han detto los Padri sinodali de la
Settima Assemblea ordinaria del Sinodo de los Obispos (1-30 ottobre 1987),
nella formación de los cristiani « un aiuto può ser dato también de una
catechesi post-battesimale a modo de catecumenato, mediante la
riproposizione de alcuni elementi del “Rituale dell'Iniziazione Cristiana
degli Adulti”, destinati a far cogliere y vivere le immense y straordinarie
ricchezze y responsabilità del Battesimo ricevuto »: Juan Pablo II, Esort.
ap. post-sinodale Christifideles laicos (30 dicembre 1988), n. 61: AAS 81
(1989), 514. Cfr Catechismo de la Iglesia Católica, nn. 1230-1231.
56 Omelia sul Monte de las Beatitudini (Israele,
24 marzo 2000), n. 5: L'Osservatore Romano, 25 marzo 2000, p. 5.