RESPUESTAS DEL PAPA BENEDICTO XVI EN TELEVISIÓN
Por primera vez, en una red italiana, las respuestas que ofreció Benedicto
XVI a siete preguntas formuladas por personas de distintos países y sobre
distintos argumentos al programa de la televisión pública italiana RAI "A su
imagen", emitido a las 14:10 de Roma con motivo del Viernes Santo 2011.
--Santo Padre, quiero agradecerle su presencia que nos llena de alegría
y nos ayuda a recordar que hoy es el día en que Jesús demuestra su amor de
la manera más radical, muriendo en la cruz como inocente. Precisamente sobre
el tema del dolor inocente es la primera pregunta que viene de una niña
japonesa de siete años, que le dice: "me llamo Elena, soy japonesa y tengo
siete años. Tengo mucho miedo porque la casa en la que me sentía segura ha
temblado mucho, y porque muchos niños de mi edad han muerto. No puedo ir a
jugar al parque. Quiero preguntarle: ¿por qué tengo que pasar tanto miedo?
¿por qué los niños tienen que sufrir tanta tristeza? Le pido al Papa, que
habla con Dios, que me lo explique".
--Benedicto XVI: Querida Elena, te saludo con todo el corazón. También yo me
pregunto: ¿por qué es así? ¿Por qué tenéis que sufrir tanto, mientras otros
viven cómodamente? Y no tenemos respuesta, pero sabemos que Jesús ha sufrido
como vosotros, inocentes, que Dios verdadero se muestra en Jesús, está a
vuestro lado. Esto me parece muy importante, aunque no tengamos respuestas,
aunque permanezca la tristeza: Dios está a vuestro lado, y tenéis que estar
seguros de que esto os ayudará. Y un día podremos comprender por qué ha
sucedido esto. En este momento me parece importante que sepáis que "Dios me
ama", aunque parezca que no me conoce. No, me ama, está a mi lado, y tenéis
que estar seguros de que en el mundo, en el universo, hay muchas personas
que están a vuestro lado, que piensan en vosotros, que hacen todo lo que
pueden por vosotros, para ayudaros. Y ser conscientes de que, un día, yo
comprenderé que este sufrimiento no era algo vacío, no era inútil, sino que
detrás del sufrimiento hay un proyecto bueno, un proyecto de amor. No es una
casualidad. Siéntete segura. Estamos a tu lado, al lado de todos los niños
japoneses que sufren, queremos ayudaros con la oración, con nuestros actos,
y debéis estar seguros de que Dios os ayuda. Y de este modo rezamos juntos
para que os llegue la luz cuanto antes.
--La segunda pregunta nos pone delante de un calvario, porque se trata
de una madre que está junto a la cruz de un hijo. Es italiana, se llama
María Teresa y le pregunta: "Santidad, el alma de mi hijo, Francesco, en
estado vegetativo desde el día de Pascua del 2009, ¿ha abandonado su cuerpo,
dado que está totalmente inconsciente, o está todavía en él?
--Benedicto XVI: Ciertamente el alma está todavía presente en el cuerpo. La
situación es algo así como la de una guitarra que tiene las cuerdas rotas y
que no se puede tocar. Así también el instrumento del cuerpo es frágil,
vulnerable, y el alma no puede "tocar", por decirlo en algún modo, pero
sigue presente. Estoy también seguro de que este alma escondida siente en
profundidad vuestro amor, a pesar de que no comprende los detalles, las
palabras, etc., pero siente la presencia del amor. Y por esto vuestra
presencia, queridos padres, querida mamá, junto a él, horas y horas cada
día, es un verdadero acto de amor muy valioso, porque esta presencia entra
en la profundidad de esta alma escondida y vuestro acto es un testimonio de
fe en Dios, de fe en el hombre, de fe, digamos de compromiso a favor de la
vida, de respeto por la vida humana, incluso en las situaciones más
trágicas. Por esto os animo a proseguir, sabiendo que hacéis un gran
servicio a la humanidad con este signo de confianza, con este signo de
respeto de la vida, con este amor por un cuerpo lacerado, un alma que sufre.
--La tercera pregunta nos lleva a Irak, entre los jóvenes de Bagdad,
cristianos perseguidos que le envían esta pregunta: "Saludamos al Santo
padre desde Irak --dicen--. Nosotros, cristianos de Bagdad, somos
perseguidos como Jesús. Santo Padre, ¿cómo podemos ayudar a los miembros de
nuestra comunidad cristiana para que se replanteen el deseo de emigrar a
otros países, convenciéndoles de que marcharse no es la única solución?
--Benedicto XVI: Quisiera en primer lugar saludar con todo el corazón a
todos los cristianos de Irak, nuestros hermanos, y tengo que decir que rezo
cada día por los cristianos de Irak. Son nuestros hermanos que sufren, como
también en otras tierras del mundo, y por esto los siento especialmente
cercanos a mi corazón y, en la medida de nuestras posibilidades, tenemos que
hacer todo lo posible para que puedan resistir a la tentación de emigrar,
que --en las condiciones en las que viven-- resulta muy comprensible.
Diría que es importante que estemos cerca de vosotros, queridos hermanos de
Irak, que queramos ayudaros y cuando vengáis, recibiros realmente como
hermanos. Y naturalmente, las instituciones, todos los que tienen una
posibilidad de hacer algo por Irak, deben hacerlo. La Santa Sede está en
permanente contacto con las distintas comunidades, no sólo con las
comunidades católicas, sino también con las demás comunidades cristianas,
con los hermanos musulmanes, sean chiíes o sunníes. Y queremos hacer un
trabajo de reconciliación, de comprensión, también con el gobierno, ayudarle
en este difícil camino de recomponer una sociedad desgarrada. Porque este es
el problema, que la sociedad está profundamente dividida, lacerada, ya no
tienen esta conciencia: "Nosotros somos en la diversidad, un pueblo con una
historia común, en el que cada uno tiene su sitio". Y tienen que reconstruir
esta conciencia que, en la diversidad, tienen una historia común, una común
determinación. Y nosotros queremos, en diálogo precisamente con los
distintos grupos, ayudar al proceso de reconstrucción y animaros a vosotros,
queridos hermanos cristianos de Irak, a tener confianza, a tener paciencia,
a tener confianza en Dios, a colaborar en este difícil proceso. Tened la
seguridad de nuestra oración.
--La siguiente pregunta es de una mujer musulmana de Costa de Marfil, un
país en guerra desde hace años. Esta señora se llama Bintú y envía un saludo
en árabe que se puede traducir de este modo: "Que Dios esté en medio de
todas las palabras que nos diremos y que Dios esté contigo". Es una frase
que utilizan al empezar un diálogo. Y después prosigue en francés: "Querido
Santo Padre, aquí en Costa de Marfil, hemos vivido siempre en armonía entre
cristianos y musulmanes. A menudo las familias están formadas por miembros
de ambas religiones; existe también una diversidad de etnias, pero nunca
hemos tenido problemas. Ahora todo ha cambiado: la crisis que vivimos,
causada por la política, esta sembrando divisiones. ¡Cuántos inocentes han
perdido la vida! ¡Cuántos refugiados, cuántas madres y cuántos niños
traumatizados! Los mensajeros han exhortado a la paz, los profetas han
exhortado a la paz. Jesús es un hombre de paz. Usted, en cuanto embajador de
Jesús, ¿qué aconsejaría a nuestro país?"
--Benedicto XVI: Quiero contestar al saludo: que Dios esté también contigo,
y siempre te ayude. Y tengo que decir que he recibido cartas desgarradoras
de Costa de Marfil, donde veo toda la tristeza, la profundidad del
sufrimiento, y me entristece porque podemos hacer tan poco. Siempre podemos
hacer algo: orar con vosotros, y en la medida de lo posible, hacer obras de
caridad, y sobre todo queremos colaborar, según nuestras posibilidades, en
los contactos políticos, humanos.
He encargado al cardenal Tuckson, que es presidente de nuestro Consejo de
Justicia y Paz, que vaya a Costa de Marfil e intente mediar, hablar con los
diversos grupos, con las distintas personas, para facilitar un nuevo
comienzo. Y sobre todo queremos hacer oír la voz de Jesús, en el que usted
también cree como profeta. Él era siempre el hombre de la paz. Se podía
pensar que, cuando Dios vino a la tierra, lo haría como un hombre de gran
fuerza, que destruiría las potencias adversarias, que sería un hombre de una
fuerte violencia como instrumento de paz. Nada de esto: vino débil, vino
solo con la fuerza del amor, sin ningún tipo de violencia hasta ir a la
cruz. Y esto nos muestra el verdadero rostro de Dios, y que la violencia no
viene nunca de Dios, nunca ayuda a producir cosas buenas, sino que es un
medio destructivo y no es el camino para salir de las dificultades.
Es una fuerte voz contra todo tipo de violencia. Invito apremiantemente a
todas las partes a renunciar a la violencia, a buscar las vías de la paz.
Para la recomposición de vuestro pueblo no podéis usar medios violentos,
aunque penséis que tenéis razón. El único camino es la renuncia a la
violencia, volver a entablar el diálogo, tratar de encontrar juntos la paz,
una nueva atención de los unos a los otros, la nueva disponibilidad para
abrirse el uno al otro. Y este, querida señora, es el verdadero mensaje de
Jesús: buscad la paz con los medios de la paz y abandonad la violencia.
Rezamos por vosotros para que todos los componentes de vuestra sociedad
sientan esta voz de Jesús y así vuelva la paz y la comunión.
--Santo Padre, la próxima pregunta es sobre el tema de la muerte y la
resurrección de Jesús y llega desde Italia. Se la leo: "Santidad: ¿Qué hizo
Jesús en el tiempo que separó a la muerte de la resurrección? Y, ya que en
el Credo se dice que Jesús después de la muerte descendió a los infiernos:
¿Podemos pensar que es algo que nos pasará también a nosotros, después de la
muerte, antes de ascender al Cielo?
--Benedicto XVI: En primer lugar, este descenso del alma de Jesús no debe
imaginarse como un viaje geográfico, local, de un continente a otro. Es un
viaje del alma. Hay que tener en cuenta que el alma de Jesús siempre está en
contacto con el Padre, pero al mismo tiempo, este alma humana abraza hasta
los últimos confines del ser humano. En este sentido baja a las
profundidades, hasta los perdidos, hasta todos aquellos que no han alcanzado
la meta de sus vidas, y trasciende así los continentes del pasado. Este
descenso del Señor a los infiernos significa, sobre todo, que Jesús alcanza
también el pasado, que la eficacia de la redención no comienza en el año
cero o en el año treinta, sino que llega al pasado, abarca el pasado, a
todas las personas de todos los tiempos.
Dicen los Padres de la Iglesia, con una imagen muy hermosa, que Jesús toma
de la mano a Adán y Eva, es decir a la humanidad, y la encamina hacia
adelante, hacia las alturas. Y así crea el acceso a Dios, porque el hombre,
por sí mismo, no puede elevarse a la altura de Dios. Jesús mismo, siendo
hombre, tomando de la mano al hombre, abre el acceso. ¿Qué acceso? La
realidad que llamamos cielo. Así, este descenso a los infiernos, es decir, a
las profundidades del ser humano, a las profundidades del pasado de la
humanidad, es una parte esencial de la misión de Jesús, de su misión de
Redentor y no se aplica a nosotros. Nuestra vida es diferente, el Señor ya
nos ha redimido y nos presentamos al Juez, después de nuestra muerte, bajo
la mirada de Jesús, y esta mirada en parte será purificadora: creo que todos
nosotros, en mayor o menor medida, necesitaremos ser purificados. La mirada
de Jesús nos purifica y además nos hace capaces de vivir con Dios, de vivir
con los santos, sobre todo de vivir en comunión con nuestros seres queridos
que nos han precedido.
--También la siguiente pregunta es sobre el tema de la resurrección y
viene de Italia: "Santidad, cuando las mujeres llegan al sepulcro, el
domingo después de la muerte de Jesús, no reconocen al Maestro, lo confunden
con otro. Lo mismo les pasa a los apóstoles: Jesús tiene que enseñarles las
heridas, partir el pan para que le reconozcan precisamente por sus gestos.
El suyo es un cuerpo real de carne y hueso, pero también un cuerpo glorioso.
El hecho de que su cuerpo resucitado no tenga las mismas características que
antes, ¿qué significa? ¿Y qué significa, exactamente, "cuerpo glorioso? Y en
nuestra resurrección, ¿nos sucederá lo mismo?".
--Benedicto XVI: Naturalmente, no podemos definir el cuerpo glorioso porque
está más allá de nuestra experiencia. Sólo podemos interpretar algunos de
los signos que Jesús nos dio para entender, al menos un poco, hacia donde
apunta esta realidad. El primer signo: el sepulcro está vacío. Es decir,
Jesús no abandonó su cuerpo a la corrupción, nos ha enseñado que también la
materia está destinada a la eternidad, que resucitó realmente, que no ha
quedado perdido. Jesús asumió también la materia, de manera que la materia
está también destinada a la eternidad.
Pero asumió esta materia en una nueva forma de vida, este es el segundo
punto: Jesús ya no vuelve a morir, es decir: está más allá de las leyes de
la biología, de la física, porque los sometidos a ellas mueren. Por lo tanto
hay una condición nueva, diversa, que no conocemos, pero que se revela en lo
sucedido a Jesús, y esa es la gran promesa para todos nosotros de que hay un
mundo nuevo, una nueva vida, hacia la que estamos encaminados. Y, estando ya
en esa condición, para Jesús es posible que los otros lo toquen, puede dar
la mano a sus amigos y comer con ellos, pero, sin embargo está más allá de
las condiciones de la vida biológica, como la que nosotros vivimos. Y
sabemos que, por una parte, es un hombre real, no un fantasma, vive una vida
real, pero es una vida nueva que ya no está sujeta a la muerte y esa es
nuestra gran promesa.
Es importante entender esto, al menos por lo que se pueda, con el ejemplo de
la Eucaristía: en la Eucaristía, el Señor nos da su cuerpo glorioso, no nos
da carne para comer en sentido biológico; se nos da Él mismo; lo nuevo que
es Él , entra en nuestro ser hombres y mujeres, en el nuestro, en mi ser
persona, como persona y llega a nosotros con su ser, de modo que podemos
dejarnos penetrar por su presencia, transformarnos en su presencia. Es un
punto importante, porque así ya estamos en contacto con esta nueva vida,
este nuevo tipo de vida, ya que Él ha entrado en mí, y yo he salido de mí y
me extiendo hacia una nueva dimensión de vida. Pienso que este aspecto de la
promesa, de la realidad que Él se entrega a mí y me hace salir de mí mismo,
me eleva, es la cuestión más importante: no se trata de descifrar cosas que
no podemos entender sino de encaminarnos hacia la novedad que comienza,
siempre, de nuevo, en la Eucaristía.
--Santo Padre, la última pregunta es sobre María. A los pies de la cruz,
hay un conmovedor diálogo entre Jesús, su madre y Juan, en el que Jesús dice
a María: "He aquí a tu hijo" y a Juan : "He aquí a tu madre". En su último
libro, "Jesús de Nazaret", lo define como "una disposición final de Jesús".
¿Cómo debemos entender estas palabras? ¿Qué significado tenían en aquel
momento y que significado tienen hoy en día? Y ya que estamos hablando de
confianza. ¿Piensa renovar una consagración a la Virgen en el inicio de este
nuevo milenio?
--Benedicto XVI: Estas palabras de Jesús son ante todo un acto muy humano.
Vemos a Jesús como un hombre verdadero que lleva a cabo un gesto de
verdadero hombre: un acto de amor por su madre confiándola al joven Juan
para que esté tranquila. En aquella época en Oriente una mujer sola se
encontraba en una situación imposible. Confía su madre a este joven y a él
le confía su madre. Jesús realmente actúa como un hombre con un sentimiento
profundamente humano. Me parece muy hermoso, muy importante que antes de
cualquier teología veamos aquí la verdadera humanidad, el verdadero
humanismo de Jesús.
Pero por supuesto este gesto tiene varias dimensiones, no atañe sólo a ese
momento: concierne a toda la historia. En Juan, Jesús confía a todos
nosotros, a toda la Iglesia, a todos los futuros discípulos a su madre y su
madre a nosotros. Y esto se ha cumplido a lo largo de la historia: la
humanidad y los cristianos han entendido cada vez más que la madre de Jesús
es su madre. Y cada vez más personas se han confiado a su madre: basta
pensar en los grandes santuarios, en esta devoción a María, donde cada vez
más la gente siente: "Esta es la madre."
E incluso algunos que casi tienen dificultad para llegar a Jesús en su
grandeza de Hijo de Dios, se encomiendan a su madre sin dificultad. Algunos
dicen: "Pero eso no tiene fundamento bíblico". Aquí me gustaría responder
con San Gregorio Magno: "En la medida que se leen -dice--, crecen las
palabras de la Escritura." Es decir, se desarrollan en la realidad, crecen ,
y cada vez más en la historia se difunde esta Palabra. Todos podemos estar
agradecidos porque la Madre es una realidad, a todos nos han dado una madre.
Y podemos dirigirnos con mucha confianza a esta madre, que para cada
cristiano es su Madre. Por otro lado la madre es también expresión de la
Iglesia. No podemos ser cristianos solos, con un cristianismo construido
según mis ideas. La madre es imagen de la Iglesia, de la madre Iglesia y
confiándonos a María, también tenemos que encomendarnos a la Iglesia, vivir
la Iglesia, ser Iglesia con María.
Toco ahora al tema de la consagración: los papas --Pío XII, Pablo VI y Juan
Pablo II-- hicieron un gran acto de consagración a la Virgen María y creo
que , como gesto ante la humanidad, ante María misma, fue muy importante. Yo
creo que ahora es importante interiorizar ese acto, dejar que nos penetre,
para realizarlo en nosotros mismos. Por eso he visitado algunos de los
grandes santuarios marianos del mundo: Lourdes, Fátima, Czestochowa,
Altötting ..., siempre con el fin de hacer concreto, de interiorizar ese
acto de consagración, para que sea realmente un acto nuestro. Creo que el
acto grande, público, ya se ha hecho. Tal vez algún día habrá que repetirlo,
pero por el momento me parece más importante vivirlo, realizarlo, entrar en
esta consagración para hacerla verdaderamente nuestra.
Por ejemplo, en Fátima, me di cuenta de cómo los miles de personas presentes
eran conscientes de esa consagración, se habían encomendado, encarnándola en
sí mismos, para sí mismos. Así esa consagración se hace realidad en la
Iglesia viva y así crece también la Iglesia. La entrega a María, el que
todos nos dejemos penetrar y formar por esa presencia, el entrar en comunión
con María, nos hace Iglesia, nos hace, junto con María, realmente esposa de
Cristo. De modo que, por ahora, no tengo intención de una nueva consagración
pública, pero sí quisiera invitar a todos a unirse a esa consagración que ya
está hecha, para que la vivamos verdaderamente día tras día y crezca así una
Iglesia realmente