EL CASO DE GALILEO -
Investigación y Resultado
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negra de Galileo
Desde
luego, Galileo sufrió mucho; pero la verdad histórica es que fue
condenado sólo a “formalem carcerem” – una especie de reclusión
domiciliaria –, varios jueces se negaron a suscribir la
sentencia, y el Papa de entonces no la firmó. Galileo pudo
seguir trabajando en su ciencia y murió el 8 de enero de 1642 en
su casa de Arcetri, cerca de Florencia. Viviani, que le acompañó
durante su enfermedad, testimonia que murió con firmeza
filosófica y cristiana, a los setenta y siete años de edad.
Galileo, el científico, vivió y murió como un buen creyente. |
Aunque la Iglesia es Santa, sus
miembros no todos lo son. Pueden y de hecho cometen injusticias, como las
que sufrió Galileo. Ante esta realidad debemos evitar dos errores: Uno sería
el querer justificar el pecado, el otro sería aprovecharse de los pecados de
algunos para desprestigiar a la Iglesia. Por este camino se ha llegado a
manipular y hasta cambiar la historia, exagerándola hasta el extremo.
LA CIENCIA NECESITA LA FE Y
LA FE NECESITA LA CIENCIA
El “ministro” de Cultura de la Santa Sede analiza este binomio después del caso Galileo
CIUDAD DEL VATICANO, 7 nov 97 (ZENIT).- El caso Galileo ha sido durante más de tres siglos fuente de malentendidos y polémicas entre el mundo de la ciencia y la Iglesia católica. Cuando el 31 de octubre de 1992, Juan Pablo II reconoció públicamente los errores cometidos por el tribunal eclesiástico que juzgó las enseñanzas científicas de Galileo se abrió un nuevo panorama fecundo para la relación ciencia y fe. Las consecuencias de ese acto marcarán definitivamente la historia.
El cardenal Pablo Poupard fue la
persona a quien el pontífice había encargado el estudio del caso y fue él
quien le presentó los resultados sobre los que después el Papa se
pronunciaría. En una entrevista concedida a “Zenit” el purpurado, tras
revelar la manera en que la comisión que presidía llegó a las históricas
conclusiones, describe el apasionante horizonte que se ha abierto para la
relación fecunda entre la ciencia y la fe: “El mito cultural de que existe
incompatibilidad entre el espíritu de ciencia y la fe cristiana empieza ya a
declinar”. Por otra parte, “la Iglesia se interroga hoy más que nunca sobre
los fundamentos de su fe, sobre cómo dar razón de su esperanza a este mundo
moderno al que abrió sus puertas de para en par en el Concilio Vaticano II”.
En este momento de crisis de
ideologías, “la ciencia y la fe están llamadas a una seria reflexión… y a
tender puentes sólidos que garanticen la escucha y el enriquecimiento
mutuos”. En definitiva, para el cardenal Poupard, la Iglesia está “entrando
en una nueva fase histórica”. Basta prestar atención a los desafíos éticos
que plantean las nuevas fronteras de la ingeniería genética a la ciencia
para comprender la importancia de iluminar el mundo científico con el
horizonte de la fe.
En definitiva, “la experiencia
demuestra –explica el “ministro” de Cultura de la Santa Sede– que la ciencia
ha servido para purificar a la religión de múltiples errores y
supersticiones; mientras que la religión, a su vez, tiene la virtualidad de
purificar la ciencia de la idolatría de las ideologías materialistas y
reduccionistas que acaban por volverse contra la dignidad del hombre”.
EL
DIALOGO CIENCIA-FE, DESPUÉS DEL CASO GALILEO
Entrevista con el cardenal
Pablo Poupard, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura
CIUDAD DEL VATICANO, 7 nov 1997
(ZENIT).- El diálogo entre fe y cultura ha marcado el pontificado de Juan
Pablo II, que acaba de entrar en su vigésimo año. El
pronunciamiento del Papa sobre el caso Galileo Galilei supone el momento
paradigmático de esta relación. El cardenal Pablo Poupard, presidente del
Consejo Pontificio de la Cultura, ha mantenido una entrevista con Jesús
Colina, director de “Zenit”, sobre este apasionante capítulo de la historia
de la ciencia y de la Iglesia
–Eminencia, uno de los hechos más notables del
pontificado de Juan Pablo II en relación con la cultura ha sido sin duda el
acto del 31 de octubre de 1992, en el que el Papa reconoció públicamente los
errores cometidos por el tribunal eclesiástico que juzgó las enseñanzas
científicas de Galileo. Usted, como presidente de la comisión pontificia que
estudió el caso y que presentó sus resultados al Papa, ha sido testigo
privilegiado de este acontecimiento histórico. ¿Qué valoración nos puede
hacer de él? ¿Qué sentido debemos atribuir a esta intervención del Papa?
–Pablo Poupard: Ciertamente, éste
es uno de los temas cruciales que ha preocupado al Papa desde el comienzo de
su pontificado, y por ello ha hecho todo lo posible por aclararlo. Respecto
al caso Galileo, la memoria cultural de la humanidad estaba manchada. Desde
la Ilustración hasta nuestros días, este caso se ha esgrimido como símbolo
del carácter reaccionario de la Iglesia. Piense en la presentación de
Bertold Brecht y de tantos otros, para quienes la Iglesia sería contraria al
progreso, y la fe sería opuesta a la ciencia. Pero no es verdad; al
contrario, la fe ha constituido a lo largo de la historia una fuerza
propulsora de la ciencia. No olvidemos que la ciencia moderna se ha
desarrollado precisamente en el Occidente cristiano y con el aliento de la
Iglesia.
La idea de Juan Pablo II era hacer,
de una vez por todas, una purificación de esta memoria cultural. De ahí la
iniciativa valiente del Papa de constituir una comisión que se ocupó de
estudiar el caso durante once años en sus aspectos exegéticos,
epistemológicos, históricos y culturales.
–¿Cómo se desarrolló el trabajo de la comisión?
–Pablo Poupard: La Comisión
desarrolló una investigación exhaustiva. Básicamente, las preguntas a las
que se intentó contestar fueron: ¿qué fue lo que ocurrió?; ¿cómo se produjo
el conflicto?; ¿por qué se desarrollaron de este modo los hechos? Después de
más de tres siglos y medio, las circunstancias han cambiado mucho y a
nosotros nos parece evidente el error que cometieron la mayoría de los
teólogos jueces de Galileo. Se trata de un problema cultural; porque en
aquel momento el horizonte cultural era distinto al nuestro. Había una
situación de transición en el campo de los conocimientos astronómicos.
Y en segundo lugar, ciertos
teólogos contemporáneos de Galileo –herederos de la concepción unitaria del
mundo, que se impuso de modo universal hasta el comienzo del siglo XVII– no
supieron interpretar el significado profundo –no literal– de las Sagradas
Escrituras cuando describen la estructura física del universo creado. Esto
les llevó a trasponer de forma indebida una cuestión de observación
experimental al ámbito de la fe.
–De todos modos, Juan Pablo II, reconoció la
grandeza de Galileo, y el gran sufrimiento que padeció por parte de hombres
e instituciones de Iglesia.
–Pablo Poupard: Si, es verdad;
pero, siendo objetivos, hay que reconocer que en torno a estos sufrimientos
se ha creado un mito. Pintores, escritores y científicos han descrito,
durante los últimos siglos, las mazmorras y las torturas sufridas por el
condenado a causa de la cerrazón de toda la Iglesia.
Desde luego, Galileo sufrió mucho; pero la verdad histórica es que fue
condenado sólo a “formalem carcerem” –una especie de reclusión
domiciliaria–, varios jueces se negaron a suscribir la sentencia, y el Papa
de entonces no la firmó. Galileo pudo seguir trabajando en su ciencia y
murió el 8 de enero de 1642 en su casa de Arcetri, cerca de Florencia.
Viviani, que le acompañó durante su enfermedad, testimonia que murió con
firmeza filosófica y cristiana, a los setenta y siete años de edad.
Galileo, el científico, vivió y murió como un buen creyente.
–¿no causa perjuicio al Magisterio de la Iglesia
el reconocimiento de este error?
–Pablo Poupard: No, en absoluto. No
está en juego la doctrina de la Iglesia que consiste fundamentalmente en el
depósito de la Revelación divina y que, como tal, es inmutable– sino el modo
de interpretar la Sagrada Escritura en sus descripciones del mundo físico.
Al término de los trabajos de la comisión, Juan Pablo II recordó la famosa
sentencia atribuida a Baronio: “La intención del Espíritu Santo fue
enseńarnos cómo se va al cielo, no cómo está estructurado el cielo”. Dios ha
confiado el conocimiento de la estructura del mundo físico a las
investigaciones de los hombres
Como cito en mi libro sobre Galileo
(“Galileo Galilei, 350 anni di storia, 1633-1983”, pág. 10) “hay lecciones
de la Historia que no tenemos derecho a olvidar. La Revelación no tiene
lugar al mismo nivel de una cosmogonía. La asistencia divina no ha sido
donada a la Iglesia en la perspectiva de los problemas de orden
científico-positivo. La infeliz condena de Galileo está ahí para
recordárnoslo. Éste es su aspecto providencial”.
–Antes de la rehabilitación de Galileo por parte del Papa
Juan Pablo II, el Concilio Vaticano II ya había deplorado, en la “Gaudium et
spes” “ ciertas actitudes que a veces no han faltado entre los mismos
cristianos por no haber entendido suficientemente la legítima autonomía de
la ciencia”. ¿No ha pasado demasiado tiempo hasta llegar a esta
rehabilitación?
–Pablo
Poupard: Sí, ha pasado mucho tiempo; pero hacía falta para que se pudieran
clarificar los criterios de interpretación de la Sagrada Escritura a la hora
de tratar temas científicos. Estos criterios no estaban claros en el
ambiente cultural unitario de aquel entonces; ahora están ya muy asentados,
y ello garantiza, en gran parte, que no se vuelvan a repetir equivocaciones
parecidas. De todos modos, hay
que insistir en que el acto de 1992 no ha sido una rehabilitación. Galileo
Galilei, como científico y como persona, ya estaba rehabilitado desde hacía
mucho tiempo. De hecho, cuando en 1741 se alcanzó la prueba óptica del giro
de la tierra alrededor del sol, Benedicto XIV mandó que el Santo Oficio
concediera el imprimátur a la primera edición de las obras completas de
Galileo. En la
siguiente edición de libros prohibidos, la de 1757, fueron retirados todos
los que apoyaban la teoría heliocéntrica y, por tanto, también los de
Galileo. Todavía más tarde, en 1822, hubo una ulterior reforma de la
sentencia errónea de 1633, cuando, por decisión de Pío VII, se concedió el
imprimátur al canónigo romano Giuseppe Settele –profesor de astronomía y de
matemática en la universidad La Sapienza de Roma– para su obra Elementos de
óptica y de astronomía, en la que aceptaba la tesis de Galileo.
–Uno de los aspectos de la cultura que más
desconcierto provocan en los fieles es el aparente conflicto entre los
resultados de la ciencia y la enseñanza de la fe. La intervención del Papa
en el caso Galileo, ¿puede servir para relanzar el diálogo entre la ciencia
y la fe?
–Pablo Poupard: En efecto. Además
de purificar la memoria cultural, el Santo Padre quería que los problemas
subyacentes a este caso obligasen a reflexionar sobre la naturaleza de la
ciencia y de la fe. Juan Pablo II saca una enseñanza muy importante para el
futuro: la irrupción de una novedad científica y metodológica obliga a las
distintas disciplinas del saber a delimitar mejor el propio campo y método.
De hecho, en el siglo pasado y a comienzos del nuestro, el progreso en las
ciencias históricas obligó a los exegetas a reflexionar sobre el modo de
interpretar la Sagrada Escritura.
–¿cuáles son los principales retos con que la
iglesia se encuentra hoy en su diálogo con la ciencia y con la cultura
actual?
–Pablo Poupard: Me atrevería a
reducirlos a tres.
1 El primero de los retos podríamos
cifrarlo en el carácter frenético del desarrollo de la ciencia, que se
realiza en muchas ocasiones no sólo al margen de la religión, sino también
de la moral.
2 En segundo lugar, está el influjo
que continúan teniendo en el pensamiento científico los ídolos del
cientifismo:, hace pasar por científicas toda una serie de objeciones a la
fe completamente ERRONEAS. QUE NO TIENEN BASE EN LA CIENCIA Y en tercer
lugar, un escepticismo y un subjetivismo que, como es lógico, suelen
aparecer unidos vitalmente a actitudes hedonistas ante la vida, y que no
sólo actúan como gérmenes destructores de la religión, sino también de las
instituciones de nuestra sociedad, e incluso de la misma ciencia, aunque
pretendan fundarse en ella.
–¿Quiere decir que hay pocas esperanzas para un
diálogo fructífero entre la ciencia y la fe?
–Pablo Poupard: No, en absoluto;
las perspectivas de este diálogo son más bien prometedoras. Hace tres años
dirigí un libro que mira precisamente a abrir una serie de perspectivas que
permitan iniciar un diálogo renovado entre ciencia y fe, sin complejos ni
desconfianzas mutuas, partiendo para ello de la esperanza que da la
clarificación del caso Galileo.
–¿En qué contexto se sitúa hoy, en el umbral del
tercer milenio, el diálogo ciencia-fe?
–Pablo Poupard: En un contexto
esperanzador. El mito cultural de que existe incompatibilidad entre el
espíritu de la ciencia y la fe cristiana empieza ya a declinar. Resulta cada
vez más claro que la fe de la modernidad –c aracterizada por una relación
puramente científica con el mundo– le falta algo esencial para contactar con
el aspecto más íntimo de la realidad y para ser fuente de sentido. Por otra
parte, también la Iglesia se interroga hoy más que nunca sobre los
fundamentos de su fe, sobre cómo dar razón de su esperanza a este mundo
moderno al que abrió sus puertas de par en par en el Concilio Vaticano II.
Vivimos en un contexto de crisis del paradigma cultural. La ciencia, que es
cada vez más consciente de sus propios límites y de su necesidad de
fundamentación, sigue desafiando a la Iglesia con una exigencia de rigor
racional en la presentación de su mensaje (cf. Libro del cardenal Poupard
“Buscar la verdad en la cultura contemporánea”, Ciudad Nueva, Buenos Aires,
1995, pp. 52-53). La Iglesia tiene conciencia de estar entrando en una nueva
fase histórica; y, al mismo tiempo, sabe que la esperanza que ha puesto en
Cristo –y que ofrece al mundo de hoy como su riqueza mayor– no se verá
defraudada.
–¿En qué campos se realiza hoy en día el diálogo
entre la ciencia y la fe?
––Pablo Poupard: Uno de los campos
de más importancia en la actualidad es el de la antropología, que, con sus
posibles aplicaciones, tiene una incidencia más directa que nunca sobre la
persona y sobre el pensamiento humano. Se trata de aplicaciones científicas
que, a veces, parecen amenazar los fundamentos mismos de lo humano. Cerrando
el caso de Galileo, Juan Pablo II hace un llamamiento a todos los
científicos y hombres de cultura para que presenten una antropología que sea
capaz de acoger todos los descubrimientos de las ciencias humanas y que
respete al mismo tiempo la singularidad irrepetible de la persona humana. El
Santo Padre parece clamar: Estad atentos vosotros, ingenieros, científicos,
que estáis dispuestos a manipular y a experimentar; estad atentos y
preguntaos: ¿respetáis suficientemente la humanidad del hombre, o estáis más
bien contribuyendo a destrozarla? EL PAPA PIDE A LOS CIENTÍFICOS QUE
RESPETEN AL SER HUMANO, NO MANIPULARLO NI EXPERIMENTAR CON ÉL.
–¿Cuáles son las bases para
este diálogo entre la ciencia y la fe que el Papa promueve?
–Paul Poupard: Lo primero que habría que decir es que tanto la ciencia como la fe son dos elementos fundamentales de la cultura que pueden ser caracterizados por su relación a la verdad. En la actualidad, junto con una tendencia a la fragmentación y a la disgregación cultural que amenaza con acarrear graves consecuencias para el futuro del hombre, se constata un deseo cada vez mayor de que el cuerpo imponente de los conocimientos científicos encuentre su razón de ser en el marco de una visión más amplia, que abarque una visión integral del hombre y de sus relaciones con Dios y con el conjunto del universo.
El servicio a la verdad propio de
la ciencia es plenamente compatible con el servicio a la Verdad –con
mayúscula– propio de la religión. La ciencia ha servido para purificar a la
religión de múltiples errores y supersticiones; mientras que la religión, a
su vez, tiene la virtualidad de purificar a la ciencia de la idolatría de
las ideologías materialistas y reduccionistas que acaban por volverse contra
la dignidad del hombre. La autonomía de la ciencia tiene una razón: la
búsqueda de la verdad. Y un sentido: el servicio al hombre. Una ciencia sin
religión difícilmente puede ser fiel a su compromiso de búsqueda de la
verdad en favor del hombre. A este respecto, me vienen a la memoria unas
palabras del Papa Pablo VI: la religión podrá parecer ausente cuando permite
y llega a ordenar a los científicos a no obedecer más que a las leyes de la
verdad; pero una mirada más atenta advertirá que la Iglesia está cerca de
ellos. La religión podrá parecer ausente de la ciencia, pero no lo está.
Este espíritu
de Pablo IV es el que hoy se despliega en Juan Pablo II. Quisiera recordar
las palabras que dirigió a los científicos, en la UNESCO, el 2 de junio de
1980: “Todos ustedes unidos representan una potencia enorme: la potencia de
las inteligencias y de las conciencias. ¡Muéstrense más poderosos que los
más poderosos de nuestro mundo contemporáneo! ¡El futuro del hombre depende
de la cultura! ¡La paz del mundo depende de la primacía del Espíritu! ¡Sí! El
porvenir pacífico de la humanidad depende del amor”.
Hoy más que nunca observamos cómo la ciencia sin conciencia entraña la destrucción del hombre: de Hiroshima a Nagasaki, de Auschwitz a Chernobyl. Nuestro universo –que ha resultado ser infinitamente más vasto de lo que Galileo podía siquiera imaginar– necesita ensanchar urgentemente su alma. El mérito histórico de Juan Pablo II está en convocar para esta tarea a los hombres de ciencia y fe.