MAGISTERIO DE LA IGLESIA I: Desde SAN PEDRO hasta JUAN III (Denzinger)
SAN PEDRO APOSTOL, (?)-67(?)
Como es sabido, bajo su nombre hay dos Epístolas canónicas.
SAN LINO, 67 ( ?) - 79 ( ?) SAN [ANA]CLETO, 79 ( ?) - 90 ( ?)
SAN CLEMENTE 1, 90 (?)-99 (?)
Del primado del Romano Pontífice
[De la Carta , a los corintios]
(1) A causa de las repentinas y sucesivas calamidades y percances que nos
han sobrevenido, hermanos, creemos haber vuelto algo tardíamente nuestra
atención a los asuntos discutidos entre vosotros. Nos referimos, carísimos,
a la sedición, abominable y sacrílega, que unos cuantos sujetos, gentes
audaces y arrogantes, han encendido hasta tal punto de insensatez, que
vuestro nombre, venerable y celebradísimo, ha venido a ser gravemente
ultrajado...
(7) Os escribimos para amonestaros...
(57) Vosotros, pues, los que fuisteis causa de que estallara la sedición,
someteos a vuestros presbíteros y recibid la corrección con
arrepentimiento...
(59) Mas si algunos desobedecieren a las amonestaciones que, por medio de
Nos, Aquél os ha dirigido, sepan que se harán reos de no leve pecado y se
expondrán a no pequeño peligro; pero nosotros seremos inocentes de ese
pecado...
(63) Porque nos procuraréis júbilo y regocijo si, obedeciendo a lo que por
el Espíritu Santo os acabamos de escribir, cortáis de raíz la impía cólera
de vuestra envidia, conforme a la exhortación que en esta carta os hemos
hecho sobre la paz y la concordia.
De la jerarquía y del estado laical
[De la misma Carta a los corintios]
(40) ...pues los que siguen las ordenaciones del Señor, no pecan. Y, en
efecto, al Sumo Sacerdote le están encomendadas sus propias funciones; y su
propio lugar tienen señalado los demás sacerdotes, y ministerios propios
incumben a los levitas; el hombre laico, en fin, por preceptos laicos está
ligado.
(41) Cada uno de nosotros [v. h: vosotros], hermanos, en el puesto que tiene
señalado [1 Cor. 15, 23], dé gracias a Dios, conservándose en buena
conciencia y no transgrediendo la regla establecida de su propio ministerio.
(42) Los Apóstoles nos predicaron el Evangelio de parte del Señor
Jesucristo; Jesucristo fue enviado de parte de Dios... Así, pues, según
pregonaban por los lugares y ciudades la.buena nueva, iban estableciendo a
los que eran las primicias, después de probarlos por el Espíritu, por
inspectores y ministros de los que habían de creer.
SAN EVARISTO, 99 (?) - 107 (?) SAN PIO I, 140 (?) - 154 (?)
SAN ALEJANDRO I, 107 (?) -116 (?) SAN ANICETO 154 ( ?) - 165 (?)
SAN SIXTO I, 116 (?) - 125 (?) SAN SOTERO, 165 (?) - 174 (?)
SAN TELESFORO, 125 (?) - 136 (?) SAN ELEUTERIO, 174 (?) - 189(?)
SAN HIGINIO, 136 (?) - 110 (?) SAN VICTOR, 189 ( ?) - 198 (?)
SAN CEFERINO, 198 (?)-217
o bien SAN CALIXTO 1, 217-222
Del Verbo Encarnado
[De PhiZ0501')hOl~111ena IX, 1l, de San Hipólito, escrito hacia el año 230]
Y [Calixto] inducía al mismo Ceferino, persuadiéndole a que públicamente
dijera: "Yo conozco a un solo Dios Jesucristo, y a ningún otro fuera de Él,
que sea nacido y pasible)"; otras veces diciendo: "No fue el Padre el que
murió, sino el Hijo", así mantenía entre el pueblo disensión interminable.
Nosotros, que conocíamos sus tramas, no cedimos, sino que le argüíamos y nos
opusimos a él en favor de la verdad. Él, arrebatado de locura, pues todos se
dejaban engañar por su hipocresía, pero no nosotros, llamábamos ditheos (de
dos dioses), vomitando violentamente el veneno que llevaba en las entrañas.
Sobre la absolución de los pecados
[Fragmento del De pudicitia de Tertuliano]
Digo también haber salido un edicto y, por cierto, perentorio. No menos que
el Pontífice Máximo, es decir, el obispo de los obispos, proclama: "Yo
perdono los pecados de adulterio y fornicación a los que han hecho
penitencia."
SAN URBANO, 222-230 SAN ANTERO, 235-36
SAN PONCIANO, 230-235 SAN FABIANO, 235-250
SAN CORNELIO I, 251-253
De la constitución monárquica de la Iglesia
[De la Carta 6 Quantam sollicitudinen a San Cipriano, obispo de Cartago, del
año 252]
Nosotros sabemos que Cornelio ha sido elegido obispo de la Santísima Iglesia
Católica por Dios omnipotente y por Cristo Señor nuestro nosotros confesamos
nuestro error. Hemos sido víctimas de una impostura; hemos sido cogidos por
una perfidia y charlatanería capciosa. En efecto, aun cuan(lo parecía que
teníamos alguna comunicación con el hombre cismático y hereje; nuestro
corazón, sin embargo, siempre estuvo con la Iglesia. Porque no ignoramos que
hay un solo Dios y un solo Señor Jesucristo, a quien hemos confesado, un
solo Espíritu Santo, y sólo debe haber un obispo en una Iglesia Católica.
[Sobre la consignación para la entrega del Espíritu Santo, v. Kirch 256, R
547 ¡ sobre la Trinidad, v. R 546.]
Sobre la jerarquía eclesiástica
[De la Carta a Fabio, obispo de Antioquía, del año 251]
Así, pues, el vindicador del Evangelio [Novaciano] ¿no sabia que en una
iglesia católica sólo debe haber un obispo ? Y no podía ignorar (¿de qué
manera podía ignorarlo?) que en ella [, en Roma,] hay cuarenta y seis
presbíteros, siete diáconos, siete subdiáconos, cuarenta y dos acólitos,
cincuenta y dos entre exorcistas, lectores y ostiarios, y entre viudas y
pobres más de mil quinientos.
SAN LUCIO I, 253-254
SAN ESTEBAN 1, 254-257
Sobre el bautismo de los herejes
[Fragmento de Una carta a San Cipriano, tomado de la Carta 74 de éste a
Pompeyo]
(1) ... Así, pues, si alguno de cualquier herejía viniere a vosotros, no se
innove nada, fuera de lo que es de tradición; impóngansele las manos para la
penitencia, como quiera que los mismos herejes no bautizan según un rito
particular a los que se pasan a ellos, sino que sólo los reciben en su
comunión.
[Fragmento de la Carta de Esteban, tomado de la carta 75 de Firmiliano a San
Cipriano]
(18) Pero gran ventaja es el nombre de Cristo —dice Esteban— respecto a la
fe y a la santificación por el bautismo, que quienquiera y donde quiera
fuere bautizado en el nombre de Cristo, consiga al punto la gracia de
Cristo.
SAN SIXTO II, 258
SAN DIONISIO, 259-268
Sobre la Trinidad y la Encarnación
[Fragmento de la Carta a contra los triteistas y los sabelianos, hacia el
año 260]
(1) Éste fuera el momento oportuno de hablar contra los que dividen, cortan
y destruyen la más venerada predicación de la iglesia, la unidad de
principio en Dios, repartiéndola en tres potencias e hipóstasis separadas y
en tres divinidades; porque he sabido que hay entre vosotros algunos de los
que predican y enseñan la palabra divina, maestros de semejante opinión, los
cuales se oponen diametralmente, digámoslo así, a la sentencia de Sabelio.
Porque éste blasfema diciendo que el mismo Hijo es el Padre y viceversa;
aquéllos, por lo contrario, predican, en cierto modo, tres dioses, pues
dividen la santa Unidad en tres hipóstasis absolutamente separadas entre sí.
Porque es necesario que el Verbo divino esté unido con el Dios del universo
y que el Espíritu Santo habite y permanezca en Dios; y, consiguientemente,
es de toda necesidad que la divina Trinidad se recapitule y reúna, como en
un vértice, en uno solo, es decir, en el Dios omnipotente del universo.
Porque la doctrina de Marción, hombre de mente vana, que corta y divide en
tres la unidad de principio, es enseñanza diabólica y no de los verdaderos
discípulos de Cristo y de quienes se complacen en las enseñanzas del
Salvador. Éstos, en efecto, saben muy bien que la Trinidad es predicada por
la divina Escritura, pero ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento predican tres
dioses.
(2) Pero no son menos de reprender quienes opinan que el Hijo es una
criatura, y creen que el Señor fue hecho, como otra cosa cualquiera de las
que verdaderamente fueron hechas, como quiera que los oráculos divinos
atestiguan un nacimiento que con Él dice y conviene, pero no plasmación o
creación alguna. Es, por ende, blasfemia y no como quiera, sino la mayor
blasfemia, decir que el Señor es de algún modo hechura de manos. Porque si
el Hijo fue hecho, hubo un tiempo en que no fue. Ahora bien, Él fue siempre,
si es que está en el Padre, como Él dice (Ioh. 14, 10 s). Y si Cristo es el
Verbo y la sabiduría y la potencia —todo esto, en efecto, como sabéis, dicen
las divinas Escrituras que es Cristo [cf. Ioh. 1, 14 1 Cor. 1, 24]—, todo
esto son potencias de Dios. Luego si el Hijo fue hecho, hubo un tiempo en
que no fue todo esto; luego hubo un momento en que Dios estaba sin ello, lo
cual es la cosa más absurda.
¿A qué hablar más largamente sobre este asunto a vosotros, hombres llenos de
Espíritu y que sabéis perfectamente los absurdos que se siguen de decir que
el Hijo es una criatura? A estos absurdos paréceme a mí no haber atendido
los cabecillas de esta opinión y por eso ciertamente se han extraviado de la
verdad, al interpretar de modo distinto de lo que significa la divina y
profética Escritura: El Señor me creó principio de sus caminos [Prov. 8, 22:
LXX]. Porque, como sabéis, no es una sola la significación de "creó". Porque
en este lugar "creó" es lo mismo que lo antepuso a las obras hechas por Él
mismo, hechas, por cierto, por el mismo Hijo. Porque "creó" no hay que
entenderlo aquí por "hizo"; pues "crear" es diferente de "hacer" ¿No es este
mismo tu Padre que te poseyó y te hizo y te creó?, dice Moisés en el gran
canto del Deuteronomio [Deut. 32, 6; LXX]. Muy bien se les podrá decir: "Oh
hombres temerarios, ¿conque es hechura el primogénito de toda la creación
[Col. 1, 15], el que fue engendrado del vientre, antes del lucero de la
mañana [Ps. 109, 3; LXX], el que dice como Sabiduría: Antes de todos los
collados me engendró? [Prov. 8, 25: LXX]. Y es fácil hallar en muchas partes
de los divinos oráculos que el Hijo es dicho haber sido engendrado, pero no
que fue hecho. Por donde patentemente se argüye que opinan falsamente sobre
la generación del Señor los que se atreven a llamar creación a su divina e
inefable generación.
(8) Luego ni se debe dividir en tres divinidades la admirable y divina
unidad, ni disminuir con la idea de creación la dignidad y suprema grandeza
del Señor; sino que hay que creer en Dios Padre omnipotente y en Jesucristo
su Hijo y en el Espíritu Santo, y que en el Dios del universo está unido el
Verbo. Porque: Yo —dice— y el Padre somos una sola cosa [Ioh. 10, 30]; y: Yo
estoy en e¿ Padre y el Padre en mí [Ioh. 14, 10]. Porque de este modo es
posible mantener íntegra tanto la divina Trinidad como la santa predicación
de la unidad de principio.
SAN FELIX I, 269-274 SAN CAYO, 283-296
SAN EUTIQUIANO, 275-283 SAN MARCELINO, 296-304
CONClLlO DE ELVlRA, ENTRE 300 y 306
Sobre la indisolubilidad del matrimonio
Can. 9. Igualmente, a la mujer cristiana que haya abandonado al marido
cristiano adúltero y se casa con otro, prohíbasele casarse; si se hubiere
casado, no reciba la comunión antes de que hubiere muerto el marido
abandonado; a no ser que tal vez la necesidad de enfermedad forzare a
dársela.
Del celibato de los clérigos
Can. 27. El obispo o cualquier otro clérigo tenga consigo solamente o una
hermana o una hija virgen consagrada a Dios; pero en modo alguno plugo [al
Concilio] que tengan a una extraña.
Can. 33. Plugo prohibir totalmente a los obispos, presbíteros y diáconos o a
todos los clérigos puestos en ministerio, que se abstengan de sus cónyuges y
no engendren hijos ¡ y quienquiera lo hiciere, sea apartado del honor de la
clerecía.
Del bautismo y confirmación
Can. 38. En caso de navegación a un lugar lejano o si no hubiere cerca una
Iglesia, el fiel que conserva íntegro el bautismo y no es bígamo, puede
bautizar a un catecúmeno en necesidad de enfermedad, de modo que, si
sobreviviere, lo conduzca al obispo, a fin de que por la imposición de sus
manos pueda ser perfeccionado.
Can. 77. Si algún diácono que rige al pueblo sin obispo o presbítero,
bautizare a algunos, el obispo deberá perfeccionarlos por medio de la
bendición; y si salieran antes de este mundo, bajo la fe en que cada uno
creyó, podrá ser uno de los justos.
SAN MARCELO, 308-309 SAN EUSEBIO, 309 (ó 310)
SAN MILCIADES, 311-314
SAN SILVESTRE 1, 314-335
PRIMER CONCILIO DE ARLES, 314
Plenario (contra los donatistas)
Del bautismo de los herejes
Can. 8 cerca de los africanos que usan de su propia ley de rebautizar, plugo
que si alguno pasare de la herejía a la Iglesia, se le pregunte el símbolo,
y si vieren claramente que está bautizado en el Padre y en el Hijo y en el
Espíritu Santo, impóngasele sólo la mano, a fin de que reciba el Espíritu
Santo. Y si preguntado no diere razón de esta Trinidad, sea bautizado.
Can. 15. Que los diáconos no ofrezcan [v. Kch 373].
PRIMER CONCILIO DE NICEA, 325
Primero ecuménico (contra los arrianos)
El Símbolo Niceno
[Versión sobre el texto griego]
Creemos en un solo Dios Padre omnipotente, creador de todas las cosas, de
las visibles y de las invisibles; y en un solo Señor Jesucristo Hijo de
Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios
de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho,
consustancial al Padre, por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay
en el cielo y las que hay en la tierra, que por nosotros los hombres y por
nuestra salvación descendió y se encarnó, se hizo hombre, padeció, y
resucitó al tercer día, subió a los cielos, y ha de venir a juzgar a los
vivos y a los muertos. Y en el Espíritu Santo.
Mas a los que afirman: Hubo un tiempo en que no fue y que antes de ser
engendrado no fue, y que fue hecho de la nada, o los que dicen que es de
otra hipóstasis o de otra sustancia o que el Hijo de Dios es cambiable o
mudable, los anatematiza la Iglesia Católica.
[Versión de Hilario de Poitiers]
Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, hacedor de todas las cosas
visibles e invisibles. Y en un solo Señor nuestro Jesucristo Hijo de Dios,
nacido unigénito del Padre, esto es, de la sustancia del Padre, Dios de
Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido, no hecho, de una
sola sustancia con el Padre (lo que en griego se llama homousion), por quien
han sido hechas todas las cosas, las que hay en el cielo y en la tierra, que
bajó por nuestra salvación, se encarnó y se hizo hombre, padeció y resucitó
al tercer día, subió a los cielos y ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos. Y en el Espíritu Santo.
A aquellos, empero, que dicen: "Hubo un tiempo en que no fue" y: "Antes de
nacer, no era", y: "Que de lo no existente fue hecho o de otra subsistencia
o esencia", a los que dicen que "El Hijo de Dios es variable o mudable", a
éstos los anatematiza la Iglesia Católica y Apostólica.
Del bautismo de los herejes y del viático de los moribundos
[Versión sobre el texto griego]
Can. 8. Acerca de los que antes se llamaban a si mismos kátharos o puros [es
decir, los novacianos], pero que se acercan a la Iglesia Católica y
Apostólica, plugo al santo y grande Concilio que, puesto que recibieron la
imposición de manos, permanezcan en el clero ¡ pero ante todo conviene que
confiesen por escrito que aceptarán y seguirán los decretos de la Iglesia
Católica y Apostólica, es decir, que no negarán la reconciliación a los
desposados en segundas nupcias y a los lapsos caídos en la persecución...
Can. 19. Sobre los que fueron paulianistas y luego se refugiaron en la
Iglesia Católica, se promulgó el decreto que sean rebautizados de todo
punto; y si algunos en el tiempo pasado pertenecieron al clero, si
aparecieren irreprochables e irreprensibles, después de rebautizados,
impónganseles las manos por el obispo de la Iglesia Católica...
Can. 13. Acerca de los que están para salir de este mundo, se guardará
también ahora la antigua ley canónica, a saber: que si alguno va a salir de
este mundo, no se le prive del último y más necesario viático. Pero si
después de estar en estado desesperado y haber obtenido la comunión,
nuevamente volviere entre
los vivos, póngase entre los que sólo participan de la oración; pero de modo
general y acerca de cualquiera que salga de este mundo, si pide participar
de la Eucaristía, el obispo, después de examen, debe dársela (versión
latina: hágale participe de la ofrenda).
[La carta sinodal a los egipcios sobre los errores de Arrio y sobre las
ordenaciones hechas por Melicio, v. en Kch 410 s.]
SAN MARCOS, 336
SAN JULIO I, 337-352
Sobre el primado del Romano Pontífice
[De la carta a los antioquenos, del año 341]
(22) ...Y si absolutamente, como decís, había alguna culpa contra ellos,
había que haber celebrado el juicio conforme a la regla eclesiástica y no de
esa manera. Se nos debió escribir a todos nosotros, a fin de que así por
todos se hubiera determinado lo justo puesto que eran obispos los que
padecían, y padecían no iglesias cualesquiera, sino aquellas que los mismos
Apóstoles por sí mismos gobernaron. ¿Y por qué no había que escribirnos
precisamente sobre la Iglesia de Alejandría? ¿Es que ignoráis que ha sido
costumbre escribirnos primero a nosotros y así determinar desde aquí lo
justo? Así, pues, ciertamente, si alguna sospecha había contra el obispo de
ahí, había que haberlo escrito a la Iglesia de aquí
CONCILIO DE SARDICA, 343-344
Sobre el primado del Romano Pontífice
[Versión sobre el texto auténtico latino]
Can. 3 [Isid. 4]. Osio obispo dijo: También esto, que un obispo no pase de
su provincia a otra provincia donde hay obispos, a no ser que fuere invitado
por sus hermanos, no sea que parezca que cerramos la puerta de la caridad.
—También ha de proveerse otro punto: Si acaso en alguna provincia un obispo
tuviere pleito contra otro obispo hermano suyo, que ninguno de ellos llame
obispos de otra provincia. —Y si algún obispo hubiere sido juzgado en alguna
causa y cree tener buena causa para que el juicio se renueve, si a vosotros
place, honremos la memoria del santísimo Apóstol Pedro: por aquellos que
examinaron la causa o por los obispos que moran en la provincia próxima,
escríbase al obispo de Roma; y si él juzgare que ha de renovarse el juicio,
renuévese y señale jueces. Mas si probare que la causa es tal que no debe
refregarse lo que se ha hecho, lo que él decretare quedará confirmado.
¿Place esto a todos? El Concilio respondió afirmativamente.
(Isid. 5) El obispo Gaudencio dijo: Si os place, a esta sentencia que habéis
emitido, llena de santidad, hay que añadir: Cuando algún obispo hubiere sido
depuesto por juicio de los obispos que moran en los lugares vecinos y
proclamare que su negocio ha de tratarse en la ciudad de Roma, no se ordene
en absoluto otro obispo en la misma cátedra después de la apelación de aquel
cuya deposición está en entredicho, mientras la causa no hubiere sido
determinada por el juicio del obispo de Roma.
[Can. 3 b] (Isid. 6) El obispo Osio dijo: Plugo también que si un obispo
hubiere sido acusado y le hubieren juzgado los obispos de su misma región
reunidos y le hubieren depuesto de su dignidad y, al parecer, hubiere
apelado y hubiere recurrido al beatísimo obispo de la Iglesia Romana, y éste
le quisiere oír y juzgare justo que se renueve el examen; que se digne
escribir a los obispos que están en la provincia limítrofe y cercana que
ellos mismos lo investiguen todo diligentemente y definan conforme a la fe
de la verdad. Y si el que ruega que su causa se oiga nuevamente y con sus
ruegos moviere al obispo romano a que de su lado envíe un presbítero, estará
en la potestad del obispo hacer lo que quiera o estime: y si decretare que
deben ser enviados quienes juzguen presentes con los obispos, teniendo la
autoridad de quien los envió, estará en su albedrío. Mas si creyere que
bastan los obispos para poner término a un asunto, haga lo que en su consejo
sapientísimo juzgare.
[De la Carta Quod Semper, en que el Concilio transmitió las Actas a San
Julio]
Porque parecerá muy bueno y muy conveniente que de cualesquiera provincias
acudan los sacerdotes a su cabeza, es decir, a la sede de Pedro Apóstol.
SAN LIBERIO; 352-366
Sobre el bautismo de los herejes [v. 88]
SAN DAMASO I, 366-384
CONCILIO ROMANO, 382
Sobre la Trinidad y la Encarnación
[Del Tomus Damasi]
[Después de este Concilio de obispos católicos que se reunió en la ciudad de
Roma, añadieron, por inspiración del Espíritu Santo:] Y porque después
cundió el error de atreverse algunos a decir que el Espíritu Santo fue hecho
por medio del Hijo:
(1) Anatematizamos a aquellos que no proclaman con toda libertad que el
Espíritu Santo es de una sola potestad y sustancia con el Padre y el Hijo.
(2) Anatematizamos también a los que siguen el error de Sabelio, diciendo
que el Padre es el mismo que el Hijo.
(3) Anatematizamos también a Arrio y a Eunomio que con igual impiedad,
aunque con lenguaje distinto, afirman que el Hijo y el Espíritu Santo son
criaturas.
Anatematizamos a los macedonianos que, viniendo de la de Arrio, no mudaron
la perfidia, sino el nombre.
Anatematizamos a Fotino, que renovando la herejía de Ebión, confiesa a
nuestro Señor Jesucristo sólo nacido de María.
(6) Anatematizamos a aquellos que afirman dos Hijos, uno antes de los siglos
v otro después de asumir de la Virgen la carne.
(7) Anatematizamos a aquellos que dicen que el Verbo de Dios estuvo en la
carne humana en lugar del alma racional e inteligente del hombre, como
quiera que el mismo Hijo y Verbo de Dios no estuvo en su cuerpo en lugar del
alma racional e inteligente, sino que tomó y salvó nuestra alma [esto es, la
racional e inteligente], pero sin pecado.
(B) Anatematizamos a aquellos que pretenden que el Verbo Hijo de Dios es
extensión o colección y separado del Padre, insustantivo y que ha de tener
fin.
(9) También a aquellos que han andado de iglesia en iglesia, los tenemos por
ajenos a nuestra comunión hasta tanto no hubieren vuelto a aquellas ciudades
en que primero fueron constituídos. Y si al emigrar uno, otro ha sido
ordenado en lugar del viviente, el que abandonó su ciudad vaque de la
dignidad episcopal hasta que su sucesor descanse en el Señor.
(10) Si alguno no dijere que el Padre es siempre, que el Hijo es siempre y
que el Espíritu Santo es siempre, es hereje.
(11) Si alguno no dijere que el Hijo ha nacido del Padre, esto es, de la
sustancia divina del mismo, es hereje.
(12) Si alguno no dijere verdadero Dios al Hijo de Dios, como verdadero Dios
a [su] Padre [y] que todo lo puede y que todo lo sabe y que es igual al
Padre, es hereje.
(13) Si alguno dijere que constituído en la carne cuando estaba en la
tierra, no estaba en los cielos con el Padre, es hereje.
(14) Si alguno dijere que, en la Pasión, Dios sentía el dolor de cruz y no
lo sentía la carne junto con el alma, de que se había vestido Cristo Hijo de
Dios, la forma de siervo que para sí había tomado, como dice la Escritura
[cf. Phil. 2, 7], no siente rectamente.
(5) Si alguno no dijere que [Cristo] está sentado con su carne a la diestra
del Padre, en la cual ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, es
hereje.
(16) Si alguno no dijere que el Espíritu Santo, como el Hijo, es verdadera y
propiamente del Padre, de la divina sustancia y verdadero Dios, es hereje.
(17) Si alguno no dijere que el Espíritu Santo lo puede todo y todo lo sabe
y está en todas partes, como el Hijo y el Padre, es hereje.
(18) Si alguno dijere que el Espíritu es criatura o que fue hecho por el
Hijo, es hereje.
(19) Si alguno no dijere que el Padre por medio del Hijo y de (su) Espíritu
Santo lo hizo todo, esto es, lo visible y lo invisible, es hereje.
(20) Si alguno no dijere que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen
una sola divinidad, potestad, majestad y potencia, una sola gloria y
dominación, un solo reino y una sola voluntad y verdad, es hereje.
(21) Si alguno no dijere ser tres personas verdaderas: la del Padre, la del
Hijo y la del Espíritu Santo, iguales, siempre vivientes, que todo lo
contienen, lo visible y lo invisible, que todo lo pueden, que todo lo
juzgan, que todo lo vivifican, que todo lo hacen, que todo lo salvan, es
hereje.
(22) Si alguno no dijere que el Espíritu Santo ha de ser adorado por toda
criatura, como el Padre y el Hijo, es hereje.
(23) Si alguno sintiere bien del Padre y del Hijo, pero no se hubiere
rectamente acerca del Espíritu Santo, es hereje, porque todos los herejes,
sintiendo mal del Hijo de Dios y del Espíritu Santo, se hallan en la
perfidia de los judíos y de los paganos.
(24) Si alguno, al llamar Dios al Padre [de Cristo], Dios al Hijo de Aquél,
y Dios al Espíritu Santo, distingue y los llama dioses, y de esta forma les
da el nombre de Dios, y no por razón de una sola divinidad y potencia, cual
creemos y sabemos ser la del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y
prescindiendo del Hijo o del Espíritu Santo, piense así que al Padre solo se
le llama Dios o así cree en un solo Dios, es hereje en todo, más aún, judío,
porque el nombre de dioses fue puesto y dado por Dios a los ángeles y a
todos los santos, pero del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, por razón
de la sola e igual divinidad no se nos muestra ni promulga para que creamos
el nombre de dioses, sino el de Dios. Porque en el Padre, en el Hijo y en el
Espíritu Santo solamente somos bautizados y no en el nombre de los
arcángeles o de los ángeles, como los herejes o los judíos o también los
dementes paganos.
Ésta es, pues, la salvación de los cristianos: que creyendo en la Trinidad,
es decir, en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, y bautizados en
ella, creamos sin duda alguna que la misma posee una sola verdadera
divinidad y potencia, majestad y sustancia.
Del Espíritu Santo
[Decretum Damasi, de las Actas del Concilio de Roma, del año 382]
Se dijo: Ante todo hay que tratar del Espíritu septiforme que descansa en
Cristo. Espíritu de sabiduría: Cristo virtud de Dios y sabiduría de Dios [1
Cor. 1, 24]. Espíritu de entendimiento: Te daré entendimiento y te instruiré
en el camino por donde andarás [Ps. 31, 8]. Espíritu de consejo: Y se
llamará su nombre ángel del gran consejo [Is. 9, 6 ¡ LXX]. Espíritu de
fortaleza: Virtud o fuerza de Dios y sabiduría de Dios [1 Cor. 1, 24].
Espíritu de ciencia: Por la eminencia de la ciencia de Cristo Jesús [Eph.
3,19]. Espíritu de verdad: Yo el camino, la vida y la verdad [Ioh. 14, 6].
Espíritu de temor [de Dios]: El temor del Señor es principio de la sabiduría
[Ps. 110, 10]... [sigue la explicación de los varios nombres de Cristo:
Señor, Verbo, carne, pastor, etc. ]... Porque el Espíritu Santo no es sólo
Espíritu del Padre o sólo Espíritu del Hijo, sino del Padre y del Hijo.
Porque está escrito: Si alguno amare al mundo, no está en él el Espíritu del
Padre [1 Ioh. 2, 15; Rom. 8, 9]. Igualmente está escrito: El que no tiene el
Espíritu de Cristo, ése no es suyo [Rom. 8, 9]. Nombrado así el Padre y el
Hijo, se entiende el Espíritu Santo, de quien el mismo Hijo dice en el
Evangelio que el Espíritu Santo procede del Padre [Ioh. 15, 26], y: De lo
mío recibirá y os lo anunciará a vosotros [Ioh. 16, 14].
Del canon de la sagrada Escritura
[Del mismo decreto y de las actas del mismo Concilio de Roma]
Asimismo se dijo: Ahora hay que tratar de las Escrituras divinas, qué es lo
que ha de recibir la universal Iglesia Católica y qué debe evitar.
Empieza la relación del Antiguo Testamento: un libro del Génesis, un libro
del Exodo, un libro del Levítico, un libro de los Números, un libro del
Deuteronomio, un libro de Jesús Navé, un libro de los Jueces, un libro de
Rut, cuatro libros de los Reyes, dos libros de los Paralipóntenos, un libro
de ciento cincuenta Salmos, tres libros de Salomón: un libro de Proverbios,
un libro de Eclesiastés, un libro del Cantar de los Cantares; igualmente un
libro de la Sabiduría, un libro del Eclesiástico.
Sigue la relación de los profetas: un libro de Isaías, un libro de Jeremías,
con Cinoth, es decir, sus lamentaciones, un libro de Ezequiel, un libro de
Daniel, un libro de Oseas, un libro de Amós, un libro de Miqueas, un libro
de Joel, un libro de Abdías, un libro de Jonás, un libro de Naún, un libro
de Abacuc, un libro de Sofonías, un libro de Agéo, un libro de Zacarías, un
libro de Malaquías.
Sigue la relación de las historias: un libro de Job, un libro de Tobías, dos
libros de Esdras, un libro de Ester, un libro de Judit, dos libros de los
Macabeos.
Sigue la relación de las Escrituras del Nuevo Testamento que recibe la Santa
Iglesia Católica: un libro de los Evangelios según Mateo, un libro según
Marcos, un libro según Lucas, un libro según Juan.
Epístolas de Pablo Apóstol, en número de catorce: una a los Romanos, dos a
los Corintios, una a los Efesios, dos a los Tesalonicenses, una a los
Gálatas, una a los Filipenses, una a los Colosenses, dos a Timoteo, una a
Tito, una a Filemón, una a los Hebreos.
Asimismo un libro del Apocalipsis de Juan y un libro de Hechos de los
Apóstoles.
Asimismo las Epístolas canónicas, en número de siete: dos Epístolas de Pedro
Apóstol, una Epístola de Santiago Apóstol, una Epístola de Juan Apóstol, dos
Epístolas de otro Juan, presbítero, y una Epístola de Judas Zelotes Apóstol
[v. 162] .
Acaba el canon del Nuevo Testamento.
PRIMER CONCILIO DE CONSTANTINOPLA, 381
II ecuménico (contra los macedonianos, etc.)
Condenación de los herejes
Can. 1. No rechazar la fe de los trescientos dieciocho Padres reunidos en
Nicea de Bitinia, sino que permanezca firme y anatematizar toda herejía, y
en particular la de los eunomianos o anomeos, la de los arrianos o
eudoxianos, y la de los semiarrianos o pneumatómacos, la de los sabelinos,
marcelianos, la de los fotinianos y la de los apolinaristas.
Símbolo Niceno=Constantinopolitano
[Versión sobre el texto griego]
Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador del cielo y de la
tierra, de todas las cosas visibles o invisibles. Y en un solo Señor
Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los
siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido no hecho,
consustancial con el Padre, por quien fueron hechas todas las cosas; que por
nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió de los cielos y se
encarnó por obra del Espíritu Santo y de María Virgen, y se hizo hombre, y
fue crucificado por nosotros bajo Poncio Pilato y padeció y fue sepultado y
resucitó al tercer día según las Escrituras, y subió a los cielos, y está
sentado a la diestra del Padre, y otra vez ha de venir con gloria a juzgar a
los vivos y a los muertos; y su reino no tendrá fin. Y en el Espíritu Santo,
Señor y vivificante, que procede del Padre, que juntamente con el Padre y el
Hijo es adorado y glorificado, que habló por los profetas. En una sola Santa
Iglesia Católica y Apostólica. Confesamos un solo bautismo para la remisión
de los pecados. Esperamos la resurrección de la carne y la vida del siglo
futuro. Amén.
[Según la versión de Dionisio el Exiguo]
Creemos [creo] en un solo Dios, Padre omnipotente, hacedor del cielo y de la
tierra, de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un solo Señor
Jesucristo, Hijo de Dios y nacido del Padre [Hijo de Dios unigénito y nacido
del Padre] antes de todos los Siglos [Dios de Dios, luz de luz], Dios
verdadero de Dios verdadero. Nacido [engendrado], no hecho, consustancial
con el Padre, por quien fueron hechas todas las cosas, quien por nosotros
los hombres y la salvación nuestra [y por nuestra salvación] descendió de
los cielos. Y se encarnó de Maria Virgen por obra del Espíritu Santo y se
humanó [y se hizo hombre], y fue crucificado [crucificado también] por
nosotros bajo Poncio Pilato, [padeció] y fue sepultado. Y resucitó al tercer
día [según las Escrituras. Y] subió al cielo, está sentado a la diestra del
Padre, (y) otra vez ha de venir con gloria a juzgar a los vivos y a los
muertos: y su reino no tendrá fin. Y en el Espíritu Santo, Señor y
vivificante, que procede del Padre [que procede del Padre y del Hijo] , que
con el Padre y el Hijo ha de ser adorado y glorificado que con el Padre y el
Hijo es juntamente adorado y glorificado), que habló por los santos profetas
[por los profetas]. Y en una sola santa Iglesia, Católica y Apostólica.
Confesamos [Confieso] un solo bautismo para la remisión de los pecados.
Esperamos [Y espero] la resurrección de los muertos y la vida del siglo
futuro [venidero]. Amén.
SAN SIRICIO, 384-398
Del primado del Romano Pontífice
[De la Carta 1 Directa ad decessorem, a Himerio, obispo de Tarragona, de 10
de febrero de 385]
... No negamos la conveniente respuesta a tu consulta, pues en consideración
de nuestro deber no tenemos posibilidad de desatender ni callar, nosotros a
quienes incumbe celo mayor que a todos por la religión cristiana. Llevamos
los pesos de todos los que están cargados; o, más bien, en nosotros los
lleva el bienaventurado Pedro Apóstol que, como confiamos, nos protege y
defiende en todo como herederos de su administración.
Del bautismo de los herejes
[De la misma Epístola]
(1, 1) Así, pues, en la primera página de tu escrito señalas que muchísimos
de los bautizados por los impíos arrianos se apresuran a volver a la fe
católica y que algunos de nuestros hermanos quieren bautizarlos nuevamente:
lo cual no es licito, como quiera que el Apóstol veda que se haga [cf. Eph.
4, 5; Hebr. 6, 4 ss (?)], y lo contradicen los cánones y lo prohiben los
decretos generales enviados a las provincias por mi predecesor de venerable
memoria Liberio 1, después de anular el Concilio de Rimini. A éstos,
juntamente con los novacianos y otros herejes, nosotros los asociamos a la
comunidad de los católicos, como está establecido en el Concilio, con sola
la invocación del Espíritu septiforme, por medio de la imposición de la mano
episcopal, lo cual guarda también todo el Oriente y Occidente. Conviene que
en adelante tampoco vosotros os desviéis en modo alguno de esta senda, si no
os queréis separar de nuestra unión por sentencia sinodal.
Sobre el matrimonio cristiano
[De la misma Carta a Himerio]
(4, 5) Acerca de la velación conyugal preguntas si la doncella desposada con
uno, puede tomarla otro en matrimonio. Prohibimos de todas maneras que se
haga tal cosa, pues la bendición que el sacerdote da a la futura esposa, es
entre los fieles como sacrilegio, si por transgresión alguna es violada.
(5, 6) [Sobre la ayuda que ha de darse por fin antes de la muerte a los
relapsos en los placeres, v. Kch 657.]
Sobre el celibato de los clérigos
[De la misma Carta a Himerio]
(7, 8 ss) Vengamos ahora a los sacratísimos órdenes de los clérigos, los que
para ultraje de la religión venerable hallamos por vuestras provincias tan
pisoteados y confundidos, que tenemos que decir con palabras de Jeremías:
¿Quién dará a mi cabeza agua y a mis ojos una fuente de lágrimas? Y lloraré
sobre este pueblo día y noche [Ier. 9, 1]... Porque hemos sabido que
muchísimos sacerdotes de Cristo y levitas han procreado hijos después de
largo tiempo de su consagración, no sólo de sus propias mujeres, sino de
torpe unión y quieren defender su crimen con la excusa de que se lee en el
Antiguo Testamento haberse concedido a los sacerdotes y ministros facultad
de engendrar.
Dígame ahora cualquiera de los seguidores de la liviandad... ¿Por qué [el
Señor] avisa a quienes se les encomendaba el santo de los santos, diciendo:
Sed santos, porque también yo el Señor Dios vuestro soy santo [Lv. 20, 7; 1
Petr. 1, 16]? ¿Por qué también, el año de su turno, se manda a los
sacerdotes habitar en el templo lejos de sus casas? Pues por la razón de que
ni aun con sus mujeres tuvieran comercio carnal, a fin de que, brillando por
la integridad de su conciencia, ofrecieran a Dios un don aceptable...
De ahí que también el Señor Jesús, habiéndonos ilustrado con su venida,
protesta en su Evangelio que vino a cumplir la ley, no a destruirla [Mt. 5,
17]. Y por eso quiso que la forma de la castidad de su Iglesia, de la que Él
es esposo, irradiara con esplendor, a fin de poderla hallar sin mancha ni
arruga [Eph. 5, 27], como lo instituyó por su Apóstol, cuando otra vez venga
en el día del juicio. Todos los levitas y sacerdotes estamos obligados por
la indisoluble ley de estas sanciones, es decir que desde el día de nuestra
ordenación, consagramos nuestros corazones y cuerpos a la sobriedad y
castidad, para agradar en todo a nuestro Dios en los sacrificios que
diariamente le ofrecemos. Mas los que están en la carne, dice el vaso de
elección, no pueden agradar a Dios [Rom. 8, 8].
... En cuanto aquellos que se apoyan en la excusa de un ilícito privilegio,
para afirmar que esto les está concedido por la ley antigua, sepan que por
autoridad de la Sede Apostólica están depuestos de todo honor eclesiástico,
del que han usado indignamente, y que nunca podrán tocar los venerandos
misterios, de los que a sí mismos se privaron al anhelar obscenos placeres;
y puesto que los ejemplos presentes nos enseñan a precavernos para lo
futuro, en adelante, cualquier obispo, presbítero o diácono que —cosa que no
deseamos— fuere hallado tal, sepa que ya desde ahora le queda por Nos
cerrado todo camino de indulgencia; porque hay que cortar a hierro las
heridas que no sienten la medicina de los fomentos.
De las ordenaciones de los monjes
[De la misma Carta a Himerio]
(13) También los monjes, a quienes recomienda la gravedad de sus costumbres
y la santa institución de su vida y de su fe, deseamos y queremos que sean
agregados a los oficios de los clérigos... [cf. 1580].
De la virginidad de la B. V. M.
[De la Carta 9 Accepi litteras vestras a Anisio, obispo de Tesalónica, de
392]
(3) A la verdad, no podemos negar haber sido con justicia reprendido el que
habla de los hijos de María, y con razón ha sentido horror vuestra santidad
de que del mismo vientre virginal del que nació, según la carne, Cristo,
pudiera haber salido otro parto. Porque no hubiera escogido el Señor Jesús
nacer de una virgen, si hubiera juzgado que ésta había de ser tan
incontinente que, con semen de unión humana, había de manchar el seno donde
se formó el cuerpo del Señor, aquel seno, palacio del Rey eterno. Porque el
que esto afirma, no otra cosa afirma que la perfidia judaica de los que
dicen que no pudo nacer de una virgen. Porque aceptando la autoridad de los
sacerdotes, pero sin dejar de opinar que María tuvo muchos partos, con más
empeño pretenden combatir la verdad de la fe.
III CONCILIO DE CARTAGO, 397
Del canon de la S. Escritura
Can. 36 (ó 47). [Se acordó] que, fuera de las Escrituras canónicas, nada se
lea en la Iglesia bajo el nombre de Escrituras divinas, Ahora bien, las
Escrituras canónicas son: Génesis, Exodo, Levítico, Números, Deuteronomio,
Jesús Navé, Jueces, Rut, cuatro libros de los Reyes, dos libros de los
Paralipómenos, Job, Psalterio de David, cinco libros de Salomón, doce libros
de los profetas, Isaías, Jeremías, Daniel, Ezequiel, Tobías, Judit, Ester,
dos libros de los Macabeos. Del Nuevo Testamento: Cuatro libros de los
Evangelios, un libro de Hechos de los Apóstoles, trece Epístolas de Pablo
Apóstol, del mismo una a los Hebreos, dos de Pedro, tres de Juan , una de
Santiago, una de Judas, Apocalipsis de Juan. Sobre la confirmación de este
canon consúltese la Iglesia transmarina. Sea lícito también leer las
pasiones de los mártires, cuando se celebran sus aniversarios.
SAN ANASTASIO I, 398-401
Sobre la Ortodoxia del papa Liberio
[De la Carta Dat mihi plurimum, a Venerio obispo de Milán, hacia el año 400]
Me da muchísima alegría el hecho cumplido por el amor de Cristo, por el que
encendida en el culto y fervor de la divinidad, Italia, vencedora en todo el
orbe, mantenía íntegra la fe enseñada de los Apóstoles y recibida de los
mayores, puesto que por este tiempo en que Constancio, de divina memoria,
obtenía victorioso el orbe, no pudo esparcir sus manchas por subrepción
alguna la herética facción arriana, disposición, según creemos, de la
providencia de nuestro Dios, a fin de que aquella santa e inmaculada fe no
se contaminara con algún vicio de blasfemia de hombres maldicientes; aquella
fe, decimos, que había sido tratada o definida en la reunión del Concilio de
Nicea por los santos obispos, puestos ya en el descanso de los Santos.
Por ella sufrieron de buena gana el destierro los que entonces se mostraron
como santos obispos, esto es, Dionisio de ahí, siervo de Dios, dispuesto por
las divinas enseñanzas, y, tal vez siguiendo su ejemplo, Liberio, obispo de
Roma, de santa memoria, Eusebio de Verceli e Hilario de las Galias, por no
citar a muchos otros que hubieran preferido ser clavados en la cruz, antes
que blasfemar de Cristo Dios, a lo que quería forzarlos la herejía arriana,
o sea llamar a Cristo Dios, Hijo de Dios, una criatura del Señor.
Concilio Toledano del año 400, sobre el ministro del crisma y de la
crismación (can. 20) v. Kch 712.
SAN INOCENCIO I, 401-4172
Del bautismo de los herejes
[De la Carta a Etsi tibi, a Victricio obispo de Ruán de 15 de febrero de
404]
(8) Que los que vienen de los novacianos o de los montenses sean recibidos
con sólo la imposición de manos, porque, si bien han sido bautizados por los
herejes, lo han sido en el nombre de Cristo.
De la reconciliación en el artículo de muerte
[De la Carta Consulenti tibi, a Exuperio, obispo de Toulouse, 20 de febrero
de 405]
(2) ...Se ha preguntado qué haya de observarse respecto de aquellos que,
entregados después del bautismo todo el tiempo a los placeres de la
incontinencia, piden al fin de su vida la penitencia juntamente con la
reconciliación de la comunión...
La observancia respecto de éstos fue al principio más dura; luego, por
intervención de la misericordia, más benigna. Porque la primitiva costumbre
sostuvo que se les concediera la penitencia, pero se les negara la comunión.
Porque como en aquellos tiempos estallaban frecuentes persecuciones, por
miedo de que la facilidad de conceder la comunión, no apartara a los hombres
de la apostasía, por estar seguros de la reconciliación, con razón se negó
la comunión, si bien se concedió la penitencia, para no negarlo todo en
absoluto, y la razón del tiempo hizo más duro el perdón. Pero después que
nuestro Señor devolvió la paz a sus Iglesias, plugo ya, expulsado aquel
temor, dar la comunión a los que salen de este mundo, para que sea, por la
misericordia del Señor, como un viático para quienes han de emprender el
viaje, y para que no parezca que seguimos la aspereza y dureza del hereje
Novaciano que niega el perdón. Se concederá, pues, junto con la penitencia,
la extrema comunión, a fin de que tales hombres, siquiera en sus últimos
momentos, por la bondad de nuestro Salvador, se libren de la eterna ruina
[v. § 1538].
[Sobre la reconciliación fuera del peligro de muerte, v. Kch 727.]
Del canon de la Sagrada Escritura y de los libros apócrifos
[De la misma Carta a Exuperio]
(7) Los libros que se reciben en el canon, te lo muestra la breve lista
adjunta. He aquí los que deseabas saber: cinco libros de Moisés, a saber:
Génesis, Exodo, Levítico, Números, Deuteronomio; Jesús Navé, uno de los
Jueces, cuatro libros de los Reinos, juntamente con Rut, dieciséis libros de
los Profetas, cinco libros de Salomón, el Salterio. Igualmente, de las
historias: un libro de Job, un libro de Tobías, uno de Ester, uno de Judit,
dos de los Macabeos, dos de Esdras, dos libros de los Paralipómenos.
Igualmente, del Nuevo Testamento: cuatro libros de los Evangelios, catorce
cartas de Pablo Apóstol, tres cartas de Juan [v. 48 y 92], dos cartas de
Pedro, una carta de Judas, una de Santiago, los Hechos de los Apóstoles y la
Apocalipsis de Juan.
Lo demás que está escrito bajo el nombre de Matías o de Santiago el Menor, o
bajo el nombre de Pedro y Juan, y son obras de un tal Leucio (o bajo el
nombre de Andrés, que lo son de Nexócaris y Leónidas, filósofos), y si hay
otras por el estilo, sabe que no sólo han de rechazarse, sino que también
deben ser condenadas.
Sobre el bautismo de los paulianistas
[De la Carta 17 Magna me gratulatio, a Rufo y otros obispos de Macedonia, de
13 de diciembre de 414]
Que según el canon niceno [v. 56], han de ser bautizados los paulianistas
que vuelven a la Iglesia, pero no los novacianos [v. 55]:
(5)... Manifiesta está la razón por qué se ha distinguido en estas dos
herejías, pues los paulinistas no bautizan en modo alguno en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y los novacianos bautizan con los
mismos tremendos y venerables nombres, y entre ellos jamás se ha movido
cuestión alguna sobre la unidad de la potestad divina, es decir, del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo.
Del ministro de la confirmación
[De la Carta 25 Si instituta eclesiástica a Decencio, obispo de Gobbio, de
19 de marzo de 416]
(3) Acerca de la confirmación de los niños, es evidente que no puede hacerse
por otro que por el obispo. Porque los presbíteros, aunque ocupan el segundo
lugar en el sacerdocio, no alcanzan, sin embargo, la cúspide del
pontificado. Que este poder pontifical, es decir, el de confirmar y
comunicar el Espíritu Paráclito, se debe a solos los obispos, no sólo lo
demuestra la costumbre eclesiástica, sino también aquel pasaje de los Hechos
de los Apóstoles, que nos asegura cómo Pedro y Juan se dirigieron para dar
el Espíritu Santo a los que ya habían sido bautizados [cf. Act. 8, 14-17].
Porque a los presbíteros que bautizan, ora en ausencia, ora en presencia del
obispo, les es licito ungir a los bautizados con el crisma, pero sólo si
éste ha sido consagrado por el obispo; sin embargo, no les es licito signar
la frente con el mismo óleo, lo cual corresponde exclusivamente a los
obispos, cuando comunican el Espíritu Paráclito. Las palabras, empero, no
puedo decirlas, no sea que parezca más bien que hago traición que no que
respondo a la consulta.
Del ministro de la extremaunción
[De la misma Carta a Decencio]
(8) A la verdad, puesto que acerca de este punto, como de los demás, quiso
consultar tu caridad, añadió también mi hijo Celestino diácono en su carta
que había sido puesto por tu caridad lo que está escrito en la Epístola del
bienaventurado Santiago Apóstol: Si hay entre vosotros algún enfermo, llame
a los presbíteros, y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del
Señor; y la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor le levantará y si
ha cometido pecado, se le perdonará [Iac. 5, 14 s]. Lo cual no hay duda que
debe tomarse o entenderse de los fieles enfermos, los cuales pueden ser
ungidos con el santo óleo del crisma que, preparado por el obispo, no sólo a
los sacerdotes, sino a todos los cristianos es licito usar para ungirse en
su propia necesidad o en la de los suyos. Por lo demás, vemos que se ha
añadido un punto superfluo, como es dudar del obispo en cosa que es lícita a
los presbíteros. Porque si se dice a los presbíteros es porque los obispos,
impedidos por otras ocupaciones, no pueden acudir a todos los enfermos. Por
lo demás, si el obispo puede o tiene por conveniente visitar por si mismo a
alguno, sin duda alguna puede bendecir y ungir con el crisma, aquel a quien
incumbe preparar el crisma. Con todo, éste no puede derramarse sobre los
penitentes, puesto que es un género de sacramento. Y a quienes se niegan los
otros sacramentos, ¿cómo puede pensarse ha de concedérseles uno de ellos?
Sobre el primado e infalibilidad del Romano Pontífice
[De la Carta 29 In requirendis, a los obispos africanos, de 27 de enero de
417]
(1) Al buscar las cosas de Dios... guardando los ejemplos de la antigua
tradición... habéis fortalecido de modo verdadero... el vigor de vuestra
religión, pues aprobasteis que debía el asunto remitirse a nuestro juicio,
sabiendo qué es lo que se debe a la Sede Apostólica, como quiera que cuantos
en este lugar estamos puestos, deseamos seguir al Apóstol de quien procede
el episcopado mismo y toda la autoridad de este nombre. Siguiéndole a él,
sabemos lo mismo condenar lo malo que aprobar lo laudable. Y, por lo menos,
guardando por sacerdotal deber las instituciones de los Padres, no creéis
deben ser conculcadas, pues ellos; no por humana, sino por divina sentencia
decretaron que cualquier asunto que se tratara, aunque viniera de provincias
separadas y remotas, no habían de considerarlo terminado hasta tanto llegara
a noticia de esta Sede, a fin de que la decisión que fuere justa quedara
confirmada con toda su autoridad y de aquí tomaran todas las Iglesias (como
si las aguas todas vinieran de su fuente primera y por las diversas regiones
del mundo entero manaran los puros arroyos de una fuente incorrupta) qué
deben mandar, a quiénes deben lavar, y a quiénes, como manchados de cieno no
limpiable ha de evitar el agua digna de cuerpos puros.
[Otros escritos de Inocencio I sobre el mismo asunto, véase Kch 720-726. ]
SAN ZOSIMO, 417-418
II CONCILIO MILEVI, 416 Y XVI CONCILIO DE CARTAGO, 418
aprobados respectivamente por Inocencio I y por Zósimo
[Contra los pelagianos]
Del pecado original y de la gracia
Can. 1. Plugo a todos los obispos... congregados en el santo Concilio de la
Iglesia de Cartago: Quienquiera que dijere que el primer hombre, Adán, fue
creado mortal, de suerte que tanto si pecaba como si no pecaba tenia que
morir en el cuerpo, es decir, que saldría del cuerpo no por castigo del
pecado, sino por necesidad de la naturaleza, sea anatema.
Can. 2. Igualmente plugo que quienquiera niegue que los niños recién nacidos
del seno de sus madres, no han de ser bautizados o dice que, efectivamente,
son bautizados para remisión de los pecados, pero que de Adán nada traen del
pecado original que haya de expiarse por el lavatorio de la regeneración; de
donde consiguientemente se sigue que en ellos la fórmula del bautismo "para
la remisión de los pecados", ha de entenderse no verdadera, sino falsa, sea
anatema. Porque lo que dice el Apóstol: Por un solo hombre entró el pecado
en el mundo y por el pecado la muerte y así a todos los hombres pasó, por
cuanto en aquél todos pecaron [cf. Rom. 5, 12], no de otro modo ha de
entenderse que como siempre lo entendió la Iglesia Católica por el mundo
difundida. Porque por esta regla de la fe, aun los niños pequeños que
todavía no pudieron cometer ningún pecado por sí mismos, son verdaderamente
bautizados para la remisión de los pecados, a fin de que por la regeneración
se limpie en ellos lo que por la generación contrajeron.
Can. 3. Igualmente plugo: Quienquiera dijere que la gracia de Dios por la
que se justifica el hombre por medio de Nuestro Señor Jesucristo, solamente
vale para la remisión de los pecados que ya se han cometido, pero no de
ayuda para no cometerlos, sea anatema.
Can. 4. Igualmente, quien dijere que la misma gracia de Dios por Jesucristo
Señor nuestro sólo nos ayuda para no pecar en cuanto por ella se nos revela
y se nos abre la inteligencia de los preceptos para saber qué debemos
desear, qué evitar, pero que por ella no se nos da que amemos también y
podamos hacer lo que hemos conocido debe hacerse, sea anatema. Porque
diciendo el Apóstol: La ciencia hincha, más la caridad edifica [1 Cor. 8,
1]; muy impío es creer que tenemos la gracia de Cristo para la ciencia que
hincha y no la tenemos para la caridad que edifica, como quiera que una y
otra cosa son don de Dios, lo mismo el saber qué debemos hacer que el amar a
fin de hacerlo, para que, edificando la caridad, no nos pueda hinchar la
ciencia. Y como de Dios está escrito: El que enseña al hombre la ciencia
[Ps. 93, 10], así también está: La caridad viene de Dios [1 Ioh. 4, 7].
Can. 5. Igualmente plugo: Quienquiera dijere que la gracia de la
justificación se nos da a fin de que más fácilmente podamos cumplir por la
gracia lo que se nos manda hacer por el libre albedrío, como si, aun sin
dársenos la gracia, pudiéramos, no ciertamente con facilidad, pero
pudiéramos al menos cumplir los divinos mandamientos, sea anatema. De los
frutos de los mandamientos hablaba, en efecto, el Señor, cuando no dijo:
"Sin mí, más dificilmente podéis obrar", sino que dijo: Sin mí, nada podéis
hacer [Ioh. 15, 5].
Can. 6. Igualmente plugo: I,o que dice el Apóstol San Juan: Si dijéremos que
no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en
nosotros [1 Ioh. 1, 8], quienquiera pensare ha de entenderse en el sentido
de que es menester decir por humildad que tenemos pecado, no porque
realmente sea así, sea anatema. Porque el Apóstol sigue y dice: Mas si
confesáremos nuestros pecados, fiel es El y justo para perdonarnos los
pecados y limpiarnos de toda iniquidad [1 Ioh. 1, 9]. Donde con creces
aparece que esto no se dice sólo humildemente, sino también verazmente.
Porque podía el Apóstol decir: "Si dijéremos: "no tenemos pecado", a
nosotros mismos nos exaltamos y la humildad no está con nosotros"; pero como
dice: Nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros,
bastantemente manifiesta que quien dijere que no tiene pecado, no habla
verdad, sino falsedad.
Can. 7. Igualmente plugo: Quienquiera dijere que en la oración dominical los
Santos dicen: Perdónanos nuestras deudas [Mt. 6, 12], de modo que no lo
dicen por sí mismos, pues no tienen ya necesidad de esta petición, sino por
los otros, que son en su pueblo pecadores, y que por eso no dice cada uno de
los Santos: Perdóname mis deudas, sino: Perdónanos nuestras deudas, de modo
que se entienda que el justo pide esto por los otros más bien que por sí
mismo, sea anatema. Porque santo y justo era el Apóstol Santiago cuando
decía: Porque en muchas cosas pecamos todos [Iac. 3, 2]. Pues, ¿por qué
motivo añadió "todos", sino porque esta sentencia conviniera también con el
salmo, donde se lee: No entres en juicio con tu siervo, porque no se
justificará en tu presencia ningún viviente? [Ps. 142, 23. Y en la oración
del sapientísimo Salomón: No hay hombre que no haya pecado [3 Reg. 8, 46]. Y
en el libro del santo Job: En la mano de todo hombre pone un sello, a fin de
que todo hombre conozca su flaqueza [Iob. 37, 7]. De ahí que también Daniel,
que era santo y justo, al decir en plural en su oración: Hemos pecado, hemos
cometido iniquidad [Dan. 9, 5 y 15], y lo demás que allí confiesa veraz y
humildemente; para que nadie pensara, como algunos piensan, que esto lo
decía, no de sus pecados, sino más bien de los pecados de su pueblo, dijo
después: Como... orara y confesara mis pecados y los pecados de mi pueblo
[Dan. 9, 20] al Señor Dios mío; no quiso decir "nuestros pecados" sino que
dijo los pecados de su pueblo y los suyos, pues previó, como profeta, d
éstos que en lo futuro tan mal lo habían de entender.
Can. 8. Igualmente plugo: Todo el que pretenda que las mismas palabras de la
oración dominical: Perdónanos nuestras deudas [Mt. 6, 12], de tal modo se
dicen por los Santos que se dicen humildemente, pero no verdaderamente, sea
anatema. Porque, ¿quién puede sufrir que se ore y no a los hombres, sino a
Dios mintiendo; que con los labios se diga que se quiere el perdón, y con el
corazón se afirme no haber deuda que deba perdonarse?
Del primado e infalibilidad del Romano Pontífice
[De la Carta 12 Quamvis Patrum traditio a los obispos africanos, de 21 de
marzo de 418]
Aun cuando la tradición de los Padres ha concedido tanta autoridad a la Sede
Apostólica que nadie se atrevió a discutir su juicio y sí lo observó siempre
por medio de los cánones y reglas, y la disciplina eclesiástica que aun vige
ha tributado en sus leyes al nombre de Pedro, del que ella misma también
desciende, la reverencia que le debe ;... así pues, siendo Pedro cabeza de
tan grande autoridad v habiéndolo confirmado la adhesión de todos los
mayores que la han seguido, de modo que la Iglesia romana está confirmada
tanto por leyes humanas como divinas —y no se os oculta que nosotros regimos
su puesto y tenemos también la potestad de su nombre, sino que lo sabéis muy
bien, hermanos carísimos, y como sacerdotes lo debéis saber—; no obstante,
teniendo nosotros tanta autoridad que nadie puede apelar de nuestra
sentencia, nada hemos hecho que no lo hayamos hecho espontáneamente llegar
por nuestras cartas a vuestra noticia... no porque ignoráramos qué debía
hacerse, o porque hiciéramos algo que yendo contra el bien de la Iglesia
había de desagradar...
Sobre el pecado original
[De la Carta Tractatoria a las Iglesius orientales, a la diócesis de Egipto,
a Constantinopla, Tesalónica y Jerusalén, enviada después de marzo de 418]
Fiel es el Señor en sus palabras [Ps. 144, 13], y su bautismo, en la
realidad y en las palabras, esto es, por obra, por confesión y remisión de
los pecados en todo sexo, edad y condición del género humano, conserva la
misma plenitud. Nadie, en efecto, sino el que es siervo del pecado, se hace
libre, y no puede decirse rescatado sino el que verdaderamente hubiere antes
sido cautivo por el pecado, como está escrito: Si el Hijo os liberare,
seréis verdaderamente libres [Ioh. 8, 36]. Por Él, en efecto, renacemos
espiritualmente, por Él somos crucificados al mundo. Por su muerte se rompe
aquella cédula de muerte, introducida en todos nosotros por Adán y
trasmitida a toda alma; aquella cédula —decimos— cuya obligación contraemos
por descendencia, a la que no hay absolutamente nadie de los nacidos que no
esté ligado, antes de ser liberado por el bautismo.
SAN BONIFACIO I, 418-422
Del primado e infalibilidad del Romano Pontífice
[De la Carta Manet beatum a Rufo y demás obispos de Macedonia, etc., de 11
de marzo de 422]
Por disposición del Señor, es competencia del bienaventurado Apóstol Pedro
la misión recibida de Aquél, de tener cuidado de la Iglesia Universal. Y en
efecto, Pedro sabe, por testimonio del Evangelio [Mt. 16, 18], que la
Iglesia ha sido fundada sobre él. Y jamás su honor puede sentirse libre de
responsabilidades por ser cosa cierta que el gobierno de aquélla está
pendiente de sus decisiones. Todo ello justifica que nuestra atención se
extienda hasta estos lugares de Oriente, que, en virtud de la misión a Nos
encomendada, se hallan en cierto modo ante nuestros ojos... Lejos esté de
los sacerdotes del Señor incurrir en el reproche de ponerse en contradicción
con la doctrina de nuestros mayores, por intentar una nueva usurpación,
reconociendo tener de modo especial por competidor aquel en quien Cristo
depositó la plenitud del sacerdocio, y contra quien nadie podrá levantarse,
so pena de no poder habitar en el reino de los cielos. A ti, dijo, te daré
las llaves del reino de los cielos [Mt. 16, 19]. No entrará allí nadie sin
la gracia de quien tiene las llaves. Tú eres Pedro, dijo, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia [M. 16, 18]. En consecuencia, quienquiera desee
verse distinguido ante Dios con la dignidad sacerdotal —como a Dios se llega
mediante la aceptación por parte de Pedro, en quien, es cierto, como antes
hemos recordado, fue fundada la Iglesia de Dios— debe ser manso y humilde de
corazón [Mt. 11, 29], no sea que el discípulo contumaz empiece a sufrir la
pena de aquel doctor cuya soberbia ha imitado...
Ya que la ocasión lo pide, repasad, si os place, las sanciones de los
cánones, hallaréis cuál es, después de la Iglesia Romana, la segunda
iglesia; cuál, la tercera. Con ello aparece distintamente el orden de
gobierno de la Iglesia: los pontífices de las demás iglesias, reconocen que,
no obstante..., forman parte de una misma Iglesia y de un mismo sacerdocio,
y que una y otro, sin menoscabo de la caridad, deben sujeción según la
disciplina eclesiástica. Y, en verdad, esta sentencia de los cánones viene
durando desde la antigüedad y, con el favor de Cristo, perdura en nuestros
días. Nadie osó jamás poner sus manos sobre el que es Cabeza de los
Apóstoles, y a cuyo juicio no es licito poner resistencia; nadie jamás se
levantó contra él, sino quien quiso hacerse reo de juicio. Las antedichas
grandes iglesias... conservan por los cánones sus dignidades: la de
Alejandría y la de Antioquía [cf. 163 y 436] las tienen reconocidas por
derecho eclesiástico. Guardan, decimos, lo establecido por nuestros
mayores.... siendo deferentes en todo y recibiendo, en cambio, aquella
gracia que ellos, en el Señor, que es nuestra paz, reconocen debernos. Pero,
ya que las circunstancias lo piden, hay que probar, con documentos, que las
grandes iglesias orientales, en los grandes problemas en que es necesario
mayor discernimiento, consultaron siempre la Sede Romana, y cuantas veces la
necesidad lo exigió recabaron el auxilio de ésta. Atanasio y Pedro,
sacerdotes de santa memoria pertenecientes a la iglesia de Alejandría,
reclamaron el auxilio de esta Sede. Como durante mucho tiempo la iglesia de
Antioquía se hallara en apurada situación, de suerte que por razón de ello a
menudo surgían de allí agitaciones, es sabido que, primero bajo Melecio y
luego bajo Flaviano, acudieron a consultar la Sede Apostólica. Con
referencia a la autoridad de ésta, después de lo mucho que llegó a realizar
nuestra Iglesia, a nadie ofrece duda que Flaviano recibió de ella la gracia
de la comunión, de la que para siempre habría carecido, de no haber manado
de ahí escritos sobre el particular. El príncipe Teodosio, de clementísimo
recuerdo, juzgando que la ordenación de Nectario carecía de firmeza, porque
Nos no teníamos noticia de ella, enviados de su parte cortesanos y obispos,
reclamó la ratificación de la Iglesia Romana, para robustecer la dignidad de
aquél J. Poco tiempo ha, es decir, bajo mi predecesor Inocencio, de feliz
recordación, los pontífices de las iglesias orientales, doliéndose de estar
privados de comunión con el bienaventurado Pedro, pidieron la paz mediante
legados, como vuestra caridad recuerda ~. En aquella ocasión, la Sede
Apostólica lo perdonó todo sin dificultad, obedeciendo a aquel maestro que
dijo: A quien algo concedisteis, también se lo concedí yo; pues también yo
[lo que concedí], si algo concedí, lo concedí por amor vuestro en la persona
de Cristo, para que no caigamos en poder de Satanás; pues no ignoramos sus
argucias [2 Cor. 2, 10 s], esto es, que se alegra siempre en las discordias.
Y puesto que, hermanos carísimos, los ejemplos expuestos, por más que
vosotros tenéis conocimiento de muchos más, bastan —creo— para probar la
verdad, sin lastimar vuestro espíritu de hermandad queremos intervenir en
vuestra asamblea mediante esta Carta y que veáis que os ha sido dirigida por
Nos, por medio de Severo, notario de la Sede Apostólica, que nos es persona
gratísima y ha sido enviado a vosotros de nuestra parte. Conviniendo, como
es cosa digna entre hermanos, en que nadie, si quiere perseverar en nuestra
comunión, traiga otra vez a colación el nombre de Perígene, hermano nuestro
en el sacerdocio, cuyo sacerdocio ya confirmó una vez el Apóstol Pedro, bajo
inspiración del Espíritu Santo, sin dejar lugar para ulterior cuestión, pues
contra él no hay en absoluto constancia de obstáculo alguno anterior a
nuestro nombramiento en favor de él...
[De la Carta 13 Retro maioribus tuis a Rufo, obispo de Tesalia, de 11 de
marzo de 422]
(2) ... Al Sínodo de Corinto... hemos dirigido escritos por los que todos
los hermanos han de entender que no puede apelarse de nuestro juicio. Nunca,
en efecto, fue lícito tratar nuevamente un asunto, que haya sido una vez
establecido por la Sede Apostólica
SAN CELESTINO 1, 422-432
De la reconciliación en el articulo de la muerte
[De la Carta 4 Cuperemus quidem, a los obispos de las Iglesias Viennense y
Narbonense, de 26 de julio de 428]
(2) Hemos sabido que se niega la penitencia a los moribundos y no se
corresponde a los deseos de quienes en la hora de su tránsito, desean
socorrer a su alma con este remedio. Confesamos que nos horroriza se halle
nadie de tanta impiedad que desespere de la piedad de Dios, como si no
pudiera socorrer a quien a Él acude en cualquier tiempo, y librar al hombre,
que peligra bajo el peso de sus pecados, de aquel gravamen del que desea ser
desembarazado. ¿Qué otra cosa es esto, decidme, sino añadir muerte al que
muere y matar su alma con la crueldad de que no pueda ser absuelta? Cuando
Dios, siempre muy dispuesto al socorro, invitando a penitencia, promete así:
Al pecador —dice—, en cualquier día en que se convirtiere, no se le
imputarán sus pecados [cf. Ez. 33, 16]... Como quiera, pues, que Dios es
inspector del corazón, no ha de negarse la penitencia a quien la pida en el
tiempo que fuere...
CONCILIO DE EFESO, 431
III ecuménico (contra los nestorianos)
De la Encarnación l
[De la Carta II de San Cirilo Alejandrino a Nestorio, leída y aprobada en la
sesión I]
Pues, no decimos que la naturaleza del Verbo, transformada, se hizo carne;
pero tampoco que se trasmutó en el hombre entero, compuesto de alma y
cuerpo; sino, más bien, que habiendo unido consigo el Verbo, según
hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre de
modo inefable e incomprensible y fue llamado hijo del hombre, no por sola
voluntad o complacencia, pero tampoco por la asunción de la persona sola, y
que las naturalezas que se juntan en verdadera unidad son distintas, pero
que de ambas resulta un solo Cristo e Hijo; no como si la diferencia de las
naturalezas se destruyera por la unión, sino porque la divinidad y la
humanidad constituyen más bien para nosotros un solo Señor y Cristo e Hijo
por la concurrencia inefable y misteriosa en la unidad... Porque no nació
primeramente un hombre vulgar, de la santa Virgen, y luego descendió sobre
Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a
nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne...
De esta manera [los Santos Padres] no tuvieron inconveniente en llamar madre
de Dios a la santa Virgen.
Sobre la primacía del Romano Pontífice
[Del discurso de Felipe, Legado del Romano Pontífice, en la sesión III]
A nadie es dudoso, antes bien, por todos los siglos fue conocido que el
santo y muy bienaventurado Pedro, principe y cabeza de los Apóstoles,
columna de la fe y fundamento de la Iglesia Católica, recibió las llaves del
reino de manos de nuestro Señor Jesucristo, salvador y redentor del género
humano, y a él le ha sido dada potestad de atar y desatar los pecados; y él,
en sus sucesores, vive y juzga hasta el presente y siempre [v. 1824].
Anatematismos o capítulos de Cirilo (contra Nestorio)
Can. 1. Si alguno no confiesa que Dios es según verdad el Emmanuel, y que
por eso la santa Virgen es madre de Dios (pues dió a luz carnalmente al
Verbo de Dios hecho carne), sea anatema.
Can 2. Si alguno no confiesa que el Verbo de Dios Padre se unió a la carne
según hipóstasis y que Cristo es uno con su propia carne, a saber, que el
mismo es Dios al mismo tiempo que hombre, sea anatema.
Can. 3. Si alguno divide en el solo Cristo las hipóstasis después de la
unión, uniéndolas sólo por la conexión de la dignidad o de la autoridad y
potestad, y no más bien por la conjunción que resulta de la unión natural,
sea anatema.
Can. 4. Si alguno distribuye entre dos personas o hipóstasis las voces
contenidas en los escritos apostólicos o evangélicos o dichas sobre Cristo
por los Santos o por Él mismo sobre sí mismo; y unas las acomoda al hombre
propiamente entendido aparte del Verbo de Dios, y otras, como dignas de
Dios, al solo Verbo de Dios Padre, sea anatema.
Can. 5. Si alguno se atreve a decir que Cristo es hombre teóforo o portador
de Dios y no, más bien, Dios verdadero, como hijo único y natural, según el
Verbo se hizo carne y tuvo parte de modo semejante a nosotros en la carne y
en la sangre [Hebr. 2, 14], sea anatema.
Can 6. Si alguno se atreve a decir que el Verbo del Padre es Dios o Señor de
Cristo y no confiesa más bien, que el mismo es juntamente Dios y hombre,
puesto que el Verbo se hizo carne, según las Escrituras [Ioh. 1, 14], sea
anatema.
Can. 7. Si alguno dice que Jesús fue ayudado como hombre por el Verbo de
Dios, y le fue atribuída la gloria del Unigénito, como si fuera otro
distinto de Él sea anatema.
Can. 8. Si alguno se atreve a decir que el hombre asumido ha de ser
coadorado con Dios Verbo y conglorificado y, juntamente con él, llamado
Dios, como uno en el otro (pues la partícula "con" esto nos fuerza a
entender siempre que se añade) y no, más bien, con una sola adoración honra
al Emmanuel y una sola gloria le tributa según que el Verbo se hizo carne
[Ioh. 1, 14], sea anatema.
Can. 9. Si alguno dice que el solo Señor Jesucristo fue glorificado por el
Espíritu, como si hubiera usado de la virtud de éste como ajena y de Él
hubiera recibido poder obrar contra los espíritus inmundos y hacer milagros
en medio de los hombres, y no dice, más bien, que es su propio Espíritu
aquel por quien obró los milagros, sea anatema.
Can. 10. La divina Escritura dice que Cristo se hizo nuestro Sumo Sacerdote
y Apóstol de nuestra confesión [Hebr. 3, 1] y que por nosotros se ofreció a
sí mismo en olor de suavidad a Dios Padre [Eph. 5, 2]. Si alguno, pues, dice
que no fue el mismo Verbo de Dios quien se hizo nuestro Sumo Sacerdote y
Apóstol, cuando se hizo carne y hombre entre nosotros, sino otro fuera de
Él, hombre propiamente nacido de mujer; o si alguno dice que también por sí
mismo se ofreció como ofrenda y no, más bien, por nosotros solos (pues no
tenía necesidad alguna de ofrenda el que no conoció el pecado), sea anatema.
Can. 11. Si alguno no confiesa que la carne del Señor es vivificante y
propia del mismo Verbo de Dios Padre, sino de otro fuera de Él, aunque unido
a Él por dignidad, o que sólo tiene la inhabitación divina; y no, más bien,
vivificante, como hemos dicho, porque se hizo propia del Verbo, que tiene
poder de vivificarlo todo, sea anatema.
Can. 12. Si alguno no confiesa que el Verbo de Dios padeció en la carne y
fue crucificado en la carne, y gustó de la muerte en la carne, y que fue
hecho primogénito de entre los muertos [Col. 1, 18] según es vida y
vivificador como Dios, sea anatema.
De la guarda de la fe y la tradición
Determinó el santo Concilio que a nadie sea lícito presentar otra fórmula de
fe o escribirla o componerla, fuera de la definida por los Santos Padres
reunidos con el Espíritu Santo en Nicea...
...Si fueren sorprendidos algunos, obispos, clérigos o laicos profesando o
enseñando lo que se contiene en la exposición presentada por el presbítero
Carisio acerca de la encarnación del unigénito Hijo de Dios, o los dogmas
abominables y perversos de Nestorio.. queden sometidos a la sentencia de
este santo y ecuménico Concilio.. .
Condenación de los pelagianos
Can. 1. Si algún metropolitano de provincia, apartándose del santo y
ecuménico Concilio, ha profesado o profesare en adelante las doctrinas de
Celestio, éste no podrá en modo alguno obrar nada contra los obispos de las
provincias, pues desde este momento queda expulsado, por el Concilio, de la
comunión eclesiástica e incapacitado...
Can. 4. Si algunos clérigos se apartaren también y se atrevieren a profesar
en privado o en público las doctrinas de Nestorio o las de Celestio, también
éstos, ha decretado el santo Concilio, sean depuestos.
De la autoridad de San Agustín
[De la Carta 21 Apostolici verba praecepti, a los obispos de las Galias, de
15 (?) de mayo de 431]
Cap. 2. A Agustín, varón de santa memoria, por su vida y sus merecimientos,
le tuvimos siempre en nuestra comunión y jamás le salpicó ni el rumor de
sospecha siniestra; y recordamos que fue hombre de tan grande ciencia, que
ya antes fue siempre contado por mis mismos predecesores entre los mejores
maestros.
"Indículo" sobre la gracia de Dios, o "Autoridades de los obispos anteriores
de la Sede Apostólica"
[Añadidas a la misma Carta por los colectores de cánones]
Dado el caso que algunos que se glorían del nombre católico, permaneciendo
por perversidad o por ignorancia en las ideas condenadas de los herejes, se
atreven a oponerse a quienes con más piedad disputan, y mientras no dudan en
anatematizar a Pelagio y Celestio, hablan, sin embargo, contra nuestros
maestros como si hubieran pasado la necesaria medida, y proclaman que sólo
siguen y aprueban lo que sancionó y enseñó la sacratísima Sede del
bienaventurado Pedro Apóstol por ministerio de sus obispos, contra los
enemigos de la gracia de Dios; fue necesario averiguar diligentemente qué
juzgaron los rectores de la Iglesia romana sobre la herejía que había
surgido en su tiempo y qué decretaron había de sentirse sobre la gracia de
Dios contra los funestísimos defensores del libre albedrío. Añadiremos
también algunas sentencias de los Concilios de Africa, que indudablemente
hicieron suyas los obispos Apostólicos, cuando las aprobaron. Así, con el
fin de que quienes dudan, se puedan instruir más plenamente, pondremos de
manifiesto las constituciones de los Santos Padres en un breve índice a modo
de compendio, por el que todo el que no sea excesivamente pendenciero,
reconozca que la conexión de todas las disputas pende de la brevedad de las
aquí puestas autoridades y que no le queda ya razón alguna de discusión, si
con los católicos cree y dice:
Cap. 1. En la prevaricación de Adán, todos los hombres perdieron "la natural
posibilidad" e inocencia, y nadie hubiera podido levantarse, por medio del
libre albedrío, del abismo de aquella ruina, si no le hubiera levantado la
gracia de Dios misericordioso, como lo proclama y dice el Papa Inocencio, de
feliz memoria, en la Carta al Concilio de Cartago [de 416]: "Después de
sufrir antaño su libre albedrío, al usar con demasiada imprudencia de sus
propios bienes, quedó sumergido, al caer, en lo profundo de su prevariación
y nada halló por donde pudiera levantarse de allí; y, engañado para siempre
por su libertad, hubiera quedado postrado por la opresión de esta ruina, si
más tarde no le hubiera levantado, por su gracia, la venida de Cristo, quien
por medio de la purificación de la nueva regeneración, limpió, por el
lavatorio de su bautismo, todo vicio pretérito".
Cap. 2. Nadie es bueno por sí mismo, si por participación de sí, no se lo
concede Aquel que es el solo bueno. Lo que en los mismos escritos proclama
la sentencia del mismo Pontífice cuando dice: "¿Acaso sentiremos bien en
adelante de las mentes de aquellos que piensan que a sí mismos se deben el
ser buenos y no tienen en cuenta Aquel cuya gracia consiguen todos los días
y confían que sin Él pueden conseguir tan grande bien?".
Cap. 3. Nadie, ni aun después de haber sido renovado por la gracia del
bautismo, es capaz de superar las asechanzas del diablo y vencer las
concupiscencias de la carne, si no recibiere la perseverancia en la buena
conducta por la diaria ayuda de Dios. Lo cual está confirmado por la
doctrina del mismo obispo en las mismas páginas, cuando dice: "Porque si
bien Él redimió al hombre de los pecados pasados; sabiendo, sin embargo, que
podía nuevamente pecar, muchas cosas se reservó para repararle, de modo que
aun después de estos pecados pudiera corregirle, dándole diariamente
remedios, sin cuya ayuda y apoyo, no podremos en modo alguno vencer los
humanos errores. Forzoso es, en efecto, que, si con su auxilio vencemos, si
Él no nos ayuda, seamos derrotados".
Cap. 4. Que nadie, si no es por Cristo, usa bien de su libre albedrío, el
mismo maestro lo pregona en la carta dada al Concilio de Milevi [del año
416], cuando dice: "Advierte, por fin, oh extraviada doctrina de mentes
perversísimas, que de tal modo engañó al primer hombre su misma libertad,
que al usar con demasiada flojedad de sus frenos, por presuntuoso cayó en la
prevaricación. Y no hubiera podido arrancarse de ella, si por la providencia
de la regeneración el advenimiento de Cristo Señor no le hubiera devuelto el
estado de la prístina libertad."
Cap. 5. Todas las intenciones y todas las obras y merecimientos de los
Santos han de ser referidos a la gloria y alabanza de Dios, porque nadie le
agrada, sino por lo mismo que Él le da. Y a esta sentencia nos endereza la
autoridad canónica del papa Zósimo, de feliz memoria, cuando dice
escribiendo a los obispos de todo el orbe: "Nosotros, empero, por moción de
Dios (puesto que todos los bienes han de ser referidos a su autor, de donde
nacen), todo lo referimos a la conciencia de nuestros hermanos y compañeros
en el episcopado". Y esta palabra, que irradia luz de sincerísima verdad,
con tal honor la veneraron los obispos de Africa, que le escribieron al
mismo Zósimo: "Y aquello que pusiste en las letras que cuidaste de enviar a
todas las provincias, diciendo: "Nosotros, empero, por moción de Dios, etc."
, de tal modo entendimos fue dicho que, como de pasada, cortaste con la
espada desenvainada de la verdad a quienes contra la ayuda de Dios exaltan
la libertad del humano albedrío. Porque ¿qué cosa hiciste jamás con albedrío
tan libre como el referirlo todo a nuestra humilde conciencia? Y, sin
embargo, fiel y sabiamente viste que fue hecho por moción de Dios, y veraz y
confiadamente lo dijiste. Por razón, sin duda, de que la voluntad es
preparada por el Señor [Prov. 8, 35: I,XX]; y para que hagan algún bien, Él
mismo con paternas inspiraciones toca el corazón de sus hijos. Porque
quienes son conducidos por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios
[Rom. 8, 14]; a fin de que ni sintamos que falta nuestro albedrío ni dudemos
que en cada uno de los buenos movimientos de la voluntad humana tiene más
fuerza el auxilio de Él".
Cap. 6. Dios obra de tal modo sobre el libre albedrío en los corazones de
los hombres que, el santo pensamiento, el buen consejo v todo movimiento de
buena voluntad procede de Dios, pues por Él podemos algún bien, sin el cual
no podemos nada [cf. Ioh. 15, 5]. Para esta profesión nos instruye, en
efecto, el mismo doctor Zósimo quien, escribiendo a los obispos de todo el
orbe acerca de la ayuda de la divina gracia: "¿Qué tiempo, pues, dice,
interviene en que no necesitemos de su auxilio? Consiguientemente, en todos
nuestros actos, causas, pensamientos y movimientos, hay que orar a nuestro
ayudador y protector. Soberbia es, en efecto, que presuma algo de sí la
humana naturaleza, cuando clama el Apóstol: No es nuestra lucha contra la
carne y la sangre, sino contra los príncipes y potestades de este aire,
contra los espíritus de la maldad en los cielos [Eph. 6, 12]. Y como dice él
mismo otra vez: ¡Hombre infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de
muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor [Rom. 7, 24 s]. Y
otra vez: Por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue vacía en
mi, sino que trabajé más que todos ellos: no yo, sino la gracia de Dios
conmigo [1 Cor. 15, 10].
Cap. 7. También abrazamos como propio de la Sede Apostólica lo que fue
constituído entre los decretos del Concilio de Cartago [del año 418; v. 101
ss], es decir, lo que fue definido en el capítulo tercero: Quienquiera
dijere que la gracia de Dios, por la que nos justificamos por medio de
nuestro Señor Jesucristo, sólo vale para la remisión de los pecados que ya
se han cometido, y no también de ayuda para que no se cometan, sea anatema
[v. 103].
E igualmente en el capítulo cuarto: Si alguno dijere que la gracia de Dios
por Jesucristo solamente en tanto nos ayuda para no pecar, en cuanto por
ella se nos revela y abre la inteligencia de los mandamientos, para saber
qué debemos desear y qué evitar; pero que por ella no se nos concede que
también queramos y podamos hacer lo que hemos conocido que debe hacerse, sea
anatema. Porque, como quiera que dice el Apóstol: la ciencia hincha y la
caridad edifica [1 Cor. 8, 1], muy impío es creer que tenemos la gracia de
Cristo para la ciencia que hincha y no la tenemos para la caridad que
edifica, como quiera que ambas cosas son don de Dios, lo mismo el saber qué
hemos de hacer que el amor para hacerlo, a fin de que, edificando la
caridad, la ciencia no pueda hincharnos. Y como de Dios está escrito: El que
enseña al hombre la ciencia [Ps. 93, 10], así está escrito también: La
caridad viene de Dios [I Ioh. 4, 7; v. 104].
Igualmente en el quinto capítulo: Si alguno dijere que la gracia de la
justificación se nos da para que podamos cumplir con mayor facilidad por la
gracia lo que se nos manda hacer por el libre albedrío, como si aun sin
dársenos la gracia, pudiéramos no ciertamente con facilidad, pero al cabo
pudiéramos sin ella cumplir los divinos mandamientos, sea anatema. De los
frutos de los mandamientos hablaba, en efecto, el Señor cuando no dijo: Sin
mí con más dificultad podéis hacer, sino: Sin mí nada podéis hacer [Ioh. 15,
5; v. 105].
Cap. 8. Mas aparte de estas inviolables definiciones de la beatísima Sede
Apostólica por las que los Padres piadosísimos, rechazada la soberbia de la
pestífera novedad, nos enseñaron a referir a la gracia de Cristo tanto los
principios de la buena voluntad como los incrementos de los laudables
esfuerzos, y la perseverancia hasta el fin en ellos, consideremos también
los misterios de las oraciones sacerdotales que, enseñados por los
Apóstoles, uniformemente se celebran en todo el mundo y en toda Iglesia
Católica, de suerte que la ley de la oración establezca la ley de la fe.
Porque cuando los que presiden a los santos pueblos, desempeñan la legación
que les ha sido encomendada, representan ante la divina clemencia la causa
del género humano y gimiendo a par con ellos toda la Iglesia, piden y
suplican que se conceda la fe a los infieles, que los idólatras se vean
libres de los errores de su impiedad, que a los judíos, quitado el velo de
su corazón, les aparezca la luz de la verdad, que los herejes, por la
comprensión de la fe católica, vuelvan en sí, que los cismáticos reciban el
espíritu de la caridad rediviva, que a los caídos se les confieran los
remedios de la penitencia y que, finalmente, a los catecúmenos, después de
llevados al sacramento de la regeneración, se les abra el palacio de la
celeste misericordia. Y que todo esto no se pida al Señor formularia o
vanamente, lo muestra la experiencia misma, pues efectivamente Dios se digna
atraer a muchísimos de todo género de errores y, sacándolos del poder de las
tinieblas, los traslada al reino del Hijo de su amor [Col. 1, 13] y de vasos
de ira los hace vasos de misericordia [Rom. 9, 22 s]. Todo lo cual hasta
punto tal se siente ser obra divina que siempre se tributa a Dios que lo
hace esta acción de gracias y esta confesión de alabanza por la iluminación
o por la corrección de los tales.
Cap. 9. Tampoco contemplamos con ociosa mirada lo que en todo el mundo
practica la Santa Iglesia con los que han de ser bautizados. Cuando lo mismo
párvulos que jóvenes se acercan al sacramento de la regeneración, no llegan
a la fuente de la vida sin que antes por los exorcismos e insuflaciones de
los clérigos sea expulsado de ellos el espíritu inmundo, a fin de que
entonces aparezca verdaderamente cómo es echado fuera el príncipe de este
mundo [Ioh. 12, 31] y cómo primero es atado el fuerte [Mt. 12, 29] y luego
son arrebatados sus instrumentos [Mc. 3, 27] que pasan a posesión del
vencedor, de aquel que lleva cautiva la cautividad [Eph. 4, 8] y da dones a
los hombres [Ps. 67, 19].
En conclusión, por estas reglas de la Iglesia, y por los documentos tomados
de la divina autoridad, de tal modo con la ayuda del Señor hemos sido
confirmados, que confesamos a Dios por autor de todos los buenos efectos y
obras y de todos los esfuerzos y virtudes por los que desde el inicio de la
fe se tiende a Dios, y no dudamos que todos los merecimientos del hombre son
prevenidos por la gracia de Aquel, por quien sucede que empecemos tanto a
querer como a hacer algún bien [cf. Phil 2, 13]. Ahora bien, por este
auxilio y don de Dios, no se quita el libre albedrío, sino que se libera, a
fin de que de tenebroso se convierta en lúcido, de torcido en recto, de
enfermo en sano, de imprudente en próvido. Porque es tanta la bondad de Dios
para con todos los hombres, que quiere que sean méritos nuestros lo que son
dones suyos, y por lo mismo que Él nos ha dado, nos añadirá recompensas
eternas. Obra, efectivamente, en nosotros que lo que Él quiere, nosotros lo
queramos y hagamos, y no consiente que esté ocioso en nosotros lo que nos
dió para ser ejercitado, no para ser descuidado, de suerte que seamos
tambi��n nosotros cooperadores de la gracia de Dios. Y si viéremos que por
nuestra flojedad algo languidece en nosotros, acudamos solícitamente al que
sana todas nuestras languideces y redime de la ruina nuestra vida [Ps. 102,
3 s] y a quien diariamente decimos: No nos lleves a la tentación, mas
líbranos del mal [Mt. 6, 13] .
Cap. 10. En cuanto a las partes más profundas y difíciles de las cuestiones
que ocurren y que más largamente trataron quienes resistieron a los herejes,
así como no nos atrevemos a despreciarlas, tampoco nos parece necesario
alegarlas, pues para confesar la gracia de Dios, a cuya obra y dignación
nada absolutamente ha de quitarse, creemos ser suficiente lo que nos han
enseñado los escritos, de acuerdo con las predichas reglas, de la Sede
Apostólica; de suerte que no tenemos absolutamente por católico lo que
apareciere como contrario a las sentencias anteriormente fijadas.
SAN SIXTO III, 432-440
Sobre la Encarnación
[Fórmula de unión del año 433, en que se restableció la paz entre San Cirilo
de Alejandría y los antioquenos, aprobada por San Sixto III; versión sobre
el texto griego]
Queremos hablar brevemente sobre cómo sentimos y decimos acerca de la Virgen
madre de Dios y acerca de cómo el Hijo de Dios se hizo hombre
necesariamente, y no por modo de aditamento, sino en la forma de plenitud
tal como desde antiguo lo hemos recibido, tanto de las divinas Escrituras
como de la tradición de los Santos Padres, sin añadir nada en absoluto a la
fe expuesta por los Santos Padres en Nicea. Pues, como anteriormente hemos
dicho, ella basta para todo conocimiento de la piedad y para rechazar toda
falsa opinión herética. Pero hablamos, no porque nos atrevamos a lo
inaccesible, sino cerrando el paso con la confesión de nuestra flaqueza a
quienes quieren atacarnos por discutir lo que está por encima del hombre.
Confesamos, consiguientemente, a nuestro Señor Jesucristo Hijo de Dios
unigénito, Dios perfecto y hombre perfecto, de alma racional y cuerpo, antes
de los siglos engendrado del Padre según la divinidad, y el mismo en los
últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, nacido de María Virgen
según la humanidad, el mismo consustancial con el Padre en cuanto a la
divinidad y consustancial con nosotros según la humanidad. Porque se hizo la
unión de dos naturalezas, por lo cual confesamos a un solo Señor y a un solo
Cristo. Según la inteligencia de esta inconfundible unión, confesamos a la
santa Virgen por madre de Dios, por haberse encarnado y hecho hombre el
Verbo de Dios y por haber unido consigo, desde la misma concepción, el
templo que de ella tomó. Y sabemos que los hombres que hablan de Dios, en
cuanto a las voces evangélicas y apostólicas sobre el Señor, unas veces las
hacen comunes como de una sola persona, otras las reparten como de dos
naturalezas, y enseñan que unas cuadran a Dios, según la divinidad de
Cristo; otras son humildes, según la humanidad.
SAN LEON I EL MAGNO, 440-461
Sobre la Encarnación (contra Eutiques)
[De la Carta 28 dogmática Lectis dilectionis tuae, a Flaviano, patriarca de
Constantinopla, de 13 de junio de 449]
(2) [v. R 2182.]
(3) Quedando, pues, a salvo la propiedad de una y otra naturaleza y
uniéndose ambas en una sola persona, la humildad fue recibida por la
majestad, la flaqueza, por la fuerza, la mortalidad, por la eternidad, y
para pagar la deuda de nuestra raza, la naturaleza inviolable se unió a la
naturaleza pasible. Y así —cosa que convenía para nuestro remedio— uno solo
y el mismo mediador de Dios y de los hombres, el hombre Cristo Jesús [1 Tim.
2, 5], por una parte pudiera morir y no pudiera por otra. En naturaleza,
pues, íntegra y perfecta de verdadero hombre, nació Dios verdadero, entero
en lo suyo, entero en lo nuestro.
(4) Entra, pues, en estas flaquezas del mundo el Hijo de Dios, bajando de su
trono celeste, pero no alejándose de la gloria del Padre, engendrado por
nuevo orden, por nuevo nacimiento. Por nuevo orden: porque invisible en lo
suyo, se hizo visible en lo nuestro; incomprensible, quiso ser comprendido;
permaneciendo antes del tiempo, comenzó a ser en el tiempo; Señor del
universo, tomó forma de siervo, oscurecida la inmensidad de su majestad;
Dios impasible, no se desdeñó de ser hombre pasible, e inmortal, someterse a
la ley de la muerte. Y por nuevo nacimiento engendrado: porque la virginidad
inviolada ignoró la concupiscencia, y suministró la materia de la carne.
Tomada fue de la madre del Señor la naturaleza, no la culpa; y en el Señor
Jesucristo, engendrado del seno de la Virgen, no por ser el nacimiento
maravilloso, es la naturaleza distinta de nosotros. Porque el que es
verdadero Dios es también verdadero hombre, y no hay en esta unidad mentira
alguna, al darse juntamente la humildad del hombre y la alteza de la
divinidad. Pues al modo que Dios no se muda por la misericordia, así tampoco
el hombre se aniquila por la dignidad. Una y otra forma, en efecto, obra lo
que le es propio, con comunión de la otra; es decir, que el Verbo obra lo
que pertenece al Verbo, la carne cumple lo que atañe a la carne. Uno de
ellos resplandece por los milagros, el otro sucumbe por las injurias. Y así
como el Verbo no se aparta de la igualdad de la gloria paterna; así tampoco
la carne abandona la naturaleza de nuestro género. [Más en R. 2183 ss y
2188.]
[Sobre el matrimonio como sacramento —Eph. 5, 32—, véase R. 2189; sobre la
creación del alma y el pecado original, v. R. 2181.]
Sobre la confesión secreta
[De la Carta Magna indign., a los obispos todos por Campan. etc., de 6 de
marzo de 459]
(2) Constituyo que por todos los modos se destierre también aquella
iniciativa contraria a la regla apostólica, y que poco ha he sabido es
práctica ilícita de algunos. Nos referimos a la penitencia que los fieles
piden, que no se recite públicamente una lista con el género de los pecados
de cada uno, como quiera que basta indicar las culpas de las conciencias a
solos los sacerdotes por confesión secreta. Porque si bien parece plenitud
laudable de fe la que por temor de Dios no teme la vergüenza ante los
hombres; sin embargo, como no todos tienen pecados tales que quienes piden
penitencia no teman publicarlos, ha de desterrarse costumbre tan
reprobable... Basta, en efecto, aquella confesión que se ofrece primero a
Dios y luego al sacerdote, que es quien ora por los pecados de los
penitentes. Porque si no se publica en los oídos del pueblo la conciencia
del que se confiesa, entonces si que podrán ser movidos muchos más a
penitencia.
Del sacramento de la penitencia
[De la Carta 108 Sollicitudinis quidem tuae, a Teodoro obispo de Frejus, de
11 de junio de 452]
(2) La múltiple misericordia de Dios socorrió a las caídas humanas de manera
que la esperanza de la vida eterna no sólo se reparara por la gracia del
bautismo, sino también por la medicina de la penitencia, y así, los que
hubieran violado los dones de la regeneración, condenándose por su propio
juicio, llegaran a la remisión de los pecados; pero de tal modo ordenó los
remedios de la divina bondad, que sin las oraciones de los sacerdotes, no es
posible obtener el perdón de Dios. En efecto, el mediador de Dios y de los
hombres, el hombre Cristo Jesús [1 Tim. 2, 5], dió a quienes están puestos
al frente de su Iglesia la potestad de dar la acción de la penitencia a
quienes confiesan y de admitirlos, después de purificados por la saludable
satisfacción, a la comunión de los sacramentos por la puerta de la
reconciliación...
(5) Es menester que todo cristiano someta a juicio su propia conciencia, no
sea que dilate de día en día convertirse a Dios y escoja las estrecheces de
aquel tiempo, en que apenas quepa ni la confesión del penitente ni la
reconciliación del sacerdote. Sin embargo, como digo, aun a éstos de tal
modo hay que auxiliar en su necesidad, que no se les niegue la acción de la
penitencia y la gracia de la comunión, aun en el caso en que, perdida la
voz, ta pidan por señales de su sentido entero. Mas si por violencia de la
enfermedad llegaren a tal estado de gravedad, que lo que poco antes pedían
no puedan darlo a entender en la presencia del sacerdote, deberán valerle
los testimonios de los fieles que le rodean, para conseguir juntamente el
beneficio de la penitencia y de la reconciliación. Guárdese, sin embargo, la
regla de los cánones de los Padres acerca de aquellos que pecaron contra
Dios por apostasía de la fe.
CONCILIO DE CALCEDONIA, 451
IV ecuménico (contra los monofisitas)
Definición de las dos naturalezas de Cristo
Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de
confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo
perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios
verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de
cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo
consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a
nosotros, menos en el pecado [Hebr. 4, 15]; engendrado del Padre antes de
los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por
nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de Dios,
en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a uno solo y el mismo
Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio,
sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de
naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada
naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola
hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo
Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de Él
nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos lo ha trasmitido el
Símbolo de los Padres [v. 54 y 86].
Así, pues, después que con toda exactitud y cuidado en todos sus aspectos
fue por nosotros redactada esta fórmula, definió el santo y ecuménico
Concilio que a nadie será lícito profesar otra fe, ni siquiera escribirla o
componerla, ni sentirla, ni enseñarla a los demás.
Sobre el primado del Romano Pontífice
[De la Carta del Concilio Repletum est gaudio al papa León, al principio de
noviembre de 451]
Porque si donde hay dos o tres reunidos en su nombre, allí dijo que estaba
Él en medio de ellos [Mt. 18, 20], ¿cuánta familiaridad no mostró con
quinientos veinte sacerdotes que prefirieron la ciencia de su confesión a la
patria y al trabajo? A ellos tú, como la cabeza a los miembros, los dirigías
en aquellos que ocupaban tu puesto, mostrando tu benevolencia.
[Palabras del mismo San León Papa sobre el primado del Romano Pontífice, en
Kch 891-901.]
De las ordenaciones de los clérigos
[De Statuta Ecclesiae antiqua o bien Statuta antiqua Orientis]
Can. 2 (90) Cuando se ordena un Obispo, dos obispos extiendan y tengan sobre
su cabeza el libro de los Evangelios, y mientras uno de ellos derrama sobre
él la bendición, todos los demás obispos asistentes toquen con las manos su
cabeza.
Can. 3 (91) Cuando se ordena un presbítero, mientras el obispo lo bendice y
tiene las manos sobre la cabeza de aquél, todos los presbíteros que están
presentes, tengan también las manos junto a las del obispo sobre la cabeza
del ordenando.
Can. 4 (92) Cuando se ordena un diácono, sólo el obispo que le bendice ponga
las manos sobre su cabeza, porque no es consagrado para el sacerdocio, sino
para servir a éste.
Can. 5 (93) Cuando se ordena un subdiácono, como no recibe imposición de las
manos, reciba de mano del obispo la patena vacía y el cáliz vacío; y de mano
del arcediano reciba la orza con agua, el manil y la toalla.
Can. 6 (94) Cuando se ordena un acólito, sea por el obispo adoctrinado sobre
cómo ha de portarse en su oficio; del arcediano reciba el candelario con
velas, para que sepa que está destinado a encender las luces de la iglesia.
Reciba también la orza vacía para llevar el vino para la consagración de la
sangre de Cristo.
Can. 7 (95) Cuando se ordena un exorcista, reciba de mano del obispo el
memorial en que están escritos los exorcismos, mientras el obispo le dice:
"Recíbelo y encomiéndalo a tu memoria y ten poder de imponer la mano sobre
el energúmeno, sea bautizado, sea catecúmeno".
Can. 8 (96) Cuando se ordena un lector, el obispo dirigirá la palabra al
pueblo sobre él, indicando su fe, su vida y carácter. Luego, en presencia
del pueblo, entréguele el libro de donde ha de leer, diciéndole. "Toma y sé
relator de la palabra de Dios, para tener parte, si fiel y provechosamente
cumplieres tu oficio, con los que administraron la palabra de Dios".
Can. 9 (97) Cuando se ordena un ostiario, después que hubiere sido instruído
por el arcediano, sobre cómo ha de portarse en la casa de Dios, a una
indicación del arcediano, entréguele el obispo, desde el altar, las llaves
de la Iglesia, diciéndole: "Obra como quien ha de dar cuenta a Dios de las
cosas que se cierran con estas llaves".
Can. 10 (98) El salmista, es decir, el cantor puede, sin conocimiento del
obispo, por solo mandato del presbítero, recibir el oficio de cantar,
diciéndole el presbítero: "Mira que lo que con la boca cantes, lo creas con
el corazón; y lo que con el corazón crees, lo pruebes con las obras".
Siguen ordenaciones para consagrar a las vírgenes y viudas; can. 101 sobre
e] matrimonio, en Kch 952.
SAN HILARIO, 461-468
SAN SIMPLICIO, 468-483
De la guarda de la fe recibida
[De la carta Quantum presbyterorum, a Acacio, obispo de Constantinopla, de 9
de enero de 476]
(2) Puesto que mientras esté firme la doctrina de nuestros predecesores, de
santa memoria, contra la cual no es licito disputar, cualquiera que parezca
sentir rectamente, no necesita ser enseñado por nuevas aserciones, sino que
llano y perfecto está todo para instruir al que ha sido engañado por los
herejes y para ser adoctrinado el que va a ser plantado en la viña del
Señor, haz que se rechace la idea de reunir un Concilio, implorada para ello
la fe del clementísimo Emperador... (3) Te exhorto, pues, hermano carísimo,
a que por todos los modos se resista a los conatos de los perversos de
reunir un Concilio, que jamás se convocó por otros motivos que por haber
surgido alguna novedad en entendimientos extraviados o alguna ambigüedad en
la aserción de los dogmas, a fin de que, tratando los asuntos en común, si
alguna oscuridad había, la iluminara la autoridad de la deliberación
sacerdotal, como fue forzoso hacerlo primero por la impiedad de Arrio, luego
por la de Nestorio y, últimamente, por la de Dióscoro y Eutiques. Y, lo que
no permita la misericordia de Cristo Dios Salvador nuestro, hay que intimar
que es abominable restituir a los que han sido condenados, contra las
sentencias de los sacerdotes del Señor, de todo el orbe, y las de los
emperadores, que rigen ambos mundos...
De la inmutabilidad de la doctrina cristiana
[De la Carta Cuperem quidem, a Basilisco August., de 9 de enero de 476]
(5) Lo que, sincero y claro, manó de la fuente purísima de las Escrituras,
no podrá revolverse por argumento alguno de astucia nebulosa. Porque
persiste en sus sucesores esta y la misma norma de la doctrina apostólica,
la del Apóstol a quien el Señor encomendó el cuidado de todo su rebaño [Ioh.
21, 15 ss], a quien le prometió que no le faltaría Él en modo alguno hasta
el fin del mundo [Mt. 28, 20] y que contra él no prevalecerían las puertas
del infierno, y a quien le atestiguó que cuanto por sentencia suya fuera
atado en la tierra, no puede ser desatado ni en los cielos [Mt. 16, 18 ss].
(6)... Cualquiera que, como dice el Apóstol, intente sembrar otra cosa fuera
de lo que hemos recibido, sea anatema [Gal. 1, 8 s]. No se abra entrada
alguna por donde se introduzcan furtivamente en vuestros oídos perniciosas
ideas, no se conceda esperanza alguna de volver a tratar nada de las
antiguas constituciones; porque —y es cosa que hay que repetir muchas
veces—, lo que por las manos apostólicas, con asentimiento de la Iglesia
universal, mereció ser cortado a filo de la hoz evangélica no puede cobrar
vigor para renacer, ni puede volver a ser sarmiento feraz de la viña del
Señor lo que consta haber sido destinado al fuego eterno. Así, en fin, las
maquinaciones de las herejías todas, derrocadas por los decretos de la
Iglesia, nunca puede permitirse que renueven los combates de una impugnación
ya liquidada...
CONCILlO DE ARLES, 475 (?)
[Del memorial de sujeción de Lúcido, presbítero]
De la gracia y la predestinación
Vuestra corrección es pública salvación y vuestra sentencia medicina. De ahí
que también yo tengo por sumo remedio, excusar los pasados errores
acusándolos, y por saludable confesión purificarme. Por tanto, de acuerdo
con los recientes decretos del Concilio venerable, condeno juntamente con
vosotros aquella sentencia que dice que no ha de juntarse a la gracia divina
el trabajo de la obediencia humana; que dice que después de la caída del
primer hombre, quedó totalmente extinguido el albedrío de la voluntad; que
dice que Cristo Señor y Salvador nuestro no sufrió la muerte por la
salvación de todos; que dice que la presciencia de Dios empuja violentamente
al hombre a la muerte, o que por voluntad de Dios perecen los que perecen;
que dice que después de recibido legítimamente el bautismo, muere en Adán
cualquiera que peca; que dice que unos están destinados a la muerte y otros
predestinados a la vida; que dice que desde Adán hasta Cristo nadie de entre
los gentiles se salvó con miras al advenimiento de Cristo por medio de la
gracia de Dios, es decir, por la ley de la naturaleza, y que perdieron el
libre albedrío en el primer padre; que dice que los patriarcas y profetas y
los más grandes santos, vivieron dentro del paraíso aun antes del tiempo de
la redención. Todo esto lo condeno como impío y lleno de sacrilegios. De tal
modo, empero, afirmo la gracia de Dios que siempre añado a la gracia el
esfuerzo y empeño del hombre, y proclamo que la libertad de la voluntad
humana no está extinguida, sino atenuada y debilitada, que está en peligro
quien se ha salvado, y que el que se ha perdido, hubiera podido salvarse.
Confieso también que Cristo Dios y Salvador, por lo que toca a las riquezas
de su bondad, ofreció por todos el precio de su muerte y no quiere que nadie
se pierda, Él, que es salvador de todos, sobre todo de los fieles, rico para
con todos los que le invocan [Rom. 10, 12]... Ahora, empero, por la
autoridad de los sagrados testimonios que copiosamente se hallan en las
divinas Escrituras, por la doctrina de los antiguos, puesta de manifiesto
por la razón, de buena gana confieso que Cristo vino también por los hombres
perdidos que contra la voluntad de Él se han perdido. No es lícito, en
efecto, limitar las riquezas de su bondad inmensa y los beneficios divinos a
solos aquellos que al parecer se han salvado. Porque si decimos que Cristo
sólo trajo remedios para los que han sido redimidos, parecerá que absolvemos
a los no redimidos, los que consta han de ser castigados por haber
despreciado la redención. Afirmo también que se han salvado, según la razón
y el orden de los siglos, unos por la ley de la gracia, otros por la ley de
Moisés, otros por la ley de la naturaleza, que Dios escribió en los
corazones de todos, en la esperanza del advenimiento de Cristo; sin embargo,
desde el principio del mundo, no se vieron libres de la atadura original,
sino por intercesión de la sagrada sangre. Profeso también que los fuegos
eternos y las llamas infernales están preparadas para los hechos capitales,
porque con razón sigue la divina sentencia a las culpas humanas
persistentes; sentencia en que incurren quienes no creyeren de todo corazón
estas cosas. Orad por mi, señores santos y padres apostólicos.
Lúcido, presbítero, firmé por mi propia mano esta mi carta, y lo que en ella
se afirma, lo afirmo, y lo que se condena, condeno.
FELIX II (III), 483-492
SAN GELASIO I, 492-496
Que no deben tratarse nuevamente los errores que una vez fueron condenados
[De la Carta Licet inter varias, a Honorio, obispo de Dalmacia de 28 de
julio de 499 (?)]
(1) ... Se nos ha, efectivamente, anunciado que en las regiones de Dalmacia
han sembrado algunos la cizaña, siempre renaciente, de la peste pelagiana y
que tiene allí tanta fuerza su blasfemia, que engañan a los más sencillos
con la insinuación de su mortífera locura... [Pero,] por la gracia del
Señor, ahí está la pura verdad de la fe católica, formada de las sentencias
concordes de todos los Padres... (2) ... ¿Acaso nos es a nosotros licito
desatar lo que fue condenado por los venerables Padres y volver a tratar los
criminales dogmas por ellos arrancados?; Qué sentido tiene, pues, que
tomemos toda precaución porque ninguna perniciosa herejía, una vez que fue
rechazada, pretenda venir nuevamente a examen, si lo que de antiguo fue por
nuestros mayores conocido, discutido, refutado, nosotros nos empeñamos en
restablecerlo? ¿No es así como nosotros mismos —lo que Dios no quiera y lo
que jamás sufrirá la Iglesia—proponemos a todos los enemigos de la verdad el
ejemplo para que se levanten contra nosotros? ¿Dónde está lo que está
escrito: No traspases los términos de tus padres [Prov. 22, 28] y: pregunta
a tus padres y te lo anunciarán, a tus ancianos y te lo contarán [Deut. 32,
7]? ¿Por qué, pues, vamos más allá de lo definido por los mayores o por qué
no nos bastan? Si, por ignorarlo, deseamos saber sobre algún punto, cómo fue
mandada cada cosa por los padres ortodoxos y por :los antiguos, ora para
evitarla, ora para adaptarla a la verdad católica; ¿por qué no se aprueba
haberse decretado para esos fines? ¿Acaso somos más sabios que ellos o
podremos mantenernos en sólida estabilidad, si echamos por tierra lo que por
ellos fue constituído?...
[Sobre el imperio y el sacerdocio, y sobre el primado del Romano Pontífice,
v. Kch 959.]
Del canon de la Sagrada Escritura
[De la Carta 42 o Decretal De recipiendis et non recipiendis libris, del año
495]
Suele anteponerse en algunos códices al Decreto propiamente dicho de
Gelasio, una lista de libros canónicos, semejante a la que pusimos bajo
Dámaso [84]. Sin embargo, entre otras cosas, aquí ya no se lee: de Juan
Apóstol, una epístola; de otro Juan, presbítero, dos epístolas, sino: de
Juan Apóstol, tres epístolas [cf 84, 92, 96].
Del primado del Romano Pontífice y sobre las Sedes Patriarcales
[De la misma Carta o Decretal, del año 495]
(1) Después de todas estas Escrituras que arriba hemos citado, proféticas,
evangélicas y apostólicas, sobre las que, por la gracia de Dios, está
fundada la Iglesia Católica, otra cosa hemos creído deber indicar y es que,
aun cuando no haya más que un solo tálamo de Cristo, la Iglesia Católica
difundida por todo el orbe; sin embargo, la santa Iglesia Romana no ha sido
antepuesta a las otras Iglesias por constitución alguna conciliar, sino que
obtuvo el primado por la evangélica voz del Señor y Salvador, cuando dijo:
Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del
infierno no prevalecerán contra ella, y a ti te daré las llaves del reino de
los cielos, y cuanto atares sobre la tierra, será atado también en el cielo;
y cuanto desatares sobre la tierra, será desatado también en el cielo [Mt.
16, 18 s]. Añadióse también la compañía del beatísimo Pablo Apóstol, vaso de
elección, que no en diverso tiempo, como gárrulamente dicen los herejes,
sino en un mismo tiempo y en un mismo día, luchando juntamente con Pedro en
la ciudad de Roma, con gloriosa muerte fue coronado bajo el César Nerón; y
juntamente consagraron a Cristo Señor la sobredicha santa Iglesia Romana y
la pusieron por delante de todas las ciudades del universo mundo con su
presencia y venerable triunfo.
Consiguientemente, la primera es la Sede del Apóstol Pedro, la de la Iglesia
Romana, que no tiene mancha ni arruga ni cosa semejante [Eph. 5, 27]. La
segunda sede fue consagrada en Alejandría en nombre del bienaventurado Pedro
por Marco, discípulo suyo y evangelista... La tercera sede, digna de honor,
del beatísimo Apóstol Pedro, está en Antioquía...
De la autoridad de los Concilios y de los Padres
[De la misma Carta o Decretal]
(2) Y aun cuando nadie pueda poner otro fundamento fuera del que ya está
puesto, que es Cristo Jesús [cf. 1 Cor. 3, 11]; sin embargo, para
edificación, aparte las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento que
canónicamente recibimos, la Santa Iglesia; es decir, la Iglesia Romana, no
prohibe que se reciban también las siguientes: a saber, el santo Concilio de
Nicea..., el de Efeso..., el de Calcedonia...
(3) Igualmente los opúsculos del bienaventurado Cecilio Cipriano... [y de
igual modo se alegan los opúsculos de Gregorio Nazianceno, Basilio,
Atanasio, Juan Crisóstomo, Teófilo, Cirilo Alejandrino, Hilario, Ambrosio,
Agustín, Jerónimo y Próspero.] Igualmente, la carta (dogmática) del
bienaventurado papa León a Flaviano [v. 143 ]...; si alguno disputare de su
texto sobre una sola tilde, y no la recibiere en todo con veneración, sea
anatema.
Igualmente decreta que han de leerse los opúsculos y tratados de todos los
Padres ortodoxos que no se desviaron en nada de la comunión de la Santa
Iglesia Romana.
Igualmente, han de recibirse con veneración las Epístolas decretales que
dieron los beatísimos Papas.
Igualmente, las Actas de los Santos mártires... [las cuales], con singular
cautela, como quiera que se ignoran completamente los nombres de los que las
escribieron, no se leen en la Santa Iglesia Romana, a fin de no dar ni la
más leve ocasión de burla. Nosotros, sin embargo, juntamente con la predicha
Iglesia, con toda devoción veneramos a todos los mártires y sus gloriosos
combates, que son más conocidos a Dios que a los hombres.
Igualmente, las vidas de los Padres, de Pablo, Antonio, Hilarión y de todos
los eremitas, las recibimos con todo honor; siempre, sin embargo, que sean
las que escribió Jerónimo, varón beatísimo.
[Se enumeran finalmente y alaban muchos otros escritos, añadiendo, sin
embargo :]
Pero vaya delante la sentencia del bienaventurado Pablo Apóstol: Todo...
examinadlo; lo que sea bueno, guardadlo [1 Thess. 5, 21].
Lo demás que ha sido escrito o predicado por los herejes o cismáticos, en
modo alguno lo recibe la Iglesia Romana, Católica y Apostólica. De los que
creemos deber añadir unos pocos opúsculos...
De los apócritos, que no se aceptan
[De la misma Carta o Decretal]
(4) [Después de presentar una larga serie de apócrifos, concluye así el
Decretum Gelasianum:]
Estos y otros escritos semejantes que enseñaron y escribieron todos los
heresiarcas y sus discípulos o los cismáticos, no sólo confesamos que fueron
repudiados por toda la Iglesia Romana Católica y Apostólica, sino también
desterrados y juntamente con sus autores y los secuaces de ellos para
siempre condenados bajo el vinculo indisoluble del anatema.
De la remisión de los pecados
[Del tomo de Gelasio Ne forte, sobre el vínculo de anatema, hacia el año
496]
(5) Dijo el Señor que a quienes pecan contra el Espíritu Santo ni aquí ni en
el siglo futuro se les había de perdonar [Mt. 12, 32]. ¿A cuántos, sin
embargo, conocemos que pecan contra el Espíritu Santo, como a los diversos
herejes... que se convierten a la fe católica y aquí alcanzan perdón de su
blasfemia y reciben esperanza de obtener indulgencia en lo futuro? Ni por
eso deja de ser verdadera la sentencia del Señor o ha de pensarse que queda
en modo alguno deshecha, pues acerca de los tales, si permanecen siendo lo
que son, jamás podrá ser deshecha; pero no se aplica a quienes han dejado de
serlo. Del mismo modo, consiguientemente, hay que entender aquello del
bienaventurado Juan Apóstol: Hay pecado de muerte: no digo que se ruegue por
él; y hay pecado no de muerte: digo que se ruegue por él [1 Ioh. 5, 16-17].
Hay pecado de muerte para los que permanecen en el mismo pecado; hay pecado
no de muerte para quienes se apartan del mismo pecado. Ningún pecado hay, en
efecto, por cuyo perdón no ore la Iglesia, o del que, por la potestad que le
fue divinamente concedida, no pueda absolver a quienes de él se apartan, o
perdonarselo a los penitentes, ella a quien se dijo: Cuanto perdonareis
sobre la tierra... [cf. Ioh. 20, 23]; cuanto desatareis sobre la tierra,
será desatado también en el cielo [Mt. 18, 18]. En la palabra "cuanto" entra
todo, por grandes que sean y cualesquiera que sean los pecados, siguiendo,
no obstante, verdadera la sentencia de aquellos, que proclama que nunca ha
de ser perdonado el que persiste en seguirlos cometiendo, pero no el que
después se aparta de ellos.
De las dos naturalezas de Cristo
[Del tomo de Gelacio Necessarium, sobre las dos naturalezas en Cristo, 492]
(3) Como quiera, digo, que acerca de la Encarnación de nuestro Señor que, si
bien en modo alguno puede explicarse, debe, sin embargo, creerse
piadosamente con esta confesión: los eutiquianos dicen que sólo hay una
naturaleza, esto es, la divina; y no menos Nestorio recuerda una sola
naturaleza, es decir, la humana; si contra los eutiquianos hemos de afirmar
dos, porque ellos toman una sola; consiguientemente, contra Nestorio que
dice también una sola, predicaremos sin duda alguna haber existido no una
sola, sino dos unidas desde su principio. Contra Eutiques que se empeña en
afirmar una sola, esto es, la divina, añadimos convenientemente la humana,
de suerte que le mostramos que allí permanecen las dos naturalezas de que
consta este misterio singular; y contra Nestorio, que habla también de una
sola, es decir, de la humana, no menos hemos de añadir la divina. Para que,
por modo igual, contra la una sola de él, mantengamos con veraz definición
que en la plenitud de este misterio existieron dos naturalezas con los
efectos primordiales de su unión, y a unos y a otros, que, por modo diverso,
declaman cada uno la suya, los vencemos, no a uno de ellos afirmando sólo
una naturaleza, sino a los dos, por la unida propiedad de las dos
naturalezas, de la humana y de la divina, la cual desde su principio
permanece sin confusión ni defecto alguno.
(4) Porque, si bien es uno solo y el mismo Señor Jesucristo, y todo Dios
hombre y todo el hombre Dios, y cuanto hay de humanidad Dios hombre se lo
hace suyo y cuanto hay de Dios, lo tiene el hombre Dios; sin embargo, para
que permanezca este misterio y no pueda disolverse por ninguna parte, así
todo el hombre permanece lo que Dios es, como todo Dios permanece cuanto el
hombre es...
SAN ANASTASIO II, 496-498
De las ordenaciones de los cismáticos
[De la Carta 1, Exordium Pontificatus mei, a Anastasio Agosto, de 496]
(7) Según la costumbre de la Iglesia Católica, reconozca el sacratísimo
pecho de tu serenidad que a ninguno de estos a quienes bautizó Acacio
[obispo cismático], o a quienes ordenó según los cánones sacerdotes o
levitas, les alcanza parte alguna de daño por el nombre de Acacio, en el
sentido de que acaso parezca menos firme la gracia del sacramento por haber
sido trasmitida por un inicuo... Porque si los rayos de este sol visible, al
pasar por los más fétidos lugares, no se mancillan por mancha alguna del
contacto; mucho menos la virtud de Aquel que,hizo este sol visible, puede
constreñirse por indignidad alguna del ministro...
(9) Por eso, pues, también éste, administrando mal lo bueno, a sí solo se
dañó. Porque el sacramento inviolable que por él fue dado, obtuvo para los
otros la perfección de su virtud.
Sobre el origen de las almas y sobre el pecado original
[De la Carta Bonum atque iucundum, a los obispos de Francia, de 23 de agosto
de 498]
(1) ... [Piensan algunos herejes en Francia] que pueden razonablemente
persuadirse que así como los padres trasmiten los cuerpos al género humano
de la hez material, de modo semejante dan también el espíritu del alma
vital... ¿Cómo, pues, contra la divina sentencia, con inteligencia demasiado
carnal, piensan que el alma hecha a imagen de Dios se difunda por la unión
de los hombres, siendo así que la acción de Aquel que al principio hizo esto
no deja de ser hoy la misma, como Él mismo dijo: Mi padre sigue trabajando y
yo también trabajo [cf. Ioh. 5, 17]? Y entiendan también lo que está
escrito: El que vive para siempre, lo creó todo de una vez [Eccli. 18, 1].
Si, pues, antes de que la Escritura dispusiera el orden y modo siguiendo
cada especie en cada clase de criaturas, obraba al mismo tiempo
potencialmente —cosa que no puede negarse— y causalmente en la obra
pertinente a la creación de todas las cosas, de cuya consumación descansó el
día séptimo, y ahora sigue obrando visiblemente en la obra conveniente según
el curso de los tiempos; luego aténganse a la santa doctrina, de que Aquel
infunde las almas, que llama lo que no es, como lo que es [cf. Rom. 4, 17].
(4) ... En lo que acaso piensan que hablan piadosa y exactamente, es decir,
que con razón afirman que las almas son trasmitidas por los padres, como
quiera que están enredadas en pecados, deben con esta sabia separación
distinguir: que ellos no pueden transmitir otra cosa que lo que ellos con
extraviada presunción cometieron, esto es, la pena y culpa del pecado que
pone bien de manifiesto la descendencia que por transmisión se sigue, al
nacer los hombres malos y torcidos. Y claramente se ve que en eso solo no
tiene Dios parte ninguna, pues para que no cayeran en esta fatal calamidad,
se lo prohibió y predijo con el ingénito terror de la muerte. Así, pues, por
la transmisión, aparece evidentemente lo que por los padres se entrega, y se
muestra también qué es lo que desde el principio hasta el fin haya obrado o
siga aún Dios obrando.
SAN SIMACO, 498-514
SAN HORMISDAS, 514-523
De la infalibilidad del Romano Pontífice
[Memorial de profesión de la fe, añadido a la Carta Inter ea quae, a los
obispos de España, de 2 de abril de 517]
Primordial salud es guardar la regla de la recta fe y no desviarse en modo
alguno de las constituciones de los Padres. Y pues no puede pasarse por alto
la sentencia de nuestro Señor Jesucristo que dice: Tú eres Pedro y sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia, etc. [Mt. 16, 18], tal como fue dicho se
comprueba por la experiencia, pues en la Sede Apostólica se conservó siempre
inmaculada la religión católica. No queriéndonos separar un punto de esta
esperanza y de esta fe, y siguiendo las constituciones de los Padres,
anatematizamos todas las herejías, señaladamente al hereje Nestorio, que en
otro tiempo fue obispo de Constantinopla, condensado en el Concilio de Efeso
por el bienaventurado Celestino, Papa de la ciudad de Roma, y por el
venerable varón Cirilo, obispo de Alejandría. Igualmente anatematizamos
también a Eutiques y a Dióscoro Alejandrino, condenados en el santo Concilio
de Calcedonia, que seguimos y abrazamos, el cual, siguiendo al santo
Concilio de Nicea predicó la fe apostólica. Detestamos también al parricida
Timoteo, por sobrenombre Eluro ("Gato"), y a su discípulo y secuaz en todo,
Pedro Alejandrino. Condenamos y anatematizamos también a Acacio, obispo en
otro tiempo de Constantinopla, condenado por la Sede Apostólica, cómplice y
secuaz de ellos o a los que permanecieren en la sociedad de su comunión;
porque Acacio mereció con razón sentencia de condenación semejante a la de
aquellos en cuya comunión se mezcló. No menos condenamos a Pedro de
Antioquía con sus secuaces y los de todos los suprascritos.
Mas aceptamos y aprobamos también las epístolas todas del bienaventurado
papa León, que escribió sobre la religión cristiana, como antes dijimos,
siguiendo en todo a la Sede Apostólica y proclamando sus constituciones
todas. Y por tanto, espero merecer hallarme en una sola comunión con
vosotros, la que predica la Sede Apostólica, en la que está la íntegra,
verdadera y perfecta solidez de la religión cristiana; prometiendo que en
adelante no he de recitar entre los sagrados misterios los nombres de
aquellos que están separados de la comunión de la Iglesia Católica, es
decir, que no sienten con la Sede Apostólica. Y si en algo intentare
desviarme de mi profesión, por mi propia sentencia me declaro cómplice de
los mismos que he condenado. Y esta mi profesión, yo la he firmado de mi
mano y la he dirigido a ti, Hormisdas, santo y venerable papa de la ciudad
de Roma.
Del canon, del primado, de los concilios y de los apócrifos
[De la Carta 125 o Decretal De Scripturis divinis, del año 520]
Aparte lo que se contiene en la decretal de Gelasio [162], aquí, después del
Concilio de Éfeso, se inserta también el primero de Constantinopla; y luego
se añade:
Y si algunos otros concilios han sido hasta ahora celebrados por los Santos
Padres, hemos decretado sean guardados y recibidos después de la autoridad
de estos cuatro.
Sobre la autoridad de San Agustín
[De la Carta Sicut rationi, a Posesor, de 13 de agosto de 502]
5. Qué siga y guarde la Iglesia Romana, es decir, la Iglesia Católica,
acerca del libre albedrío y la gracia de Dios, si bien puede copiosamente
conocerse por varios libros del bienaventurado Agustín; sin embargo, en los
archivos eclesiásticos hay capítulos expresos que, si ahí faltan y los
creéis necesarios, os los remitiremos. Aunque quien diligentemente considere
los dichos del Apóstol, ha de conocer con evidencia lo que ha de seguir.
SAN JUAN I, 523-526
SAN FELIX m, 526-530
II CONCILIO DE ORANGE, 529 (en la Galia)
Confirmado por Bonifacio II (contra los semipelagianos)
Sobre el pecado original, la gracia, la predestinación
Nos ha parecido justo y razonable, según la admonición v autoridad de la
Sede Apostólica, que debíamos presentar para que sean por todos observados,
y firmar de nuestras manos unos pocos capítulos que nos han sido trasmitidos
por la Sede Apostólica, que fueron recogidos por los santos Padres de los
libros de las Sagradas Escrituras para esta causa principalmente, a fin de
enseñar a aquellos que sienten de modo distinto a como deben.
[I. Sobre el pecado original.] Can. l. Si alguno dice que por el pecado de
prevaricación de Adán no "fue mudado" todo el hombre, es decir, según el
cuerpo y el alma en peor, sino que cree que quedando ilesa la libertad del
alma, sólo el cuerpo está sujeto a la corrupción, engañado por el error de
Pelagio, se opone a la Escritura, que dice: El alma que pecare, ésa morirá
[Ez. 18, 20], y: ¿No sabéis que si os entregáis a uno por esclavos para
obedecerle, esclavos sois de aquel a quien os sujetáis? [Rom. 6, 16] . Y:
Por quien uno es vencido, para esclavo suyo es destinado [2 Petr. 2, 19].
Can. 2. Si alguno afirma que a Adán solo dañó su prevaricación, pero no
también a su descendencia, o que sólo pasó a todo el género humano por un
solo hombre la muerte que ciertamente es pena del pecado, pero no también el
pecado, que es la muerte del alma, atribuirá a Dios injusticia,
contradiciendo al Apóstol que dice: Por un solo hombre, el pecado entró en
el mundo y por el pecado la muerte, y así a todos los hombres pasó la muerte
por cuanto todos habían pecado [Rom. 5, 12] 3.
[II. Sobre la gracia.] Can. 3. Si alguno dice que la gracia de Dios puede
conferirse por invocación humana, y no que la misma gracia hace que sea
invocado por nosotros, contradice al profeta Isaías o al Apóstol, que dice
lo mismo: He sido encontrado por los que no me buscaban; manifiestamente
aparecí a quienes por mí no preguntaban [Rom. 10, 20; cf. Is. 65, l].
Can. 4. Si alguno porfía que Dios espera nuestra voluntad para limpiarnos
del pecado, y no confiesa que aun el querer ser limpios se hace en nosotros
por infusión y operación sobre nosotros del Espíritu Santo, resiste al mismo
Espíritu Santo que por Salomón dice: Es preparada la voluntad por el Señor
[Prov. 8, 35: LXX], y al Apóstol que saludablemente predica: Dios es el que
obra en nosotros el querer y el acabar, según su beneplácito [Phil. 2, 13].
Can. 5. Si alguno dice que está naturalmente en nosotros lo mismo el aumento
que el inicio de la fe y hasta el afecto de credulidad por el que creemos en
Aquel que justifica al impío y que llegamos a la regeneración del sagrado
bautismo, no por don de la gracia —es decir, por inspiración del Espíritu
Santo, que corrige nuestra voluntad de la infidelidad a la fe, de la
impiedad a la piedad—, se muestra enemigo de los dogmas apostólicos, como
quiera que el bienaventurado Pablo dice: Confiamos que quien empezó en
vosotros la obra buena, la acabará hasta el día de Cristo Jesús [Phil. 1,
6]; y aquello: A vosotros se os ha concedido por Cristo, no sólo que creáis
en Él, sino también que por Él padezcáis [Phil. 1, 29]; y: De gracia habéis
sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, puesto que es don
de Dios [Eph. 2, 8]. Porque quienes dicen que la fe, por la que creemos en
Dios es natural, definen en cierto modo que son fieles todos aquellos que
son ajenos a la Iglesia de Dios.
Can 6. Si alguno dice que se nos confiere divinamente misericordia cuando
sin la gracia de Dios creemos, queremos, deseamos, nos esforzamos,
trabajamos, oramos, vigilamos, estudiamos, pedimos, buscamos, llamamos, y no
confiesa que por la infusión e inspiración del Espíritu Santo se da en
nosotros que creamos y queramos o que podamos hacer, como se debe, todas
estas cosas; y condiciona la ayuda de la gracia a la humildad y obediencia
humanas y no consiente en que es don de la gracia misma que seamos
obedientes y humildes, resiste al Apóstol que dice: ¿Qué tienes que no lo
hayas recibido? [1 Cor. 4, 7]; y: Por la gracia de Dios soy lo que soy [1
Cor. 15, 10].
Can. 7. Si alguno afirma que por la fuerza de la naturaleza se puede pensar,
como conviene, o elegir algún bien que toca a la salud de la vida eterna, o
consentir a la saludable es decir, evangélica predicación, sin la
iluminación o inspiración del Espíritu Santo, que da a todos suavidad en el
consentir y creer a la verdad, es engañado de espíritu herético, por no
entender la voz de Dios que dice en el Evangelio: Sin mí nada podéis hacer
[Ioh. 15, 5]; y aquello del Apóstol: No que seamos capaces de pensar nada
por nosotros como de nosotros, sino que nuestra suficiencia viene de Dios [2
Cor. 3, 5] 3.
Can. 8. Si alguno porfía que pueden venir a la gracia del bautismo unos por
misericordia, otros en cambio por el libre albedrío que consta estar viciado
en todos los que han nacido de la prevaricación del primer hombre, se
muestra ajeno a la recta fe. Porque ése no afirma que el libre albedrío de
todos quedó debilitado por el pecado del primer hombre o, ciertamente,
piensa que quedó herido de modo que algunos, no obstante, pueden sin la
revelación de Dios conquistar por sí mismos el misterio de la eterna
salvación. Cuán contrario sea ello, el Señor mismo lo prueba, al atestiguar
que no algunos, sino ninguno puede venir a Él, Sino aquel a quien el Padre
atrajere [Ioh. 6, 44]; así como al bienaventurado Pedro le dice:
Bienaventurado eres, Simón, hijo de Joná, porque ni la carne ni la sangre te
lo ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos [Mt. 16, 17]; y el
Apóstol: Nadie puede decir Señor a Jesús, sino en el Espíritu Santo [1 Cor.
12, 3] 4.
Can. 9. "Sobre la ayuda de Dios. Don divino es el que pensemos rectamente y
que contengamos nuestros pies de la falsedad y la injusticia; porque cuantas
veces bien obramos, Dios, para que obremos, obra en nosotros y con
nosotros".
Can. 10. Sobre la ayuda de Dios. La ayuda de Dios ha de ser implorada
siempre aun por los renacidos y sanados, para que puedan llegar a buen fin o
perseverar en la buena obra.
Can. 11. "Sobre la obligación de los votos. Nadie haría rectamente ningún
voto al Señor, si no hubiera recibido del mismo lo que ha ofrecido en voto",
según se lee: Y lo que de tu mano hemos recibido, eso te damos [1 Par. 29,
14].
Can. 12. "Cuáles nos ama Dios. Tales nos ama Dios cuales hemos de ser por
don suyo, no cuales somos por merecimiento nuestro".
Can. 18. De la reparación del libre albedrío. El albedrío de la voluntad,
debilitado en el primer hombre, no puede repararse sino por la gracia del
bautismo; lo perdido no puede ser devuelto, sino por el que pudo darlo. De
ahí que la verdad misma diga: Si el Hijo os liberare, entonces seréis
verdaderamente libres [Ioh. 8, 36] .
Can. 14. "Ningún miserable se ve libre de miseria alguna, sino el que es
prevenido de la misericordia de Dios" como dice el salmista: Prontamente se
nos anticipe, Señor, tu misericordia [Ps. 78, 8]; y aquello: Dios mío, su
misericordia me prevendrá [Ps. 58, 11].
Can. 15. "Adán se mudó de aquello que Dios le formó, pero se mudó en peor
por su iniquidad; el fiel se muda de lo que obró la iniquidad, pero se muda
en mejor por la gracia de Dios. Aquel cambio, pues, fue del prevaricador
primero; éste, según el salmista, es cambio de la diestra del Excelso [Ps.
76, 11].
Can. 16. "Nadie se gloríe de lo que parece tener, como si no lo hubiera
recibido, o piense que lo recibió porque la letra por fuera apareció para
ser leída o sonó para ser oída. Porque, como dice el Apóstol: Si por medio
de la ley es la justicia, luego de balde murió Cristo [Gal. 2, 21]; subiendo
a lo alto, cautivó la cautividad, dio dones a los hombres [Eph. 4, 8; cf.
Ps. 67, 19]. De ahí tiene, todo el que tiene; y quienquiera niega tener de
ahí, o es que verdaderamente no tiene, o lo que tiene, se le quita [Mt. 25,
29].
Can. 17. "Sobre la fortaleza cristiana. La fortaleza de los gentiles la hace
la mundana codicia; mas la fortaleza de los cristianos viene de la caridad
de Dios que se ha derramado en nuestros corazones, no por el albedrío de la
voluntad, que es nuestro, sino por el Espíritu Santo que nos ha sido dado
[Rom. 5, 5]".
Can. 18. "Que por ningún merecimiento se previene a la gracia. Se debe
recompensa a las buenas obras, si se hacen; pero la gracia, que no se debe,
precede para que se hagan".
Can. 19. "Que nadie se salva, sino por la misericordia de Dios. La
naturaleza humana, aun cuando hubiera permanecido en aquella integridad en
que fue creada, en modo alguno se hubiera ella conservado a sí misma, si su
Creador no la ayudara; de ahí que, si sin la gracia de Dios, no hubiera
podido guardar la salud que recibió, ¿cómo podrá, sin la gracia de Dios,
reparar la que perdió?
Can. 20. "Que el hombre no puede nada bueno sin Dios. Muchos bienes hace
Dios en el hombre, que no hace el hombre; ningún bien, empero, hace el
hombre que no otorgue Dios que lo haga el hombre".
Can. 21. "De la naturaleza y de la gracia. A la manera como a quienes
queriendo justificarse en la ley, cayeron también de la gracia, con toda
verdad les dice el Apóstol: Si la justicia viene de la ley, luego en vano ha
muerto Cristo [Gal. 2, 21]; así a aquellos que piensan que es naturaleza la
gracia que recomienda y percibe la fe de Cristo, con toda verdad se les
dice: Si por medio de la naturaleza es la justicia, luego en vano ha muerto
Cristo. Porque ya estaba aquí la ley y no justificaba; ya estaba aquí
también la naturaleza, y tampoco justificaba. Por tanto, Cristo no ha muerto
en vano, sino para que la ley fuera cumplida por Aquel que dijo: No he
venido a destruir la ley, sino a darle cumplimiento [Mt. 5, 17]; y la
naturaleza, perdida por Adán, fuera reparada por Aquel que dijo haber venido
a buscar y salvar lo que se había perdido" [Lc. 19, 10] .
Can. 22. "De lo que es propio de los hombres. Nadie tiene de suyo, sino
mentira y pecado. Y si alguno tiene alguna verdad y justicia, viene de
aquella fuente de que debemos estar sedientos en este desierto, a fin de
que, rociados, como si dijéramos, por algunas gotas de ella, no
desfallezcamos en el camino".
Can. 23. "De la voluntad de Dios y del hombre. Los hombres hacen su voluntad
y no la de Dios, cuando hacen lo que a Dios desagrada; mas cuando hacen lo
que quieren para servir a la divina voluntad, aun cuando voluntariamente
hagan lo que hacen; la voluntad, sin embargo, es de Aquel por quien se
prepara y se manda lo que quieren".
Can. 24. "De los sarmientos de la vid. De tal modo están los sarmientos en
la vid que a la vid nada le dan, sino que de ella reciben de qué vivir;
porque de tal modo está la vid en los sarmientos que les suministra el
alimento vital, pero no lo toma de ellos. Y, por esto, tanto el tener en si
a Cristo permanente como el permanecer en Cristo, son cosas que aprovechan
ambas a los discípulos, no a Cristo. Porque cortado el sarmiento, puede
brotar otro de la raíz viva; mas el que ha sido cortado, no puede vivir sin
la raíz [cf. Ioh. 15, 5 ss]".
Can 25. "Del amor con que amamos a Dios. Amar a Dios es en absoluto un don
de Dios. Él mismo, que, sin ser amado, ama, nos otorgó que le amásemos.
Desagradándole fuimos amados, para que se diera en nosotros con que le
agradáramos. En efecto, el Espíritu del Padre y del Hijo, a quien con el
Padre y el Hijo amamos, derrama en nuestros corazones la caridad" [Rom. 5,
5].
Y así, conforme a las sentencias de las Santas Escrituras arriba escritas o
las definiciones de los antiguos Padres, debemos por bondad de Dios predicar
y creer que por el pecado del primer hombre, de tal manera quedó inclinado y
debilitado el libre albedrío que, en adelante, nadie puede amar a Dios, como
se debe, o creer en Dios u obrar por Dios lo que es bueno, sino aquel a
quien previniere la gracia de la divina misericordia. De ahí que aun aquella
preclara fe que el Apóstol Pablo [Hebr. 11] proclama en alabanza del justo
Abel, de Noé, Abraham, Isaac y Jacob, y de toda la muchedumbre de los
antiguos santos, creemos que les fue conferida no por el bien de la
naturaleza que primero fue dado en Adán sino por la gracia de Dios. Esta
misma gracia, aun después del advenimiento del Señor, a todos los que desean
bautizarse sabemos y creemos juntamente que no se les confiere por su libre
albedrío, sino por la largueza de Cristo, conforme a lo que muchas veces
hemos dicho ya y lo predica el Apóstol Pablo: A vosotros se os ha dado, por
Cristo, no sólo que creáis en Él, sino también que padezcáis por Él [Phil.
1, 29]; y aquello: Dios que empezó en vosotros la obra buena, la acabará
hasta el día de nuestro Señor [Phil. 1, 6]; y lo otro: De gracia habéis sido
salvados por la fe, y esto no de vosotros: porque don es de Dios [Eph. 2,
8]; y lo que de sí mismo dice el Apóstol: He alcanzado misericordia para ser
fiel [1 Cor. 7, 25; 1 Tim. 1, 13]; no dijo: "porque era", sino "para ser". Y
aquello: ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? [1 Cor. 4, 7]. Y aquello:
Toda dádiva buena y todo don perfecto, de arriba es, y baja del Padre de las
luces [Iac. 1, 17]. Y aquello: Nadie tiene nada, si no le fuere dado de
arriba [Ioh. 3, 27]. Innumerables son los testimonios que podrían alegarse
de las Sagradas Escrituras para probar la gracia; pero se han omitido por
amor a la brevedad, porque realmente a quien los pocos no bastan, no
aprovecharán los muchos.
[III. De la predestinación.] También creemos según la fe católica que,
después de recibida por el bautismo la gracia, todos los bautizados pueden y
deben, con el auxilio y cooperación de Cristo con tal que quieran fielmente
trabajar, cumplir lo que pertenece a la salud del alma. Que algunos, empero,
hayan sido predestinados por el poder divino para el mal, no sólo no lo
creemos, sino que si hubiere quienes tamaño mal se atrevan a creer, con toda
detestación pronunciamos anatema contra ellos. También profesamos y creemos
saludablemente que en toda obra buena, no empezamos nosotros y luego somos
ayudados por la misericordia de Dios, sino que Él nos inspira primero —sin
que preceda merecimiento bueno alguno de nuestra parte— la fe y el amor a
Él, para que busquemos fielmente el sacramento del bautismo, y para que
después del bautismo, con ayuda suya, podamos cumplir lo que a Él agrada. De
ahí que ha de creerse de toda evidencia que aquella tan maravillosa fe del
ladrón a quien el Señor llamó a la patria del paraíso [Lc. 23, 43], y la del
centurión Cornelio, a quien fue enviado un ángel [Act. 10, 3] y la de
Zaqueo, que mereció hospedar al Señor mismo [Lc. 19, 6], no les vino de la
naturaleza, sino que fue don de la liberalidad divina.
BONIFACIO II, 530-532
Confirmación del II Concilio de Orange
[De la Carta Per filium nostrum, a Cesáreo de Arlés, de 25 de enero de 531]
1... No hemos diferido dar respuesta católica a tu pregunta que concebiste
con laudable solicitud de la fe. Indicas, en efecto, que algunos obispos de
las Galias, si bien conceden que los demás bienes provienen de la gracia de
Dios, quieren que sólo la fe, por la que creemos en Cristo, pertenezca a la
naturaleza y no a la gracia; y que permaneció en el libre albedrío de los
hombres desde Adán —cosa que es crimen sólo decirla— no que se confiere
también ahora a cada uno por largueza de la misericordia divina. Para
eliminar toda ambigüedad nos pides que corfirmemos con la autoridad de la
Sede Apostólica vuestra confesión, por la que al contrario vosotros definís
que la recta fe en Cristo y el comienzo de toda buena voluntad, conforme a
la verdad católica, es inspirado en el alma de cada uno por la gracia de
Dios previniente.
2. Mas como quiera que acerca de este asunto han disertado muchos Padres y
más que nadie el obispo Agustín, de feliz memoria, y nuestros mayores los
obispos de la Sede Apostólica, con tan amplia y probada razón que a nadie
debía en adelante serle dudoso que también la fe nos viene de la gracia;
hemos creído que no es menester muy larga respuesta; sobre todo cuando,
según las sentencias que alegas del Apóstol: He conseguido misericordia para
ser fiel [1 Cor. 7, 25], y en otra parte: A vosotros se os ha dado, por
Cristo, no sólo que creáis en Él, sino también que padezcáis por Él [Phil.
1, 29], aparece evidentemente que la fe, por la que creemos en Cristo, así
como también todos los bienes, nos vienen a cada uno de los hombres, por don
de la gracia celeste, no por poder de la naturaleza humana. Lo cual nos
alegramos que también tu Fraternidad lo haya sentido según la fe católica,
en la conferencia habida con algunos obispos de las Galias; en el punto,
decimos, en que con unánime asentimiento, como nos indicas, definieron que
la fe por la que creemos en Cristo, se nos confiere por la gracia
previniente de la divinidad, añadiendo además que no hay absolutamente bien
alguno según Dios que pueda nadie querer, empezar o acabar sin la gracia de
Dios, pues dice el Salvador mismo: Sin mí nada podéis hacer [Ioh. 15, 5].
Porque cierto y católico es que en todos los bienes, cuya cabeza es la fe,
cuando no queremos aún nosotros, la misericordia divina nos previene para
que perseveremos en la fe, como dice David profeta: Dios mío, tu
misericordia me prevendrá [Ps. 58, 11]. Y otra vez: Mi misericordia con Él
está [Ps. 88, 25]; y en otra parte: Su misericordia me sigue [Ps. 22, 6].
Igualmente también el bienaventurado Pablo dice: O, ¿quién le dio a Él
primero, y se le retribuirá? Porque de Él, por Él y en Él son todas las
cosas [Rom. 11, 35 s]. De ahí que en gran manera nos maravillamos de
aquellos que hasta punto tal están aún gravados por las reliquias del
vetusto error, que creen que se viene a Cristo no por beneficio de Dios,
sino de la naturaleza, y dicen que, antes que Cristo, es autor de nuestra fe
el bien de la naturaleza misma, el cual sabemos quedó depravado por el
pecado de Adán, y no entienden que están gritando contra la sentencia del
Señor que dice: Nadie viene a mí, si no le fuere dado por mi Padre [Ioh. 6,
44]. Y no menos se oponen al bienaventurado Pablo que grita a los Hebreos:
Corramos al combate que tenemos delante, mirando al autor y consumador de
nuestra fe, Jesucristo [Hebr. 2, 1 s]. Siendo esto así, no podemos hallar
qué es lo que atribuyen a la voluntad humana para creer en Cristo sin la
gracia de Dios, siendo Cristo autor y consumador de la fe.
3. Por lo cual, saludándoos con el debido afecto, aprobamos vuestra
confesión suprascrita como conforme a las reglas católicas de los Padres.
JUAN II, 533-535
Acerca de "Uno de la Trinidad ha padecido" y de la B. V. M., madre de Dios
[De la carta 3 Olim quidem a los senadores de Constantinopla, marzo de 534]
A la verdad, el emperador Justiniano, hijo nuestro, como por el tenor de su
carta sabéis, dio a entender que habían surgido discusiones sobre estas tres
cuestiones: si Cristo, Dios nuestro, se puede llamar uno de la Trinidad, una
persona santa de las tres personas de la Santa Trinidad; si Cristo Dios,
impasible por su divinidad, sufrió en la carne; si María siempre Virgen,
madre del Señor Dios nuestro Cristo, debe ser llamada propia y
verdaderamente engendradora de Dios y madre de Dios Verbo, encarnado en
ella. En estos puntos hemos aprobado la fe católica del emperador, y hemos
evidentemente mostrado que así es, con ejemplos de los Profetas, de los
Apóstoles o de los Padres. Que Cristo, efectivamente, sea uno de la Santa
Trinidad, es decir, una persona santa o subsistencia, que llaman los griegos
V7ró(rrQ~LS, de las tres personas de la santa Trinidad, evidentemente lo
mostramos por estos ejemplos [se alegan testimonios varios, como Gen. 3, 22;
1 Cor. 8, 6; Símbolo de Nicea, la Carta de Proclo a los occidentales, etc.];
y que Dios padeció en la carne, no menos lo confirmamos por estos ejemplos
[Deut. 28, 66; Ioh. 14, 6; Mal. 3, 8; Act. 3, 15; 20, 28; 1 Cor. 2, 8;
anatematismo 12 de Cirilo; San León a Flaviano, etc.].
En cuanto a la gloriosa santa siempre Virgen María, rectamente enseñamos ser
confesada por los católicos como propia y verdaderamente engendradora de
Dios y madre de Dios Verbo, de ella encarnado. Porque propia y
verdaderamente Él mismo, encarnado en los últimos tiempos, se dignó nacer de
la santa y gloriosa Virgen María. Así, pues, puesto que propia y
verdaderamente de ella se encarnó y nació el Hijo de Dios, por eso propia y
verdaderamente confesamos ser madre de Dios de ella encarnado y nacido; y
propiamente primero, no sea que se crea que el Señor Jesús recibió por honor
o gracia el nombre de Dios, como lo sintió el necio Nestorio; y
verdaderamente después, no se crea que tomó la carne de la Virgen sólo en
apariencia o de cualquier modo no verdadero, como lo afirmó el impío
Eutiques.
SAN AGAPITO I, 535-536 SAN SILVERIO, 536 (537)—540
VIGILIO, (537) 540-555
Cánones contra Orígenes
[Del Liber adversus Origenes, del emperador Justiniano, de 543]
Can. 1. Si alguno dice o siente que las almas de los hombres preexisten,
como que antes fueron inteligentes y santas potencias; que se hartaron de la
divina contemplación y se volvieron en peor y que por ello se enfriaron en
el amor de Dios, de donde les viene el nombre de 7lVXQ¿ (frías), y que por
castigo fueron arrojadas a los cuerpos, sea anatema.
Can. 2. Si alguno dice o siente que el alma del Señor preexistía y que se
unió con el Verbo Dios antes de encarnarse y nacer de la Virgen, sea
anatema.
Can. 3. Si alguno dice o siente que primero fue formado el cuerpo de nuestro
Señor Jesucristo en el seno de la Santa Virgen y que después se le unió Dios
Verbo y el alma que preexistía, sea anatema.
Can. 4. Si alguno dice o siente que el Verbo de Dios fue hecho semejante a
todos los órdenes o jerarquías celestes, convertido para los querubines en
querubín y para los serafines en serafín, y, en una palabra, hecho semejante
a todas las potestades celestes, sea anatema.
Can. 5. Si alguno dice o siente que en la resurrección de los cuerpos de los
hombres resucitarán en forma esférica y no confiesa que resucitaremos
rectos, sea anatema.
Can. 6. Si alguno dice que el cielo y el sol y la luna y las estrellas y las
aguas que están encima de los cielos están animados y que son una especie de
potencias racionales, sea anatema.
Can. 7. Si alguno dice o siente que Cristo Señor ha de ser crucificado en el
siglo venidero por la salvación de los demonios, como lo fue por la de los
hombres, sea anatema.
Can. 8. Si alguno dice o siente que el poder de Dios es limitado y que sólo
obró en la creación cuanto pudo abarcar, sea anatema.
Can. 9. Si alguno dice o siente que el castigo de los demonios o de los
hombres impíos es temporal y que en algún momento tendrá fin, o que se dará
la reintegración de los demonios o de los hombres impíos, sea anatema.
II CONCILIO DE CONSTANTINOPLA, 553
y ecuménico (sobre los tres capítulos)
Sobre la tradición eclesiástica
Confesamos mantener y predicar la fe dada desde el principio por el grande
Dios y Salvador nuestro Jesucristo a sus Santos Apóstoles y por éstos
predicada en el mundo entero; también los Santos Padres y, sobre todo,
aquellos que se reunieron en los cuatro santos concilios la confesaron,
explicaron y transmitieron a las santas Iglesias. A estos Padres seguimos y
recibimos por todo y en todo... Y todo lo que no concuerda con lo que fue
definido como fe recta por los dichos cuatro concilios, lo juzgamos ajeno a
la piedad, y lo condenamos y anatematizamos.
Anatematismos sobre los tres capítulos
[En parte idénticos con la Homología del Emperador, del año 551]
Can. 1. Si alguno no confiesa una sola naturaleza o sustancia del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, y una sola virtud y potestad, Trinidad
consustancial, una sola divinidad, adorada en tres hipóstasis o personas;
ese tal sea anatema. Porque uno solo es Dios y Padre, de quien todo; y un
solo Señor Jesucristo, por quien todo; y un solo Espíritu Santo, en quien
todo.
Can. 2. Si alguno no confiesa que hay dos nacimientos de Dios Verbo, uno del
Padre, antes de los siglos, sin tiempo e incorporalmente; otro en los
últimos días, cuando Él mismo bajó de los cielos, y se encarnó de la santa
gloriosa madre de Dios y siempre Virgen María, y nació de ella; ese tal sea
anatema.
Can. 3. Si alguno dice que uno es el Verbo de Dios que hizo milagros y otro
el Cristo que padeció, o dice que Dios Verbo está con el Cristo que nació de
mujer o que está en Él como uno en otro; y no que es uno solo y el mismo
Señor nuestro Jesucristo, el Verbo de Dios que se encarnó y se hizo hombre,
y que de uno mismo son tanto los milagros como los sufrimientos a que
voluntariamente se sometió en la carne, ese tal sea anatema.
Can. 4. Si alguno dice que la unión de Dios Verbo con el hombre se hizo
según gracia o según operación, o según igualdad de honor, o según
autoridad, o relación, o hábito, o fuerza, o según buena voluntad, como si
Dios Verbo se hubiera complacido del hombre, por haberle parecido bien y
favorablemente de Él, como Teodoro locamente dice; o según homonimia,
conforme a la cual los nestorianos llamando a Dios Verbo Jesús y Cristo, y
al hombre separadamente dándole nombre de Cristo y de Hijo, y hablando
evidentemente de dos personas, fingen hablar de una sola persona y de un
solo Cristo según la sola denominación y honor y dignidad y admiración; mas
no confiesa que la unión de Dios Verbo con la carne animada de alma racional
e inteligente se hizo según composición o según hipóstasis, como enseñaron
los santos Padres; y por esto, una sola persona de Él, que es el Señor
Jesucristo, uno de la Santa Trinidad; ese tal sea anatema. Porque, como
quiera que la unión se entiende de muchas maneras, los que siguen la
impiedad de Apolinar y de Eutiques, inclinados a la desaparición de los
elementos que se juntan, predican una unión de confusión. Los que piensan
como Teodoro y Nestorio, gustando de la división, introducen una unión
habitual. Pero la Santa Iglesia de Dios, rechazando la impiedad de una y
otra herejía, confiesa la unión de Dios Verbo con la carne según
composición, es decir, según hipóstasis. Porque la unión según composición
en el misterio de Cristo, no sólo guarda inconfusos los elementos que se
juntan, sino que tampoco admite la división.
Can. 5. Si alguno toma la única hipóstasis de nuestro Señor Jesucristo en el
sentido de que admite la significación de muchas hipóstasis y de este modo
intenta introducir en el misterio de Cristo dos hipóstasis o dos personas, y
de las dos personas por él introducidas dice una sola según la dignidad y el
honor y la adoración, como lo escribieron locamente Teodoro y Nestorio, y
calumnia al santo Concilio de Calcedonia, como si en ese impío sentido
hubiera usado de la expresión "una sola persona"; pero no confiesa que el
Verbo de Dios se unió a la carne según hipóstasis y por eso es una sola la
hipóstasis de Él, o sea, una sola persona, y que así también el santo
Concilio de Calcedonia había confesado una sola hipóstasis de nuestro Señor
Jesucristo; ese tal sea anatema. Porque la santa Trinidad no admitió
añadidura de persona o hipóstasis, ni aun con la encarnación de uno de la
santa Trinidad, el Dios Verbo.
Can. 6. Si alguno llama a la santa gloriosa siempre Virgen María madre de
Dios, en sentido figurado y no en sentido propio, o por relación, como si
hubiera nacido un puro hombre y no se hubiera encarnado de ella el Dios
Verbo, sino que se refiriera según ellos el nacimiento del hombre a Dios
Verbo por habitar con el hombre nacido; y calumnia al santo Concilio de
Calcedonia, como si en este impío sentido, inventado por Teodoro, hubiera
llamado a la Virgen María madre de Dios; o la llama madre de un hombre o
madre de Cristo, como si Cristo no fuera Dios, pero no la confiesa
propiamente y según verdad madre de Dios, porque Dios Verbo nacido del Padre
antes de los siglos se encarnó de ella en los últimos días, y así la confesó
piadosamente madre de Dios el santo Concilio de Calcedonia, ese tal sea
anatema.
Can. 7. Si alguno, al decir "en dos naturalezas", no confiesa que un solo
Señor nuestro Jesucristo es conocido como en divinidad y humanidad, para
indicar con ello la diferencia de las naturalezas, de las que sin confusión
se hizo la inefable unión; porque ni el Verbo se transformó en la naturaleza
de la carne, ni la carne pasó a la naturaleza del Verbo (pues permanece una
y otro lo que es por naturaleza, aun después de hecha la unión según
hipóstasis), sino que toma en el sentido de una división en partes tal
expresión referente al misterio de Cristo; o bien, confesando el número de
naturalezas en un solo y mismo Señor nuestro Jesucristo, Dios Verbo
encarnado, no toma en teoría solamente la diferencia de las naturalezas de
que se compuso, diferencia no suprimida por la unión (porque uno solo
resulta de ambas, y ambas son por uno solo), sino que se vale de este número
como si [Cristo] tuviese las naturalezas separadas y con personalidad
propia, ese tal sea anatema.
Can. 8. Si alguno, confesando que la unión se hizo de dos naturalezas:
divinidad y humanidad, o hablando de una sola naturaleza de Dios Verbo hecha
carne, no lo toma en el sentido en que lo ensenaron los Santos Padres, de
que de la naturaleza divina y de la humana, después de hecha la unión según
la hipóstasis, resultó un solo Cristo; sino que por tales expresiones
intenta introducir una sola naturaleza o sustancia de la divinidad y de la
carne de Cristo, ese tal sea anatema. Porque al decir que el Verbo unigénito
se unió según hipóstasis, no decimos que hubiera mutua confusión alguna
entre las naturalezas, sino que entendemos más bien que, permaneciendo cada
una lo que es, el Verbo se unió a la carne. Por eso hay un solo Cristo, Dios
y hombre, el mismo consustancial al Padre según la divinidad, y el mismo
consustancial a nosotros según la humanidad. Porque por modo igual rechaza y
anatematiza la Iglesia de Dios, a los que dividen en partes o cortan que a
los que confunden el misterio de la divina economía de Cristo.
Can. 9. Si alguno dice que Cristo es adorado en dos naturalezas, de donde se
introducen dos adoraciones, una propia de Dios Verbo y otra propia del
hombre; o si alguno, para destrucción de la carne o para confusión de la
divinidad y de la humanidad, o monstruosamente afirmando una sola naturaleza
o sustancia de los que se juntan, así adora a Cristo, pero no adora con una
sola adoración al Dios Verbo encarnado con su propia carne, según desde el
principio lo recibió la Iglesia de Dios, ese tal sea anatema.
Can. 10. Si alguno no confiesa que nuestro Señor Jesucristo, que fue
crucificado en la carne, es Dios verdadero y Señor de la gloria y uno de la
santa Trinidad, ese tal sea anatema.
Can. 11. Si alguno no anatematiza a Arrio, Eunomio, Macedonio, Apolinar,
Nestorio, Eutiques y Origenes, juntamente con sus impíos escritos, y a todos
los demás herejes, condenados por la santa Iglesia Católica y Apostólica y
por los cuatro antedichos santos Concilios, y a los que han pensado o
piensan como los antedichos herejes y que permanecieron hasta el fin en su
impiedad, ese tal sea anatema.
Can. 12. Si alguno defiende al impío Teodoro de Mopsuesta, que dijo que uno
es el Dios Verbo y otro Cristo, el cual sufrió las molestias de las pasiones
del alma y de los deseos de la carne, que poco a poco se fue apartando de lo
malo y así se mejoró por el progreso de sus obras, y por su conducta se hizo
irreprochable, que como puro hombre fue bautizado en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, y por el bautismo recibió la gracia del
Espíritu Santo y fue hecho digno de la filiación divina; y que a semejanza
de una imagen imperial, es adorado como efigie de Dios Verbo, y que después
de la resurrección se convirtió en inmutable en sus pensamientos y
absolutamente impecable; y dijo además el mismo impío Teodoro que la unión
de Dios Verbo con Cristo fue como la de que habla el Apóstol entre el hombre
y la mujer: Serán dos en una sola carne [Eph. 5, 31]; y aparte otras
incontables blasfemias, se atrevió a decir que después de la resurrección,
cuando el Señor sopló sobre sus discípulos y les dijo: Recibid el Espíritu
Santo [Ioh. 20, 22], no les dio el Espíritu Santo, sino que sopló sobre
ellos sólo en apariencia ¡ éste mismo dijo que la confesión de Tomás al
tocar l,as manos y el costado del Señor, después de la resurrección: Señor
mío y Dios mío [Ioh. 20, 28], no fue dicha por Tomás acerca de Cristo, sino
que admirado Tomás de lo extraño de la resurrección glorificó a Dios que
había resucitado a Cristo.
Y lo que es peor, en el comentario que el mismo Teodoro compuso sobre los
Hechos de los Apóstoles, comparando a Cristo con Platón, con Maniqueo,
Epicuro y Marción dice que a la manera que cada uno de ellos, por haber
hallado su propio dogma, hicieron que sus discípulos se llamaran platónicos,
maniqueos, epicúreos y marcionitas; del mismo modo, por haber Cristo hallado
su dogma, nos llamamos de Él cristianos; si alguno, pues, defiende al dicho
impiísimo Teodoro y sus impíos escritos, en que derrama las innumerables
blasfemias predichas, contra el grande Dios y Salvador nuestro Jesucristo, y
no le anatematiza juntamente con sus impíos escritos, y a todos los que le
aceptan y vindican o dicen que expuso ortodoxamente, y a los que han escrito
en su favor y en favor de sus impíos escritos, o a los que piensan como él o
han pensado alguna vez y han perseverado hasta el fin en tal herejía, sea
anatema.
Can. 13. Si alguno defiende los impíos escritos de Teodoreto contra la
verdadera fe y contra el primero y santo Concilio de Éfeso, y San Cirilo y
sus doce capítulos (anatematismos, v. 113 ss), y todo lo que escribió en
defensa de los impíos Teodoro y Nestorio y de otros que piensan como los
antedichos Teodoro y Nestorio y que los reciben a ellos y su impiedad, y en
ellos llama impíos a los maestros de la Iglesia que admiten la unión de Dios
Verbo según hipóstasis, y no anatematiza dichos escritos y a los que han
escrito contra la fe recta o contra San Cirilo y sus doce Capítulos, y han
perseverado en esa impiedad, ese tal sea anatema.
Can. 14. Si alguno defiende la carta que se dice haber escrito Ibas al persa
Mares, en que se niega que Dios Verbo, encarnado de la madre de Dios y
siempre Virgen María, se hiciera hombre, y dice que de ella nació un puro
hombre, al que llama Templo, de suerte que uno es el Dios Verbo, otro el
hombre, y a San Cirilo que predicó la recta fe de los cristianos se le tacha
de hereje, de haber escrito como el impío Apolinar, y se censura al santo
Concilio primero de Éfeso, como si hubiera depuesto sin examen a Nestorio, y
la misma impía carta llama a los doce capítulos de San Cirilo impíos y
contrarios a la recta fe, y vindica a Teodoro y Nestorio y sus impías
doctrinas y escritos; si alguno, pues, defiende dicha carta y no la
anatematiza juntamente con los que la defienden y dicen que la misma o una
parte de la misma es recta, y con los que han escrito y escriben en su favor
y en favor de las impiedades en ella contenidas, y se atreven a vindicarla a
ella o a las impiedades en ellas contenidas en nombre de los Santos Padres o
del santo Concilio de Calcedonia, y en ello han perseverado hasta el fin,
ese tal sea anatema.
Así, pues, habiendo de este modo confesado lo que hemos recibido de la
Divina Escritura y de la enseñanza de los Santos Padres y de lo definido
acerca de la sola y misma fe por los cuatro antedichos santos Concilios;
pronunciada también por nosotros condenación contra los herejes y su
impiedad, así como contra los que han vindicado o vindican los tres dichos
capítulos, y que han permanecido o permanecen en su propio error; si alguno
intentare transmitir o enseñar o escribir contra lo que por nosotros ha sido
piadosamente dispuesto, si es obispo o constituído en la clerecía, ese tal,
por obrar contra los obispos y la constitución de la Iglesia, será despojado
del episcopado o de la clerecía; si es monje o laico, será anatematizado.
PELAGIO I, 556-561
De los novísimos
[De la Fe de Pelagio, en la Carta Humani generis a Childeberto I, de abril
de 557]
Todos los hombres, en efecto, desde Adán hasta la consumación del tiempo,
nacidos y muertos con el mismo Adán y su mujer, que no nacieron de otros
padres, sino que el uno fue creado de la tierra y la otra de la costilla del
varón [Gen. 2, 7 y 22], confieso que entonces han de resucitar y presentarse
ante el tribunal de Cristo [Rom. 14, 10], a fin de recibir cada uno lo
propio de su cuerpo, según su comportamiento, ora bienes, ora males [2 Cor.
5, 10]; y que a los justos, por su liberalísima gracia, como vasos que son
de misericordia preparados para la gloria [Rom. 9, 23], les dará los premios
de la vida eterna, es decir, que vivirán sin fin en la compañía de los
ángeles, sin miedo alguno a la caída suya; a los inicuos, empero, que por
albedrío de su propia voluntad permanecen vasos de ira aptos para la ruina
[Rom. 9, 22], que o no conocieron el camino del Señor o, conocido, lo
abandonaron cautivos de diversas prevaricaciones, los entregará por
justísimo juicio a las penas del fuego eterno e inextinguible, para que
ardan sin fin. Esta es, pues, mi fe y esperanza, que está en mí por la
misericordia de Dios. Por ella sobre todo nos mandó el bienaventurado
Apóstol Pedro que hemos de estar preparados a responder a todo el que nos
pida razón [cf. 1 Petr. 3, 15].
De la forma del bautismo
[De la Carta Admonemus ut, a Gaudencio, obispo de Volterra hacia el año 560]
Hay muchos que afirman que sólo se bautizan en el nombre de Cristo y por una
sola inmersión; pero el mandato evangélico, por enseñanza del mismo Dios
Señor y Salvador nuestro Jesucristo, nos advierte que demos el santo
bautismo a cada uno en el nombre de la Trinidad y también por triple
inmersión. Dice, en efecto, nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos:
Marchad, bautizad a todas las naciones en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo [Mt. 28, 19].
Si, realmente, los herejes que se dice moran en los lugares vecinos a tu
dilección, confiesan tal vez que han sido bautizados sólo en el nombre del
Señor, cuando vuelvan a la fe católica, los bautizarás sin vacilación alguna
en el nombre de la santa Trinidad. Si, empero, por manifiesta confesión
apareciere claro que han sido bautizados en nombre de la Trinidad, después
de dispensarles la sola gracia de la reconciliación, te apresurarás a
unirlos a la fe católica, a fin de que no parezca se hace de otro modo que
como manda la autoridad del Evangelio.
Del primado del Romano Pontífice
[De la Carta 26 Adeone te a un obispo (Juan ?), hacia el año 560]
¿Hasta punto tal, puesto como estás en el supremo grado del sacerdocio, te
falló la verdad de la madre católica, que no te consideraste inmediatamente
cismático, al apartarte de las Sedes apostólicas? Tú, que estás puesto para
predicar a los pueblos, ¿hasta punto tal no habías leido que la Iglesia fue
fundada por Cristo Dios nuestro sobre el principe de los Apóstoles, a fin de
que las puertas del infierno no pudieran prevalecer contra ella? [Mt. 16,
18]. Y si lo habías leido, ¿dónde creías que estaba la Iglesia, fuera de
aquel en quien —y en él solo— están todas las Sedes apostólicas? ¿A quiénes,
como a él, que había recibido las llaves, se les concedió poder de atar y
desatar? [Mt. 16, 19]. Pero por esto dio primero a uno lo que había de dar a
todos, a fin de que, según la sentencia del bienaventurado mártir Cipriano
que expone esto mismo, se muestre que la Iglesia es una sola. ¿A dónde,
pues, tú, carísimo ya en Cristo, andabas errante, separado de ella, o qué
esperanza tenias de tu salvación?
JUAN III, 561-574
II (I) CONCILIO DE BRAGA, 561
Anatematismos contra los herejes, especialmente contra los priscilianistas
1. Si alguno no confiesa al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como tres
personas de una sola sustancia y virtud y potestad, como enseña la Iglesia
Católica y Apostólica, sino que dice no haber más que una sola y solitaria
persona, de modo que el Padre sea el mismo que el Hijo, y Él mismo sea
también el Espíritu Paráclito, como dijeron Sabelio y Prisciliano, sea
anatema.
2. Si alguno introduce fuera de la santa Trinidad no sabemos qué otros
nombres de la divinidad, diciendo que en la misma divinidad hay una trinidad
de la Trinidad, como dijeron los gnósticos y Prisciliano, sea anatema.
3. Si alguno dice que el Hijo de Dios nuestro Señor, no existió antes de
nacer de la Virgen, como dijeron Pablo de Samosata, Fotino y Prisciliano,
sea anatema.
4. Si alguno no honra verdaderamente el nacimiento de Cristo según la carne,
sino que simula honrarlo, ayunando en el mismo día y en domingo, porque no
cree que Cristo naciera en la naturaleza de hombre, como Cerdón, Marción,
Maniqueo y Prisciliano, sea anatema.
5. Si alguno cree que las almas humanas o los ángeles tienen su existencia
de la sustancia de Dios, como dijeron Maniqueo y Prisciliano, sea anatema.
6. Si alguno dice que las almas humanas pecaron primero en la morada
celestial y por esto fueron echadas a los cuerpos humanos en la tierra, sea
anatema.
7. Si alguno dice que el diablo no fue primero un ángel bueno hecho por
Dios, y que su naturaleza no fue obra de Dios, sino que dice que emergió de
las tinieblas y que no tiene autor alguno de si, sino que él mismo es el
principio y la sustancia del mal, como dijeron Maniqueo y Prisciliano, sea
anatema.
8. Si alguno cree que el diablo ha hecho en el mundo algunas criaturas y que
por su propia autoridad sigue produciendo los truenos, los rayos, las
tormentas y las sequías, como dijo Prisciliano, sea anatema.
9. Si alguno cree que las almas humanas están ligadas a un signo fatal (v.
l.: que las almas y cuerpos humanos están ligados a estrellas fatales), como
dijeron los paganos y Prisciliano, sea anatema.
10. Si algunos creen que los doce signos o astros que los astrólogos suelen
observar, están distribuídos por cada uno de los miembros del alma o del
cuerpo y dicen que están adscritos a los nombres de los patriarcas, como
dijo Prisciliano, sea anatema.
11. Si alguno condena las uniones matrimoniales humanas y se horroriza de la
procreación de los que nacen, conforme hablaron Maniqueo y Prisciliano, sea
anatema.
12. Si alguno dice que la plasmación del cuerpo humano es un invento del
diablo y que las concepciones en el seno de las madres toman figura por obra
del diablo, por lo que tampoco cree en la resurrección de la carne, como
dijeron Maniqueo y Prisciliano, sea anatema.
13. Si alguno dice que la creación de la carne toda no es obra de Dios, sino
de los ángeles malignos, como dijo Prisciliano, sea anatema.
14. Si alguno tiene por inmundas las comidas de carnes que Dios dio para uso
de los hombres, y se abstiene de ellas, no por motivo de mortificar su
cuerpo, sino por considerarlas una impureza, de suerte que no guste ni aun
verduras cocidas con carne, conforme hablaron Maniqueo y Prisciliano, sea
anatema.
[15 y 16 se refieren únicamente a la disciplina eclesiástica.]
17. Si alguno lee las Escrituras que Prisciliano depravó según su error, o
los tratados de Dictinio, que éste escribió antes de convertirse, o
cualquiera escrito de los herejes, que éstos inventaron bajo los nombres de
los patriarcas, de los profetas o de los apóstoles de acuerdo con su error,
y sigue y defiende sus ficciones, sea anatema.
BENEDICTO I, 575-579