Instrucción vaticana 'Dignitas personae' sobre algunas cuestiones de bioética
De la Congregación para la Doctrina de la Fe
12 de diciembre 2008
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INTRODUCCIÓN
1. A cada ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural, se le
debe reconocer la dignidad de persona. Este principio fundamental, que
expresa un gran "sí" a la vida humana, debe ocupar un lugar central en la
reflexión ética sobre la investigación biomédica, que reviste una
importancia siempre mayor en el mundo de hoy. El Magisterio de la Iglesia ya
ha intervenido varias veces, para aclarar y solucionar problemas morales
relativos a este campo. De particular relevancia en esta materia ha sido la
Instrucción Donum vitæ.[1] La celebración de los veinte años de su
publicación ofrece una buena oportunidad para poner al día tal documento.
La enseñanza de dicha Instrucción conserva intacto su valor tanto por los
principios que allí se recuerdan como por los juicios morales expresados.
Sin embargo, las nuevas tecnologías biomédicas, introducidas en este ámbito
delicado de la vida del ser humano y de la familia, provocan ulteriores
interrogantes, en particular, dentro del sector de la investigación sobre
los embriones humanos, del uso para fines terapéuticos de las células
troncales (o células madre), y en otros campos de la medicina experimental.
Esto ha planteado nuevas preguntas que requieren una respuesta. La rapidez
de los progresos científicos y la difusión que se les da en los medios de
comunicación social provocan esperanza y perplejidad en sectores cada vez
más vastos de la opinión pública. Para reglamentar jurídicamente los
problemas que van surgiendo a menudo se apela a los cuerpos legislativos e
incluso a la consulta popular.
Estas razones han llevado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a
publicar una nueva Instrucción de naturaleza doctrinal, que afronta algunos
problemas recientes a la luz de los criterios enunciados en la Instrucción
Donum vitæ y reexamina otros temas ya tratados que necesitan más
aclaraciones.
2. En la realización de esta tarea se han tenido siempre presentes los
aspectos científicos correspondientes, aprovechando los estudios llevados a
cabo por la Pontificia Academia para la Vida y las aportaciones de un gran
número de expertos, para confrontarlos con los principios de la
antropología cristiana. Las Encíclicas Veritatis splendor [2] y Evangelium
vitæ [3] de Juan Pablo II, y otras intervenciones del Magisterio, ofrecen
indicaciones claras acerca del método y del contenido para el examen de los
problemas considerados.
En el variado panorama filosófico y científico actual es posible constatar
de hecho una amplia y calificada presencia de científicos y filósofos que,
en el espíritu del juramento de Hipócrates, ven en la ciencia médica un
servicio a la fragilidad del hombre, para curar las enfermedades, aliviar el
sufrimiento y extender los cuidados necesarios de modo equitativo a toda la
humanidad. Pero no faltan representantes de los campos de la filosofía y de
la ciencia que consideran el creciente desarrollo de las tecnologías
biomédicas desde un punto de vista sustancialmente eugenésico.
3. Al proponer principios y juicios morales para la investigación biomédica
sobre la vida humana, la Iglesia Católica se vale de la razón y de la fe,
contribuyendo así a elaborar una visión integral del hombre y de su
vocación, capaz de acoger todo lo bueno que surge de las obras humanas y de
las tradiciones culturales y religiosas, que frecuentemente muestran una
gran reverencia por la vida.
El Magisterio quiere ofrecer una palabra de estímulo y confianza a la
perspectiva cultural que ve la ciencia como un precioso servicio al bien
integral de la vida y dignidad de cada ser humano. La Iglesia, por tanto,
mira con esperanza la investigación científica, deseando que sean muchos los
cristianos que contribuyan al progreso de la biomedicina y testimonien su fe
en ese ámbito. Además desea que los resultados de esta investigación se
pongan también a disposición de quienes trabajan en las áreas más pobres y
azotadas por las enfermedades, para afrontar las necesidades más urgentes y
dramáticas desde el punto de vista humanitario. En fin, quiere estar
presente junto a cada persona que sufre en el cuerpo y en el espíritu, para
ofrecerle no solamente consuelo, sino también luz y esperanza. Luz y
esperanza que dan sentido también a los momentos de enfermedad y a la
experiencia de la muerte, que pertenecen de hecho a la vida humana y
caracterizan su historia, abriéndola al misterio de la Resurrección. La
mirada de la Iglesia, en efecto, está llena de confianza, porque «la vida
vencerá: ésta es para nosotros una esperanza segura. Sí, la vida vencerá,
puesto que la verdad, el bien, la alegría y el verdadero progreso están de
parte de la vida. Y de parte de la vida está también Dios, que ama la vida y
la da con generosidad» [4].
La presente Instrucción se dirige a los fieles cristianos y a todos los que
buscan la verdad [5]. Comprende tres partes: la primera recuerda algunos
aspectos antropológicos, teológicos y éticos de importancia fundamental; la
segunda afronta nuevos problemas relativos a la procreación; la tercera
parte examina algunas nuevas propuestas terapéuticas que implican la
manipulación del embrión o del patrimonio genético humano.
PRIMERA PARTE:
ASPECTOS ANTROPOLÓGICOS, TEOLÓGICOS Y ÉTICOS DE LA VIDA Y LA PROCREACIÓN
HUMANA
4. En las últimas décadas las ciencias médicas han avanzado
considerablemente en el conocimiento de la vida humana y de los estadios
iniciales de su existencia. Se han llegado a conocer mejor las estructuras
biológicas del hombre y el proceso de su generación. Estos avances son
ciertamente positivos, y merecen apoyo, cuando sirven para superar o
corregir patologías y ayudan a restablecer el desarrollo normal de los
procesos generativos. Son en cambio negativos, y por tanto no se pueden
aprobar, cuando implican la supresión de seres humanos, se valen de medios
que lesionan la dignidad de la persona, o se adoptan para finalidades
contrarias al bien integral del hombre.
El cuerpo de un ser humano, desde los primeros estadios de su existencia, no
se puede reducir al conjunto de sus células. El cuerpo embrionario se
desarrolla progresivamente según un "programa" bien definido y con un fin
propio, que se manifiesta con el nacimiento de cada niño.
Conviene aquí recordar el criterio ético fundamental expresado en la
Instrucción Donum vitæ para valorar las cuestiones morales en relación a las
intervenciones sobre el embrión humano: «El fruto de la generación humana
desde el primer momento de su existencia, es decir, desde la constitución
del cigoto, exige el respeto incondicionado, que es moralmente debido al ser
humano en su totalidad corporal y espiritual. El ser humano debe ser
respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por
eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la
persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a
la vida» [6].
5. Esta afirmación de carácter ético, que la misma razón puede reconocer
como verdadera y conforme a la ley moral natural, debería estar en los
fundamentos de todo orden jurídico [7]. Presupone, en efecto, una verdad de
carácter ontológico, en virtud de cuanto la mencionada Instrucción ha puesto
en evidencia acerca de la continuidad del desarrollo del ser humano,
teniendo en cuenta los sólidos aportes del campo científico.
Si la Instrucción Donum vitæ no definió que el embrión es una persona, lo
hizo para no pronunciarse explícitamente sobre una cuestión de índole
filosófica. Sin embargo, puso de relieve que existe un nexo intrínseco entre
la dimensión ontológica y el valor específico de todo ser humano. Aunque la
presencia de un alma espiritual no se puede reconocer a partir de la
observación de ningún dato experimental, las mismas conclusiones de la
ciencia sobre el embrión humano ofrecen «una indicación preciosa para
discernir racionalmente una presencia personal desde este primer surgir de
la vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser persona humana?»
[8]. En efecto, la realidad del ser humano, a través de toda su vida, antes
y después del nacimiento, no permite que se le atribuya ni un cambio de
naturaleza ni una gradación de valor moral, pues muestra una plena
cualificación antropológica y ética. El embrión humano, por lo tanto, tiene
desde el principio la dignidad propia de la persona.
6. El respeto de esa dignidad concierne a todos los seres humanos, porque
cada uno lleva inscrito en sí mismo, de manera indeleble, su propia dignidad
y valor. El origen de la vida humana, por otro lado, tiene su auténtico
contexto en el matrimonio y la familia, donde es generada por medio de un
acto que expresa el amor recíproco entre el hombre y la mujer. Una
procreación verdaderamente responsable para con quien ha de nacer «es fruto
del matrimonio» [9].
El matrimonio, presente en todos los tiempos y culturas, «es una sabia
institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor.
Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de
ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo
perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la generación y en la
educación de nuevas vidas» [10]. En la fecundidad del amor conyugal el
hombre y la mujer «ponen de manifiesto que en el origen de su vida
matrimonial hay un "sí" genuino que se pronuncia y se vive realmente en la
reciprocidad, permaneciendo siempre abierto a la vida... La ley natural, que
está en la base del reconocimiento de la verdadera igualdad entre personas y
pueblos, debe reconocerse como la fuente en la que se ha de inspirar también
la relación entre los esposos en su responsabilidad al engendrar nuevos
hijos. La transmisión de la vida está inscrita en la naturaleza, y sus leyes
siguen siendo norma no escrita a la que todos deben remitirse» [11].
7. La Iglesia tiene la convicción de que la fe no sólo acoge y respeta lo
que es humano, sino que también lo purifica, lo eleva y lo perfecciona.
Dios, después de haber creado al hombre a su imagen y semejanza (cf. Gn
1,26), ha calificado su criatura como «muy buena» (Gn 1,31), para más tarde
asumirla en el Hijo (cf. Jn 1,14). El Hijo de Dios, en el misterio de la
Encarnación, confirmó la dignidad del cuerpo y del alma que constituyen el
ser humano. Cristo no desdeñó la corporeidad humana, sino que reveló
plenamente su sentido y valor: «En realidad, el misterio del hombre sólo se
esclarece en el misterio del Verbo encarnado» [12].
Convirtiéndose en uno de nosotros, el Hijo hace posible que podamos
convertirnos en «hijos de Dios» (Jn 1,12) y «partícipes de la naturaleza
divina» (2 Pe 1,4). Esta nueva dimensión no contrasta con la dignidad de la
criatura, que todos los hombres pueden reconocer por medio de la razón, sino
que la eleva a un horizonte de vida más alto, que es el propio de Dios, y
permite reflexionar más adecuadamente sobre la vida humana y los actos que
le dan existencia [13].
A la luz de estos datos de fe, adquiere mayor énfasis y queda más reforzado
el respeto que según la razón se le debe al individuo humano: por eso no hay
contraposición entre la afirmación de la dignidad de la vida humana y el
reconocimiento de su carácter sagrado. «Los diversos modos con que Dios
cuida del mundo y del hombre, no sólo no se excluyen entre sí, sino que se
sostienen y se compenetran recíprocamente. Todos tienen su origen y
confluyen en el eterno designio sabio y amoroso con el que Dios predestina a
los hombres "a reproducir la imagen de su Hijo" (Rm 8, 29)» [14].
8. A partir del conjunto de estas dos dimensiones, la humana y la divina, se
entiende mejor el por qué del valor inviolable del hombre: él posee una
vocación eterna y está llamado a compartir el amor trinitario del Dios vivo.
Este valor se aplica indistintamente a todos. Sólo por el hecho de existir,
cada hombre tiene que ser plenamente respetado. Hay que excluir la
introducción de criterios de discriminación de la dignidad humana basados en
el desarrollo biológico, psíquico, cultural o en el estado de salud del
individuo. En cada fase de la existencia del hombre, creado a imagen de
Dios, se refleja, «el rostro de su Hijo unigénito... Este amor ilimitado y
casi incomprensible de Dios al hombre revela hasta qué punto la persona
humana es digna de ser amada por sí misma, independientemente de cualquier
otra consideración: inteligencia, belleza, salud, juventud, integridad, etc.
En definitiva, la vida humana siempre es un bien, puesto que "es
manifestación de Dios en el mundo, signo de su presencia, resplandor de su
gloria" (Evangelium vitæ, 34)» [15].
9. Las dimensiones natural y sobrenatural de la vida humana permiten también
comprender mejor en qué sentido los actos que conceden al ser humano la
existencia, en los que el hombre y la mujer se entregan mutuamente, son un
reflejo del amor trinitario. «Dios, que es amor y vida, ha inscrito en el
varón y en la mujer la llamada a una especial participación en su misterio
de comunión personal y en su obra de Creador y de Padre»[16].
El matrimonio cristiano «hunde sus raíces en el complemento natural que
existe entre el hombre y la mujer y se alimenta mediante la voluntad
personal de los esposos de compartir su proyecto de vida, lo que tienen y lo
que son; por esto tal comunión es el fruto y el signo de una exigencia
profundamente humana. Pero, en Cristo Señor, Dios asume esta exigencia
humana, la confirma, la purifica y la eleva, llevándola a la perfección con
el sacramento del matrimonio: el Espíritu Santo infundido en la celebración
sacramental ofrece a los esposos cristianos el don de una comunión nueva de
amor, que es imagen viva y real de la singularísima unidad que hace de la
Iglesia el indivisible Cuerpo místico del Señor Jesús»[17].
10. Juzgando desde el punto de vista ético algunos resultados de las
recientes investigaciones de la medicina sobre el hombre y sus orígenes, la
Iglesia no interviene en el ámbito de la ciencia médica como tal, sino
invita a los interesados a actuar con responsabilidad ética y social. Ella
les recuerda que el valor ético de la ciencia biomédica se mide en
referencia tanto al respeto incondicional debido a cada ser humano, en todos
los momentos de su existencia, como a la tutela de la especificidad de los
actos personales que transmiten la vida. La intervención del Magisterio es
parte de su misión de promover la formación de las conciencias, enseñando
auténticamente la verdad que es Cristo y, al mismo tiempo, declarando y
confirmando con autoridad los principios del orden moral que emanan de la
misma naturaleza humana.[18]
SEGUNDA PARTE:
NUEVOS PROBLEMAS RELATIVOS A LA PROCREACIÓN
11. A la luz de los principios que se acaban de recordar conviene examinar
ahora algunos problemas relativos a la procreación, que han aflorado y han
sido mejor delineados en los años siguientes a la publicación de la
Instrucción Donum vitæ.
Las técnicas de ayuda a la fertilidad
12. Con referencia al tratamiento de la infertilidad, las nuevas técnicas
médicas tienen que respetar tres bienes fundamentales: a) el derecho a la
vida y a la integridad física de cada ser humano desde la concepción hasta
la muerte natural; b) la unidad del matrimonio, que implica el respeto
recíproco del derecho de los cónyuges a convertirse en padre y madre
solamente el uno a través del otro;[19] c) los valores específicamente
humanos de la sexualidad, que «exigen que la procreación de una persona
humana sea querida como el fruto del acto conyugal específico del amor entre
los esposos».[20]
Las técnicas que se presentan como una ayuda para la procreación «no deben
rechazarse por el hecho de ser artificiales; como tales testimonian las
posibilidades de la medicina, pero deben ser valoradas moralmente por su
relación con la dignidad de la persona humana, llamada a corresponder a la
vocación divina, al don del amor y al don de la vida».[21]
A la luz de este criterio hay que excluir todas las técnicas de fecundación
artificial heteróloga [22] y las técnicas de fecundación artificial homóloga
[23] que sustituyen el acto conyugal. Son en cambio admisibles las técnicas
que se configuran como una ayuda al acto conyugal y a su fecundidad. La
Instrucción Donum vitæ se expresa en este modo: «El médico está al servicio
de la persona y de la procreación humana: no le corresponde la facultad de
disponer o decidir sobre ellas. El acto médico es respetuoso de la dignidad
de las personas cuando se dirige a ayudar al acto conyugal, ya sea para
facilitar su realización, o para que el acto normalmente realizado consiga
su fin» [24]. Y, a propósito de la inseminación artificial homóloga, dice:
«La inseminación artificial homóloga dentro del matrimonio no se puede
admitir, salvo en el caso en que el medio técnico no sustituya al acto
conyugal, sino que sea una facilitación y una ayuda para que aquél alcance
su finalidad natural» [25].
13. Son ciertamente lícitas las intervenciones que tienen por finalidad
remover los obstáculos que impiden la fertilidad natural, como por ejemplo
el tratamiento hormonal de la infertilidad de origen gonádico, el
tratamiento quirúrgico de una endometriosis, la desobstrucción de las
trompas o bien la restauración microquirúrgica de su perviedad. Todas estas
técnicas pueden ser consideradas como auténticas terapias, en la medida en
que, una vez superada la causa de la infertilidad, los esposos pueden
realizar actos conyugales con un resultado procreador, sin que el médico
tenga que interferir directamente en el acto conyugal. Ninguna de estas
técnicas reemplaza el acto conyugal, que es el único digno de una
procreación realmente responsable.
Para responder a las expectativas de tantos matrimonios estériles, deseosos
de tener un hijo, habría que alentar, promover y facilitar con oportunas
medidas legislativas el procedimiento de adopción de los numerosos niños
huérfanos, siempre necesitados de un hogar doméstico para su adecuado
desarrollo humano. Finalmente, hay que observar que merecen ser estimuladas
las investigaciones e inversiones dedicadas a la prevención de la
esterilidad.
Fecundación in vitro y eliminación voluntaria de embriones
14. La Instrucción Donum vitæ puso en evidencia que la fecundación in vitro
comporta muy frecuentemente la eliminación voluntaria de embriones [26].
Algunos han pensado que ese hecho se debía al uso de una técnica aún
parcialmente imperfecta. En cambio, la experiencia posterior ha demostrado
que todas las técnicas de fecundación in vitro se desarrollan de hecho como
si el embrión humano fuera un simple cúmulo de células que se usan, se
seleccionan y se descartan.
Es verdad que alrededor de un tercio de las mujeres que recurren a la
procreación artificial llegan a tener un niño. Sin embargo, hay que notar
que, considerando la relación entre el número total de embriones producidos
y el de los efectivamente nacidos, el número de embriones sacrificados es
altísimo [27]. Los especialistas de las técnicas de fecundación in vitro
aceptan estas pérdidas como el precio que hay que pagar para conseguir
resultados positivos. En realidad es extremadamente preocupante que la
investigación en este campo se dirija sobre todo a conseguir mejores
resultados en términos de porcentaje de niños nacidos respecto al número de
mujeres que inician el tratamiento, pero no parece efectivamente interesada
en el derecho a la vida de cada embrión.
15. Se objeta a menudo que, la mayoría de las veces, las pérdidas de
embriones serían preterintencionales, o que incluso se producirían contra la
voluntad de padres y médicos. Se afirma que se trataría de riesgos no muy
diferentes de los relacionados con el proceso natural de generación, y que
querer transmitir la vida sin correr ningún riesgo llevaría de hecho a
abstenerse de hacerlo. Pero si es verdad que en el ámbito de la procreación
in vitro no todas las pérdidas de embriones tienen la misma relación con la
voluntad de los sujetos interesados, también lo es que en muchos casos el
abandono, la destrucción o las pérdidas de embriones son previstas e
intencionales.
Los embriones defectuosos, producidos in vitro, son directamente
descartados. Son cada vez más frecuentes los casos de parejas no estériles
que recurren a las técnicas de procreación artificial con el único objetivo
de poder hacer una selección genética de sus hijos. En muchos países, es
praxis común estimular el ciclo femenino en orden a obtener un alto número
de óvulos que son fecundados. Entre los embriones obtenidos, un cierto
número es transferido al seno materno, mientras los demás se congelan para
posibles intervenciones reproductivas futuras. El fin de la transferencia
múltiple es asegurar, dentro de lo posible, la implantación de al menos un
embrión. El medio empleado para lograr este objetivo es la utilización de un
número mayor de embriones con respecto al hijo deseado, previendo que
algunos se pierdan y que, en todo caso, se evite un embarazo múltiple. De
este modo la técnica de la transferencia múltiple lleva de hecho a un trato
puramente instrumental de los embriones. Impresiona el hecho de que tanto la
deontología profesional más elemental como las autoridades sanitarias jamás
admitirían en ningún otro ámbito de la medicina una técnica con una tasa
global tan alta de resultados negativos y fatales. En realidad, las técnicas
de fecundación in vitro se aceptan porque existe la presuposición de que el
embrión no merece pleno respeto cuando está en competición con un deseo que
hay que satisfacer.
Esta triste realidad, a menudo silenciada, es del todo deplorable, en cuánto
«las distintas técnicas de reproducción artificial, que parecerían puestas
al servicio de la vida y que son practicadas no pocas veces con esta
intención, en realidad dan pie a nuevos atentados contra la vida» [28].
16. La Iglesia, además, considera que es éticamente inaceptable la
disociación de la procreación del contexto integralmente personal del acto
conyugal [29]: la procreación humana es un acto personal de la pareja
hombre-mujer, que no admite ningún tipo de delegación sustitutiva. La
aceptación pasiva de la altísima tasa de pérdidas (abortos) producidas por
las técnicas de fecundación in vitro demuestra con elocuencia que la
substitución del acto conyugal con un procedimiento técnico -además de no
estar en conformidad con el respeto debido a la procreación, que no se
reduce a la dimensión reproductiva- contribuye a debilitar la conciencia del
respeto que se le debe a cada ser humano. Por el contrario, la conciencia de
tal respeto se ve favorecida por la intimidad de los esposos animada por el
amor conyugal.
La Iglesia reconoce la legitimidad del deseo de un hijo, y comprende los
sufrimientos de los cónyuges afligidos por el problema de la infertilidad.
Sin embargo, ese deseo no puede ser antepuesto a la dignidad que posee cada
vida humana hasta el punto de someterla a un dominio absoluto. El deseo de
un hijo no puede justificar la "producción" del mismo, así como el deseo de
no tener un hijo ya concebido no puede justificar su abandono o destrucción.
En realidad, se tiene la impresión de que algunos investigadores, carentes
de referencias éticas y conscientes de las potencialidades del progreso
tecnológico, ceden a la lógica de satisfacer lo que cada cual desea
subjetivamente [30], así como a la fuerte presión económica propia de este
campo. Frente a la instrumentalización del ser humano en el estadio
embrionario, hay que repetir que «el amor de Dios no hace diferencia entre
el recién concebido, aún en el seno de su madre, y el niño o el joven o el
hombre maduro o el anciano. No hace diferencia, porque en cada uno de ellos
ve la huella de su imagen y semejanza... Por eso el Magisterio de la Iglesia
ha proclamado constantemente el carácter sagrado e inviolable de toda vida
humana, desde su concepción hasta su fin natural» [31].
La Inyección intracitoplasmática de espermatozoides (ICSI)
17. Entre las técnicas de fecundación artificial más recientes ha asumido
progresivamente un particular relieve la Inyección intracitoplasmática de
espermatozoides [32]. Por su eficacia, esta técnica es la más utilizada, y
puede superar diversas formas de esterilidad masculina [33].
Como la fecundación in vitro, de la cual constituye una variante, la
Inyección intracitoplasmática de espermatozoides es una técnica
intrínsecamente ilícita, pues supone una completa disociación entre la
procreación y el acto conyugal. En efecto, también Inyecci��n
intracitoplasmática de espermatozoides «se realiza fuera del cuerpo de los
cónyuges por medio de gestos de terceras personas, cuya competencia y
actividad técnica determina el éxito de la intervención; confía la vida y la
identidad del embrión al poder de los médicos y de los biólogos, e instaura
un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona
humana. Una tal relación de dominio es en sí contraria a la dignidad y a la
igualdad que debe ser común a padres e hijos. La concepción in vitro es el
resultado de la acción técnica que antecede la fecundación; ésta no es de
hecho obtenida ni positivamente querida como la expresión y el fruto de un
acto específico de la unión conyugal» [34].
El congelamiento de embriones
18. Uno de los métodos utilizados para mejorar el grado de éxito de las
técnicas de procreación in vitro es el aumento de los tratamientos
sucesivos. Para no repetir la extracción de óvulos de la mujer, se procede a
una única extracción múltiple, seguida por la crioconservación de una parte
importante de los embriones producidos in vitro [35]. Esto se hace previendo
la posibilidad de un segundo ciclo de tratamiento, en el caso de que fracase
el primero, o bien porque los padres podrían querer otro embarazo. En
ocasiones se procede además al congelamiento de los embriones destinados a
la primera transferencia, porque la estimulación hormonal del ciclo
femenino produce efectos que aconsejan esperar la normalización de las
condiciones fisiológicas, antes de proceder al traslado de los embriones al
seno materno.
La crioconservación es incompatible con el respeto debido a los embriones
humanos: presupone su producción in vitro; los expone a graves riesgos de
muerte o de daño a su integridad física, en cuanto un alto porcentaje no
sobrevive al procedimiento de congelación y descongelación; los priva al
menos temporalmente de la acogida y gestación materna; los pone en una
situación susceptible de ulteriores ofensas y manipulaciones [36].
La mayor parte de los embriones no utilizados quedan "huérfanos". Sus padres
no los solicitan, y a veces se pierden sus huellas. Eso explica la
existencia de depósitos de millares de embriones congelados en casi todos
los países dónde se practica la fecundación in vitro.
19. En relación al gran número de embriones congelados ya existentes, se
plantea la siguiente pregunta: ¿qué hacer con ellos? Algunos se interrogan
al respecto ignorando el carácter ético de la cuestión, movidos únicamente
por la necesidad de observar el precepto legal de vaciar cada cierto tiempo
los depósitos de los centros de crioconservación, que después se volverán a
llenar. Otros, en cambio, son conscientes de que se ha cometido una grave
injusticia, y se interrogan sobre el modo de cumplir el deber de repararla.
Son claramente inaceptables las propuestas de utilizar tales embriones para
la investigación o para usos terapéuticos, porque implica tratarlos como
simple "material biológico" y comportan su destrucción. Tampoco es admisible
la propuesta de descongelar estos embriones y, sin reactivarlos, utilizarlos
para la investigación como si fueran simples cadáveres [37].
También la propuesta de ponerlos a disposición de esposos estériles como
"terapia" de infertilidad, no es éticamente aceptable por las mismas
razones que hacen ilícita tanto la procreación artificial heteróloga como
toda forma de maternidad subrogada [38]; esta práctica implicaría además
otros problemas de tipo médico, psicológico y jurídico.
Para dar la oportunidad de nacer a tantos seres humanos condenados a la
destrucción, se ha planteado la idea de una "adopción prenatal". Se trata de
una propuesta basada en la loable intención de respetar y defender la vida
humana que, sin embargo, presenta problemas éticos no diferentes de los ya
mencionados.
En definitiva, es necesario constatar que los millares de embriones que se
encuentran en estado de abandono determinan una situación de injusticia que
es de hecho irreparable. Por ello Juan Pablo II dirigió «una llamada a la
conciencia de los responsables del mundo científico, y de modo particular a
los médicos para que se detenga la producción de embriones humanos, teniendo
en cuenta que no se vislumbra una salida moralmente lícita para el destino
humano de los miles y miles de embriones "congelados", que son y siguen
siendo siempre titulares de los derechos esenciales y que, por tanto, hay
que tutelar jurídicamente como personas humanas» [39] .
El congelamiento de óvulos
20. Para evitar los graves problemas éticos suscitados por la
crioconservación de embriones, en el ámbito de las técnicas de fecundación
in vitro, se ha presentado la propuesta de congelar los óvulos [40]. Cuando
se han extraído un número congruo de óvulos, considerando que pueden darse
ulteriores ciclos de procreación artificial, se prevé fecundar solamente los
óvulos que serán trasladados a la madre, mientras los demás serían
congelados para ser eventualmente fecundados y trasladados a la madre en
caso de que el primer intento fracase.
Al respeto, hay que precisar que la crioconservación de óvulos en orden al
proceso de procreación artificial es moralmente inaceptable.
La reducción embrionaria
21. Algunas técnicas usadas en la procreación artificial, sobre todo la
transferencia de varios embriones al seno materno, han dado lugar a un
aumento significativo del porcentaje de embarazos múltiples. Debido a esto
se ha ideado la llamada reducción embrionaria, que consiste en una
intervención para reducir el número de embriones o fetos presentes en el
seno materno mediante la directa supresión de algunos. La decisión de
suprimir seres humanos que con anterioridad han sido intensamente deseados
representa una paradoja, y a menudo comporta sufrimientos y sentimientos de
culpa que pueden durar años.
Desde el punto de vista ético, la reducción embrionaria es un aborto
intencional selectivo. Se trata, en efecto, de una eliminación deliberada y
directa de uno o más seres humanos inocentes en la fase inicial de su
existencia, y como tal constituye siempre un desorden moral grave [41].
Los argumentos propuestos para justificar éticamente la reducción
embrionaria a menudo se basan en analogías con catástrofes naturales o
situaciones de emergencia en las que, a pesar de la buena voluntad, no es
posible salvar a todas las personas implicadas. Estas analogías no pueden
fundamentar en ningún modo un juicio moral positivo sobre una práctica
directamente abortiva. Otras veces se acude a principios morales como el del
mal menor o el del doble efecto, que aquí no tienen aplicación alguna. Nunca
es lícito, en efecto, realizar de modo deliberado y directo una acción
intrínsecamente ilícita, ni siquiera en vistas de un fin bueno: el fin no
justifica los medios.
El diagnóstico preimplantatorio
22. El diagnóstico preimplantatorio es una forma de diagnóstico prenatal,
vinculada a las técnicas de fecundación artificial, que prevé el diagnóstico
genético de los embriones formados in vitro, antes de su traslado al seno
materno. Se efectúa con objeto de tener la seguridad de trasladar a la madre
sólo embriones sin defectos o con un sexo determinado o con algunas
cualidades particulares.
En otros tipos de diagnóstico prenatal, la fase del diagnóstico está
completamente separada de la fase de la eventual eliminación de embriones y
los esposos son libres de acoger al niño enfermo. Al diagnóstico
preimplantatorio, por el contrario, sigue ordinariamente la eliminación del
embrión que ha sido designado como "sospechoso" de poseer defectos genéticos
o cromosómicos, o de ser de un sexo no querido o de tener cualidades no
deseadas. El diagnóstico preimplantatorio -siempre vinculado con la
fecundación artificial, que ya de suyo es intrínsecamente ilícita- se ordena
de hecho a una selección cualitativa con la consecuente destrucción de
embriones, la cualse configura como una práctica abortiva precoz. El
diagnóstico preimplantatorio es por lo tanto expresión de aquella mentalidad
eugenésica «que acepta el aborto selectivo para impedir el nacimiento de
niños afectados por varios tipos de anomalías. Semejante mentalidad es
ignominiosa y totalmente reprobable, porque pretende medir el valor de una
vida humana siguiendo sólo parámetros de "normalidad" y de bienestar físico,
abriendo así el camino a la legitimación incluso del infanticidio y de la
eutanasia» [42].
Tratando el embrión humano como simple "material de laboratorio", se produce
también una alteración y una discriminación en lo que se refiere al concepto
mismo de dignidad humana. La dignidad pertenece de igual modo a cada ser
humano individual y no depende del proyecto familiar, la condición social,
la formación cultural o el estado de desarrollo físico. Si en otros tiempos,
aun aceptando el concepto y las exigencias de la dignidad humana en general,
se practicó la discriminación por motivos de raza, religión o condición
social, hoy se asiste a una no menos grave e injusta discriminación que
lleva a no reconocer el estatuto ético y jurídico de seres humanos afectados
por graves patologías e incapacidades: se olvida así que las personas
enfermas y minusválidas no son una especie de categoría aparte, porque la
enfermedad y la incapacitación pertenecen a la condición humana y tocan a
todos en primera persona, incluso cuando no se tiene una experiencia directa
de ello. Tal discriminación es inmoral y debería ser considerada
jurídicamente inaceptable. De igual modo sería necesario eliminar las
barreras culturales, económicas y sociales que socavan el pleno
reconocimiento y la tutela de las personas minusválidas y enfermas.
Nuevas formas de intercepción y contragestación
23. Junto a los medios anticonceptivos propiamente dichos, que impiden la
concepción después de un acto sexual, existen otros medios técnicos que
actúan después de la fecundación, antes o después de la implantación en el
útero del embrión ya constituido. Estas técnicas son interceptivas cuando
interceptan el embrión antes de su anidación en el útero materno, y
contragestativas cuando provocan la eliminación del embrión apenas
implantado.
Para favorecer la difusión de los medios interceptivos [43] a veces se
afirma que su mecanismo de acción aún no sería conocido suficientemente. Es
verdad que no siempre se cuenta con un conocimiento completo del mecanismo
de acción de los distintos fármacos usados, pero los estudios experimentales
demuestran que en los medios interceptivos está ciertamente presente el
efecto de impedir la implantación. Sin embargo, esto no significa que tales
medios provocan un aborto cada vez que se usan, pues no siempre se da la
fecundación después de una relación sexual. Pero hay que notar que la
intencionalidad abortiva generalmente está presente en la persona que quiere
impedir la implantación de un embrión en el caso de que hubiese sido
concebido y que, por tanto, pide o prescribe fármacos interceptivos.
Cuando hay un retraso menstrual, se recurre a veces a la
contragestación[44], que es practicada habitualmente dentro de la primera o
segunda semana después de la constatación del retraso. El objetivo declarado
es hacer reaparecer la menstruación, pero en realidad se trata del aborto de
un embrión apenas anidado.
Como se sabe, el aborto «es la eliminación deliberada y directa, como quiera
que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va
de la concepción al nacimiento» [45]. Por tanto el uso de los medios de
intercepción y contragestación forma parte del pecado de aborto y es
gravemente inmoral. Además, en caso de que se alcance la certeza de haber
realizado un aborto, se dan las graves consecuencias penales previstas en el
derecho canónico [46].
TERCERA PARTE:
NUEVAS PROPUESTAS TERAPÉUTICAS?QUE COMPORTAN LA MANIPULACIÓN DEL EMBRIÓN O
DEL PATRIMONIO GENÉTICO HUMANO
24. Los conocimientos adquiridos en los últimos años han abierto nuevas
perspectivas para la medicina regenerativa y para el tratamiento de las
enfermedades de origen genético. En particular, ha suscitado un gran interés
la investigación sobre las células troncales embrionarias en relación a las
posibles aplicaciones terapéuticas futuras. Sin embargo éstas no han
demostrado hasta hoy ningún resultado efectivo, a diferencia de la
investigación sobre las células troncales adultas. Ya que algunos han creído
que las metas terapéuticas eventualmente alcanzables a través de las células
troncales embrionarias podían justificar distintas formas de manipulación y
destrucción de embriones humanos, han surgido una serie de cuestiones en el
ámbito de la terapia génica, la clonación y la utilización de células
troncales, sobre las que es necesario un atento discernimiento moral.
La terapia génica
25. Con el término terapia génica se entiende comúnmente la aplicación al
hombre de las técnicas de ingeniería genética con una finalidad terapéutica,
es decir, con el objetivo de curar enfermedades de origen genético, aunque
recientemente se intenta aplicar la terapia génica a enfermedades no
hereditarias, especialmente al cáncer.
En teoría, es posible aplicar la terapia génica en dos distintos niveles: el
de las células somáticas y el de las células germinales. La terapia génica
somática se propone eliminar o reducir defectos genéticos presentes a nivel
de células somáticas, es decir, de células no reproductivas, que componen
los tejidos y los órganos del cuerpo. Se trata, en este caso, de
intervenciones dirigidas a determinados campos celulares, con efectos
limitados al solo individuo. La terapia génica germinal apunta en cambio a
corregir defectos genéticos presentes en células de la línea germinal, de
modo que los efectos terapéuticos conseguidos sobre el sujeto se transmitan
a su eventual descendencia. Las intervenciones de terapia génica, tanto
somática como germinal, pueden ser efectuadas antes del nacimiento, en cuyo
caso se habla de terapia génica in utero, o después del nacimiento, sobre el
niño o el adulto.
26. Para la valoración moral hay que tener presente estas distinciones. Las
intervenciones sobre células somáticas con finalidad estrictamente
terapéutica son, en principio, moralmente lícitas. Tales intervenciones
quieren restablecer la normal configuración genética del sujeto, o bien
contrarrestar los daños que derivan de la presencia de anomalías genéticas u
otras patologías correlacionadas. Puesto que la terapia génica puede
comportar riesgos significativos para el paciente, hay que observar el
principio deontológico general según el cual, para realizar una intervención
terapéutica, es necesario asegurar previamente que el sujeto tratado no sea
expuesto a riesgos para su salud o su integridad física, que sean excesivos
o desproporcionados con respecto a la gravedad de la patología que se quiere
curar. También se exige que el paciente, previamente informado, dé su
consentimiento, o lo haga un legítimo representante suyo.
Distinta es la valoración moral de la terapia génica germinal. Cualquier
modificación genética producida a las células germinales de un sujeto sería
transmitida a su eventual descendencia. Ya que los riesgos vinculados a cada
manipulación genética son significativos y todavía poco controlables, en el
estado actual de la investigación, no es moralmente admisible actuar de modo
tal que los daños potenciales consiguientes se puedan difundir en la
descendencia. En la hipótesis de la aplicación de la terapia génica al
embrión hay que añadir, además, que necesita ser realizada en un contexto
técnico de fecundación in vitro, y por tanto es susceptible de todas las
objeciones éticas relativas a tales procedimientos. Por estas razones hay
que afirmar que, en el estado actual de la cuestión, la terapia génica
germinal es moralmente ilícita en todas sus formas.
27. Una consideración específica merece la hipótesis según la cual la
ingeniería genética podría tener finalidades aplicativas distintas del
objetivo terapéutico. Algunos han imaginado que es posible utilizar las
técnicas de ingeniería genética para realizar manipulaciones con el presunto
fin de mejorar y potenciar la dotación genética. En algunas de estas
propuestas se manifiesta una cierta insatisfacción o hasta rechazo del valor
del ser humano como criatura y persona finita. Dejando de lado las
dificultades técnicas, con los riesgos reales y potenciales anejos a su
realización, tales manipulaciones favorecen una mentalidad eugenésica e
introducen indirectamente un estigma social en los que no poseen dotes
particulares, mientras enfatizan otras cualidades que son apreciadas por
determinadas culturas y sociedades, sin constituir de por sí lo que es
específicamente humano. Esto contrasta con la verdad fundamental de la
igualdad de todos los seres humanos, que se traduce en el principio de
justicia, y cuya violación, a la larga, atenta contra la convivencia
pacífica entre los hombres. Además, habría que preguntarse quién podría
establecer que ciertas modificaciones son positivas y otras negativas, o
cuáles deberían ser los límites de las peticiones individuales de una
presunta mejora, puesto que no sería materialmente posible satisfacer los
deseos de todos. Cada respuesta posible sería el resultado de criterios
arbitrarios y discutibles. Todo esto lleva a concluir que la perspectiva de
una manipulación genética con fines de mejoras individuales acabaría, tarde
o temprano, por dañar el bien común, favoreciendo que la voluntad de algunos
prevalezca sobre la libertad de otros. Finalmente hay que notar que en el
intento de crear un nuevo tipo de hombre se advierte fácilmente una cuestión
ideológica: el hombre pretende sustituir al Creador.
Al declarar este tipo de intervención como éticamente negativa, en cuanto
implica un injusto dominio del hombre sobre el hombre, la Iglesia llama
también la atención sobre la necesidad de volver a una perspectiva centrada
en el cuidado de la persona y de educar para que la vida humana sea siempre
acogida, en el cuadro de su concreta finitud histórica.
La clonación humana
28. Por clonación humana se entiende la reproducción asexual y agámica de la
totalidad del organismo humano, con objeto de producir una o varias "copias"
substancialmente idénticas, desde el punto de vista genético, al único
progenitor [47].
La clonación se propone con dos objetivos fundamentales: reproductivo, es
decir para conseguir el nacimiento de un niño clonado, y terapéutico o de
investigación. La clonación reproductiva sería capaz en teoría de satisfacer
algunas exigencias particulares, tales como, por ejemplo, el control de la
evolución humana; la selección de seres humanos con cualidades superiores;
la preselección del sexo de quienes han de nacer; la producción de un hijo
que sea la "copia" de otro; la producción de un hijo por parte de una pareja
afectada por formas de esterilidad no tratables de otro modo. La clonación
terapéutica, en cambio, ha sido propuesta como instrumento de producción de
células troncales embrionarias con patrimonio genético predeterminado, para
superar el problema del rechazo (inmunoincompatibilidad); está por tanto
relacionada con la cuestión de la utilización de células troncales.
Los intentos de clonación han suscitado viva preocupación en el mundo
entero. Muchos organismos nacionales e internacionales han expresado
valoraciones negativas sobre la clonación humana, y en la mayoría de los
países ha sido prohibida.
La clonación humana es intrínsecamente ilícita pues, llevando hasta el
extremo el carácter inmoral de las técnicas de fecundación artificial, se
propone dar origen a un nuevo ser humano sin conexión con el acto de
recíproca donación entre dos cónyuges y, más radicalmente, sin ningún
vínculo con la sexualidad. Tal circunstancia da lugar a abusos y a
manipulaciones gravemente lesivas de la dignidad humana[48]
29. En caso de que la clonación tuviera un objetivo reproductivo, se
impondría al sujeto clonado un patrimonio genético preordenado, sometiéndolo
de hecho -como se ha dicho- a una forma de esclavitud biológica de la que
difícilmente podría liberarse. El hecho de que una persona se arrogue el
derecho de determinar arbitrariamente las características genéticas de otra
persona, representa una grave ofensa a la dignidad de esta última y a la
igualdad fundamental entre los hombres.
La particular relación que existe entre Dios y el hombre desde el primer
momento de su existencia es la causa de la originalidad de cada persona
humana, que obliga a respetar su singularidad e integridad, incluso aquella
biológica y genética. Cada uno de nosotros encuentra en el otro a un ser
humano que debe su existencia y sus características personales al amor de
Dios, del cual sólo el amor entre los cónyuges constituye una mediación
conforme al designio de nuestro Creador y Padre del Cielo.
30. Desde el punto de vista ético, la llamada clonación terapéutica es aún
más grave. Producir embriones con el propósito de destruirlos, aunque sea
para ayudar a los enfermos, es totalmente incompatible con la dignidad
humana, porque reduce la existencia de un ser humano, incluso en estado
embrionario, a la categoría de instrumento que se usa y destruye. Es
gravemente inmoral sacrificar una vida humana para finalidades terapéuticas.
Las objeciones éticas puestas de relieve por muchos contra la clonación
terapéutica y el uso de embriones humanos producidos in vitro han hecho que
algunos científicos presentaran técnicas nuevas, que serían capaces de
producir células troncales de tipo embrionario sin presuponer la destrucción
de verdaderos embriones humanos [49]. Estas técnicas han suscitado muchos
interrogantes científicos y éticos, sobre todo en relación al estatuto
ontológico del "producto" así conseguido. Mientras estas dudas no sean
aclaradas, hay que tener en cuenta la siguiente afirmación de la Encíclica
Evangelium vitæ: «está en juego algo tan importante que, desde el punto de
vista de la obligación moral, bastaría la sola probabilidad de encontrarse
ante una persona para justificar la más rotunda prohibición de cualquier
intervención destinada a eliminar un embrión humano» [50].
El uso terapéutico de las células troncales
31. Las células troncales o células madre son células indiferenciadas que
poseen dos características fundamentales: a) la prolongada capacidad de
multiplicarse sin diferenciarse; b) la capacidad de dar origen a células
progenitoras de tránsito, de las que descienden células sumamente
diferenciadas, por ejemplo, nerviosas, musculares o hemáticas.
Desde la verificación experimental de que las células troncales
transplantadas a un tejido dañado tienden a favorecer la repoblación de
células y la regeneración del tejido, se han abierto nuevas perspectivas
para la medicina regenerativa, que han suscitado gran interés entre los
investigadores de todo el mundo.
En el hombre, se han encontrado hasta ahora las siguientes fuentes de
células troncales : el embrión en los primeros estadios de su desarrollo, el
feto, la sangre del cordón umbilical, varios tejidos del adulto (médula
ósea, cordón umbilical, cerebro, mesénquima de varios órganos, etc.) y el
líquido amniótico. Inicialmente, los estudios se concentraron en las células
troncales embrionarias, ya que se creyó que sólo éstas poseían grandes
potencialidades de multiplicación y diferenciación. Numerosos estudios han
demostrado, en cambio, que también las células troncales adultas presentan
una propia versatilidad. Aunque éstas no parecen tener la misma capacidad de
renovación y plasticidad que las células troncales de origen embrionario,
estudios y experimentaciones de alto nivel científico tienden a poner las
células troncales adultas por encima de las embrionarias, en base a los
resultados obtenidos. De hecho, los protocolos terapéuticos que se practican
actualmente prevén la utilización de células troncales adultas, y por ello
se han iniciado distintas líneas de investigación que abren nuevos y
prometedores horizontes.
32. Para la valoración ética hay que considerar tanto los métodos de
recolección de células troncales como los riesgos de su utilización clínica
o experimental.
En lo que atañe a los métodos usados para la recolección de células
troncales, éstos deben considerarse en relación a su origen. Se deben
considerar lícitos los métodos que no procuran grave daño al sujeto del que
se extraen. Esta condición se verifica generalmente en el caso de: a)
extracción de células de tejidos de un organismo adulto; b) de la sangre del
cordón umbilical en el momento del parto; c) de los tejidos de fetos muertos
de muerte natural. Por el contrario, la extracción de células troncales del
embrión humano viviente causa inevitablemente su destrucción, resultando por
consiguiente gravemente ilícita. En este caso «la investigación,
prescindiendo de los resultados de utilidad terapéutica, no se pone
verdaderamente al servicio de la humanidad, pues implica la supresión de
vidas humanas que tienen igual dignidad que los demás individuos humanos y
que los investigadores. La historia misma ha condenado en el pasado y
condenará en el futuro esa ciencia, no sólo porque está privada de la luz de
Dios, sino también porque está privada de humanidad» [51].
El uso de células troncales embrionarias o de células diferenciadas
derivadas de ellas, que han sido eventualmente provistas por otros
investigadores mediante la supresión de embriones o que están disponibles en
comercio, pone serios problemas desde el punto de vista de la cooperación al
mal y del escándalo [52].
En relación a la utilización clínica de células troncales conseguidas a
través de procedimientos lícitos no hay objeciones morales. Sin embargo, hay
que respetar los criterios comunes de deontología médica. En este sentido,
se debe proceder con gran rigor y prudencia, reduciendo al mínimo los
riesgos potenciales para los pacientes, facilitando la confrontación mutua
de los científicos y proporcionando información completa al público en
general.
Es necesario alentar el impulso y el apoyo a la investigación sobre el uso
de células troncales adultas, ya que no implica problemas éticos [53].
Los intentos de hibridación
33. Recientemente se han utilizado óvulos de animales para la reprogramación
de los núcleos de las células somáticas humanas -generalmente llamada
clonación híbrida- con el fin de extraer células troncales embrionarias de
los embriones resultantes, sin tener que recurrir a la utilización de óvulos
humanos.
Desde un punto de vista ético, tales procedimientos constituyen una ofensa a
la dignidad del ser humano, debido a la mezcla de elementos genéticos
humanos y animales capaz de alterar la identidad específica del hombre. El
uso eventual de células troncales extraídas de esos embriones puede
implicar, además, riesgos aún desconocidos para la salud, por la presencia
de material genético animal en su citoplasma. Exponer conscientemente a un
ser humano a estos riesgos es moral y deontológicamente inaceptable.
La utilización de "material biológico" humano de origen ilícito
34. Para la investigación científica y la producción de vacunas u otros
productos a veces se usan líneas celulares que son el resultado de
intervenciones ilícitas contra la vida o la integridad física del ser
humano. La conexión con la acción injusta puede ser inmediata o mediata, ya
que generalmente se trata de células que se reproducen con facilidad y en
abundancia. Este "material" a veces es puesto en comercio o distribuido
gratuitamente a los centros de investigación por parte de los organismos
estatales que por ley tienen esta tarea. Todo esto da lugar a diferentes
problemas éticos, sobre la cooperación al mal y el escándalo. Por lo tanto,
conviene enunciar los principios generales a partir de los cuales quienes
actúan en recta conciencia puedan evaluar y resolver las situaciones en las
que podrían quedar involucrados a causa de su actividad profesional.
Cabe señalar en primer lugar que la misma valoración moral del aborto «se
debe aplicar también a las recientes formas de intervención sobre los
embriones humanos que, aun buscando fines en sí mismos legítimos, comportan
inevitablemente su destrucción. Es el caso de los experimentos con
embriones, en creciente expansión en el campo de la investigación biomédica
y legalmente admitida por algunos Estados... El uso de embriones o fetos
humanos como objeto de experimentación constituye un delito en consideración
a su dignidad de seres humanos, que tienen derecho al mismo respeto debido
al niño ya nacido y a toda persona» [54]. Estas formas de experimentación
constituyen siempre un desorden moral grave [55].
35. Se configura un problema distinto cuando los investigadores usan un
"material biológico" de origen ilícito, que ha sido producido fuera de su
centro de investigación o que se encuentra en comercio. La Instrucción Donum
vitæ ha formulado el principio general que debe ser observado en estos
casos: «Los cadáveres de embriones o fetos humanos, voluntariamente
abortados o no, deben ser respetados como los restos mortales de los demás
seres humanos. En particular, no pueden ser objeto de mutilaciones o
autopsia si no existe seguridad de su muerte y sin el consentimiento de los
padres o de la madre. Se debe salvaguardar además la exigencia moral de que
no haya habido complicidad alguna con el aborto voluntario, y de evitar el
peligro de escándalo» [56].
En ese sentido es insuficiente el criterio de independencia formulado por
algunos comités de ética, según el cual sería éticamente lícita la
utilización de "material biológico" de origen ilícito, a condición de que
exista una separación clara entre los que producen, congelan y dan muerte a
los embriones, y los investigadores que desarrollan la experimentación
científica. El criterio de independencia no es suficiente para evitar una
contradicción en la actitud de quienes dicen desaprobar las injusticias
cometidas por otros, pero al mismo tiempo aceptan para su trabajo el
"material biológico" que otros obtienen mediante tales injusticias. Cuando
el delito está respaldado por las leyes que regulan el sistema sanitario y
científico, es necesario distanciarse de los aspectos inicuos de esos
sistemas, a fin de no dar la impresión de una cierta tolerancia o aceptación
tácita de acciones gravemente injustas [57]. De lo contrario, se
contribuiría a aumentar la indiferencia, o incluso la complacencia con que
estas acciones se ven en algunos sectores médicos y políticos.
Se objeta a veces que consideraciones como las arriba expuestas parecen
presuponer que los investigadores de recta conciencia deberían oponerse
activamente a cualquier acción ilícita llevada a cabo en el campo médico,
con lo que su responsabilidad ética se ampliaría de modo excesivo. El deber
de evitar la cooperación al mal y el escándalo es en realidad parte de la
actividad profesional ordinaria del médico. Ésta debe ser planteada
correctamente y, a través de ella, se ha de dar testimonio del valor de la
vida, oponiéndose también a las leyes gravemente injustas. Hay que precisar
que el deber de rechazar el "material biológico" deriva de la obligación de
separarse, en el ejercicio de la propia actividad de investigación, de un
marco legislativo gravemente injusto y de afirmar con claridad el valor de
la vida humana. Esto vale también en ausencia de cualquier conexión próxima
de los investigadores con las acciones de los técnicos de la procreación
artificial o con las de aquéllos que han procurado el aborto, e incluso
cuando no haya un acuerdo previo con los centros de procreación artificial.
Por eso el mencionado criterio de independencia es necesario, pero puede ser
éticamente insuficiente.
Por supuesto, dentro de este marco general existen diferentes grados de
responsabilidad. Razones de particular gravedad podrían ser moralmente
proporcionadas como para justificar el uso de ese "material biológico". Así,
por ejemplo, el peligro para la salud de los niños podría autorizar a sus
padres a utilizar una vacuna elaborada con líneas celulares de origen
ilícito, quedando en pié el deber de expresar su desacuerdo al respecto y de
pedir que los sistemas sanitarios pongan a disposición otros tipos de
vacunas. Por otro lado, debemos tener en cuenta que en las empresas que
utilizan líneas celulares de origen ilícito no es idéntica la
responsabilidad de quienes deciden la orientación de la producción y la de
aquéllos que no tienen poder de decisión.
En el contexto de la urgente movilización de las conciencias en favor de la
vida, debemos recordar a los profesionales de la salud que «su
responsabilidad ha crecido hoy enormemente y encuentra su inspiración más
profunda y su apoyo más fuerte precisamente en la intrínseca e
imprescindible dimensión ética de la profesión sanitaria, como ya reconocía
el antiguo y siempre actual juramento de Hipócrates, según el cual se exige
a cada médico el compromiso de respetar absolutamente la vida humana y su
carácter sagrado» [58].
CONCLUSIÓN
36. A veces se ha se ha oído la acusación de que la enseñanza moral de la
Iglesia contiene demasiadas prohibiciones. En realidad, esa enseñanza se
funda en el reconocimiento y la promoción de los dones que el Creador ha
concedido al hombre; dones como la vida, el conocimiento, la libertad y el
amor. Un reconocimiento especial merece, por tanto, no sólo la actividad
cognoscitiva del hombre, sino también aquélla de orden práctico, como el
trabajo y la actividad tecnológica. Con estas últimas, en efecto, el hombre,
participando en el poder creador de Dios, está llamado a transformar la
creación, ordenando sus muchos recursos en favor de la dignidad y el
bienestar integral de todos y cada uno de los hombres, y a ser también el
custodio de su valor e intrínseca belleza.
Pero la historia de la humanidad ha sido testigo de cómo el hombre ha
abusado y sigue abusando del poder y la capacidad que Dios le ha confiado,
generando distintas formas de injusta discriminación y opresión de los más
débiles e indefensos. Los ataques diarios contra la vida humana; la
existencia de grandes zonas de pobreza en las que los hombres mueren de
hambre y enfermedades, excluidos de recursos de orden teórico y práctico que
otros países tienen a disposición con sobreabundancia; un desarrollo
tecnológico e industrial que está poniendo en riesgo de colapso el
ecosistema; la utilización de la investigación científica en el campo de la
física, la química y la biología con fines bélicos; las numerosas guerras
que todavía hoy dividen pueblos y culturas. Éstos son, por desgracia, sólo
algunos signos elocuentes de cómo el hombre puede hacer un mal uso de su
capacidad y convertirse en el peor enemigo de sí mismo, perdiendo la
conciencia de su alta y específica vocación a ser un colaborador en la obra
creadora de Dios.
Paralelamente, la historia de la humanidad manifiesta un progreso real en la
comprensión y el reconocimiento del valor y la dignidad de cada persona,
fundamento de los derechos y de los imperativos éticos con los que se ha
intentado y se intenta construir la sociedad humana. Pues bien, es
precisamente en nombre de la promoción de la dignidad humana que se ha
prohibido toda conducta y estilo de vida que perjudica esa dignidad. Así,
por ejemplo, las prohibiciones jurídico-políticas, y no sólo éticas, contra
las distintas formas de racismo y de esclavitud, la discriminación injusta y
la marginación de las mujeres, niños, personas enfermas o con discapacidades
graves, son un claro testimonio del reconocimiento del valor inalienable y
de la intrínseca dignidad de cada ser humano, y el signo del genuino
progreso que está recorriendo la historia de la humanidad. En otros
términos, la legitimidad de cualquier prohibición se funda en la necesidad
de tutelar un auténtico bien moral.
37. Si el progreso humano y social se caracterizó inicialmente por el
desarrollo de la industria y la producción de bienes de consumo, hoy se
distingue por el desarrollo de la informática, la investigación en el campo
de la genética, la medicina y la biotecnología aplicada también al hombre.
Se trata de áreas de gran importancia para el futuro de la humanidad, en las
que, sin embargo, también existen evidentes e inaceptables abusos. «Así como
hace un siglo la clase obrera estaba oprimida en sus derechos fundamentales,
y la Iglesia tomó su defensa con gran valentía, proclamando los derechos
sacrosantos de la persona del trabajador, así ahora, cuando otra categoría
de personas está oprimida en su derecho fundamental a la vida, la Iglesia
siente el deber de dar voz, con la misma valentía, a quien no tiene voz. El
suyo es el clamor evangélico en defensa de los pobres del mundo y de quienes
son amenazados, despreciados y oprimidos en sus derechos humanos» [59].
En virtud de la misión doctrinal y pastoral de la Iglesia, la Congregación
para la Doctrina de la Fe ha sentido el deber de reafirmar la dignidad y los
derechos fundamentales e inalienables de todo ser humano, incluso en las
primeras etapas de su existencia, y de explicitar los requisitos de
protección y respeto que el reconocimiento de tal dignidad exige a todos.
El cumplimiento de este deber implica la valentía de oponerse a todas las
prácticas que se traducen en una grave e injusta discriminación de los seres
humanos aún no nacidos. Son seres humanos dotados de la dignidad de persona,
que han sido creados a imagen de Dios. Detrás de cada "no" brilla, en las
fatigas del discernimiento entre el bien y el mal, un gran "sí" en
reconocimiento de la dignidad y del valor inalienable de cada singular e
irrepetible ser humano llamado a la existencia.
Los fieles se han de comprometer firmemente a promover una nueva cultura de
la vida, recibiendo el contenido de la presente Instrucción con asentimiento
religioso, concientes de que Dios siempre da la gracia necesaria para
observar sus mandamientos y que, en cada ser humano, especialmente en los
más pequeños, se encuentra el mismo Cristo (cf. Mt 25,40). Todos los hombres
de buena voluntad, especialmente los médicos y los investigadores dispuestos
a confrontarse y llegar a la verdad, sabrán también comprender y compartir
estos principios y valoraciones orientados a proteger la frágil condición
del ser humano en las etapas iniciales de su vida y a promover una
civilización más humana.
El Sumo Pontífice Benedicto XVI, en el transcurso de la Audiencia concedida
el 20 de junio de 2008 al suscrito Cardenal Prefecto, ha aprobado la
presente Instrucción, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación,
y ha ordenado su publicación.
Roma, en la Sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 8 de
septiembre de 2008, Fiesta de la Natividad de la Bienaventurada Virgen
María.
William Card. Levada?
Prefecto
Luis F. Ladaria, S.I.
Arzobispo tit. de Thibica
Secretario
[1] Congregación para la Doctrina de la Fe,
Instrucción Donum vitæ sobre el respeto de la vida humana naciente y la
dignidad de la procreación (22 de febrero de 1987): AAS 80 (1988), 70-102.
[2] Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis
splendor sobre algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la
Iglesia (6 de agosto de 1993): AAS 85 (1993), 1133-1228.
[3] Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium
vitæ sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana (25 de marzo
de 1995): AAS 87 (1995), 401-522.
[4] Juan Pablo II, Discurso a los participantes
en la VII Asamblea de la Pontificia Academia para la Vida (3 de marzo de
2001), n. 3: AAS 93 (2001), 446.
[5] Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Fides et
ratio sobre las relaciones entre fe y razón (14 de septiembre de 1998), n.
1: AAS 91 (1999), 5.
[6] Congregación para la Doctrina de la Fe,
Instrucción Donum vitæ, I, 1: AAS 80 (1988), 79.
[7] Como recordó Benedicto XVI, los derechos
humanos, en particular el derecho a la vida de cada ser humano, «se basan en
la ley natural inscrita en el corazón del hombre y presente en las
diferentes culturas y civilizaciones. Arrancar los derechos humanos de este
contexto significaría restringir su ámbito y ceder a una concepción
relativista, según la cual el sentido y la interpretación de los derechos
podrían variar, negando su universalidad en nombre de los diferentes
contextos culturales, políticos, sociales e incluso religiosos. Así pues, no
se debe permitir que esta vasta variedad de puntos de vista oscurezca no
sólo el hecho de que los derechos son universales, sino que también lo es la
persona humana, sujeto de estos derechos » (Discurso a la Asamblea General
de la Organización de las Naciones Unidas, 18 de abril de 2008: AAS 100
[2008], 334).
[8] Congregación para la Doctrina de la Fe,
Instrucción Donum vitæ, I, 1: AAS 80 (1988), 78-79.
[9] Ibíd., II, A, 1: l.c., 87.
[10] Pablo VI, Carta Encíclica Humanæ vitæ (25 de
julio de 1968), n. 8: AAS 60 (1968), 485-486.
[11] Benedicto XVI, Discurso a los participantes
al Congreso Internacional promovido por la Universidad Pontificia
Lateranense, en el 40° aniversario del la Carta Encíclica Humanæ vitæ (10 de
mayo de 2008): L'Osservatore Romano, 11 de mayo de 2008, pág. 1; cf. Juan
XXIII, Carta Encíclica Mater et magistra, (15 de mayo de 1961), III: AAS 53
(1961), 447.
[12] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución
Pastoral Gaudium et spes, n. 22.
[13] Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica
Evangelium vitæ, n. 37-38: AAS 87 (1995), 442-444.
[14] Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis
splendor, n. 45: AAS 85 (1993), 1169.
[15] Benedicto XVI, Discurso a los participantes
en la Asamblea general de la Academia Pontificia para la Vida y en el
Congreso internacional sobre el tema "El embrión humano en la fase de
preimplantación" (27 de febrero de 2006): AAS 98 (2006), 264.
[16] Congregación para la Doctrina de la Fe,
Instrucción Donum vitæ, Introducción, 3: AAS 80 (1988), 75.
[17] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica
Familiaris consortio sobre la misión de la familia cristiana en el mundo
actual (22 de noviembre de 1981), n. 19: AAS 74 (1982), 101-102.
[18] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II,
Declaración Dignitatis humanæ, n. 14.
[19] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe,
Instrucción Donum vitæ, II, A, 1: AAS 80 (1988), 87.
[20] Ibíd., II, B, 4: l.c., 92.
[21] Ibíd., Introducción, 3: l.c., 75.
[22] Bajo el nombre de fecundación o procreación
artificial heteróloga se entienden «las técnicas ordenadas a obtener
artificialmente una concepción humana, a partir de gametos procedentes de al
menos un donador diverso de los esposos unidos en matrimonio» (ibíd., II:
l.c., 86).
[23] Bajo el nombre de fecundación o procreación
artificial homóloga se entiende «la técnica dirigida a lograr la concepción
humana a partir de los gametos de dos esposos unidos en matrimonio» (ibíd.).
[24] Ibíd., II, B, 7: l.c., 96; cf. Pio XII,
Discurso a los participantes en el IV Congreso Internacional de Médicos
Católicos (29 de septiembre de 1949): AAS 41 (1949), 560.
[25] Congregación para la Doctrina de la Fe,
Instrucción Donum vitæ, II, B, 6: l.c., 94.
[26] Cf. ibíd., II: l.c., 86.
[27] Actualmente, incluso en los más importantes
centros de fecundación artificial, el número de embriones sacrificados es
superior al 80%.
[28] Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium
vitæ, n. 14: AAS 87 (1995), 416.
[29] Cf. Pio XII, Discurso a los participantes
del II Congreso mundial de Nápoles sobre fecundidad y esterilidad humana (19
de mayo de 1956): AAS 48 (1956), 470; Pablo VI, Carta Encíclica Humanæ vitæ,
n. 12: AAS 60 (1968), 488-489; Congregación para la Doctrina de la Fe,
Instrucción Donum vitæ, II, B, 4-5: AAS 80 (1988), 90-94.
[30] Cada vez hay más personas, incluso no unidas
por el vínculo conyugal, que recurren a las técnicas de fecundación
artificial para tener un hijo. Tales prácticas debilitan la institución
matrimonial y dan a luz niños en ambientes no favorables para su pleno
desarrollo humano.
[31] Benedicto XVI, Discurso a los participantes
en la Asamblea general de la Academia Pontificia para la Vida y en el
Congreso internacional sobre el tema "El embrión humano en la fase de
preimplantación" (27 de febrero de 2006): AAS 98 (2006), 264.
[32] La Inyección intracitoplasmática de
espermatozoides (ICSI) se parece en casi todos los aspectos a las otras
formas de la fecundación in vitro, distinguiéndose en el hecho de que la
fecundación no ocurre espontáneamente en la probeta, sino a través de la
inyección en el citoplasma del óvulo de un solo espermatozoide previamente
seleccionado, y a veces a través de la inyección de elementos inmaduros de
la línea germinal masculina.
[33] Sin embargo, hay que señalar que los
especialistas discuten sobre algunos riesgos que la Inyección
intracitoplasmática de espermatozoides puede comportar para la salud del
concebido.
[34] Congregación para la Doctrina de la Fe,
Instrucción Donum vitæ, II, B, 5: AAS 80 (1988), 93.
[35] Con relación a los embriones, la
crioconservación es un procedimiento de enfriamiento a bajísimas
temperaturas para permitir una larga conservación.
[36] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe,
Instrucción Donum vitæ, I, 6: AAS 80 (1988), 84-85.
[37] Cf. n. 34-35 de esta Instrucción.
[38] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe,
Instrucción Donum vitæ, II, A, 1-3: AAS 80 (1988), 87-89.
[39] Juan Pablo II, Discurso a los participantes
en el Simposio sobre "Evangelium vitæ y Derecho" y en el XI Coloquio
internacional de Derecho Canónico (24 de mayo de 1996), n. 6: AAS 88 (1996),
943-944.
[40] La crioconservación de óvulos ha sido
planteada también en otros contextos que aquí no se consideran. Por óvulo se
entiende la célula germinal femenina no penetrada por el espermatozoide.
[41] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución
Pastoral Gaudium et spes, n. 51; Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium
vitæ, n. 62: AAS 87 (1995), 472.
[42] Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium
vitæ, n. 63: AAS 87 (1995), 473.
[43] Los métodos interceptivos más conocidos son
el espiral o DIU (Dispositivo intrauterino) y la llamada "píldora del día
siguiente".
[44] Los principales métodos de contragestación
son la píldora RU 486 o Mifepristona, las prostaglandinas y el Metotrexato.
[45] Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium
vitæ, n. 58: AAS 87 (1995), 467.
[46] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 1398 y
Código de Cánones de las Iglesias Orientales, can. 1450 § 2; cf. también
Código de Derecho Canónico, can. 1323-1324. La Comisión Pontificia para la
interpretación auténtica del Código de Derecho Canónico declaró que por el
concepto penal de aborto se entiende «matar al feto en cualquier modo y en
cualquier momento a partir de su concepción» (Respuestas a dudas, 23 de mayo
de 1988: AAS 80 [1988], 1818).
[47] En el estado actual de la ciencia, las
técnicas propuestas para realizar la clonación humana son dos: fisión
gemelar y transferencia del núcleo. La fisión gemelar consiste en la
separación artificial de células individuales o grupos de células del
embrión, en las primeras fases del desarrollo, y en su subsiguiente traslado
al útero, para conseguir artificialmente embriones idénticos. La
transferencia de núcleo, o clonación propiamente dicha, consiste en la
introducción de un núcleo extraído de una célula embrionaria o somática en
un óvulo anteriormente privado de su núcleo, seguido por la activación de
este óvulo que, por consiguiente, debería desarrollarse como embrión.
[48] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe,
Instrucción Donum vitæ, I, 6: AAS 80 (1988), 84; Juan Pablo II, Discurso a
los Miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (10 de
enero de 2005), n. 5: AAS 97 (2005), 153.
[49] Técnicas nuevas de este tipo son, por
ejemplo, la aplicación de la partenogénesis a los seres humanos, la
transferencia de un núcleo alterado (Altered Nuclear Transfer: ANT) y la
reprogramación asistida del óvulo (Oocyte Assisted Reprogramming: OAR).
[50] Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium
vitæ, n. 60: AAS 87 (1995), 469.
[51] Benedicto XVI, Discurso a los participantes
en el Congreso Internacional sobre el tema "Las células troncales: ¿qué
futuro en orden a la terapia?", organizado por la Academia Pontificia para
la Vida (16 de septiembre de 2006): AAS 98 (2006), 694.
[52] Cf. n. 34-35 de esta Instrucción.
[53] Cf. Benedicto XVI, Discurso a los
participantes en el Congreso Internacional sobre el tema "Las células
troncales: ¿qué futuro en orden a la terapia?", organizado por la Academia
Pontificia para la Vida (16 de septiembre de 2006): AAS 98 (2006), 693-695.
[54] Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium
vitæ, n. 63: AAS 87 (1995), 472-473.
[55] Cf. ibíd., n. 62: l.c., 472.
[56] Congregación para la Doctrina de la Fe,
Instrucción Donum vitæ, I, 4: AAS 80 (1988), 83.
[57] Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica
Evangelium vitæ, n. 73: AAS 87 (1995), 486: «El aborto y la eutanasia son
crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar. Leyes de este
tipo no sólo no crean ninguna obligación de conciencia, sino que, por el
contrario, establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas
mediante la objeción de conciencia». El derecho a la objeción de conciencia,
expresión del derecho a la libertad de conciencia, debería ser tutelado por
las legislaciones civiles.
[58] Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium
vitæ, n. 89: AAS 87 (1995), 502.
[59] Juan Pablo II, Carta a todos los Obispos de
la Iglesia sobre la intangibilidad de la vida humana (19 de mayo de 1991):
AAS 84 (1992), 319.