Consideraciones sobre el primado del sucesor de Pedro: Joseph Cardenal
Ratzinger, Prefecto
Consideraciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe en relación con
las actas del simposio sobre el primado del sucesor de Pedro en el
Ministerio de la Iglesia
Indice:
1.-
Origen, finalidad y naturaleza del primado
2.- El
ejercicio del primado y sus modalidades
Introducción
La Congregación para la Doctrina de la Fe, continua con la profundización de
la temática relacionada con El Primado del Sucesor de Pedro en el misterio
de la Iglesia, tema del Simposio desarrollado en el Vaticano del 2 al 4 de
diciembre de 1996.
Capítulo 1: Origen, finalidad y naturaleza del primado
La Congregación para la Doctrina de la Fe, continuando con la profundización
de la temática relacionada con El Primado del Sucesor de Pedro en el
misterio de la Iglesia, tema del Simposio desarrollado en el Vaticano del 2
al 4 de diciembre de 1996, del cual han sido recientemente publicadas las
Actas bajo el cuidado de la Librería Editrice Vaticana, propone las
consideraciones que referimos a continuación:
1. En el actual momento de la vida de la Iglesia, la cuestión del primado de
Pedro y de Sus Sucesores presenta una singular relevancia, incluso
ecuménica. En este sentido se ha expresado con frecuencia Juan Pablo II, de
modo particular en la Encíclica Ut unum sint, en la cual ha querido dirigir
especialmente a los pastores y a los teólogos la invitación a "encontrar una
forma de ejercicio del Primado que, sin renunciar de modo alguno a lo
esencial de su misión, se abra a una situación nueva".
La Congregación para la Doctrina de la Fe, acogiendo la invitación del Santo
Padre, a decidido proseguir la profundización de la temática convocando un
simposio de naturaleza puramente doctrinal sobre El Primado del Sucesor de
Pedro, que se ha desarrollado en el Vaticano del 2 al 4 de diciembre de
1996, y del cual han sido publicadas las Actas.
2. En el Mensaje dirigido a los participantes del simposio, el Santo Padre
ha escrito:
"La Iglesia Católica es consciente de haber conservado, con fidelidad a la
Tradición Apostólica y a la fe de los Padres el ministerio del Sucesor de
Pedro". Existe efectivamente una continuidad a lo largo de la historia de la
Iglesia del desarrollo doctrinal sobre el Primado. Al redactar el presente
texto, que aparece como apéndice al mencionado volumen de las Actas, la
Congregación para la Doctrina de la Fe se ha valido de los aportes de los
estudiosos que tomaron parte en el simposio, sin pretender ofrecer por otro
lado, una síntesis ni adentrarse en cuestiones abiertas a nuevos estudios.
Estas "Consideraciones" - al margen del Simposio - quieren sólo recordar los
puntos esenciales de la doctrina católica sobre el Primado, gran don de
Cristo a su Iglesia en cuanto servicio necesario para la unidad y que ha
sido además con frecuencia, como demuestra la historia, una defensa de la
libertad de los Obispos y de las Iglesias particulares de frente a las
injerencias del poder político.
ORIGEN, FINALIDAD Y NATURALEZA DEL PRIMADO
3. "Primero Simón, llamado Pedro". Con este significativo acento de la
primacía de Simón Pedro, San Mateo introduce en su Evangelio la lista de los
Doce Apóstoles que también en los otros dos Evangelios sinópticos y en los
Hechos se inicia con el nombre de Simón. Esta lista, dotada de gran fuerza
testimonial, y otros pasajes evangélicos muestran con claridad y simplicidad
que el canon neotestamentario ha recibido las palabras de Cristo relativas a
Pedro y a su rol en el grupo de los Doce. Por ello, ya en las primeras
comunidades cristianas, y cómo más tarde en la toda la Iglesia, la imagen de
Pedro ha permanecido fijada como aquella del Apóstol que, a pesar de su
debilidad humana, fue constituido expresamente por Cristo en el primer lugar
entre los Doce y llamado a desarrollar en la Iglesia una propia y específica
función. Él es la roca sobre la cual Cristo edificará su Iglesia; es aquel
que, una vez convertido, permanecerá firme en la fe y confirmará a los
hermanos; es, en fin, el Pastor que guiará a la entera comunidad de los
discípulos del Señor.
En la figura, en la misión y en el ministerio de Pedro, en su presencia y en
su muerte en Roma - testimoniada por la más antigua tradición literaria y
arqueológica - la Iglesia contempla una profunda realidad, que está en
relación esencial con su mismo misterio de comunión y salvación: «Ubi
Petrus, ibi ergo Ecclesia». La Iglesia, desde los inicios y con creciente
claridad, ha entendido que como existe la sucesión de los Apóstoles en el
ministerio de los Obispos del mismo modo también el ministerio de la unidad,
confiado a Pedro, pertenece a la perenne estructura de la Iglesia de Cristo
y que esta sucesión está fijada en la sede de su martirio.
4. Basándose en el testimonio del Nuevo Testamento, la Iglesia Católica
enseña, como doctrina de fe, que el Obispo de Roma es el Sucesor de Pedro en
su servicio primacial en la Iglesia universal; esta sucesión explica la
preeminencia de la Iglesia de Roma, enriquecida también por la predicación y
por el martirio de San Pablo.
En el plan divino sobre el Primado como "oficio concedido por el Señor a
Pedro de modo singular, el primero de los Apóstoles y para transmitirse a
sus sucesores", se manifiesta ya la finalidad del carisma petrino, o bien
«unidad de fe y de comunión» de todos los creyentes. El Romano Pontífice de
hecho como Sucesor de Pedro, es «perpetuo y visible principio y fundamento
de la unidad tanto de los Obispos como de la multitud de los fieles», y por
ello él tiene una gracia ministerial específica para servir esa unidad de fe
y de comunión que es necesaria para el cumplimiento de la misión salvífica
de la Iglesia.5. La Constitución Pastor aeternus del Concilio Vaticano I
indicó en el prólogo la finalidad del Primado, dedicando luego el núcleo del
texto a exponer el contenido o ámbito de su potestad propia. El Concilio
Vaticano II, por su parte, reafirmando y completando las enseñanzas del
Vaticano I ha tratado principalmente el tema de la finalidad, dando
particular atención al misterio de la Iglesia como Corpus Ecclesiarum. Tal
consideración permitió acentuar en modo relevante y con mayor claridad que
la función primacial del Obispo de Roma y la función de los otros Obispos no
se encuentran enfrentadas sino en una originaria y esencial armonía.
Por ello, «cuando la Iglesia Católica afirma que la función del Obispo de
Roma responde al la voluntad de Cristo, ella no separa esta función de la
misión confiada al conjunto de los Obispos, también ellos "vicarios y
legados de Cristo" (Lumen gentium, n. 27). El Obispo de Roma pertenece a su
colegio y ellos son sus hermanos en el ministerio. Se debe también afirmar,
recíprocamente, que la colegialidad episcopal no se contrapone al ejercicio
personal del Primado ni lo debe relativizar.6. Todos los Obispos son sujetos
de la sollicitudo omnium Ecclesiarum en cuanto miembros del Colegio
episcopal que sucede al Colegio de los Apóstoles del cual a formado parte
también la extraordinaria figura de San Pablo. Esta dimensión universal de
su episkopè (vigilancia) es inseparable de la dimensión particular relativa
a los oficios que les han sido confiados . En el caso del Obispo de Roma
-Vicario de Cristo según el modo propio de Pedro como Cabeza del Colegio de
los Obispos- la sollicitudo omniuni Ecclesiarum adquiere una fuerza
particular por que es acompañada de la plena y suprema potestad en la
Iglesia: una potestad realmente episcopal, no solo suprema, plena y
universal, sino también inmediata, sobre todos, tanto sobre los pastores
como los otros fieles.. El ministerio del Sucesor de Pedro, por lo tanto, no
es un servicio que alcance solamente a toda Iglesia particular desde fuera,
sino que está inscrito en el corazón de cada Iglesia particular, en la cual
"está realmente presente y actúa la Iglesia de Cristo", y por esto lleva en
sí la apertura al ministerio de la unidad. Esta interioridad del ministerio
del Obispo de Roma en relación con cada Iglesia particular es también
expresión de la mutua interioridad entre Iglesia universal e Iglesia
particular.
El Episcopado y el Primado, recíprocamente enlazados e inseparables son de
institución divina. Históricamente han surgido, instituidas por la Iglesia,
formas de organización eclesiástica en las cuales se ejercita también un
principio de primacía. En particular, la Iglesia Católica es bien consciente
de la función de las sedes apostólicas en la Iglesia antigua, especialmente
de aquellas consideradas -Antioquía y Alejandría- como puntos de referencia
de la Tradición Apostólica, alrededor de las cuales se ha desarrollado el
sistema patriarcal; este sistema pertenece a la guía de la Providencia
ordinaria de Dios sobre la Iglesia, y lleva en sí, desde los inicios, el
nexo con la tradición petrina.
Capítulo 2: El ejercicio del primado y sus modalidades
7. El ejercicio del ministerio petrino debe ser entendido -para que "nada
pierda de su autenticidad y transparencia"- a partir del Evangelio, o bien
por su esencial inserción en el misterio salvífico de Cristo y en la
edificación de la Iglesia. El Primado difiere en su propia esencia y en su
ejercicio de los oficios de gobierno vigentes en las sociedades humanas: no
es un oficio de coordinación ni de presidencia, ni se reduce a un Primado de
honor, ni puede ser concebido como una monarquía de tipo político.
El Romano Pontífice está -como todos los fieles- sometido a la Palabra de
Dios, a la fe católica y es garante de la obediencia de la Iglesia y, en
este sentido, servus servorum. Él no decide según su propio arbitrio, sino
que da voz a la voluntad del Señor, que habla al hombre en la Escritura
vivida e interpretada por la Tradición, en otros términos, la episkopè del
Primado tiene los límites que proceden de la ley divina y de la inviolable
constitución divina de la Iglesia, contenida en la Revelación. El Sucesor de
Pedro es la roca que, contra la arbitrariedad y el conformismo, garantiza
una rigurosa fidelidad a la Palabra de Dios: continúa de este modo el
carácter martirológico de su Primado.8. Las características del ejercicio
del Primado deben ser comprendidas sobre todo a partir de dos premisas
fundamentales: La unidad del Episcopado y el carácter episcopal del Primado
mismo. Siendo el Episcopado una realidad "una e indivisa", el Primado del
Papa comporta la facultad de servir efectivamente a la unidad de todos los
Obispos y de todos los fieles y "se ejercita a varios niveles, que se
refieren a la vigilancia sobre la transmisión de la Palabra, sobre la
celebración sacramental y litúrgica, sobre la misión, sobre la disciplina y
sobre la vida cristiana"; a estos niveles por voluntad de Cristo, todos en
la Iglesia -los Obispos y los demás fieles- deben obediencia al Sucesor de
Pedro, el cual es también garante de la legítima diversidad de ritos,
disciplinas y estructuras eclesiásticas entre Oriente y Occidente.9. El
Primado del Obispo de Roma, considerado su carácter episcopal, se explica,
en primer lugar, en la transmisión de la Palabra de Dios; por ello incluye
una específica y particular responsabilidad en la misión evangelizadora,
dado que la comunión eclesial es una realidad esencialmente destinada a
expandirse: "Evangelizar es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su
identidad más profunda".
La tarea episcopal que el Romano Pontífice tiene en relación con la
transmisión de la Palabra de Dios se extiende también al interior de toda la
Iglesia. Como tal, es un oficio magisterial supremo y universal; es una
función que implica un carisma: una especial asistencia del Espíritu Santo
al Sucesor de Pedro, que implica también, en ciertos casos, la prerrogativa
de la infalibilidad. Como «todas las Iglesias están en comunión plena y
visible, porque todos los pastores están en comunión con Pedro, y así en la
unidad de Cristo», del mismo modo los Obispos son testigos de la verdad
divina y católica cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice.10.
Junto con la función magisterial del Primado, la misión del Sucesor de Pedro
sobre toda la Iglesia comporta la facultad de realizar los actos de gobierno
eclesiástico necesarios o convenientes para promover y defender la unidad de
la fe y de la comunión; entre estos se debe considerar, como ejemplo: dar el
mandato para la ordenación de nuevos Obispos, exigir de ellos la profesión
de fe católica; ayudar a todos a mantenerse en la fe profesada. Como es
obvio, existen muchos otros posibles modos, más o menos contingentes de
desarrollar este servicio para la unidad: emanar leyes para toda la Iglesia,
establecer estructuras pastorales al servicio de diversas Iglesia
particulares, dotar de fuerza vinculante las decisiones de los Concilios
particulares, aprobar institutos religiosos supra-diocesanos, etc. Por el
carácter supremo de la potestad del Primado, no hay instancia alguna a la
cual el Romano Pontífice deba responder jurídicamente sobre el ejercicio del
don recibido: «prima sedes a nemine iudicatur». No obstante, ello no
significa que el Papa tenga un poder absoluto. Escuchar la voz de las
Iglesias es, de hecho, un signo del ministerio de la unidad, una
consecuencia también de la unidad del Cuerpo episcopal y del sensus fidei
del entero Pueblo de Dios; y este vínculo aparece sustancialmente dotado de
mayor fuerza y seguridad que por las instancias jurídicas -hipótesis por
otro lado improponible, porque carente de fundamento- a las cuales el Romano
Pontífice debería responder. La última e inderogable responsabilidad del
Papa encuentra la mejor garantía, por una parte en su inserción en la
Tradición y la comunión fraterna y, por otra, en la confianza en la
asistencia del Espíritu Santo que gobierna la Iglesia.11. La unidad de la
Iglesia, al servicio de la cual se pone de modo singular el ministerio del
Sucesor de Pedro, alcanza la más alta expresión en el Sacrificio
Eucarístico, el cual es centro y raíz de la comunión eclesial; comunión que
se funda incluso necesariamente sobre la unidad del Episcopado. Por ello,
"toda celebración de la Eucaristía es realizada en unión con el propio
Obispo, sino también con el Papa, con el orden episcopal, con todo el clero
y con el pueblo entero. Toda celebración válida de la Eucaristía expresa
esta comunión universal con Pedro y con la Iglesia entera, o la reclama
objetivamente », como en el caso de las Iglesias que no están en plena
comunión con la Sede Apostólica.12. "La Iglesia peregrinante, en sus
sacramentos y en sus instituciones, que pertenecen a la edad presente, porta
la figura fugaz de este mundo ». También por esto, la naturaleza inmutable
del Primado del Sucesor de Pedro se ha expresado históricamente a través de
modalidades de ejercicio adecuadas a las circunstancias de una Iglesia
peregrinante en este mundo cambiante.
Los contenidos concretos de su ejercicio caracterizan al ministerio petrino
en la medida en que expresan fielmente la aplicación a las circunstancias de
lugar y de tiempo de las exigencias de la finalidad última que le es propia
(la unidad de la Iglesia). La mayor o menor extensión de tales contenidos
concretos dependerá en cada época históricas de la necessitas Ecclesiae. El
Espíritu Santo ayuda a la Iglesia a conocer esta necessitas y el Romano
Pontífice, escuchando la voz del Espíritu en las Iglesia, busca la respuesta
y la ofrece cuando y como lo considera oportuno.
Como consecuencia, no es buscando el mínimo de atribuciones ejercitadas en
la historia que se puede determinar el núcleo de la doctrina de la fe sobre
las competencias del Primado. Por ello, el hecho de que una determinada
tarea haya sido desarrollada por el Primado en una cierta época no significa
por sí solo que tal tarea deba necesariamente estar siempre reservada al
Romano Pontífice; y, viceversa, el sólo hecho de que una determinada función
no haya sido ejercitada previamente por el Papa no autoriza a concluir que
tal función no pueda en algún modo ejercitarse en el futuro como competencia
del primado.13. En todo caso, es fundamental afirmar que el discernimiento
sobre la congruencia entre la naturaleza del ministerio petrino y las
eventuales modalidades de su ejercicio, es un discernimiento que debe
realizarse in Ecclesia, o sea bajo la asistencia del Espíritu Santo y en
diálogo fraterno del Romano Pontífice con los otros Obispos, según las
exigencias concretas de la Iglesia. Pero, al mismo tiempo, es claro que solo
el Papa (o el Papa con el Concilio ecuménico) tiene, como Sucesor de Pedro,
la autoridad y la competencia para decir la última palabra sobre las
modalidades de ejercicio del propio ministerio pastoral en la Iglesia
universal.
***
14. Al recordar los puntos esenciales de la doctrina católica sobre el
Primado del Sucesor de Pedro, la Congregación para la Doctrina de la Fe está
segura de que la reafirmación autorizada de tales adquisiciones doctrinales
ofrece mayor claridad sobre la vía a seguir. Tal reclamo es útil, de hecho,
también para evitar las recaídas siempre nuevamente posibles en las
parcialidades y en las unilateralidades ya rechazadas por la Iglesia en el
pasado (febronianismo, galicanismo, ultramontanismo, conciliarismo, etc.).
Y, sobre todo, viendo el ministerio del Siervo de los siervos de Dios como
un gran don de la misericordia divina a la Iglesia, encontraremos todos -con
la gracia del Espíritu Santo- el impulso para vivir y custodiar fielmente la
efectiva y plena unión con el Romano Pontífice en el caminar cotidiano de la
Iglesia según el modo querido por Cristo.15. La plena comunión querida por
el Señor entre los que se confiesan sus discípulos requiere el
reconocimiento común de un ministerio eclesial universal "en el cual todos
los obispos se reconozcan unidos en Cristo y todos los fieles encuentren la
confirmación de la propia fe ». La Iglesia Católica profesa que este
ministerio es el ministerio es el ministerio primacial del Romano Pontífice,
Sucesor de Pedro, y sostiene con humildad y con firmeza "que la comunión de
las Iglesia particulares con la Iglesia de Roma, y de sus Obispos con el
Obispo de Roma, es un requisito esencial -en el designio de Dios- de la
comunión plena y visible». No han faltado en la historia del Papado errores
humanos y carencias también graves: Pedro mismo, de hecho, reconocía el ser
un pecador. Pedro, hombre débil, fue elegido como roca, precisamente para
que fuese evidente que la victoria es solamente de Cristo y no resultado de
las fuerzas humanas. El Señor quiso portar en vasos frágiles el propio
tesoro a través de los tiempos: así la fragilidad humana se ha vuelto signo
de la verdad de las promesas divinas.
¿Cuándo y cómo se alcanzará la tan deseada meta de la unidad de todos los
cristianos? "¿Cómo obtenerlo? Con la esperanza en el Espíritu, que sabe
alejar de nosotros los espectros del pasado y las memorias dolorosas de la
separación; Él sabe concedernos lucidez, fuerza y valor para emprender los
pasos necesarios de modo que nuestro compromiso sea siempre más auténtico".
Estamos todos invitados a confiarnos al Espíritu Santo, a confiarnos a
Cristo, confiándonos a Pedro.
JOSEPH Card. RATZINGER
Prefecto
TARCISIO BERTONE, Arzobispo emérito de Vercelli
Secretario