¿Hay sectas dentro de la Iglesia Católica?
REFLEXIONES SOBRE EL CONCEPTO DE SECTA
Y RESPUESTA A ALGUNAS ACUSACIONES DIRIGIDAS A GRUPOS CATÓLICOS
Mons. Christoph Schönborn. O.P.
Arzobispo de Viena
"No pueden considerarse sectas los grupos aprobados por la autoridad
eclesiástica"
CLARIFICACIÓN DE CONCEPTOS
Desde hace algún tiempo, en los medios de comunicación social se habla de
"sectas intra-eclesiales" o de "sectas intra-católicas". Se quiere así
criticar una serie de movimientos y comunidades que han surgido en los
últimos decenios. Antes, a muchos de estos nuevos grupos se les solía tachar
de "conservadores" o "fundamentalistas"; ahora se los trata de aislar como
"sectas intra-eclesiales"(1). Nos quieren alertar contra ellos como contra
las sectas clásicas o las así llamadas "religiones de los jóvenes", que
constituyen un peligro para la salud psíquica de las personas y las tratan
de modo inhumano. Muchos fieles saben que siempre ha habido, y hay también
hoy, sectas que se separan del cristianismo. Pero a muchos cristianos les
resulta sorprendente que existan sectas también dentro de la Iglesia, aunque
esos grupos hayan obtenido el reconocimiento y la aprobación de la Iglesia.
EL CONCEPTO DE SECTA
El concepto de secta surge en el ámbito religioso-eclesial, pero
recientemente se ha ampliado también a una dimensión político-social. Por
eso, está perdiendo su precisión científica y su carácter inequívoco. En el
lenguaje común se usa cada vez más como un eslogan para señalar a ciertos
grupos que se considera peligrosos, porque transgreden valores fundamentales
de la sociedad democrática liberal. Por lo general hoy se suelen considerar
como signos distintivos de una secta: la formación de grupos selectos que se
apartan del ambiente social y con frecuencia se oponen a él; y la creación
de formas alternativas de vida que a menudo llevan a extremos lejanos a la
realidad y a exageraciones malsanas. Como características internas de una
secta, además del intento de conservar una meta o un ídolo espiritual
opuesto a lo convencional, se suelen citar: el rechazo de valores
fundamentales hoy, como la libertad personal y la tolerancia, así como una
búsqueda, a veces militante, de las actitudes opuestas, un estilo de vida
totalitario; la supresión de la conciencia de los miembros; la exclusión de
los que están fuera del grupo; y cierta tendencia a controlar la sociedad o
algunos de sus sectores. A un grupo, en el que se manifiestan algunas de
estas características, se le suele llamar secta.
En el lenguaje religioso, que es el más adecuado (y, por ello, el más
preciso) para tratar el problema, una secta es un grupo que se ha separado
de las grandes Iglesias, de las Iglesias populares. A menudo las sectas
conservan algunos valores, ideas religiosas o formas de vida de las
comunidades eclesiales fundamentales, pero los absolutizan, aíslan y
realizan en una vida comunitaria rígidamente separada de la unidad
originaria y orientada a la conservación y la protección de sí misma. He
aquí algunos signos distintivos, vinculados con estos datos fundamentales:
ideas religiosas desequilibradas (por ejemplo, la inminencia del fin del
mundo); el rechazo de toda comunicación espiritual con personas que piensen
de otra manera; un entusiasmo exagerado al presentar y realizar la propia
visión; un fuerte proselitismo y un convencimiento exagerado de su misión
con respecto a un mundo al que se desprecia; un absolutismo de la salvación
que limita la posibilidad de alcanzarla a un número determinado de personas
que pertenecen a dicho grupo.
En la teología católica una secta se caracteriza sobre todo por el abandono
de la verdad bíblico-apostólica común y de los contenidos centrales de la
fe. Por eso, a juicio de la Iglesia, la secta siempre está vinculada con la
herejía y el cisma.
No se necesita haber estudiado teología para reconocer la contradicción
fundamental que implica el eslogan: "sectas intra-eclesiales". La presunta
existencia de sectas dentro de la Iglesia conlleva indirectamente también un
reproche al Papa y a los obispos, que tiene la responsabilidad de examinar
las asociaciones eclesiales para ver si su doctrina y sus actividades van de
acuerdo con la fe de la Iglesia. Por eso, el hecho de que la autoridad de la
Iglesia no reconozca a una asociación forma parte esencial de la
determinación teológico-eclesial de la misma como secta. Las sectas se
encuentran fuera de la Iglesia (y también fuera de los compromisos
ecuménicos). Las sectas se hallan aisladas y, por su auto-comprensión, no
quieren verse sometidas a examen por parte de la autoridad eclesiástica. Por
el contrario, las comunidades eclesiales reconocidas se mantienen en
contacto continuo con los responsables en la Iglesia. Sus estatutos y su
estilo de vida son examinados. Por ello, no es justo que ciertas
instituciones, personas o medios de comunicación tachen de sectas a
comunidades reconocidas por la Iglesia, o incluso que llamen "prácticas
sectarias" al estilo de vida que sigue los tres consejos evangélicos.
Según la legislación de la Iglesia, los fieles tienen derecho a fundar
asociaciones. Corresponde a los obispos y a la Santa Sede el deber de
examinar las nuevas comunidades y los nuevos movimientos -con lenguaje
paulino, se habla también de nuevos carismas- y, si es el caso, reconocer su
autenticidad. La autoridad eclesiástica debe promover y sostener lo que el
Espíritu suscita en la Iglesia. También debe intervenir y corregir, si se
producen errores o desviaciones en la doctrina o en la praxis. Aquí radica
la gran diferencia con una secta, la cual no tiene y no reconoce una
autoridad exterior, mientras que los grupos eclesiales se someten consciente
y libremente a la autoridad de la Iglesia, siempre dispuestos a aceptar las
correcciones que pueda hacerles. Y esta verdad se puede confirmar con
numerosos ejemplos concretos.
Libero Gerosa resume los criterios esenciales de los carismas auténticos de
la siguiente manera: "Los carismas son gracias especiales que el Espíritu
distribuye libremente entre los fieles de todo tipo y con los que los
capacita y dispone para asumir varias obras y funciones, útiles para la
renovación de la Iglesia y para el desarrollo de su construcción. Algunos de
estos carismas son extraordinarios, otros, por el contrario, sencillos y
mucho más difundidos, pero el juicio sobre su autenticidad corresponde, sin
ninguna excepción, a los que presiden en la Iglesia, a los que compete no
extinguir los carismas auténticos"(2). En todo caso, nadie debería dejarse
turbar por el hecho de que los medios de comunicación presenten como "sectas
intraeclesiales" a algunas comunidades aprobadas por la Iglesia. Si hubiera
dudas o preguntas, siempre existe la posibilidad de informarse con mayor
detalle en los organismos competentes de la Iglesia.
EL CONCEPTO DE FUNDAMENTALISMO
La palabra fundamentalismo se refiere originariamente a un movimiento
religioso-ideológico que surgió en Estados Unidos antes de la primera guerra
mundial. Hacia una interpretación estrictamente literal de la Biblia (sobre
todo de los relatos de la creación) y se convirtió en un movimiento
colectivo conservador protestante. Los aspectos típicos del fundamentalismo
actual, en su país de origen, son: el rechazo de toda visión
histórico-critica de los textos bíblicos; la orientación casi mítica hacia
un pasado idealizado, el rechazo de to-da valoración positive del desarrollo
moderno; un moralismo penetrante y critico sobre todo de los excesos de la
sociedad de consumo, a veces también ciertas tendencias políticas de extrema
derecha y afirmaciones créticas sobre la democracia. En la filosofía y
sociología modernas ese fundamentalismo americano, como expresión de la
American civil religion, es valorado críticamente, pero, a pesar de todo, se
le considera un fenómeno serio frente a las aporías del liberalismo extremo.
Distinto de este significado es el concepto, elaborado sólo en la década de
1980 en Europa, de un fundamentalismo religioso, expresión bastante confusa
e imprecisa.
Dicho concepto abarca fenómenos tan diferentes como el extremismo fanático
musulmán que, en el caso de una desviación de la religión, es también
favorable a la aplicación de la pena de muerte y, por otra parte, el
compromiso de cristianos católicos de conservar la fe tradicional de la
Iglesia .La sospecha de fundamentalismo afecta, sin distinción tanto a
algunas asociaciones eclesiales, que desde el inicio han acatado los
principios fundamentales de la Iglesia y son fieles al concilio Vaticano II,
como a los seguidores de monseñor Marcel Lefebvre.
En el fondo, el concepto de fundamentalismo se utiliza a menudo como eslogan
para atacar a alguien, más que como expresión para describir un fenómeno
espiritual claramente determinado. En este contexto, se habla a veces
también de dogmatismo, de integrismo, de tradicionalismo, de sospecha con
respecto a personas que piensan y viven de forma diversa, o del miedo ante
la propia decisión.
Lo que la crítica pretende con relación al fundamentalismo es rechazar una
actitud de la fe caracterizada por el miedo y la incertidumbre, que no
admite ningún desarrollo del dogma y de la comprensión de la verdad, se
atiene firmemente a formas y fórmulas rígidas, y no se atreve a exponerse a
la praxis de la vida que cambia. Esta forma de crítica es objetiva. Con
todo, algunos críticos tienden a considerar fundamentalistas a todos los
grupos o movimientos que, a pesar de los múltiples cambios actuales, se
mantienen firmes en profesar la existencia de verdades permanentes y de
valores que obligan, y que no se apartan "de la plenitud, de la forma
estructurada y de la belleza del mundo de la fe católica"(3). Esos críticos
deberían preguntarse si no corren ellos mismos, a veces, el peligro de caer
en un relativismo con respecto a los valores y a la verdad, sosteniendo al
mismo tiempo cierta pretensión de absoluto, al querer decidir por sí mismos
cuáles son los fundamentos de la realidad actual de la vida y de la fe.
En su nuevo libro "La sal de la tierra", el cardenal Ratzinger responde a la
pregunta sobre el significado y el peligro del fundamentalismo moderno de
modo muy preciso: "Un elemento común a todas esas corrientes, que nosotros
llamamos fundamentalistas, es su afán por encontrar una fe segura y
sencilla. Esto, en sí mismo, no es malo, todo lo contrario, porque la fe
-como tantas veces se nos repite en el Nuevo Testamento- se dirige a los
sencillos, a los pequeños, a los que no son capaces de captar complicadas
sutilezas académicas. Si en nuestra vida actual pesa tanto la falta de
seguridad, las dudas, y la ausencia de fe en la verdad conocida, desde luego
no vivimos de acuerdo con el modelo de vida que la Biblia nos propone. Pero
ese deseo de seguridad y sencillez, del que hablábamos, puede ser peligroso
y acabar en un puro fanatismo y en estrechez de miras. Cuando las razones de
la fe son dudosas, también se falsea la fe. Y entonces se convierte en una
idea partidista, que ya nada tiene que ver con el dirigirse confiadamente a
un Dios vivo causa de nuestra vida. Entonces se producen formas patológicas
de religiosidad, como, por ejemplo, esas búsquedas de apariciones, con
mensajes del más allá, y otras cosas por el estilo. Los teólogos, en vez de
referirse con superficialidad a los fundamentalismos cada vez más
extendidos, deberían detenerse a reflexionar sobre qué parte de culpa puedan
tener ellos de que tantas personas huyan hacia otras formas de religiosidad
más estricta y a veces, incluso, perjudiciales para el hombre. Si
continuamos cuestionándolo todo, sin dar las respuestas positivas de la fe,
no podremos evitar una gran huida(4).
RESPUESTA A ALGUNAS CRÍTICAS
En la primera parte de este articulo he tratado de aclarar brevemente los
conceptos de secta y de fundamentalismo; ahora, en esta segunda, responderé
a las diversas críticas que se hacen a las nuevas comunidades eclesiales
.Como he explicado, no se puede tacharse sectas a los grupos y movimientos
reconocidos por la Iglesia, pues la aprobación eclesiástica atestigua su
arraigo en la Iglesia. A veces son muchas las críticas que se lanzan contra
los nuevos carismas, a pesar de su reconocimiento por parte de la Iglesia. A
este respecto, es preciso tener presente que se debe distinguir entre la
doctrina y la actividad de estas comunidades, reconocidas por la Iglesia
como carismas, y las debilidades de algunas personas. Todos sabemos que el
obrar humano es imperfecto. Por ello, hay que subrayar una vez más, que la
autoridad de la Iglesia debe intervenir donde se produzcan desviaciones.
Algunas críticas que se han hecho son: lavado de cerebro, aislamiento y
separación del mundo, alejamiento de la familia, dependencia de
personalidades carismáticas, creación de estructuras intra-eclesiales
propias, violación de derechos humanos, problema de los ex-miembros. Trataré
de responder a esas críticas:
LAVADO DE CEREBRO
Este término ni siquiera es aplicable al cambio de la personalidad que a
menudo se produce dentro de las sectas, pues con él se quiere aludir a
métodos inhumanos, aplicados por regímenes totalitarios, para influenciar y
cambiar la personalidad del hombre. Ese término no se puede aplicar de
ninguna manera a la formación de los miembros de comunidades eclesiales,
puesto que la formación es una transformación, querida libremente, que
respeta la dignidad humana; una transformación de toda la persona en Cristo,
que deriva de la llamada programática de Jesús a convertirse y a creer (cf.
Mc 1, 14 ss). Quien sigue la llamada de Jesús en la gracia y en la libertad,
adquiere una visión sobrenatural de la vida en todas sus dimensiones.
También San Pablo, en una de sus cartas, habla de esta transformación,
cuando afirma: "No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos
mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál
es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto"(Rm 12, 2). En
la tradición cristiana, ese proceso se suele llamar metánoia: conversión de
vida. Tal cambio de vida se basa en la experiencia de ser llamado por el
Dios vivo a seguirlo en un camino particular. La conversión es un proceso de
vida, que requiere una continua decisión libre del cristiano. Es deber de
las comunidades eclesiales controlar que la decisión de seguir la llamada
sea libre. Una serie de directrices canónicas está orientada a ello.
AISLAMIENTO Y SEPARACIÓN DEL MUNDO
El Evangelio dice que los cristianos no son "del mundo" (En 17, 16), sino
que cumplen su misión "en el mundo" (En 17, 18). Alejamiento del mundo no
significa separación de los hombres y de sus alegrías, preocupaciones y
necesidades, sino alejamiento del pecado. Por tanto, Jesús ora por sus
discípulos:"No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del
maligno" (En 17, 15). Si los cristianos no hacen ciertas cosas como los
demás, o si no siguen completamente la moda, no quiere decir que desprecien
el mundo. Sólo rechazan lo que va en contra de su fe o lo que no consideran
más importante porque han encontrado "el tesoro escondido en un campo" (Mt
13, 44). La unión con Cristo debe impulsarlos a no apartarse a un mundo
propio, sino a santificar el mundo, transformándolo en la verdad, en la
justicia y en la caridad. En una sociedad marcada por los medios de
comunicación social, en la que la Iglesia debe ser una "casa de cristal",
debemos afrontar también el desafío de ser transparentes en el sentido de la
primera carta de San Pedro, es decir, "siempre dispuestos a dar respuesta a
todo el que os pida razón de vuestra esperanza" (I Pe 3, -15). Esto vale
también para las comunidades contemplativas, que viven dentro de las paredes
del monasterio y, mediante la oración y el sacrificio, se dedican al bien de
los hombres. En efecto, la Iglesia, por una parte, es una "sociedad de
contradicción"(5); y, por otra, una comunidad misionera en medio del mundo.
En varias ocasiones el Concilio Vaticano II puso de relieve ese aspecto,
citando-entre otras fuentes- el antiguo Discurso a Diogneto. En ese
Discurso, escrito entre el siglo II y el III, se subraya que los cristianos,
como todos los hombres, viven en el mundo, pero al mismo tiempo se oponen al
espíritu del mundo, porque tienden a una meta que está más allá del mundo.
Precisamente así cumplen su misión por el bien del mundo.
"Para decirlo brevemente, lo que es el alma en el cuerpo eso son los
cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del
cuerpo, y cristianos hay por todas las ciudades del mundo. Habita el alma en
el cuerpo, pero no procede del cuerpo; así los cristianos habitan en el
mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel
del cuerpo visible; así los cristianos son conocidos como quienes viven en
el mundo, pero su religión sigue siendo invisible. La carne aborrece y
combate al alma, sin haber recibido agravio alguno de ella, porque no le
deja gozar de los placeres, a los cristianos los aborrece el mundo, sin
haber recibido agravio de ellos, porque renuncian a los placeres(...). Los
cristianos viven de paso en moradas corruptibles, mientras esperan la
incorrupción en los cielos. El alma, maltratada en comidas y bebidas, se
mejora; lo mismo los cristianos, castigados de muerte cada día, se
multiplican más y más. Tal el puesto que Dios les señaló y no les es lícito
desertar de él"(6)
ALEJAMIENTO DE LA FAMILIA
El respeto y la solicitud amorosa hacia los padres y familiares forma parte
esencial del mensaje cristiano. Pero si se trata de la llamada a su
seguimiento particular, Jesús pide que también se alejen de su familia: los
Apóstoles abandonaron su familia, su profesión, su patria. Ese modo de
seguir a Cristo continúa en la historia hasta nuestros días. Algunos padres
se alegran de que uno de sus hijos o hijas tome esa decisión, pero, a este
respecto, pueden surgir conflictos con los familiares. Jesús mismo los
previó (cf. Mt 10, 37).
Dejar que un hijo se marche no siempre es fácil, ni siquiera en el caso del
matrimonio. De todos modos, si se abandona la casa por la llamada de Jesús y
con plena libertad, no se trata de huir de los deberes familiares, y no se
puede achacar a un influjo injustificado por parte de una comunidad. Sólo
sería criticable si se buscara adrede una ruptura con los familiares que se
esfuerzan también por vivir su fe cristiana. En efecto, todo miembro de la
familia es libre de escoger su camino en la vida. También a este propósito
es preciso ser tolerantes, respetando la decisión de la conciencia de la
persona.
Ciertamente, en el pasado se han producido situaciones difíciles, y también
se dan hoy conflictos como, por ejemplo, el de las comunidades que influyen
en menores de edad contra la voluntad de sus padres, o el de algunos padres
que no comprenden o no aceptan la decisión de un hijo que quiere entrar en
una comunidad religiosa. Sin embargo, si se vive el seguimiento de Jesús con
amor, con decisión y con afecto cristiano, y si se respeta la libre decisión
de cada uno, se puede crear una relación de confianza entre la familia
natural y la espiritual, con resultados muy positivos. Muchos hombres, por
propia experiencia, pueden atestiguarlo.
DEPENDENCIA DE PERSONALIDADES CARISMÁTICAS
Es preciso distinguir con esmero entre personas que utilizan su capacidad de
modo egoísta y falso para dominar a los demás y hacerlos dóciles, y las
personas realmente carismáticas, que también las hay hoy en la Iglesia.
Éstas ofrecen todo su ser "con pureza" (II Cor 6, 6) por el bien de la
Iglesia y de los hombres. En la historia de la salvación encontramos
continuamente nuevas personalidades carismáticas. Su prototipo es Jesucristo
mismo. Siguiendo su ejemplo, innumerables hombres y mujeres han descubierto
su camino en la vida y su felicidad. Fundadores y otros hombres
carismáticos, como San Benito, San Ignacio, Santa Clara o Santa Ángela de
Merici, se esforzaron por ganar a otras personas para Cristo. Dios los envió
como un regalo a su Iglesia. Con la libertad de los hijos de Dios,
transmitieron a otros la riqueza sobrenatural de su vida, y siempre se
sometieron a la autoridad de la Iglesia. ¿No debemos dar gracias a Dios
porque nos regala también hoy personas tan llenas de espíritu? Además de
conservar las estructuras establecidas y consolidadas, ¿no debemos también
estar abiertos al soplo del Espíritu Santo, que es el alma de la iglesia?
CREACIÓN DE ESTRUCTURAS INTRA-ECLESIALES PROPIAS
A menudo se critica a ciertos grupos porque forman una "iglesia dentro de la
Iglesia". Para evitar ese peligro, es preciso buscar siempre una relación
equilibrada entre estructuras eclesiales existentes, sobre todo la
parroquia, y los nuevos grupos. A este respecto, el cardenal Ratzinger
afirma: "A pesar de los grandes cambios esperados, en mi opinión, la célula
principal para la vida comunitaria seguirá siendo la parroquia (...) Habrá
que aprender a caminar uno junto a otro, y eso, sin duda alguna, supone un
enriquecimiento. ¿Con qué rapidez sucederá esto en la historia? Dependerá,
seguramente, de que haya grupos con un carisma determinado debido a la
personalidad de su fundador y de que se mantengan unidos recorriendo juntos
un camino espiritual específico. El intercambio de experiencias entre la
parroquia y cada uno de esos movimientos será muy necesario, porque cada
movimiento tendrá que estar unido a la parroquia para no verse convertido en
secta, y la parroquia necesitará de esos movimientos para no quedarse
entumecida. Actualmente, en las órdenes religiosas se han creado otras
formas de vida en medio del mundo. Cualquiera que lo desee puede comprobar,
y se asombrará de ello, la diversidad de formas de vida cristiana totalmente
nuevas ya existentes, y seguramente en medio de todas ellas podría
entreverse la Iglesia de mañana"(7).
VIOLACIÓN DE DERECHOS HUMANOS
Desde tiempos antiguos el núcleo de la vida consagrada fue el seguimiento de
Cristo en el celibato (en la virginidad), en la obediencia y en la pobreza.
Quien elige este camino y, después de varios años de reflexión y de oración,
asume sus respectivos compromisos, renuncia a determinados derechos por una
libre decisión de conciencia: al derecho de contraer matrimonio; al derecho
a la autodeterminación; y al derecho a administrar y a adquirir bienes de
forma independiente. El Concilio enseña: "Los consejos evangélicos de
castidad consagrada a Dios, pobreza y obediencia tienen su fundamento en las
palabras y el ejemplo del Señor. Recomendados por los Apóstoles, los Padres
de la Iglesia, los doctores y pastores, son un don de Dios, que la Iglesia
recibió de su Señor y que con su gracia conserva siempre"(8). La decisión de
seguir esa forma de vida, si se toma voluntariamente, no viola los derechos
humanos, sino que es la respuesta a una llamada particular de Cristo. De
todos modos, los responsables de las diversas comunidades deben apoyar la
disponibilidad de los miembros con sinceridad y ayudarles a que fructifique
en el espíritu de una verdadera comunión, para la edificación de la Iglesia
y para el bien de los hombres.
EL PROBLEMA DE LOS EX-MIEMBROS
En todas las comunidades religiosas los nuevos miembros disponen de un
tiempo de conocimiento recíproco, de crecimiento y de auto-examen, como
preparación para un compromiso definitivo. Los superiores también tienen
derecho a expulsar a alguno, si se producen ciertos hechos graves. Por
desgracia, también hay abandonos o expulsiones, cuando alguien da un paso
definitivo. Algunos de los que han abandonado una comunidad conservan un
buen contacto y, de común acuerdo, siguen su camino. Naturalmente, las
comunidades reconocidas por la Iglesia también deben ofrecer a sus miembros
y ex-miembros la posibilidad de dirigirse, en caso de conflicto, a las
instancias eclesiásticas competentes.
Ahora bien, algunos de los ex-miembros difunden sus experiencias negativas
en los medios de comunicación social. Donde haya personas que viven juntas,
hay inevitablemente límites y debilidades. Pero eso no justifica que se
presenten las propias dificultades en el interior de una comunidad como
válidas en general. Esas experiencias negativas de algunos son siempre
dolorosas para la entera comunidad de la Iglesia. Tales experiencias a
menudo son destacadas por la publicidad secular, a la cual, normalmente, no
le interesan las cuestiones doctrinales, sino sólo los comportamientos y las
consecuencias que de ellas derivan. En la discusión se pone de relieve que
la Iglesia, en sus diversas comunidades, es una "sociedad de contradicción"
ante la sociedad liberal y secular. "Quien acepta la religión sólo en la
forma de una religión civil adaptada a la mentalidad social, considerará
sospechoso todo lo que sea radical"(9). Si una crítica se basa en una
acusación realmente seria, la autoridad eclesiástica la examinará a fondo;
una crítica puede llevar también a una purificación y a un mejor crecimiento
de esa comunidad.
En el Informe Vaticano de 1986 sobre "el fenómeno de las sectas o nuevos
movimientos religiosos" se afirma, al respecto, que actitudes sectarias
(como, por ejemplo, la intolerancia y el proselitismo agresivo, citadas en
dicho Informe) no bastan para constituir una secta, pues pueden darse
también en comunidades eclesiales. Ahora bien, se afirma textualmente que
estos grupos "pueden cambiar positivamente mediante una profundización de su
formación cristiana y a través del contacto con otros cristianos. En este
sentido, dichos grupos pueden crecer dentro de una mentalidad y actitud más
eclesiales"(10). Esta actitud eclesial se requiere en ambas partes: en las
comunidades, para que presenten su carisma como un don entre muchos otros
(rechazando así la tentación de una "pretensión eclesiástica absolutista") y
también en los que no tienen un acceso inmediato a esas formas de vida
eclesial, porque reconocen en esas comunidades un don del Espíritu, que da
la vida, un don que brinda a muchos hombres un acceso a la fe.
Hoy, en varios países del mundo, está apareciendo un nuevo deseo de vivir
más resueltamente el mensaje de Cristo, a pesar de todas las debilidades
humanas; de servir a la Iglesia en comunión con el Santo Padre y los
obispos. Muchos ven en los nuevos carismas un signo de esperanza. Otros los
consideran realidades extrañas, y otros como un desafío o incluso como una
acusación contra la que se defienden, a veces hasta con reproches. Algunos
promueven un humanismo que se aparta cada vez más de sus raíces cristianas.
Pero no hemos de olvidar que "la expresión conciliar ecclesia semper
reformanda no sólo se refiere a la necesidad de reflexionar sobre las
estructuras, sino también a la apertura siempre nueva y al replanteamiento
de acuerdos con el espíritu del tiempo demasiado favorables"(11).
Notas
1. Cf. HANS GASPER, Ein problematische Etikett.
Mit dem Sektenbegriff sollte man behutsam umgehen: Herder Korrispondenz 50
(1996) 577-580; HANS MAIER, Sekten in der Kirche? Es muB Platz geben für
unterschiedliche Wege: Klerusblatt 76 (1996) 208.
2. LIBERO GEROSA, Charisma und Recht, Trier 1989, 66; citas en el texto
tomadas de Lumen Gentium, 12.
3. LEO SCHEFFEZYK, Katolische Glaubenswelt. Wahrheit und Gestalt,
Aschaffenburg 1977, p.351.
4. JOSEPH RATZINGER, La sal de la tierra. Cristianismo e Iglesia católica
ante el nuevo milenio. Una conversación con Petr Seewald. Ed. Palabra,
Madrid 1997, p.146.
5. Cf. GERHARD LOHFINK, Wie hat Jesus Gemeinde gewollt? Friburgo 1993, pp.
142ss, 181ss.
6. Discurso a Diogneto,VI: Padres Apostólicos. BAC, Madrid 1993, pp.
851-852.
7. JOSEPH RATZINGER, La sal de la tierra. Cristianismo e Iglesia católica
ante el nuevo milenio. Una conversación con Peter Seewald. Ed.Palabra,
Madrid 1997, p. 289.
8. Lumen gentium, 43.
9. HANS GASPER, op.cit. (cf. nota 1)
10. SECRETARIADO PARA LA UNIÓN DE LOS CRISTIANOS, SECRETARIADO PARA LOS NO
CRISTIANOS, SECRETARIADO PARA LOS NO CREYENTES Y CONSEJO PONTIFICIO PARA LA
CULTURA. Informe sobre "El fenómeno de las sectas o nuevos movimientos
religiosos. Introducción": L'Osservatore Romano, edición en lengua española,
25 de mayo de 1986, p.6.
11. HANS MAIER, op. cit. (cf. nota 1).