La droga, sinónimo de muerte: Declaración de la Conferencia Episcopal Argentina
Los obispos argentinos, reunidos en nuestra Asamblea Plenaria hemos recogido
el eco doloroso de muchas familias de todo el país, cuyos hijos quedaron
atrapados por los efectos de la droga y sus secuelas de muerte y
destrucción.
En la Argentina que anhelamos no sobra nadie. Sin embargo, la droga y su
comercio de muerte se han instalado entre nosotros; entró para quedarse en
la escuela, en el club, en la esquina, en los boliches y recitales, en la
cancha, en las cárceles y hasta en los lugares de trabajo. Tan flagrante
marginación de nuestros niños y jóvenes nos produce mucho dolor y «la
Iglesia no puede permanecer indiferente ante este flagelo que está
destruyendo a la humanidad, especialmente a las nuevas generaciones» (Doc.
Aparecida, 422).
Toda la vida de Jesús es manifestación del infinito amor de Dios por
nosotros, significado en sus gestos de compasión y misericordia. Muere en la
Cruz por todos, y resucita para darnos vida en abundancia. Sus palabras
reflejan siempre lo que llevaba en el corazón. Así lo vemos, por ejemplo, en
la parábola del buen samaritano. Aquel hombre caído a la vera del camino,
herido y golpeado por ladrones, es signo de los que están abatidos y
agobiados por toda clase de males. Hoy nos interpelan de modo particular los
rostros sufrientes de quienes están atrapados y condenados por una de las
calamidades más grandes de estos últimos tiempos, como es el consumo y las
adicciones a la droga.
1. Indignos escenarios de muerte
El narco-negocio se instaló en nuestro país, prospera exitosamente, destruye
familias y mata. Nuestro territorio ha dejado de ser sólo un país de paso.
Observaciones confiables y de diversas fuentes nos advierten que el consumo
arraiga en los jóvenes, y avanza sobre la inocencia y fragilidad de los
niños. Cuando se asocian a las malas compañías del alcohol, los inhalantes,
la violencia y el desamparo, el resultado es un complot para el exterminio.
Desde los más altos niveles su tráfico genera corrupción y muerte:
asesinatos por encargo, extorsiones, dependencias esclavizantes,
prostitución. «El uso abusivo de drogas es una grave falta moral porque
afecta a la salud e incita a actividades clandestinas igualmente dañinas»
(Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2291).
En todos los ambientes, los que prueban la droga por curiosidad y se
convierten en adictos, si no llegan a una muerte prematura, frenan su
crecimiento y desarrollo personal. Todo lo que esté relacionado con la droga
es deshumanizante, anula el don de la libertad, sumerge en el fracaso los
proyectos de vida y somete a las familias a duras pruebas.
Los familiares y amigos de los adictos se enfrentan día a día, con
impotencia, a un enemigo de enorme capacidad de mal. No está demás decir,
que una persona drogada resigna su espacio en la sociedad: todos pierden sus
vínculos afectivos, el obrero su trabajo, el joven y el niño la escolaridad.
En este angustioso marco, la Iglesia proclama la Buena Noticia de Dios que
nos conduce a la Vida: Jesucristo, que ha vencido a la muerte y nos ha
señalado el camino de salvación. Con los obispos de América Latina
anunciamos que «la alegría que hemos recibido en el encuentro con
Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor,
deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las
adversidades; deseamos que la alegría de la Buena Noticia del Reino de Dios,
de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos
yacen al borde del camino, pidiendo limosna y compasión (cf. Lc 10, 29-37;
18, 25-43). Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier
persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la
vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo» (Doc.
Aparecida, 29).
2. Las causas
¿Por qué la droga encuentra un campo tan propicio para su expansión?. Juan
Pablo II dice que «la droga no es como un rayo que cae en una noche luminosa
y estrellada. Más bien es como un rayo que cae en una noche tormentosa...».
Esa noche tormentosa describe el vacío existencial que produce el contexto
consumista y hedonista en el que vivimos. Nuestra sociedad ha distorsionado
el sentido de la vida y los valores. El «ser más» ha dado paso al «tener
más».
Los jóvenes se sienten sin raíces, obligados a afrontar un presente fugaz y
un futuro incierto. Se suma a esto que muchas veces no encuentran adultos
disponibles para la escucha y la comprensión. De tal forma, que la
drogadicción no es sólo un problema de «sustancias», sino más bien de
cultura, valores, conductas y opciones. Es expresión de un malestar profundo
que algunos llaman «vacío existencial». Así pues, para una cantidad
creciente de jóvenes, se afianza la convicción que vivir no tiene sentido,
no vale la pena. Más de una vez, hemos escuchado decir a jóvenes en
situación de riesgo: «yo ya estoy jugado»; para ellos, felicidad, libertad,
amor, son sólo palabras huecas, tan vacías como sus bolsillos o estómagos.
Padecen la «vida deshonrada», en una sociedad inhóspita e indiferente, y
muchas veces sin una contención de sus hogares y familias.
El demonio,»padre de la mentira» odia la salud y la vida, busca aliados para
expandir como peste este veneno. Genera verdaderas estructuras de pecado que
desprecian el amor y la dignidad humana.
3. Caminos a recorrer
Todos sabemos algo acerca de la droga, es un tema de la vida cotidiana en
nuestras casas. Al mismo tiempo, advertimos que es una realidad muy
compleja: por un lado, su organización con métodos mafiosos y vínculos
insospechables en todos los niveles parece no tener límites; por otro, la
ausencia de valores en todos los estratos sociales, el escándalo de la
pobreza y la exclusión social, achican los horizontes y esperanzas de
nuestros jóvenes. Al no reconocer la profundidad y gravedad de esta deuda
para con las generaciones del presente, estamos favoreciendo su negocio
letal. Nos falta la valentía y el coraje necesarios para encarar seriamente
este problema. La indiferencia, el consumismo, la desunión de la familia,
sumados al poderoso tráfico y comercio de drogas, abre el camino para
destruir a los más vulnerables: nuestros chicos y chicas. Porque confiamos
en la prevención educativa, nos parece insuficiente la atención que presta a
este tema la Ley de Educación Nacional, recientemente aprobada.
La lucha contra la droga-dependencia no es un interrogante sin respuesta,
aunque ésta nunca será sencilla. La situación es grave y requiere una acción
mancomunada de toda la sociedad, que a corto plazo pueda transformarse en
política de estado.
La experiencia nos enseña que los caminos para enfrentarla van en tres
direcciones:
* Promover una cultura de la vida, fundada en la dignidad trascendente de
toda persona humana, llamada a ser feliz y a vivir libre de toda esclavitud;
cuánto más de estos falsos paraísos de la droga.
* Despejar la falsa ilusión de que de la adicción se entra y se sale
fácilmente. Por supuesto que muchos, con gran esfuerzo y apelando a diversas
ayudas y tratamientos, podrán recuperarse. Recordemos que siempre el amor de
Dios se acerca a quienes se disponen a crecer en dignidad: «En el mundo
tendrán tribulaciones, pero no teman, Yo he vencido al mundo» (Jn. 16,33)
* Denunciar y perseguir a los mercaderes de la muerte que con el escandaloso
comercio de la droga están destruyendo a la humanidad, especialmente a las
nuevas generaciones, para lo cual deben concurrir todos los recursos que
cuenta nuestro Estado de derecho, en una lucha frontal contra el tráfico y
el consumo.
4. El Evangelio anuncia la cultura de la vida
Jesús nos da fuerzas cuando nos dice: «Yo he venido para que tengan vida, y
la tengan en abundancia» (Jn 10,10). A todos los que fueron tocados por esta
miseria y sufren esta penosa esclavitud, especialmente a los niños y
jóvenes, queremos abrazarlos y llevarlos al Corazón de Cristo para decirles
que «Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que
está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña
en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de
todas las pruebas» (Doc. Aparecida, 30).
El desafío es grande. Entre todos debemos generar una red social que
propicie la cultura de la vida. En este esfuerzo es fundamental el concurso
de toda la sociedad, para gestar un compromiso solidario que comprenda a
madres y padres, docentes, funcionarios, medios de comunicación,
instituciones religiosas; en fin, para que en todos los ámbitos sociales
haya una contundente opción por la vida fundada en la dignidad de la
persona. Debemos recrear caminos de esperanza, fortaleciendo metas e
ideales, que den sentido a la existencia, reconstruyendo una cultura, en la
que el esfuerzo, el sacrificio y aún el dolor, hagan prever una cosecha de
frutos abundantes para el bien común.
Esta red social deberá propiciar:
- la denuncia de hechos delictivos o políticas que por acción u omisión
favorezcan las adicciones.
- una estrategia de prevención basada en tareas educativas en todos los
niveles, fundamentalmente en el seno de la familia, las iglesias, la
escuela, las fuentes de trabajo, las comunidades barriales y en todos los
ambientes donde se dignifique y se celebre la vida.
- la multiplicación de espacios sanantes donde se facilite la recuperación
de los adictos y su reinserción a la sociedad.
El Señor Jesús proclamó «bienaventurados a los que son misericordiosos
porque obtendrán misericordia» (Mt 5,7). A la escucha de esta Palabra,
queremos animar y caminar junto a todas las personas que han acercado su
corazón a la causa que nos ocupa: en primer lugar a las madres que ven
sufrir a sus hijos y se organizan para protegerlos. A los hombres y mujeres,
que con responsabilidad y amor al prójimo, no pasan de largo ante la
tragedia que nos embarga y entristece a todos. Alentamos especialmente a los
profesionales del Derecho y la Justicia a obrar con celeridad ante este
flagelo, pues están en juego miles de vidas que necesitan la protección de
la Ley para seguir creciendo como ciudadanos.
Agradecemos a Dios que muchas instituciones religiosas y organizaciones de
la sociedad civil ya trabajan en variadas iniciativas terapéuticas de
prevención y contención. Invitamos a todos a obrar como el buen samaritano.
Como Iglesia, con la fuerza que nos viene del Evangelio de la Vida y con los
humildes medios que contamos, renovamos nuestro deseo de estar al servicio
de la sociedad para comprometernos solidariamente a enfrentar este mal. Para
ello, estamos elaborando un programa de acción pastoral que sea signo del
amor de Dios por los que sufren. Confiamos que nuestro Padre habrá de
inspirarnos a todos para que logremos dar la respuesta oportuna y eficaz a
este drama.
La Virgen Santísima, como buena Madre nos acompañará en esta misión. Los
heridos por las adicciones la buscan y Ella les pertenece y la sienten como
madre y hermana.
Pilar, 9 de noviembre de 2007
En las vísperas de la beatificación de Ceferino Namuncurá
94ª Asamblea Plenaria de la CEA