La Santa Sede, la ONU, las religiones y la paz
Intervención que pronunció el arzobispo
Celestino Migliore, observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones
Unidas, en la asamblea general de esa institución dedicada a analizar "La
cultura de la paz".
La cuestión de la religión y la contribución de las religiones a la paz y al
desarrollo se ha planteado de nuevo en las Naciones Unidas durante los
últimos años porque resultan urgentes e ineludibles según la opinión del
mundo. Hace un siglo y medio, al inicio de la revolución industrial, se
presentaba a la religión como "el opio de los pueblos". Hoy, en el contexto
de la globalización, se la considera cada vez más la "vitamina de los
pobres".
La contribución única de las religiones y el diálogo y la cooperación entre
ellas forman parte de su razón de ser, que consiste en servir a la dimensión
espiritual y trascendente de la naturaleza humana. De igual modo, tienden a
elevar el espíritu, tutelar la vida, dar fuerza a los débiles, traducir
ideales en acción, purificar las instituciones, contribuir a solucionar las
desigualdades económicas y no económicas, inspirar a sus responsables e ir
más allá del sentido normal del deber, permitir a las personas lograr una
realización mayor de su potencial natural y contrastar situaciones de
conflicto a través de la reconciliación, los procesos de reconstrucción
después de los conflictos y la purificación de memorias marcadas por la
injusticia.
Es sabido que a lo largo de la historia algunas personas y líderes han
manipulado las religiones. Del mismo modo, los movimientos ideológicos y
nacionalistas han visto las diferencias religiosas como una oportunidad de
obtener apoyo para sus causas. Recientemente, la manipulación y el mal uso
de la religión con fines políticos han suscitado debates y estimulado
deliberaciones en las Naciones Unidas sobre este tema, insertándolo en el
contexto de los derechos humanos.
De hecho, ya desde hace tiempo se viene debatiendo en las Naciones Unidas
sobre el papel de las religiones y se siente profundamente la necesidad de
una visión coherente de este fenómeno y de su enfoque adecuado. Mi
delegación quiere presentar algunas consideraciones sobre esta cuestión,
para contribuir a una interacción apropiada y eficaz de la religión y de las
religiones con los objetivos y las actividades de las Naciones Unidas.
El diálogo interreligioso, o entre confesiones diversas, orientado a
estudiar los fundamentos teológicos y espirituales de las diferentes
religiones con vistas a una comprensión y una cooperación recíprocas, está
resultando cada vez más urgente, una convicción y un esfuerzo concreto entre
muchas religiones.
Me alegra recordar aquí el papel guía asumido por la Iglesia católica hace
aproximadamente cuarenta años al dirigirse a las demás tradiciones
religiosas con la promulgación del documento conciliar Nostra
aetate. Hoy, muchas confesiones cristianas y otras religiones están
comprometidas en el diálogo con programas propios, y de este modo han
seguido progresando hacia una mayor comprensión recíproca. A este propósito,
la Santa Sede ha puesto en marcha una serie de iniciativas para promover el
diálogo entre las confesiones cristianas, con creyentes judíos, budistas e
hindúes. Hace más de cuarenta años se creó un Consejo para el diálogo
interreligioso y, más recientemente, se ha puesto en marcha una iniciativa,
la primera de su género, con los representantes de los 138 firmantes
musulmanes del documento Una palabra común entre nosotros y vosotros. Este
compromiso mira a promover un respeto, una comprensión y una cooperación
mayores entre creyentes de diversas confesiones, a estimular el estudio de
las religiones y a promover la formación de personas que se dediquen al
diálogo.
Este tipo de diálogo teológico y espiritual requiere que se realice entre
creyentes y adopte una metodología apropiada. Al mismo tiempo, pone una
premisa y una base indispensables para esa cultura del diálogo y la
cooperación mucho más amplia que la que varias instituciones académicas,
políticas, económicas e internacionales han emprendido durante los últimos
decenios.
Recientes acontecimientos sociales y políticos han renovado el compromiso de
las Naciones Unidas por integrar sus reflexiones y su acción orientadas a la
consolidación de una cultura del respeto con una solicitud específica por la
comprensión interreligiosa. Los protagonistas de este diálogo son los
Estados miembros en su interacción con la sociedad civil. Su enfoque y su
metodología brota de la misión y del objetivo mismos de las Naciones Unidas.
Sin embargo, considerando el espíritu y la letra de la Carta de las Naciones
Unidas, así como de los instrumentos jurídicos más importantes, es justo
afirmar que la responsabilidad específica y primaria de las Naciones Unidas
ante la religión consiste en discutir, explicar y ayudar a los Estados a
garantizar plenamente, en todos los niveles, la realización del derecho a la
libertad religiosa, tal como se afirma en los documentos pertinentes de las
Naciones Unidas, que incluyen el pleno respeto y la promoción no sólo de la
libertad fundamental de conciencia sino también de la libertad de expresión
y de práctica de la religión de cada uno, sin restricciones.
De hecho, el objetivo y el fin definitivos de las Naciones Unidas en la
búsqueda de la comprensión y la cooperación interreligiosa son lograr
comprometer a los Estados, así como a todos los sectores de la sociedad
humana, a que reconozcan, respeten y promuevan la dignidad y los derechos de
toda persona y de toda comunidad en el mundo.