La política, sin la razón de Dios llega al totalitarismo
Los regímenes democráticos actuales se fundamentan en el pluralismo y en el agnosticismo. Ciertamente es ahí en donde se encuentra su mayor debilidad. Ahora bien, ¿qué hacen para remediar esta debilidad? Recurren a la regla de la mayoría. Se pide todo a la sola voluntad de la mayoría. Esta mayoría es supuestamente capaz de asegurar que el buen ciudadano debe respetar incondicionalmente la ley, so pena de ser acusado de asocialidad e incivismo. De ahí derivan situaciones verdaderamente surrealistas.
Hoy, por ejemplo, el buen ciudadano debe respetar una ley que quizá se encuentre en contradicción directa y total con otra que estuvo en vigor hasta hace veinticinco años, como ha pasado con el aborto. Se llega a lo que se llama consenso. De este modo, si hoy se llega a un acuerdo consensual sobre cierta situación, esto no impide encontrar mañana otro acuerdo consensual.
Así, en fin, bajo apariencia de tolerancia o de pluralismo, se nadará en el relativismo. Consecuencia inevitable: se derogan, en nombre de la mayoría, los derechos más fundamentales, que continúan, no obstante, siendo proclamados retóricamente en las Constituciones o en las Declaraciones.
El ideal de justicia es ocupado por constantes intentos de negociaciones, de continuos mercadeos. En suma, el poder termina por derivar de un simple acto de voluntad. Los más débiles acaban por ser reducidos a simples objetos, que se producen o se suprimen al ritmo de quienes tienen suficiente fuerza para hacer triunfar su propia voluntad.
Todos los totalitarismos contemporáneos derivan de las concepciones puramente inmanentistas del poder. Una vez suprimida la referencia a Dios, nada, excepto las convenciones, siempre renegociables, puede moderar el poder en su naturaleza íntima.
Es el triunfo de la ideología, de la mentira y, al cabo, de la violencia. Cuando Dios desaparece del horizonte político, el poder termina por reducirse a la pura fuerza. En este sentido, la elección política fundamental es siempre primero una elección de Dios o contra Dios. En resumen, tanto la experiencia histórica como la reflexión filosófica nos muestran que no es posible pensar la democracia en un sistema político en el que Dios ha sido suprimido
Michel Schooyans
de su conferencia
'Dios, o el postulado de la razón política'
(A&O 434)