Sin Dios, nada se construye: La Europa de Benedicto en la crisis de la cultura - nuevo libro del Papa Benedicto XVI
Ofrecemos un fragmento, publicado por el diario Corriere della Sera, de
L´Europa di Benedetto nella crisi della cultura, el nuevo libro del Papa
Benedicto XVI
En el debate acerca de la definición de Europa, en torno a su nueva forma
política, no está en juego una batalla nostálgica por una cierta vuelta a
épocas pasadas, sino sobre todo una gran responsabilidad por la Humanidad de
hoy.
Echemos una mirada de cerca a la contraposición entre las dos culturas que
han marcado Europa. En el debate sobre el Preámbulo de la Constitución
europea, tal contraposición se hace evidente en dos puntos concretos: la
referencia a Dios y la referencia a las raíces cristianas de Europa. Se dice
que, visto que en el artículo 52 se garantizan los derechos institucionales
de la Iglesia, podemos estar tranquilos. Pero eso significa que, en la vida
de Europa, la Iglesia tiene un lugar en el ámbito del compromiso político,
mientras que, en lo que se refiere a las bases de Europa, la impronta de su
contenido no encuentra espacio alguno. Las razones que se dan en el debate
público a este neto No son superficiales, y es evidente que, más que indicar
la verdadera motivación, la esconden. La afirmación de que la mención a las
raíces cristianas hiere los sentimientos de muchos que no son cristianos, es
poco convincente, ya que se trata, ante todo, de un factor histórico que
nadie puede negar seriamente.
Naturalmente, esta mención histórica contiene también una referencia al
presente, desde el momento en que, al hablar de la raíces, se indican las
fuentes de orientación moral, y éstas son un factor de identidad en esta
formación que es Europa. ¿Quién se siente ofendido? ¿Quién ve su identidad
amenazada? Los musulmanes, con los que tanto cuidado se tiene, no se sienten
amenazados por nuestras bases morales cristianas, sino por el cinismo de una
cultura secularizada que niega estas mismas bases. Tampoco nuestros
conciudadanos hebreos no se sienten ofendidos por la referencia a las raíces
cristianas, en cuanto esas raíces se extienden al monte Sinaí: llevan la
impronta de las voces que se hicieron sentir sobre el monte de Dios, y nos
ligan a las grandes orientaciones fundamentales que el Decálogo ha legado a
la Humanidad.
Lo mismo vale para la referencia a Dios: no es la mención de Dios lo que
ofende a los que pertenecen a otras religiones, sino sobre todo la intención
de construir la comunidad humana absolutamente sin Dios.
Las motivaciones para este doble No son profundas. Presupongo la idea de que
solamente la cultura ilustrada radical, la cual ha alcanzado su pleno
desarrollo en nuestro tiempo, podría ser constitutiva de la identidad
europea. Junto a ella pueden coexistir diferentes culturas religiosas con
sus respectivos derechos, a condición de que respeten los criterios de la
cultura ilustrada y se subordinen a ella. La cultura de la Ilustración está
sustancialmente definida por el derecho a la libertad. Parte de la libertad
como un valor fundamental que lo mide todo: la libertad de elección
religiosa, que incluye la neutralidad religiosa del Estado; la libertad de
expresar la propia opinión, a condición de que no ponga en duda este canon;
el ordenamiento democrático del Estado, con el consiguiente control
parlamentario de los organismos estatales; la libre formación de partidos;
la independencia del poder judicial; y la tutela de los derechos del hombre
y la prohibición de discriminación. Aquí el canon está todavía en vías de
formación, ya que hay derechos que parecen confrontados, como por ejemplo el
deseo de libertad de la mujer y el derecho a la vida del nasciturus. Así, el
concepto de discriminación se alarga cada vez más, y la prohibición de
discriminar se puede transformar en una limitación de la libertad de opinión
y de la libertad religiosa.
Confusa ideología de la libertad
Bien pronto no se podrá afirmar que la homosexualidad, como enseña la
Iglesia católica, constituye un desorden objetivo en la estructuración de la
existencia humana. Y el hecho de que la Iglesia está convencida de no tener
el derecho a conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, está
considerado por algunos como algo irreconciliable con el espíritu de la
Constitución europea. Es evidente que este canon de la cultura ilustrada
contiene valores importantes, de los que no podemos prescindir; pero también
es evidente que la concepción mal definida –o no definida, de hecho– de la
libertad, comporta inevitablemente contradicciones. Un uso radical de la
libertad conlleva limitaciones que esta generación no puede siquiera
imaginar. Una confusa ideología de la libertad conduce a un dogmatismo que
se revela, como siempre, hostil a la libertad.
En el diálogo, necesario, entre no creyentes y católicos, nosotros los
cristianos debemos permanecer fieles a esta línea de fondo: vivir una fe que
proviene del Logos, de la Razón creadora, y por tanto abierta a todo aquello
que es verdaderamente racional. Pero en este punto quiero, en mi calidad de
creyente, hacer una propuesta a los no creyentes: en la época de la
Ilustración se intentó entender y definir las normas morales esenciales
diciendo que serían válidas etsi Deus non daretur, aun en el caso de que
Dios no existiese. Ante las contraposiciones de las diferentes confesiones y
en la crisis referida a las distintas imágenes de Dios, se intentó poseer
valores morales esenciales más allá de contradicciones, y buscar para ellos
una evidencia independiente de las divisiones e incertezas de las distintas
filosofías y confesiones. Así, se quería asegurar las bases de la
convivencia y, en general, de la Humanidad. En aquella época parecía
posible, en cuanto que las grandes convicciones de fondo, procedentes en
gran parte del cristianismo, parecían innegables. Pero ya no es así.
La búsqueda de una certeza tranquilizadora, que
pudiese mantenerse incontestada más allá de todas las diferencias, es algo
fallido. Ni siquiera el esfuerzo, verdaderamente grandioso, de Kant ha
podido crear la necesaria certeza compartida. Kant había negado que Dios
pudiese ser conocido en el ámbito de la sola razón; pero, al mismo tiempo,
había situado a Dios, la libertad y la inmortalidad como postulados de la
razón práctica, sin los cuales, según él, no era posible la actuación moral.
¿La situación al día de hoy no nos podría hacer pensar que puede tener
razón? Lo diré con otras palabras: la tentativa, llevada hasta el extremo,
de plasmar las cosas humanas dejando completamente de lado a Dios nos
conduce siempre a lo más hondo del abismo, al desamparo total del hombre.
Deberíamos, entonces, dar la vuelta al argumento de los ilustrados y decir:
también quien no ha encontrado la vía de Dios debería buscar vivir y dirigir
su vida si Deus daretur, como si Dios existiese. Éste es el consejo que ya
daba Pascal a los amigos no creyentes; es el consejo que damos también hoy a
los amigos que no creen. Así ninguno queda limitado en su libertad, y así
todas nuestras cosas encuentran un sostén y un criterio del cual tenemos
urgente necesidad.
Benedicto XVI
Denuncia y esperanza
El nuevo libro de Benedicto XVI, publicado hace dos semanas en Italia, fue
presentado por el Presidente del Senado italiano, Marcello Pera, y por el
Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, cardenal Camillo Ruini, en
un clima de expectación por la actualidad de su contenido
La cultura, la vida, la fe y una Europa en busca de su identidad son los
grandes temas que recorre el Papa Benedicto XVI en su último libro, L´Europa
di Benedetto nella crisi della cultura, ya publicado en Italia. Los
encargados de la presentación fueron Marcello Pera y el cardenal Camillo
Ruini. El Presidente del Senado italiano, que se ha declarado no creyente,
afirmó que «este libro es profundamente actual, porque habla en términos
claros de la crisis de Europa y de temas de bioética. Es un libro asumible
también por los no creyentes, por lo acertado de sus propuestas de vida. Es
también un gran libro de denuncia: contra un cristianismo que reduce el
núcleo del mensaje de Cristo a los valores del Reino –al hacerlo, se olvida
a Dios mismo y se le sustituye por los solos valores–; denuncia también de
una cultura laicista que tiende a eliminar toda confesión de fe de la vida
pública. Europa ha desarrollado una cultura que, de un modo desconocido en
la historia de la Humanidad, excluye a Dios de la conciencia pública».
El cardenal Camillo Ruini afirmó, en la presentación del libro, que el Papa
«ha afrontado los nudos decisivos de la cultura europea en relación con el
cristianismo, que en Europa ha recibido su impronta cultural e intelectual
más eficaz, y permanece, por tanto, vinculado de modo especial a Europa
misma. En nuestros días, se ha desarrollado una racionalidad científica y
funcional que ha traído como consecuencia la concepción de que Dios no
existe o, cuando menos, no puede ser aceptado, por lo que toda referencia a
Él debe ser eliminada de la esfera pública. El libro contiene una propuesta
positiva: lo propio del cristianismo es ser la religión del Logos; ésa es su
fuerza, frente a una cultura en la que prima una naturaleza irracional en la
que el hombre y su racionalidad serían un subproducto. De hecho, la
racionalidad del universo no puede ser explicada sobre la base de lo
irracional, por lo que el Logos, la Inteligencia creadora, resulta la mejor
hipótesis. Este Logos se ha manifestado como amor en Cristo crucificado, y
sólo como amor se concreta la plena realización de nuestra existencia».
Juan Luis Vázquez (A&O 256)