Tomás Moro: político y santo
Vea también: Juan Pablo II declara a Santo Tomás Moro Patrono de los Gobernantes y Políticos
Tomás Moro (1478-1535): político y, sin embargo, santo. El 31 de octubre del
año 2000 fue proclamado patrón de los políticos y los gobernantes por Juan
Pablo II, que aceptó la propuesta presentada en 1985 por el entonces
presidente de la República italiana, Francesco Cossiga, y que recogió
centenares de firmas de jefes de Gobierno y de Estado, parlamentarios y
políticos.
Por Angela Aparisi
JUAN PABLO II HA
PROCLAMADO a Santo Tomás Moro patrono de los gobernantes y de los políticos.
¿Por qué el Papa ha escogido a este hombre del siglo XVI para proponerlo
como modelo actual para aquellos que trabajan en el ámbito de la política?
Santo Tomás Moro desempeñó el cargo de lord canciller de Inglaterra desde
1529 a 1532. Fue ejecutado públicamente en 1535, por orden de Enrique VIII.
La causa fue su fidelidad al catolicismo y a los dictados de su conciencia.
Fue su pensamiento y su coherencia moral, especialmente en la defensa de su
derecho a actuar según su conciencia, lo que le llevó a un proceso que le
privó de cargo, rango y honores, propiedades y su propia vida. No existe
duda de que a partir de su vida, y de su obra, puede ser considerado como
una figura clave en la historia política de Europa.
Las circunstancias históricas que condujeron al proceso contra Tomás Moro
son muy conocidas. Enrique VIII, rey de Inglaterra, había contraído
matrimonio con Catalina de Aragón. Posteriormente, el monarca solicitó al
Papa la anulación de este matrimonio. La razón que alegaba era que Catalina
había estado casada anteriormente con su hermano. En realidad, lo que
pretendía era legalizar su unión con Ana Bolena y garantizar así que su
descendencia pudiera heredar la Corona.
En noviembre de 1534, el Parlamento aprobó el “Acta de Supremacía”, en la
que se declaraba que el rey era la “única cabeza suprema sobre la tierra de
la Iglesia de Inglaterra”. Siendo ya gran canciller de Inglaterra, Tomás
Moro se negó a firmar esta disposición, a pesar de que sabía que ello
significaba caer en desgracia ante el rey. La respuesta fue rotunda: “En mi
conciencia, este es uno de los puntos en que no me veo constreñido a
obedecer a mi príncipe, ya que, a pesar de lo que otros piensen, en mi mente
la verdad se inclina a la solución contraria (...) Tenéis que comprender que
en todos los asuntos que tocan a la conciencia, todo súbdito bueno y fiel
está obligado a estimar más su conciencia y su alma que cualquier otra cosa
en el mundo”.
El derecho no puede ordenar cualquier cosa
En estas breves líneas se recoge, en esencia, el fundamento de la noción de
objeción de conciencia, tal y como la conocemos en la actualidad y de la
cual Moro fue un pionero: el Derecho no puede ordenar cualquier cosa.
Existen límites que debe respetar. El Estado no puede obligar a los
ciudadanos, ni aunque la decisión emane de un Parlamento, a realizar
acciones injustas o que agredan gravemente la conciencia de estos. En
palabras de Moro, “si yo fuere el único en mi bando y todo el Parlamento se
colocara en el otro, me sería muy doloroso, pero seguiría mis propias ideas
contra las de tan elevado número”.
Tomás Moro delimitó para su propia persona un pequeño ámbito de libertad: su
fe le impedía asentir al divorcio y a las nuevas nupcias de Enrique, así
como a la segregación de la Iglesia de Inglaterra de la Iglesia católica de
Roma. Su conciencia, rectamente formada, le impedía actuar en contra de su
fe. Por eso, se puede afirmar que el no asentir al divorcio y a la
supremacía real sobre la Iglesia no fue tanto una decisión de conciencia
como una consecuencia de su fe. Pero el actuar de acuerdo con los dictados
de la propia fe, el no dejarla de lado cuando las circunstancias se toman
extremadamente difíciles, fue un verdadero acto de obediencia a la propia
conciencia.
Como señala el autor alemán Peter Berglar en La hora de Tomás Moro: “Con la
fuerza de su conciencia, fue capaz de no negar su fe y, con la fuerza de su
fe, fue capaz de obedecer a su conciencia hasta la muerte”.
Tomás Moro fue conducido a la Torre de Londres y allí permaneció durante
quince meses. Hacia fines de 1534 fue objeto de las más severas
restricciones. Entre otras prohibiciones, se le negaron las visitas y se le
prohibió tener libros. Se le confiscaron sus tierras, y su salud se
deterioraba progresivamente.
Modelo de coherencia
El juicio contra Tomás Moro comenzó el 1 de julio de 1535. La vista fue en
el Hall, el mismo lugar en el que él y su padre habían administrado
justicia. Contestó al jurado que lo juzgó: “Habéis de comprender que en lo
que afecte a la conciencia, todo súbdito fiel y honrado ha de respetar su
propia conciencia y su alma más que ninguna otra cosa en el mundo;
especialmente cuando su conciencia es como la mía, es decir, que la persona
no da ocasión de calumnia, tumulto ni sedición frente a su príncipe”.
Se dictó sentencia de muerte, que se ejecutó cuatro días después. Ya en el
cadalso, Moro rogó a los presentes insistentemente que oraran por el rey,
para que recibiera buen consejo y volvió a afirmar que moría como buen
servidor del monarca, pero antes lo era de Dios. Su cabeza, escaldada con
agua hirviendo como era costumbre, fue colocada sobre un poste de la torre
del Puente de Londres. Cuando, un mes más tarde, su hija, se enteró de que
iba a ser arrojada al río, consiguió que se la entregaran. Actualmente se
encuentra en la Iglesia de San Dunstan, en Canterbury.
En definitiva, la coherencia moral de Tomás Moro, en un momento histórico en
el que Europa estaba marcada por profundas convulsiones de todo tipo, es,
efectivamente, un modelo para gobernantes y políticos y, en general, para la
sociedad actual. (Fuente Arvo.net)