Ante el orden mundial impuesto, el cristiano tiene que protestar: El cardenal Ratzinger analiza la filosofía de las Naciones Unidas
Combatir la pobreza eliminando a los pobres. Esta parecería ser la
estrategia que desde hace algunos años siguen algunas agencias de las
Naciones Unidas, el organismo que debería garantizar la justicia y equidad
en el Nuevo Orden Mundial. Ante esta situación, el cardenal Joseph
Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, publica un
artículo en el diario italiano «Avvenire» en el que denuncia la filosofía
que se encuentra detrás de estos planteamientos e invita a los cristianos a
provocar un nuevo despertar de las conciencias.
En el siglo XIX, la fe en el progreso consistía todavía en un optimismo
genérico que esperaba de la marcha triunfal de las ciencias una progresiva
mejoría de la condición del mundo y el aproximarse, de manera cada vez más
apremiante, de una especie de paraíso; en el siglo XX, esta misma fe ha
asumido una connotación política.
Por una parte, se han dado los sistemas de orientación marxista que
prometían al hombre alcanzar el reino deseado a través de la política
propuesta por su ideología: un intento que ha fracasado de manera clamorosa.
Por otra, ha habido intentos de construir el futuro bebiendo, de manera más
o menos profunda, en las fuentes de las tradiciones liberales.
Estos intentos están asumiendo una configuración cada vez más definida, que
toma el nombre de Nuevo Orden Mundial; encuentran expresión cada vez más
evidente en la ONU y en sus Conferencias internacionales, en especial en las
de El Cairo y Pekín, en sus propuestas de vías para llegar a condiciones de
vida diversas, dejar transparentar una verdadera y propia filosofía del
hombre nuevo y del mundo nuevo.
Una filosofía de este tipo no tiene ya la carga utópica que caracterizaba el
sueño marxista; por el contrario es muy realista, en cuanto que fija los
límites de los medios disponibles para alcanzarlo y recomienda, por ejemplo,
sin por esto tratar de justificarse, que no hace falta preocuparse por el
cuidado de aquellos que ya no son productivos o que no pueden ya esperar una
determinada calidad de vida.
Esta filosofía, además, no espera ya que los hombres, habituados a la
riqueza y al bienestar, estén dispuestos a hacer los sacrificios necesarios
para alcanzar un bienestar general, sino que propone estrategias para
reducir el número de los comensales en la mesa de la humanidad, para que no
se vea afectada la pretendida felicidad que estos han alcanzado.
La peculiaridad de esta nueva antropología, que debería constituir la base
del Nuevo Orden Mundial, resulta evidente sobre todo en la imagen de la
mujer, en la ideología del «Women´s empowerment» (la autorrealización de las
mujeres), nacida de la Conferencia de Pekín. Objetivo de esta ideología es
la autorrealización de la mujer: sin embargo, los principales obstáculos que
se interponen entre ella y su autorrealización son la familia y la
maternidad.
Por esto, la mujer debe ser liberada, de modo especial, de lo que la
caracteriza, es decir, de su especificidad femenina. Esta última está
llamada a anularse ante una «Gender equity» (equidad de género) y «equality»
(igualdad), ante un ser humano indistinto y uniforme, en la vida del cual la
sexualidad no tiene otro sentido si no el de una droga voluptuosa, de la que
se puede hacer uso sin ningún criterio.
En el miedo a la maternidad que se ha apoderado de una gran parte de
nuestros contemporáneos entra seguramente en juego también algo todavía más
profundo: el otro es siempre, a fin de cuentas, un antagonista que nos priva
de una parte de vida, una amenaza para nuestro yo y para nuestro libre
desarrollo.
Al día de hoy no existe ya una «filosofía del amor», sino solamente una
«filosofía del egoísmo». Es justamente en esto donde el hombre es engañado.
En efecto, en el momento en el que se le desaconseja amar, se le
desaconseja, en último análisis, ser hombre. Por este motivo, a este punto
del desarrollo de la nueva imagen de un mundo nuevo, el cristiano --no sólo
él, pero de todos modos él antes