Sigmund Freud: Un mito creador de mitos
Por Antonio Orozco-Delclós
La revista Europe Today (28-XII-1995) da noticia de la protesta de 50
psicólogos, historiadores y feministas, por la celebración de una exposición
dedicada a Sigmund Freud en la Biblioteca del Congreso de Washington. Las
críticas no han sido atendidas. La exposición no se había organizado en
torno a ningún aniversario, pero la Biblioteca del Congreso dispone de la
más amplia colección de cartas y objetos del fundador del psicoanálisis y ha
parecido lógico que organizase una exposición sobre ese hombre que ha
marcado «un nuevo rumbo al pensamiento del siglo XX».
Más de 50 años después de su muerte, la personalidad de Freud (1856-1939)
sigue siendo controvertida. El premio Nobel de Medicina Sir Peter Medawar,
ha calificado al freudismo como «uno de los pasajes más tristes y extraños
de la historia del pensamiento del siglo XX». El mismo Freud sufrió, durante
su vida, duras críticas que le acusaban de poco científico, subjetivo y
charlatán. Su personalidad autoritaria, la tentación de convertir a sus
discípulos en leales miembros de una cuasi religión y sus trabajos
especulativos sobre el fenómeno religioso y sobre la civilización, hicieron
que se le tomara por un loco. Pero Freud transformó las pautas del
pensamiento de su tiempo. Fue una extraña mezcla de racionalista y de
profeta, destruyó unos mitos y creó otros.
«Los científicos y los psicólogos experimentales --dice Europ Today-- nunca
han tenido mucho tiempo para estudiar a Freud. Ha sido más sugerente en
terrenos como la literatura de la mente, o para quienes querían conocer la
estructura de la psique humana y todo lo que se esconde al pensamiento
cotidiano». Sea de esto lo que fuere, es difícil no ver en algunos ambientes
más o menos intelectuales, que les llegan las nuevas corrientes culturales
cuando entre los profesionales más especializados ya carecen de vigencia por
haber sido superadas. Pasa incluso --con las necesarias salvedades, por
supuesto-- en centros de enseñanza de nivel supuestamente elevado y en
centros de enseñanza media.
QUÉ APORTA SIGMUND FREUD
La teoría psicoanalítica de Sigmund Freud presupone una antropología de la
que podríamos hablar aquí con conocimiento de causa. Pero vamos a limitarnos
a transmitir valoraciones de especialistas de reconocida solvencia en
antropología y psicopatología. El asunto es relevante, porque no es
infrecuente que lo freudiano se encuentre más o menos explícito en clases,
tertulias televisivas y radiofónicas, en escaparates de librerías
corrientes, etcétera. Se lanzan ideas al aire como si fuesen tesis
indiscutibles y los inexpertos en el rigor científico se impregnan de ellas,
adquieren un concepto distorsionado del hombre e insensiblemente pierden (si
lo tenían) el rumbo vital.
¿No son fascinantes, por ejemplo, algunas películas del genial director
cinematográfico católico Alfred Hitkoch (que muchos hemos visto y, si
tuviéramos tiempo volveríamos a ver con fruición)? Ahí subyace Freud y su
teoría de los sueños tramando el argumento o la clave de un suspense
admirable; el análisis de los sueños conduce al descubrimiento del origen de
tremendos desequilibrios psíquicos, incluso al criminal de la película.
De otra parte, no pocos católicos --y no me refiero ya a Hitkoch--, con un
inexplicable complejo de inferioridad ante todo lo que parece moderno,
quedan deslumbrados por el aparato científico con que el freudismo se ha
venido presentando desde sus orígenes (lo mismo ha sucedido con el ya
obsoleto marxismo), de tal manera que ante él sienten conmoverse los
cimientos de su fe. No es que deba afirmarse simplemente que el freudismo es
falso por oponerse a la fe, ni que esto no sea cierto. Lo que es de subrayar
es que a estas alturas de un nuevo milenio, muchos eminentes psicólogos han
demostrado, o al menos mostrado, que la antropología freudiana es
insostenible. En el freudismo hay mucho de discutible y mucho de obviamente
falso, aunque, como en todo lo que hace furor, algo haya de verdad. Pero lo
normal es que la verdad involucrada en un inmenso error pueda hallarse
también en otros campos, sin necesidad de tragarse equívocos que pueden
resultar estragadores.
Hay cosas, como la energía atómica, que son ambivalentes: pueden utilizarse
para el bien o para el mal. Si se utilizan mal, la culpa no es de la teoría
que lo ha hecho posible. Hay también teorías que son globalmente un inmenso
error, aunque contengan alguna verdad, que les presta credibilidad y
fascinación. Cuando se aplican éstas, el balance es siempre letal. Pero, si
satisface alguna pasión humana vehemente, es difícil de ver o reconocer.
Ciertos materialismos encierran una verdad: la materia es cosa buena; el
placer es deseable. Pero su error es incalculable, porque distorsiona el
conocimiento de la realidad –la verdad sobre el hombre, la familia, la
sociedad--, que posee una dimensión y sentido trascendente a todo lo
material. Por otra parte, la verdad que pueda haber en el materialismo se
puede encontrar también, y con mucha mayor riqueza, en el cristianismo, que
profesa nada menos que la encarnación del Hijo de Dios. El bien que ha hecho
el materialismo es exiguo; el mal, inmenso.
¿Qué bien ha hecho la antropología materialista de Freud a la medicina, a la
psicología, a la ciencia en general, a los enfermos? Se dice que Freud
introdujo una relación más humana con el enfermo. Pero cada día son más los
que cuestionan la aportación de Freud a la medicina. El reciente
descubrimiento de documentos relacionados con Freud y su círculo, además de
la parsimoniosa autorización para publicar otros por parte de sus herederos,
han proporcionado crecientes datos sobre el hombre y sus obras. Algunos son
inquietantes. El hecho es que las historias publicadas de casos clínicos de
Freud registran resultados poco convincentes o lamentables.
UN GENIO DE LA PROPAGANDA
Hans J. Eysenk, profesor de Psicología de la Universidad de Londres, ha
escrito un documentado ensayo que lleva por título Decadencia y caída del
imperio freudiano. Después de examinar, durante lustros, casos tratados por
Freud, concluye que «fue, ciertamente, un genio, pero no de la ciencia, sino
de la propaganda; no de la prueba rigurosa, sino del arte de persuadir; no
del esquema de experimentos, sino del arte literario». Eysenck dice que
aunque parezca un juicio duro, el futuro lo respaldará. Y añade que del
psicoanálisis «sólo nos queda una interpretación imaginaria de
seudo-acontecimientos, fracasos terapéuticos, teorías ilógicas e
inconsistentes, plagios disimulados de los predecesores, percepciones
erróneas de valor no demostrado y un grupo dictatorial e intolerante de
seguidores que no insisten en la verdad, sino en la propaganda». Eysenck
denuncia, además, que los dogmas freudianos han logrado minar valores
fundamentales para la civilización, subjetivizar las normas morales y
perturbar el sano ejercicio de la sexualidad.
Ante acusaciones tan duras y difíciles de rebatir, algunos de sus seguidores
se han defendido: «Freud puede no haber sido muy hábil al practicar lo que
predicaba, pero ese defecto no invalida en modo alguno sus teorías
generales». Sin embargo, el abrumador número de fracasos prácticos
lógicamente ha de poner en tela de juicio la teoría. Muchos son ya los
científicos de prestigio que suscribirían el epitafio que el humorista
Máximo puso –en una de sus viñetas de humor negro-- sobre la tumbra de
Freud: «Sigmund Freud. Amplió ilimitadamente el desconocimiento del hombre».
Hay una riada de nuevos libros que atacan a Freud y a su invento del
psicoanálisis por «una extensa serie de errores, duplicidades, pruebas
amañadas y pifias científicas».
LOS SUEÑOS Y LA REPRESIÓN
Su conocida «teoría de los sueños» supone que los sueños son fantasías
repletas de deseos. Pero no se puede demostrar científicamente. De ser
verdadera, ¿a qué extraños deseos corresponderían esos sueños terribles
sobre sufrimientos y desastres que tenemos alguna vez? Lo cierto es que
algunos sueños pueden revelar deseos escondidos, otros esconderlos y unos
terceros refutar la teoría de Freud.
Para Freud toda represión sería causa de una neurosis. Adolf Grunbaum
--eminente filósofo de la ciencia y profesor en la Universidad de
Pittsburgh-- ha publicado un libro (Validation in the clinical theory of
psychoanalysi), en el que examina desapasionadamente una serie de premisas
psicoanalíticas claves: la teoría de la represión (lo que Freud denominaba
«la piedra angular sobre la que descansa toda la estructura del
psicoanálisis»). Grunbaum no pretende que la idea de los recuerdos
reprimidos, por ejemplo, sea falsa. Simplemente, sostiene que ni Freud ni
ninguno de sus sucesores ha demostrado alguna vez la existencia de un
vínculo causa-efecto entre un recuerdo reprimido y una neurosis posterior, o
entre un recuerdo recuperado y una consecutiva curación. Grunbaum, como es
lógico, no se satisface con una retórica más o menos brillante, exige
pruebas, y no las encuentra en las teorías freudiana de los sueños y de la
represión: «Hay que demostrar más».
Es difícil saber por qué Freud ha dominado de forma tan profunda la
imaginación del siglo XX. Existe un difícil equilibrio entre sus
pretensiones «científicas» y sus atrevidas especulaciones. El profesor de
Cambridge John Casey afirma: «Creo que me he librado de la influencia de
Freud, y odio la sociología freudiana, que siempre busca motivos sexuales y
"lapsus freudianos" en los motivos de actuación de las personas. Pero aún
así no me parece posible librarme de la figura de Freud. Creo que el
pensamiento de Freud ha deformado el pensamiento occidental, y que su
pseudo-ciencia no dice nada nuevo sobre el mundo. Como dijo Wittgenstein,
"en Freud no hay sabiduría, sólo inteligencia"».
SEXUALIDAD Y LIBIDO
Aquilino Polaino-Lorente (Universidad Complutense) ha escrito varios libros
sobre el tema y afirma que aunque los partidarios del psicoanálisis
consideren a Freud como el liberador de la represión sexual del hombre, el
hecho es que no sólo no hizo tal cosa, sino algo bien distinto: «intentó
comprender la neurosis desde un punto de vista meramente sexual y lo que
hizo, en realidad, fue sexualizar la neurosis. Como consecuencia, neurotizó
la sexualidad humana. No deja de ser curioso -añade el profesor- que cuanto
mayor es el contacto de un cliente con las interpretaciones psicoanalíticas
-un contacto siempre comprometido, porque exige creer en ellas-, más
frecuentemente aparecen las neurosis sexuales. ¿Puede llamarse a esto
liberación sexual?»
Algo hay de verdad en las teorías de Freud, dice el profesor Polaino. Pero
añade que, en conjunto, son interpretaciones sin apenas valor científico.
Freud no ha liberado a la humanidad, sino que la ha humillado. Ha pretendido
que el hombre no se sienta ya dueño de sus actos. Según Freud, nuestros
actos responderían siempre a una motivación inconsciente, de tal manera que
no quedaría espacio para la libertad: el hombre de la interpretación
freudiana no es más que un autómata instintivo al servicio de la pulsión
sexual, más o menos latente.
Freud, en efecto, es uno de tantos "liberadores" que niegan la libertad,
porque en su antropología materialista la libertad personal que confiere
dominio de los propios actos, no puede por menos de naufragar en un piélago
de instintos, entre los que se destaca enormemente el sexual. Pretende
"liberar" de supuestas represiones, de neurosis más o menos reales y no se
da cuenta –no puede desde su antropología materialista— de lo que es el
hombre, de lo que es la sexualidad humana, ni siquiera de lo que es la
neurosis.
Para Freud y todavía bastantes psiquiatras y psicólogos actuales (cada vez
menos), la religión no sería más que el efecto de conflictos reprimidos. Las
actividades del yo, el pensamiento, el juicio nacerían de la libido. Freud
rechazó siempre la etiqueta de pansexualismo. Pero de hecho, en su obra, la
libido está en la génesis de todos los trastornos mentales. Es más, se halla
también en el origen de toda la Historia, la Cultura, el Arte y la Religión,
siempre productos --estos últimos-- de la sublimación de la libido. El mismo
desarrollo de la personalidad, desde el nacimiento a la madurez viene
explicado según hipotéticas etapas de evolución del instinto sexual, dentro
del cual sería normal (!) el complejo de Edipo. Casi todas las relaciones
psicológicas del hombre nacerían en esa zona instintiva sexual. De modo que
si no es pansexualismo lo de Freud, al menos es una hipertrofia increíble de
lo sexual. En ese contexto, la vida religiosa y la moral cristiana aparece
como una enajenación o fuente de desequilibrios mentales.
Es bueno, por eso, recordar lo que ya hace lustros escribía Giambattista
Torelló, profundo conocedor tanto de la ciencia psquiátrica como del
fenómeno religioso : «La vida religiosa no engendra neuróticos, sino que es
el neurótico quien deforma la vida religiosa, y en determinados casos el
enfermo da exclusivos o determinados contenidos religiosos a su neurosis...
Sería fácil pensar, juzgando por el contenido religioso de tales neurosis,
que son de origen religioso. Lo que sucede es muy distinto: la personalidad
neurótica se ha adueñado de la religiosidad para manifestarse, como habría
podido, por ejemplo, instalarse en la higiene, en la sexualidad o en los
celos»
Especialistas en el tema aseguran que el psicoanálisis freudiano podrá
desplazar seguramente el objeto de los escrúpulos de un neurótico, pero
nunca curar su neurosis que se centrará, en otros objetos. Se habrá cambiado
el objeto de la neurosis, pero no curado la enfermedad. Así, por ejemplo,
del escrúpulo en materia sexual, se pasará a la falsa liberación de la
entrega sin condiciones (a eso se llamará liberación) al abuso de la
genitalidad. El psiquiatra competente, quizá no logre curar ciertas
neurosis, pero no las agravará con engaños. Si una determinada neurosis hoy
por hoy no es curable, la vida de fe la hará al menos más llevadera; y en
modo alguno hay que excluir que la oración obtenga de Dios no sólo el alivio
sino incluso la sanación del enfermo.
Vivir la religión cristiana no sólo no altera el equilibrio psíquico de las
personas normales. «Los ideales religiosos, vividos en intensa vida
espiritual, pueden prevenir, y de hecho previenen, algunos trastornos
mentales, y a veces alivian e incluso curan estados en los que los medios
terapéuticos han resultado ineficaces» (Moore). C. Jung llega a afirmar que
el psicoanalista tendría pocos enfermos si la gente viviera de acuerdo con
los Mandamientos. Y Victor Frankl asegura que la religión «resulta también
psicohigiénica; es más, tiene eficacia en sentido psicoterapéutico, por
cuanto recoge y ofrece asilo al hombre y le da una seguridad sin par».
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©2000 by Antonio Orozco
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