Criterios éticos para los trasplantes de órganos
Benedicto XVI, Discurso
congreso internacional
"Un don para la vida.
Consideraciones
sobre la donación de órganos",
6 al 8 de noviembre, Roma
La donación de órganos es una forma peculiar de
testimonio de la caridad. En un período como el nuestro, con frecuencia
marcado por diferentes formas de egoísmo, es cada vez más urgente comprender
cómo es determinante para una correcta concepción de la vida entrar en la
lógica de la gratuidad.
Existe, de hecho, una responsabilidad del amor y de la caridad que
compromete a hacer de la propia vida un don para los demás, si se quiere
verdaderamente la propia realización. Como nos enseñó el Señor Jesús, sólo
quien da la propia vida podrá salvarla (Cf. Lucas 9, 24)...
La historia de la medicina muestra con evidencia los grandes progresos que
se han podido realizar para permitir una vida cada vez más digna a toda
persona que sufre. Los trasplantes de tejidos de órganos representan una
gran conquista de la ciencia médica y son ciertamente un signo de esperanza
para muchas personas que atraviesan graves y a veces extremas situaciones
clínicas.
Si nuestra mirada se amplía al mundo entero, es fácil constatar los
numerosos y complejos casos en los que, gracias a la técnica del trasplante
de órganos, muchas personas han superado fases sumamente críticas y se les
ha restituido a la alegría de vivir. Esto nunca hubiera podido suceder si el
compromiso de los médicos y la competencia de los investigadores no hubieran
podido contar con la generosidad y el altruismo de quienes han donado sus
órganos. El problema de la disponibilidad de órganos vitales, por desgracia,
no es teórico, sino dramáticamente práctico; se puede constatar en la larga
lista de espera de muchos enfermos cuyas únicas posibilidades de
supervivencia están ligadas a las pocas donaciones que no corresponden a las
necesidades objetivas.
Es útil, sobre todo en el contexto actual, volver a reflexionar en esta
conquista de la ciencia para que la multiplicación de las peticiones de
trasplantes no trastoque los principios éticos que constituyen su
fundamento. Como dije en mi primera encíclica, el cuerpo nunca podrá ser
considerado como un mero objeto (Cf. Deus caritas est, n. 5); de lo
contrario se impondría la lógica del mercado. El cuerpo de toda persona,
junto al espíritu que es dado a cada quien individualmente, constituye una
unidad inseparable en la que está impresa la imagen del mismo Dios.
Prescindir de esta dimensión lleva a caer perspectivas incapaces de
comprender la totalidad del misterio presente en cada hombre. Es necesario,
por tanto, que en primer lugar se ponga el respeto por la dignidad de la
persona y la defensa de la tutela de su identidad personal.
Por lo que se refiere a la técnica del trasplante de órganos, esto significa
que sólo se puede hacer una donación si no se pone en serio peligro la
propia salud y la propia identidad y siempre por un motivo moralmente válido
y proporcionado.
Eventuales motivos de compraventa de órganos, así como la adopción de
criterios discriminadores o utilitaristas, desentonarían hasta tal punto con
el mismo significado de la donación de que por sí mismos se pondrían fuera
de juego, calificándose como actos moralmente ilícitos. Los abusos en los
trasplantes y su tráfico, que con frecuencia afectan a personas inocentes,
como los niños, tienen que encontrar el rechazo unido de la comunidad
científica y médica por ser prácticas inaceptables.
Por tanto, deben ser condenadas con decisión como abominables. El mismo
principio ético debe ser subrayado cuando se quiere llegar a la creación y
destrucción de embriones humanos destinados a objetivos terapéuticos. La
misma idea de considerar el embrión como "material terapéutico" contradice
los fundamentos culturales, civiles y éticos sobre los que se basa la
dignidad de la persona.
Con frecuencia, el trasplante de órganos tiene lugar como un gesto de total
gratuidad por parte de los familiares de una persona a quien se ha
certificado la muerte. En estos casos, el consentimiento informado es una
condición de la libertad para que el trasplante se caracterice por ser un
don y no se interprete como un acto coercitivo o de abuso. De todos modos,
es útil recordar que los diferentes órganos vitales sólo pueden extraerse ex
cadavere [del cadáver, ndt.], que posee una dignidad propia que debe ser
respetada. La ciencia, en estos años, ha hecho progresos ulteriores para
constatar la muerte del paciente. Es bueno, por tanto, que los resultados
alcanzados reciban el consenso de toda la comunidad científica para
favorecer la búsqueda de soluciones que den certeza a todos. En un ámbito
como éste no se puede dar la mínima sospecha de arbitrio y, cuando no se
haya alcanzado todavía la certeza, debe prevalecer el principio de
precaución. Para esto es útil incrementar la búsqueda y la reflexión
interdisciplinar de manera que se presente a la opinión pública la verdad
más trasparente sobre las implicaciones antropológicas, sociales, éticas y
jurídicas de la práctica del trasplante. En estos casos, de todos modos,
debe asumirse como criterio principal el respeto por la vida del donante de
manera que la extracción de órganos sólo tenga lugar tras haber constatado
su muerte real (Cf. Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 476).
El acto de amor, que se expresa con el don de los propios órganos vitales,
es un testimonio genuino de caridad que sabe ver más allá de la muerte para
que siempre venza la vida. Debe ser consciente del valor de este gesto quien
lo recibe, quien es destinatario de un don que va más allá del beneficio
terapéutico. Antes que un órgano recibe un testimonio de amor que debe
suscitar una respuesta igualmente generosa, de manera que se incremente la
cultura del don y de la gratuidad.
La senda que hay que seguir, hasta que la ciencia descubra nuevas formas
posibles y más avanzadas de terapia, tendrá que ser la de la formación y
difusión de una cultura de la solidaridad que se abra a todos sin excluir a
nadie. Una medicina de los trasplantes coherente con una ética de la
donación exige el compromiso de todos por invertir todo esfuerzo posible en
la formación y en la información para sensibilizar cada vez más a las
conciencias en un problema que afecta diariamente a la vida de muchas
personas. Será necesario, por tanto, superar prejuicios y malentendidos,
disipar desconfianzas y miedos para sustituirlos con certezas y garantías,
permitiendo que crezca en todos una conciencia cada vez más difundida del
gran don de la vida.