Cambio de época: cristianismo y audacia de la razón
Ponencia de Rodrigo Guerra López, doctor en Filosofía por la Academia
Internacional de Filosofía en el Principado de Liechtenstein, director del
Centro de Investigación Social Avanzada (www.cisav.org), durante el
encuentro que mantuvo el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado,
con el mundo de la educación y la cultura católica en México. El tema de la
ponencia fue: "la realización de la razón en el horizonte de la fe".
Agradezco mucho la oportunidad que me brinda la Conferencia del Episcopado
Mexicano de dirigir unas breves palabras durante este histórico encuentro
centrado en una profunda intuición cristiana: "la realización de la razón en
el horizonte de la fe".
Nos encontramos en el Teatro de la República, espacio en el que han tenido
lugar importantes acontecimientos de nuestra historia nacional, entre los
cuales, la promulgación de la Constitución hoy vigente, no es el menor.
Puede resultar extraño al observador desprevenido que un encuentro como este
tenga lugar precisamente aquí. La expresión "observador desprevenido" la
utilizo deliberadamente. "Desprevenido" es una palabra que indica "no
preparado", "no advertido para algo". "Desprevenido" es aquel que queda como
sorprendido en el momento en que acontece un hecho que rebasa las premisas
desde las cuales está acostumbrado a pensar y a juzgar el mundo.
Tal vez todos somos un poco "observadores desprevenidos" debido a que en
México, como en muchas otras partes del mundo, la modernidad ilustrada y sus
productos más queridos - como nuestro peculiar liberalismo revolucionario -
nos han acostumbrado a creer que el cristianismo no tiene cabida en la vida
pública, que la fe no debe tener una expresividad histórica significativa en
el presente, que seguir a Jesús es una experiencia de vida privada que
habría que domesticar, superar o al menos someter a los límites que el poder
en turno le asigne. La modernidad intentó por vías particularmente dolorosas
hacer que el pueblo mexicano superara su estadio religioso para avanzar a un
aparentemente más emancipado momento científico, democrático y laico.
En el ámbito de la educación todos los aquí presentes conocemos este
peculiar clima. Y lo conocemos no sólo porque marcó profundamente al sistema
educativo mexicano sino porque también ha trascendido al interior de la
experiencia cristiana dando lugar al menos a dos modalidades de cristianismo
hoy en crisis.
La primera consiste en ese tipo de cristianismo que tras sufrir persecución
se automarginó de la vida pública. Al principio este signo era un elemental
gesto de autodefensa, de protección de la propia vida. Sin embargo, más
pronto que tarde evolucionó en diversas modalidades de afirmación moralista
de la fe, es decir, en creer que para que la gente no se espante, es preciso
no anunciar a Jesús sino sólo los valores éticos derivados de El. Una moral
cristiana sin Cristo parecía una buena solución para orientar a aquellos que
de entrada estaban prevenidos respecto de la experiencia cristiana. Sin
embargo, una moral cristiana sin Cristo, dejó pronto de ser cristiana y
quedó alineada a los valores de la vida burguesa que privilegian
principalmente lo políticamente correcto.
La segunda modalidad de cristianismo en crisis aparentemente reacciona en
contra de un proyecto que busca extirpar militantemente la idea de Dios de
la vida social. Sin embargo, con gran inconciencia, este tipo de
cristianismo privilegia la fuerza, la intolerancia, y en el fondo, una
desarticulación de la fe y la razón que hace de la fe un ariete
ultraconservador que se lamenta del mundo moderno y que implícitamente
invita a construir ghettos de protección que no logran comprender la
realidad en la que se encuentra inmerso el hombre de hoy. Este cristianismo,
aparentemente ortodoxo, sin embargo, muestra su esterilidad a través de su
poca o nula creatividad cultural. Nuevamente, un cristianismo que ha perdido
a Cristo al momento de haber perdido a la razón, genera un gran rechazo en
las nuevas generaciones, por su falta de acogida, de perdón, de compasión.
Precisamente son las nuevas generaciones de jóvenes las que hoy nos ofrecen
en medio de este escenario una perspectiva bien distinta. La crisis de la
modernidad ilustrada la vivimos en carne propia los que nacimos antes de
1968. Sin embargo, todos aquellos que nacen después de este año, lentamente
comienzan a advertir, aunque no lo digan con términos sofisticados, que
tanto la privatización intimista de la fe como la afirmación de la fe de una
manera intolerante, no son verdaderos rostros de un Misterio que salve.
Es cierto que muchos jóvenes hoy se alejan del cristianismo. Sin embargo,
ese alejamiento no hay que interpretarlo como si fuera igual al que tenía un
típico ateo de finales de los años sesenta. Si un joven hoy se siente ajeno
a la fe principalmente se debe a que nadie se la anuncia de una manera
creíble. No es que en la estructura del corazón humano se haya dado una
radical mutación antropológica. El corazón humano posee una tensión
constitutiva, un anhelo de plenitud que no se puede saciar con ideas, con
conceptos y ni siquiera con valores - por sanos que estos sean -. Lo único
que responde a la condición profunda de un joven es el encuentro con un gran
amor, con un gran afecto que defina radicalmente la vida y que la reconduzca
hacia un horizonte de libertad y no hacia una prisión. Esto no lo puede
hacer una abstracción. Esto no lo puede realizar una proyección de nuestra
subjetividad alterada. Sólo lo puede hacer una Persona, un acontecimiento,
un rostro concreto que me interpele y que me acoja de manera irrestricta,
incondicional, absoluta.
Fácilmente estas palabras podrían parecer un mero discurso motivacional o un
mero recurso para complacer el oído de los Prelados que hoy nos acompañan.
Sin embargo, es precisamente este planteamiento el que desde mi punto de
vista se encuentra en el fondo de la renovación de las relaciones entre fe y
razón, entre cristianismo y cultura.
En efecto, el nuevo momento epocal en el que nos encontramos inmersos
demanda la recuperación del carácter personalista de la experiencia
cristiana y de la experiencia humana fundamental, que es verdadera
experiencia racional y anhelo de una plenitud que el hombre no se puede dar
a sí mismo.
¿A qué nos referimos con esta afirmación? Principalmente queremos indicar
que para que una cultura sea auténticamente vitalizada por el cristianismo
necesita de hombres y mujeres concretos que tomen en serio su humanidad, que
no evadan las preguntas y cuestiones que se suscitan cuando la vida se
estremece, en otras palabras, una cultura cristiana nace de ciertas
preguntas que es necesario que cada generación vuelva a hacer y que no de ya
por resueltas. De esta manera, asumiendo una personalísima responsabilidad,
la razón, mi razón tendrá que afrontar esas preguntas que la modernidad
ilustrada y la postmodernidad nihilista hacen y tendrá que vivir el riesgo
que implica transitar por un camino arduo en el que muchas voces invitan a
la desesperanza, a la apatía o al sueño.
Sin embargo, hacerse preguntas no basta. También es preciso re-educar
nuestra razón y nuestro afecto para poder eventualmente acoger y aceptar las
respuestas cuando estas emerjan. Muchas veces el hombre busca, pero al
hallar, desvía la mirada como temiendo que la verdad que se devela vaya a
resultar incómoda o comprometedora. Por ello, necesitamos siempre de ayuda
de aquellos que ya han encontrado, de aquellos que ya han visto y oído, y
que por experiencia saben que la vida no es un absurdo sino que existe
verdaderamente, empíricamente, una Presencia que vence al mal y a la muerte
de manera real y no meramente metafórica.
Una cultura cristiana, de este modo, no nace por decreto. De nada sirve
proclamar un millón de veces que la razón necesita de la fe y que la fe
exige razón si no hay personas concretas, historias concretas, que
repropongan en una síntesis existencial personal y comunitaria una nueva
alianza entre la vida y el Misterio que la explica. Una cultura cristiana
nace de un movimiento, es decir, nace de una realidad viva que acompaña y
que educa, de una comunidad de discipulado sostenida por la amistad y por el
rigor al momento de pensar, al momento de dudar, de hacer preguntas y de
encontrar respuestas.
Una cultura cristiana deja de ser una mera afirmación retórica cuando se
verifican empíricamente grupos de personas que perseveran con pasión en la
búsqueda de la verdad y se acompañan con afecto en ese arriesgado pero
importante viaje.
Estimado Cardenal Bertone, en México y en América Latina esto está
comenzando a volver a suceder. En los más diversos lugares, en universidades
públicas y privadas, muchas de ellas fuertemente marcadas por una cultura
secularista que mira con desprecio y vergüenza a la experiencia cristiana,
se encuentran brotes de nuevas búsquedas y de nuevos hallazgos. Muchas de
estas personas han sufrido en carne propia la intolerancia de los
"tolerantes", es decir, el sutil pero agudo flagelo de la marginación y el
señalamiento a causa de la fe. Sin sacrificar su razón y sin sacrificar su
fe, hacen ciencia, investigan, generan cultura, educan jóvenes y niños y
redescubren la alegría que brota de la libertad que proviene de vivir con
medios pobres pero llenos de Esperanza.
México y América Latina son lugares de Esperanza y de Esperanza para la
razón. No me refiero a la vana esperanza de una apuesta ilusoria que tal vez
se llegue a dar. Me refiero a la certeza de un futuro que ya se nos
preanuncia en un acontecimiento presente y que está provocando a una nueva
generación de académicos a buscar un nuevo protagonismo más racional y
razonable, más creativo y menos reactivo. En el fondo, un nuevo protagonismo
cristiano que nace del redescubrimiento del cristianismo como
acontecimiento.
Recuerdo con gran afecto al Papa Juan Pablo II cuando decía que "a la
parresía de la fe debe corresponder la audacia de la razón"[1]. Con esta
expresión buscaba subrayar el mutuo servicio que la fe y la razón se prestan
al dinamizarse de manera circular. Sin embargo, me parece que el haber usado
las palabras parresía y audacia nos deben de obligar a reconocer que también
deseaba subrayar que es preciso reaprender a hablar con atrevimiento, es
decir, reaprender a decir la verdad con caridad y con valor para que de esta
manera, sin caer en las modalidades de cristianismo en crisis de las que
hemos hablado, podamos afirmar, aún en los ambientes científicos más
exigentes, en los espacios educativos más asépticos, y en lugares como el
histórico Teatro de la República que el horizonte de la fe verdaderamente
realiza a la razón sin lastimarla.
Eminencia, a nombre de todos los que trabajamos en el Centro de
Investigación Social Avanzada (CISAV) le agradezco su presencia este día y
en este lugar. Hace poco el Papa Benedicto XVI pronunció un mensaje
particularmente significativo para nosotros al hablar a un grupo de
profesores universitarios: "Queridos amigos, tenéis ante vosotros un camino
muy arduo. Ante todo, es necesario promover centros académicos de perfil
elevado, en los que la filosofía pueda dialogar con las otras disciplinas
(...) favoreciendo nuevas síntesis culturales idóneas para orientar el
camino de la sociedad. (...) Confío en que las instituciones académicas
católicas estén disponibles a la realización de verdaderos laboratorios
culturales"[2].
Le rogamos transmita al Santo Padre que aquí en México, tanto en el CISAV
como en otras instituciones a lo largo y ancho de todo el país, un
movimiento en este sentido esta operando. Movimiento que encomendamos a su
oración para que pueda madurar y extenderse.
¡Muchas gracias!
QUERÉTARO, martes 20 de enero de 2009
-----------------------
[1] Juan Pablo II, Fides et Ratio, n. 48.
[2] Benedicto XVI, Discurso al VI Simposio de Profesores universitarios, 7
de junio