Europa secularizada: El Rector de la Universidad Católica de Milán habla en Budapest
El Rector de la Universidad Católica del Sacro Cuore, de Milán, profesor
Lorenzo Ornaghi, recibía recientemente el doctorado Honoris Causa en la
Universidad Católica de Budapest. En su discurso habló sobre la relación
entre modernidad y secularización, y cómo esta última ha socavado los
pilares sobre los que se ha asentado Europa en los últimos siglos.
Ofrecemos, tomado de Avvenire, un extracto de sus palabras:
La condición de punto muerto en la que se encuentra la cultura europea queda
revelada por su acentuada inclinación a ser una cultura más de conservación
que de innovación. Enclaustrada en los simplicistas esquemas de aquello que
se ha llamado la modernidad, la cultura europea tiende –con tristeza– a
conservar y replicar el presente, más que a innovar con coraje, imaginando
el futuro, a la luz de la propia historia y tradición. Se trata de una
cultura que, arriesgándose a encerrarse de manera elitista en sus propias
dudas y en sus propias certezas –siempre relativas–, ve con creciente
dificultad la unidad en el ámbito de la comunidad europea.
Se trata de una cultura que, en consecuencia, todavía con mayor dificultad
podría ser una cultura del pueblo. Europa ve así debilitarse dos elementos
fundamentales de su identidad: la libertad y la solicitud por la humanidad
del ser humano. Vuelve a la mente aquello que Romano Guardini observaba en
1962: «No me equivoco, ciertamente, si pienso que a la Europa auténtica le
es extraño el optimismo absoluto, la fe en el progreso universal y
necesario...
Conoce las irrupciones del conocimiento y de la conquista, pero, en el
fondo, no cree en las certezas como camino de la Historia, ni en las utopías
sobre la felicidad universal del mundo (...) Europa ha producido la idea de
la libertad, tanto del hombre como de su obra; a ella le toca ahora, en su
solicitud por la humanidad del ser humano, alcanzar la libertad, incluso con
respecto a su propia obra».
No por casualidad, al oscurecerse el valor auténtico de estos dos elementos,
a los ojos de muchos europeos, el así llamado retorno de lo sagrado aparece
como algo inesperado y sorprendente, casi un vómito de pre-modernidad o
anti-modernidad, más que la justa afirmación del hecho de que, en todo
proceso de transformación histórica, lo central es siempre el hombre, su
vida y la vida de su comunidad de pertenencia. Si lo sagrado ha parecido
retornar inesperadamente en los comportamientos cotidianos y en la visión
política del futuro de Europa, esto ha sucedido porque, durante demasiado
tiempo, se ha pagado el precio de concepciones de la modernidad que no sólo
asignaban a la religión un papel cada vez más marginal respecto a la vida
pública y a la misma democracia, sino que representaban también, como
imparable tendencia de largo recorrido, la secularización de todo ámbito de
la convivencia humana.
Secularización y familia
Como es bien sabido, numerosos estudios han demostrado que la secularización
es la principal responsable del debilitamiento de los tradicionales vínculos
familiares, de proximidad y comunitarios. Se trata de un punto que hay que
considerar con particular atención. Tales estudios han validado la hipótesis
de que, junto a la fe religiosa, también las ideas políticas del siglo XX se
han visto amenazadas –y progresivamente vaciadas– por la secularización. La
tesis del fin de las ideologías –avanzada ya a mediados de los años
cincuenta–, que tuvo una acogida predominantemente negativa hasta los años
setenta, a partir del decenio siguiente fue escuchada con creciente fervor,
perdida ya la fascinación de la alternativa del socialismo real.
El retorno de lo sagrado, de este modo, se ha querido interpretar solamente,
o sobre todo, como el intento de colmar el vacío dejado por el final o el
ocaso de las ideologías, con la consiguiente pérdida de sentido y
orientación en los comportamientos, colectivos e individuales. Algunos lo
explican sólo por un aumento de la percepción de riesgo por parte de
individuos y pueblos en condiciones de pobreza o a merced de los miedos
provocados por la globalización: en las sociedades postindustriales y en las
democracias consolidadas, en cambio, la secularización proseguiría y se
reforzaría, acentuando posturas de una cada vez mayor autonomía subjetiva,
tanto en el campo moral como en el religioso.
Pero, ¿esto es, de verdad, así? ¿No deberíamos abandonar toda interpretación
de la modernidad en términos de oposición –cuando no insanable
contradicción– con todo aquello que es sagrado, fe, religión? Esta cuestión
apela a nuestra capacidad de poner realmente la cultura a la base de Europa
como visión política. Más aún: la cuestión nos pone delante la necesidad y
la utilidad de que el inmenso depósito de valores construido sobre las
raíces culturales de Europa sea de verdad una realidad viviente, constituya
de verdad el recurso más precioso y decisivo para construir una semejante,
indispensable visión política.
Lorenzo Ornaghi