Secularismo: La sociedad sitiada
Omar Árcega E.
El Observador
Para nadie es un secreto que la actual sociedad pro clama formas de conducta poco apegadas a los valores del Reino; para ello usa la influencia de los medios masivos de comunicación. Poco a poco va sitiando aquellas ideas y valores que humanizan al hombre. Para tener una idea clara de esta batalla entre humanización y deshumanización, conviene acercarse al pensamiento de Zygmunt Bauman, un sociólogo de Europa del Este. Nació en Polonia hace 81 años; por su ascendencia judía, tuvo que abandonar su país. Se formó en la URSS y regresó a Polonia tras finalizar la II Guerra Mundial iniciando su carrera en la Universidad de Varsovia. Se vio obligado a abandonar de nuevo el país en 1968, pasando a impartir docencia en la universidad de Tel Aviv y más tarde en la de Leeds (1971), de la que es profesor emérito de sociología. Entre sus libros tenemos Globalización (FCE,2003), Modernidad líquida (FCE,2002) y el que atisbaremos en esta ocasión.
En las páginas de esta obra, Bauman nos describe cómo la sociedad contemporánea se encuentra rodeada de enemigos, quienes la acechan; y, como dice la segunda acepción de la palabra sitiar « Cercar a uno tomándole o cerrándole todas las salidas para cogerle o rendir su voluntad », enemigos que se esfuerzan por cerrarnos todas las posibles salidas para rendir nuestra voluntad. Un reducto social que se encuentra cercado es la concepción de felicidad; ahora ésta no reside en el tener o ser, sino en el usar. «Ni «tener» ni «ser» tienen demasiado peso en los modelos actuales de lo que sería una vida feliz. Lo que importa es el uso. El uso instantáneo.
Por otro lado, la televisión también se usa como instrumento para tener sitiada a la sociedad y esto se da con base en tres estrategias: 1. La TV, al ser una rápida secuencia de imágenes, imposibilita la acción de pensar 2. Algunos programas, sobre todo los «talk show», permiten a mucha gente identificarse; pareciera que unen a la gente, pero lo hacen a través de un oxímoron, no de auténtica comunidad, así que eso se convierte en «una sociedad de individuos unidos por su propio aislamiento» y 3. La TV nos presenta ídolos, no plataformas; esto lo introyectan los ciudadanos y, al momento de elegir a los hombres que los gobernarán, optan por el personaje simpático en vez de la propuesta sólida.
Otro reducto que el individuo tiene y ahora está tomado es el de la necesidad; la necesidad era la madre de la ciencia; en la sociedad actual ya no se consume por necesidad, sino que es una necesidad consumir. Si antes el «principio de realidad» era el límite del placer, ahora el «principio de la realidad y del placer» caminan de la mano, la sociedad nos dice: no reprimas tus deseos, ¡libéralos!, ¡vívelos! .El comportamiento impulsivo es la máxima y más genuina expresión humana. Con este pensamiento se da rienda suelta a cualquier comportamiento individual. «La racionalidad de la sociedad de consumo se construye sobre la irracionalidad de los actores individuales ».
Ahora bien, si la racionalidad de la acción de una sociedad se basa en los impulsos, se abre ante nosotros el abismo de la incertidumbre: ignoramos cuanto durará nuestro empleo, qué comeremos mañana, incluso si lo habrá. Al actuar en este medio, alimentamos la incertidumbre, pero al mismo tiempo nos alimentamos de ella; la incertidumbre es el fertilizante para el consumismo y el individualismo; por ello hay que cuidarla y, cuando sea necesaria, incrementarla.
Ante las diversas fuerzas que intentan destruir nuestra sociedad estamos paralizados. Es difícil y riesgoso convertirse en un actor, pues vivimos en un mundo donde la mayoría de las acciones están mediadas. El actuar implica un compromiso, cosa hoy imposible pues «Los habitantes de la teleciudad encuentran cansadora cualquier cosa que dure más de un instante» y el compromiso es algo a largo plazo; por otro lado, ser actor implica conocer las causas de las acciones; los mass media se han encargado de ocultarlas; si no sabemos, muy difícil será que actuemos.
A la luz de los ángulos de visión presentados a los católicos nos quedan hondas reflexiones ¿Qué tanto contribuimos a estas situaciones? ¿Cómo contrarrestarlas en nuestros actos cotidianos? Es importante leer este libro para concientizarnos de las formas y los instrumentos con que estamos sitiando a la sociedad, confrontarlo con nuestra fe e intentar buscar posibles soluciones, convertirnos en actores en un mundo de espectadores.