Nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre el preservativo
A propósito de las
palabras del Papa
en el libro “Luz del mundo”
Con ocasión de la publicación del
libro-entrevista de Benedicto XVI, Luz del mundo, se han difundido diversas
interpretaciones incorrectas, que han creado confusión sobre la postura de
la Iglesia Católica acerca de algunas cuestiones de moral sexual. El
pensamiento del Papa se ha instrumentalizado frecuentemente con fines e
intereses ajenos al sentido de sus palabras, que resulta evidente si se leen
por entero los capítulos en donde se trata de la sexualidad humana. El
interés del Santo Padre es claro: reencontrar la grandeza del plan de Dios
sobre la sexualidad, evitando su banalización, hoy tan extendida.
Algunas interpretaciones han presentado las palabras del Papa como
afirmaciones contrarias a la tradición moral de la Iglesia, hipótesis que
algunos han acogido como un cambio positivo y otros han recibido con
preocupación, como si se tratara de una ruptura con la doctrina sobre la
anticoncepción y la actitud de la Iglesia en la lucha contra el sida. En
realidad, las palabras del Papa, que se refieren de modo particular a un
comportamiento gravemente desordenado como el de la prostitución (cfr. Luz
del mundo, pp. 131-132), no modifican ni la doctrina moral ni la praxis
pastoral de la Iglesia.
Como se desprende de la lectura del texto en cuestión, el Santo Padre no
habla de la moral conyugal, ni tampoco de la norma moral sobre la
anticoncepción. Dicha norma, tradicional en la Iglesia, fue reafirmada con
términos muy precisos por Pablo VI en el n. 14 de la encíclica Humanae
vitae, cuando escribió que «queda además excluida toda acción que, o en
previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus
consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible
la procreación». Pensar que de las palabras de Benedicto XVI se pueda
deducir que en algunos casos es legítimo recurrir al uso del preservativo
para evitar embarazos no deseados es totalmente arbitrario y no responde ni
a sus palabras ni a su pensamiento. En este sentido, el Papa propone en
cambio caminos que sean humana y éticamente viables, que los pastores han de
potenciar «más y mejor» (cf. Luz del mundo, p. 156), es decir, caminos que
respeten plenamente el nexo inseparable del significado unitivo y procreador
de cada acto conyugal, mediante el eventual recurso a métodos de regulación
natural de la fertilidad con vistas a la procreación responsable.
En cuanto al texto en cuestión, el Santo Padre se refería al caso
completamente diferente de la prostitución, comportamiento que la doctrina
cristiana ha considerado siempre gravemente inmoral (cf. Concilio Vaticano
II, Constitución pastoral Gaudium et spes, n. 27; Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 2355). Con relación a la prostitución, la recomendación de toda
la tradición cristiana –y no sólo de ella– se puede resumir en las palabras
de san Pablo: «Huid de la fornicación» (1 Co 6, 18). Por tanto, hay que
luchar contra la prostitución; y las organizaciones asistenciales de la
Iglesia, de la sociedad civil y del Estado han de trabajar para librar a las
personas que están involucradas en ella.
En este sentido, es necesario poner de relieve que la situación que en
muchas áreas del mundo se ha creado por la actual difusión del sida, ha
hecho que el problema de la prostitución sea aún más dramático. Quien es
consciente de estar infectado con el VIH y que por tanto puede contagiar a
otros, además del pecado grave contra el sexto mandamiento comete uno contra
el quinto, porque conscientemente pone en serio peligro la vida de otra
persona, con repercusiones también para la salud pública. A este respecto,
el Santo Padre afirma claramente que los profilácticos no son «una solución
real y moral» del problema del sida, y también que la «mera fijación en el
preservativo significa una banalización de la sexualidad», porque no se
quiere afrontar el extravío humano que está en el origen de la transmisión
de la pandemia. Por otra parte, es innegable que quien recurre al
profiláctico para disminuir el peligro para la vida de otra persona, intenta
reducir el mal vinculado a su conducta errónea. En este sentido, el Santo
Padre pone de relieve que recurrir al profiláctico con «la intención de
reducir el peligro de contagio, es un primer paso en el camino hacia una
sexualidad vivida en forma diferente, hacia una sexualidad más humana». Se
trata de una observación completamente compatible con la otra afirmación del
Santo Padre: «Ésta no es la auténtica modalidad para abordar el mal de la
infección con el VIH».
Algunos han interpretado las palabras de Benedicto XVI valiéndose de la
teoría del llamado “mal menor”. Esta teoría, sin embargo, es susceptible de
interpretaciones desviadas de tipo proporcionalista (cf. Juan Pablo II,
Encíclica Veritatis splendor, nn. 75-77). No es lícito querer una acción que
es mala por su objeto, aunque se trate de un mal menor. El Santo Padre no ha
dicho, como alguno ha sostenido, que la prostitución con el recurso al
profiláctico pueda ser una opción lícita en cuanto mal menor. La Iglesia
enseña que la prostitución es inmoral y hay que luchar contra ella. Sin
embargo, si alguien, practicando la prostitución y estando además infectado
por el VIH, se esfuerza por disminuir el peligro de contagio, a través
incluso del uso del profiláctico, esto puede constituir un primer paso en el
respeto de la vida de los demás, si bien el mal de la prostitución siga
conservando toda su gravedad. Dichas apreciaciones concuerdan con lo que la
tradición teológico moral ha sostenido también en el pasado.
En conclusión, los miembros y las instituciones de la Iglesia Católica deben
saber que en la lucha contra el sida hay que estar cerca de las personas,
curando a los enfermos y formando a todos para que puedan vivir la
abstinencia antes del matrimonio y la fidelidad dentro del pacto conyugal.
En este sentido, hay que denunciar también aquellos comportamientos que
banalizan la sexualidad, porque, como dice el Papa, representan precisamente
la peligrosa razón por la que muchos ya no ven en la sexualidad una
expresión de su amor. «Por eso la lucha contra la banalización de la
sexualidad forma parte de la lucha para que la sexualidad sea valorada
positivamente y pueda desplegar su acción positiva en la totalidad de la
condición humana» (Luz del mundo, p. 131).
[Versión española distribuida por la Congregación para la Doctrina de la Fe]