¿POR QUÉ NO PODEMOS USAR EL CONDÓN LOS CASADOS?
Walter Turnbull,
El
Observador 834
Pregunta:
No puedo entender
por qué, una vez casados, no podemos utilizar el condón en nuestras
relaciones. Si igualmente vamos a tener hijos y a formar una familia, qué
hay de malo en que planifiquemos como nosotros decidamos la familia?
Dado que las explicaciones oficiales de los grandes teólogos (ver
Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, Juan Pablo II, o Encíclica
Humanae Vitae, Paulo VI) parecen no ser comprensibles para los que no
tenemos su capacidad intelectual, te ofrezco una explicación en naranjas y
manzanas, para los que sólo entendemos de naranjas y manzanas.
Dios ha dispuesto para nosotros no una vida aceptable, sino una felicidad
completa y eterna; por eso sus exigencias no son de una conducta aceptable
(ética de mínimos), sino de perfección (ética de máximos). Con Dios no es
correcto andar con regateos ni parcialidades. Por eso ha designado un
proyecto de perfeccionamiento (plan de salvación) que recurre a unas
herramientas llamadas sacramentos, de naturaleza divina y con efectos
inmensurables.
A la relación amorosa entre un hombre y una mujer, ofrecida a Dios, Dios le
da carácter sacramental. El Matrimonio religioso nos lleva a la santidad, a
la participación de la vida divina. En él, con la ayuda de Dios, practicamos
el amor de donación perfecta y participamos con Dios en la creación de
nuevos hijos. Y a Dios le complacen mucho ambas cosas. Es la combinación de
las dos lo que conforma el sacramento. Eliminar deliberadamente una de ellas
sería despreciar un don de Dios, una oportunidad de santificación. Sería
como ir a Misa, pero saltándose las partes que nos incomodan. El sacramento,
en ese caso, dejaría de ser válido. Todo sacramento incluye un don y un
compromiso. Sería egoísta querer disfrutar el don y rechazar el compromiso.
Aunque a nosotros nos parezcan acciones inofensivas, es lógico que a Dios no
pueden dejar de ofenderlo.
En todo acto de contracepción es posible encontrar apego a lujos o
privilegios, temor al futuro o un rechazo al don de la vida. Estas tres
actitudes, humanamente justificables, atentan directamente contra la
voluntad de Dios, que quiere entrega total, confianza total, cooperación
total con su plan.
«Esfuércense por entrar por la puerta angosta, porque yo les digo que muchos
tratarán de entrar y no lo lograrán» (Lc. 13, 24), dijo Jesús. ¿Qué tan
tarde puedo llegar a Misa? ¿Hasta dónde es pecado mortal? ¿Cuántas veces se
puede hacer el amor sin recurrir a su efecto santificante? ¿Cuánto puedo
ofender a Dios sin condenarme? La única respuesta válida es: mejor ninguna.