Castidad y Verdad: LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA
D. Nicola Bux y
D. Salvatore Vitiello
El reciente debate, en realidad nunca adormecido en los últimos 2000 años,
sobre la disciplina del celibato eclesiástico para los presbíteros, ofrece
la ocasión para algunas reflexiones que no se limiten exclusivamente al
ámbito practico y a la valoración de las oportunidades, sino que son capaces
de brindar una mirada integral y llegar hasta las verdaderas motivaciones
tanto de orden tanto teológico como espiritual.
En la homilía de la Santa Misa concelebrada con los miembros de la Comisión
Teológica internacional, el 6 de octubre del 2006, el Santo Padre Benedicto
XVI, afirmó: “me viene en mente una bellísima palabra de la Primera Lectura
de San Pedro en el primer capítulo, versículo 22. En latín suena así:
“Castificantes animas nostras en oboedentia veritatis. La obediencia a la
verdad debería “castificar” nuestra alma, y de este modo llevar a la recta
palabra y a la recta acción”.
Es innegable en efecto, que el desconocimiento del valor absolutamente
profético de la castidad, y por tanto, de la disciplina del celibato para
los presbiterios, lleva consigo la tentación de la desobediencia a la verdad
sea a la histórica, como a la comprensible por la razón teológica. Bastaría
preguntarse a que forma de vida se le ha reconocido a lo largo de los
siglos, mayor eficacia como testimonio y responder en obediencia a la
verdad.
En un contexto como el contemporáneo caracterizado por la “dictadura del
relativismo”, que no tolera la afirmación de una verdad universalmente
valida ni objetiva ni subjetivamente, la obediencia a la verdad aparece como
un verdadero y auténtico desafío con el que uno debe medirse en un camino
que no excluya aquella rara capacidad de autocontrol que supera el mero
instinto y en el que la misma castidad pone las propias raíces.
Obedecer a la verdad, en efecto, puede ser mucho más difícil que vivir la
castidad. Prueba de ello es que en la tradición eclesial los pecados contra
la verdad siempre han sido considerados como más graves que aquellos contra
la continencia. La obediencia a la verdad comporta una capacidad de ver la
realidad, una actitud realista hacia el mundo y hacia sí mismo y exige una
disciplina, es decir un ser discípulos, un ponerse al seguimiento de la
realidad, que no se improvisa, sino que es fruto de un auténtico y constante
trabajo.
Más que poner en tela de juicio el celibato sacerdotal sería necesario
"castificar nuestras almas”, haciéndolas obedientes a la verdad y dejando la
infinita prostitución a la mentira que acosa la sociedad y a veces incluso a
los creyentes, cristianos y hombres de Iglesia.
La castidad, de la que el celibato es parte integrante, no es un elemento
accesorio de la fe cristiana, sino que representa una de las actitudes
constitutivas de la que dependen tanto la relación con Cristo como la
relación con uno mismo y con la realidad.
El recorrido de "purificación de la memoria”, inaugurado por el Siervo de
Dios Juan Pablo II y que tuvo un momento importante en el encuentro entre
Benedicto XVI y Bartolomé I, es hijo de este castificación de las almas en
obediencia a la verdad: cuanto más vivamos la castidad más seremos capaces
de obedecer a la verdad y la obediencia a la verdad, nos conducirá a la
defensa y a la acogida cordial del supremo valor de la castidad.
La cuestión no es pues mantener o cambiar la disciplina de siglos de la
Iglesia, sino que Iglesia se tiene en la mente: ¿una sociedad de hombres
capaces de organizarse autónomamente y conforme a los tiempos o el Cuerpo
Místico de Cristo del que el Señor es la cabeza y nosotros todos los
miembros? Tras la polémica instrumental contra el celibato se esconde la
cuestión realmente central: ¿cómo está hoy la fe de la Iglesia? La impresión
es que admitir a hombres casados al presbiterado, aún teniendo en cuenta el
número de las vocaciones, no sería mas que "una bocanada de oxígeno para un
moribundo". Nosotros sabemos por el contrario que: "La Iglesia está viva, la
Iglesia es joven", como proféticamente anunció el Santo Padre en la Misa del
inicio de su pontificado, y fuertes con las energías propias de la vida y de
la juventud vivimos, con la Gracia de Dios, en castidad y obedientes a la
verdad. (Agencia Fides 7/12/2006)