Respuesta espontánea del Papa Benedicto XVI a la consulta de sacerdotes sobre la liturgia
Tercera de las cinco respuestas espontáneas que ofreció Benedicto XVI a
otras tantas preguntas de los sacerdotes de la diócesis de Albano, donde se
encuentra la residencia pontificia de Castel Gandolfo. El encuentro tuvo
lugar el 31 de agosto.
Don Vittorio Petruzzi, vicario parroquial en Aprilia: Santidad, para el año
pastoral que está a punto de comenzar nuestra diócesis ha sido llamada por
el obispo a prestar atención particular a la liturgia, tanto a nivel
teológico como en la práctica de las celebraciones. Las semanas
residenciales, en las que participaremos el próximo mes de septiembre,
tendrán como tema central de reflexión: "Programar y realizar el anuncio en
el Año litúrgico, en los sacramentos y en los sacramentales". Los sacerdotes
estamos llamados a realizar una liturgia "seria, sencilla y hermosa", según
una bella fórmula recogida en el documento "Comunicar el Evangelio en un
mundo que cambia" del Episcopado italiano. Padre Santo, ¿puede ayudarnos a
comprender cómo se puede llevar todo esto a la práctica en el ars
celebrandi?
BENEDICTO XVI: También en el ars celebrandi existen varias dimensiones. La
primera es que la celebratio es oración y coloquio con Dios, de Dios con
nosotros y de nosotros con Dios. Por tanto, la primera exigencia para una
buena celebración es que el sacerdote entable realmente este coloquio. Al
anunciar la Palabra, él mismo se siente en coloquio con Dios. Es oyente de
la Palabra y anunciador de la Palabra, en el sentido de que se hace
instrumento del Señor y trata de comprender esta palabra de Dios, que luego
debe transmitir al pueblo. Está en coloquio con Dios, porque los textos de
la santa misa no son textos teatrales o algo semejante, sino que son
plegarias, gracias a las cuales, juntamente con la asamblea, hablamos con
Dios.
Así pues, es importante entrar en este coloquio. San Benito, en su "Regla",
hablando del rezo de los Salmos, dice a los monjes: "Mens concordet voci".
La vox, las palabras preceden a nuestra mente. De ordinario no sucede así.
Primero se debe pensar y luego el pensamiento se convierte en palabra. Pero
aquí la palabra viene antes. La sagrada liturgia nos da las palabras;
nosotros debemos entrar en estas palabras, encontrar la concordia con esta
realidad que nos precede.
Además de esto, debemos también aprender a comprender la estructura de la
liturgia y por qué está articulada así. La liturgia se ha desarrollado a lo
largo de dos milenios e incluso después de la reforma no es algo elaborado
sólo por algunos liturgistas. Sigue siendo una continuación de un desarrollo
permanente de la adoración y del anuncio. Así, para poder sintonizar bien
con ella, es muy importante comprender esta estructura desarrollada a lo
largo del tiempo y entrar con nuestra mens en la vox de la Iglesia.
En la medida en que interioricemos esta estructura, en que comprendamos esta
estructura, en que asimilemos las palabras de la liturgia, podremos entrar
en consonancia interior, de forma que no sólo hablemos con Dios como
personas individuales, sino que entremos en el "nosotros" de la Iglesia que
ora; que transformemos nuestro "yo" entrando en el "nosotros" de la Iglesia,
enriqueciendo, ensanchando este "yo", orando con la Iglesia, con las
palabras de la Iglesia, entablando realmente un coloquio con Dios.
Esta es la primera condición: nosotros mismos debemos interiorizar la
estructura, las palabras de la liturgia, la palabra de Dios. Así nuestro
celebrar es realmente celebrar "con" la Iglesia: nuestro corazón se ha
ensanchado y no hacemos algo, sino que estamos "con" la Iglesia en coloquio
con Dios. Me parece que la gente percibe si realmente nosotros estamos en
coloquio con Dios, con ellos y, por decirlo así, si atraemos a los demás a
nuestra oración común, si atraemos a los demás a la comunión con los hijos
de Dios; o si, por el contrario, sólo hacemos algo exterior.
El elemento fundamental de la verdadera ars celebrandi es, por tanto, esta
consonancia, esta concordia entre lo que decimos con los labios y lo que
pensamos con el corazón. El "sursum corda", una antiquísima fórmula de la
liturgia, ya debería ser antes del Prefacio, antes de la liturgia, el
"camino" de nuestro hablar y pensar. Debemos elevar nuestro corazón al Señor
no sólo como una respuesta ritual, sino como expresión de lo que sucede en
este corazón que se eleva y arrastra hacia arriba a los demás.
En otras palabras, el ars celebrandi no pretende invitar a una especie de
teatro, de espectáculo, sino a una interioridad, que se hace sentir y
resulta aceptable y evidente para la gente que asiste. Sólo si ven que no es
un ars exterior, un espectáculo —no somos actores—, sino la expresión del
camino de nuestro corazón, entonces la liturgia resulta hermosa, se hace
comunión de todos los presentes con el Señor.
Naturalmente, a esta condición fundamental, expresada en las palabras de san
Benito: "Mens concordet voci", es decir, que el corazón se eleve realmente
al Señor, se deben añadir también cosas exteriores. Debemos aprender a
pronunciar bien las palabras. Cuando yo era profesor en mi patria, a veces
los muchachos leían la sagrada Escritura, y la leían como se lee el texto de
un poeta que no se ha comprendido.
Como es obvio, para aprender a pronunciar bien, antes es preciso haber
entendido el texto en su dramatismo, en su presente. Así también el
Prefacio. Y la Plegaria eucarística. Para los fieles es difícil seguir un
texto tan largo como el de nuestra Plegaria eucarística. Por eso, se han
"inventado" siempre plegarias nuevas. Pero con Plegarias eucarísticas nuevas
no se responde al problema, dado que el problema es que vivimos un tiempo
que invita también a los demás al silencio con Dios y a orar con Dios. Por
tanto, las cosas sólo podrán mejorar si la Plegaria eucarística se pronuncia
bien, incluso con los debidos momentos de silencio, si se pronuncia con
interioridad pero también con el arte de hablar.
De ahí se sigue que el rezo de la Plegaria eucarística requiere un momento
de atención particular para pronunciarla de un modo que implique a los
demás. También debemos encontrar momentos oportunos, tanto en la catequesis
como en otras ocasiones, para explicar bien al pueblo de Dios esta Plegaria
eucarística, a fin de que pueda seguir sus grandes momentos: el relato y las
palabras de la institución, la oración por los vivos y por los difuntos, la
acción de gracias al Señor, la epíclesis, de modo que la comunidad se
implique realmente en esta plegaria.
Por consiguiente, hay que pronunciar bien las palabras. Luego, debe haber
una preparación adecuada. Los monaguillos deben saber lo que tienen que
hacer; los lectores deben saber realmente cómo han de pronunciar. Asimismo,
el coro, el canto, deben estar preparados; el altar se debe adornar bien.
Todo ello, aunque se trate de muchas cosas prácticas, forma parte del ars
celebrandi. Pero, para concluir, este arte de entrar en comunión con el
Señor, que preparamos con toda nuestra vida sacerdotal, es un elemento
fundamental.