EL TIEMPO DE ADVIENTO
REFLEXIONES, SUGERENCIAS Y RECOMENDACIONES
Mons. José Antonio Eguren Anselmi, S.C.V.
Arzobispo Metropolitano de Piura
I. INTRODUCCIÓN
1. Un tiempo diferente.
Una de las primeras preocupaciones que debemos tener al empezar el tiempo
del Adviento, es lograr una clara conciencia que empieza un tiempo distinto
a las semanas que lo han precedido. Por tanto subrayar el cambio de
tonalidad de estos días dará vitalidad a las celebraciones, ayudará a
redescubrir matices importantes y quizá un tanto olvidados de la vida
cristiana e incluso podrá servir para alejar la rutina de unas celebraciones
siempre idénticas, o por lo menos, muy parecidas. Para despertar la novedad
del Adviento será muy importante:
Cuidar los detalles externos (ambientación del lugar, cantos, etc.).
Recalcar los diferentes enfoques de las lecturas (en estos días
prácticamente no hay lectura continua).
Y subrayar los contenidos de los textos eucológicos (oraciones
presidenciales, prefacios).
2. Sentido del Adviento.
El Adviento es fundamentalmente el tiempo de la venida del Señor. Eso
significa la palabra latina “adventus”: venida, advenimiento. Una palabra
que se aplicaba especialmente a la llegada de algún personaje importante, y
que ahora nosotros dedicamos al Señor Jesús, el único Salvador del mundo,
ayer, hoy y siempre; principio y fin de la historia.
El Santo Padre Benedicto XVI explica muy bien el sentido cristiano y la
exigencia espiritual de la palabra “adventus” al decirnos: “la palabra
latina «adventus» se refiere a la venida de Cristo y pone en primer plano el
movimiento de Dios hacia la humanidad, al que cada uno está llamado a
responder con la apertura, la espera, la búsqueda y la adhesión. Y al igual
que Dios es soberanamente libre al revelarse y entregarse, porque sólo lo
mueve el amor, también la persona humana es libre al dar su asentimiento,
aunque tenga la obligación de darlo: Dios espera una respuesta de amor.
Durante estos días la liturgia nos presenta como modelo perfecto de esa
respuesta a la Virgen María, a quien el próximo 8 de diciembre
contemplaremos en el misterio de la Inmaculada Concepción”.1
El tiempo litúrgico del Adviento es pues el tiempo de la espera de la acción
divina, la espera del gesto de Dios que viene hacia nosotros y que reclama
nuestra acogida de fe y amor. Es con el Antiguo Testamento, San Juan el
Bautista, San José, y Santa María, la preparación de la venida del Señor
Jesús.
Nuestra espera en el Adviento, no es la espera de los hombres y mujeres de
la Antigua Alianza que no habían recibido aún al Salvador. Nosotros ya hemos
conocido su venida hace dos mil años en Belén. Pero la venida histórica del
Señor Jesús en la humildad de nuestra carne, deja en nosotros el anhelo de
una venida más plena. Por eso decimos que el Adviento celebra una triple
venida del Señor:
En primer lugar, la histórica, cuando asumió nuestra carne y nació de
Santa María siempre Virgen.
En segundo lugar, la que se realiza en nuestra existencia personal,
iniciada por el Bautismo y continuada en los sacramentos, especialmente en
la Eucaristía, donde está real y sustancialmente presente. También el Señor
viene a nosotros en los sucesos de cada día, en los acontecimientos de la
historia y manifiesta así que la vida cristiana es permanente Adviento o
venida suya a nuestras vidas, lo que exige nuestra acogida de fe y nuestra
cooperación activa desde nuestra libertad.
Y en tercer lugar, la venida definitiva o escatológica, al final de
los tiempos, cuando el Señor Jesús instaure definitivamente el Reino de
Dios.
Todo esto lo celebramos en el Adviento gradualmente: los primeros días la
atención se dirige hacia la venida definitiva al final de los tiempos, con
la llamada a la vigilancia para estar bien dispuestos. Luego, nos centramos
más en la venida cotidiana, que vemos marcada por los anuncios del
precursor, San Juan el Bautista, y su invitación a preparar los caminos del
Señor. Finalmente, a partir del día 17 de Diciembre, nuestra mirada se
dirige de lleno a preparar la solemnidad de la Navidad, a conmemorar el
nacimiento del Señor Jesús en Belén, su primera venida, acompañados de la
presencia maternal y amorosa de Santa María y de su castísimo esposo, San
José. Y todo ello acompañados a lo largo de todo el Adviento por los
oráculos de Isaías y de los demás profetas, que nos hacen vivir en actitud
de gozosa espera.
No hay que olvidar que “el cristianismo es la religión que ha entrado en la
historia...Contemplado en su misterio divino y humano, Cristo es el
fundamento y el centro de la historia, de la cual es el sentido y la meta
última. En efecto, es por medio de Él, Verbo e imagen del Padre, que “todo
se hizo” (Jn 1,3; ver Col 1,15). Su encarnación, culminada en el misterio
pascual y en el don del Espíritu, es el eje del tiempo, la hora misteriosa
en la cual el Reino de Dios se ha hecho cercano (ver Mc 1,15), más aún, ha
puesto sus raíces, como una semilla destinada a convertirse en un gran árbol
(ver Mc 4,30-32), en nuestra historia”.2
Por ello el Adviento no es sólo la espera de un acontecimiento, es sobre
todo la espera de una persona. Así, el acontecimiento esperado es esa
intervención de Dios en la historia que coincide con la venida del Hijo de
Dios, de Cristo: «Dice el que da testimonio de todo esto: “Sí, pronto
vendré”. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22,20). Parece que “Marana tha”
(«Ven, Señor») fue una de las oraciones más frecuentes de los primeros
cristianos, lo que muestra que su actitud fundamental era una actitud de
espera de la vuelta definitiva de Cristo. Pero no con la actitud de evadirse
del tiempo para encontrar la eternidad, sino la de esperar la venida de la
eternidad en el tiempo, asumiendo el movimiento mismo de la historia,
esperando su acabamiento, con la venida definitiva del Señor. Por ello la
oración cristiana no es evasión sino compromiso con la finalidad última del
mundo.
“Podríamos decir que el Adviento es el tiempo en el que los cristianos deben
despertar en su corazón la esperanza de renovar el mundo, con la ayuda de
Dios. A este propósito, quisiera recordar también hoy la constitución
Gaudium et spes del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo
actual: es un texto profundamente impregnado de esperanza cristiana. Me
refiero, en particular, al número 39, titulado "Tierra nueva y cielo nuevo".
En él se lee: "La revelación nos enseña que Dios ha preparado una nueva
morada y una nueva tierra en la que habita la justicia (cf. 2 Cor 5, 2; 2 P
3, 13). (...) No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar,
sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra". En efecto,
recogeremos los frutos de nuestro trabajo cuando Cristo entregue al Padre su
reino eterno y universal. María Santísima, Virgen del Adviento, nos obtenga
vivir este tiempo de gracia siendo vigilantes y laboriosos, en espera del
Señor”.3
3. El Adviento: tiempo de austeridad.
Para que se haga sensible el triple sentido del Adviento, (sentido
escatológico, de venida continua y de preparación a la Navidad), durante el
Adviento la liturgia suprime algunos signos festivos, entre ellos el canto
del Gloria.
Es una manera de expresar, que sólo cuando el Señor Jesús esté con nosotros
al final de los tiempos e instaure definitivamente su Reino, la Iglesia
podrá hacer su fiesta con todo esplendor. El tiempo del Adviento es por
tanto un tiempo marcado por la austeridad, lo cual es muy distinto al
carácter penitencial de la Cuaresma. Por eso aunque en el Adviento se
emplean vestiduras moradas, se omite el canto del Gloria, y la ambientación
es sobria, con todo se conservan algunos signos festivos, como por ejemplo
el canto del Aleluya. Es oportuno indicar que el color morado que debemos
usar en los ornamentos litúrgicos de este tiempo no debe ser el morado de la
Cuaresma, sino un morado más claro que simbolice austeridad pero también
expectación esperanzada y alegre, porque el Señor es fiel a sus promesas y
no tarda en llegar.
Para una correcta celebración del Adviento habrá que observar bien las
disposiciones litúrgicas propias de este tiempo y explicarlas al pueblo fiel
en su verdadero sentido.
II. LAS LECTURAS BÍBLICAS.
1. Las Lecturas de los Domingos de Adviento.
Son ciertamente los domingos los que marcan con mayor fuerza el sentido de
este tiempo litúrgico, con la distribución de sus lecturas en tres ciclos:
En el Evangelio, el primer domingo de los tres ciclos está centrado en la
venida definitiva del Señor al final de los tiempos, para realizar la
plenitud de su Reino. El segundo y el tercer domingo, el protagonista es San
Juan Bautista, que nos invita a preparar la venida del Señor Jesús. Y el
cuarto domingo, el Evangelio nos presenta las escenas preparatorias del
nacimiento del Señor Jesús: el sueño de San José –también llamado la
Anunciación a San José –; la Anunciación a Santa María; y la Visitación.
En la primera lectura, leemos cada domingo textos de Isaías y de los demás
profetas, que nos anuncian el Plan Salvador de Dios y la venida de su
Mesías. Los tres primeros domingos estas profecías evocan las grandes
esperanzas de Israel, mientras que el cuarto domingo, en sintonía con el
Evangelio, presentan las promesas más directas del nacimiento del Hijo de
Dios.
Y finalmente, están los textos de la segunda lectura, tomados de San Pablo o
de otras cartas apostólicas, que nos exhortan a preparar la venida del Señor
y a estar en vigilancia porque el Señor Jesús esta cerca y no tarda en
llegar.
2. Las Lecturas de las Ferias de Adviento.
Las lecturas feriales de las misas de Adviento tienen un contenido
espiritual muy rico y presentan unas líneas de fuerza muy distintas de las
lecturas de los demás ciclos del año litúrgico. Lo primero que hay que
subrayar es que, en la misa de las ferias, casi no se da lectura continua.
Decimos que casi no se da lectura continua, porque ésta sólo se da en dos
casos:
Con referencia a la primera lectura: desde el lunes de la primera semana
hasta el miércoles de la segunda semana.
Con referencia a los Evangelios: los días del 17 al 24 de Diciembre.
Si las lecturas prácticamente se “seleccionan”, entonces hay el deber de
saber los motivos de esta opción de lecturas para poder vivirlas en clave
propia y litúrgica. Esquemáticamente, el leccionario de la misa, en las
ferias de Adviento, toma las siguientes líneas de fuerza:
a. Del lunes de la primera semana al miércoles de la segunda, se hace una
lectura continua de unos pocos textos del profeta Isaías, que nos ofrecen
una hermosa visión de la venida escatológica del Señor Jesús; los textos
evangélicos de estos días sirven de comentario cristiano de los anuncios del
profeta: el Señor Jesús realizó lo que anunciaba Isaías.
b. Del jueves de la segunda semana al viernes de la tercera, es el evangelio
el que ofrece la temática dominante: éste presenta diversas escenas sobre el
Precursor, Juan el que bautizaba junto al Jordán y preparaba, de este modo,
al pueblo de Israel para acoger al Mesías. La lectura que debe subrayarse en
estos días es pues el Evangelio; la del Antiguo Testamento pasa a ser un
simple comentario de los textos evangélicos (precisamente a la inversa de
los días anteriores).
III. NORMAS LITÚRGICAS.
1. Para todo el Adviento.
El uso de los cuatro Prefacios:
El tiempo de Adviento está dividido en dos partes bastantes definidas. La
primera, desde su inicio hasta el 16 de Diciembre, y la segunda, del 17 al
24 de Diciembre.
Hasta el día 16 la perspectiva es más bien escatológica: los textos miran
más allá de la Navidad, hacia la última manifestación del Señor Jesús, al
final de los tiempos. Del 17 al 24 de Diciembre, en la llamada “Semana Santa
de la Navidad”, nos centramos en la preparación próxima de la celebración
festiva de la Navidad.
Esta división se nota también en los prefacios de Adviento. El nuevo Misal
Romano nos presenta 4 de ellos a usarse. Los prefacios I y III se van
alternando en la primera parte del Adviento, hasta el día 16 de Diciembre.
Los prefacios II y IV son propios de los días preparatorios de la Navidad a
partir del día 17 de Diciembre.
El Prefacio I , nos hace ver la diferencia entre la primera y la última
venida del Señor Jesús: la histórica hace más de dos mil años y la
escatológica al final de los siglos.
El Prefacio III, también se centra en la venida última de Cristo, en un día
que será terrible y glorioso a la vez.
El Prefacio II , nos ayuda a prepararnos más próximamente a la fiesta de la
Navidad, presentándonos los tres personajes que más intensamente vivieron la
espera de la venida del Señor: Isaías, San Juan el Bautista y la Santísima
Virgen María. Como el tema fundamental de estos últimos días del Adviento
(también en las lecturas) es la preparación a la Navidad, así el prefacio se
centra en la venida histórica y su “misterio”, que celebraremos gozosamente
en la Navidad.
En el Prefacio IV, la alabanza a Dios se centra en la figura de Santa María,
la Madre del Mesías. El prefacio nos presenta la antítesis entre Eva y
María, lo que nos ayuda a entender mejor la gracia que Dios nos hace, el rol
decisivo de Santa María en la obra de la reconciliación y cómo debe ser
nuestra respuesta a los planes del Señor, inspirándonos en el ejemplo que
nos da nuestra Madre Santísima.
Los cuatro prefacios nos hacen una especie de retrato, tanto de lo que
celebramos como de las actitudes que debemos tener:
- Celebramos la venida de Cristo Jesús: la histórica, porque nació de Santa
María Virgen en Belén hace más de dos mil años; la que sucederá al final de
los tiempos; la que sucede diariamente “en cada persona y en cada
acontecimiento”.
- El Señor Jesús que vino en la humildad de nuestra carne volverá en poder y
gloria. Él, que nos abrió el camino a la esperanza, nos llenará de plenitud.
- Y así, la historia va caminando, en un perpetuo Adviento, hacia el final
de los siglos, cuando pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos
nuevos y la tierra nueva, que con la venida histórica de Jesús sólo quedaron
inaugurados e iniciados.
- Tenemos unos buenos modelos para la espera y la acogida del Señor Jesús:
ante todo su Madre Santa María; pero también Isaías, profeta de la
esperanza, y San Juan el Bautista, precursor que nos lo señala e invita a
seguirlo.
- También quedan apuntadas las actitudes con las que deberíamos vivir el
Adviento: la vigilante espera, la alegría, la fe y el amor, velando en
oración, cantando las alabanzas de Dios y evangelizando.
Otras disposiciones.
Durante estos días no se permiten las misas “por diversas necesidades”, ni
las votivas, ni las cotidianas de difuntos, a no ser que lo requiera la
utilidad pastoral de los fieles.
2. Para los primeros días de Adviento (desde el comienzo hasta el 16 de
Diciembre).
Si la Misa no tiene un prefacio más propio, se pueden usar los prefacios I y
III de Adviento.
IV. LAS FERIAS PRIVILEGIADAS DEL ADVIENTO.
1. Sentido de las Ferias Mayores.
La semana que precede a la Navidad tiene un sentido muy propio y distinto
del resto del tiempo de Adviento. Deberían, pues, subrayarse todos los
detalles que establecen las normas litúrgicas de estos días. En estos días,
la preparación inmediata a la celebración de la Navidad deja en segundo
plano – sin olvidarlo totalmente – el carácter escatológico del Adviento.
2. Signos litúrgicos y ambientación de estos días.
El lugar de la celebración debería conservar el mismo carácter de relativa
austeridad que en las ferias precedentes (ver en este trabajo el N° V, 1),
pero sería bueno “solemnizarlo” algún tanto. Aunque sea muy discreto en los
adornos, podría pensarse en poner más luces en el altar y usar ornamentos
más vistosos que los habituales.
3. Las Lecturas de la Misa.
En la Misa no se hace ya la lectura continua del antiguo Testamento, pero
sí, en cambio del Evangelio. Las primeras lecturas son una antología de
oráculos mesiánicos. Las lecturas del Evangelio presentan diversas escenas
de los acontecimientos inmediatos al nacimiento del Señor en dos series
sucesivas de lecturas, primero del Evangelio de San Mateo y luego del de San
Lucas.
4. Normas Litúrgicas.
Se deben usar los prefacios II y IV. Ellos nos ayudan a tener las actitudes
espirituales apropiadas cercana ya la fiesta de la Navidad.
Todas las memorias de los santos son libres y sólo se puede hacer
conmemoración de las mismas, de la siguiente manera: la misa es de feria,
excepto la oración colecta, que puede ser del santo.
5. Sugerencias Litúrgicas.
Por razón de la proximidad inminente de Navidad, es recomendable emplear
algunos elementos que subrayen la importancia especial de estas últimas
ferias de Adviento, así pues sugerimos:
Usar ornamentos morados, mejores que los habituales.
Cantar diariamente el “Aleluya” de la misa, cuyo texto corresponde a las
célebres antífonas de la “Oh” de las Vísperas.
Poner más luces en el altar.
Usar cada día la fórmula solemne de bendición propia del tiempo de Adviento.
Impulsar las confesiones sacramentales como preparación para Navidad.
V. RECOMENDACIONES Y SUGERENCIAS PARA EL ADVIENTO.
Sin pretender agotar todas las posibilidades celebrativas que ofrece este
tiempo del año litúrgico damos a continuación algunas recomendaciones y
sugerencias. El implementarlas, en la medida de nuestras posibilidades,
contribuirá a salvaguardar algunos valores del Adviento, amenazados hoy en
día por la costumbre de convertir la preparación a la Navidad en una
“operación comercial”, llena de propuestas vacías, procedentes de una
cultura relativista, consumista y hedonista.
1. La ambientación de la iglesia.
Este aspecto es importante para vivir el significado del tiempo de Adviento.
El “cambio de decorado” ayuda a captar el cambio de ritmo de estos días. El
lugar de la celebración, en su conjunto debería ambientarse con un aire
peculiar, no de penitencia, pero sí de austeridad.
Por ello durante el Adviento debería en lo posible suprimirse la música
instrumental o por lo menos acompañar la música con pocos instrumentos
musicales. Asimismo deberían suprimirse los adornos muy festivos. Debe
además haber austeridad en las flores, con arreglos florales menos vistosos
que los que usualmente ponemos en el presbiterio. También es recomendable
poner un frontal de color morado al altar. El lugar de la celebración debe
quedar acogedor, pero sin elementos que manifiesten solemnidad. Sobre la
ambientación de la iglesia durante las Ferias Privilegiadas del Adviento,
ver lo ha mencionado en el N° IV, 2 y 5, de este trabajo.
Así, llegado el tiempo de Navidad, la sobriedad y austeridad del Adviento
contrastará con el carácter festivo de este tiempo y ayudará a captar el
ambiente de presencia del Señor de la solemnidad de la Natividad. La
sobriedad de la ornamentación de estos días ayuda a vivir nuestra condición
de peregrinos, anclados aún en la esperanza. A quien espera, le falta
siempre algo. Sólo cuando el Señor esté de una manera visible entre su
pueblo, habrá llegado la Iglesia a la fiesta completa, significada por los
adornos más festivos del tiempo de Navidad.
Finalmente un aspecto a tener presente sobre la ambientación es que el
Nacimiento o Belén Navideño recién puede comenzar a mostrarse en nuestras
iglesias y en los hogares después del 08 de diciembre, Solemnidad de la
Inmaculada Concepción, pero sin la imagen del Niño Dios. De esta manera
podremos vivir mejor la primera etapa del Adviento centrada en la venida
escatológica del Señor. El que el Nacimiento aparezca recién a partir de
esta fecha, nos ayudará a prepararnos a la gran Solemnidad de la Natividad
del Señor Jesús (ver en este trabajo el Nº V, 10).
2. Los cantos.
Son un elemento clave para dar el tono a las celebraciones del Adviento. De
ahí que hay tener cuidado en su selección. Hay que escoger y cantar los
cantos propios de este tiempo y nos lo que siempre se cantan, sobre todo
durante el Tiempo Ordinario.
Ellos nos ayudarán a comprender la espiritualidad de este tiempo del año
litúrgico. De un modo especial, esta indicación vale para el canto de
entrada. No olvidemos que el canto de entrada tiene por finalidad constituir
la asamblea litúrgica y dar el tono a la celebración.
Recordemos que durante el Adviento se suprime el Gloria, pero sí se canta el
Aleluya. En las ferias de Adviento (hasta el 16 de Diciembre), es mejor
omitir el Aleluya, para subrayar la diferencia entre la misa ferial y la del
Domingo. En cambio en la semana previa a la Navidad se recomienda cantar el
Aleluya en las misas feriales, para suscitar el anhelo de celebrar con gozo
la Navidad.
En los domingos, el Aleluya se deberá cantar, nunca leerse. Este canto no es
nunca conveniente que lo cante un solista, alternando con él la asamblea,
como si se tratara de un nuevo salmo responsorial. Es la asamblea quien debe
cantar la aclamación íntegra. Dado que el Adviento es un tiempo de sobriedad
se recomienda usar melodías sencillas para el Aleluya, reservando las más
solemnes para el tiempo de Navidad.
3. La Homilía.
El Adviento es esperanza, vigilancia, oración confiada, alegría ante el
Señor que viene a nosotros. Es también reconocimiento de que necesitamos la
Salvación del Señor; de que nuestras vidas y nuestro mundo aún no están
maduros, que no están conformes con el designio divino, con el Plan de Dios.
El Adviento es también llamado a la misión, al trabajo por preparar los
caminos del Señor a través del cambio del propio corazón y de la acción
evangelizadora decidida. De esta manera cuando el Señor Jesús vuelva nos
encontrará cumpliendo con el mandato que nos dejó antes de ascender al cielo
de anunciar la Buena Nueva. Por todo ello la homilía, deberá ser durante
este tiempo, intensa, convencida, esperanzadora, vital, apelante, que llame
al trabajo responsable por la propia santidad de vida y por el apostolado,
y, muy especialmente deberá ser amable. La homilía tendrá que ser
cuidadosamente preparada y meditada en clima de oración. Nunca se dejará a
la improvisación.
4. Lugar de la reserva del Santísimo.
Debe manifestar durante estos días una austeridad parecida al presbiterio y
al altar. De esta manera se expresa a través de los signos externos, la
relación que media entre la reserva eucarística y la Misa.4 Por lo tanto, si
en la Misa se ponen pocos adornos, tampoco debe adornarse demasiado
festivamente el sagrario, o el altar durante la exposición del Santísimo.
5. El Sacramento de la Reconciliación.
Gracias a su profundo sentimiento religioso nuestro pueblo creyente sabe que
no se puede celebrar con coherencia el Nacimiento de Aquel “que salvará al
pueblo de sus pecados” (Mt 1,21) sin un esfuerzo por morir al propio pecado
viviendo en la vigilante espera del Señor que volverá al final de los
tiempos.
Por ello sigue siendo una costumbre muy arraigada en nuestro pueblo
acercarse al Sacramento de la Reconciliación antes de Navidad. Este es un
gran valor que no debe perderse sino todo lo contrario que debe
salvaguardarse y cultivarse. El Adviento se nos presenta entonces como un
tiempo propicio para impulsar la pastoral de este sacramento5, ya que la
confesión sacramental es la vía ordinaria para alcanzar el perdón y la
remisión de los pecados graves cometidos después del Bautismo.6 Habrá que
ofrecer horarios abundantes de confesiones.
6. La Virgen María en el Adviento
“Durante el tiempo de Adviento, la Liturgia celebra con frecuencia y de modo
ejemplar a la Virgen María: recuerda algunas mujeres de la Antigua Alianza,
que eran figura y profecía de su misión; exalta la actitud de fe y de
humildad con que María de Nazaret se adhirió, total e inmediatamente, al
proyecto salvífico de Dios; subraya su presencia en los acontecimientos de
gracia que precedieron el nacimiento del Salvador.
“También la piedad popular dedica, en el tiempo de Adviento, una atención
particular a Santa María; lo atestiguan de manera inequívoca diversos
ejercicios de piedad, y sobre todo las novenas de la Inmaculada y de la
Navidad.
“Sin embargo, la valoración del Adviento como tiempo particularmente apto
para el culto de la Madre del Señor no quiere decir que este tiempo se deba
presentar como un mes de María.
“La solemnidad de la Inmaculada (8 de Diciembre), profundamente sentida por
los fieles, da lugar a muchas manifestaciones de piedad popular, cuya
expresión principal es la novena de la Inmaculada. No hay duda de que el
contenido de la fiesta de la Concepción purísima y sin mancha de María, en
cuanto preparación fontal al nacimiento de Jesús, se armoniza bien con
algunos temas principales del Adviento: nos remite a la larga espera
mesiánica y recuerda profecías y símbolos del Antiguo Testamento, empleados
también en la Liturgia del Adviento.
“Donde se celebre la Novena de la Inmaculada se deberían destacar los textos
proféticos que partiendo del vaticinio de Génesis 3,15 desembocan en el
saludo de Gabriel a la «llena de gracia» (Lc 1,28) y en el anuncio del
nacimiento del Salvador (cfr. Lc 1,31-33).
“Acompañada por múltiples manifestaciones populares, en el Continente
Americano se celebra, al acercarse la Navidad, la fiesta de Nuestra Señora
de Guadalupe (12 de Diciembre), que acrecienta en buena medida la
disposición para recibir al Salvador: María «unida íntimamente al nacimiento
de la Iglesia en América, fue la Estrella radiante que iluminó el anunció de
Cristo Salvador a los hijos de estos pueblos»”.7
La exhortación Marialis Cultus, del Papa Paulo VI, también sugirió la
conveniencia de subrayar el tiempo de Adviento como tiempo mariano:
“Durante el tiempo de Adviento, recordamos frecuentemente en la liturgia a
la Santísima Virgen.
“Aparte de la solemnidad del día 8 de Diciembre –en que se celebran
conjuntamente la Inmaculada Concepción de María, la preparación radical a la
venida del Salvador y el feliz comienzo de la Iglesia, hermosa, sin mancha
ni arruga, la tenemos presente sobre todo en los días feriales desde el 17
al 24 de Diciembre, y singularmente el domingo anterior a la Navidad, en que
se leen las antiguas voces proféticas sobre la Virgen María y el Mesías, así
como los relatos evangélicos referentes al nacimiento inminente de Cristo y
del precursor.
“De este modo, los fieles, que trasladan de la liturgia a la vida el
espíritu del Adviento, al considerar el inefable amor con que la Virgen
Madre esperó al Hijo, se sienten animados a tomarla como modelo y a
prepararse, vigilantes en la oración y jubilosos en la alabanza, para salir
al encuentro del Salvador que viene.
“Queremos, además, señalar cómo la liturgia del Adviento, uniendo la espera
mesiánica y la espera del glorioso retorno de Cristo al admirable recuerdo
de la Madre, presenta un feliz equilibrio a la hora de expresar el culto.
Equilibrio que puede ser tomado como norma para impedir todo aquello que
tiende a separar, como sucede en algunas formas de piedad popular, el culto
a la Virgen de su necesario centro de referencia, Cristo.
“Resulta así que este período, como han observado los especialistas en
liturgia, puede ser considerado como un tiempo particularmente apto para
rendir culto a la Madre del Señor: orientación que confirmamos y deseamos
ver acogida y seguida en todas partes”.8
Por todo ello, durante el Adviento es oportuno colocar en un lugar destacado
de la iglesia una bonita imagen de Santa María, que de ser posible presente
su aspecto maternal y sobre todo impulsar el culto mariano. Para ello puede
ayudarnos la colección de Misas de la Bienaventurada Virgen María cuyos
formularios de Adviento pueden ser usados el día sábado.
7. El Rezo del Santo Rosario.
Será bueno impulsar su rezo durante el tiempo del Adviento, y sobre todo
intensificarlo en la semana que va del 17 al 24 de Diciembre (Ferias
Privilegiadas o Mayores). Entre las razones para ello podemos mencionar las
siguientes:
El Rosario nos ayudará a penetrar en los misterios que la liturgia celebra
durante el Adviento. El Rosario, “no sólo no se opone a la Liturgia, sino
que le da soporte, ya que la introduce y la recuerda ayudando a vivirla con
plena participación interior, recogiendo así sus frutos en la vida
cotidiana.”9No olvidemos que a pesar de la centralidad que tiene la liturgia
en la vida cristiana, la vida espiritual no se agota sólo con la
participación en ella.
El Adviento es tiempo propicio para contemplar la obra de la reconciliación
realizada por el Señor Jesús: “El motivo más importante para volver a
proponer la práctica del Rosario es que constituye un medio eficaz para
favorecer entre los fieles el compromiso de contemplación del rostro de
Cristo…La santísima Virgen María es modelo insuperable de contemplación
cristiana. Desde la concepción hasta la resurrección y la ascensión de Jesús
al cielo, la Madre mantuvo fija en el Hijo divino la mirada de su corazón
inmaculado: mirada asombrada, mirada penetrante, mirada dolorida, mirada
radiante. Cada cristiano y la comunidad eclesial hacen suya esta mirada
mariana, llena de fe y de amor, cuando rezan el Rosario”.10De misterio en
misterio somos guiados de la mano de Santa María a comprender a Cristo así
como a desear y pedir su venida definitiva al final de los tiempos. Por ello
si bien el Rosario es una oración mariana es sobre todo una oración
cristológica.
Si el Adviento es un tiempo mariano, una de las mejores maneras de celebrar
a Santa María a lo largo de él será a través del rezo del Rosario.
Rezándolo, le daremos las gracias por el “Sí” generoso e incondicional que
en nombre de toda la creación, dio a la iniciativa reconciliadora de Dios.
No olvidemos que el elemento más extenso del Rosario es el “Ave María” que
nos recuerda el misterio de la Encarnación. Misterio que hizo posible todos
los demás misterios de la vida del Señor. Abriendo de par en par su corazón,
María, hizo posible, gracias a su gran fe, al “Dios con nosotros”, iniciando
así el camino del cumplimiento de las promesas del Señor, las que llegarán a
su plenitud en la parusía. De otro lado la fe de María, su obediencia
transida de amor, y su cooperación activa con los planes de Dios desde su
libertad poseída, son todo un modelo para nosotros de lo que debe ser
nuestra respuesta a los planes de Dios en nuestra vida.
Dado que el Adviento prepara a la Navidad, fiesta de la familia cristiana y
fiesta de Aquel que es nuestra paz (ver Ef 2,14), este tiempo, junto con el
tiempo de Navidad, se presentan como propicios para intensificar su rezo en
familia y por la intención de la paz, así como para desarrollar campañas
para entregar el instrumento del Rosario a quien no tiene uno y enseñar a
rezarlo a quien no lo conoce.
8. Presentación de Isaías, San Juan Bautista y San José.
El Adviento se presenta también como un tiempo propicio para una catequesis
sobre estas tres grandes figuras religiosas.
Isaías, el profeta que experimentó la presencia abrasadora de Dios en su
vida, y que lo veía intervenir constantemente en la historia. Pero para
Isaías, estas intervenciones constantes de Dios en la historia, eran como un
preanuncio de una intervención más poderosa, que se daría con la llegada del
Mesías (ver Is 7,14; 11,1-2). Pero incluso para Isaías la llegada del Mesías
sería a su vez preanuncio del día de Yahvé, día definitivo y terrible, pues
en él serían juzgados los hombres con una justicia insobornable. Isaías nos
habla de experiencia de Dios, de apertura a la esperanza y de anuncio
ardiente de los planes salvadores del Señor.
San Juan el Bautista, esel hombre que exulta de gozo por la presencia
salvadora de Dios ya desde el seno materno (ver Lc 1,41). Por ello, el
Bautista será siempre el ejemplo más hermoso de la alegría que experimenta
el corazón humano cuando encuentra al Señor.
Pero él es también el precursor que prepara eficazmente los caminos del
Señor. Consciente que su misión es dar “testimonio de la luz, para que todos
creyeran por él” (Jn 1,7), el Bautista se acerca a los hombres apartados de
las cosas de Dios para suscitar en ellos nuevas inquietudes y cambiar sus
ideales. Sacude a las personas de su indiferencia religiosa, los despierta
al amor de Dios, forma la conciencia moral, mueva a las personas a la
conversión y a la justicia (ver Lc 3,11-14). Consciente que su misión
consiste tan sólo en preparar el camino al Señor, cuando Éste llega, él
desaparece para dejar a los demás con Él. San Juan el Bautista se nos
presenta como modelo de humildad y de sencillez apostólica, de no vivir
aferrados a los frutos de nuestra acción evangelizadora, conscientes que
nosotros no nos predicamos a nosotros mismos sino al Señor Jesús: “Es
preciso que el crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30). Su humildad heroica lo
lleva a ser una flecha que indica a los demás el camino que lleva al Señor
Jesús. Su figura nos muestra la necesidad del desierto (ver Lc 1,80) para
descubrir la auténtica alegría, y la exigencia de ser testigos de esa
alegría en el mundo de hoy en el que las personas están enfrascadas en la
búsqueda de goces pasajeros.
San José, casto esposa de la Virgen María, cuya función la explica de manera
clara y hermosa el Santo Padre Benedicto XVI con las siguientes palabras:
“Es modelo del hombre "justo" (Mt 1, 19), que en perfecta sintonía con su
esposa acoge al Hijo de Dios hecho hombre y vela por su crecimiento humano.
Por eso, en los días que preceden a la Navidad, es muy oportuno entablar una
especie de coloquio espiritual con san José, para que él nos ayude a vivir
en plenitud este gran misterio de la fe.
“El amado Papa Juan Pablo II, que era muy devoto de San José, nos ha dejado
una admirable meditación dedicada a él en la exhortación apostólica
Redemptoris Custos, "Custodio del Redentor". Entre los muchos aspectos que
pone de relieve, pondera en especial el silencio de San José. Su silencio
estaba impregnado de contemplación del misterio de Dios, con una actitud de
total disponibilidad a la voluntad divina. En otras palabras, el silencio de
San José no manifiesta un vacío interior, sino, al contrario, la plenitud de
fe que lleva en su corazón y que guía todos sus pensamientos y todos sus
actos. Un silencio gracias al cual San José, al unísono con María, guarda la
palabra de Dios, conocida a través de las Sagradas Escrituras,
confrontándola continuamente con los acontecimientos de la vida de Jesús; un
silencio entretejido de oración constante, oración de bendición del Señor,
de adoración de su santísima voluntad y de confianza sin reservas en su
providencia.
“No se exagera si se piensa que, precisamente de su "padre" José, Jesús
aprendió, en el plano humano, la fuerte interioridad que es presupuesto de
la auténtica justicia, la "justicia superior", que él un día enseñará a sus
discípulos (cf. Mt 5, 20). Dejémonos "contagiar" por el silencio de san
José. Nos es muy necesario, en un mundo a menudo demasiado ruidoso, que no
favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios. En este tiempo de
preparación para la Navidad cultivemos el recogimiento interior, para acoger
y tener siempre a Jesús en nuestra vida”.11
9. La Corona de Adviento.
Es uno de los signos más expresivos del Adviento. También se la conoce como
“Corona de luces de Adviento”. Ella expresa la alegría propia de este tiempo
de espera. Está confeccionada con ramas verdes, preferentemente de ciprés,
pero sin flores (por razón de la austeridad del Adviento), aunque en ella se
pueden colocar algunos adornos. En la Corona se colocan cuatro cirios que
pueden ser de colores vistosos. Los cirios han de ser nuevos, nunca usados.
Cada uno de estos cirios puede ornamentarse con un lazo morado (el tercero
con un lazo rosado).
Éstos se encienden sucesivamente, cada domingo en la Misa después del saludo
litúrgico del celebrante y antes del acto penitencial, mientras se entona un
canto apropiado. Cada domingo los cirios pueden ser encendidos por
diferentes tipos de personas, por ejemplo el primer domingo un niño, el
segundo un joven, el tercer domingo un matrimonio, y el cuarto domingo un
consagrado o consagrada.
El encender, semana tras semana, los cirios de la Corona manifiesta la
ascensión gradual hacia la plenitud de la luz de la Navidad. El color verde
de la Corona significa la vida y la esperanza. La Corona de Adviento, es
pues, un símbolo de que la luz y la vida (símbolos del Señor Jesús)
triunfarán sobre las tinieblas y la muerte. Tiene tradicionalmente forma de
corona porque el que viene a nosotros es nuestro Rey, el Señor de la
historia, el alfa y el omega, el principio y el fin.
Si la disposición de la iglesia hace difícil una colocación de la Corona que
resulte estética, los cuatros cirios podrían ser colocados de otra manera
que resulte bella y festiva, por ejemplo, a la manera de un centro de mesa o
sobre un tronco cubierto de ramas verdes. Nunca se deberá colocar la Corona
sobre el altar o delante de él tapándolo. El lugar más aconsejable para
ubicarla es al costado del ambón de la Palabra.
Una vez concluido el Adviento, las ramas verdes de la Corona, pueden ponerse
en el nacimiento debajo de la imagen del Niño Dios para simbolizar que
nuestra espera ha dado su fruto y que el Señor cumple siempre con sus
promesas. De ahí que la esperanza puesta en Él no defrauda. El “Bendicional”
incluye un rito para bendecirla dentro de la Misa y en familia (ver pp.
553-556).
Habría que sugerir, la importancia de que en los hogares se note también el
tiempo de Adviento. Colocar la Corona de Adviento en casa y encender las
sucesivas velas mientras se reza una oración y/o se canta un canto es una
práctica encomiable. También podemos sugerir la bendición de la mesa
familiar de los domingos con alguna liturgia familiar especialmente
preparada para la ocasión. Sería muy conveniente para este fin, imprimir
subsidios para los miembros de nuestras comunidades.
10. El Belén Navideño.
Sobre la oportunidad de apartir cuándo ponerlo en nuestros hogares e
iglesias, el Papa Benedicto XVI nos dice: “En muchas familias, siguiendo una
hermosa y consolidada tradición, inmediatamente después de la fiesta de la
Inmaculada se comienza a montar el belén, para revivir juntamente con María
los días llenos de conmoción que precedieron al nacimiento de Jesús.
Construir el belén en casa puede ser un modo sencillo, pero eficaz, de
presentar la fe para transmitirla a los hijos. El belén nos ayuda a
contemplar el misterio del amor de Dios, que se reveló en la pobreza y en la
sencillez de la cueva de Belén. San Francisco de Asís quedó tan prendado del
misterio de la Encarnación, que quiso reproducirlo en Greccio con un belén
viviente; de este modo inició una larga tradición popular que aún hoy
conserva su valor para la evangelización.
”En efecto, el belén puede ayudarnos a comprender el secreto de la verdadera
Navidad, porque habla de la humildad y de la bondad misericordiosa de
Cristo, el cual "siendo rico, se hizo pobre" (2 Co 8, 9) por nosotros. Su
pobreza enriquece a quien la abraza y la Navidad trae alegría y paz a los
que, como los pastores de Belén, acogen las palabras del ángel: "Esto os
servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre" (Lc 2, 12). Esta sigue siendo la señal, también para nosotros,
hombres y mujeres del siglo XXI. No hay otra Navidad”.12
11. La Novena de Navidad.
Forma parte de nuestra de nuestra tradición espiritual el rezo de novenas.
Por ello sería altamente recomendable rezar del 16 al 24 de Diciembre la
“Novena de Navidad”. Anexo a este documento hacemos llegar una propuesta de
Novena. Ella busca ser plenamente litúrgica así como atenta a las exigencias
de la piedad popular.
12. Escuelas de Oración.
Nuestras comunidades “tienen que llegar a ser auténticas escuelas de
oración, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición
de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración,
contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el arrebato del corazón. Una
oración intensa, pues, que sin embargo no aparta del compromiso en la
historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de
los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio
de Dios...Cuánto ayudaría que no sólo en las comunidades religiosas, sino
también en las parroquiales, nos esforzáramos más para que todo el ambiente
espiritual estuviera marcado por la oración”.13
Como una forma de crear clima de oración durante el Adviento y enseñar a
nuestros fieles a mejorar su vida de oración podría ser oportuno introducir
en este tiempo el rezo de Laudes o Vísperas, en la forma que resulte más
adecuada: los domingos o en los días laborables, como una celebración
independiente o unidos a la Misa.
Asimismo puede ser una buena iniciativa invitar a nuestros fieles a formar
algún grupo de oración que se reúna establemente bajo nuestra guía, una vez
por semana durante media hora. La oración puede consistir en algún salmo o
alguna lectura bíblica, espacios de silencio, y algún canto si se puede.
Otra posibilidad sería organizar un retiro una tarde o una mañana para
reflexionar sobre la espiritualidad del Adviento y nuestra vida cristiana.
Finalmente la espera del nacimiento del Salvador nos hace sensibles al valor
de la vida humana que debe ser respetada y protegida desde su concepción
hasta su fin natural. Por ello puede ser oportuno organizar alguna jornada
de oración por la vida y por la familia.
13. Apostar por la Caridad.
Tiempo marcado por la austeridad y la sobriedad, el Adviento se nos presenta
como un tiempo apropiado para “apostar por la caridad”, que “para la
Iglesia…no es una especie de actividad asistencial social…sino que pertenece
a su naturaleza y es manifestación de irrenunciable de su propia esencia…La
Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber
nadie que sufra por falta de lo necesario. Pero al mismo tiempo, la caritas
– agapé supera los confines de la Iglesia”. 14
Será oportuno discernir, conforme a la realidad de nuestras comunidades, qué
campañas a favor de los pobres podemos organizar durante el Adviento y en
vistas a la Navidad.
No olvidemos que a las formas de pobreza por todos conocidas (hambre,
analfabetismo, falta de asistencia médica, falta de techo, etc.) hoy se
añaden nuevas formas de pobreza que “afectan a menudo ambientes y grupos no
carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sin
sentido, a la insidia de la droga, el abandono en la edad avanzada o en la
enfermedad, a la marginación o a la discriminación social...Se trata de
continuar una tradición de caridad que ya ha tenido muchísimas
manifestaciones en los dos milenios pasados, pero que hoy quizá requiere
mayor creatividad. Es la hora de una nueva “imaginación de la caridad” que
promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la
capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el
gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un
compartir fraterno”.15
Notas
1 S.S. Benedicto XVI, Ángelus, 4-XII-05.
2 S.S. Juan Pablo II, Carta apostólica “Novo millennio ineunte”, N° 5.
3 S.S. Benedicto XVI, Ángelus, 27-XI-05.
4 Ver Instrucción, Eucharisticum mysterium, N° 60.
5 Ver S.S. Juan Pablo II, Carta apostólica, “Novo Millennio Ineunte, N° 37.
Ver S.S. Juan Pablo II, Carta apostólica en forma de Motu Proprio,
“Misericordia Dei”, 7-4-02.
6 Ver Código de Derecho Canónico, can. 959.
7 Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos,
“Directorio Sobre la Piedad Popular y la Liturgia, N° 101-102.
8 S.S. Paulo VI, Exhortación apostólica, Marialis Cultus, N° 3-4.
9 S.S. Juan Pablo II, Carta apostólica “Rosarium Virginis Mariae”, N° 4.
10 S.S. Juan Pablo II, Ángelus, 27-X-02.
11 S.S. Benedicto XVI, Ángelus, 18-XII-06.
12 S.S. Benedicto XVI, Ángelus, 11-XII-05.
13 S.S. Juan Pablo II, Carta apostólica, “Novo Millennio Ineunte”, N° 33.
14 S.S. Benedicto XVI, Carta encíclica “Dios es Amor”, Nº 25.
15 S.S. Juan Pablo II, Carta apostólica, “Novo Millennio Ineunte, N° 50.