EL TIEMPO DE CUARESMA
REFLEXIONES, SUGERENCIAS Y RECOMENDACIONES
Mons. JOSÉ ANTONIO EGUREN ANSELMI, S.C.V.
Arzobispo Metropolitano de Piura
Páginas relacionadas
I. SU NATURALEZA
1. Un tiempo
con carácterísticas propias
2. Sentido de la Cuaresma
3. Estructuras
del tiempo de Cuaresma
4. El lugar de la
celebración
5. Solemnidades, fiestas y memorias durante la Cuaresma
II. LAS LECTURAS
BÍBLICAS DE LA CUARESMA
1. Visión de conjunto
2. Misas dominicales
3. Misas feriales (entre semana)
III. NORMAS LITÚRGICAS
1. Con respecto al conjunto de las celebraciones
2. Con respecto a las celebraciones de
la eucaristía
IV. RECOMENDACIONES Y SUGERENCIAS
1. Textos eucológicos
2. Programa de cantos
3. Preparación del cirio pascual
4. Oración, mortificación y caridad
5. La abstinencia y el ayuno
6. La Confesión
7. La Cuaresma y la Piedad Popular
8. La Virgen María en la Cuaresma
V. NORMAS LITÚRGICAS COMPLEMENTARIAS
1. Miércoles de Ceniza
2. Domingo IV de Cuaresma
3. Ferias de la V Semana de Cuaresma
Notas
1. Un tiempo
con características propias
La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la
Pascua. Tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de
preparación y de memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con los
hermanos, de recurso más frecuente a las “armas de la penitencia cristiana”:
la oración, el ayuno y la limosna (ver Mt 6, 1-6.16-18).
“Con su duración de cuarenta días, la Cuaresma encierra una indudable fuerza
evocadora. En efecto, alude a algunos de los acontecimientos que marcaron la
vida y la historia del antiguo Israel, volviendo a proponer, también a
nosotros, su valor paradigmático: pensemos, por ejemplo, en los cuarenta
días del diluvio universal, que concluyeron con el pacto de alianza
establecido por Dios con Noé, y así con la humanidad, y en los cuarenta días
de permanencia de Moisés en el monte Sinaí, tras los cuales tuvo lugar el
don de las tablas de la Ley. El tiempo de Cuaresma quiere invitarnos sobre
todo a revivir con Jesús los cuarenta días que pasó en el desierto, orando y
ayunando, antes de emprender su misión pública”.1
De manera semejante como el antiguo pueblo de Israel marchó durante cuarenta
años por el desierto para ingresar a la tierra prometida, la Iglesia, el
nuevo pueblo de Dios, se prepara durante cuarenta días para celebrar la
Pascua del Señor. Si bien es un tiempo penitencial, no es un tiempo triste y
depresivo. Se trata de un tiempo especial de purificación y de renovación de
la vida cristiana para poder participar con mayor plenitud y gozo del
misterio pascual del Señor.
La Cuaresma es un tiempo privilegiado para intensificar el camino de la
propia conversión. Este camino supone cooperar activamente con la gracia,
para dar muerte al hombre viejo que actúa en nosotros. Se trata de romper
con el pecado que habita en nuestros corazones, alejarnos de todo aquello
que nos aparta del Plan de Dios, y por consiguiente, de nuestra felicidad y
realización personal.
La Cuaresma es uno de los cuatro tiempos fuertes del año litúrgico y ello
debe verse reflejado con intensidad en cada uno de los detalles de su
celebración. Cuanto más se acentúen sus particularidades, más fructuosamente
podremos vivir toda su riqueza espiritual.
Por tanto habrá que esforzarse, entre otras cosas:
- Para que se descubra que en este tiempo son distintos tanto el enfoque de
las lecturas bíblicas (en la santa misa prácticamente no hay lectura
continua), como el de los textos eucológicos (propios y determinados casi
siempre de modo obligatorio para cada una de las celebraciones).
- Para que los cantos, sean totalmente distintos de los habituales y
reflejen la espiritualidad penitencial, propia de este tiempo.
- Para lograr una ambientación sobria y austera que refleje el carácter de
penitencia de la Cuaresma.
2. Sentido de la Cuaresma
Lo primero que debemos decir al respecto es que la finalidad de la Cuaresma
es ser un tiempo de preparación a la Pascua. Por ello se suele definir a la
Cuaresma, “como camino hacia la Pascua”. La Cuaresma no es por tanto un
tiempo cerrado en sí mismo, o un tiempo “fuerte” o importante en sí mismo.
Es más bien un tiempo de preparación, y un tiempo “fuerte”, en cuanto
prepara para un tiempo “más fuerte” aún, que es la Pascua. El tiempo de
Cuaresma como preparación a la Pascua se basa en dos pilares: por una parte,
la contemplación de la Pascua de Jesús; y por otra parte, la participación
personal en la Pascua del Señor a través de la penitencia y de la
celebración o preparación de los sacramentos pascuales – bautismo,
confirmación, reconciliación, eucaristía –, con los que incorporamos nuestra
vida a la Pascua del Señor Jesús.
Incorporarnos al “misterio pascual” de Cristo supone participar en el
misterio de su muerte y resurrección. No olvidemos que el Bautismo nos
configura con la muerte y resurrección del Señor. La Cuaresma busca que esa
dinámica bautismal (muerte para la vida) sea vivida más profundamente. Se
trata entonces de morir a nuestro pecado para resucitar con Cristo a la
verdadera vida: “Yo les aseguro que si el grano de trigo…muere dará mucho
fruto” (Jn 20, 24).
A estos dos aspectos hay que añadir finalmente otro matiz más eclesial: la
Cuaresma es tiempo apropiado para cuidar la catequesis y la oración de los
niños y jóvenes que se preparan a la confirmación y a la primera comunión; y
para que toda la Iglesia ore por la conversión de los pecadores.
3. Estructuras del
tiempo de Cuaresma
Para poder vivir adecuadamente la Cuaresma es necesario clarificar los
diversos planos o estructuras en que se mueve este tiempo.
En primer lugar, hay que distinguir la “Cuaresma dominical”, con su
dinamismo propio e independiente, de la “Cuaresma de las ferias”.
a. La “Cuaresma dominical”
En ella se distinguen diversos bloques de lecturas. Además el conjunto de
los cinco primeros domingos, que forman como una unidad, se contraponen al
último domingo – Domingo de Ramos en la Pasión del Señor –, que forma más
bien un todo con las ferias de la Semana Santa, e incluso con el Triduo
Pascual.
b. La “Cuaresma ferial”
Cabe también señalar en ella dos bloques distintos:
- El de las Ferias de las cuatro primeras semanas, centradas sobre todo en
la conversión y la penitencia.
- Y el de las dos últimas semanas, en el que, a dichos temas, se sobrepone,
la contemplación de la Pasión del Señor, la cual se hará aún más intensa en
la Semana Santa.
Al organizar, pues, las celebraciones feriales, hay que distinguir estas dos
etapas, subrayando en la primera los aspectos de conversión (las oraciones,
los prefacios, las preces y los cantos de la misa ayudarán a ello).
Y, a partir del lunes de la V Semana, cambiando un poco el matiz, es decir,
centrando más la atención en la Cruz y en la muerte del Señor (sobre todo
las oraciones de la misa y el prefacio I de la Pasión del Señor, toman este
nuevo matiz).
En el fondo, hay aquí una visión teológicamente muy interesante: la
conversión personal, que consiste en el paso del pecado a la gracia
(santidad), se incorpora con un “crescendo” cada vez más intenso, a la
Pascua del Señor: es sólo en la persona del Señor Jesús, nuestra cabeza,
donde la Iglesia, su cuerpo místico, pasa de la muerte a la vida.
Digamos finalmente que sería muy bueno subrayar con mayor intensidad las
ferias de la última semana de Cuaresma – la Semana Santa – en las que la
contemplación de la Cruz del Señor se hace casi exclusivamente (Prefacio II
de la Pasión del Señor). Para ello, sería muy conveniente que, en esta
última semana se pusieran algunos signos extraordinarios que recalcaran la
importancia de estos últimos días. Si bien las rúbricas señalan algunos de
estos signos, como por ejemplo el hecho que estos días no se permite ninguna
celebración ajena (ni aunque se trate de solemnidades); a estos signos
habría que sumar algunos de más fácil comprensión para los fieles, para
evidenciar así el carácter de suma importancia que tienen estos días: por
ejemplo el canto de la aclamación del evangelio; la bendición solemne diaria
al final de la misa (bendiciones solemnes, formulario “Pasión del Señor”);
uso de vestiduras moradas más vistosas, etc.
4. El lugar de la
celebración
Se debe buscar la mayor austeridad posible, tanto para el altar, el
presbiterio, y los demás lugares y elementos celebrativos. Únicamente se
debe conservar lo que sea necesario para que el lugar resulte acogedor y
ordenado. La austeridad de los elementos con que se presenta en estos días
la iglesia (el templo), contrapuesta a la manera festiva con que se
celebrará la Pascua y el tiempo pascual, ayudará a captar el sentido de
“paso” (pascua = paso) que tienen las celebraciones de este ciclo.
Durante la Cuaresma hay que suprimir, pues, las flores (las que pueden ser
sustituidas por plantas ornamentales), las alfombras no necesarias, la
música instrumental, a no ser que sea del todo imprescindible para un buen
canto.
Una práctica que en algunas iglesias podría ser expresiva es la de recubrir
el altar, fuera de la celebración eucarística, con un paño de tela morada.
Finalmente hay que recordar, que la misma austeridad en flores y adornos
debe también aplicarse al lugar de la reserva eucarística y a la bendición
con el Santísimo, pues debe haber una gran coherencia entre el culto que se
da al Santísimo y la celebración de la misa.2 La misma coherencia debe
manifestarse entre la liturgia y las expresiones de la piedad popular.3 Así,
pues, tampoco caben elementos festivos, durante los días cuaresmales y de
Semana Santa, ni en el altar de la reserva ni en la exposición del
Santísimo.
5. Solemnidades, fiestas y memorias durante la Cuaresma
Otro punto que debe cuidarse es el de las maneras de celebrar las fiestas
del Santoral durante la Cuaresma. El factor fundamental consiste en procurar
que la Cuaresma no quede oscurecida por celebraciones ajenas a la misma.
Precisamente para lograr este fin, el Calendario romano ha procurado alejar
de este tiempo las celebraciones de los santos.
De hecho durante todo el largo período cuaresmal, sólo se celebran un máximo
de cuatro festividades (además de alguna solemnidad o fiesta de los
calendarios particulares): San Cirilo y San Metodio (14 de febrero); la
Cátedra de San Pedro (22 de febrero); San José, casto esposo de la Virgen
María (19 de marzo) y la Anunciación del Señor (25 de marzo). En todo caso
en la manera de celebrar estas fiestas no deberá darse la impresión de que
se “interrumpe la Cuaresma”, sino más bien habrá que inscribir estas fiestas
en la espiritualidad y la dinámica de este tiempo litúrgico.
Con respecto a la memoria de los santos, hay que recordar que durante la
Cuaresma todas ellas son libres y si se celebran, se debe hacer con
ornamentos morados, y del modo como indican las normas litúrgicas.
II. LAS
LECTURAS BÍBLICAS DE LA CUARESMA
“La Cuaresma nos impulsa a dejar que la Palabra de Dios penetre en nuestra
vida para conocer así la verdad fundamental: quiénes somos, de dónde
venimos, a dónde debemos ir, cuál es el camino que hemos de seguir en la
vida. De este modo, el tiempo de Cuaresma nos ofrece un itinerario ascético
y litúrgico que, a la vez que nos ayuda a abrir los ojos a nuestra
debilidad, nos estimula a abrir el corazón al amor misericordioso de
Cristo”.4
1. Visión de conjunto
Desde el primer momento es bueno señalar el hecho que en este tiempo la
temática de los diversos sistemas de lecturas es mucho más variada que en
los otros ciclos litúrgicos. Aunque todos los leccionarios de este tiempo
tengan un telón de fondo común (la renovación de la vida cristiana por la
conversión), esta temática se presenta desde ópticas muy diversas, cada una
de las cuales tiene sus matices propios y distintos. Si esta diversidad de
enfoques se olvida, si se unifica y reduce el conjunto a una temática única,
muchas de las lecturas litúrgicas pasarán, prácticamente, desapercibidas;
fenómeno éste que lamentablemente ocurre más de una vez.
Debemos, pues, subrayar en primer lugar que la característica principal de
las lecturas de Cuaresma no estriba tanto en la “novedad” de unas lecturas
que se van descubriendo gracias a los leccionarios post-conciliares, cuanto
en la abundancia de líneas afines que es preciso aunar espiritualmente, de
modo que cada una de ellas aporte su contribución a la renovación cuaresmal
de quienes usan los citados leccionarios.
La actitud fundamental frente a las lecturas cuaresmales debe ser, sobre
todo, la de una escucha reposada y penetrante que ayude a que el espíritu se
vaya impregnando progresivamente de los criterios de la fe, hay veces
suficientemente conocidos, pero no suficientemente interiorizados y hechos
vida.
No se trata de “meditaciones” más o menos intelectualizantes, como de una
contemplación “gozosa” del Plan de Dios sobre la persona humana y su
historia, y de una escucha atenta ante la llamada de Dios a una conversión
que nos lleve a la paz y a la felicidad.
En el conjunto de los Leccionarios cuaresmales emergen con facilidad unas
líneas de fuerza en las que debe centrarse la conversión cuaresmal. Esta
conversión esta muy lejos de limitarse a un mero mejoramiento moral. Es más
bien una conversión radical a Cristo, el Hombre nuevo y perfecto, para
existir en Él (ver Col 2, 7).
Estás líneas de fuerza son las siguientes:
a. La meditación en la historia de la salvación, realizada por Dios – Amor
en favor de la persona humana creada a su imagen y semejanza. Debemos
“convertirnos” de una vida egocéntrica, donde el ser humano vive encerrado
en su mentira existencial, a una vida de comunión con el Señor Jesús, el
Camino, la Verdad y la Vida, que nos lleva al Padre en el Espíritu Santo.
b. La vivencia del misterio pascual como culminación de esta historia santa:
debemos “convertirnos” de la visión de un Dios común a todo ser humano, a la
visión del Dios vivo y verdadero que se ha revelado plenamente en su único
Hijo, Cristo Jesús y en su victoria pascual presente en los sacramentos de
su Iglesia: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que
todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”(Jn 3, 16).
c. El combate espiritual, que exige la cooperación activa con la gracia en
orden a morir al hombre viejo y al propio pecado para dar paso a la realidad
del hombre nuevo en Cristo. En otras palabras, la lucha por la santidad,
exigencia que hemos recibido en el santo Bautismo.
Estas tres líneas deben proponerse todas en simultáneo. La primera línea de
fuerza –la meditación de la Historia de la Salvación- la tenemos
principalmente en las lecturas del Antiguo Testamento de los domingos y en
las lecturas de la Vigilia Pascual. La segunda –la vivencia del misterio
pascual como culminación de la historia santa-, en los evangelios de los
domingos III, IV y V (los sacramentales pascuales) y, por lo menos en cierta
manera, en los evangelios feriales a partir del lunes de la semana IV
(oposición de Jesús al mal, que termina con la victoria pascual de Jesús
sobre la muerte, mal supremo).
La tercera línea –el combate espiritual, la vida en Cristo, la vida virtuosa
y santa- aparece particularmente en las lecturas apostólicas de los domingos
y en el conjunto de las lecturas feriales de la misa de las tres primeras
semanas.
Vale la pena subrayar que las tres líneas de fuerza de que venimos hablando
se hallan, con mayor o menor intensidad, al alcance de todos los fieles:
desde los que sólo participan en la misa dominical a los que toman parte
además en la Eucaristía de los días feriales. Con intensidades diversas pero
con un contenido fundamentalmente idéntico, todos los fieles beben, a través
de la liturgia cuaresmal, en una fuente que les invita a la conversión bajo
todos sus aspectos.
2. Misas dominicales
Las lecturas dominicales de Cuaresma tienen una organización unitaria, que
hay que tener presente en la predicación.
Las lecturas del Antiguo Testamento siguen su propia línea, que no tiene una
relación directa con los evangelios, como el resto del año. Una línea
importante para comprender la Historia de la Salvación.
Los Evangelios siguen también una temática organizada y propia.
Y las lecturas que se hacen en segundo lugar, las apostólicas, están
pensadas como complementarias de las anteriores.
a. La primera lectura tiene en este tiempo de Cuaresma una intención clara:
presentar los grandes temas de la Historia de la Salvación, para preparar el
gran acontecimiento de la Pascua del Señor:
La creación y origen del mundo (domingo primero).
Abraham, padre de los creyentes (domingo segundo).
El Éxodo y Moisés (domingo tercero).
La historia de Israel, centrada sobre todo en David (domingo cuarto).
Los profetas y su mensaje (domingo quinto).
El Siervo de Yahvé (domingo de Ramos).
Estas etapas se proclaman de modo más directo en el Ciclo A, en sus momentos
culminantes.
En el Ciclo B se centran sobre todo en el tema de la Alianza (con Noé, con
Abraham, con Israel, el exilio, la nueva alabanza anunciada por Jeremías).
En el Ciclo C, las mismas etapas se ven más bien desde el prisma del culto
(ofrendas de primicias, celebración de la Pascua, etc.).
En el sexto domingo, o domingo de Ramos en la Pasión del Señor,
invariablemente se proclama el canto del Siervo de Yahvé, por Isaías.
Estas etapas representan una vuelta a la fuente: la historia de las
actuaciones salvíficas de Dios, que preparan el acontecimiento central: el
misterio Pascual del Señor Jesús. En la predicación hay que tener en cuenta
esta progresión, para no perder de vista la marcha hacia la Pascua.
b. La lectura Evangélica tiene también su coherencia independiente a lo
largo de las seis semanas:
-Domingo primero: el tema de las tentaciones de Jesús en el desierto, leídas
en cada ciclo según su evangelista; el tema de los cuarenta días, el tema
del combate espiritual.
-Domingo segundo: la Transfiguración, leída también en cada ciclo según el
propio evangelista; de nuevo el tema de los cuarenta días (Moisés, Elías,
Cristo) y la preparación pascual; la lucha y la tentación llevan a la vida.
-Domingo tercero, cuarto y quinto: presentación de los temas catequéticos de
la iniciación cristiana: el agua, la luz, la vida.
En el Ciclo A: los grandes temas bautismales de San Juan: la samaritana
(agua), el ciego (luz), Lázaro (vida).
En el Ciclo B: temas paralelos, también de San Juan: el Templo, la serpiente
y Jesús Siervo.
En el Ciclo C: temas de conversión y misericordia: iniciación a otro
Sacramento cuaresmal – pascual: la Penitencia.
- Domingo Sexto : la Pasión de Jesús, cada año según su evangelista
(reservando la Pasión de San Juan para el Viernes Santo).
El predicador debe tener en cuenta esta unidad y ayudar a que la comunidad
vaya desentrañando los diversos aspectos de su marcha hacia la Pascua, no
quedándose, por ejemplo en el tema de la tentación o de la penitencia, sino
entrando también a los temas bautismales: Cristo y su Pascua son para
nosotros la clave del agua viva, de la luz verdadera y de la nueva vida.
c. La segunda lectura está pensada como complemento de los grandes temas de
la Historia de la Salvación y de la preparación evangélica a la Pascua.
Temas espirituales, relativos al proceso de fe y conversión y a la
concretización moral de los temas cuaresmales: la fe, la esperanza, el amor,
la vida espiritual, hijos de la luz, etc.
3. Misas feriales (entre
semana)
Este grupo de lecturas tiene gran influencia en la vida espiritual de
aquellos cristianos que acostumbran a participar activamente en la
eucaristía diaria. Es bueno señalar que el leccionario ferial de Cuaresma
fue construyéndose a lo largo de varios siglos y antes de la reforma
conciliar siempre fue el más rico de todo el año litúrgico. La reforma
litúrgica lo respetó por su antigua tradición y riqueza.
Al haberse construido con los siglos, su temática es bastante variada y muy
lejana, por tanto, de lo que es una lectura continua o un plan concebido de
conjunto, que son las formas a las que nos tienen acostumbrados los
leccionarios salidos de la reforma conciliar.
El actual leccionario ferial de la misa divide la Cuaresma en dos partes:
por un lado, tenemos los días que van desde el Miércoles de Ceniza hasta el
sábado de la III semana; y por otro, las ferias que discurren desde el lunes
de IV semana hasta el comienzo del Triduo Pascual.
a. En la primera parte de la Cuaresma (Miércoles de Ceniza hasta el sábado
de III semana), las lecturas van presentando, positivamente, las actitudes
fundamentales del vivir cristiano y, negativamente, la reforma de los
defectos que obscurecen nuestro seguimiento de Jesús.
En estas ferias, ambas lecturas suelen tener unidad temática bastante
marcada, que insiste en temas como la conversión, el sentido del tiempo
cuaresmal, el amor al prójimo, la oración, la intercesión de la Iglesia por
los pecadores, el examen de conciencia, etc.
En los orígenes de la organización de la Cuaresma, sólo había misa (además
del Domingo), los días miércoles y viernes. Por este motivo el leccionario
de Cuaresma privilegia las lecturas de estos dos días con lecturas de mayor
importancia que las de las restantes ferias. Dichas lecturas suelen ser
relativas a la pasión y a la conversión.
b. En la segunda parte de la Cuaresma, (a partir del Lunes de la IV semana
hasta el Triduo Pascual), el leccionario cambia de perspectiva: se ofrece
una lectura continua del evangelio según San Juan, escogiendo sobre todo los
fragmentos en los que se propone la oposición creciente entre Jesús y los
“judíos”.
Esta meditación del Señor enfrentándose con el mal, personalizado por San
Juan en los “judíos”, está llamada a fortalecer la lucha cuaresmal no sólo
en una línea ascética, sino principalmente en el contexto de la comunión con
Cristo, el único vencedor absoluto del mal.
En estas ferias, las lecturas no están tan ligadas temáticamente una
respecto de la otra, sino que presentan, de manera independiente, por un
lado la figura del Siervo de Yahvé o de otro personaje (Jeremías
especialmente), que viene a ser como imagen y profecía del Salvador
crucificado; y, por otro, el desarrollo de la trama que culminará en la
muerte y victoria de Cristo.
Finalmente es bueno indicar que a partir del lunes de la semana IV aparece
un tema quizá no muy conocido: el conjunto dinámico que, partiendo de las
“obras” y “palabras” del Señor Jesús, llega hasta el acontecimiento de su
“hora”. Para no pocos puede ser aconsejable hacer un esfuerzo de meditación
continuada en estos evangelios en su trama progresiva. Este tema puede
resultar muy enriquecedor. Aunque se conozcan a veces los textos, pocas
veces se ha descubierto el significado dinámico que une el conjunto de estas
lecturas, conjunto que desemboca en la “hora” de Jesús, es decir en su
glorificación a través de la muerte que celebramos en el Triduo pascual.
1. Con
respecto al conjunto de las celebraciones
Se omite siempre el “Aleluya” en toda celebración.
Esta mandado suprimir los adornos y flores de la iglesia, excepto el IV
Domingo. (Domingo de la alegría en nuestro camino hacia la Pascua).
Igualmente se suprime la música de instrumentos (excepto el IV Domingo), a
no ser que sean indispensables para acompañar algún canto.
Las mismas expresiones de austeridad en flores y música se tendrán en el
altar de la reserva eucarística y en las celebraciones extralitúrgicas, y en
las manifestaciones de piedad popular.
2. Con
respecto a las celebraciones de la eucaristía
Excepto en los domingos y en las solemnidades y fiestas que tienen prefacio
propio, cada día se dice cualquiera de los cinco prefacios de Cuaresma.
Los domingos se omite el himno del “Gloria”. Este himno, en cambio, se dice
en las solemnidades y fiestas.
Antes de la proclamación del evangelio, tanto en las misas del domingo como
en las solemnidades, fiestas y ferias, el canto del “Aleluya” se substituye
por alguna otra aclamación a Cristo. Con todo, para subrayar mejor la
distinción entre las ferias y los días festivos, creemos mejor omitir
siempre este canto en los días feriales. Incluso en los domingos, es mejor
omitir esta aclamación que recitarla sin canto.
Los domingos no se puede celebrar ninguna otra misa que no sea la del día.
En las ferias, las señaladas en el Calendario Litúrgico con la letra (D),
existe la posibilidad de celebrar alguna misa distinta de la del día.
Si en las ferias se quiere hacer la memoria de algún santo, se substituye la
colecta ferial por la del santo. Los demás elementos deben ser feriales
(incluso la oración sobre las ofrendas y después de la comunión).
IV. RECOMENDACIONES Y
SUGERENCIAS
1. Textos eucológicos
La Cuaresma es el tiempo del año que posee mayor riqueza de textos
eucológicos (conjunto de oraciones de un libro litúrgico o de una
celebración). La misa no sólo tiene propia la primera oración de cada día,
sino incluso la oración sobre las ofrendas y la oración después de la
comunión. Pero, además de estos textos obligatorios, subrayaríamos la
importancia de otros formularios que pueden usarse libremente:
a. El acto penitencial de la misa
Sería recomendable destacar, durante este tiempo, esta parte de la
celebración. Podrían, por ejemplo, variarse cada día de la semana las
invocaciones (la nueva edición del Misal Romano ofrece para ello una
variedad de posibilidades), y cantar a diario –no limitarse a rezar- el
“Señor ten piedad”. Es una manera sencilla de subrayar el carácter
penitencial de estos días.
b. Oración de los fieles
Convendría emplear algunos formularios en los que se atendiese el
significado propio de este tiempo, y en los que se incluyeran algunas
peticiones por los pecadores, a tenor de lo que se dice al respecto en el
Concilio Vaticano II (ver Sacrosanctum Concilium, N. 109). Asimismo, y
siguiendo el pedido del Santo Padre, se pueden incluir peticiones por la paz
del mundo, por la familia, por la defensa de la vida, y por las vocaciones.
c. Prefacios
En el año A, todos los domingos tienen un prefacio propio que glosa el
evangelio del día. En los años B y C, tienen prefacio propio los domingos I
y II y el domingo de Ramos. Los restantes domingos, se usa uno de los
prefacios comunes de Cuaresma. El más apropiado para el domingo IV es el
prefacio I, por sus alusiones a la Pascua que, se avecina. En cambio el
prefacio IV por sus alusiones al ayuno, no es apropiado para el domingo.
Para las ferias hay cinco prefacios. Todos estos prefacios habrá que
distribuirlos de manera que ninguno de ellos quede olvidado. Por su carácter
penitencial, el IV está especialmente indicado para los viernes.
d. El espíritu de la Cuaresma en sus Prefacios
La última edición de Misal Romano en castellano (1988), trae cinco Prefacios
de Cuaresma, destinados a las cuatro primeras semanas de este tiempo.
La semana V y VI, como se recuerda, disponen de dos Prefacios de la Pasión
del Señor. Los cinco prefacios cuaresmales son éstos:
Prefacio I: Significación espiritual de la Cuaresma
A usarse sobre todo el domingo, cuando no hay señalado prefacio propio.
Este prefacio presenta cuatro líneas de fuerza:
En primer lugar define la actitud del cristiano en la cuaresma: “anhelar año
tras año la solemnidad de la pascua”. Este prefacio presenta la meta
positiva del proceso cuaresmal y de la vida cristiana: participar en
plenitud del misterio pascual del Señor Jesús. Lo que deseamos y celebramos
es el misterio de Cristo renovado en nuestra vida: la Iglesia, que se
incorpora a la Pascua de su Señor.
En segundo lugar la tarea cuaresmal se describe con tres pinceladas:
librarnos del pecado y purificarnos interiormente; dedicarnos con mayor
empeño a la alabanza divina (vida de oración); y finalmente vivir más
intensamente el amor fraterno (la caridad).
En tercer lugar subraya que la meta última a la que tiende el proceso
cuaresmal es “llegar a ser con plenitud hijos de Dios”, en Cristo, el Hijo
por excelencia, en quien hemos sido injertados por el Bautismo.
Finalmente, en cuarto lugar, el prefacio subraya que todo es iniciativa
divina, a la que la persona humana debe corresponder según el máximo de sus
posibilidades y capacidades: “por Él concedes a tus hijos anhelar, año tras
año...” La Palabra de Dios y los Sacramentos nos ayudan en nuestro camino
hacia la santidad.
Prefacio II: La penitencia espiritual
A usarse sobre todo el domingo, cuando no hay señalado un prefacio propio.
Este prefacio subraya el sentido de la penitencia cuaresmal. La Cuaresma es
presentada como un tiempo de gracia (tiempo de misericordia), que Dios nos
ofrece para conseguir la purificación interior del espíritu. Vernos libres
del pecado, de nuestros vicios y esclavitudes, reordenando adecuadamente
nuestras potencias y pasiones, aprendiendo a usar los bienes materiales como
medios y no como fines, comprendiendo su naturaleza perecedera y por tanto
no apegándonos a ellos desordenadamente. Este es el sentido de la penitencia
cuaresmal: cambio de mentalidad (metanoia), despojarse del hombre viejo para
revestirse del hombre nuevo.
Prefacio III: Los frutos de las privaciones voluntarias
A usarse durante las ferias y los días de abstinencia y ayuno.
Este prefacio concreta aún más esta “penitencia” y señala el por qué de la
abstinencia y el ayuno. El ayuno tiene una doble finalidad: por una parte
mitigar nuestros apetitos desordenados, y por otra parte aliviar las
necesidades del prójimo con el fruto de nuestra renuncia. Con ello damos
gracias a Dios y nos hacemos discípulos e instrumentos de su amor.
Prefacio IV: Los frutos del ayuno
A usarse durante las ferias y los días de abstinencia y ayuno.
Es el más antiguo de los prefacios cuaresmales. Se limita a destacar el
ayuno como elemento central de la Cuaresma, presentándonos el aspecto
“ascético” de este tiempo litúrgico.
Prefacio V: El camino del éxodo cuaresmal
A usarse durante las ferias de este tiempo.
Este prefacio fue incorporado en la última edición del Misal Romano en
castellano (1988). Tiene un título dinámico y sugestivo. Presenta a Dios
como Padre rico en misericordia, quien toma la iniciativa de nuestra
salvación porque “por el grande amor con que nos amó, estando muertos a
causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo –por gracia
habéis sido salvados- y con Él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos
en Cristo Jesús” (Ef 2, 4-6). El prefacio presenta el camino de la Iglesia
en la Cuaresma como un “nuevo éxodo”, donde la Iglesia está llamada a hacer
penitencia y renovar su vocación de pueblo de la alianza nueva y eterna,
llamado a bendecir el nombre de Dios, a escuchar su Palabra y a experimentar
con gozo sus maravillas.
Además de estos cinco prefacios numerados, hay otros varios, prácticamente
para cada domingo, sobre todo en el Ciclo A.
El domingo primero, se centra en las tentaciones de Jesús en el desierto.
El domingo segundo, sobre la Transfiguración del Señor.
Los domingos tercero, cuarto y quinto, tienen unos prefacios claramente
bautismales, respondiendo a las lecturas evangélicas, que presentan los
grandes temas cuaresmales del agua (la samaritana), la luz (el ciego de
nacimiento) y la vida (Lázaro).
Como ya hemos indicado hay otros dos prefacios de Pasión, para los últimos
días de la Cuaresma y Semana Santa.
Son once prefacios en total. Podemos sacar provecho de ellos para nuestra
predicación y nuestra catequesis. En ellos están las ideas – fuerza del
misterio de salvación que sucede en nuestro camino cuaresmal-pascual.
e. Plegarias Eucarísticas
Pueden usarse las dos plegarias eucarísticas sobre la reconciliación, sobre
todo los días miércoles y viernes, que son los días más penitenciales de la
Cuaresma.
f. Monición introductoria al Padrenuestro
Durante el tiempo de Cuaresma, puede ser sugestivo recalcar en la monición
al Padrenuestro la petición: “Perdónanos nuestras ofensas”, o bien “Líbranos
del mal”.
g. Bendición Solemne y Oraciones sobre el pueblo
La edición del Misal Romano en castellano (1988), ha incorporado una
bendición solemne para este tiempo, que en la edición anterior del Misal no
existía. Por ello será oportuno usarla sobre todo el Miércoles de Ceniza y
los domingos de Cuaresma.
También se pueden usar para los domingos las “oraciones sobre el pueblo” que
trae el Misal Romano al final del elenco de las Bendiciones Solemnes, y que
son las antiguas bendiciones romanas. Para los domingos las más aconsejables
son las de los números 4, 11, 18, 20 y 21. No hay que olvidar el domingo VI
de Cuaresma o de Pasión tiene bendición propia.
Si para las ferias se quiere emplear alguna de las “oraciones sobre el
pueblo”, las más apropiadas son las de los números, 6, 10, 12, 15, 17 y 24.
La 17 resulta muy apropiada para los días viernes.
2. Programa de cantos
a) Canto de entrada de la misa
Este canto ha de dar el color cuaresmal al conjunto de la celebración
eucarística. Debe ser penitencial o, en los días viernes y en las dos
últimas semanas, alusivos a la cruz del Señor. Por tanto hay que poner mucho
cuidado en su elección.
b) Salmo responsorial
Se debe respetar siempre en la liturgia de la Misa y no ser alegremente
sustituido por cualquier canto. No nos cansaremos de decir que el Salmo
forma parte integral de la Liturgia de la Palabra; que es Palabra de Dios, y
que la palabra divina nunca puede ser sustituida por la palabra humana.
En la medida de lo posible se debe cantar. Pero si la asamblea no puede
cantar la antífona propia del salmo de la misa, se pueden buscar algunas
antífonas aplicables a todas las misas, siempre y cuanto estas antífonas
respeten el sentido del salmo.
Así por ejemplo se pueden seleccionar antífonas penitenciales, cuando el
salmo sea penitencial (por ejemplo, “Perdón, Señor, Perdón”; o “Sí me
levantaré”); o aclamaciones que aludan a la pasión del Señor, cuando el
salmo sugiera la oración de Cristo en la cruz (por ejemplo “Protégeme Dios
mío”).
En caso que esto tampoco se pueda hacer es preferible leer el salmo, y la
asamblea responder con la antífona indicada, a cantar una respuesta que no
tenga el mismo sentido del salmo.
c) Aclamación antes del evangelio
Pueden hacerse estas indicaciones:
- Es mejor reservarla únicamente para los días más solemnes (domingos y tres
primeras ferias de Semana Santa), y omitirla en las ferias.
- Nunca la debe cantar un solista (no es un segundo salmo responsorial),
sino la asamblea o un coro. Lo mejor es que sea un canto vibrante y
aclamación a Cristo que hablará en el santo evangelio.
d) Cantos de comunión
Deberán evitarse los que tuvieren un matiz penitencial, pues la comunión es
siempre un momento festivo. En el momento de comulgar no se trata de crear
un ambiente cuaresmal, sino acompañar festivamente la procesión eucarística.
Por ello es bueno para este momento de la Santa Misa escoger cantos alusivos
al convite eucarístico.
e) Preparación de los cantos de la Vigilia y de la Cincuentena pascual
Hay que dedicar durante la Cuaresma un tiempo cada semana para ensayar
cantos pascuales. Esto no se sitúa solamente en la línea de una necesidad
práctica con vistas a las fiestas y al tiempo litúrgico que se aproximan,
sino que además contribuirá a vivir la Cuaresma como un camino hacia la
pascua, creando el deseo de anhelar su celebración.
En esta línea, tiene tanta importancia los ensayos en sí como la explicación
de algunos textos cantados. En estos ensayos cuaresmales debería procurarse
que el repertorio pascual progresara de año en año, y, así, los cantos
pascuales superaran los de los otros ciclos, como la Pascua supera en
solemnidad las otras fiestas.
Como cantos más importantes podrían citarse:
Un “Aleluya” vibrante (y quizá nuevo) que, bien ensayado desde el principio
de la Cuaresma, lo podría saber bien toda la asamblea.
Un “Gloria” solemne y extraordinario, que podría estrenarse en la Noche
santa de Pascua y convertirse en el “Gloria” propio de la cincuentena, o por
lo menos de la Octava de Pascua. Es bueno recordar que el “Gloria” que se
escoja debe recoger en su totalidad el texto litúrgico del Misal Romano.
Aquel que cantará el “Pregón Pascual” en la Vigilia Pascual, deberá
practicarlo con la suficiente anticipación y nunca dejar su ensayo para el
último momento.
3. Preparación del cirio
pascual
El cirio pascual es quizás el signo más propio y expresivo de las
celebraciones pascuales. Por ello, no es suficiente comprarlo (sería
imperdonable usar el cirio de otros años, pues la Pascua es la renovación de
todo), sino que es necesario ambientar su futura presencia, y, lograr que
los fieles lo anhelen, pues el representa al Señor glorificado.
Por ello sugerimos que se organice el IV Domingo de Cuaresma una colecta
entre los fieles para adquirirlo. El IV Domingo de Cuaresma, es el domingo
de la alegría en el camino penitencial hacia la Pascua (domingo de laetare),
y nos invita a pensar en la Pascua como una celebración ya muy próxima.
Con ello resultaría más verdadera la expresión que se cantará en el pregón
pascual: “En esta noche de gracia, acepta, Padre santo, este sacrificio
vespertino de alabanza que la santa Iglesia te ofrece por medio de sus
ministros en la solemne ofrenda de este cirio”. Es evidente que esta
expresión pierde todo su sentido si se usa un cirio que ya ha sido, por
decirlo así, “ofrecido” anteriormente.
4. Oración,
mortificación y caridad
Son las tres grandes prácticas cuaresmales o medios de la penitencia
cristiana (ver Mt 6,1-6.16-18).
Ante todo, está la vida de oración, condición indispensable para el
encuentro con Dios. En la oración, el cristiano ingresa en el diálogo íntimo
con el Señor, deja que la gracia entre en su corazón y, a semejanza de Santa
María, se abre a la acción del Espíritu cooperando con ella con su respuesta
libre y generosa (ver Lc 1,38). Por tanto debemos en este tiempo animar a
nuestros fieles a una vida de oración más intensa.
Para ello podría ser aconsejable introducir el rezo de Laúdes o Vísperas, en
la forma que resulte más adecuada: los domingos o en los días laborables,
como una celebración independiente o unidos a la Misa; invitar a nuestros
fieles a formar algún grupo de oración que se reúna establemente bajo
nuestra guía, una vez por semana durante media hora. De esta manera además
de rezar podemos enseñarles a hacer oración; incentivar la oración por la
conversión de los pecadores, oración propia de este tiempo; etc. Además, no
hay que olvidar que la Cuaresma es tiempo propicio para leer y meditar
diariamente la Palabra de Dios.
Por ello sería muy bueno ofrecer a nuestros fieles la relación de las
lecturas bíblicas de la liturgia de la Iglesia de cada día con la confianza
de que su meditación sea de gran ayuda para la conversión personal que nos
exige este tiempo litúrgico.
La mortificación y la renuncia, en las circunstancias ordinarias de nuestra
vida, también constituyen un medio concreto para vivir el espíritu de la
Cuaresma. No se trata tanto de crear ocasiones extraordinarias, sino más
bien ofrecer aquellas circunstancias cotidianas que nos son molestas; de
aceptar con humildad, gozo y alegría, los distintos contratiempos que nos
presenta el ritmo de la vida diaria, haciendo ocasión de ellos para unirnos
a la Cruz del Señor. De la misma manera, el renunciar a ciertas cosas
legítimas nos ayuda a vivir el desapego y el desprendimiento. Incluso el
fruto de esas renuncias y desprendimientos lo podemos traducir en alguna
limosna para los pobres. Dentro de esta práctica cuaresmal están el ayuno y
la abstinencia, de los que nos ocuparemos más adelante en un acápite
especial.
La caridad. De entre las distintas prácticas cuaresmales que nos propone la
Iglesia, la vivencia de la caridad ocupa un lugar especial. Así nos lo
recuerda San León Magno: “estos días cuaresmales nos invitan de manera
apremiante al ejercicio de la caridad; si deseamos llegar a la Pascua
santificados en nuestro ser, debemos poner un interés especialísimo en la
adquisición de esta virtud, que contiene en sí a las demás y cubre multitud
de pecados”. Esta vivencia de la caridad debemos vivirla de manera especial
con aquel a quien tenemos más cerca, en el ambiente concreto en el que nos
movemos.
Sobre la vivencia de la caridad en la Cuaresma el Santo Padre nos señala:
“En la encíclica Deus est caritas, quise presentar este amor como el secreto
de nuestra conversión personal y eclesial. Comentando las palabras de san
Pablo a los Corintios: "Nos apremia el amor de Cristo" (2 Cor 5, 14),
subrayé que "la conciencia de que, en Él, Dios mismo se ha entregado por
nosotros hasta la muerte, tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros
mismos, sino para Él y, con Él, para los demás" (n. 33). El amor, como
reafirma Jesús en el pasaje evangélico de hoy, debe traducirse después en
gestos concretos en favor del prójimo, y en especial en favor de los pobres
y los necesitados, subordinando siempre el valor de las "obras buenas" a la
sinceridad de la relación con el "Padre celestial", que "ve en lo secreto" y
"recompensará" a los que hacen el bien de modo humilde y desinteresado (ver
Mt 6, 1. 4. 6. 18). La concreción del amor constituye uno de los elementos
esenciales de la vida de los cristianos, a los que Jesús estimula a ser luz
del mundo, para que los hombres, al ver sus "buenas obras", glorifiquen a
Dios (ver Mt 5, 16). Esta recomendación llega a nosotros muy oportunamente
al inicio de la Cuaresma, para que comprendamos cada vez mejor que "la
caridad no es una especie de actividad de asistencia social (...), sino que
pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia
esencia" (Deus est caritas, n. 25). El verdadero amor se traduce en gestos
que no excluyen a nadie, a ejemplo del buen samaritano, el cual, con gran
apertura de espíritu, ayudó a un desconocido necesitado, al que encontró
"por casualidad" a la vera del camino (ver Lc 10, 31)”.5
Por ello será oportuno discernir, conforme a la realidad de nuestras
comunidades, qué campañas a favor de los pobres podemos organizar durante la
Cuaresma, y cómo debemos alentar a nuestros fieles a la caridad personal.
La oración, la mortificación y la caridad, nos ayudan a vivir la conversión
pascual: del encierro del egoísmo (pecado), estas tres prácticas de la
Cuaresma nos ayudan a vivir la dinámica de la apertura a Dios, a nosotros
mismos y a los demás.
5. La abstinencia y el ayuno
La práctica del ayuno, tan característica desde la antigüedad en este tiempo
litúrgico, es un “ejercicio” que libera voluntariamente de las necesidades
de la vida terrena para redescubrir la necesidad de la vida que viene del
cielo: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la
boca de Dios”(Mt 4,4; ver Dt 8,3; Lc 4,4; antífona de comunión del I Domingo
de Cuaresma).
¿Qué exige la Abstinencia y del Ayuno?
La abstinencia prohíbe el uso de carnes, pero no de huevos, lactinios y
cualquier condimento a base de grasa de animales. Son días de abstinencia
todos los viernes del año.
El ayuno exige hacer una sola comida durante el día, pero no prohíbe tomar
un poco de alimento por la mañana y por la noche, ateniéndose, en lo que
respecta a la calidad y cantidad, a las costumbres locales aprobadas
(Constitución Apostólica poenitemi, sobre doctrina y normas de la
penitencia, III, 1,2).
Son días de ayuno y abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.
Según acuerdo de los Obispos del Perú reunidos en Enero de 1985, y conforme
a las Normas complementarias de la Conferencia Episcopal Peruana al Código
de Derecho Canónico de Enero de 1986 aprobadas por la Santa Sede, el Ayuno y
la Abstinencia puede ser reemplazado por:
Prácticas de piedad (por ejemplo, lectura de la Sagrada Escritura, Santa
Misa, Rezo del Santo Rosario).
Mortificaciones corporales concretas.
Abstención de bebidas alcohólicas, tabaco, espectáculos.
Limosna según las propias posibilidades. Obras de caridad, etc.
¿Quiénes están llamados a la abstinencia y al ayuno?
A la Abstinencia de carne: los mayores de 14 años.
Al Ayuno: los mayores de edad (18 años) hasta los 59 años.
¿Por qué el Ayuno?
“ Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede
clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación
espiritual que acerca al hombre a Dios. El abstenerse de la comida y la
bebida tiene como fin introducir en al existencia del hombre no sólo el
equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría
definir como “actitud consumista". Tal actitud ha venido a ser en nuestro
tiempo una de las características de la civilización occidental. ¡La actitud
consumista! El hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy
frecuentemente abusa de ellos. La civilización se mide entonces según la
cantidad y la calidad de las cosas que están en condiciones de proveer al
hombre y no se mide con el metro adecuado al hombre. Esta civilización de
consumo suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre
en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más
para satisfacer los sentidos, la excitación que se deriva de ellos, el
placer momentáneo, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor. El
hombre de hoy debe ayunar, es decir, abstenerse de muchos medios de consumo,
de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse
de algo. El hombre es él mismo solo cuando logra decirse a sí mismo: No. No
es la renuncia por la renuncia: sino para el mejor y más equilibrado
desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para el
dominio de sí mismo”.6
6. La Confesión
La Cuaresma es tiempo penitencial por excelencia y por tanto se presenta
como tiempo propicio para impulsar la pastoral de este sacramento7, ya que
la confesión sacramental es la vía ordinaria para alcanzar el perdón y la
remisión de los pecados graves cometidos después del Bautismo.8
No hay que olvidar que los fieles laicos saben, por una larga tradición
eclesial, que el tiempo de Cuaresma – Pascua, está en relación con el
precepto de la Iglesia de confesar lo propios pecados graves, al menos una
vez al año. Por todo ello, habrá que ofrecer horarios abundantes de
confesiones.
7. La Cuaresma y la
Piedad Popular
La Cuaresma es tiempo propicio para una interacción fecunda entre liturgia y
piedad popular. Entre las devociones de piedad popular más frecuentes que
durante la Cuaresma podemos alentar están:
La Veneración a Cristo Crucificado
En el Triduo pascual, el Viernes Santo, dedicado a celebrar la Pasión del
Señor, es el día por excelencia para la “Adoración de la Santa Cruz”. Sin
embargo, la piedad popular desea anticipar la veneración cultual de la Cruz.
De hecho, a lo largo de todo el tiempo cuaresmal, el viernes, que por una
antiquísima tradición cristiana es el día conmemorativo de la Pasión de
Cristo, los fieles dirigen con gusto su piedad hacia el misterio de la Cruz.
Contemplando al Salvador crucificado captan más fácilmente el significado
del dolor inmenso e injusto que el Señor Jesús, el Santo, el Inocente,
padeció por la salvación del hombre, y comprenden también el valor de su
amor solidario y la eficacia de su sacrificio redentor. En las
manifestaciones de devoción a Cristo crucificado, los elementos
acostumbrados de la piedad popular como cantos y oraciones, gestos como la
ostensión y el beso de la cruz, la procesión y la bendición con la cruz, se
combinan de diversas maneras, dando lugar a ejercicios de piedad que a veces
resultan preciosos por su contenido y por su forma.
No obstante, la piedad respecto a la Cruz, con frecuencia, tiene necesidad
de ser iluminada. Se debe mostrar a los fieles la referencia esencial de la
Cruz al acontecimiento de la Resurrección: la Cruz y el sepulcro vacío, la
Muerte y la Resurrección de Cristo, son inseparables en la narración
evangélica y en el designio salvífico de Dios.
La Lectura de la Pasión del Señor
Durante el tiempo de Cuaresma, el amor a Cristo crucificado deberá llevar a
la comunidad cristiana a preferir el miércoles y el viernes, sobre todo,
para la lectura de la Pasión del Señor.
Esta lectura, de gran sentido doctrinal, atrae la atención de los fieles
tanto por el contenido como por la estructura narrativa, y suscita en ellos
sentimientos de auténtica piedad: arrepentimiento de las culpas cometidas,
porque los fieles perciben que la Muerte de Cristo ha sucedido para remisión
de los pecados de todo el género humano y también de los propios; compasión
y solidaridad con el Inocente injustamente perseguido; gratitud por el amor
infinito que Jesús, el Hermano primogénito, ha demostrado en su Pasión para
con todos los hombres, sus hermanos; decisión de seguir los ejemplos de
mansedumbre, paciencia, misericordia, perdón de las ofensas y abandono
confiado en las manos del Padre, que Jesús dio de modo abundante y eficaz
durante su Pasión.
El Vía Crucis
Entre los ejercicios de piedad con los que los fieles veneran la Pasión del
Señor, hay pocos que sean tan estimados como el Vía Crucis. A través de este
ejercicio de piedad los fieles recorren, participando con su afecto, el
último tramo del camino recorrido por Jesús durante su vida terrena: del
Monte de los Olivos, donde en el “huerto llamado Getsemani” (Mc 14, 32) el
Señor fue “presa de la angustia” (Lc 22, 44), hasta el Monte Calvario, donde
fue crucificado entre dos malhechores (ver Lc 23, 33), al jardín donde fue
sepultado en un sepulcro nuevo, excavado en la roca (ver Jn 19, 40-42).
Un testimonio del amor del pueblo cristiano por este ejercicio de piedad son
los innumerables Vía Crucis erigidos en las iglesias, en los santuarios, en
los claustros e incluso al aire libre, en el campo, o en la subida a una
colina, a la cual las diversas estaciones le confieren una fisonomía
sugestiva. En el ejercicio de piedad del Vía Crucis confluyen también
diversas expresiones características de la espiritualidad cristiana: la
comprensión de la vida como camino o peregrinación; como paso, a través del
misterio de la Cruz, del exilio terreno a la patria celeste; el deseo de
conformarse profundamente con la Pasión de Cristo; las exigencias del
seguimiento de Cristo, según la cual el discípulo debe caminar detrás del
Maestro, llevando cada día su propia cruz (ver Lc 9,23). Por tanto debemos
motivar su rezo los miércoles y/o viernes de Cuaresma.
8. La Virgen María en
la Cuaresma
En el plan salvífico de Dios (ver Lc 2, 34-35) están asociados Cristo
crucificado y la Virgen dolorosa. Como Cristo es el “hombre de dolores” (Is
53, 3), por medio del cual se ha complacido Dios en “reconciliar consigo
todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la
sangre de su cruz” (Col 1,20), así María es la “mujer del dolor”, que Dios
ha querido asociar a su Hijo, como Madre y partícipe de su Pasión. Desde los
días de la infancia de Cristo, toda la vida de la Virgen, participando del
rechazo de que era objeto su Hijo, transcurrió bajo el signo de la espada
(ver Lc 2, 35).
Por ello la Cuaresma es también tiempo oportuno para crecer en nuestro amor
filial a Aquella que al pie de la Cruz nos entregó a su Hijo, y se entregó
Ella misma con Él, por nuestra salvación.
Este amor filial lo podemos expresar durante la Cuaresma impulsando ciertas
devociones marianas propias de este tiempo: “Los siete dolores de Santa
María Virgen”; la devoción a “Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores”
(cuya memoria litúrgico se puede celebrar el viernes de la V semana de
Cuaresma; y el rezo del Santo Rosario, especialmente los misterios de dolor.
También podemos i mpulsar el culto de la Virgen María a través de la
colección de Misas de la Bienaventurada Virgen María, cuyos formularios de
Cuaresma pueden ser usados el día sábado.
V. NORMAS LITÚRGICAS
COMPLEMENTARIAS
1. Miércoles de Ceniza
La bendición e imposición de la ceniza se hace después del evangelio y de la
homilía. Con motivo de este rito penitencial, al empezar la misa de este día
se suprime el acto penitencial acostumbrado. Por ello, después que el
celebrante ha besado el altar, saluda al pueblo y, a continuación, se pueden
decir las invocaciones, “Señor ten piedad”, (sin anteponer otras frases,
pues hoy no son el acto penitencial), y la oración colecta, y se pasa a la
liturgia de la palabra. Después de la homilía se hace la bendición e
imposición de la ceniza; acabada ésta, el celebrante se lava las manos y se
continúa la celebración con la oración de los fieles.
Sobre el rito de la Imposición de la Ceniza el Santo Padre nos enseña: “En
todas las comunidades parroquiales se realiza hoy un gesto austero y
simbólico: la imposición de la ceniza; este rito va acompañado de dos
fórmulas muy densas de significado, que constituyen una apremiante llamada a
reconocerse pecadores y a volver a Dios. La primera fórmula reza: "Acuérdate
de que eres polvo y al polvo volverás" (cf. Jn 3, 19). Estas palabras,
tomadas del libro del Génesis, evocan la condición humana, marcada por la
caducidad y el límite, y quieren impulsarnos a volver a poner nuestra
esperanza únicamente en Dios. La segunda fórmula remite a las palabras que
pronunció Jesús al inicio de su ministerio itinerante: "Convertíos y creed
en el Evangelio" (Mc 1, 15). Es una invitación a poner como fundamento de la
renovación personal y comunitaria la adhesión firme y confiada al Evangelio.
La vida del cristiano es una vida de fe, fundada en la palabra de Dios y
alimentada por ella. En las pruebas de la vida y en todas las tentaciones,
el secreto de la victoria radica en escuchar la Palabra de verdad y rechazar
con decisión la mentira y el mal”.9
2. Domingo IV de Cuaresma
Por ser el domingo de la alegría (domingo de laetare) en el camino cuaresmal
hacia la Pascua, durante todo el domingo IV, desde las I Vísperas que se
celebran el sábado anterior, es conveniente poner flores en el altar y tocar
música durante las celebraciones. De esta manera se subraya a los fieles que
esta cerca la gran fiesta de la Pascua y que el fruto de nuestro esfuerzo
cuaresmal, será resucitar con el Señor a la vida verdadera.
3. Ferias de la V Semana
de Cuaresma
Las ferias de la V Semana de Cuaresma –antigua semana de Pasión- tienen unas
pequeñas características propias: sin dejar de ser tiempo de Cuaresma, ya
toman algo del color propio de la próxima Semana Santa y con ello inauguran,
en cierta manera, la preparación del Triduo Pascual, llevándonos a la
contemplación de la gloria de la Cruz del Señor Jesús. Es conveniente
recordar que en las celebraciones eucarísticas de esta semana, se dice todos
los días el prefacio I de la Pasión del Señor.
Notas
1. S.S. Benedicto XVI, Audiencia General de los Miércoles, 1-III-06.
2. Ver Instrucción Eucharisticum mysterium, N. 60.
3. Ver Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, N. 13.
4. S.S. Benedicto XVI, Audiencia General de los Miércoles, 1-III-06.
5. S.S. Benedicto XVI, Homilía durante la celebración eucarística en la
Basílica de Santa Sabina, el Miércoles de Ceniza, 1-III-06.
6. S.S. Juan Pablo II, Catequesis, 21-III-1979.
7. Ver S.S. Juan Pablo II, Carta apostólica, “Novo Millennio Ineunte,
6-1-01, N° 37; Carta apostólica en forma de Motu Proprio, “Misericordia
Dei”, 7-4-02.
8. Ver Código de Derecho Canónico, can. 959.
9. S.S. Benedicto XVI, Audiencia General de los Miércoles, 1-III-06.